Capítulo 34: Noche Buena
El día de la víspera de noche buena había comenzado con temperaturas gélidas y paisajes grisáceos para el pueblo de Pennston. Una brisa matutina abrazaba a Baek y Ruth, que a las once de la mañana se encontraban de pie frente a una clínica de abortos ubicada en las lejanías del pueblo. Ambos chicos vestían con enguatadas cubiertas por chaquetas de tela gruesa, bufandas protegiendo sus cuellos, pantalones y botas que no dejaban a la vista ni un centímetro de su piel. Sin embargo, de esa mañana lo que menos les atormentaba era el frío, sino la embarazosa decisión que debían tomar.
¿Cuál de los dos entraría a la clínica para pedir información?
—Ruth, Cosa debes entrar tú, eres la embarazada aquí. —insistió observando el vapor salir por su boca.
—¡Pero tú también eres el padre! —espetó y el chico volvió a bufar rodando los ojos, ya era la tercera vez que le decía lo mismo.
—Yo no soy quien va a abortar, vas a tener que pasar a esa clínica quieras o no. Deja de comportarte como una niña Ruth. —refutó y ella se llevó las manos a la cabeza con desesperación.
—Igual podrías entrar tú primero e informarme después. —le dedicó una mirada suplicante tomando sus manos.
—Dime una cosa Ruth, ¿no quieres entrar porque te da vergüenza? ¿tienes miedo de cómo te miren los demás cuando sepan tu edad? —inquirió en un tono cauteloso para no herirla.
La mirada de la peliroja se descompuso en un instante, había dado justo en el clavo de sus inseguridades por lo que esta intentó esconder la respuesta a su pregunta apartando su rostro. Sin embargo, Baek tomó su mentón dejándola sin escapatoria, con la luz de sus ojos ámbares intentó eliminar esos pensamientos negativos que la atormentaban.
—¿Quieres saber algo Cosa? —La susodicha asintió en medio de un sollozo—: yo también me siento avergonzado... me da pánico solo de pensar en todas las clases de miradas incómodas que nos van a dedicar los adultos cuando sepan lo que hicimos —tragó en seco y cerró sus párpados por un segundo mientras ella buscaba refugio en su mirada—; pero Ruth la única solución es entrar juntos y con la cabeza en alto a esa clínica porque a final de cuentas, esa pequeña parte de mí que llevas en tu barriga significa también que hemos sido felices con lo que hemos hecho.
Un jadeo proveniente de su pecho atravesó sus labios justo después de su última palabra, las cosas que acababa de decir eran demasiado fuertes incluso para él; mientras que para Ruth, escuchar eso era exactamente lo que necesitaba para esclarecer su mente. Entonces, una fuerza desde su interior la hizo abalanzarse sobre el peliblanco encerrándolo en un cálido abrazo. Una vez que se separaron, fueron capaces de dar los primeros pasos para cruzar la calle y entrar a la dichosa clínica, que más que una clínica significaba un reto. Habían olvidado respirar hasta que atravesaron las puertas y se dieron cuenta que no había nada por lo que temer, no se convirtieron en el centro de atención ni recibieron miradas de rechazo. Todo a su alrededor era absolutamente normal; asientos en la sala de espera; mujeres leyendo revistas; algunas con barrigas; otras reían con sus acompañantes; enfermeras inmersas en su trabajo. A decir verdad el lugar era acogedor, los colores pastel y los pósters con imágenes de parejas felices convencían a cada chica de que se encontraban en un lugar seguro.
Ambos captaron a la misma vez el objetivo principal: acercarse a la recepción, hacer las preguntas adecuadas para agendar una cita de aborto. Baek comenzó a dar zancadas mientras que la pelirroja solo avanzaba con pequeñas pisadas. Se quedaron de pie del otro lado de la recepción esperando a ser atendidos por la mujer trigueña con uniforme de enfermera, sin decir ni una sola palabra, solo la observaban atentamente. Dicha señora frunció el ceño al notar la presencia de dos chicos tan jóvenes en aquel lugar, se sintió intrigada por sus profundas miradas así que concluyó su llamada telefónica para entonces acercarse a ellos apoyando sus codos sobre la barra. Estos retrocedieron unos centímetros al sentirse intimidados con la proximidad con que se colocó la susodicha.
—Disculpen criaturitas, ¿qué les trae por aquí? —cuestionó en un tono curioso mientras los analizaba con su mirada.
