Capítulo 27: Malas sospechas, malas noticias
Era la noche del sábado, faltaban pocos minutos para que marcasen las doce y Baek aparcaba su motocicleta en el garaje de su casa. Horas antes tenía planeado quedarse a dormir en casa de su amigo Elijah pero si no fuera porque este no paró de hartarlo con sus ganas de estudiar hasta las tantas de la noche, no se hubiera regresado. Era cierto que había exámenes acechándolos pero si iba a pasar el fin de semana con un amigo era para relajarse, no para estudiar como un nerd obsesionado con las enciclopedias.
Cerró el garaje y sin provocar el más mínimo ruido entró por la pequeña puerta de este que conducía al interior de la casa. Al atravesarla pasó al vestíbulo y esforzó su vista para orientarse porque todo el salón se encontraba en plena oscuridad. Caminó sin preocuparse por el sonido de sus pasos, total todas las empleadas se habían ido y la única que vivía allí aparte de él era su madre, la cual jamás lo escucharía desde su habitación.
Sin embargo, justo antes de subir los peldaños de las escaleras se sobresaltó cuando sus oídos captaron una música suave venir desde muy adentro de la mansión. Arrastró sus ojos hacia el comedor y vislumbró unas luces a la distancia. En vez de seguir por las escaleras, su curiosidad le ganó y caminó por el salón intentando ser lo más silencioso posible. Estando de pie en el corredor ubicado después de la cocina se percató de que las luces prendidas y la música llegaban desde el porche trasero. Y ahora escuchaba unas voces también, una de ellas la de su madre.
Por un momento recordó que Gea esa misma mañana se mostró muy interesada por saber si dormiría en casa, lo cual le pareció una actitud muy extraña viniendo de ella. Sin más preámbulos, se escabulló caminando en puntillas de pies y se acercó al final del pasillo, agradeciendo que este se encontrase a oscuras y así nadie podría ver su silueta.
Eran voces masculinas...
Paró en seco y lo pensó con seriedad antes de continuar. «¿En verdad quería presenciar lo que estuviese pasando en ese porche?» Se cuestionó una y otra vez, sinceramente no soportaba volver a encontrarse a su madre revolcándose con hombres desconocidos. Pero por otro lado, era insufrible seguirse taladrando la cabeza con todas las interrogantes que tenía sobre ella y sus horribles secretos. Quería saber la verdad de una vez. Sacudió la cabeza, tragó en seco y apretando los puños se escondió detrás de una de las paredes aledañas al pasillo. Asomándose por esta, dejó a la vista sus valientes ojos ámbares y con temor observó la escena.
Tal parecía un pequeño niño espiando a sus padres en la noche, cuando estos suponían que ya le había vencido el sueño.
Se encontraba Gea sentada en la butaca de mimbre vistiendo tan arreglada como siempre; un discreto maquillaje, con un vestido azul holgado y en su mano descansaba una copa de vino. Le acompañaban dos hombres mayores, bien trajeados y con accesorios que mostraban claramente sus posiciones económicas. Las expresiones faciales de cada uno de los presentes le dieron a Baek una mala sensación que corrió con frialdad por su espina dorsal, los señores le dedicaban a su madre miradas llenas de lascivia y petulancia, ella por su parte se esforzaba por agradarles y hacerlos sentir importantes con sus tratos cariñosos. Gea no era así, no le coqueteaba a ningún hombre, al contrario, era una mujer borde hasta con sus clientes.
Su intuición le decía que sería inevitable, allí estaba por ocurrir lo que tanto temía.
En el centro de ellos se ubicaba una mesa de exterior, repleta de papeles y carpetas, además de una botella de vino rosa junto a otras dos copas. Entonces, comenzaron a hablar:
—Jeremy, este mes hemos tenido más ingresos que los últimos dos meses. —anunció Gea para sus acompañantes.
—Me parece fantástico cariño. —contestó el más delgado de los dos en un tono perverso y sin parar de husmearle el canalillo del escote a su madre.
—Aún así Gea, debes de mantenerte pendiente al marketing y al consumo. La cadena «Jackson's cooking» es nuestra competencia más inmediata... y por si no te has percatado ellos cuentan con más fondos que tú. —añadió el otro señor de esmoquin azul compartiendo miradas pretenciosas con el tal Jeremy mientras ambos fumaban de unos tabacos.
