Capítulo 1: Dos inicios en la vida
Comenzaba el invierno en el viejo pueblo de Pennston, Estados Unidos, cuando Stella se dirigía con su pequeña hija de cinco años al jardín de niños. Y pese a la estación del año el cielo se mantenía azul celeste y con una viva iluminación.
La estación favorita de la familia Quinn.
Noche Buena
Navidad
Fin de Año
Año Nuevo
Día de los Reyes
Toda una avalancha de celebraciones consecutivas para armar recuerdos con la familia que comenzaba a formar el matrimonio Quinn. Vernon y Stella llevaban pocos años de casados y con desbordante alegría habían recibido la llegada de su primera hija, Ruth, nació un quince de abril. Ese día fue tanto el drama romántico de sus padres, las fotos que tomaba Vernon durante el parto, los familiares esperando en el Hospital cargados de globos, confeti y hasta un pequeño pastel, todo porque Stella había roto fuente. La situación se tornó tan empalagosa que los doctores casi afirman que la madre parió con una sonrisa extasiada de felicidad y la niña nació con el rostro asqueado.
¿Quién no se asquea con tanta cursilería?
Luego de ese día los Quinn's se concentraron en construir una vida humilde pero hostigada por las ansias de perfección.
Aunque creo que me he adelantado.
Esta imperfecta historia comienza exactamente once meses y tres días atrás del nacimiento de Ruth Quinn: cuando le detectaron leucemia a Jun Demon... y horas más tarde su esposa Gea rompió fuente, dos decepciones en un mismo día. Ajá, el doce de mayo nació el pequeño y adorable —pero insoportable— Baek Demon. Ese día fue como si el niño se hubiese robado toda la salud de su padre para nacer él, qué cosas ¿no?
Con el tiempo los niños fueron creciendo y su ambiente familiar se desarrolló algo así como...
«—¡Oh por Dios! ¿Escucharon eso? ¡Ruth dijo su primera palabra!»
«—Sra Demon, su hijo Baek hace un mes comenzó a decir sus primeras palabras.»
«—Vamos mi amor, llevemos a Ruth al parque para que aprenda a caminar.»
«—Nana, cuide a mi hijo y por favor intente que aprenda a caminar.»
«—Ruth no comas con las manos... no así no se agarran los cubiertos. ¡No hables con la boca llena Ruth!»
«—Encarguen comida a domicilio que Baek tiene hambre.»
«—Ruth siéntate con las piernas cruzadas.»
«—Baek no molestes a tu padre, se siente mal.»
«—Ruth la taza se agarra levantando el dedo meñique... La Coca-Cola engorda, mejor toma té.»
«—¡Baek estoy ocupada, vete con tu Nana!»
«—¡Ya es Navidad! Preparen los regalos, peina a Ruth y ponle los zapatos a juego con el vestido para la foto familiar. ¡Quiero que todo brille!»
«—Baek disculpa, había olvidado darte tu regalo de Navidad, he estado liada organizando el funeral de tu padre.»
Disfuncional ¿eh?
Volviendo al inicio del invierno en Pennston y todo ese rollo... ambos coches aparcaron en la calle frente a la entrada del jardín de niños a la misma vez, uno a un lado del otro, como cosa del destino. Contrarrestando la diferencia de ambas familias al instante, el auto de Stella era un simple BMW de cuatro temporadas pasadas con una pintura desgastada, mientras que el de Gea era un Lexus negro como su alma y de vidrios polarizados.
Y ni hablar del aspecto de una mujer y de otra.
Stella era una mujer joven, entrando a sus treinta años, pelirroja natural y de dulces facciones faciales. Mientras que su cuerpo era algo extremoso con respecto a la grasa, pero por eso no dejaba de ser agradable y simpática. Aunque su obsesión por los buenos modales y la educación con fines de erudición, además de su mala costumbre por controlar vidas ajenas, comportamientos estrafalarios y perfeccionista ante festividades, eran características sumamente irritantes de esta cariñosa y dedicada madre de familia. Siempre vestía con vestidos floreados y múltiples estampados que le llegaban por debajo de la rótula, sandalias de diferentes colores. La única excepción era que ese día, debido al clima, había añadido a su conjunto un chal verde capaz de abrigarla.
