1.- Plumas negras

Pum, pum, es el latido incesante de mi corazón antes de que mi fin sea completo.

Pum...

Cuando nací, mis padres me bautizaron " Milo"

Pum, pum.

Estoy enfermo y mutilado.

Pum, pum.

Una oración perdida fue suficiente para atraerlo antes que mis pocas fuerzas se agotaran. Eran letras doradas viejas escritas en un papel tan antiguo, en el que algún amante al ocultismo, conocía como llamarlo porque para mi, la muerte es masculina.

Pronuncié su nombre como la canción a la luna una noche nublada, que sería la última en casa porque de ahí pasaría a un hospital.

—Estoy cansado de ir de casa a un hospital y para colmo me dejaran ahí—comento luego de la oración—se que adoptas la forma de la última persona que vi.

—En efecto—surgiste de un rincón, diste zancadas hasta que te mostraste, un golpe en mi pecho me avisó que su apariencia era de un atractivo hombre de cabellos brunos, alto como un atlante y de ojos verdes esmeraldas que sonríe maligno.

Tenía un aroma a pinos. Vestía de negro impoluto, eso si no parecía la versión barata de la muerte con su guadaña y su capucha. Escrutó mi rostro, yo no pude evitar sonrojarme.

—No sabía que eras bonito.

Una ceja alzada con incredulidad, fue la respuesta.

La muerte rompió a reír como un demente, su risa para oídos de los demás humanos, sonaría como el graznido de un cuervo cercano, para mi era una canción escalofriante.

A partir de esa noche, muchas frases y silencios eran la rutina desde que lo llamé. Sin embargo él ya me había estado observando desde mi nacimiento e hizo lo posible para acercarse.

Aunque suene de lunáticos, comencé apreciar su presencia y sus palabras mordaces, más que la de un humano, no obstante un día se volvió tan real que mi garganta se quedó sin habla. Dejó que toque su cabello el cual se tornó largo tanto que topaba sus tobillos y que repase con mis temblorosos dedos, su vetada boca; fue la primera vez que saboreé un beso vívido, un beso sin hipocresías.

Me enamoré de la parca con ojos verdes al cual llamé " Kanon" y él aceptó ese nombre porque le encajaba en su personalidad...

Han pasado dos meses desde que trasladaron, sólo yo puedo verlo en su forma real y aunque terrorífica, en cierta forma me ayuda a afrontar mi pronto destino.

—Como haces para ser palpable e invisible?—pregunté un día, él ni siquiera me respondió.

Para los ojos de los demás es un silencioso y frío hombre de un metro ochenta y ocho que oculta sus ojos en unas gafas oscuras que viste siempre de negro funeral. Para mi es más que eso, es la presencia que añoré por mucho.

Un día que salí de una sala donde me aplicaron un severo tratamiento, él llegó con su inconfundible atuendo, jamás mostraba sus manos a nadie, las mantenía oculta en unos guantes negros de cuero, sospecho que son huesudas y frías como su mirada inmediata.

—¡ Estás tan hermoso como siempre, Milo!—me dice una vez que estoy en mi cama, yo me carcajeo incrédulo ante su mentira, es una ofensa lo que dice...

Yo estoy cada día pálido y mi cabello es una maraña opaca que pronto se caerá como las hojas de un árbol muerto.

Una de mis piernas está cercenada y gangrenada, a veces creo ver el hueso entre sus vendas. El romanticismo con la parca es inusual. Un moribundo mutilado que los dioses castigan con rigor.

—No mientas, Kanon—entrecierro los ojos en tanto tomo sus manos enguantadas para quitarle esa prenda, él trata de apartarlas, pero yo las aferro y logro mi cometido.

Ante mis ojos cansados se muestran dos cadavéricas diestras las cuales despiden unos hilos negros espesos que se adhieren a mis uñas como calcomanías, quiero apartarlos, más se niegan. Ante eso, exijo una respuesta ante eso, Kanon me mira indescifrable, ¿ acaso ya había adelantado mi día final?

No me equivoco, en ellas quedan impresas tres números.

Paso saliva y comienzo a temblar. Kanon retira sus manos y se inclina levemente hasta rozar mi cabeza con sus labios, su mismo beso semeja a la muerte misma y esquivo su presencia.

Aunque espero ese día, el saber su cercanía me repele y quizá no sea como dicen... Un idilio calmo y sin dolor.

—Si te sirve de consuelo, has sido el único que no me ha visto con miedo ni repugnancia-ya no tiene esa mirada, en cambio se muestra comprensivo y hasta nostálgico—en cierta forma como fiel trabajador, debo cumplir con las leyes y aunque te ame, debo llevarte...

—Te has llevado a hombres y mujeres que han amado intensamente, tú nunca quisiste a nadie, ¿ por qué debería creerte?

Nunca esperé su respuesta.

Un olor acre invadió mi nariz, invadido por una sensación de ocultarme bajo las sábanas, miro de soslayo, él abría la boca donde una fila tenebrosa de dientes carmín se asoma. Sus ojos verdes son el tártaro que se oscurecen mientras la carne de sus mejillas cae como la pintura de una pared vieja. El ocre es el olor cuando se enfurece, el pino cuando me corteja.