«¿Reunión de negocios quizás?» Pensó en esa posibilidad pero igual le seguía sin encajar ya que su madre jamás planeaba esos encuentros en casa.
—Esa es otra de las razones por las que los he traído hoy aquí Leroy, creo que ya va siendo hora de que me ayuden a aumentar los fondos. A final de cuentas, me parece que me lo merezco. —expresó Gea intentando hacerles llegar un tono furtivo en sus palabras.
«Un momento... ¿Jeremy? ¿Leroy?» Baek se detuvo a analizar la situación y por muchas vueltas que le diese pues estaba seguro de que no se equivocaba. Esos nombres insanos nunca saldrían de su mente hasta que no descubriese con exactitud qué intercambio fraudulento estaba cometiendo su madre para lograr negociar con ellos.
Se trataba únicamente que de Jeremy Black y Edward Leroy, dos lacras mundanas. Nunca aceptaría que esos dos viejos verdes y adinerados ocupasen el lugar que le pertenecía a sus abuelos en el negocio familiar. Gotas de sudor comenzaron a correr por su frente, eran los nervios, y ya su posición tan incómoda le reflejaba dolores en su espalda. Pero aún así se mantuvo cuidando su cautela para seguir en su escondite.
Jeremy apartó el tabaco de sus labios, emitió una risa perturbadora y con sus ojos viciosos le respondió a la rubia— Mi hermosa Gea, tú sabes perfectamente cuál es el mejor truco para lograr que los fondos de tus restaurantes aumenten ilimitadamente. —tras terminar su frase chocó su copa de vino junto con la de Leroy.
Sus palabras tenían un significado entre líneas y Baek ya se podía hacer conjeturas perversas sobre el tema.
—Sí... lo sé. —musitó la susodicha con sus ojos ámbares clavados en el suelo, esbozó una sonrisa forzada y les regaló un semblante lleno de disposición.
—Exacto Gea, por eso tú siempre has sido la más especial para nosotros —comentó Leroy, el trigueño vestido de azul, mientras se acercaba a esta y con detenimiento sostuvo su pálida mano para depositar un casto beso que casi le provocó una arcada al peliblanco.
—Yo sé cómo complacerlos... pero no creo que aquí sea el lugar correcto para eso. —profirió su madre, al parecer intentaba evitar que ocurriese lo que ellos deseaban.
—Uff, para nada cariño mío —Jeremy alzó sus manos y sonrió ampliamente—. Si este es el lugar perfecto, Edward y yo siempre hemos estado esperando a que nos trajeras algún día a tu humilde morada —pronunció con sarcasmo para después darle una calada a su tabaco—. Además, tú misma dijiste que hoy tenías la casa solo para nosotros, que tu travieso hijo dormiría fuera... anda complácenos preciosa. —El apetito lascivo resaltando en sus palabras comenzaba a darle un horrible mal sabor de boca a nuestro chico.
«¡No es cierto! ¡Yo estoy aquí! ¡Estoy viendo todo! No sigan por favor, no sigan...»
Las súplicas mentales de Baek eran en vano, nadie lo escucharía, nadie notaría su presencia, y a esos hombres tampoco les importaba el trauma que se le pudiese causar a un chico de dieciséis años viendo a su madre vender su cuerpo para salvar un negocio.
Vaya, para decirlo sin tabúes, prostituyéndose.
Sus ojos achinados se abrieron como platos, su sudor se volvió frío y se llevó las manos a la boca para ahogar cualquier gemido de temor que se pudiese escapar. Expectante y a punto de perder la paciencia, esperó para saber cuál sería el próximo movimiento de su madre. Entonces Gea se puso de pie sobre sus tacones de punta, tras dejar la copa sobre la pequeña mesa condujo sus manos hasta el lazo del vestido anudado en su nuca. Con detenimiento y sin despegar su profunda mirada de ambos hombres malhechores desató el nudo y en tan solo un instante el vestido azul se deslizó por su delgada figura cayendo al suelo de madera. A la vista de todos quedó el cuerpo prácticamente desnudo de su madre sobre aquellos tacones, solo la cubría una diminuta lencería que no dejaba casi nada a la imaginación, sus pechos estaban totalmente visibles. La piel de Gea se erizó debido al frío de la noche, las estrellas del cielo parecían haberse escondido sintiendo más pudor que el que sentía la madre del peliblanco en ese momento.