Los chicos titubearon por un momento.
—Eh... queríamos saber cómo se puede agendar una cita para a-abo-abortar. —Baek fue el primero en hacer el intento.
Dicha mujer alzó una ceja sin apartar sus inquisitivos ojos— ¿Perdón? —pronunció sin poder procesar lo que estaba pasando en ese instante.
—Queremos un turno para un aborto, al igual que el resto de las mujeres que hay aquí. ¡Simple! —intervino Ruth perdiendo la paciencia.
—Oh, pobre angelito... —insinuó esta dedicándole una expresión de lástima—: Aquí las mujeres no vienen solo a abortar, sino también a atender sus embarazos. Además, te explicaré niña, conseguir un aborto no ocurre de la noche a la mañana. Antes de darte la confirmación debes ser atendida por varias consultas previas para que después los médicos decidan si puedes pasar ese proceso —Ambos chicos se miraron con preocupación—. El primer requisito es tener menos de seis semanas de embarazo, o de lo contrario ya perdiste la oportunidad... —La pelirroja enserió su rostro y respiró profundo por los nervios que le provocaba escuchar eso—: ¿siquiera saben cuánto tiempo llevan de gestación?
El tono replicante de la enfermera les hizo dudar de su respuesta, aunque a decir verdad no sabían de cuántas semanas era su barriga. Los jóvenes prefirieron no contestar a semejante pregunta para evitar ser juzgados aún más, así que continuaron a la siguiente interrogante:
—Entonces... ¿cómo puedo conseguir que me atiendan los doctores para que me realicen los análisis? —inquirió la chica con los ojos apenados incapaces de mirar al frente—. Algo que sea rápido, por favor. —añadió en un susurro y Baek le tomó la mano con discreción.
—Cuando traigas a tus padres y ellos den el permiso podré gestionarles una cita. —dijo de forma rotunda y segura, frase por la que Ruth no pudo evitar abrir los ojos como platos.
—Pero nosotros no somos menores de edad. —mentir fue la última carta de Baek.
—Oh, ¿no? ¿en serio? Entonces, supongo que no tendrán problema con mostrarme sus identificaciones ¿verdad? —alzó una ceja con ironía mientras extendía la palma de su mano frente a ellos—. Es solo para confirmar.
El peliblanco le refutó con una mirada de enojo, sabía que eso fue un acto de provocación porque esta no creía en sus palabras. El chico salió de sus pensamientos al sentir un pequeño apretón en su mano, al voltear se encontró con el decepcionante rostro de Ruth, suplicando porque se marchasen.
—Olvídalo Baek, ya vámonos. —murmuró intentando no ser escuchada por la enfermera que no les quitaba el ojo de encima.
Este suavizó el semblante y asintió, miró por última vez a la mujer trigueña antes de jalar a su chica de la mano en dirección a la salida. Caminaron a prisas hasta llegar a la motocicleta del peliblanco que esperaba del otro lado de la calle, estaban a punto de colocarse los cascos cuando una idea desesperada interrumpió en la mente del susodicho.
—Debemos contárselo a mi madre. —espetó.
—¿Qué? —emitió la chica en un tono seco sin entender el repentino comentario de su amigo.
—Ruth, Cosa, solo lograremos salir de este problema con la ayuda de los adultos. Mi madre es la única que estaría dispuesta a salvarnos el pellejo sin juzgarnos hasta la eternidad. —explicó sus intenciones que para los oídos de Ruth sonaban disparatadas.
La pelirroja frunció el ceño haciendo un completo mohín con su rostro, no hallaba lógica en sus palabras. Ambos dejaron los cascos de vuelta en la moto para así continuar con la conversación.
—A ver... hay ciertas cosas de las que parece que yo no me he enterado —insinuó levantando su dedo índice para enumerar—. Primero, ¿desde cuándo le llamas «Madre»? Segundo, ¿por qué razón la Sr Gea, Magnate Corazón de Hielo, se apiadaría de nosotros tan benévolamente? —cuestionó con total desconfianza.
Baek soltó un suspiro profundo y aferró su mirada con la de ella para entonces decir:
—Supongo que todo hielo llega a derretirse un día...
Ruth asintió al escucharlo y su semblante cambió a uno de reflexión— Si lo dices así imagino que el de Gea ya se derritió.