 Juro que su voz sonó cavernosa y de ultratumba...

—Veras el terror de tu alma por desafiarme. Volveré cuando experimentes el vértigo.

Se hizo más alto, como un monstruo surgido de la nada con sus extremidades tan largas como una lanza antigua, su ropaje era un lienzo de pluma negras que gemían asustadas; de sus brazos desproporcionados, sus dedos largos y blancos tocaron mis ojos para luego marcharse en una densa negrura que explotó en el aire. Quedé ciego. Lo enfadé, si, por primera vez, la muerte se vio derrotada por una gran verdad.

Pasaron las horas, mi visión no regresó, el médico de turno atribuyó mi ceguera a los últimos pasos de mi enfermedad y me dejó como un despojo, solo y sin rumbo en esa habitación donde el olor a medicamentos era la tónica. Trato de recordar los números impresos en mis uñas, números tatuados de mi otra fecha de nacimiento.

Al no poder ver nada, desconocía cuánto tiempo pasaba, es más creo que ya ni comida me daban... Trataba de palpar algo, sólo percibía metal frio de la cama, máquinas y la bata que tenía puesta.

—¡Está bien, no debo asustarme, pronto esta vida de porquería culminará y...!

Más sólo mi cerebro proyecta un bosque abandonado, sembrado de lápidas derruidas con maleza por doquier, en medio del mismo estoy yo jadeando desnudo con múltiples cicatrices rojas que semejan a las fisuras de un volcán en erupción. Alrededor como un macabro ritual, hay velas dispuestas. En el cielo, no hay estrellas, es como si un monstruo primigenio hubiese devorado la luna y a sus tímidas acompañantes.

—¡Mhg! ¡ Ahg!

Tropiezo con un trozo de madera podrida, quiero hablar con coherencia, pero las palabras se traban en mi garganta y nada más salen esos quejidos y aire siseante que para colmo quema peor que el aliento de un dragón.

¿ Así es morir? ¡ Digo es ese sentir en que quieres y no quieres irte y te vez encerrado en un callejón mientras piensas que todo es mentira!

¡Cu, cu, cu!

Grazna un cuervo sobre mi cabeza, por instinto cubro mi cabeza porque su sonido atronador es como los lamentos de aquella ex-novia a la cual dejé plantada sin explicación alguna en una iglesia. Después la tierra bajo mis rodillas se remueve como gelatina y se fragmenta sacudida por un terremoto expulsando cosas informes quienes parecen unas serpientes enlazadas con escamas gruesas, sin ojos con olor azufre que se abalanzan sobre mi chillando lastimeramente. Yo sólo atino a llorar sin poder decir nada, es un horror lo que experimento.

—¡Duele, maldición!—aúllo pateando a las cosas que clavan sus uñas en mi carne—¡Kanon....!

De repente esas uñas se tornan cuchillas curvas aserradas que cortan mis muñecas y luego mis tobillos a profundidad casi separándolos.

Convulsiono aterrorizado, mi cerebro estalla en dolor ante la exposición de mis más ocultos miedos. 

—¡Kanon, me has abandonado!—grito ciego en tanto mis manos arañan lo que supongo es mi pierna sana con fuerza.

La visión prosigue, las líneas rojas sobre mi cuerpo rompen la piel y se derraman como metal fundido hasta tocar la tierra abierta dando origen a varias manos que me reclaman.

Caigo sobre ellas.

Soy despedazado al completo...

—Kanon, Kanon basta ya no más!

Una brisa helada llega hasta mi y luego su voz con tono de culpa...

—¡ No te he abandonado!—siento sus labios rozar los míos, siento la presencia de Kanon abrazarme y consolarme, sus grandes y frías manos se posan sobre mis ojos quitando el velo de oscuridad que posaba sobre ellos.

Recupero gradualmente la visión, por instinto sonrío y correspondo a su beso con anhelo desesperante colando mi lengua en su boca obligándole a sobresalir a su contraria, la enredo con ella logrando que la muerte reencarnada en aquel atractivo hombre, gima sin restricciones.

Nos besamos con calma por un espacio de unos breves segundos, él rompe el beso para acercarse a mi oído y susurrar con helada y confortante seguridad.

—¿ Quieres ser el guardián de la muerte?

Antes de responder, sopeso todo a mi alrededor, rara vez alguien me visita, soy un condenado y mi consuelo es Kanon cuya imagen tomé por un amor no correspondido y para no sentirme aterrorizado por la verdadera apariencia de la parca, cree ese personaje.

Amo a la muerte.

Amo una tétrica imagen que con sus dedos cadavéricos y sonrisa ladina calmó mis dolencias finales.

Expectante, él se cruza de brazos, su torso está ligeramente cubierto por un grueso abrigo de aquellas  plumas negras que tienen vida propia, su cabello oscuro cae sobre el abrigo ligeramente abierto trazando caminos en sus pectorales trabajados. Sinceramente ya no le doy importancia a las escasas visitas, esta cárcel donde estoy es reducida y la pena es eterna.