Gea, por su parte, no hacía ni un mes acababa de cumplir los treinta y cinco y era una mujer que en la vida lo que más le pesaba era su amargura, no los años... y mucho menos el dinero. El apellido Demon tenía su reconocimiento en el pueblo Pennston por ser los dueños de la mejor cadena de restaurantes de comida china durante muchos años en el estado de Pennsylvania, sus servicios eran publicitados como «Demon's Food». Gea se bajó del auto estirando sus largas piernas blancas sobre esos tacones marrón. Se sacó las gafas oscuras y observó con su mirada altiva todo el ambiente circundante y no encontró nada que le importase como para que ella le prestara atención, solo tomó la manita de su hijo y caminó moviendo las caderas hacia la entrada. El vestido negro talla S que llevaba puesto le delineaba de manera elegante cada una de las delicadas curvas de su esbelta figura acompañada de sus grandes ojos ámbares y su largo cabello rubio platinado natural. La viuda aún conservaba el luto pese a que ya había pasado un año desde la pérdida de su cónyuge.
En el portón las madres se separaron de sus hijos y se quedaron de pie esperando a estar seguras de que se adentraran en la multitud de sus compañeros. Una aún sin notar la existencia de la otra, y hubiesen seguido pasando desapercibido si no fuese porque...
Ambos niños entraron a la vez, y fue extraño pero estos se miraron fijamente frunciendo el ceño demostrando cierta inquietud infantil entre ellos. Y entonces ambas madres se quedaron boquiabiertas cuando Baek ladeó una sonrisa pícara y con velocidad se agachó a tomar un puñado de tierra del piso y se lo lanzó a Ruth por todo su pequeño cuerpo, sin siquiera conocerla, simplemente le vino en gana atacarla.
Stella chilló infartada, ¡su brillante niña había sido ensuciada! La señora corrió al "rescate" de su pequeña e inmediatamente procedió a limpiar toda la tierra que tenía encima.
—¡Mujer controle al maleducado de su hijo! —espetó la Sra Quinn enojada y la susodicha enarcó una ceja insultada por dirigirse a ella con tanta informalidad.
Esta agarró a su hija para alejarla del pequeño que aún se mofaba con mucha diversión. Y Ruth como toda niña: lloraría pidiendo auxilio y gritando unos cuantos «¡Mamá!»... pero Ruth Quinn no era toda niña
Le dedicó una mirada enfurecida a su atacante y abultó los labios, entonces sacó su dedo del medio en dirección a Baek y con toda la fuerza de sus pulmones le gritó:
—¡Te daré la revancha chino feo!
Stella estuvo a punto de experimentar otro infarto al ver que tales actos muy impropios de una dama venían de su formalita hija que ella se preocupaba por educar al margen.
Baek solo se carcajeó con gracia y le sacó la lengua a esa desconocida para luego responderle de peor forma:
—¡Cuatro ojos!
¿Por qué chino feo?
¿Por qué cuatro ojos?
Pues estos son Ruth y Baek, Baek y Ruth:
Una niña de cinco años, pelirroja y miope desde que tenía nueve meses, con el cuerpo como un fideo y malhumorada. Su madre se aferraba a la idea de criar una princesita pero cada vez que la vestían con sus taconcitos versión infantil y sus vestidos largos con finas bordaduras y estampados, además de su cabellera larga y trenzada con adornos de floripones; la niña no se contenía y se descalzaba, se rasgaba el vestido y por último cogía tijeras a escondidas para cortarse las trenzas, quedando a lo salvaje. Las gafas para la visión fueron la mayor tortura de sus padres durante toda su infancia, no había uno que no rompiera. Al final, con el paso de los años, fue tanta la influencia de sus padres sobre ella que Ruth terminó escondiendo a la desequilibrada que tenía dentro y adaptándose a las exigencias de su familia.
El maldito de Baek no era una historia muy diferente. Tenía seis años y había perdido a su padre a los cinco... aunque en realidad lo perdió desde que nació. Los únicos recuerdos que tenía de Jun Demon son de este trabajando desde su habitación, este tendido en una cama inválido por su enfermedad terminal, este desmayándose, y este en una caja fúnebre. La madre tampoco le dedicaba mucho tiempo, siempre enojada, triste y preocupada por la situación de su marido, en viajes y reuniones por el negocio familiar, nunca presente para su hijo. Baek por su parte, se dedicó a hacerle la vida imposible a todas sus niñeras, ninguna aguantaba más de seis meses con él, desde cochinas trampas por toda la casa hasta arruinar los eventos sociales de su familia. Baek Demon era precioso, con un lacio cabello castaño claro y pequeños ojos achinados de color ámbar con dobles párpados, con una mirada vivaz de picardía, y un rostro tremendamente tierno: semblante perfilado y delgado, rojos labios abultados y una curva nariz, con una piel blanca como las nubes era más pálido que su propia madre. Cabe decir que sus orejas eran la excepción de su perfección, grandes y puntiagudas no precisamente en las puntas sino a mitad del lóbulo.