El chico sonrió ampliamente mostrando cierta paz a través del brillo de sus amarillentos ojos, esta supo interpretar esos sentimientos. Así que sin más que cuestionar paseó su mano cubierta por un guante de felpa sobre el helado rostro del peliblanco queriendo darle apoyo con esa casta caricia. Las palabras sobraron, por tanto, manteniendo ese silencio ambos finalmente se montaron en la motocicleta para conducir camino a casa.
•••
El trigueño atravesó las puertas de la Iglesia con su típica actitud relajada, silbando y con sus patines lineales colgando de su hombro. Pasó de largo todos los extensos asientos vacíos. Denzel debía de colaborar con el padre Fred para los preparativos de Noche Buena y luego la celebración del nacimiento del niño Jesús. A falta de una familia para pasar las festividades, pues no le quedaba otro remedio que acompañar al padre Fred todos los años. A su alrededor no se encontraba ni uno solo de los miembros del clero que residían allí, por lo tanto aprovechó para santiguarse y susurrar un «Padre Nuestro» frente al altar, sin embargo, se vio interrumpido por una voz suave que venía desde su izquierda. Al voltear se encontró con la pequeña figura de una de las novicias. La joven chica se encontraba de pie en la puerta que conectaba el salón con el jardín trasero, esta le llamó por su nombre sin atreverse a alzar su mirada ni separar sus manos que permanecían unidas y jugando con sus dedos de forma nerviosa. Denzel se enterneció con la imagen tan pura que brindaba la chica, juraría que con solo entonar su voz la podría hacer temblar en el lugar.
—¿Sabes dónde se encuentra el padre hermanita? —preguntó con confianza y dando ligeros pasos hacia ella.
—Es hermana, no hermanita... —rectificó la chica con su mirada clavada al suelo, mientras que él chasqueó la lengua y se encogió de hombros sin darle importancia a la diferencia de conceptos—: El padre Fred me envió para guiarlo hasta el salón donde estamos organizando las primeras decoraciones. —El trigueño se posicionó a un paso de distancia con la chica.
—Deberías de mirarme a la cara cuando hablas, que mi atuendo no te intimide, yo no muerdo. —expresó este con insistencia, le daba ansiedad ver los nervios de la pobrecilla.
Entonces la joven novicia levantó el mentón, sus ojos avellanas se mostraban apenados y sus mejillas se tornaron rosadas. Denzel analizó su rostro por un segundo y al caer en cuenta dejó escapar de sus labios una exclamación de asombro y sonriendo añadió:
—No tienes miedo de que te muerda sino de que te vuelva a robar un beso como la vez pasada que estuve aquí. —adivinó.
La susodicha enrojeció como un tomate y giró sobre sus talones dándole la espalda a este mientras comenzaba a dar pasos acelerados adentrándose en el pasillo exterior que rodeaba la fuente del jardín. Denzel fue tras ella con diversión y la tomo del hombro evitando que huyera.
—Finjamos que eso nunca pasó, solo sígame hasta el siguiente portón. —sugirió ella sin perder la prisa.
—Detente hermanita, no tienes porqué sentir vergüenza, solo fue un pico sin importancia. —trató de aminorar el asunto.
Esta volteó y le dedicó una mirada de insulto— ¡Para mí sí tuvo importancia! —espetó enojada para luego continuar con su camino.
—Oh Dios, fue tu primer beso, ¡disculpa hermanita! —La asió del antebrazo con delicadeza, ya se estaba agitando de caminar a trompicones detrás de ella—. Te pido disculpas, de verdad, no lo hice con malas intenciones, solo fue por la emoción del momento. —se excusó siendo él quien sentía vergüenza ahora.
La novicia se detuvo un tanto atormentada— En primer lugar, no me tutee más, es irrespetuoso. Usted y yo no nos conocemos de nada —zanjó—. Y por último, ¿cómo se le ocurre robarle un beso a a una novicia? Estoy preparándome para ser monja y poder entregar mi cuerpo a Dios, ¿es consciente de cuánto me afecta lo que usted hizo solo por una emoción del momento? —Este se sintió culpable tras escuchar sus palabras. Denzel abrió y cerró la boca como un pez intentando encontrar las palabras adecuadas para disculparse.
—Tienes toda la razón, lo siento muchísimo —admitió cabizbajo—. Comencemos de nuevo, mi nombre es Denzel Fox. —Extendió su mano para presentarse oficialmente con la chica.
