Capítulo 27
O las palabras que nunca fueron dichas...
En un momento, todo lo que pudo oír fue la oscilación del agua que le envolvía el cuerpo. Le daba una extraña sensación de calma, como si por ese largo minuto todo se desconectara, y no hubiera nada más que agua y químicos bañandole, arrastrando con cualquier organismo peligroso que pudiera haber acarreado.
Pero ese momento de serenidad, pasó. Y el líquido se fue drenando lentamente dejando su cabeza libre para consumir una bocanada de oxígeno con apremio. Ver su reflejo en el cristal le envió de vuelta a la realidad.
Jessie salió de la cámara de desinfección apestando a los químicos del agua en el que la sumergieron, aun para su incipiente sentido del olfato era fuerte la mezcla que derramaron sobre su cuerpo. Tenía un gusto amargo en la boca, un grito atascado en la garganta y una terrible necesidad de ver a Sawyer.
Cuando lo vio salir con Eleine, ella casi fue golpeada por las intensas emociones que desprendía su alto y fuerte leopardo, le costó toda su fuerza de voluntad no correr hacia él para abrazarlo como quería, y asimilar todo lo que estaba pasando. Pero aún con la necesidad consumiendo sus cuerpos, Sawyer puso su seguridad por encima de todo.
Tras envolverle en una toalla blanca, las operarias de la zona de desinfección le trajeron ropa. Al mismo tiempo Seth salió de la cámara contigua, temblando, apenas puso un pie afuera, Reed se acercó al lobo para tomarle del rostro mientras le murmuraba que todo estaba bien. Hasta ese punto Jessie no sabía del grado de claustrofobia que siempre había tenido el rastreador, a veces sentía que no conocía realmente a sus compañeros de clan.
Observó las otras cámaras a izquierda y derecha, buscando al leopardo pero todas estaban vacías.
—¿Estás bien? —Reed le preguntó, de la mano sostenía al lobo quien se hallaba demasiado tenso, preocupado.
¿Qué respuesta debía darle? Nada estaría bien, no durante mucho tiempo.
—Sí —mintió, esa sola palabra salió demasiado baja—. Hay que salir de aquí.
Seth no dijo nada, no debía, cuando su dolor gritaba por él. Y Jessie no podía hacer nada.
Derek los estaba esperando en el pasillo, apenas abrieron las puertas se acercó para inspeccionarlos de pie a cabeza, no debería haberlo hecho, ni siquiera debería ingresar a esta zona.
—¿Dónde está Caleb? —Preguntó Seth.
Derek miró al rastreador con un poco de resignación. Dios, esa mirada era devastadora... Jessie podía sentir el dolor de Seth como finas agujas hiriéndolo. Después de haber pasado tantas cosas malas, por fin volvía a tener a su familia reunida, una pareja... Y ahora, parte de su corazón podría romperse de una forma irremediable si su hermano menor le abandonaba.
—En cuarentena, por ahora nadie puede verlo.
Seth evadió la mirada del Alfa, con una mano rastrilló su cabello castaño claro hacia atrás, alejándose de Reed dio un par de vueltas. Estaba resistiéndose a la verdad, al aterrador hecho de que Caleb sería devorado por esa maldita enfermedad en cuestión de semanas y lo haría solo..., porque ese era el destino de los infectados, morir en el absoluto encierro y solos... Alejados de sus seres queridos.
No deseaba eso para ningún lobo.
—Tienen que regresar a sus cabañas —la orden de Derek fue más suave de lo que habría imaginado posible—. Afuera rige el toque de queda, deben restringir el contacto físico con los demás. Por ahora no sabemos quien más puede estar infectado.
Seth levantó la mirada, sus ojos azules estaban vidriosos por un llanto que se resistía a ser derramado, su mandíbula tensa, hasta podía oír cómo los dientes chocaban por la fuerza.
—Dime que tienes una cura —exigió—. Dime que no tendré que enterrar a mi hermano como lo hice con Isaac.
—Seth —Reed le tomó por un hombro—. Tranquilo.
Seth se movió brusco.
—No puedo, mi hermano va a morir..., yo... —su tono bajó—. Les prometí que lo cuidaría.
Colocándose el barbijo, Seth pasó por el lado de Derek sin mirarle, estaba enojado, dolido, y decepcionado, pero había hecho mal en descargarse contra el Alfa, al final Derek hacía lo mejor que podía.
—Entonces no hay cura —Jessie habló cuando estuvieron solos.
—No por el momento.