El corazón de Baek se aceleró y su semblante se mostraba aterrorizado. La escena empeoró para él cuando la susodicha caminó dando pasos dulces hacia sus compradores y tomó asiento sobre el regazo de Edward Leroy permitiendo ser manoseada por ambos a la vez.
¡Fue suficiente!
Baek temblaba y otro gemido lleno de pavor fue reprimido desde su garganta. Las lágrimas se asomaron por sus ojos amarillos y sin poder soportar ver una acción más de los adultos, huyó con pasos acelerados regresando por el largo corredor. Atravesó el comedor y giró corriendo escaleras arriba, las lágrimas brotaban pesadas por sus pálidas mejillas y su corazón fue atacado con taquicardias desenfrenadas. De un portazo se encerró en su habitación y lo primero que hizo fue dejarse caer en su cama para enterrar la cabeza en una almohada y poder gritar.
Gritaba de rabia, de asco, de horror. Se llevaba las manos a la cabeza jalando sus cabellos blancos. Las lágrimas, los gemidos, sollozos repetidos, no podía controlar ninguno de sus sentimientos en ese momento. Rodó por el colchón arrastrando las sábanas con él y no le importó caer de golpe contra el piso. Ahí tirado de rodillas se aspaba a gritos rezando porque nadie lo escuchara.
Aunque en realidad sólo quería que notasen su presencia, que alguien se acordara de que él seguía ahí, que le dieran atención...
Todos esos años en que Gea apenas recordaba la fecha de su cumpleaños, años cenando solo en una mesa tan extensa y viviendo a oscuras en una mansión demasiado grande para él. De su madre el único gesto que recibía era dinero y desinterés, todos esos años ella dejaba de lado a su hijo para dedicarse a eso: a conseguir inversores pagando con su cuerpo.
Simplemente no lo podía creer... no lo quería creer.
•••
El domingo al atardecer Ruth esperaba sentada a una de las mesas del restaurante en el que Ezra semanas antes le había pedido ser su novia. Y ella estúpidamente había aceptado, como ya todos sabemos. Desde le mañana le había escrito a este pidiendo que se vieran a esa hora allí que necesitaban hablar con urgencia. Su desesperación se reflejaba constantemente en sus repetitivos movimientos con el pie, o en la uña que no sacaba de debajo de sus dientes, también en que no paraba de revisar la hora en su móvil.
Quería que se reunieran de una vez para terminar con él. Había aplazado tantas veces ese momento por miedo a romperle el corazón que ahora que estaba a punto de ocurrir no se creía capaz de hacerlo. Entonces el susodicho apareció a su lado súbitamente y la pelirroja pegó un respingo a la vez que emitía un pequeño grito del susto. Que irónico, más de quince minutos esperando su llegada y cuando por fin aparece, no se lo esperaba. El rubio rió por lo bajo, enternecido por la ingenuidad de la chica. Le saludó con un amable beso en la frente para después tomar asiento frente a ella. Se acomodó las gafas en sus ojos queriendo que Ruth notase sus Ray Bans nuevas pero ella ni caso.
—Hola Ruth, ¿aún no has pedido nada? —inquirió mostrando una sonrisa afable.
—¿Para que iba a pedir algo? —Sus nervios la hicieron soltar tal pregunta tonta.
—Pues porque es un restaurante y hay que consumir. —Este se encogió de hombros con obviedad.
—Pero no tengo hambre. —por sus labios salía lo primero que le llegaba a la mente y eso no ayudaba.
Ezra comenzaba a sentirse desentendido con lo que estaba pasando.
—¿Ruth, te pasa algo? Me has traído a una cita a un restaurante pero sin embargo no quieres comer nada. —Frunció su ceño y esbozó una sonrisa nerviosa.
La pelirroja tragó saliva y se planteó sus intenciones un par de veces más. No había más remedio, levantó la mirada para conectarla con esos ojos azules ignorantes de sus sentimientos.
—Esto no es una cita Ezra...
Él se cruzó de brazos— Entonces, ¿qué es?
Ella volvió a tomar determinación— Quiero... quiero que terminemos. Lo siento Ezra.
El rubio puso los ojos en blanco— ¿Q-qué?... pero, ¿por qué, Ruth? ¿por qué? —En realidad no estaba dolido pero el impacto de la desagradable sorpresa era suficiente para justificar su asombro.
—Lo siento mucho... me gusta otro chico. —admitió con los ojos cerrados mientras era aguijoneada por la vergüenza.