—Nayomi Gómez. —respondió tomando su mano con inseguridad.
—¿Ves? No soy tan terrible como pensabas. —ambos sonrieron compartiendo sus miradas.
—No sabía que también creías en Dios, nunca te había visto rezando. —mencionó la joven con un carácter mucho más positivo que el de unos segundos atrás.
—Ah, eso... mi relación con Dios es muy personal y discreta, no tengo nada que ver con la religión. —aclaró sus ideales y ella se limitó a asentir.
—Bueno, ¿vamos a ayudar con las decoraciones? —propuso sonriente mientras señalaba en dirección al portón del otro lado de la fuente.
—Claro, el padre Fred debe de estar preocupado por ti, sola con mi compañía. —comentó Denzel.
Los dos jóvenes rieron caminando uno al lado del otro y las pequeñas aves del jardín cantaban al ritmo de sus pasos siendo así los únicos testigos de una nueva amistad.
•••
El veinticuatro de diciembre llegó al pueblo acompañado con la primera nevada del invierno y las temperaturas amenazaban con ir bajo cero. Ruth despertó cuando el reloj marcó las once de la mañana, por un momento se quedó observando el techo para analizar el día ajetreado que le esperaba, aunque en realidad le esperaban quince días tortuosos ya que oficialmente estaba de vacaciones por navidad y sus padres tenían todo un itinerario listo sin ningún cabo suelto. Con pereza se colocó frente a las puertas de cristal del balcón observando con detenimiento la elegante lentitud con que caían los copos de nieve. Había llegado la temporada favorita de la familia Quinn. Sin embargo, la pelirroja no se lograba contagiar con los mismos ánimos, la criatura en su interior no se lo permitía, pero por otro lado, la idea de que pasaría esa Noche Buena junto a la familia Demon la obligaba a sonreír como una romántica empedernida. Desde su habitación se escuchaban los pasos de sus padres de un lado a otro, de seguro ya estaban preparando las decoraciones, así que sin más demora se dispuso a vestirse con algo decente para unirse a las tareas de la casa.
Habían transcurrido alrededor de tres horas cuando los Demon's tocaron a la puerta haciendo que Ruth pegase un respingo de exaltación, había estado contando los minutos para escuchar ese timbre. El peliblanco y su remilgada madre esperaban en el porche de la entrada, el cual lucía un muñeco inflable de Santa y luces bordeando el lugar, todo lo suficientemente visible para que cualquiera que pasase por esa calle supiese que allí vivía una familia con espíritu navideño. Estos traían consigo una botella de vino espumoso, una cesta con diferentes tipos de dulces y por último un ramo de orquídeas naturales.
—Baek, si me empalago con la cursilería de Stella y su marido panzón, evita que termine diciendo alguna grosería. —advirtió Gea acomodando su blanquecina cabellera antes de ser recibida.
Este formó una sonrisa ladeada— Haces que parezca que el adulto soy yo. —opinó negando con la cabeza.
—Lo siento hijo pero Stella siempre ha sido demasiada azúcar para mi café negro. —respondió observando el diseño de sus largas uñas.
—Tú solo sonríe y asiente, tienes prohibido arruinar este día, ¿entendido? —cuestionó intentando sonar amenazante.
La susodicha solo bufó y rodó los ojos para luego fingir una sonrisa torcida cuando la puerta se abrió mostrando al matrimonio Quinn, los cuales recibieron a sus invitados con ampulosa amabilidad, y ni hablar del espectáculo que montaron. Los dos señores vestían con suéteres de rayas rojas y verdes acompañado de unos gorros de cascabel; entonces con par de silbatos y campanitas cantaban villancicos. Gea tragó en seco cuando Stella se le acercó para abrazarla, ella no estaba adaptada al contacto físico así porque sí, no le quedaba de otra que ceder ese día y aprender a experimentar cosas como el afecto y la felicidad. Baek fue tratado con más cariño aún, estos le pellizcaron las mejillas como si de un niño se tratase, ¿ya he dicho que lo querían como a un hijo? Una vez dentro de la casa la rubia puso los ojos en blanco intentando no sentirse mareada con todas las decoraciones navideñas de colores verde y rojo; había un árbol con sus bolas, una estrella y colas de gato plásticas; luces de colores que recorrían las paredes junto a las guirnaldas; coronas imitando las ramas de los árboles; mantel en la mesa y fundas en las sillas; incluido un pequeño tren con los colores de la ocasión perfectamente colocado en la pared; la botella de vino que traía en cuestión de segundos le colocaron una funda colorida que combinaba con el resto de la casa; y por último el muérdago colgando en el centro.
