Me quedaré con tus sueños, a cambio de mi alma.

AMADAS PESADILLAS.
~~~~∆~~~~

Advertencia: OneShot. Referencias al capítulo 22, volumen 7 del manga en inglés. Los capítulos en español son más cortos y varía el número. No obstante, esta historia está ubicada justo después del secuestro de Eiji y su rescate.

CAPÍTULO ÚNICO

~~~∆~~~

La primera vez que hicieron el amor, fue una experiencia diferente a lo que Eiji había imaginado y distaba mucho de lo que Ash estuvo haciendo incluso antes de cumplir su primera década de vida. El insulso sexo no tuvo lugar en ese acto.

Durante un par de días, en un pequeño departamento y estando tan juntos, se sentían tan distantes. Parecía que, sin importar el tiempo que estuvieran juntos, Eiji no llegaría a conocer del todo a su amigo.

Meses transcurrieron desde su primer encuentro, pasaron semanas viajando juntos, descubriendo cosas el uno del otro, aprendiendo, admirando.

Lo mucho o poco que Eiji pudiera conocer de Ash le bastaban, no quería presionar al rubio con cosas que no le quería contar. Suficiente era que lo dejara estar a su lado. Eso creía.

Sabía su nombre completo, conocía su pasado familiar, el daño que le infringieron cuando era niño y fue abusado por su vecino; había presenciado con sus propios ojos la frialdad en esa preciosa mirada jade al disparar un arma, admiró el contraste del rojo escarlata de la sangre salpicando su pálida piel, manchando mechones de cabello dorado; descubrió la agudeza de la mente brillante que organizaba planes, tejía estrategias y planeaba a una velocidad y precisión escalofriante.

Difícilmente Eiji podía acoplar la visión de Ash siendo el mejor jefe pandillero, fuerte e inteligente, capaz de luchar como un igual contra un jefe de la mafia tan poderoso, con el chico que hacía muecas al probar por primera vez el tofu, que se enfadaba cuando se burlaban de él y su miedo infundado por las calabazas en Halloween y, también, quien se enfurecía al ser despertado porque prefería seguir durmiendo en el día. Era una contradicción. Sin embargo, eran esas contradicciones lo que le recordaba que Ash seguía siendo menor que él. Qué no hacía mucho tiempo que había dejado de ser un niño, pero no llegaba a ser un adulto. Sólo un chico al que se le ha obligado a actuar para sobrevivir.

« ¿Quién era el Ash real? »

La confusión de Eiji surgía con pequeños detalles como esos.

Decidido al pensar que no ganaría nada seguir llenándose la cabeza con preguntas a las que probablemente nunca obtendría respuestas, Eiji prefirió disfrutar de lo poco o mucho que Ash le ofreciera de su vida.

A veces, osaba sentirse especial.

No debería, pero sucedían cosas, anécdotas que lo hacían creer que quizás Ash sí lo consideraba una persona importante. Los conocidos de Ash se lo decían, Charlie incluso se lo comentó antes, al igual que Max e Ibe, lo importante que era él para el rebelde Ash Linx. Y aunque Okumura se negaba a creerlo, repentinamente Ash actuaba de modo condescendiente con él y eso alimentaba las pocas esperanzas que germinaron en su corazón desde la primera vez que Aslan lo salvó.

Contando que siempre iba por él, rescatándolo cuando estaba en problemas, Eiji resguardaba en un rincón de su mente y gran parte de su corazón, cada gesto que recibía de su amigo.

Como la mirada resentida de los ojos verdes cuando alguien debía despertar a Ash, y él decidía ser esa valiente persona después de que los subordinados del rubio juraban que Ash era un demonio despiadado que había tumbado un par de dientes a aquellos con la suficiente osadía para interrumpir sus siestas. Pero a Eiji sólo se le dedicaba esa mirada llena de silenciosos reproches, sobresaliendo de entre las cobijas que él debía arrancar antes de que Ash consiguiera acurrucarse de nuevo, un par de gruñidos inentendibles que sonaban a los siseos molestos de un gato al que se le obligaba a dejar su cómodo lecho y encaminarse a la bañera.

