1. Me gustas. Me gustas muchísimo

Te conozco de casualidad, te conozco porque dos hincha pelotas me insistieron para estar acá, en una muestra improvisada de una residencia de artistas en Nueva Córdoba. No entiendo la mitad de los garabatos que están colgados en las paredes, pero al menos finjo contemplarlos, finjo estar interesado. Pero vos, en cambio, estás ahí en la galería, lejos de todo y de todos. No parece que conozcas a alguien, nadie ha ido a tu encuentro, tampoco creo que te importe demasiado.

Me quedo por un rato a una distancia prudente, con un vaso de vodka con Cepita en la mano. Te observo, te estudio y te dibujo en mi retina. Tu cabello, que parece que no ha conocido peluquería en al menos un año, acaricia tu barbilla. Tus labios, agrietados por el frío, no parecen dispuestos a una conversación; y tus ojos, aún en la tenue luz de esa galería en la que te ocultas, se puede distinguir en ellos ese marroncito claro que podría ser la perdición de cualquier desprevenido —y con gusto ocuparía ese rol—.

Me acerco a vos, todavía no sé bien qué te voy a decir. Pedirte un cigarrillo no será, soy asmático, me verías desesperado buscando el inhalador que guardo en el bolsillo interno de mi campera. ¿Será que aquella escena será muy bochornosa o te enamoraras de mí como en una comedia romántica? Me voy a quedar con la duda, porque al final me paro a tu lado y te digo: —No pareces muy amante del arte contemporáneo.

Te sonreís de manera muy breve, le das una calada a tu cigarrillo que ya va por la mitad, y volves tu mirada hacia mí.

—Me gusta el arte político.

—Pero todo arte es político. —Te corrijo casi sin pensarlo.

—Tu sabi a que me refiero, ¿no? —Y te digo que sí, que obvio. Es el arte que me apasiona, la que no cae en figuras difíciles para transmitir un mensaje claro, fuerte y poderoso.

Me preguntas entonces qué hago acá, te digo la verdad, me arrastraron. Te volves a sonreír, ahora con más ganas, con más entusiasmo. Te devuelvo la pregunta y me respondes de la manera más increíble: —Y acá vivo, weón, a dónde chucha queri que me vaya.

Me carcajeo y sé que estoy enamorado de vos. Que te deseo, que quiero conocerte todavía más, que quiero verte desnudo con un cigarrillo en la mano. Te corres un poquito, me haces lugar en tu banco, a pesar de que hay otros cinco en donde podría sentarme cerca tuyo. Sin preguntarte, empezas por tu nombre, Manuel Gonzaléz, y después me compartís un par de chismes de la residencia. Me comentas sobre cómo todos te caen mal, especialmente los otros dos chilenos que viven con vos. Me decís que se creen el hoyo del queque porque son mitad mapuches, pero para vos son unos falsos que solo quieren atención; que ni siquiera saben de poesía mapuche o de sus ritos más antiguos. Que te quieren venir a chamuyar a vos que hace años que investigas el tema, que hace años te basas en su arte y en su poesía para tus propias obras, para tu propio estilo.

Me gustas, me gustas muchísimo. Pero me llaman los dos boludos con los que he venido, no sé qué quieren, pero tengo que oírlos, no quiero ser un mal amigo, así que me levanto. Me seguís con la mirada, no decís nada. Te quiero decir que ya vuelvo, pero tu silencio repentino me intimida. Desaparezco. Cuando llego junto a mis amigos, estos me avisan que se van a ir, que consiguieron dos chicas con quienes salir, y que ellas tienen un amigo interesado en mí, me preguntan si me pinta, que si nos vamos todos para un boliche unas cuadras más arriba. Agradezco la propuesta, pero por esta vez declino, seguro que si no te hubiera conocido, me iba. Pero acá estamos, mis amigos ya se fueron. Sin embargo no te busco, lo haré en un rato, primero quiero ver qué haces, si encuentro tu mirada buscándome entre la gente, entre los cuadros de formas indescifrables o entre los sillones de cuerina gastada.

Pero antes de que eso pase, te apareces a mi lado. Me pedís disculpas por haber hablado demasiado, por haber parecido algo pesado o tal vez un poquito forro. Me gustas. Me gustas muchísimo. ¿Quién te ha hecho creer que deberías disculparte por ser vos mismo? Te invito algo, lo que quieras, me decis que mejor un sanguchito de miga afuera, en el kiosco de la esquina, que acá me van a estafar y encima no son muy rico que digamos. Acepto tu sugerencia y nos escapamos juntos de aquel antro.

En la esquina te confío mi nombre, Martín Hernández, y lo repetis como saboreando cada una de sus sílabas. Luego sigue el chusmerio, me hace preguntarme hace cuánto no hablas. No quiero dejarte solo y te cuento algunos puterios de mis compañeros de la facu, del reciente triángulo amoroso que se destapó entre un pibe y su novia, en el cual una de las profesoras de la carrera era la tercera en discordia. Se fifaba a la novia del pibe cuando le decía que iban a juntarse a investigar para el siguiente conversatorio de la materia.

Te reís, te carcajeas casi a los gritos. Tu voz retumba por las calles desoladas del centro de Córdoba a esa hora.

Me gustas. Me gustas muchísimo.

Finalmente volvemos a caminar esa cuadra y media que hicimos antes, estamos donde comenzamos, en la puerta de la residencia. Está frío, muy frío. Te toco las manos, las tenes heladas. Te pregunto si en tu pieza tenes calefacción, asentís un par de veces con la cabeza. Las suelto y te pido que las guardes en tus bolsillos, que te metas adentro y te quedes debajo de tu frazadas hasta que recuperes el calor en tu cuerpo. Pero no las moves, las dejas a la altura donde te las toque. Te pregunto qué te pasa y me agarras la campera por el cuello. Me obligas a inclinarme hacia vos, a dejarte un beso en los labios y después te escapas, me dejas ahí con el corazón huyendo de mi pecho para irse volando cerquita de la ventana de tu habitación. 


___________________

Dejen un comentario si les gustó, no les cuesta nada y a mi me dan un poquito de ánimos para escribir :c

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top