Ruth perdió por completo su valentía para enfrentar la situación. En su educación nunca le enseñaron a cómo cargar con la culpa de romper un corazón inocente —a pesar de que Ezra no era inocente, ni padecía ningún sufrimiento, pero ella no estaba enterada de eso—. Su cobardía le venció y antes de que estuviese obligada a responder más preguntas para él, se levantó de la silla para después darle la espalda e irse casi que corriendo con sus mejillas enrojecidas y un gran tormento en su mente.
El rubio se quedó en su asiento, patidifuso la veía marcharse sin siquiera decir adiós. Inesperadamente apareció una camarera del local con una gran sonrisa dispuesta a tomarle el pedido, interrumpiendo así su momento de asimilación:
—¿Desea pedir algo joven? —pronunció esta en un tono amable.
—Sí, una novia nueva porque esta me acaba de dejar por otro. —respondió Ezra de forma automática sin poder terminar de procesar aquella ruptura tan efímera.
Por otro lado se encontraba Baek, hundiéndose en una solitaria depresión, luchando él solo con su batalla interna sin pedir ayuda a nadie. Durante la noche anterior logró conciliar el sueño como un bebé en paz después de pasar horas aspándose la garganta en llantos. Pero su domingo transcurría densamente con una monotonía melancólica que parecía coagular su vida. Ya había oscurecido el cielo y Baek pasó más de doce horas absorto en la tenue oscuridad de su cuarto, escondido bajo el edredón azul, con una expresión vacía en su rostro y mirando de forma perdida hacia el insignificante techo. Los sonidos de la casa parecían susurrarle en el oído durante todo el día, sin embargo no hubo ni uno que lo inmutara a ir a orinar, o a ducharse, o a comer un simple sándwich de merienda.
Él no estaba adaptado a esa sensación, a estar desmotivado o falto de emociones estimulantes. Vivía diariamente experimentando nuevas aventuras, con adrenalina... por tanto ahora se sentía destruido.
Tomó asiento sobre el colchón, le acababa de llegar a la mente la primera idea productiva después de tantas horas descansando como un vegetal. Sabía que era tarde, pero no lo pensó más y se vistió con el atuendo más simple de su armario y a pasos apresurados fue en busca de su motocicleta, iría a pasar la noche con Ruth. Minutos más tarde ya estaba parado abajo de la ventana de la susodicha, sacó su teléfono para darle una llamada perdida y luego prosiguió a subir por la escalera de mano que siempre habían guardado ahí para él.
De seguro el señor Vernon no se acordaba de esa escalera porque con los sucesos que habían acontecido recientemente no creo que le plazca la idea de que Baek entrase por la ventana de su hija cada vez que lo desease.
Para sorpresa del peliblanco, las puertas de cristal de su balcón se encontraban abiertas y la habitación vacía. El móvil de su amiga descansaba sobre la cama matrimonial bien arreglada con un edredón rosado y cojines del mismo color, por tanto había de suponer que esta no escuchó la llamada. Se introdujo en el cuarto y encendió las luces para después tomar asiento en el puff apartado en la esquina, así esperó a que la pelirroja llegara. No mucho tiempo después se percató del cerrojo de la puerta abriéndose y rezó porque se tratase de la chica y no uno de sus padres. Efectivamente quién llegó era ella, pero lo que ocurrió después los cogió desprevenidos a ambos.
Ruth recién venía de bañarse, andaba con una toalla gris enroscada en su pecho. Cuando entró a su cuarto esperaba encontrarlo tal y como lo dejó pero al voltear y asustarse con la figura taciturna de Baek echado sobre su puff no pudo evitar dar un brinco en el lugar que le hizo soltar el lazo de la toalla que lo traía aguantado desde el baño. Entonces, ambos se quedaron boquiabiertos cuando aquel único trozo de tela que la cubría cayó al suelo, quedando así totalmente desnuda frente a los ojos de Baek, el cual comenzó a babear deleitado.
Ruth se apresuró a cerrar la puerta de golpe y trancar con seguro para que sus padres no tuviesen oportunidad de descubrirlos. Cuando giró para mirar a su amigo, este continuaba con su atención clavada sobre su trasero y probablemente mucho más allá de lo que podía imaginar. La pelirroja volvió a colocarse la toalla, esta vez con las mejillas teñidas de rojo.