—Baek esto es insano. —masculló solo audible para su hijo refiriéndose a la ambientación del entorno.
—Gea compórtate, esto es una casa en donde no solo hay negro y diez tonos de gris. —refutó el chico entre dientes intentando reprocharle sus sombríos gustos de interiores.
Por segunda vez la señora Demon resopló girando los ojos, pero eso no fue nada comparado con la ansiedad que le provocó ver a sus anfitriones ofreciéndole usar un suéter a juego, le dio comezón solo de pensar en cómo quedaría tal prenda tejida y repleta en colores sobre su vestido negro de tubo que probablemente costaba más que un armario completo de Stella. El peliblanco sintió una corriente recorrer su espina dorsal cuando sus ojos achinados chocaron con la embelesante figura de su mejor amiga saliendo de la cocina con las manos sucias de harina y las hebras rojas molestando en su rostro, además luciendo una diadema con cuernos de reno, la misma que usaban a juego cuando eran niños. Rieron al unísono al verse mientras compartían miradas cómplices. Stella y Vernon arrastraron a Gea hacia la cocina para unirla a las actividades culinarias que tenían organizadas, momento el cual los jóvenes aprovecharon para acercarse uno al otro con más privacidad. Baek apartó el cabello que le estorbaba en sus ojos y la chica le agradeció con una sonrisa.
—Si supieras lo tierna que te ves así, con el pelo revuelto y con harina hasta la punta de las orejas. —comentó enternecido con su imagen.
—¿Tengo harina en las orejas? —se preocupó ella abriendo sus ojos como platos.
—Hacía mucho que no usabas nuestras diademas. —añadió en un tono bajo ignorando la pregunta de esta, dejándose cautivar por ella.
—Hacía mucho que no celebraba la víspera de navidad contigo. —respondió con el mismo tono y una mirada íntima.
—¿Este año te volvió a tocar a ti preparar las galletas navideñas? —preguntó él en un tono burlesco.
—Tranquilo, ahora a tu madre le va a tocar preparar panes. —agregó apoyando su cabeza sobre el hombro de su amigo.
El peliblanco le dio un beso en la frente y cerró los ojos para sentir su aroma— ¿Tus padres se molestarían si te doy un beso bajo el muérdago? —soltó un susurro queriendo tentarla.
Ruth reaccionó al instante dando un respingo— No se te ocurra Baek Demon, te matarían. —advirtió con miedo pero a la vez divertida con las ocurrencias del chico.
—¡Ruth, Baek! —llamó la señora Stella en un tono cantarín—. No se van a escapar de la cocina, vengan.
Entonces riendo ambos obedecieron dirigiéndose a la cocina. Un rato más tarde se encontraba toda la familia reunida a la mesa, terminando el postre a la vez que sonaba una clásica balada en inglés desde los altavoces. El señor Vernon se puso de pie para ir a la nevera y regresar con una botella de vino espumoso, cortesía de Gea por la invitación. El señor hizo los honores de servir en las copas a sus acompañantes mientras que a los menores les brindó otra gaseosa, ya sería la quinta para ellos en la noche a diferencia de los adultos que solo consumían vinos de reserva. Baek se unió al estilo de la diadema de reno para estar a juego con su amiga, justo como hacían en su infancia, mientras tanto este le dedicaba una de sus miradas pícaras a Ruth vigilando que ninguno de los padres lo notasen, ella le correspondió haciéndole entender que se moría de tedio con las conversaciones de los adultos, le daba ansiedad que siguiesen sentados allí como niños buenos. Stella se puso de pie anunciando que debía de mostrarle a Gea la colección familiar de soldados del Cascanueces tocando los instrumento mientras marchan. Esto fue el colmo de los chicos, por lo que el peliblanco intervino:
—Disculpen, ¿Ruth y yo podemos subir un rato?, es que aquí nos sentimos un poco fuera del tema. —requirió intentando sonar con inocencia.
—Sí mamá porfa, además llevamos años viendo tu espectáculo con los Cascanueces de juguete, estoy aburrida. —espetó ella con los brazos cruzados y un mohín en el rostro.