Con un amargo sabor de boca todavía quemando, la loba preocupada por el destino de su gente, Jessie gruñó bajo.
—Tranquila.
—¡Ya deja de decir que me calme! —Gruñó—. La enfermedad nos alcanzó, admite eso.
—No..., lo de Caleb debe ser otra acumulación de presión como la última vez.
—Yo lo ví —respondió, quebrando las esperanzas del lobo que se veía acorralado, sin salida, asustado como nunca antes—. Los parches de piel y pelaje... Las garras y dientes que no pudo esconder..., Caleb no demostró eso cuando huyó.
Derek retrocedió hasta que la pared contraria detuvo sus pasos. Fue su soporte, el lobo miró el techo.
—¿Y qué se supone que debemos hacer? —Inquirió, su voz tan baja que apenas alcanzaba a ser un murmullo devastado—. ¿Abrazar el pánico? ¿Desintegrar el clan?
Jessie se cruzó de brazos, todas esas eran posibilidades cercanas.
—No lo sé... ¿Acelerar la cura?
Derek tomó aire, y luego lo largó en un suave suspiro mientras miraba hacia un costado.
—Vladimir y los investigadores están agotados, no han dormido desde que les diste esa sangre y..., están trabajando al límite de su capacidad, presionarlos sería...
—Poco saludable —concluyó.
—Sí.
Jessie se sentía cansada, del dolor, de la muerte, de perder gente, de no tener nada útil para hacer frente a algo de lo que no podía defenderse. Cansada de ver a los suyos con miedo, esa incertidumbre que los envolvía siempre para tornarlos presas en vez de lo que realmente eran, poderosos depredadores dueños de la tierra que pisaban, ver esa resignación de algunos que ya anticipaban el caos que reinaría muy pronto, hería por dentro. Pero quizá lo peor de todo, era el optimismo del Alfa que se negaba a afrontar la realidad de que tenían los días contados.
—Le quedan cuatro semanas —dijo, su voz tembló—. Y no será muy bonito después de que...
—Caleb no va a morir —masculló, sus manos se volvieron puños firmas—. No digas eso.
La loba de Jessie se agazapó ante la dura mirada del Alfa, pero no retrocedió.
—Cuatro semanas —replicó pasando por su lado—. Solo queda eso.
Tras abandonar a Derek en el pasillo, Jessie se internó en otro. Por un momento estuvo tentada en escabullirse hacia la zona de cuarentena para ver a Caleb, pero luego de pensarlo dos veces, decidió quedarse en el hall principal del laboratorio. Era sombrío, amplio, y con una reververación potente, las paredes excavadas fueron reforzadas con piedra del mismo acantilado, y en el lado derecho, justo a unos metros de la puerta de metal que conducía hacia la zona de cuarentena y los laboratorios, estaba la gran fuente cuya película de agua se derramaba sobre la insignia del clan.
Antes símbolo de orgullo, ahora valía menos que nada. Jessie respiró, llenándose del aire húmedo, de fuerzas, se colocó el barbijo y salió. El sol de mediatarde le dio en el rostro, alejando un poco el frío que quedó por el tiempo bajo tierra. Jessie bajó por la pendiente rocosa y fijó el rumbo hacia su cabaña.
Alrededor solo había quietud borrada por la corriente de aire, los turnos de vigilancia y guardias se habían reducido por lo que todos estaban en casa. El clan se paralizó por completo y eso los dejaba completamente vulnerables.
Pronto los demás notarían la falta de cuidado en las fronteras y quizá el clan de extraños en el este consideraría un acercamiento, por el clan Ice Daggers, no se preocupaban, de hecho ellos estaban dispuestos a colaborar con refuerzos para tareas de patrullaje, Derek no los consideró necesarios todavía, y Jessie no entendía por qué ahora se empeñaba tanto en permanecer independientes, cuando todo lo que necesitaban era ayuda, tiempo... Esa maldita cura.
Su solitaria casa se asomaba tranquila y sin alteraciones, ella recordó algo que tenía pendiente y el miedo trepó por su cuerpo, no estaba segura si realmente quería abrir su correo, podría no haber nada, o estar lleno de cosas decepcionantes... Su respiración tembló al ingresar, el polvo estaba en todas partes, la tierra fue acumulándose por todo este tiempo en que estuvo sola, abandonada. Jessie delegó las tareas de limpieza para después, ahora mismo necesitaba un descanso real.