Tal parecía un «chino americanizado»
¿Sería su padre chino? Porque de su madre definitivamente no podía adquirir tales rasgos asiáticos, ella era americana de pura sangre.
Más tarde, en el jardín de niños, a la hora de almuerzo, Ruth digería su comida sentada en una de las mesas del comedor, sola. Entonces se percata del odioso niño de antes acercándose a su mesa con su bandeja, saltarín y sonriente. Tomó asiento frente suyo y le habló con total confianza.
—Hola cuatro ojos.
—Ah pero si mira al chino —pronunció entornando los ojos con recelo.
—Me llamo Baek Demon —se presentó y extendió su manita para que se la estrechara.
La niña vaciló un poco antes de decidir si tomarla o no— Y yo soy Ruth Quinn —Sorpresivamente le lanzó un puñado de arroz a la cara—, y eso para que te quede claro que a mí nadie me ensucia.
Ambos se desternillaron de la risa...
Y así fue como comenzó el desastre, desde la infancia... pero ahora te invito a viajar hacia el presente para que vivas el desastre.
•••
10 años después
Coleta alta, sin una sola hebra roja fuera de lugar. Un poco de base y rubor por su pálido rostro, delineador negro resaltando sus grandes ojos marrones, brillo labial pasado. Anteojos fuera, lentes de contacto dentro. Corbata roja ajustada. Camisa blanca de mangas cortas solo un poco holgada. Roja falda plisada a mitad de los muslos y justa a sus caderas. Calcetines blancos a la altura de las rodillas. Zapatillas negras. Mochila colgando de un solo hombro.
Uniforme: listo.
Quince años...
Primer día de Instituto...
Escuela nueva...
¡Vida nueva!
Y esa era nada más y nada menos que Ruth Quinn señores. Ya tenía quince años, y ya era estudiante de Instituto, se pasó toda la secundaria esperando por ese día, porque ¿saben qué significaba eso?
Significaba LIBERTAD.
Bueno, no, tampoco así. Su libertad se resumía a la nueva lista de consentimientos de sus padres. Ahora tenía permiso para:
- Maquillarse
- Ir a fiestas
- Regresar a las once de la noche
- Tener citas (siempre y cuando sus padres conozcan al chico)
Súper liberal ¿eh?
Ruth guardó el brillo labial en el neceser y se dedicó una mirada más en el espejo. Ladeó una sonrisa pícara, al fin se había librado de los anteojos. Se veía como alguien totalmente distinto, alguien del mundo real y actual de un adolescente, alguien que siempre había querido ser. Le dio la espalda a su tocador para apoyarse en él y pensativa dio repetitivas pisadas con la punta de su zapato en el suelo. Le echó una ojeada a toda su habitación, como si esta vez hubiera cambiado algo dentro de esas cuatro paredes.
El piso alfombrado de color rojo vino, la cama matrimonial en el centro con un edredón negro y almohadas blancas. Su laptop sobre el escritorio al lado de la puerta del baño. El armario de madera pintada de rosa a un costado de la puerta de entrada. Los afiches de Justin Bieber, Queen, 5 Seconds of Summer, y Kurt Kobain esparcidos por las blancas paredes.
Todo seguía igualito.
Lo que había cambiado era la sensación dentro de su zona de confort, por primera vez sentía esa comodidad y plenitud. Dio un respingo y chilló de entusiasmo una vez más antes de salir por la puerta dando brincos y con una sonrisa de oreja a oreja. Pasó contenta por el pasillo de la segunda planta de su casa y le lanzó besos a cada uno de los retratos familiares que colgaban de la pared amarilla, los Quinn's habían acumulado fotografías suficientes como para llenar cinco álbumes. Bajó las escaleras con velocidad, emocionada. El televisor pantalla plana de la sala de estar le llamó la atención, transmitían las noticias cuando de repente escuchó un titular: «Perfección Demon», ladeó la cabeza y se encogió de hombros restándole importancia al asunto. No le sorprendía, en más de una ocasión habían salido en televisión. Se acercó al amplio sofá naranja floreado para tomar el control remoto y apagar la TV. Dirigiéndose al vestíbulo se despidió de sus padres:
—¡Adiós papitos!
