Especial Historia de Samantha y Samael
Pov. Narrador omnisciente
Cuando Samantha vio a Samael desvanecerse, fue rápidamente hacia él para ayudarlo, ella lo sabía, lo había sentido, ese demonio era su agne, su segunda pareja destinada, y no pensaba dejarlo morir, no solo porque si él moría, ella también lo haría, sino porque deseaba conocerlo y sentir el amor por una vez en su vida.
Como pudo lo llevó a su casa, una casa bastante vieja al lado del bosque, todos los habitantes del pueblo, pensaban que si los demonios decidían invadir la aldea, esa sería la primera casa en ser atacada, ya que era la más cercana al bosque en cualquier punto del pueblo.
Samantha lo llevó a la otra habitación que disponía la casa a parte de la suya, pues a pesar de ser agnes, ella no sentía correcto que estuviera en la misma habitación que ella, las costumbres humanas no lo veían con buenos ojos, y ella se había adaptado para encajar con esa especie, por lo que aceptaba sus costumbres como suyas.
Curó con cuidado las heridas que había en todo su cuerpo, dió gracias a la Diosa Luna porque solo las tuviera de cintura para arriba, pues la idea de quitarle los pantalones, la hacía sonrojarse y sentirse avergonzada y con pena, por lo que se alegraba de que solo tuviera heridas en su torso, espalda, brazos, y un par en la cara.
Una vez acabó de desinfectar y vendar sus heridas, lo cual no le resultó muy difícil ya que estaba acostumbrada a curarse a sí misma cuando estaba en la manada, salió del cuarto y preparó dos tazas de té, uno relajante para ella, ya que se sentía muy nerviosa por todo lo acontecido, y una de hierbas medicinales para su agne.
Se tomó el suyo, y dejó el otro té cerca del fuego para que no se enfriase, pues no sabía cuánto podía tardar en despertar. Decidió ir a verlo, tenía ganas de observarlo dormir, y no tenía pensado quedarse con las ganas, ¿qué mal podría hacer observarlo un rato dormido?, pensaba para infundirse ánimos.
Subió despacio las escaleras, dudando, por un lado quería verlo, y por el otro le daba mucha pena y vergüenza, pero al final dejó sus dudas e inseguridades a un lado, y se adentró al cuarto que ocupaba el demonio.
Nada más abrir la puerta y dar dos pasos, Samael se lanzó contra ella, aprisionandola contra la pared, y sujetándola por el cuello, lo cual dificultaba que ella pudiera respirar, por lo que cerró los ojos e intentó apartarlo mientras sentía que no llegaba suficiente aire a sus pulmones. Cuando sintió que no podía más, dejó de forcejear y abrió los ojos para ver a su agne una última vez antes de que él mismo la matara; pero no pasó.
En el mismo instante en que Samael vio sus ojos, algo dentro suyo se removió, no entendía el qué ni el por qué, solo sabía que esa chica frente a ella no era una amenaza, al contrario, supo que era la misma persona que lo había visto preocupada antes de caer en la inconsciencia, y quien probablemente le ayudó, así que la soltó.
Samantha cayó al suelo y llevó sus manos a su garganta intentando conseguir el aire que necesitaba para seguir viviendo, todo bajo la atenta mirada de Samael, que por primera vez en muchísimo tiempo, se sintió culpable por lo que había hecho, ella lo había ayudado, y él casi la mata.
-¿Te encuentras bien? - le preguntó Samael a Samantha cuando vio que empezaba a respirar con normalidad.
-Sí, tranquilo - dijo Samantha jadeando, aún le costaba un poco respirar.
-Eh, yo... - Samael no sabía muy bien qué decir, él hacía demasiados años que dejó de ser el joven bueno y que pedía disculpas si hacía algo malo - lo siento - dijo en un suspiro.
Samantha elevó la cabeza y lo contempló, era guapo, muy guapo, no podía negarlo, y lo que más le gustaba era esos raros ojos color miel; pero no era por eso por lo que le contemplaba, sino por el hecho de que le había pedido disculpas, se le notaba que estaba incómodo haciendo eso, pero lo había hecho, por lo que sin poder evitarlo, Samantha le sonrío con ternura.
Sin ella saberlo, esa sonrisa fue la perdición de Samael, esa sonrisa dulce, tierna e inocente, la misma sonrisa que ponían sus hermanas pequeñas cuando él metía la pata, se disculpaba y ellas le perdonaban sin dudarlo, ese gesto que para Samantha no fue nada, pero para él fue como retornar a cuando su vida era completa y se sentía feliz y pleno.