Estaba también la singular confianza que le ofrecía. No le hablaba nunca de sus planes contra Dino, lo que haría para contraatacar, cuántas balas disparó en el día, ni cuántos charcos de sangre saltó en toda su vida. Siempre creando un límite entre su vida, sosteniendo el gatillo de su Magnum de cañón corto, y la vida libre de malicia de Eiji. Con cuidado para que Eiji no estuviera demasiado implicado en sus asuntos peligrosos. Contrario a ello, le hablaba de cosas más triviales, pero íntimas, relatos irrelevantes para sus enemigos que tienen suma importancia para Eiji.

Su miedo por las calabazas. Su gusto por la lectura. También las conversaciones triviales que cualquier par de chicos, amigos, tendrían.

Le sorprendía y confundía de igual manera, su timidez.

El mismo chico que no le importaba seducir a los criminales con el propósito de distraerlos y lograr lo que se proponía, que se vendía en el pasado, que lo besó en prisión para pasarle una cápsula con información, era el mismo que se sonrojó cuando Eiji alabó embelesado sus largas pestañas y su color rubio. Para intentar devolverle la vergüenza a Eiji, Aslan le preguntó con burla y ligera provocación que sí no quería ver también su entrepierna y asegurarse si el color dorado se extendía allá abajo. Okumura sonrió, aceptando la oferta, entusiasmado por saber más del enigmático joven. Creyendo que con ello la distancia entre ellos se reduciría. No contando con que el tono rojo en las pálidas mejillas se profundizó y él se alejó sorprendido y avergonzado.

Tuvo que salir de los labios rosas de Ash la palabra "pervertido", con voz tímida y avergonzada, para que Eiji sintiera que la distancia se acrecentaba nuevamente, porque un Ash débil era algo irreal.

Supo por Yau-Si todo lo que Aslan vivió con Dino Goldzine. Siendo la mejor mercancía de su club, el más bello, el objeto más caro. Utilizando su cuerpo para sobrevivir, escalando posiciones para salir de la mierda de su vida, hasta ser el juguete preferido, el favorito. Obteniendo así su territorio y un poco de libertad.

« ¿Cuánto debió pasar Ash? »

Eiji aún recuerda las manos de Dino sobre su piel el día que lo secuestraron. Yau-Si y él desnudos en la cama del jefe de la mafia. Fue la llegada de Ash a Nueva York lo que detuvo el avance de Dino. No quiere imaginar lo que hubiera sucedido si continuaba. Yau-Si parecía resignado, acostumbrado. Pero Eiji jamás superaría algo así. Ser violado de esa manera...

Pero Ash lo vivió. Tenía 8 años la primera vez. Era sólo un niño... A los 11, creyendo haberse liberado de aquello, fue tomado por Dino, pulido y refinado para ser la mejor mercancía, el mejor juguete.

El japonés no preguntó, no quería incomodar a Ash con su curiosidad. No deseaba lastimarlo al revivir recuerdos dolorosos.

Eiji sólo quería estar con Ash y esperar. Esperar a que el rubio hablara con él. A que dejase de pedirle que se fuera y aceptara su mano, su apoyo y consuelo. Porque Eiji sabía, tristemente, que era todo lo que podía ofrecer. Era débil, no estaba acostumbrado a esa vida, no comprendía gran parte del peligro. Pero su deseo era permanecer junto a Ash.

Fue una noche de tantas.

Okumura permanecía despierto, escuchando en la oscuridad de la habitación los quejidos en la cama adjunta a la suya. Jadeos aterrados, gimoteos de dolor.

Escuchó a Ash despertarse, la agitación notoria en su respiración, los resortes de la cama crujieron con el movimiento que ejerció al levantarse. Sin pensarlo mucho, guiado por el dolor que sentía al ver a Ash así y sin poder hacer nada, lo siguió hasta el cuarto de baño.

Esperó con paciencia a que su amigo lavara su rostro, esperando que parte del miedo y el letargo del sueño se fuera al caño con el agua fresca. Al volver a la habitación, Eiji se encogió con pesar al ver a Ash.

