Capítulo 6



O el club de los gatos locos...




Supo que eso le había dolido, él lo sabía incluso aunque ella no se hubiera inmutado y oh..., maldito fuera si no le afectaba verla así, porque ¿qué clase de hombre se mantiene impávido ante el evidente dolor de una mujer? Y no se refería a Samara y su doloroso llanto estremecedor.

No, era el silencio de Jessie y sus enormes esfuerzos por mantenerse en pie cuando el golpe había sido tan grande como para derribarla al suelo. Se aprendían muchas cosas en un año, algunas buenas, otras malas, otras terribles, y una tan dolorosa como una aguda espina era saber que Jessie estuvo enamorada de Arif desde hace mucho tiempo, incluso antes de que él llegara.

La encontró demasiado tarde...

Ignoró esa dolorosa verdad, centrándose en el momento. Quería tanto consolarla en sus brazos que hasta el ardiente dolor del rasguño quedó ignorado. Más todo lo que podía hacer era dirigir la vista a un punto de espacio vacío y esperar, mientras oía al leopardo quejarse con insistencia, su loba le necesitaba y ellos se acobardaban...

Cuando el dolor pareció disminuir, Sawyer vio a la mujer jaguar limpiar sus propias lágrimas y reprimir los sollozos angustiados con esfuerzo, sus oscuros y grandes ojos se dirigieron a Jessie.

—Yo... —habló, su voz afligida despertó un agudo escalofrío—. Hablé con él..., lo llamé la madrugada del sábado y él... Oh Dios, él estaba bien... Lo que dicen no debe ser verdad, no, no...

Volvió a llorar, y entre pasos lentos se fue acercando a la isla de metal en la cocina, ignorando el enorme pedazo de carne que anteriormente estaba comiendo en su forma animal, a Sawyer casi se le salió el alma del cuerpo cuando vio tan horrible escena, al principio pensó que se estaba comiendo a un humano, pero luego se percató de la forma y el tamaño y entonces supo que estaba alucinando.

—Sé que cuesta —Jessie habló en tono bajo—. Yo también no quise creerlo al principio pero... —Suspiró, sus hombros decayeron—. Es verdad.

Sawyer no sabía qué podía hacer, pensó si era buena idea acompañarle en todo esto, pues él no se sentía cómodo, más bien, Jessie le hacía sentir como si estuviera de más su presencia. Sin embargo, el necio felino rechazó la idea de alejarse, porque durante el viaje por la ciudad encontró un atisbo de interés en ella.

Y estaba decidido a comprobar si era real.

«Acaba de perder al tipo que quería» se repitió eso una y otra vez mientras se ponía de pie.

Samara giró frente al fregadero, agarró un vaso de vidrio y lo llenó con agua, bebió, temblando volvió a dejarlo sobre la encimera pero demasiado cerca del borde, luego se agachó para tomar la carne medio masticada y la dejó un poco más lejos en la encimera. El vaso cayó, el ruido del vidrio haciéndose añicos hizo que los tres se sobresaltaran.

—Te ayudaré.

Sawyer tomó la pala con mango largo y la escoba que estaban al lado del refrigerador, luego comenzó a barrer con cuidado el desastre de vidrios rotos ante la perdida mirada oscura de la mujer jaguar.

—¿Cómo murió? —Su tono salió serio.

—Lo encontraron ahorcado en su apartamento.

Sawyer se mordió el labio por la crudeza con que habló, tal vez eran los evidentes celos, pero cualquier criatura pensante habría tenido más tacto que ella.

—Samara... —Jessie le habló—. Sé que todo esto puede parecerte muy apresurado pero... Necesitamos información.

La mujer morena volteó lentamente hacia ella, por detrás Sawyer le hacía gestos para que no continuara.

—Queremos saber sobre este mensaje —Jessie le entregó el celular.

—Lo..., l-lo..., l-lo mataron.

Vaya, el razonamiento de ella era rápido, y la seguridad con que lo dijo a través de sollozos hizo que los ojos avellana de Jessie brillaran.

—Sí.

Un gruñido, casi como un ronco maullido salió rasposo desde la garganta de la mujer, ambos se quedaron al margen pues no sabían si era un lamento o el preludio para que el jaguar se enfureciera de nuevo.

—Estamos esclareciendo el caso —intervino Sawyer—. Toda información que puedas darnos sobre la última vez que hablaste con él nos sería de mucha ayuda.

Dejó los restos en una caja de cartón junto al cesto de la basura y regresó al lado de Jessie. Otro maullido ronco, oh pobre mujer, estaba destrozada.

—B-bien... —balbuceó entre dientes, largas garras, de un tono rosáceo, surcaron la mesa—. L-lo h-haré..., solo..., necesito un par de m-minutos.