-¿Cómo te llamas? - le preguntó Samael un poco embobado.
-Samantha, ¿y tú?
-Samael.
Pasaron los minutos y Samael no sabía que más decir o preguntar, no estaba acostumbrado a eso, después de la traición de la que fue su primera y única novia, y la muerte de sus hermanitas, no había vuelto a interactuar con nadie, mucho menos con una chica, además de que, por alguna razón que él desconocía, la presencia de Samantha le ponía nervioso.
Por suerte para Samael, fue Samantha quien empezó la conversación al preguntarle si quería una taza de té, a lo cual dijo que sí, más por cortesía que por otra cosa, pues al ser demonio no comía ni bebía, y sabía que ambas cosas podían sentarle mal, pero no quería hacerle un feo, por lo que no dijo nada y se tomó el té mientras ella le sonreía.
Pasaron todo lo que quedaba de la tarde, más un par de horas por la noche, conociéndose, hablando acerca de sus gustos y cosas que les hacía felices, aunque en el caso de Samael eran cosas que le habían gustado en el pasado, hacía mucho tiempo desde la última vez que había hecho esas cosas, fue esa tarde cuando se dió cuenta de que había renunciado a lo que le hacía feliz, solo por un par de malas pasadas.
Cuando el viejo reloj marcó las 11 de la noche, se despidieron y Samael se fue con rumbo a su casa. A pesar de todo lo que habían hablado a lo largo del día, Samantha no había tenido el valor suficiente para decirle a Samael que era su agne, y explicarle lo que eso significaba y conllevaba, por lo que en la despedida solo quedaron como simples amigos, lo cual no agradaba mucho a ninguno de los dos, pero no dijeron nada.
Cuando Samael llegó a casa, su madre le estaba esperando, sus hermanos hacía horas que habían vuelto, y por supuesto contaron una historia muy diferente de la realidad, en la cual fue Samael quien les atacó por la espalda y sin motivo alguno; pero Samael no estaba para discutir, estaba alegre por primera vez en mucho tiempo, y no quería que se viera truncado por las mentiras de sus hermanos, por eso ignoró a su madre y se encerró en su habitación, solo quería que la noche acabara para poder ver otra vez a Samantha.
Al día siguiente, se fue por la ventana sin ser visto, sabía que si su madre le pillaba, pasaría horas discutiendo con ella antes de hacerla ver que lo que él había dicho era la verdad, y no quería perder tanto tiempo, quería volver a ver a su lobita, como la había denominado; por lo que se aseguró de salir del castillo y del reino sin que nadie lo viera, o al menos sin que nadie lo reconociera.
Por su lado, Samantha se levantó con una energía que nunca antes había sentido, el hecho de tener un agne como Samael la hacía muy feliz, no le importaba que fuera demonio, a su forma de ver, Samael era bueno, tierno y dulce, una descripción que encajaba con su antiguo ser, pero que en ese momento nadie a parte de ella lo consideraría así.
Cuando Samael llegó a casa de Samantha, ella ya no estaba, hacía un rato que se había ido a trabajar, y aunque él no sabía eso, imaginó que estaría por algún lugar del pueblo, por lo que empezó a buscarla. Iba a donde iba, las mujeres del pueblo se le quedaban viendo, ninguna podía imaginarse que era un demonio, solo veían a Samael como un chico muy guapo y de dinero, pues las ropas que llevaba se notaban que eran de un material bueno como el algodón o la seda.
Aunque nunca lo reconocería en voz alta, se había puesto esa ropa para impresionar a Samantha, le molestaba no saber lo que le pasaba cuando estaba con ella. Por un lado se sentía cómodo y feliz con ella, pero por el otro aún estaba ese recelo a las mujeres, ese miedo a que le volvieran a dañar, aunque sentía que con ella eso no iba a pasar.
-Hola guapo - dijo alguien a su lado.
Samael volteó y se encontró con una mujer muy bella, ricamente vestida y que le miraba con una sonrisa “coqueta” y una mirada lasciva. Samael al ver a la mujer le dió asco, le recordaba a su exnovia, una mujer bella, pero falsa e interesada; además de que, desde su punto de vista, Samantha era más hermosa, pues tenía una esencia pura que lo atraía sin ningún esfuerzo.
