OO1; nuevo comienzo

El auto avanzaba lentamente por las calles abarrotadas de Seúl. El ruido del tráfico y las luces intermitentes de los semáforos parecían una constante en esta nueva ciudad que Jungkook aún no entendía. Desde la parte trasera del coche, el niño de diez años mantenía la mirada fija en la ventana, observando cómo las enormes torres y los desconocidos rostros pasaban como un borrón frente a él. 

—Esto es tan... gris —murmuró, casi para sí mismo. 

—No seas tan dramático, Jungkook —dijo Jimin desde el asiento del copiloto, mientras revisaba su teléfono. Su tono denotaba el cansancio acumulado tras horas de viaje. 

—No soy dramático. Solo digo lo que veo —replicó Jungkook, cruzándose de brazos. 

Desde el volante, su madre, Eunmi, suspiró profundamente. Sus manos apretaban el volante con una fuerza innecesaria, tratando de mantener la calma. 

—Chicos, por favor. Este cambio no es fácil para ninguno de nosotros, así que vamos a intentar no pelear, ¿sí? 

Jungkook frunció el ceño y volvió a mirar por la ventana. Desde que habían dejado Busan, no podía evitar sentirse fuera de lugar. Allí tenía amigos, conocía cada esquina del vecindario, y, aunque su casa no era muy grande, siempre la había sentido como un refugio.

En Seúl, en cambio, todo parecía extraño, nuevo y demasiado apresurado. 

—¿Por qué tuvimos que mudarnos? —preguntó de repente, rompiendo el silencio incómodo. 

—Ya te lo expliqué, cariño —respondió su madre con paciencia. Aunque trataba de mantener su voz firme, era evidente que también estaba lidiando con sus propias emociones. 

—Pero quiero escucharlo otra vez —insistió Jungkook, ahora con un tono más insistente. 

—Porque mamá tendrá un mejor trabajo aquí, y porque papá es un grandísimo idiota —intervino Jimin, sin apartar la vista de su teléfono. 

—¡Jimin! —lo regañó su madre, girando brevemente la cabeza hacia él. 

—¿Qué? Solo digo la verdad. 

Jungkook ladeó la cabeza, confundido.

Claro, sabía que sus padres discutían y peleaban a menudo, pero nunca había entendido del todo lo que significaba el divorcio. Para él, todo había sucedido de golpe: primero, muchos gritos, luego la decisión de separarse, y, finalmente, el anuncio de la mudanza a Seúl. 

—Mamá, ¿es verdad? —preguntó en voz baja. 

La mujer suspiró de nuevo, esta vez más largo. Se estacionó frente a un pequeño edificio de apartamentos antes de volverse hacia sus hijos. 

—Escuchen, chicos. Lo que pasó entre su padre y yo es complicado, pero quiero que sepan algo: esto lo estoy haciendo por nosotros. Por mí, y por ustedes, porque quiero que tengan una vida más estable y feliz.

—¿Y por eso aceptaste ese trabajo aquí? —preguntó Jimin, ahora dejando su teléfono a un lado. 

Ella asintió, con una sonrisa cansada. 

—Sí. Es un oportunidad muy importante para mí, y no podía desaprovecharlo. Además, pensé que un nuevo comienzo sería bueno para todos. 

Jungkook no respondió. Bajó la vista hacia sus manos, sintiéndose más pequeño que nunca. 

—¿Y papá? —susurró después de un rato. 

—Papá... —su madre dudó por un momento, eligiendo con cuidado sus palabras para no sonar dura—. Papá los quiere y se preocupa por ustedes a su manera, pero ahora tenemos que pensar en lo que es mejor para nosotros, ¿de acuerdo? 

Jimin bufó, claramente menos convencido. 

—Sí, claro. Porque dejar a mamá sola todo el tiempo para engañarla y nunca preocuparse por nosotros es "querer". 

