Capítulo 3

Mientras el chico camina por la vereda, él siente un profundo dolor en el pecho, entonces entra a un callejón, su respiración se agita y los dolores se intensifican.

—Agr... ¿Por qué? ¿Qué me pasa? —se pregunta mientras intenta mantenerse de pie con ayuda de las paredes—. ¡Ah! —reprime un grito agonizante.

—Duele, ¿no? —dice Ariel estando recostado por el muro con los brazos cruzados.

—¿Q-Qué sucede? —le pregunta con la voz quebrada.

—Te lo advertí... —responde sin mirarlo—. ¿Creías que haciendo buenas acciones podrías quedarte aquí para siempre? —dice caminando hacia él.

—N-no, no p-puedes hacerme esto... ¡No quiero volver! —se niega una vez más.

—Es por tu bien y ahora que ya estás débil, no puedes impedirlo —Ariel avanza y toma con fuerza los brazos de su amigo.

Una fuerte ráfaga los envuelve a los dos haciéndolos desaparecer, un mendigo, que se encontraba en la esquina y que presenció todo, mira su botella diciendo: —Vaya que es fuerte.

Ariel lleva a su amigo frente a un jurado donde decidirán qué castigo sería más apropiado.

—Es el rebelde —murmuran los que presencian el juicio.

—¡Suéltenme! —dice forcejeando para tratar de liberarse de las cadenas que están en sus muñecas.

—Silencio... tú debes pagar por no obedecer nuestras reglas —dice el jefe del jurado, un hombre serio y de carácter fuerte.

—Reglas... no voy con ellas —protesta el joven, se encuentra en el medio del salón con el jurado sentado frente a él y su mejor amigo en una esquina, también juzgándolo.

—¡Ya es suficiente! ¡Eres un ángel y tienes que comportarte como tal!

—¡No quiero serlo! —grita dejando a todos sorprendidos, pero sobre todo, molestos.

—Bien... —habla el jefe con más calma, todos guardan silencio esperando el veredicto—. Si tanto quieres estar en la tierra, te daré el gusto.

—¡¿Qué?! —todos quedan muy confundidos pero una sonrisa se dibuja en el rostro del acusado.

—¿Enserio? —pregunta feliz.

—Sí claro. Puedes irte ahora mismo, eres libre —declara el jefe y las cadenas desaparecen.

—Vamos —dice Ariel tocando el hombro del muchacho y se bajan a la tierra, ya es de día y el sol comienza a salir.

—No puedo creerlo, puedo quedarme en la tierra —dice saltando de la alegría pero entonces—. Espera, ¿cuál es el truco? El jefe nunca dejaría libre a ninguno de los ángeles y menos a mí —le pregunta serio.

—Tienes razón... puedes quedarte aquí pero con una condición, tendrás que ser un ángel guardián —responde Ariel, su compañero queda en silencio por un momento—. Ya sabes lo que eso significa, tendrás que cuidar a un humano.

—¡Es fantástico!

—¿Qué? —Ariel no entiende la razón por la cual está alegre.

—¿No lo entiendes? Tendré que cuidar a un humano, eso significa peligro, aventura. ¡Me encanta! —dice casi saltando en una pata.

—Okey, siempre consigues lo que quieres aunque no lo quieras —comenta Ariel.

—Espera, ¿cómo sabré a quién tengo que cuidar? —pregunta curioso.

—Aquí está el nombre de tu humano, que tengas suerte —le desea Ariel, entregándole un papel doblado y luego desaparece.

—Espero que sea alguien que siempre esté en peligro —Desea mientras lee el papel—. ¡Wau...! Más aventuras para mí —piensa rompiendo el papel entonces un brazalete aparece en su muñeca derecha.

—¿Qué es esto? —se pregunta mirando atentamente el brazalete, es dos dedos de ancho y negro con bordados que parecen rayos o algo así, es azul, negro y blanco.

—Sea lo que sea, se ve de lujo y me gusta —dice y se propone a buscar a su protegido.

—¿Dónde la encontraré? —piensa mientras pasa frente a una escuela secundaria. De repente el brazalete lo jala con fuerza haciendo que empuje a una chica que pasaba en patineta y ella termina dentro de la fuente que está en el centro.

—Lo siento...

—¡Idiota! ¡¿Qué te sucede?! ¡¿Estás ciego o qué?! —grita molesta levantándose estando mojada de pies a cabeza.

—Perdón, fue un accidente —trata de disculparse, entonces el brazalete lo jala de nuevo y, esta vez empuja a otra chica, esta termina de cara en el fango.

—Jajaja. Estás en el barro como la cerda que eres, Lauren —se burla la primera.

—Y tú por primera vez en tu vida te duchaste —responde ella limpiándose su cara, la cual está llena de barro.

—¡Lauren, Zariam ya basta! —interviene la preceptora.

—¡Él empezó! —ambas señalan al joven que las empujó.

—Usted me acompañará a la rectoría —dice la mujer tomándole el brazo y arrastrándolo al interior de la escuela.

Cuando llegan a la dirección, la preceptora lo sienta frente al escritorio y la rectora se encuentra allí.

—Eh...

—No es necesario que me explique nada, sé que es su primer día en la escuela y está un poco desorientado y por esa razón decidí pasar por alto este incidente que causó —le dice la mujer, es delgada y alta, de unos 40 años y de carácter fuerte, esto le hace parecerse a el jefe del jurado que lo sentenciaron.

—Okey —asiente un poco confundido—. Pero... ¿Por qué esas dos chicas se pelearon? —pregunta.

—Lauren y Zariam, siempre se pelean, no se toleran y ambas son muy diferentes. Aléjate de las dos —responde aconsejándole lo que sería lo mejor para él.

—Sí.

—Aquí tienes la llave de tu casillero, recuerda no más accidentes —le aconseja, entregándole la llave.

—Wau... estoy en una escuela —piensa mientras camina por los pasillos en busca de su casillero—. Ariel preparó todo esto para mí, haciendo las cosas más fáciles —dice mientras ve los útiles, cuadernos y una mochila en el interior del casillero.

—Bien... Ahora debo cuidar a mis dos humanos —dice sonriendo y sintiéndose muy especial, los ángeles guardianes solo deben cuidar a un humano, pero él deberá cuidar a dos.

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