-¿Eres nuevo en el pueblo?, jamás te había visto, ¿necesitas que te guíe a alguna parte del pueblo?, si lo que quieres es hablar con el alcalde del pueblo, te puedo llevar, al fin y al cabo soy su hija - aunque la mujer intentaba mostrarse “amable” con Samael, para él su actitud era patética.
-No gracias, solo estoy buscando a mi novia - dijo con el semblante serio, pero tuvo que contenerse de mostrar una sonrisa al ver el cambio en el rostro de la mujer.
-Oh - dijo claramente decepcionada, pero rápidamente se recompuso - disculpe la pregunta, pero, ¿cómo es que un hombre de su clase ha traído a su novia a un pueblo tan humilde como este?
-Ella vive aquí, hace poco que nos conocimos y empezamos a salir, ella no sabe mi posición - dijo sin entrar mucho en detalle, aquella mujer le estaba molestando, él quería verla, y ella solo hacía que estorbar.
-Tal vez yo te pueda ayudar a buscarla.
-No es necesario, muchas gracias - dijo intentando no hacer notar su molestia - si me disculpa, me tengo que ir, buen día.
Samael no esperó a que aquella mujer respondiera y se fue; estaba molesto, él había ido a ver a la chica que le rescató y fue buena con él, y una mujer interesada lo había retrasado. Pero la mujer había sacado un tema que le hizo pensar, era probable que ella no se diese cuenta de su clase el día anterior por lo estropeada que estaba su ropa, pero si iba así vestido, estaba claro que se daría cuenta de su posición, o al menos se figuraría que no era un demonio más, por lo que antes de verla, decidió ir a una tienda y comprar ropa sencilla que lo hiciera pasar por una persona de nivel medio.
Una vez listo, siguió su camino para encontrar a Samantha, no veía el momento de estar con ella, a esa mujer le había dicho que era su novia, a pesar de saber que solo eran amigos, no estaba muy seguro de porqué había dicho eso, si para que lo dejara en paz y no intentara ligar con él, o porque en realidad le gustaría que fuese así, que Samantha fuera su novia.
Después de casi una hora buscando, y más mujeres mirándolo, ya que, aunque se había quitado sus ropas sofisticadas, su aspecto físico seguía siendo inmejorable, además de que ya no le quedaba ni una sola herida en su cuerpo, se había curado más rápido de lo que pensaba, y creía que era debido a los cuidados de Samantha, algo que en parte era cierto; consiguió encontrarla en la cantina del pueblo.
Ella al principio no se percató de su presencia, los agnes no tienen ningún olor destacable, además de que andaba algo distraída yendo de un lado a otro sirviendo a los clientes, por lo que Samael se quedó un rato observándola, antes de sentarse en una mesa a esperar a que ella le fuera a atender.
-Buenos días, ¿qué desea tomar el caballero? - dijo con monotonía, dando a entender que esa frase la repetía mucho.
-Lo que tú me recomiendes - fue entonces cuando se dió cuenta de que se trataba de Samael, por lo que se sonrojó de vergüenza por no haberlo notado cuando solo hacía falta mirarlo a los ojos para saber quién era.
-¿Te apetece una cerveza?
-Me vale si luego puedo hablar contigo - Samantha sonrió inconscientemente, le hacía ilusión que su agne quisiera estar con ella.
-Lamento decir que mi turno no acaba hasta el atardecer.
A Samael no le hacía gracia tener que esperar tanto, pero entendía que para ella el trabajo fuera importante, por lo que solo asintió y esperó a su bebida. La verdad era que no le interesaba para nada, hasta que la conoció a ella, nunca había comido o bebido nada que no fuera sangre, y aunque el té que le dió le gustó, la cerveza no, lo consideraba una bebida muy agria, y le recordaba a los humanos borrachos que había matado bebiendo su sangre.
Una vez que terminó la cerveza, pagó y se fue a la tienda de ropa donde había dejado su antigua ropa, la cogió y se fue de vuelta a su casa, como no sabía qué hacer hasta el atardecer, pero sí sabía que aún tenía una conversación pendiente con su madre, decidió hablar con ella después de cambiarse de ropa, pues no quería que su madre supiera nada sobre Samantha, ni que sospechara nada.
Cuando el atardecer llegó, Samael ya había acabado de hablar con su madre, y ella por fin lo había creído, aunque la verdad era que le había creído desde el principio, pues sabía cómo eran sus hijos, pero necesitaba estar segura; por su parte, Samael necesitaba más que antes estar con Samantha, se encontraba molesto y exhausto mentalmente por la conversación con su madre, necesitaba tranquilizarse, y sabía que la única que podría hacerlo era ella.