Doy un largo suspiro, entrecierro mis ojos antes de posarlos sobre la máquina, el suero y mis manos cuya piel agrietada se confunde con un cartón. Me sobresalto al oír un gallo cantar, es el amanecer, el amanecer de mi final...

Lo sé porque veo la fecha en un calendario a lado de una repisa con una imagen de un santo, es la misma que está tatuada en mis uñas, Kanon aún me observa, sus ojos esmeraldas están cansados pero a su vez en su interior, seguros de que mi respuesta sería afirmativa.

—En tus brazos lo haré—las fuerzas me abandonan, mi mandíbula tiembla y mis brazos se alzan con cuidado para alcanzarlo.

Me toma. Va ser un hermoso día. Nadie nos nota, yo soy un agonizante cuya alba se apaga para nacer en su anochecer eterno.

********

Nunca hice el amor con la muerte porque no fue necesario.

La muerte no tiene corazón, pero yo lo percibí latiendo como una cura lírica.

Mis ojos tienen mucho sueño, Kanon ante los ojos humanos es un escalofrío vestido de noche que espanta a los perros y gatos que sisean y ladran a su paso.

Llegamos hasta el cementerio, a varios pasos, un mausoleo derruido, abandonado con su color blanco me recibe silencioso. Kanon vuelve a la forma para mis ojos para penetrar en el interior del mausoleo.

—Recuéstate aquí—me deja sobre una cama de plumas negras dispuestas cerca a un reclinatorio de madera y luego se inclina suavemente a mi rostro para murmurarme—cierra los ojos cuando sientas que te bese.

Apenas oigo su orden porque me hallo perdido en su forma cambiante, la piel de su rostro es como la arena movediza y sus pupilas oscilan entre el negro pozo y el brillo de una joya recién pulida.  Finalmente queda como una calavera macabra que cierra sus dedos muertos alrededor de mi boca para rozar con la suya.

Una sensación de vértigo me arrastra, moribundo quiero patear, él afianza más su agarre hasta quitarme las fuerzas...

Luego mi alma es abruptamente expulsada de mi cuerpo, Kanon, mejor dicho la muerte suelta mi cascarón vacío  y se incorpora despacio. Mi alma es mostrada como una mancha gris sostenida por una cadena de oro que surge del pecho de la muerte que asemeja a un huracán que tiene volutas blancas y negras, la cadena se volvió vieja y más larga que se envolvió alrededor de mi alma para conducirla al interior de ese huracán.

Mi voz se apaga. Hasta aquí es mi historia, la muerte aprieta sus cadenas en mi alma  y me fundiré con él.

Kanon.

Su alma me pertenece. De ahora en adelante el aliento de la muerte también lo llevará él.

Su cuerpo está maltratado, su corazón está intacto y es un tesoro que tomaré como ofrenda.

 Lo tomo. Late en mi mano, no es macabro, es algo que deseaba desde mi creación...

Él no es más que un cuerpo, materia que se hará polvo. Su corazón proyectará su apariencia y su alma como las estrellas en un cielo despejado perdurará.

Las plumas negras cubren su cuerpo, no queda de él nada más que su corazón que se empequeñece ante su destino. En un relicario de mármol lo coloco junto a una pluma y un mechón de cabello blondo para posteriormente sellarlo  y depositarlo a un lado del reclinatorio, realizado esto regreso a mi forma original.

—Ya eres libre, Milo.

Una orbe surgió de mi boca, era dorada con manchas negras que tomó la forma de la imagen del hermoso rubio del cual me enamoré desde que nació. Se puso de rodillas, tomó el filo de mi abrigo de plumas negras y lo besó, él vestía igual, pero algo que me gustó más fue ver surgir del centro de su pecho un escorpión negro quién descendió hasta el relicario  para posarse como guardián.

—¡ Ya es de día, ve a ayudarme...!

Las puertas del mausoleo se abren, el viento sopla, plumas se esparcen, Milo comenzó con su labor hasta que el óbito del último humano suceda.

o-o-o-o-o

Al amanecer , en aquel cementerio un mausoleo con puertas negras se muestra ante el sol, dicen que quienes se acercan, escuchan el incesante latido de un corazón y que si es abierta, ven unas manos pálidas surgir y que en sus uñas verán grabados tres números. Si osas mirarlo por muchos segundos, esos números se imprimirán en tus uñas, indicando el día de tu muerte...

Otros dicen que  visualizan la figura de un hombre de cabellos rubios con el pecho abierto y otro a su lado sosteniendo un corazón latiendo.  Es el amor de la muerte que fundió su esencia con la suya.

El amor sobrenatural que yace guardado en un relicario. El amor sobrenatural que renació como parca.

Milo amó a la muerte de una manera sórdida y le entregó su corazón como sacrificio por su eterna compañía"

Cuando amanece es él que sale; al anochecer es al que llamó Kanon quién sale a recolectar las almas cuya hora ha llegado. 

Por eso mientras vas caminando despreocupado y de casualidad  oyes a tu lado el latido de un corazón, es él, aquel que llamaron Milo que cumple el trabajo de la muerte por doce horas. 

Si el latido te persigue, es tu hora...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top