Guerras del Recuerdo

Algo irrumpe en la oscuridad. Algo suena, muy lejano... una explosión...

Los sonidos comienzan a aclararse. Oigo a alguien gritar mi nombre... ¿o no? Hay muchas voces: desesperadas, desgarradas, tristes.

Despierto poco a poco. Los recuerdos me golpean repentinamente. Una imagen de un campo de guerra aparece en mi mente. Hay muchos cadáveres, cadáveres de personas con las que alguna vez salí de fiesta, que quizá me contaron alguna historia o me dedicaron una mirada amigable. No recordaría sus nombres. Ahora sus cuerpos yacían sin vida a mi alrededor.

Mi corazón se acelera, el nudo en mi garganta me hace perder el aire y el terror se apodera de mí. Sé que yo soy la siguiente, que en un par de segundos formaré parte de esa pila de cadáveres que serán sólo una estadística melancólica para el resto del mundo. Para los pocos que quedarán. La guerra por los recursos se había extendido por todo el mundo. Los países más poderosos eran los que aún luchaban. Más de la mitad de la población mundial había muerto en la batalla por el agua, por el aire limpio y la comida fresca.

Quiero llorar, quiero desaparecer...

Otra explosión.

Pero cuando abro los ojos, ya no estoy en el campo de guerra.

Hay un plato frente a mí. Por un segundo, intento determinar qué es, contemplando el humo grisáceo que emerge de él. Es algo marrón, con un líquido verdoso y espeso encima.

—¿Hija? ¿Por qué no comes? Llevas mirando el plato veinte minutos. — una voz vagamente familiar rompe el silencio y resuena en mi cabeza como el estruendo de una bala.

Los huesos del cuello me crujen cuando levanto la cabeza para mirar a mi alrededor. Estoy en una silla, frente a una mesa, en un comedor pequeño, oscuro y deprimente. Dos mujeres y un hombre me observan. Lucen cansados, pero preocupados. No sé quiénes son, a pesar de que siento que los he visto antes...

Creo reconocer a una de las mujeres, a la más joven. A mi memoria llegan imágenes de ella y yo comiendo dos pedazos de carne rancia en una mesa metálica grasienta, una noche antes de ir a la guerra. Éramos sólo ella y yo, y aunque no hablábamos, sabíamos que teníamos el apoyo de la otra. Pero también recuerdo su cadáver, con la horrible herida en su frente... ¿era ella?

—Mamá, déjala. No la presiones.— cuando oigo su voz, suave y tranquila, siento cómo si fuera otra persona. No recordaba su nombre, pero sí que ella era imponente y valiente. Alguien heróica, admirable.

Inconscientemente, me levanto de la silla, sintiendo mis piernas temblar. Traigo una manta alrededor de los brazos, que a mi parecer se sienten como cien kilos. Levantaba mis brazos para dejarla caer, cuando éstos llaman abruptamente mi atención. Mi piel morena ha desaparecido y en su lugar me cubre una piel clara, pálida, casi transparente. Puedo ver mis venas, verdosas y oscuras. ¿Dónde ha quedado mi brazo fuerte, producto de tantas horas de entrenamiento? Mi brazo está tan delgado que parece hecho de papel. La confusión me invade y tengo ganas de vomitar. Estoy asustada. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy?

Comienzo a caminar hacia atrás, pero la manta me hace tropezar. El hombre y la mujer se levantan como rayos para intentar ayudarme. El impacto contra el suelo duele como si me hubieran golpeado contra una tonelada de ladrillos. Un alarido sale de mis labios, pero suena como si se hubiera reproducido desde una bocina: ajeno, extraño.

Mi visión se nubla por el dolor y las lágrimas. El hombre me levanta y creo que voy a desmayarme. Pero de un segundo a otro, ese dolor desaparece y siento el aire más denso. Vuelvo a abrir los ojos y ya no estoy en los brazos del hombre, sino en el suelo, en un suelo cubierto de tierra. Estoy empapada en sudor y ataviada con pesadas ropas militares.

—¡Natalia! ¡Levántate o te van a pegar un balazo! — una voz masculina grita, y tardo un momento en percatarme de que me está hablando a mí. Pero no me llamo Natalia... ¿o sí?

Al ver que no reacciono, veo al dueño de la voz acercarse y tomarme de la muñeca, arrastrándome hacia algún lado. Unos instantes después, una granada explota justo donde estaba.

—¡Más atención, o en un segundo estarás muerta! — me vuelve a gritar.

