Alteza
Él estaba frente mío, sus brazos tras su espalda en una postura firme y elegante, mostrando tranquilidad en cada movimiento.
Estire mi mano en una clara invitación.
—Me temo que es hora.— hable tratando de ocultar la timidez que recorría todo mi cuerpo.
Él solo me observo sin mostrar ningún tipo de desagrado.
Su prometida estaba a su lado, sonriendo, luciendo su mejor traje; ella era divina, sus cabellos eran rubios, sus ojos azules como el mar; a veces cambiaban su tono por la luz, pero eso no quitaba su belleza natural. No era necesario que se maquillara, todo le quedaba bien, hasta un saco de papas se veía glamuroso a su lado. Todo el reino decía que se veían perfectos juntos; Melisa y Damián. ¿Cómo no serlo?, ella era una reina, y yo era un simple sirviente. No podría estar a su altura ni aunque quisiera. A pesar de que su matrimonio allá sido arreglado a la fuerza. Los pleitos entre reinos se estaban volviendo más fuertes, y que mejor forma de tranquilizar ambas tierras que ofrecer a sus hijos como muestra de paz y unión.
—Espero no estropearlo.—se alejó de Melisa.
—Será un placer que lo haga usted—declaré.
Bese su mano con sumo cuidado, como si mis labios quisieran tocar el pétalo de una rosa. ¿Pero que hablo? él era una rosa, una exquisita y exótica. Su comisura de su labio se alzó un poco, levemente, haciendo una media sonrisa.
Sentí sus ojos sobre mí, con su típica mirada penetrante. Sentía mi piel erizarse al solo pensar que me veía atónico por mi acto osado. Me pare firme, sin soltarlo.
Caminamos juntos hacia el centro de la pista, tomados de la mano, esperando a que uno de los dos decidiera tomar el puesto del guía en el baile.
No hace falta decir que yo era quien iba a seguirlo, era capas de hundirme en el infierno solamente para estar junto a él, sin olvidar que tampoco era muy bueno bailando. Entre los dos, Damian era el quién sabía más de esto, ya que él era el de la experiencia y el de alto orgullo.
—Jonathan.—llamó severo, su rostro había cambiado a un semblante serio al ver como todos bajaron sus copas y nos observaban en el centro del salón.
—¿Pasa algo?— dije sin separar mi vista de sus ojos verdes, tal vez una parte de mí–la mayor parte– quería arrancarle esa máscara que ocultaba la mitad de su rostro, era imposible saber sus expresiones, aunque no demostrara gran cosa, solo me bastaba verlo a los ojos para saber lo que tanto le costaba decir.
— ¿Qué harías tú por mí?— fue una pregunta que no esperaba, pero sentí como mi ser se regocijaba, ¿sería mi oportunidad de declararme?. No lo sé, pero no la perdería; a pesar de dejárselo claro en nuestros encuentros nocturnos
—Haría cualquier cosa por usted, Alteza— dije con una sonrisa. Acomodando mi antifaz con torpeza.
— Tu lealtad se me es singular.— contesto con gracia, separando su mano de la mía y posicionando frente a mí.
— Nada más hablo con los perros porque no me entienden— Dije sin pensar. No me había dado cuenta de mi error hasta que él hablo.
— Te digo que los perros no te darían respuestas, no tan certeras como yo, pero aun así, sería pocas las que te responda.— sus manos pasaron por mi cintura, acercándome disimuladamente, su cuerpo contra el mío; sentía su respiración en mi rostro, era cálido, me gustaba estar así. Su ropa olía a lavanda, y a rayos de sol. Él era especial, era como la luna, siempre opacando las estrellas, iluminando la oscuridad de mi mundo, pero cada vez que lo creía así, solo podía creer que él era la tierra y yo su luna, girando a su alrededor, dándole estabilidad. Mi ensoñación terminó cuando tomo mis muñecas y las paso a su cuello. Ahí fue que entendí que estábamos a punto de hacer un espectáculo frente a la corte.
— Tu alteza espera ansioso que cuentes tus pensamientos, y más si soy parte de ellos.— su aliento cálido producía cosquillas en mi oído, se había inclinado hasta que su barbilla tocó mi hombro.
Era magnífico.
Era magia, cada momento se volvía mágico, cualquier cosa. Bastaba estar junto a él, aunque sea en silencio, era cómodo, era increíble. Es increíble.
Alce el mentón con firmeza y seguridad y dije con orgullo:—Cada momento. Usted siempre está allí, en cada pensamiento y anhelo.
Se alejó un poco de mí, con pasos atrevidos, estirando nuestros brazos y volviéndose a juntar en una vuelta, la música había empezado ya hace minutos atrás, ninguno de los dos nos habíamos percatado, pero nuestros pies se movían al ritmo de la melodía. — Tu elección de música es algo... poco ortodoxo.— entrelacé nuestras manos una vez más, moviendo mis caderas de un lado a otro, tratando de seguirle el paso.