—Jimin, por favor... —pidió su madre, apretando los ojos como si la discusión le pesara en el alma. 

—Lo siento —murmuró Jimin al final, aunque su expresión mostraba que seguía molesto. 

Jungkook se bajó del auto sin decir nada, agarrando su mochila de spiderman y observando el edificio frente a ellos. No era tan grande ni tan bonito como la casa que tenían en Busan, pero al menos parecía acogedor. 

—Bueno, este será nuestro nuevo hogar —anunció su madre, tratando de sonar más animada mientras abría la puerta del maletero. 

—Genial... —dijo Jimin, arrastrando las palabras. 

Mientras subían al pequeño apartamento, Jungkook no podía dejar de pensar en todo lo que habían dejado atrás. La idea de que todo esto era permanente le hacía un nudo en la garganta, pero no quería que su madre lo notara. Ella ya tenía suficiente con lo suyo. 

Cuando finalmente entraron al departamento, la mujer abrió las ventanas, dejando entrar algo de aire fresco. 

—Está... bien —dijo después de una pausa, intentando convencerse a sí misma. 

Jimin se dejó caer en el amplio sofá de la sala, mientras Jungkook caminaba hacia la ventana, mirando las luces de la ciudad que brillaban en la noche. 

—¿Creen que alguna vez esto se sentirá como casa? —preguntó en voz baja, más para sí mismo que para los demás. 

Su madre se acercó, colocando una mano en su hombro. 

—Tal vez no hoy ni mañana, pero con el tiempo, sí. Lo importante es que estamos juntos. 

Jungkook asintió, aunque todavía no estaba del todo convencido. 

Esa noche, mientras se acomodaba en su nueva habitación, y en su nueva cama, se prometió a sí mismo que, pase lo que pase, encontraría una forma de sentirse parte de este lugar. Lo que no sabía era que el verdadero cambio estaba a punto de llegar, en la forma de un joven con una sonrisa tan brillante como las noches de Seúl. 

tres meses después...

Los días grises se habían convertido en semanas y ahora en meses, pero nada parecía mejorar para ellos. Era como si cada uno estuviera atrapado en su propio pequeño caos. 

Eunmi se encontraba al borde del agotamiento. Trabajaba largas horas en su nuevo puesto, lidiando con la presión del ascenso y con las crecientes preocupaciones por sus hijos. La mudanza, que inicialmente había pensado como un nuevo comienzo, parecía haberse convertido en una fuente constante de frustraciones. 

—¡Jungkook! ¿Por qué no puedes comportarte? —le dijo, exasperada, mientras lo miraba desde la pequeña mesa del comedor. 

El niño estaba sentado en una de las sillas, con los ojos hinchados de tanto llorar. Aún sollozaba, aferrándose a la tela de su pantalón. 

—¡Yo no hice nada malo! —protestó entre lágrimas, aunque su voz temblaba de culpabilidad. 

—¿Nada malo? Me llamaron de la escuela otra vez, Jungkook. ¡Otra vez! ¿Sabes lo humillante que es tener que escuchar que mi hijo se peleó con otro niño? 

—Él empezó —replicó Jungkook, ahora más indignado que triste. 

—¡Eso no justifica que le pegaras! —Eunmi se llevó las manos a las sienes, intentando calmarse. Había sido un día demasiado largo en el trabajo, y lo último que necesitaba era otra queja de la escuela. Era la quinta en ese mes.

—É-Él dijo que papá no me quiere… que por eso se fue —confesó Jungkook de repente, su voz quebrándose al final. 

Eunmi se congeló en su lugar, sorprendida por las repentinas palabras de su hijo menor. Durante unos segundos, solo el sonido de los sollozos de Jungkook llenó el pequeño apartamento.

—Kookie… —murmuró ella, acercándose para agacharse frente a él. 

—¡Yo sé que no es verdad! —gritó el niño, su rostro enrojecido—. ¡Papá nos quiere! ¿Verdad, mamá? 