—Vaya... yo tenía pensado primero saludarnos, compartir unos cuantos besos, charlar un rato —El peliblanco habló cosas sin sentido mientras se acercaba a su amiga con una sonrisa embelesada—: pero Cosa, si empiezas por desnudarte me vas a tener babeando todo lo que queda de noche.
«Oh... es la primera vez que sonrío desde ayer» Se hizo esa nota mental, afirmando para sí mismo que ir a visitar a Ruth era lo que necesitaba.
La susodicha rió con sarcasmo— Muy gracioso, pero eso fue un accidente. —le respondió ella poniendo una mano en su pecho ahora que estaban lo suficientemente cercas.
—Sí sí, me encantó ese accidente. —murmuró Baek en un tono coqueto y se juntaron en un apasionado beso.
El peliblanco nunca podía controlar su lado picaresco, ni tampoco le interesaba hacerlo, así que sin más se atrevió a jalar de la toalla despojando a su amiga de su única prenda una vez más. Sus finos dedos se regocijaron al sentir la piel cálida y tersa de la pelirroja bajo su tacto. La enroscó entré sus brazos para no darle escapatoria, luego la condujo hacia la amplia cama con sus cuerpos unidos dando tumbos. Cayeron juntos, él encima de ella, el corazón de Baek se apretujó de la complacencia que le provocó vivir ese momento. Él y Ruth, ahí en su cama, carcajeando tiernamente y compartiendo sentimientos que iban más allá de la amistad. Luego de un par de cosquillas entre ellos se acomodaron bajo el gordo edredón rosa pastel acurrucados sin desconectar sus miradas que centelleaban casi con la misma fuerza que el latido de sus corazones.
Estaban viviendo su historia de amor y nadie les podía decir lo que estaba bien o mal.
Una vez relajados, Ruth colocó su mano sobre la mejilla del peliblanco y le regaló una casta caricia mientras examinaba la expresión de su rostro.
—Cuéntame... te pasa algo, ¿verdad? Es por eso que has venido. —profirió la pelirroja descifrando las emociones escondidas en su semblante.
—¿No pude haber venido simplemente porque quería pasar tiempo contigo? —hizo el intento de evitar ser descubierto.
Esta esbozó una sonrisa de boca cerrada— Baek no me engañas...
—Cuántas veces he escuchado eso por Dios —Este rodó sus ojos fingiendo hartarse—. ¿Puedes esconderme en tu habitación toda la noche y quedarnos juntos hoy? —inquirió con una mirada de súplica.
—Umm... claro que puedo. —se acercaron para besarse fugazmente.
—Gracias por salvarme la noche. —añadió con una nota de alivio.
—Entonces, ¿ya me vas a contar qué te trae preocupado? —volvió a insistir la chica.
—Está bien...
Baek cerró sus párpados y comenzó. Una hora más tarde ya todo su trauma estaba expuesto ante Ruth, ahora el secreto que más le avergonzaba de su familia estaba también bajo el cuidado de su mejor amiga. Los ojos de Ruth se cristalizaron a medida que las palabras fluían y que la verdad adquiría nitidez, cuando la historia se volvió lo suficientemente repulsiva y amoral se llevó las manos a la boca. Por último, su corazón estuvo a punto de quebrantarse al presenciar el sufrimiento de su amante, al verle acongojado con sollozos que producían lástima las lágrimas salieron para hacerle compañía a las del chico.
«¿Así era la realidad que vivían los adultos?»
Ruth no conocía las calumnias, la perversión, la desconfianza y la explotación del hombre por el hombre. Al probar los primeros bocados de lo que es la verdadera sociedad los pelos de su nuca se erizaron por el repelús. Prefería agitar su cabeza en negación y omitir esos destructivos detalles que venían incluidos en el paquete "Vida". Pero lo que Ruth menos sabía era que sus errores de niña inocente la estaban obligando a dar pasos agigantados hacia el camino de la adultez. Y sería muy tarde para cuando llegase a notar sus cabos sueltos por el recorrido de la adolescencia...
Tiempo después, cuando ya ambos lograron calmar sus pensamientos, abrazados y con sus manos entrelazadas se dejaron ganar por el plácido sueño. Cumpliendo así, su primera noche durmiendo juntos como algo más que amigos.