El padre de la pelirroja dudó con recelo— ¿Los dos solos? ¿Arriba? —No le convencía la idea.
—Por Dios Vernon, no seas estricto, siempre se los has permitido. —soltó la adorable señora dándole un empujoncito en el hombro.
—Sí, además los debemos estar aburriendo con nuestras conversaciones. —agregó Gea queriendo apoyarlos a la vez que miraba con miedo a la banda de soldaditos, sonaba irritante cada vez que chocaban los platillos.
—Está bien... —accedió aún mostrando algo de desconfianza—: pero dejen la puerta entreabierta.
Los susodichos sonrieron con amplitud y Ruth se acercó a su padre para darle un abrazo de agradecimiento, luego sin más se escabulleron escaleras arriba con prisa para poder estar solos un tiempo una vez dentro de la habitación de la chica obedecieron al dejar la puerta mostrando algo de visibilidad en el interior, el peliblanco se dejó caer sobre la cama arrugando el perfecto edredón rosa, su amiga le acompañó tumbándose a su lado para observar con detenimiento cada detalle de su achinado rostro.
—Te noto feliz. —opinó con curiosidad.
—¿Por qué habría de estar triste? —refutó hundiendo el entrecejo mientras jugaba con su piercing.
—Me refiero a que se te nota una emoción más fuerte de lo normal, como si estuvieses animado por algo, tienes cierto brillo... —argumentó paseando su dedo índice por el rostro de su amigo.
—Ah... la verdad es que en estos días he tenido momentos importantes con Gea, por fin nos estamos entendiendo de verdad. Y ahora estamos todos aquí con tu familia celebrando la Noche Buena, este día se siente casi histórico. —expuso sus pensamientos dejándose relajar por las caricias de la chica.
—Puede que tengas razón —afirmó aún sin entender del todo—: ¿Sabes? Quería contarte algo, entre todos los síntomas raros que he tenido en estos días por lo del embarazo, últimamente también estoy sintiendo mis pechos más grandes —el peliando ladeó una sonrisa y la brillaron los ojos con interés ubicándolos en el objetivo—... y me duelen a veces.
Baek los observó queriendo notar el crecimiento del que hablaba pero sin embargo lo que encontró fueron marcas de humedad sobre la polera de la pelirroja, justo en la zona de cada pezón. Este frunció el ceño extrañado y llevó sus manos hacia los senos de esta y los apretujó para comprobar su teoría, acción a la que ella respondió apartándole sus manos.
—Cosa te acabo de decir que me duelen. —se aquejó ella con reclamo.
—No, no. Cosa, mira las marcas en tu polera. —advirtió él tomando asiento sobre la cama.
—¿Qué pasa? —Frunció el ceño sin entender su comportamiento pero al fijarse en su ropa abrió los ojos como platos—. Oh no, qué horror, me está saliendo algo de los senos. —susurró con pánico a que se escucharan sus palabras en alto y llevó las manos a la boca desconcertada.
Baek se apresuró a levantarle la polera blanca para revisar bien lo que le estaba pasando. Al hacerlo, en efecto descubrieron que se trataba de leche materna. Ruth ahogó un grito lleno de espanto y quiso jalarse los pelos por instinto, mientras que el chico pasó de asombrado a enamorado al ver el cambio en esa parte de su cuerpo.
—Dios, es verdad que te han crecido —No pudo evitar morder su piercing manteniendo la mirada fija y las manos acariciando los senos de esta—. Se puede decir que te estoy ordeñando. —soltó un comentario descabellado sin darle importancia ya que toda esa situación le comenzaba a dar gracia.
—¿No se supone que esto no pasa hasta que nace el bebé? —cuestionó sintiendo desesperación y repulsión por ver leche saliendo de sus pezones.
—¡¿Pero qué han hecho ustedes?! ¡¿Qué han hecho?! —asoró la madre de Ruth entrando de súbito con un semblante horrorizado que hizo que los dos jóvenes pegasen un grito lleno de terror.
Pues sí, la señora Stella acababa de atrapar a su impoluta hija hablando todo sobre su mala digestión y a su inocente mejor amigo acunando sus pechos. Una Noche Buena que sería guardada para la historia.
«¿Cuánto tiempo llevaban en esa intimidad burlándose de todos a su alrededor?»
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