El más alto en estatura, pero dos años menor que él, se situó en su cama, como si creyera que al subirse a la propia las pesadillas lo engullirían nuevamente. Ash estaba encorvado, viendo con intensidad el suelo. Su expresión decía mucho del dolor que sentía.

Esa noche fue la primera de tantas que Eiji vio a Ash perdiendo 10 años mentales y recuperándolos al instante. Cómo una luz intermitente, se encendía, se apagaba, ahora amarilla, ahora ya no. Escuchó con el corazón atascado en la garganta, amenazando con reventar ahí provocando un dolor tan agudo que la quijada se le tensaría haciéndole daño, la sangre se filtraría hasta salir en forma de lágrimas y su angustia formaría sollozos en su garganta. Escuchó a Ash siendo lo que era, un niño en el cuerpo que forzaron a ser adulto. Absorbiendo atento las palabras pronunciadas con una voz que no reconoció, pero salía desde la magullada alma de Aslan.

Habló sobre el violador que lo tomó al tener 8 años y la forma en que lo tomaba una y otra vez. Eiji no pudo suprimir las imágenes en su cabeza, imaginado a un precioso niño, un Ash tan pequeño y puro; quieto, silencioso, y maniatado bajo el gran cuerpo de una hombre despreciable y enfermo.

Intentó también sentir lo que Ash describía mientras lloraba. Si fuera él, habría gritado y llorado, rogando por la ayuda de cualquiera. Pero Ash no lo hizo. Ash pequeñito con una toalla en la boca, que aún saboreaba en sus pesadillas, tuvo asco, quería gritar por salvación, en su mente sabía que tenía que dar pelea, pero no emitió sonido alguno. Ninguna de las veces que eso se repitió, constante, constantemente.

— El día que le disparé, lloré. ¿Sabes por qué? Porque no sentí nada. —Dijo Ash. —He matado gente y ni siquiera sabía sus nombres. He matado gente que eran amigos para mí... Yo he matado... Y no sentí nada.

Eiji, sentado a su lado en la fría cama, lo miró sorprendido. Porque nadie que no sienta nada lloraría de esa forma. Cómo un niño asustado porque ha roto cosas valiosas y teme que vengan a castigarlo.

Shorter Wong era uno de esos amigos a los que Ash se vio obligado a disparar. Eiji asumía la culpa de ello. Cargaría con ello por siempre si con eso conseguía aligerar un poco del peso que Ash llevaba sobre sus hombros.

Por ello le dijo a Ash aquello que debía escuchar y asumir, algo por lo que nadie tenía derecho a juzgarlo y por lo que Eiji deseaba ser aceptado a su lado.

— Estás herido, Ash. —Porque lo estaba y Ash necesitaba aprender a ser débil y vivir con esa debilidad porque ser siempre fuerte sólo lo lastimada más.

Esa noche Eiji le prometió que, sin importar cuántas personas le dieran la espalda, él estaría siempre con Ash. Siempre a su lado. Aceptando todo junto a él. Aceptándolo por completo.

— Quédate conmigo. No pediré "por siempre". Sólo por ahora, Eiji. —Pidió Aslan, aferrado al regazo de Eiji. Esperando poder obtener fuerza de esa promesa.

— Por siempre. —Juró.

Los minutos transcurrieron, el tic Tac del reloj acompasado a sus corazones, sus respiraciones tranquilas y el disfrute de las caricias que Eiji dejaba en las hebras de suave cabello dorado.

Pasada casi una hora, Ash ya no hablaba con él, ni con la pared en la que había clavado los ojos. Aunque al igual que su voz, éstos podían trascender al mundo real, su mirada había quedado fija en algún punto recóndito de su conciencia. Uno donde sólo se repetían imágenes a las que Eiji jamás llegaría, ni podría borrar. Eiji comprendía que, por mucho que anhelara compartir ese agobiante dolor, nunca lo lograría. Porque nunca había vivido nada parecido a lo que vivió Ash, y que cambiaría el rumbo de las vidas de muchos, especialmente la suya.
Ash no había llegado allí como podría haber llegado a cualquier otra parte, estaba seguro. Tenía el intelecto para poder hacer lo que deseara, si tan sólo hubiera tenido una vida normal. En todo ese tiempo muchos se burlaron de la clase de vida tranquila que Eiji experimentó al haber nacido bajo la bendición de una familia amorosa y un hogar estable. Y fue cuando se planteó por primera vez lo afortunado que era y se sintió deplorable, porque deseaba eso y más para Ash.