—¡Espera, espera princesa! —llamaron sus padres al unísono y se volteó sobre sus talones antes de girar el pomo de la puerta de cristal de la entrada.
El matrimonio apareció corriendo desde el comedor, llegaron al vestíbulo y atacaron a su hija a besos y abrazos, como siempre. Esta les correspondió con la misma o más emoción que ellos. Todos tenían grandes expectativas para ese primer día de clases en una escuela nueva. Su padre la tomó de las manos en un gesto fraternal y le dedicó unas dulces palabras antes de que se marchase:
—Hija mía, sabes que pagar ese Instituto Privado para ti me va a costar un gran gasto y muchas horas extras de trabajo. Pero, ¿sabes qué? no me importa lo que tenga que hacer para pagarlo, por tus notas y por lo buena que eres te mereces eso y más mi niña. Así que sal ahora y enséñales a todos que eres una Quinn. —terminó su discurso lleno de orgullo y le dio un beso en la frente a la menor.
La madre la asió tomándola de los hombros— Preséntate ante todos los profesores para que vayas ganando confianza. —le aconsejó mirándola a los ojos con seriedad.
Su padre se le volvió a poner en frente agrandando los ojos con advertencia.
—Quédate siempre al lado de Baek, que él te cuide. —La pequeña asintió repetidas veces.
Se escuchó un claxon llamar desde el exterior.
—Ah princesita y que no se te olvide...
—¡Ya entendí! —interrumpió de manera tajante—: Mamá, papá —les dedicó una mirada severa a cada uno—, sé todo lo que tengo que hacer, llevan una semana repitiéndolo. Ahora les daré un último beso y me dejarán salir sin volver a abrir la boca, ya me vinieron a buscar por si no lo escucharon. —les informó en un tono calmado y esbozó una sonrisa sobreactuada.
Como dijo, les dio par de besos de despedida y atravesó la puerta de cristal para entonces vislumbrar a Baek montado sobre su motocicleta. Baek Demon, su mejor amigo desde que tenía cinco y él seis, mantenían una amistad sólida y envidiada por muchos. Cursaron juntos el jardín de niños, la primaria, y ahora el Instituto, él siempre un año por encima de ella. Ambos habían matriculado para el único colegio privado en Pennston, «North Pennston Institute», para él era muy común estudiar ahí, su economía se lo permitía, pero para ella eso constituía un lujo y un sacrificio. No eran pobres, simplemente estaban en la clase media, ni más ni menos.
El chico había cambiado mucho en todos esos años, muchísimo diría yo. Ahora es alto, pero sin llegar al 1.80 m. Con su cabello rebelde, siempre despeinado y teñido desde la raíz de un blanco puro, con la total intención de llamar la atención. Su rostro se asemejaba bastante al de su infancia, la diferencia era que ahora cada una de sus características faciales se habían vuelto aún más deleitantes y perfeccionadas. Aunque una cosa hay que admitir, sus orejas empeoraron más de lo que él las creía posible. Además de que había añadido a su aspecto un sexy piercing negro en el labio inferior —objeto que atraía a muchas chicas—, y un par de tatuajes, tres exactamente: una gumiho en el antebrazo izquierdo, un árbol con hojas caídas en el antebrazo derecho, y el tercero en la parte superior de la pelvis. Durante unos años se dedicó a esforzarse por trabajar su cuerpo y así consiguió una figura curvilínea y atlética, pero nada en exceso, solo una notoria delgadez con músculos definidos, cintura estrecha y hombros relativamente anchos. Pero su impoluta palidez, y el rostro sorprendentemente tierno con sus felinos ojos amarillos que centelleaban pillería, eran definitivamente sus cualidades más fascinantes, cosas que no ignoraba ni una sola persona que lo veía pasar.