Se cambió de ropa rápidamente, y se fue a la casa de Samantha sin que nadie se diera cuenta. Allí estuvo hasta las once, la hora en la que Samantha se iba a dormir, hablando con ella, disfrutando de su compañía, en ningún momento le comentó lo que había pasado esa mañana con la mujer que decía ser la hija del alcalde, no lo creyó necesario.
Al partir se despidió de ella con un beso en la mejilla, acto que hizo que se ruborizara, ese tipo de actos entre los humanos solo era permitido entre casados, o en todo caso personas prometidas, y aún así se le consideraba un acto íntimo que no era muy apropiado hacer en público por personas no casadas.
El tiempo fue pasando, y su relación cada vez era mejor, debido al trabajo de Samantha, no podían estar mucho tiempo juntos, pero intentaban aprovecharlo al máximo; además, Samael le había pedido que fuera su novia, y ella le había dicho que sí, fue entonces cuando Samantha le contó que eran agnes y todo lo que ello conllevaba, pero a Samael todo eso le importaba poco, lo único con lo que se había quedado, era que estarían siempre juntos y no habría infidelidad por medio.
Su relación no era un secreto para el pueblo donde vivía Samantha, pero sí lo era en la vida de Samael, él no se lo había dicho a nadie, ni siquiera a su madre, con la cual había mejorado su relación junto a su hermana desde que salía con Samantha, un cambio en él que agradecieron las mujeres de la casa, pero que para los hombres no significaba nada, pues Samael seguía tratando a su padre y a sus hermanos como en las últimas décadas.
Entonces llegó el día de las fiestas del pueblo, Samantha había pedido ese día para tenerlo libre y pasarlo junto a Samael, mientras que Samael se salió del reino como si nada y sin pedir permiso a nadie, no le interesaba, y tampoco le importaba, ni siquiera a su padre le daba explicaciones a pesar de ser el rey.
En la fiesta estuvieron bailando hasta que la lluvia la detuvo, por lo que ambos fueron a la casa de Samantha, aunque a ella no le hacía mucha gracia, salvo cuando lo ayudó, él nunca había estado en ella, pues siempre se la pasaban en el límite del bosque, donde nadie pudiera verlos ni oírlos.
Se pasaron toda la tarde hablando, la noche llegó y aún Samantha no había probado bocado desde el desayuno, había estado tan cómoda con él, que ni había comido, ni había cenado, realmente no tenía mucha hambre, pero sabía que tenía que comer para no estar débil al día siguiente, por lo que le preguntó a Samael si quería cenar.
-No gracias, los demonios no comemos como tal - le dijo sin moverse de la silla del comedor.
-¿Y eso? - preguntó curiosa.
-Los demonios tenemos distinta - dijo y se quedó pensando - alimentación - dijo no muy seguro.
-¿Entonces de qué os alimentáis?
-Eso depende del rango del demonio.
-Ah, ¿y tú de qué te alimentas?, ¿de qué rango eres?
Samael se quedó callado y evitó mirarla en todo momento, lo cual se le hizo muy raro a Samantha, nunca antes lo había hecho, era el típico chico que decía lo que pensaba sin pensarlo dos ni medir las consecuencias, por eso que estuviera callado no le daba muy buena espina; lo que ella no sabía era que su silencio era fruto del miedo, miedo de que ella se alejara de él al saber la verdad.
-¿Samael? - preguntó y él suspiró.
-Si te lo dijera, te asustarías - dijo derrotado.
-No lo haré, confía en mí - le dijo con una ligera sonrisa, y él la miró inseguro.
-Me alimento de sangre - dijo esperando lo peor, pero al ver que ni se inmutaba, se alivió.
-Vale, no hay problema, no veo porqué debería tener miedo - dijo segura - ¿y de qué rango eres? - todo el alivio que mostraba antes, desapareció de un plumazo ante esa pregunta, la cual le daba más miedo de responder que la anterior.
-No me obligues a decirlo, por favor, no quiero perderte - dijo aterrorizado.
-¿Y si yo te digo el mío? - dijo algo insegura y nerviosa, y él la miró.
-Eres roguer - dijo confundido.
-No siempre lo fui - dijo muy nerviosa.
-¿Qué pasó? - preguntó curioso.
-No es algo de lo que me guste hablar, pero hagamos algo, yo te cuento lo mío, y tú me cuentas lo tuyo, ¿de acuerdo? - dijo con una pequeña sonrisa para animarlo.