Dino había acogido a Ash como un simple divertimento. Como gato callejero, lo había tomado y educado en los valores necesarios para ser un prostituto de clase alta, así como inculcó en el la astucia de un asesino, para que, a partir de ello, reconstruyera toda su existencia. El liderazgo de una gran pandilla fue su obra y trabajo, la lectura era un pasatiempo y sus pocos seres queridos podían ser considerados su refugio. Por ello le aterraba perderlos. Casi tanto como tener alguien a quien aferrarse.

— En realidad, ni siquiera tengo derecho a quejarme —masculló Ash, acomodándose mejor sobre Eiji. —Últimamente pienso que quizás lo merezco y... —Una repentina molestia le hizo callar, girándose para descubrirlo enterrándole un par de dedos en el estómago. — ¿Qué mierda se supone que haces, Eiji?

— ¡Creo que puedes adivinarlo!

Eiji intentó rebobinar el disco duro de su memoria, forzando a su mente para evocar la última vez que intentó hacerle cosquillas a alguien, sin embargo, poco importó al escuchar la primera carcajada. Sintió que el cuerpo de Ash no tardó más que un par de segundos en activar el mecanismo de alerta. En cuanto Eiji empezó a mover los dedos, a él le atacaron unos espasmos de risa que no pudo acallar, si bien luchó por controlarlos entre dientes a la vez que todo su cerebro se concentraba en la huida. Con mucho esfuerzo lograría detener a su atacante, pero apenas fue un segundo: la sensación placentera gracias a la dopamina resultó demasiado poderosa y Ash acabó por recuperar el control de la situación sentándose a horcajadas sobre él, paralizándole por más de un motivo.

La preocupación de Eiji fue inevitable al advertir que Ash no sólo había dejado de reírse, sino que volvía a estar ceñudo y empezaba a mirarlo de forma tímida, intentando ocultarlo con una expresión medianamente amenazante.

— No hagas eso, Eiji... —Tartamudeó.

— ¡Estaba funcionando! —Hizo un último intento con las cosquillas, pero sólo consiguió perturbarle más. — ¡Había logrado que te rieras, puedo volver a hacerlo!

La mayor parte del tiempo, Eiji era para Ash un amigo, quizá la única persona con la que podía contar después de Shorter, quién había muerto bajo los efectos de Banana Fish y detenido a tiempo de matar a Eiji por una bala de Ash. No pretendía confesárselo, pero pese a que le hubiera resultado intrigante al principio por tener ideas tan diferentes al proceder de un origen sano y feliz, poco a poco había ido encariñándose con Eiji hasta el punto de agradecer su presencia cuando más abatido se sentía.

Del mismo modo que Eiji agradecía permanecer a lado de Ash. Sintiendo que sería capaz de cualquier cosa para convertirse en el refugio que Aslan necesitaba.

La compasión había acabado por transformarse en compañerismo, e incluso Ash tan desconfiado a la gente como era, sabía apreciar que no era él la única persona que necesitaba recurrir a alguien para evadirse constantemente, ni era sólo Ash quien agradecía poder dormir acompañado en caso de que un mal sueño arrastrara demasiada basura desde las profundidades del subconsciente.

Resultaba un alivio, también, no tener la necesidad de explicarse el uno al otro por qué hacían las cosas que hacían. Entendían los motivos aunque desconocieran los detalles, así que nadie pedía justificaciones, nadie requería excusas, nadie ponía límites al nivel de cariño que se recibía sin pedirse, algo muy difícil de encontrar en los tiempos que corren.