Y cabe destacar, que sus notables y agradables rasgos asiáticos, más su personalidad hiperactiva y cargada de un increíble talento humorístico, le han dado un estatus social expansionista. —Sin mencionar el impulso que da su apellido cuando de popularidad se trata—
A decir verdad, Baek causaba un efecto bastante magnético en las personas.
Su amigo era alguien creativo, pero más que eso, se le puede ver como alguien considerablemente desinhibido. Experimentaba locuras como todos los adolescentes, totalmente desatado de la vida y las responsabilidades... pero, el problema en él era que Baek se extasiaba de esas locuras.
Y de manera contradictoria, en realidad no encontraba en ninguna de esas experiencias precisamente el tipo de éxtasis que buscaba. Solo le proporcionaban más de lo mismo que había tenido en su poder toda su vida, y abusaba de ello. Convirtiéndose en un proceso de autodestrucción hacia su persona.
Ojo, cuando dije «todos los adolescentes», me faltó aclarar: todos menos Ruth.
La pelirroja escaneó con la mirada rápidamente su entero aspecto. El uniforme le favorecía en su imagen, el casco y la moderna motocicleta azul prusia le daba ese toque vivaz e interesante. Como ella siempre decía: su amigo era una diva. Se carcajeó mentalmente recordando sus propias palabras.
El susodicho volteó el rostro y posó su mirada sobre esta a través del transparente cristal del casco y ella le guiñó un ojo. Luego de hacer un reparo sobre el imponente cambio de look imposible de ignorar que había adquirido su amiga, le dedicó un silbido de "vacilación".
—Hola cosa. —le saludó ella con felicidad.
—Cosa, ya veo que ibas muy enserio con eso de... cambiar —comentó él alzando una de sus comisuras, formando una sonrisa cómplice.
Así se llamaban ellos dos mutuamente: «Cosa». Ruth le dio un abrazo rápido a su amigo y este le entregó un casco para que lo usara.
—Escuché tu apellido en las noticias, ¿algo nuevo en el negocio? —se colocó el casco y tomó asiento atrás de él sobre la moto.
—Nah. —encogió los hombros y chasqueó la lengua—, solo unos periodistas escasos de contenido nuevo para su trabajo y decidieron rellenar las noticias con una "agradable visita a los restaurantes."
Ella le palmeó el hombro y se agarró de su cintura— Arranca.
Prendió el motor y aceleró rumbo al Instituto. Ruth amaba pasear en moto con su amigo, recorrer las calles a gran velocidad y desprovista de una carrocería confiable para que protegiese su entera anatomía con la fuerte brisa combatiendo contra su rostro, le encantaba, amaba esa adrenalina. El pensamiento de que: «existe la posibilidad de morir escachada pero aún así lo estoy haciendo», esa idea dentro de su mente le hacía recordar que seguía VIVA. Y que no había nada que no pudiera experimentar, tal vez no en ese año, o tal vez no a al mismo tiempo que sus contemporáneos, pero en algún momento sí ocurriría.
Ambos alzaron la mano fugazmente en la misma dirección. Saludaban a Caleb, un conocido de la secundaria, se encontraba saliendo del Russian Roulette, el mayor centro recreativo de Pennston.
Llegaron a su destino más pronto de lo que a la pelirroja le hubiese gustado. Ruth tuvo que cerrar los ojos y volverlos a abrir un par de veces, se le dilataban las pupilas de observar la preciosidad arquitectónica que tenía en frente. Siempre había presentado una peculiar apreciación por todo aquello referente al mundo escolar, y aquella edificación era la creatividad hecha materia, era el arte ingeniera. Nada que ver con los colegios públicos, pero nada que ver diosito. Vislumbraba múltiples edificios imponentes y presumidos, que se flanqueaban unos a otros. Techos infinitamente altos sostenidos por gigantescas columnas. Diferentes tonalidades de color marrón abundaban por toda la construcción aportándole ese aire de profesionalidad y etiqueta. Unas que otras paredes de cristales por aquí y por allá le permitían a nuestra chica observar hacia el interior y prender esa curiosidad en ella por ir a averiguar las otras zonas que no eran visibles a través de los cristales, pero ya tendría tiempo en otro momento para hacer tour por la escuela.
Se concentró en el verde césped que le precedía a toda la institución, los estudiantes se esparcían por toda la longitud de este. Ruth se fijaba en el hermoso detalle de la uniformidad de cada alumnado, ella era una acérrima fan de la moda escolar.