-Sabes, hay una frase que mi abuelo siempre le decía a mi abuela, y creo que es ahora cuando la entiendo - le dijo con una sonrisa cálida.
-¿Cuál?
-Podría estar en el mismísimo infierno, que si es a tu lado, sería el mejor de los paraísos.
-¡Qué bonita!
-Así es - coincidió él.
Realmente él nunca había conocido a sus abuelos, pero había oído a su madre comentar esa frase cuando era pequeño y le contaba historias de sus abuelos, él no entendía esa frase, hasta ese momento, le daba igual dónde estuviera, si estaba con Samantha, le parecía un lugar agradable, pues la mera presencia de ella, le tranquilizaba, lo hacía feliz.
-¿Quieres que empiece yo? - le preguntó Samantha a Samael, el cual se había quedado ido en sus pensamientos.
-Eh, sí.
-Vale - dijo nerviosa, aunque intentó disimular - pues yo crecí en la manada Blue Moon, supuestamente el alpha me encontró en los límites de la manada, todos me consideraban una omega, ya que el futuro alpha lo había dicho, sufrí de burlas en el colegio y de maltratos en la casa - dijo y soltó un suspiro.
Le dolía, le dolía recordar todo lo que había vivido en esa manada, eran muy escasos los recuerdos felices que tenía. Por su parte, Samael estaba furioso, oír que trataban mal a alguien tan buena y hermosa como Samantha le cabreaba, le daba ganas de ir a esa manada y acabar con todos los que la habían hecho sufrir.
-Cuando cumplí 16 años y tuve mi primera transformación, me di cuenta que mi loba no era omega, era casi tan grande como un alpha - dijo y miró a Samael para ver su reacción, pero él solo se mostraba serio, aunque por dentro hervía de ira - entonces supe la verdad, soy el fruto de la infidelidad del alpha, por eso nunca me quiso y me trató tan mal - dijo y guardó silencio unos segundos - poco tiempo después mi medio hermano tomó el puesto de alpha, y poco después de eso, cuando yo a penas tenía 18 años, me acusó de un crimen que no había cometido y me desterró.
Pasaron varios minutos en completo silencio, Samantha con cada minuto que pasaba, sentía que se derrumbaba más, pues pensaba que su silencio era algo malo, cuando en realidad era que Samael no decía nada porque si lo hacía, sería gritando y querría ir a matarlos por lo que le habían hecho a la mujer que amaba, porque sí, lo sabía, sabía que la amaba aunque no se lo hubiese dicho.
-Yo - dijo y suspiró, le tocaba a él contar su historia, pero lo que más le asustaba era lo primero que tendría que decirle - soy un príncipe de los demonios - dijo finalmente.
Samantha se le quedó mirando, no podía creer lo que le había dicho, ella había oído hablar sobre los príncipes de los demonios, demonios despiadados y crueles que no dudaban en matar a alguien por la más mínima tontería, sobre todo el pequeño, el más sanguinario, y no podía creerse que él fuera uno de ellos.
-Cuando era pequeño, yo era como me ves ahora tú, sonriente, alegre, muchos me consideraban un blando, pero nunca me importó - dijo e hizo una pausa - luego nacieron mis hermanas pequeñas, ellas eran mi adoración, me la pasaba siempre con ellas - siguió y luego apretó los puños - entonces la conocí a Ella, era la demonio más hermosa que existía, y yo como un completo idiota me enamoré - oír eso puso triste a Samantha - lo que no sabía era que era una zorra disfrazada de demonio - oírle decir eso la sorprendió, no imaginó que hablaría así de ella - me era infiel casi todo el rato, me peleaba con mi madre y a penas estaba con mis hermanas por ella, y cuando descubrí la verdad huí, sin saber que los vampiros atacaban el reino y que mis hermanas murieron al estar indefensas ante el peligro.
Samael giró la cara y vio el rostro de Samantha, ella mostraba tristeza y sorpresa, tristeza por todo lo que le estaba contando Samael, y sorpresa por ver sus ojos empañados de lágrimas, jamás imaginó verlo así, él, que siempre se había mostrado serio o alegre, estaba a punto de llorar por los recuerdos de su pasado.