•••
Luego de su encuentro de domingo los chicos decidieron que debían enfocarse más en sus estudios, por mucho que se extrañesen no podían perder la vigilia sobre sus notas escolares. Por tanto, al llegar el lunes ocurrió lo mismo que las semanas anteriores, estuvieron varios días atareados y sin tiempo de verse. En momentos de exámenes Ruth solo tenía espacio para encontrarse con sus únicos amigos Jenny y Jhonny por el hecho de que compartían las mismas clases. Era viernes otra vez y la pelirroja caminaba por los pasillos del Instituto en compañía del inquieto Jhonny, iban en busca de la hermana del moreno. Se dirigieron a los vestuarios del equipo de porristas, que era el lugar más probable en el que podían ubicarla. Durante el camino, Ruth permanecía en silencio y Jhonny también porque estaba más ocupado limpiando el polvo acumulado en el lente de su cámara.
Una vez que atravesaron las puertas del local de las animadoras buscaron por los alrededores. Solo habían dos o tres chicas del equipo, una con la mitad del cuerpo dentro de una taquilla y otras dos sentadas en los banquillos. El olor a la mezcla de distintos perfumes de mujer les inundó sus fosas nasales. Se acercaron a las muchachas en los banquillos y preguntaron por Jenny, estas respondieron que la última vez la vieron entrar a las duchas. Los dos adolescentes agradecieron por la información y fueron hacia las duchas evitando pisar el desorden de pompones rotos esparcidos por el suelo. Dejaron atrás el área de taquillas y al entrar al lugar indicado observaron que cada cubículo estaba vacío. No parecía haber nadie bañándose, pero sin embargo se detuvieron al escuchar el sonido de respiraciones agitadas y uno que otro chasquido o murmullo. Continuaron hasta el último cubículo, se dedicaron una mirada entre ellos para después abrir la puerta de par en par.
En efecto, encontraron a Jenny en el interior del cubículo. Pero no estaba sola, sino que tenía la muy íntima compañía de Keanu Swift, el cual pese a sus ojos abiertos como platos por haber sido pillado súbitamente, aún no apartaba la mano que guardaba escondida en el escote de la chica de cabellos rizos. Su hermano Jhonny no esperó ni un solo segundo para tomarles una foto in fraganti, por otro lado Ruth se desternilló en risas al ver la cara de idiota que se le quedó a Keanu.
El mellizo bajó su cámara y expresó con desdén—: Desde luego que todas las porristas son unas zorras.
Su hermana le dedicó una mirada asesina mientras se acomodaba todo su uniforme de animadora de manera tal que no quedase evidencia de sus furtivos escarceos. Al igual que el trigueño también se ajustó la bragueta de su pantalón rojo, volvió a abotonar su camisa y a colocar correctamente la corbata roja. Estando todos listos, y con sus niveles de libido controlados, regresaron por el mismo camino para asistir a la próxima clase que empezaría en unos minutos. Sin embargo, a Ruth se le presentó una mala sensación en su cuerpo, tal vez provenía de su estómago revuelto o quizás era algo más que eso, pero su vista comenzó a distorsionarse y lo primero que hizo fue pedirle el favor a Jenny de que la acompañase al baño de mujeres.
Su amiga accedió sin ninguna queja y velando por si a la pelirroja se le presentaba un nuevo síntoma la sostuvo hasta llegar al baño. Ruth se acercó con prisa a los lavamanos y mojó su rostro repetidas veces, necesitaba refrescarse. Jenny la observó con el ceño fruncido y le preguntó:
—¿Cuán mal te encuentras Ruth? ¿Quieres tomar agua?
La susodicha se sintió aturdida y con algo de inseguridad respondió— No sé, creo que tengo... —Su rostro se tornó pálido y tras una fuerte arcada solo pudo musitar—: náuseas.
A la velocidad de la luz giró en dirección al váter y se arrodilló frente a este para expulsar todo el desagradable vómito que salió estrepitosamente desde su garganta después de varias arcadas. Jenny se acercó a ella para ayudarla sosteniendo su coleta roja a la vez que la analizó con preocupación. Ruth se llevó una mano a su estómago, de ahí provenían los síntomas, le atacó una última arcada que ayudó a salir todo lo que quedaba de su almuerzo. La pelirroja se recostó a la pared de pladur con los ojos en blanco, todo le daba vueltas y en el interior de su cuerpo parecía haber una guerra entre los órganos y la comida. Jenny tomó servilletas del dispensador y con presteza limpió las gotas de sudor en la frente de su amiga, al igual que la saliva que aún brotaba por sus labios. Cabe decir que el hedor a vómito fresco la obligó a trancar su respiración para no ser ella la próxima en hincarse ante el váter, pero de la repulsión.