Eunmi apretó los labios, sin saber cómo responder a aquello, pero antes de que pudiera decir algo al respecto, la puerta principal se abrió de golpe, y el sonido del cerrojo resonó en el silencio tenso del apartamento. 

—Debe ser Jimin —dijo Eunmi, enderezándose rápidamente. Miró a Jungkook, quien seguía con las lágrimas corriendo por sus mejillas—. Quédate aquí. 

La mujer caminó hacia la entrada, con el ceño ligeramente fruncido. En los últimos meses, Jimin había estado más distante que nunca. Apenas hablaba con ella y pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa o encerrado en su habitación.

No era el mismo chico alegre y hablador de antes. Nada era igual a cuando estaban en Busan.

—Jimin, ¿llegaste? —llamó desde el pasillo. 

Cuando llegó a la puerta, la sorpresa la detuvo en seco. Allí estaba su hijo, con su uniforme ligeramente desaliñado, pero no estaba solo. A su lado, un chico desconocido le sonreía con calma y una ligera timidez. 

—Hola, mamá —saludó Jimin, quitándose los auriculares que colgaban de su cuello. 

—Hola, hijo —saludó con una sonrisa—. ¿Y tú eres...? —preguntó Eunmi, más curiosa que alarmada. 

—Ah, lo siento. Soy Kim Taehyung —se presentó el chico, haciendo una pequeña reverencia. Su voz era cálida, como si estuviera acostumbrado a causar buenas impresiones en los demás. 

Eunmi sonrió genuinamente por primera vez en días. 

—Oh, hola, Taehyung. ¿Eres amigo de Jimin? 

—Sí, señora. Somos compañeros en la escuela. Jimin me invitó a estudiar aquí —explicó Taehyung, mirando brevemente a su amigo, quien simplemente se encogió de hombros. 

—No es la gran cosa —dijo Jimin, restándole importancia—. Taehyung es muy bueno en matemáticas, y pensé que me vendría bien un poco de ayuda. 

—Pues bienvenido —Eunmi les hizo un gesto para que entraran—. Espero que no te moleste el desorden. 

—Para nada. Gracias por recibirme —respondió Taehyung con una sonrisa que iluminó su rostro. 

Mientras tanto, Jungkook había salido de la cocina, pero no se atrevió a acercarse. Desde el umbral, miró con curiosidad al chico que acompañaba a su hermano. Su cabello castaño se veía suave, casi desordenado, y tenía unos pequeñas puntitos esparcidos por la nariz y las mejillas.

Había algo en el chico que capturó inmediatamente su atención. Pero él no comprendía el qué.

Eunmi se mantuvo conversando animadamente con Taehyung, tratando de ocultar su agotamiento físico y mental detrás de una sonrisa amable. Jimin, como siempre, permanecía callado a un lado de ellos, observando la interacción entre su madre y su amigo con una ligera expresión de fastidio. 

Fue entonces cuando Taehyung notó algo por el rabillo del ojo: una pequeña figura que se asomaba tímidamente por detrás de Eunmi. Se giró completamente hacia el niño, con ojos cálidos y curiosos. 

—Oh, ¿y ese pequeñín quién es? —preguntó el castaño con una sonrisa resplandeciente. 

Jungkook, que había estado observándolo fijamente y en silencio, sintió de pronto la necesidad de sonreírle de vuelta. Pero en lugar de hacerlo, se sorbió los mocos ruidosamente, limpiándose la nariz con la manga de su suéter rojo. 

Eunmi soltó un suspiro y pasó una mano por la espalda del pequeño Jungkook para empujarlo suavemente hacia adelante. 

—Él es Jungkook, mi hijo menor —dijo con una mezcla de ternura y cansancio—. Aunque parece que ya te diste cuenta de eso. 