—Tranquila, esperaremos.

Samara volvió a irse, esta vez, yendo derecho y entrando por otra puerta a la izquierda.

—Controla tus celos, ¿quieres?

Las garras de Jessie aparecieron, Sawyer tragó saliva.

—Tú no me das ordenes.

—No es eso, es cuestión de lógica, no tienes el derecho de sentirte celosa en este momento.

—Cierra la boca, gato. Tú no sabes ni pío.

—Al contrario —bajó la voz—. Estabas enamorada de Arif, ahora él murió y te enteras que encontró a su compañera, eso duele, sí, pero ella está sufriendo ahora.

Jessie bufó.

—Como si tú no hubieras estado celoso de Arif.

—Sí, pero esto es diferente. Estamos averiguando cómo murió, no sobre su vida privada.

—Oh ya cállate.

Sawyer se enderezó, cruzando los brazos sobre el pecho, viendo de reojo a la impaciente mujer que tamborileaba las garras sobre la superficie de metal. Era adorable, apenas le llegaba a los hombros.

—Arif y yo nos conocimos en un club —dijo la mujer a lo lejos.

—Oh rayos, no sé si quiero saber esto —Jessie murmuró.

Había perdido seguridad, su mirada divagaba entre los objetos del apartamento mientras se abrazaba a sí misma, como luchando contra algo invisible que quería salir.

—Él... Él me compró.

Ambos redondearon los ojos.

—Espera, ¿qué?

Samara volvió a ellos, un poco más calmada, pero los nervios estaban ahí y eso le ponía inquieto.

—Lo que oyen.

Jessie sacudió la cabeza.

—Pero eso es...

—¿Ilegal? Sí, están en lo cierto. Pero a él no le importó, nos conocimos hace tres semanas, me reclamó y pagó por mi libertad.

«Eso es o muy loco o muy cierto»

—¿Eras esclava? —Sawyer preguntó.

Esa palabra hizo eco en su memoria, evocando recuerdos de su pasado, momentos en donde era tratado como un animal, siendo un niño indefenso otra vez, vendido...

—Algo así. —Samara se sentó sobre uno de los banquillos frente a él, los miró a uno y a otro, reuniendo sus fuerzas—. Me atraparon cuando expropiaron las tierras de mi clan en Brasil, a Xandiri la enviaron al Cubo de Kreiger, a mí me enviaron a una colección en Noruega. Cinco años después me vendieron a Kreiger, y luego al dueño del club.

Jessie empuñó una mano.

—Espera, no debes contarnos tu historia, solo dinos quién siguió a Arif esa noche.

Samara dirigió su mirada a la loba, un tono dorado rodeó las negras pupilas.

—Él sabía que iba a pasar. Sabía que no lo aceptarías.

—¿Qué cosa?

—Él sabía que estaba metiéndose en terreno peligroso. Me hizo prometer que si se iba, yo debía decirte la verdad. —Una pausa y ella bajó la mirada—. Simplemente elegí creer que estaba bromeando.

—Arif era un hombre serio —Jessie murmuró.

—No duré muchos meses en el Cubo, me vendieron a este club. —Samara fue hasta la alacena superior y buscó algo en una de las puertas, luego les mostró una tarjeta—. No volví a ver a Xandiri. Tres años después apareció él, Arif estaba buscando a Caden Tucker.

Silencio, crudo e incómodo silencio...

—¿Xandiri es familiar tuyo? —Cuestionó Sawyer.

Samara asintió.

—Hermana.

—¿Por qué me dices todas estas cosas? ¿En qué lío estaba metido?

Las preguntas le salieron con un ligero temblor, Jessie arrastró la tarjeta blanca pero no la miró.

—Él me habló mucho de ti, que eras su mejor amiga, la persona en la que más confiaba en el mundo, sabía que terminarías lo que él empezó.

«Ouch, justo en la Friendzone»

—Habla claro, maldita sea.

—Jessie...

—Estaba buscando a su madre —respondió—. Caden Tucker sabe en qué laboratorio trabajó.

Oh genial, ahora la cosa se ponía intensa, secretos, una vida alterna, la búsqueda de sus orígenes, laboratorios... ¿Clandestinos? Solo faltaba que dijera que Arif Anyelev era un experimento genético y tenían el combo completo.

—¿Qué pasó esa noche?

—Yo estaba cerrando el restaurante en el que trabajo, está a cuatro cuadras del bar al que fue esa noche. Lo vi pasar, pensé que un sujeto lo estaba siguiendo, pero al llegar al cruce ambos tomaron caminos diferentes.

Jessie se mordió el labio, incapaz de disimular la frustración de oír eso.