— Me cansa lo común. Prefiero lo original.— bufó sin quitarme la vista. Todos nos observaban boquiabiertos, el heredero al trono iniciaba el vals... Con otro hombre.
Pero eso no le importaba, era un acto de rebeldía del príncipe, todos sabían lo osado que era, pero jamás pensaron que era capas de preferir a un plebeyo que a su prometida. En cambio, yo, me sentía en un cuento de hadas.
Tal vez sonaba también como lo contaban, los libros siempre acababan bien. Otros solo te relataban la verdadera cara de la moneda, una donde ninguno sale victorioso. Pero aun así era romántico. Como Romeo y Julieta.
Tal vez soló acabaría siendo eso, un amante. Solamente compartiría las noches en secreto. Mientras ella..., su prometida, Melisa, podía compartir todo sus días con él. Despertar en las mañanas juntos, viendo cómo el sol toca su mejilla y, sus ojos, Jade se abren al mismo tiempo que el sol despertaba. Ella podía estar allí, en la luz, mientras yo debía esperar hasta la oscuridad para poder verlo, tocarlo y...
No es para tanto.
Volteé a ver una esquina del salón, no era mi intención encontrarla mirándome con los puños apretados, mordiéndose el labio inferior con fuerza, aún manteniendo su postura erguida.
Trague en seco, eso era el aviso suficiente como para saber cuál era mi destino: La horca.
Damián sintió como temblé ante la mirada penetrante de su prometida. Apretó mi mano para llamar mi atención.
Suspiro sumiso y volteo en dirección a ella.
—Mañana se acabará este martirio— dimos una vuelta y volvimos a nuestra posición inicial.— supongo que no has podido dormir pensando en eso.
Fue como un balde de agua fría, mi corazón empezó a latir más rápido, el tiempo paró en ese momento, todo a mi alrededor dejó de importar, quería tirármele enzima y juntar nuestros labios en un beso apasionado. Pero debía mantenerse al margen.
—Si su alteza me lo permite, han sido noches muy desoladas. Su propuesta es difícil de evadir — apreté su hombro dándole a entender que aceptaba el plan de fuga.
—Ya lo imagino— todo empezó a ser más rápido, la música aumentó la velocidad, sentía el viento golpear mi rostro, mis labios se abrieron levemente, permitiéndome suspirar un poco y liberar la presión que me provocaba la tensión del lugar.
Me apegó a el a ritmo de la música, tomo mi mentón y se acercó.— No les prestes atención, yo estoy aquí.— sus palabras me tranquilizaron, solo bastaba su presencia para saber que todo estaría mejor.
Más rápido.
Nuestros pies se coordinaban, la música avanzaba, todo se movía. Más vueltas, separándonos, y volviendo a juntarnos.
Sentía que volaba con cada vuelta, pero tal vez... estaba muriendo.
Su sonrisa.
Ella sonreía, sus ojos expresaban una ira incontrolable, pero sus labios solamente se expandían en su rostro.
La busqué con la mirada apresurada. Tenía una copa de vino en mano, sus dedos robaban el borde de esta. Observando, observándome.
Ella lo sabe.
Los invitados empezaron a gritar, corriendo desesperados, buscando la salida del castillo.
Damián me atrajo hacia él en un abrazo protector. No entendía por qué. De repente sentía una fuerte punzada en mi estómago, pase mi mano, la aparte rápidamente al sentir una sustancia espesa que humedecida mi manga, era color carmesí.
Una tos espantosa me atacó, mis piernas flaquearon, haciéndome perder el equilibrio y caer de rodillas en la alfombra blanca.
Damián gritaba, pedía ayuda. Yo quería decirle que todo estaba bien, pero mis palabras no salían, solo podía sentir como el líquido manchaba mi labio inferior y parte de mi traje.
Tanto que me costó arreglarme para ti.
—Jon, oye, todo estará bien— me tomo del brazo, apretándome más fuerte contra su pecho, tomando mi cabeza. Me sentía protegido. Gire un poco, y ahí estaba Melisa, en medio de la multitud, todos corrían mientras ella solamente nos veía como si fuéramos la mejor comedia romántica que haya visto.
Alzo su copa, como si estuviera brindando.
Vi como sus labios se movían, pronunciando palabras que eran inaudibles para un humano común.
— Espero que te quemes en el infierno... Maldita perra.— dijo con odio, dando un sorbo largo del amargo fruto.
Mis ojos se cristalizaron, las lágrimas cayeron, incontrolables. Quería gritar, quería patalear, no podía acabar así.
¡No podía!.
Tantos años, solo quería disfrutar una noche con mi amado, sin miedo, sin remordimientos, pero al parecer ella estaba un paso adelante.
—Solo faltaba un día...— susurré con pesar.