Subió por las escaleras en caracol y se detuvo en el último escalón con su mirada en el suelo de madera barnizada, notó una muda completa de ropa, doblada con cuidado y paciencia, ubicada al lado de la cama doble. Ese detalle inusual quedó ofuscado cuando levantó la mirada, lo que vio era un espejismo, una alucinación, algo completamente sorprendente. Jessie se quitó las zapatillas en silencio, y caminó cuidando sus pasos mientras miraba fijamente al leopardo que dormitaba sobre su cama, justo del lado en donde ella solía dormir.
Sawyer tenía la cabeza gacha, su respiración amena, tranquila, ella no le había visto transformado, y de verdad... Era una maravilla que le hizo sentir orgullosa de que hubiera escogido su guarida para descansar. Con el aliento faltándole por la impresión de su tamaño, Jessie se sentó en la esfera hueca de mimbre que colgaba en una esquina del techo, y desde esa posición le observó.
Mentiría si negaba las veces en que se lo imaginó transformado, su curiosidad era más poderosa que ella, pero ahora, notaba que ni de cerca era como esas imágenes. Sawyer era robusto, el doble del tamaño de un cambiante leopardo común, su pelaje era una exótica mezcla de un dorado viejo y puntos negros, que en el lomo y costados se unían en manchas más grandes hacia la gruesa cola. Espeso y suave, el abrigo perfecto para jugar en invierno y correr y... Jessie tragó duro, recordó que Sawyer se veía a si mismo más como un botín de caza que como un cambiante, tenía su autoestima un poco baja hacia el maravilloso y único animal que vivía bajo su piel. Lo destrozaron tantas veces que su orgullo estaba hecho añicos, y ella había contribuido a eso, negando su reclamo tantas veces que ya había perdido la cuenta, despreciándolo, haciéndole menos hombre que sus compañeros de clan, solo por ese absurdo miedo de que alguien le viera como ella siempre había visto a Arif.
Oh... Jessie había cometido muchos errores, y no había tiempo suficiente para lamentarse.
En un momento, cuando ella echó hacia atrás la espalda, el soporte que unía el hilo de metal al asiento hizo un rechinido que despertó al animal de su sueño. Esos párpados al levantarse, revelaron dos esferas grises, como las nubes de la tormenta más furiosa que luego pasaron a ser un amarillo desvanecido.
El majestuoso leopardo de Amur bostezó abriendo sus fauces, mostrando esos largos colmillos y la áspera lengua rosada. Un gruñido bajo le movió todo el pecho. Incapaz de quedarse quieta, Jessie se levantó, pero al hacerlo Sawyer se movió.
—No —le detuvo—. Puedes quedarte.
Sentado, Sawyer enroscó la larga cola alrededor de sus patas y le miró mientras se acomodaba cerca. Así, parecía incluso más grande, poderoso, los felinos no se veían tan mal... Jessie había creado conceptos demasiado estúpidos alrededor de ellos... Sawyer pasó su mejilla por su hombro, la absurda marca posesiva le hizo reír y lo situó más cerca de ella, loba y humana estaban en sincronía como nunca antes y ella..., se sentía como en casa.
—Qué pasaría si...
Jessie acarició la barbilla del gran gato, y Sawyer, de manera automática, cerró los ojos y comenzó a respirar fuerte, amasando con las garras sobre el edredón color carmín. Sus garras apenas tocaban la tela, pero aun así dejaban marcas, a pesar de que el leopardo cuidaba de no arruinarlas. Jessie fue bajando la mano, él le siguió cual gato doméstico embelesado por la caricia.
—Supongo que ningún gato se resiste a esto —murmuró, cambiando su punto de atención a las redondas mejillas—. Eres hermoso —le dijo, ahora lo tenía rendido sobre su regazo, completamente, ido—. Maravilloso, fuerte, especial, único, y tan tierno...
Sintió el pecho llenarse con un sentimiento que le era demasiado conocido como para confundirlo con otra cosa. Sawyer giró, quedando de espaldas, con su vientre expuesto y la boca a medio abrir, sus ojos dilatados en un hermoso mar gris, el humano le veía detrás de ellos.
—¿Este es tu gran secreto..., lo que no quieres que nadie más vea?
Sawyer resopló.
—Oh vamos, no hagas eso. Eres realmente fascinante.
Volvió a tener su atención. Pero en vez de sucumbir a sus manos, Sawyer se sentó, lamió un poco el pelaje de su pata delantera y luego saltó al suelo, ahí se estiró arqueando su columna, rasgando el barniz que no pudo hacer nada contra la fuerza de sus garras. El leopardo de Amur le miró unos segundos y luego rodeó la cama yendo hacia donde había colocado su ropa.