-Nada volvió a ser lo mismo - dijo con un nudo en la garganta que no le permitía hablar bien - todo lo bueno que había en mí se esfumó, las únicas que me importaban eran mi madre y mi hermana, pero nuestro trato se volvió más gélido, ya no me importaba nada - dijo y no pudo evitar romper en llanto - no me enorgullezco de lo que he hecho estas últimas décadas, pero tampoco me siento mal por ello, me convertí en el ser que mi padre siempre quiso que fuera, solo que peor.
Samantha no podía contener las lágrimas, aunque su pasado era triste, consideraba que el Samael era peor, por eso no dudó ni dos segundos en abrazarlo. Él la abrazó con fuerza mientras dejaba que las lágrimas cayeran, le dolía pensar en su pasado, en todo el dolor que le ocasionó esa mujer, y la muerte de sus hermanas, muerte que consideraba que era su culpa, su culpa por no haber estado ahí para protegerlas.
Esa noche ambos se abrieron por completo, dejaron al descubierto todas las sombras que les acechaban, las cuales se disipaban con la presencia del otro; no hacía falta decir nada, ese gesto tan simple bastaba, un abrazo podía llegar a ser la llave para liberar todo el dolor de sus corazones, y eso era lo que estaban haciendo, dejar ir todo lo malo, para así dejar entrar todo lo bueno.
-Gracias por no juzgarme - le dijo Samael a Samantha.
-Gracias a ti por aceptarme - le respondió ella.
Esa noche se volvieron uno, unieron sus cuerpos y sus almas para siempre, no había dudas entre ellos, no había secretos, solo amor y sentimientos a flor de piel; esa noche Samantha quiso marcarlo, y Samael aceptó feliz de pertenecer a la que a sus ojos, era la mujer más hermosa y buena del planeta.
Los meses fueron pasando, el amor entre ellos creció, incluso se casaron por la ley de los humanos; y lo que era más importante, habló de ella a su madre y a su hermana, las cuales estaban felices por él, aunque a su padre no le hizo gracia que se uniera con una loba, pero Samael pasó de él, nada de lo que le dijeran él o sus hermanos le importaba, solo le importaba la opinión de las dos mujeres, a parte de Samantha, que más amaba en el mundo.
Justo cuando ellos eran más felices, y hasta se estaban planteando tener un hijo, la vida volvió a darles una mala pasada. Paxton había estado buscándola desde poco después de que la desterrara, y después de tanto tiempo, la había encontrado junto a Samael, algo que le había asqueado enormemente, no permitiría que la bastarda, como él la denominaba, estuviera con un demonio, su existencia ya era bastante deshonrosa como para añadirle eso.
Paxton atacó a Samael por la espalda con la intención de matarlo, pero Samantha se interpuso y peleó contra él, no iba a dejar que arruinara su vida otra vez, no iba a permitirle matar al hombre que amaba; por eso luchó a muerte contra él sin importar las consecuencias.
En medio de la pelea, Paxton le clavó una daga de plata en el vientre, por lo que Samael no dudó en arrancarle la cabeza, pero eso no evitó la muerte de Samantha, la cual murió en brazos de su agne, su gran amor. Samael, con el corazón destrozado por la muerte de la mujer que amaba, se adentró en el bosque y nunca nadie pudo encontrar sus cuerpos, pero era claro que él murió a las pocas horas de la muerte de su amada, pues así funciona el vínculo de agnes, muere uno, mueren los dos, y el tiempo entre ellos es más corto cuanto mayor es el vínculo, y el suyo era muy fuerte.
La madre de Samael se enteró de la triste noticia, le partió el corazón saber la muerte de su hijo, pero no dejaría que su existencia cayera en el olvido. Ella misma se puso a escribir un libro, un libro donde contaría la hermosa y trágica historia de estos dos amantes, así se creó el libro de “El demonio y la omega”, libro muy popular entre los demonios jóvenes incluso en el día de hoy.
Sus almas, después de estar separadas por mucho tiempo en el limbo, y de haber vuelto al mundo a través de dos jóvenes que compartirían su historia, son felices, pues saben que esta vez el amor ha triunfado, y que tarde o temprano se encontrarán en la otra vida, donde nadie pueda separarlos de nuevo.
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Hola, siento haberme tardado tanto en publicar este especial, pero entre que no me sentía con muchas ganas, el poco tiempo que tenía disponible, y lo largo del especial, pues esto es lo que hay, espero que os haya gustado este especial súper largo (4621 palabras).
Una cosa más, ¿cuál queréis que sea el próximo especial?, ¿la historia de Luther o la boda de Carson y Mazikeen?, hasta el próximo especial.
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