—Jonathan— siempre me había gustado como su voz ronca pronunciaba mi nombre, pero ahora solo podía sentir mi corazón estrujarse. Estaba llorando. Sus ojos Jade derramaba amargas lágrimas, rogando que esto solo fuera un estúpido sueño.
— No me dejes, puedes..., puedes, por favor.— su voz estaba entrecortada, tal vez no era él, solo yo que estaba debilitándome.
—Sabes que mi otra debilidad es la kriptonita— sonreí, quería que sus lágrimas pararán. No quería ser el causante de su tristeza.
— No juegues Jon, no ahora que estaré solo.— su llanto intensifico, aferrándose más a mí.
— La otra es bastante obvia—con todas mis fuerzas toqué su mejilla, haciendo pequeños círculos con mi dedo, tratando de memorizar su rostro, su piel canela, tan suave y bella. Ojalá esto fuera eterno.
— Como me resisto a esos ojos, ¿Tienes alguna cura para mi mal?— dije con gracia, pero al parecer solo logré que su semblante cambiara a uno serio. A pesar de que la mascara lo cubriera, sabía como iba a reaccionar, no esperaba más de él, era suficiente.
— No juegues Jon, te recomiendo que sigas vivo, porque si mueres... Te juro que te revivo solo para volverte a matar yo mismo.— trato de sonar amenazante, pero yo solo me carcajee. Damián jamás cambiaría.
Su frente descanso con la mía.
—Te amo.— apreté mi estómago en un fallido intento de tratar de que la hemorragia parará.
—Lo siento.– sus labios se curvaron en una mueca.
—Tienes que responder: "Yo también te amo craybaby"— expliqué sin quitar mi sonrisa. Buscando su mano con desesperación.
Al notar mi acto apresurado, entra lazo nuestros dedos, y su otra mano libre me siguió sosteniendo, evitando que mi cabeza toque el frío suelo cubierto de sangre. Mi sangre.
—No puedo decirlo, un te amo no expresa todo lo que siento por ti, así que solo...— soltó mi muñeca y me tomo de la mejilla, que ya estaba bastante humedecida por las pequeñas lágrimas que derramaba sin control alguno.
— Podrás morir por esto, Alteza– el sabía perfectamente las consecuencias si me besaba, especialmente si aún había público presente.
—Me vale un carajo, me iré contigo.— iba a refutar, a pesar de que un beso de la era mi más grande añoranza, no iba a permitir que él muera por eso. Pero antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, sus labios me callaron.
Sus labios rojos con los míos, fundiéndose en la sensibilidad de nuestro roce, él era atrevido y cálido, su piel bronceada juntándose lentamente con la mía, mi boca desesperada por sentir más, por esperar que dure más. Sus besos eran mi nueva droga, una dulce, delicada, exquisita, atrevida. Lograba que mi corazón se alterara, y regocijara; lástima que sería una única vez.
Trato de disfrutarlo hasta el final, aunque las lágrimas saladas dañen el momento, sé que es sincero.
Se separó de mí estrepitosamente, volviéndome a rodearme con sus brazos.
—No me dejes, no me dejes— repetía una y otra vez.— Por favor, por favor, solo faltaba un día, podremos irnos de aquí. Por favor...—rogaba, cada vez más bajito, como si estuviera pidiendo un deseo, tal y como cuando éramos niños.
Tal vez debía decirle algo, darle un par de palmadas y explicarle que todo estaba bien, que no me iría. Pero yo sabía que le habían mentido toda su vida, es más, vivía en una mentira, donde siempre me repetía que yo era su verdad... Su amor. Reí al solo pensar como pasamos de odiar nos a muerte, a ser amantes.
Mis manos tocaron sus pelos azabaches, jugando con ellos, tratando de hacer caricias.
Hay fue cuando lo entendí.
Ella seguía allí.
Maldita flecha, solo basto una punzada.
Todo se puso borroso.
Damian
No podía hablar.
¡Por favor!, Damián...
Ella... estaba a tras de él. Mis ojos me pesaban, mis manos no respondían, sentí como esta se separaba de él, y su mirada. Sus ojos rogaban ayuda.
No por favor.
Lo tomo del cuello con brusquedad, apegándolo a ella, lo había alejado de mi lado.
—No puedo vivir con un sucio.— sus últimas palabras para pasar la daga por su cuello. Su sangre se derramaba en grandes cantidades.
Gritar.
Era lo único que necesitaba.
Luchaba para mantener mis ojos abiertos.
Pero el estruendo de su cuerpo chocando contra la madera a mi lado me obligó abrirlos. Aunque no tenía la suficiente fuerza para hacerlo, no podía permitirme irme sin verlo por una última vez.
Él sonreía. A pesar de que sus ojos no mostraran nada, murió feliz.
Al final de cuentas iremos al infierno juntos.
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