Entre crujidos de huesos y carne moviéndose, Jessie contó los segundos que tardaba en regresar a su forma humana. Quince, era demasiado, los cachorros de uno a siete años tardaban apenas diez, eso le llevó a creer que había pasado mucho tiempo desde su última transformación. Jessie giró sobre la cama, apreciando la ancha espalda del hombre, esa cicatriz blanca en la base del cuello y luego el inesperado dibujo de tinta que le seguía... Tragó duro, Sawyer se colocó la ropa interior y el par de pantalones cargo color verde oscuro. Flexionó los hombros, la tinta acompañó sus movimientos, el dibujo... Era su dije, lo que la identificaba en el clan como líder de instructores, una luna en cuarto creciente con dos inscripciones sobre ella, una huella de lobo y una mano humana, símbolo de unión y apoyo, enseñanza y aprendizaje.
Ver eso le hizo sentir malditamente especial.
—Perdón —dijo Sawyer, Jessie desvió la mirada cuando se colocó la camisa negra sin mangas.
—¿Por qué?
—Por entrar a tu guarida sin permiso —respondió—. Yo..., necesitaba un lugar seguro donde cambiar.
—No importa, está bien. De hecho... Fue interesante verte transformado.
Una media sonrisa se asomó en su rostro, Sawyer se sentó junto a ella, el peso hizo la cama crujir.
—¿De verdad?
—Sí. —Jessie se humedeció los labios, sentía el cuerpo temblar por dentro—. Soy privilegiada —añadió—. Allá afuera todo el mundo cree que no hay leopardos de Amur, y yo tengo a uno justo aquí.
«Todo para mí» Pensó, pero esas palabras no alcanzaron a salir más allá de su mente. Le faltaba coraje para dar ese salto al vacío.
—¿Desde hace cuanto no cambias? —Preguntó.
Sawyer suspiró.
—Te diste cuenta.
—Sí.
Ella le tomó de la mano.
—Dos semanas antes de que comenzáramos a investigar.
—Dios Sawyer... Eso es casi un mes, ¿por qué tardaste tanto?
—No me sentía seguro, suelo hacerlo cada dos semanas, en mi casa.
Jamás al aire libre, pensó, porque tenía miedo de que le vieran... Pobre hombre, cuántos años viviendo así... Entre sombras... Castigándose, privándose de la hermosa sensación de correr en la naturaleza, sintiéndose como una presa..., perseguido y acechado por esos infelices. Jessie descansó su cabeza sobre su hombro, y ahí, envuelta por el salvaje aroma a manzanilla, cerró los ojos.
—Puedes cambiar aquí cuando quieras.
—¿En serio?
—Sí, no quiero que te pase algo malo.
«Quiero que seas libre» como ella lo era, Sawyer necesitaba sentirse un cambiante completo, andar a sus anchas por la tierra, rastrear, cazar, correr, observar la noche, la luna y las estrellas, dormir bajo el cobijo de la sombras proyectadas por los árboles, sentirse parte de algo mucho más grande, parte de...
Entonces, se dio cuenta que el futuro que imaginaba no estaría siendo posible, recordó lo que había sucedido, la agonía de Caleb, el dolor de Seth, la consternación de todo el clan, ese pequeño momento de paz se esfumó. Un temblor sacudió su cuerpo y el leopardo reaccionó, abrazándola.
—Tengo miedo —admitió, colocó una mano en su pecho—. Moriremos.
—No, no, Jessie... No pienses eso.
—Pero es verdad.
Sawyer le apretó contra su cuerpo, su corazón latía fuerte, ella sentía su miedo, tan grande como el suyo, y esto..., era la viva imagen de una pareja viendo sus últimos días, porque no importaba si se alejaban de todo el mundo, el virus les alcanzaría pronto.
El tiempo se estaba acabando...
Y a los ojos de los demás clanes, todo quedaría expuesto, el clan más poderoso cayendo por algo tan simple como una enfermedad... Olía a pánico, temor y caos avecinándose como la tormenta perfecta, y ellos dos estaban en el medio.
—Debe haber una forma de acelerar esto..., debe haber algo que hacer.
Jessie no respondió. No quiso pisotear esa minúscula esperanza que brillaba como la luz al final del túnel. Pero no podía dejar de pensar que la vida se les estaba escapando y vería morir a más seres queridos, Arif fue solo el principio, la punta del iceberg, y ella no estaba preparada para otro golpe más.
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