—Baek, me acompañarás hoy a todos lados ¿verdad? Sin ti me pierdo. —Ambos se sacaron los cascos y ella fue la primera en bajar.
—Cosa, tengo asuntos pendientes, no te puedo tener de llavero todo el día. —gesticuló una sonrisa burlesca para su amiga.
—Odioso. —ofuscó el rostro y comenzó a caminar.
—¿A dónde vas? Espera Ruth, claro que te acompañaré —se carcajeó con diversión mientras se colocaba a su lado y le pasaba un brazo por sobre los hombros—. Ven, te presentaré a mis amigos.
Juntos recorrieron la zona hasta encontrar al grupito de Baek. Estaba conformado por cuatro chicos, incluyendo al peliblanco, y cada uno era muy diferente del otro:
Keanu Swift: Trigueño de un metro ochenta, con cara de ser el «rompe bragas» del colegio, excéntrico y seductor, otro niño rico. Acompañaba su imagen con superfluos accesorios y era un narcisista más del equipo de fútbol americano.
Elijah Murder: ¿Cómo no conocer ese nombre? Era un miembro de la familia Murder, los dueños de la Empresa Constructora del pueblo. Elijah irradiaba un aire enigmático y una obscura elegancia. Pese a su pálido aspecto contrarrestado por sus ojeras y cabello obscuro como la noche que le ensombrecía el rostro, mantenía un porte impertérrito y dominante. Alto, delgado con buena postura y la barbilla alzada. Era de poca habla y mucha observación, parecía estudiar los movimientos de cada persona.
Ezra Marin: Este no parecía ni tan promiscuo, ni tan arrogante, ni tan adinerado. Ezra se veía tierno bajo sus gafas Ray Ban para la visión y su perpetua sonrisa de jovialidad. No era esbelto pero su carisma y buen vestir le hacían lucir agradable. Tenía un cabello brillantemente rubio y con suaves rizos, sus grandes ojos azules resultaban muy expresivos e inspiraba cierta confianza al instante de conocerlo.
—Oh pero si es la famosa Ruth Quinn. —expresó con entusiasmo Keanu.
—Es un honor al fin conocerte. —sonrió de oreja a oreja Ezra.
—Hola. —se limitó a decir Elijah sin mover ni un músculo de la cara.
—¿Qué? ¿Famosa? ¿Hay algo de lo que no me he enterado? —La susodicha volteó esperando recibir una respuesta de su amigo y este se encogió de hombros.
—Baek nos habla mucho de ti. —confesó el rubio.
—¡Qué bien! —sonrió y le pellizcó una mejilla al susodicho—. También me ha hablado de ustedes algunas veces.
—Entonces Ruth, cuéntanos de ti, ¿a qué se dedican tus padres? —Keanu abrió la conversación.
—Son económicos en un banco.
—Me encanta, yo quiero estudiar economía en la Universidad. —saltó entusiasmado Ezra.
—Ay amigo, ¿cuándo dejarás de ser tan nerd? —se mofó Elijah esbozando una muy discreta sonrisa socarrona y el susodicho le miró con cara de pocos amigos.
Baek emitió una pequeña risita y palmeó al pelinegro— Ya déjalo Elijah, si no fuera por él ¿qué sería de tu futuro académico? —Él y Keanu comenzaron a reír con complicidad.
Resonó un estridente timbre que captó la atención de todos y rápidamente comenzaron a moverse hacia la entrada. Darían el Acto de Inicio de Curso en el teatro, pero a los de primer año les orientaron tomar asiento en el ala izquierda del teatro por tanto Ruth se vio obligada a alejarse de Baek y andar por su propia cuenta.
La pelirroja encontró un asiento disponible y pacientemente esperó a que apareciera alguien en el escenario y se diese por comenzada la actividad. Pero antes de que eso ocurriese, una conversación entre dos chicas sentadas detrás suyo llegó a sus oídos y Ruth quedó descolocada:
—¿Viste eso? Una chica se juntó hoy con El Clan.
—¿Qué? ¿Estás segura?
—¡Sí! Llegó con el guapísimo de Baek en su motocicleta y luego se unieron a los demás.
—Ay que la mato, maldita... y ¿cómo era?
—No sé, pelirroja.
¿Qué-fue-eso?
¿El Clan?
¿Acosaban a Baek?
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