Taehyung dejó escapar una suave risa antes de inclinarse ligeramente hacia el pequeño de cabellos tan oscuros como la noche. Ahora podía verlo mejor: sus ojitos estaban hinchados y rojizos, su nariz escarlata por el llanto reciente, y las mejillas aún húmedas por las lágrimas. 

—Oh, parece que alguien no ha tenido un buen día —comentó con una voz tranquila y amable, como si estuviera hablando con un niño más pequeño de lo que realmente era. 

Jungkook lo miró con desconfianza al principio, pero había algo en la forma en que hablaba que le hacía sentir un poco menos incómodo. Antes de que pudiera responder, Taehyung se enderezó y rebuscó en su mochila celeste, que colgaba de uno de sus hombros. 

—¿Sabes? Tengo algo que siempre me anima cuando estoy triste —mientras hablaba, sacó de la mochila una paleta envuelta en un papel brillante. Jungkook observó los llaveros y pines que colgaban de la cremallera con curiosidad: una pequeña estrella, unos personajes de dibujos animados y un par de pins con frases en coreano que no entendió del todo, pero que le parecieron interesantes. 

Los ojos de Jungkook brillaron con curiosidad al ver la paleta. Taehyung se agachó hasta quedar a su altura y le tendió el dulce con una nueva sonrisa, esta vez más amplia y adorable, casi infantil. 

—Toma, es para ti. 

Jungkook miró primero la paleta, luego a Taehyung, y después a su madre, buscando alguna señal de que podía aceptar. Eunmi asintió suavemente, y el pequeño dio un paso hacia adelante, luego otro, hasta que finalmente estuvo frente al joven. 

Tomó la paleta con ambas manos, como si fuera el objeto más valioso que alguien le había dado, y la miró durante unos segundos antes de devolverle a Taehyung una mirada llena de asombro. 

—¿De verdad es para mí? —preguntó con voz suave, aún inseguro. 

—Claro que sí —Taehyung revolvió suavemente el cabello negro de Jungkook—. Pero hay una condición: tienes que sonreír. 

Jungkook frunció el ceño por un momento, como si estuviera considerando seriamente la "condición". Después de unos segundos, sus labios se curvaron en una pequeña, pero genuina, sonrisa. 

—Ahí está —dijo Taehyung con una expresión de triunfo—. Mucho mejor, ¿no crees? 

Eunmi observaba la escena con sorpresa y alivio. Desde que habían llegado a Seúl, no recordaba la última vez que había visto a Jungkook sonreír así. 

—Gracias, Taehyung. No sabes cuánto necesitábamos algo como esto hoy —dijo Eunmi con sinceridad. 

—Oh, no es nada, señora —Taehyung se puso de pie, sacudiéndose el polvo de los pantalones escolares—. A veces, un poco de dulce en nuestras vidas puede animarnos más de lo que pensamos. 

Jimin, que había estado apoyado contra la pared que conectaba la sala y la cocina, rodó los ojos. 

—Deja de actuar como si fueras un ángel caído del cielo —comentó con un tono burlón, pero había un pequeño rastro de diversión en su voz. 

—¿Yo? ¿Un ángel? —Taehyung se llevó una mano al pecho, fingiendo sorpresa—. Qué halago, Jiminie. 

Jungkook miró a su hermano con el ceño fruncido.

No entendía por qué Jimin estaba siendo tan gruñón cuando Taehyung claramente era alguien muy agradable. Sin embargo, decidió ignorarlo y volver a concentrarse en su nueva y apetecible paleta, que abrió con cuidado. 

Cuando finalmente su lengua tocó el dulce, sus ojos brillaron aún más con emoción creciente.

El sabor era una mezcla de fresa y cereza, su favorito. Miró a Taehyung, quien seguía sonriéndole, y decidió en ese momento que le gustaban las cosas brillantes. 

Y Taehyung, con su sonrisa deslumbrante, era definitivamente una de ellas. 

iniciar esta historia me emociona mucho
🤧

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