Así funcionaba su simbiosis, de forma absolutamente amistosa, absolutamente platónica, absolutamente perfecta.

Y así deseaba Eiji que siguiera salvo en algunos instantes fugaces, como éste, en los que preferiría olvidar todos aquellos comentarios de Ash sobre su pánico al toque de los hombres, aquellas bestias que abusaban de él. En concreto, al mínimo atisbo de intimidad profunda con cualquier ente de ese género al que, desgraciadamente, él seguía perteneciendo por muy amigos que fueran.

Debía recalcarse también, que a Eiji le asustaba un poco compararse con esos hombres cuando su educación, moral y demás prejuicios le decían que aquello era malo. Pero no podía hacer nada con el sentimiento de querer abrazar a Ash y ser un poquito diferente a todos esos hombres que lo lastimaron y dejaron un marca tan marcada que resurgía en forma de pesadillas cada noche.

Fugazmente, el pensamiento de dejar que Ash durmiera un poquito más durante el día lo atacó. Pues ahora conocía el motivo de su insomnio nocturno.

En su mente estaba fresco el sonido de su risa y la sonrisa que Ash siempre le daba. Por ello, inconscientemente elevó las manos para tocar los costados de Ash, apretando para reiniciar las cosquillas. Sobre él, Ash se removió.

Los ojos verdes brillaban cual piedra preciosa. Vagamente, Eiji recordó el pendiente que Dino mandó a colocar en el lóbulo de una de las orejas de Ash. Es un secreto, pero Eiji odia eso. Mancillar la piel de Ash es casi una blasfemia.

Pero entonces recuerda que lo han marcado de formas peores y se siente ridículo por molestar con algo así.

Sigue subiendo sus manos, por la fina cintura del rubio, y aunque es más alto que Eiji y más varonil, al mismo tiempo se siente muy frágil. A tal punto que si Eiji hacía una ligera presión a los costados de su pecho, la yema de sus dedos rozaba las costillas. Al llegar a los hombros, el largo de sus brazos termina y debe estirarse, motivado por el deseo de rozar la marca que la perforación dejó en su oreja.

Ash se mueve, inclinándose sobre Eiji, permitiéndole más acceso, no sólo a su oreja sino al rostro en general. Okumura estuvo tan concentrado en la perfección de esos finos rasgos. Prestando total atención a los brillantes orbes jade, las finas cejas y los labios rosados. Qué no cayó en cuenta de la cercanía hasta que Ash prácticamente le sopló sobre los labios.

Su primer y único beso fue en la cárcel. Aquella ocasión que Ash pidió si presencia para pasarle una nota con la lengua. Recuerda la suavidad de sus labios, la humedad de su lengua y el cosquilleo que dejó en su paladar, recuerda el calor.

Después de todo, fue su primer beso.

— Lo único que vas a lograr es que lo arruine, así que si no quieres que pase, detente. Te estoy dando una oportunidad, Eiji. —El susurro de Callenreese llegó a los oídos de Okumura, pero su cerebro no procesó las palabras, ni comprendió el motivo de tal advertencia.

Lo único en lo que Eiji podía pensar era en el cuerpo de Ash sobre el suyo, preguntándose cómo podía sentirse tan cálido cuando hacía unos minutos temblaba por el llanto entre sus brazos.

— Y yo te doy otra a ti —replicó Eiji, llevando las manos a ambos extremos de su boca. —No puedo pedirte que olvides lo que has vivido, tampoco que finjas algo de la felicidad que quizás no sientas, pero ¡Sonríe!

Porque, al tener sus labios tan cerca, a Eiji le atacaron unas ganas irrefrenables por verlo sonreír.

Como si quisiera instruirle, Eiji dibujó una gran sonrisa. Tenía un auténtico don para ellas considerando que, a pesar de lo mal que debía sentirse por la muerte de Skip y Shorter, así como su casi violación, cuando a la menor oportunidad prefería renunciar al resto del mundo para encerrarse con Ash durante días, resultaban de lo más naturales.

Con una de ésas logra que Ash se sienta mejor sin importar la clase de mierda por la que estén pasando.

