2. Me encantas. Me encantas muchísimo.
Nos comenzamos a ver, primero por la calle, después en el parque o en la facu, y luego te invito a mi departamento. Es pequeño, dos ambientes y el baño. Al menos más privado que la residencia, de la cual nunca dejas de traermes chismes. Yo te escucho con atención a pesar de no conocer a la mitad de los personajes involucrados.
Me encantas, Me encantas muchísimo.
Te tiras sobre mi cama, prendes mi tele y usas mi cuenta de Netflix. Me pones una película cargada de silencios y de tomas secuencia muy elaboradas. Esperas que diga algo inteligente, seguramente en otra situación podría hacerlo. Pero ahora te tengo acá, entre mis brazos, acostado sobre mi pecho, envuelto por la intimidad de mi departamento.
Me excitas, me excitas muchísimo.
Hundo mi nariz en tu cabello ahora recortado y prolijo, engreidamente pienso que te vas poniendo bonito para mí de forma sutil; también he notado que fumas menos desde que sabes que soy asmático y que cualquier tipo de humo podría desencadenar un ataque.
¿Me queres? ¿Me queres muchísimo?
Te quitó el control de las manos, te encierro debajo de mi cuerpo y vos tímidamente te abrís de piernas para hacerle lugar a mi peso; también separas tus labios, me invitas a explorarte sin restricciones, como si me dijeras: «heme aquí, todo para tí».
Me encantas, me encantas hasta volverme loco.
Tus gemidos colman el aire frío de mi habitación. La luz blanca se desliza sobre nuestras figuras y nos descubre convertidos en un solo cuerpo sobre la cama destendida. Podría pasarme una vida entera en tu interior, en ese vaivén de mis caderas que te hacen retorcer de placer.
Me excitas, Manuel, me excitas más de lo que puedo describir, más de lo que te puedo hacer ver.
Cuando experimentas la cúspide del éxtasis, clavas tus uñas en mi espalda y manchas mi abdomen con un poquito de vos. Yo me deshago dentro tuyo y me sonreís satisfecho, lleno. Me inclinó hacia tu rostro y te digo al oído, muy bajito (casi en un susurro sin aire), que me encantas, que me desespero por vos y que quiero que te quedes a mi lado, que mientras pueda robarte una sonrisa, no te escapes de mis brazos.
Atrapas mi rostro con tus manos y me encontras llorando. Tus ojos se humedecen, me retas por exagerado, me río y vos también te reís. Después me abrazas muy fuerte, con brazos y piernas. No me decís nada, solo nos quedamos ahí escuchando nuestro corazones latir a un mismo ritmo, es toda la respuesta que necesito.
Desde aquella tarde te has convertido en un visitante frecuente de mi pequeño espacio en el mundo. Al principio no haces más que respetar mi esencia, mi orden, mi personalidad física en aquellos treinta metros cuadrados. Pero de a poquito eso cambia, vas dejando algo de vos en todos lados y eso a mí me encanta, me encanta muchísimo.
Empezas por mi sala, colgas algunos de tus cuadros. Algunos los pintaste especialmente para mí, otros no se vendieron en tus exposiciones y antes que insistir, confías en que tu mayor fan los sabrá apreciar. Después seguís con mi cuarto, se te hace muy blanco, me cambias la luces de frías a cálidas, y no te digo que odio la luz amarillenta, aunque al cabo de un rato, me acostumbro y ya no me parece tan malo.
En la cocina aparece una olla a presión y una tostadora de pan para según vos tostar el arroz. Creo que ese día tuvimos nuestra primera discusión. «Que eri tonto, rucio, como vai a hacer el arroz como pasta. ¿No te enseñaron en tu casa?», me atacaste sin vacilación, de brazos cruzados y ceño fruncido. No te contesto, no tengo ganas, agarró un paquete de arroz de mi despensa y te lo pongo entre las manos. Te digo: lee, dale, a ver.
«¿Entonces lo weón es a nivel nacional?», verbalizas algo incrédulo después de leer las instrucciones donde dice que el arroz debe hervirse y, posteriormente, colarse. Ruedo los ojos y me voy de la cocina, prefiero tirarme en el sillón y no darte más letra. Pero vos me seguís, me seguís como un cachorro que se niega a perder la atención de su dueño. Me abrazas por la espalda y me decis que te gusto así de weón por cultura y todo. Me sonrío, te digo que sos un boludo y me doy media vuelta para darte un beso, pero me corres la cara.
«No, weón, tienes que seguir enojado, así nos reconciliamos en tu cama». Me tomaste por sorpresa, no pensé que dirías algo así. Al ver mi cara avergonzada te carcajeas de esa manera escandalosa que me gusta tanto, luego me tomas de la mano y me arrastras hasta mi cuarto. Donde, como la primera vez, te abrís de piernas sobre mi cama, le haces lugar a mi cuerpo y te aferras a mi cuello para que no pueda escaparme de tus besos. Otra vez te vas a entregar a mí por completo, y vas a ser todo mío y yo todo tuyo.
Me excitas, me excitas muchísimo; y me encantas. Me encantas como nadie me había encantado en mi corta vida. Y vos, por primera vez, me vas a decir que me amas, que me amas muchísimo —aunque no más de lo que yo te estoy amando ahora mismo—.
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Nunca pensé que les gustaría tanto, estoy maravillada con los comentarios. Por favor, no dejen de hacerlos, no saben lo que me están ayudando. Necesitaba un poco de cariño de la comunidad LH, últimamente me siento re desconectada de este fandom :c
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