—¿Por qué le enviaste ese mensaje?

—Tuve miedo, quise advertirle... Por si acaso.

Entonces, no tenía pruebas que apuntaran a un homicidio. Esto no era bueno. Los tres quedaron sin decir palabras, tres desconocidos envueltos en una pena tangible.

—Ah... Bien. —Jessie fingió desinterés, guardó la tarjeta en el bolsillo de su chaqueta de mezclilla—. Gracias, y..., lamento..., esto. —Giró hacia él—. Vamos.

—Jessie...

—Vamos.

Ella le volvió a jalar de la mano, Sawyer se despidió de la mujer jaguar con una inclinación algo brusca y le siguió los apresurados pasos que no se detuvieron hasta que alcanzaron el ascensor. Una vez adentro Jessie hundió el dedo en el botón que marcaba el primer piso y comenzó a dar vueltas en el reducido espacio, gritó un improperio, rabia pura, decepción, y Sawyer estaba acorralado. Jessie llevó una mano a la frente, la otra la dejó en la cintura, merodeó como animal enjaulado, pensando, hasta que al final estrelló un puño contra una de las paredes y extendió la mano, utilizándola como su punto de apoyo.

—Arif se suicidó —ella dijo, su voz muy baja, teñida de ese dolor que había sentido en el entierro—. No hay dudas de eso y esto... Mierda, esto es en vano.

Sawyer extendió una mano para dejarla en el hombro de la mujer, pero se arrepintió a medio camino. Analizó las cosas con detenimiento.

—Hay que ir a su apartamento.

—¿Para qué? Los rastreadores no encontraron nada.

—Hay que hacer otro rastrillaje.

Jessie levantó la cabeza, respiró, pareció calmarse.

—Bien..., tal vez sirva para convencerme de que realmente lo hizo.

Oh pobre Jessie.

Blanco y gris, esos eran los colores dominantes en el amplio apartamento, apenas ingresaron, Jessie se perdió completamente en medio de los recuerdos, iba de un lado a otro, tocando las cosas que le pertenecieron al lobo, conteniendo las lágrimas, inhalaba el olor de los almohadones sobre el largo sillón.

—Mucho alcohol —Sawyer mencionó al ver las tres botellas de vodka, todas vacías y esparcidas sobre la alfombra.

Jessie ahogó un sollozo, se agachó recogiendo algo del suelo.

—Pastillas —mostró un frasco vacío.

—Mierda..., realmente quería matarse.

Jessie fue al pasillo, con pasos lentos, casi temerosos, se perdió en la oscuridad hasta que abrió la puerta del baño. Sawyer le siguió, ella ni siquiera le prestó atención cuando también entro, todavía había olor a muerte, ella se sostenía del lavabo con la cabeza gacha.

Un reflejo de color plateado le llamó la atención, en la rejilla de desagüe había un pedazo de papel, Sawyer se agachó para poder verlo mejor, apenas se veían las letras casi desvanecidas por acción del agua.

—Jessie..., ¿qué dice la tarjeta que Samara te dio?

—¿Eh?

—La tarjeta.

—Ah... —Jessie rebuscó en el bolsillo, la sostuvo entre sus dedos—. Mad House.

—¿Conoces la letra de Arif?

—Sí.

—Ven, aquí hay algo escrito.

Sawyer se alejó para darle espacio.

—Maldito Mad Houseleyó—. Pero no le veo sentido.

—Creo que estamos en la pregunta equivocada, no es quién lo mató ni cómo murió, sino por qué.

Jessie se levantó, limpió una lágrima y le miró de frente, había captado su atención.

—¿Qué sugieres?

—Ir a este club, averiguaremos qué es lo que quería saber.

—Eso tampoco tiene mucho sentido.

—Jessie —Sawyer suavizó su voz, la verdad era que le encantaba pronunciar su nombre—. Arif se suicidó, eso está claro, pero debió tener un motivo para hacerlo, estoy seguro que algo encontró, algo lo suficientemente traumante como para decidir quitarse la vida a pesar de que había encontrado a su..., compañera.

Odiaba ver la tristeza que colmaba sus ojos cada vez que oía esa palabra.

—De acuerdo.

Jessie se calmó. Salieron del apartamento y bajaron para regresar al jeep, una vez ahí se quedó estática sobre el volante.

—¿Exactamente a donde vamos?

—Descuida, yo sé. No preguntes cómo.

—¿Ya has estado allí?

—Todos conocen Mad House.

Sawyer anotó la dirección en un papel.

—¿Por qué es que nosotros no sabemos nada sobre esto? ¿Qué clase de club es?

Un trago de amargura le subió por la garganta, respiró.


—El club de los gatos locos.

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