Pero Ash no tenía interés en imitarla. De una vez, tomó la oportunidad por ambos, recostándose lentamente hasta quedar tendido sobre la cama, de perfil junto a Eiji y con una pierna afianzada a la cadera del moreno, y así impedir la huida que sabía no llegaría, permitiéndole poder alcanzar aquel mechón de pelo azabache interpuesto en la contemplación del rostro sorprendido ante él. Lo apartó, intentando hacerlo para atrás, pero sólo logró despejar los ojos de Eiji acomodando el flequillo de lado, rozando la piel de la frente repentinamente caliente, y aunque el resto de su cabellera ya no constituía un obstáculo, se entretuvo jugando con ella. Tuvo tiempo de mesarla, calcular su longitud exacta, comparar los matices que adquiría a la luz de la lámpara con los de las noches más oscuras en su memoria y, cuando estos pensamientos no le bastaron, se acercó. Aquella oscuridad no lo engulló, era suave, reconfortante. Pensó que no le importaría perderse, permanecer ahí, acurrucado con Eiji, para siempre.

— ¿Qué haces, Ash?

— Me olvido de lo que he vivido.

Eiji estuvo demasiado desconcertado para reaccionar en un primer momento, y paralizado de terror cuando el calor de unas manos traspasando el algodón de su playera le hizo comprender qué ocurría. Sin embargo, no gritó, ni llevó la idea de escapar más allá de sus pensamientos. Temblando, consintió el segundo beso de su corta vida de veinte años de la misma forma en que había consentido el primero meses atrás y al igual que entonces, a pesar de la sorpresa, su cuerpo recompensaría tal osadía con una cálida ola de placer, desconocida pero muy alentadora.

Minuto a minuto lograría relajarse, sintiéndose más amparado de lo que habría imaginado las pocas veces en las que pudo detenerse a reflexionar sobre el tema de un beso con otro hombre sin sentir náuseas, quizá porque Ash avanzaba sin prisa alguna, porque no tenía motivos para concebir que él quisiera hacerle daño o porque comenzaba a descubrir que el calor de un cuerpo enlazado al suyo, y el suave tacto de una boca que aún sabía amarga por el sueño, contenían algo enigmático en su esencia que le impulsaba a buscar más. Y cuando, por un instante, el hecho de que Eiji comenzara a imitar tímidamente los gestos de Ash, correspondiendo algún beso o alguna caricia aquí o allá, hizo que olvidara la prudencia y acelerase demasiado, bastaría con un abrazo nervioso para detenerse y volver a empezar.

Los pensamientos de Eiji, concentrados en su totalidad a Ash, dieron una resolución sincera esa noche; todo estaría bien. Porque era Ash. Y si Eiji ya había prometido estar siempre a su lado e incluso estaba dispuesto a regalarle su alma, aquello no era un error.

Pensó también, qué tal vez esto también ayudaría a Ash. Eiji no era un experto en el tema, aquella evidentemente sería su primera vez, pero se aseguraría de demostrarle a Ash en ese acto lo que nunca había recibido en los anteriores; adoración y afecto.

Aquella fue una noche muy larga, muy extraña también, para ambos. Incluso si tanto el miedo como la ropa acabarían siendo casi por completo desterrados de la cama, Ash jamás habría catalogado aquel juego de exploración como sexo. Ni Eiji tampoco, seguramente, de haber tenido sexo alguna vez. Durante horas, se buscaron mutuamente sólo con la mirada, las manos o los labios. No hubo desenfreno, no hubo sudor, palpitaciones y gemidos de intenso placer, ni siquiera llegaron a consumar el acto antes de caer rendidos.

La luz de luna traspasando las ventanas, admirándolos y envidiando lo que ellos tenían a tal grado de querer rozarles con sus pálidos rayos de luz, les encontraría abrazados en la misma postura en la que se habían dormido, abrigados en el calor ajeno y unas sábanas roídas, despertándoles a la vez que tiñendo los sucesos de horas antes con una claridad perturbadora, especialmente para Ash, quien a diferencia de Eiji contaba con la experiencia suficiente para comenzar a sentir miedo, porque nada era igual. Con Eiji todo era diferente, desde las conversaciones, la dual forma de pensar de cada uno, hasta el cariño con el que lo veía pese a saber todos los aspectos de su pasado.