Cuando miro a mi alrededor, más recuerdos empiezan a llegar a mí. Al ver el cielo oscurecido, con los últimos rayos del sol en el horizonte, recuerdo quién era el hombre y la mujer de la mesa. Mis padres. Y la otra mujer. Mi hermana.

Las continuas explosiones se empiezan a hacer más presentes y nítidas, pero ahora ya no recuerdo por qué estoy aquí. ¿Qué no yo estaba en mi casa, cenando? Recuerdo que mi madre me había hecho mi comida favorita. ¡Era eso en el plato! Estofado de cerdo. Un lujo que muy pocos se podían dar actualmente. Quizá hoy es mi cumpleaños. Recién habíamos llegado de mi última cita con el médico. Recuerdo que nunca me gustó ir ahí. Decían que sólo los locos iban con esos médicos. Yo no estaba loca.

¿Pero por qué estoy vestida así? Miro al suelo, hay vidrios rotos, en los que veo mi reflejo... ¿Por qué soy morena? ¿Dónde quedó mi cabello rojo y mi piel pálida?

Termino de observar mi alrededor. Estoy en una especie de ciudad en ruinas, está anocheciendo, pero no sé por qué hay tantas explosiones. Veo a varias personas aparecer, disparar y luego desvanecerse tras los edificios. Me dejo empujar y llevar por el hombre, que me sigue gritando. No sé qué dice.

De pronto, siento cómo él me rodea con sus brazos, su mirada vuela hacia el cielo. Lo imito. Entonces lo veo. Un avión ha dejado caer algo, enorme, oscuro, que apenas se distingue de lo negro del cielo. Se acerca a toda velocidad. Amenazante. Mortal. Pongo todos mis esfuerzos en saber qué es. Todos parecen saberlo, menos yo. Los gritos lo dicen todo. Terror. Veo al gran objeto aterrizar a lo lejos, pero aún así, el suelo tiembla, caemos al suelo, y luego algo nos empuja violentamente hacia atrás. El hombre que me protegía ha desaparecido, y mientras intento buscarlo con la mirada, algo que brilla como el sol viene desde el lugar donde cayó el gran objeto. Es como una gran ola de luz. Como un tsunami. Corro hacia la dirección contraria con el corazón en la boca, las lágrimas brotando, y el miedo en todo el cuerpo. Pero no sirve de nada. Menos de un segundo después, un calor me abrasa la piel, que arde como si me hubiera tirado a un mar de magma.

Pero cuando despierto, estoy de vuelta en el comedor. ¿De vuelta? ¿Había estado antes aquí? Entonces reconozco aquel objeto negro. Una bomba de fusión nuclear. Alguien me había dicho que era la más mortífera hasta el momento. La cara del hombre con el que estaba también vuelve. Era Daniel, un soldado con el que había formado una gran amistad durante los entrenamientos.

Estoy recostada en un sofá, junto a la mesa. Tengo una manta encima, siento que me aprisiona. Suelto un grito, y aviento la cobija, que cae sobre un florero y lo rompe. El estruendo lastima mis oídos. Mi respiración se ha acelerado y oigo pasos que se acercan. ¿Dónde estoy?

—¡¿Estás bien?!— la misma mujer llega. Acerca su mano a mi frente, pero yo la aparto con la poca fuerza que tengo.

—¿Quién eres? ¿Por qué me tienen aquí? — las preguntas salen de mi boca con tono débil.

La mujer se aleja y exclama nombres que nunca he escuchado. El hombre y la otra mujer aparecen. Les dice algo que no entiendo, como si hablara en otro idioma. La desesperación me invade, necesito respuestas. No sé quién soy, quiénes son ellos, por qué estoy aquí. Siento como si mi memoria se hubiera reiniciado y hubiera eliminado todo lo que sé. Y de repente, lo único que nunca he olvidado, el dolor, toma control de mí, me hace gritar y perder la cordura. El hombre me volvió a cargar en sus brazos, como a un bebé. Quizá pataleé, quizá grité o dije cosas sin sentido, no sé y nunca lo sabré.

Lo único que recuerdo después de eso es la voz entrecortada del médico para locos.

Se ha puesto más grave... creo que puede ser un trastorno de personalidad múltiple... se ve a sí misma como otra persona antes de las quemaduras de la bomba, como si hubiera nacido de nuevo después de recuperarse... eso explicaría el cambio en su color de piel... no sé si podamos hacer mucho, últimamente ya no nos llegan recursos. Todo se lo llevan los militares... esta maldita guerra.

¿Cuáles quemaduras? ¿Guerra? Yo nunca estuve en una guerra.

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