—¿Mejor ahora, Ruth?
—Creo que sí. —susurró entre dientes y lentamente fue poniéndose de pie.
—¿No sabes por qué estás así? —Salieron del cubículo y finalmente la morena pudo volver a respirar.
—Debe de ser por la remolacha del almuerzo, llevo toda la semana mal del estómago porque hay algunos vegetales que no me están sentando bien —Enjuagó su boca con el agua del lavamanos una y otra vez—. Pero nunca pensé que pudiera vomitar por eso. Me han entrado de repente unas náuseas y mareos horribles. —Tomó aire para intentar recomponer su fatiga.
—¿No estarás embarazada? —La morena soltó la pregunta de sopetón, tal cual como un disparo.
—¿Qué cosas hablas Jenny? —Ruth se ofuscó con su amiga de manera instantánea al escuchar sus sospechas—. Es completamente imposible que yo esté embarazada, te lo aseguro.
—Bueno, es imposible solo si sigues siendo virgen —Esta analizó el semblante pensativo que se le quedó a la pelirroja. Y alzando una ceja le volvió a interrogar—: porque sigues siendo virgen... ¿verdad?
—C-claro... claro. —respondió tartamudeando.
—Sabes, Chloe la de tercero que está conmigo en el equipo de porristas, hace un mes se comportaba exactamente igual que tú... y terminó haciéndose un legrado.
Ruth hubiese preferido no enterarse de semejante historia, ahora el pánico la carcomía por dentro y tenía ganas de salir corriendo. Por tanto se aferró a su única esperanza:
«Es imposible estar embarazada, Baek nunca olvidaba usar el preservativo. Todo era culpa de las remolachas.»
—También hay que tener en cuenta que Chloe no se cuidaba correctamente —Jenny terminó de sepillar su cabello rizado frente al espejo y caminó hacia la salida—. Siempre que uno se proteja con el preservativo, hay cero posibilidades de embarazo u enfermedades —El rostro de Ruth se iluminó con sus palabras y su amiga la esperaba apoyada en el umbral de la puerta—. Vámonos ya Ruth, por favor.
La peliroja sin más preámbulos espabiló y siguió el camino hacia el salón de clases. Sin embargo, su momento feliz fue interrumpido una vez más, pero ahora con la llegada de un mensaje a su celular. Se trataba de Baek, o mejor dicho, de Denzel.
Baek: Cosa, te recojo en la entrada del Instituto al final de las clases. Debemos ir a reunirnos con Denzel en su cabaña, tiene noticias para nosotros.
Intentó no parecer preocupada frente a sus amigos pero siendo sincera, sus músculos se llegaron a tensar por escasos segundos. Sabía que la situación con Denzel no era de jugar y cada noticia suya constituía un hecho importante. El solo pensar en que pudo salir algo mal con el paripé de sus tutores la ponía como un manojo de nervios.
Tal como se le ordenó, al finalizar su última clase se dirigió directamente al área frente al colegio, donde Baek la estaría esperando sentado sobre su motocicleta. Al encontrarse con él, se limitaron a saludarse con un casto beso en la mejilla y prendieron el motor. No pararon hasta llegar a aquella vieja vía férrea, guardaron la moto tras los arbustos y ya Denzel los esperaba con la puerta abierta de par en par. El pequeño chico caminaba en círculos por todo el lugar mordiéndose las uñas con desesperación, cuando sus ojos se encontraron con los de sus amigos corrieron para un abrazo colectivo, llevaban más de una semana sin verse. Luego, tomaron asiento en el piso de la cabaña, ambos sentados frente a Denzel, y comenzaron la conversación:
—Cuéntanos Bro, ¿cuáles son las noticias? —Baek se apresuró en preguntar, el tormento se notaba expreso en su semblante.
—Denzel me traes con el corazón a punto de salir del pecho, ¡habla ya!
El susodicho llevó su mano hasta el bolsillo de su cazadora negra y de ahí sacó una hoja de papel grande, escrita con tinta de impresora, además de una firma y cuño bien visibles.
—Bro, Quinny... lo han descubierto todo. Mis tutores ya tienen fecha para el juicio en que darán la sentencia final sobre mi custodia —informó con las primeras lágrimas cayendo por sus oscuros ojos mientras les tendía el documento a sus amigos.
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