¿En qué momento, se preguntaba, había vuelto a tener auténticas ganas de enrollarse con alguien hasta el punto de no poder evitarlo? Con su amigo, con un estudiante de universidad, ex saltador de pértiga, asistente de camarógrafo, al que había arrastrado a su vida de fugitivo y puesto en peligro más de una vez, virgen. Sí, desde los 11 años sólo recurría al sexo como un trabajo, para hacer dinero para Dino o a modo de paliativo para lograr conseguir ser el favorito de Dino. Incluso conforme iba creciendo debía recurrir a su cuerpo para obtener lo que quería, como cuando fue a la enfermería en prisión después de la violación en grupo. Su mejor arma era su brazo y una pistola entre sus manos, pero su cuerpo era una buena ficha de cambio también.

Ash no quería incluir a Eiji en el grupo de hombres con los que había tenido la necesidad de acostarse. Y quizá fuera demasiado iluso al pretender inventar una nueva categoría para él sólo porque no se lo había follado por completo o porque se sentía cómodo abrazándolo incluso después de aquel extraño amago de polvo pero, de haber podido, le habría exigido no hacer jamás ningún comentario al respecto y continuar con su idílica relación justo antes de que a él se le ocurriera la brillante idea de insistir, joderla y perpetrar lo que fuera que había perpetrado. Porque Eiji era puro, amable y la mejor persona que había conocido.

Y Ash le aterraba darse cuenta de lo mucho que deseaba que Eiji permaneciera a su lado. Aún si eso significaba tener que comer sus talentos culinarios de comida japonesa todos los días. «Por siempre».

Se sonrojó al recordar la promesa que se hicieron la noche anterior. Entre lloriqueos y amabilidad desbordante.

Pero en contra de todos sus deseos y esperanzas, Eiji se removió entre sus brazos, alzando la cabeza en el signo inequívoco de que hablaría.

Ahí venía un "adiós", pensó, un "te odio", "no vuelvas a tocarme".

— ¿Podemos... —le oyó decir, todavía adormilado —hacerlo otra vez?

~~~∆~~~


Eiji recordaría el suceso, un año más tarde, dos años, cinco, una década después...

Pensaría en Ash cada noche, al ser atacado por sus recuerdos cuando las pesadillas se aglomeraran en su mente.

Porque las pesadillas de Eiji siempre eran las mismas; se soñaba a sí mismo junto a Ash, despierto y viéndolo retorcerse por sus propios terrores nocturnos.

Sus pesadillas siempre comenzaban con Ash teniendo malos sueños.

Cuando todo iba bien, el sueño avanzaría y la pesadilla daría paso a un sueño placentero, rememorando los hechos y viéndose junto a Ash, ambos desnudos y compartiendo calor para espantar el frío que dejarían los malos sueños.

No obstante, sin importar la clase de sueño que Eiji tenía, o cómo terminara, el resultado siempre era el mismo: él llorando a mitad de la noche, solo y extrañando el calor en sus sueños o los sollozos del dueño de sus pensamientos.

Entonces, abandonando su recámara, tomaría rumbo fijo por toda su casa hasta el único lugar que le daba consuelo a su triste corazón: Su galería.

Aquel lugar donde representaba todas y cada una de las fotografías de Aslan Jade Callenreese, mejor conocido como Ash Linx.

Aquel que se fue dejando memorias tanto dolorosas como recuerdos hermosos. Dejado un vacío en el ser de Eiji. Irremplazable.

Pero ese vacío era justificado. Después de todo, fue él mismo quien le obsequió su alma a Ash.

Allá, donde quiera que esté, espera que Ash esté bien y feliz junto a lo único que Eiji podía ofrecerle; su inmenso amor.

Dejó el capítulo del manga en que esto se inspiró y un coloreado mío.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top

Tags: