Capítulo 27

Bajo el cielo estrellado de Bumer, un pescador, con harapos que apenas sostenían su figura demacrada, caminaba por la orilla del mar, entre las sombras de las olas que besaban la costa. Se llamaba Han Gyuk, un hombre pobre que buscaba su sustento diario en las entrañas del océano.

El sonido monótono de las olas rompiendo contra la arena se interrumpió de repente por un llanto lastimero, un lamento de niño que se mezclaba con la brisa nocturna. Gyuk detuvo sus quehaceres de reparación de su modesto bote y dirigió su mirada hacia el horizonte oscuro. La curiosidad y la compasión lo atrajeron hacia aquel llanto. Sus manos, curtidas por el trabajo y la rudeza del mar, apretaron el cabo de su remo con cierto temor y preocupación a la vez. No supo por qué exactamente, mas antes de pensarlo a cabalidad, se encontró remando a ciegas hacia donde provenía el llanto.

A medida que se alejaba de la costa, el llanto se intensificaba. Una extraña inquietud se apoderaba de su persona cuando, a lo lejos, vislumbró una pequeña figura flotando en el agua oscura. La sorpresa y la confusión se reflejaron en sus ojos cansados al percatarse de que aquel llanto que había escuchado desde la orilla provenía de un pequeño barril de madera que flotaba a la deriva.

El corazón del pescador latía con fuerza mientras remaba con desesperación hacia el barril. En el momento en que lo alcanzó, su mano áspera y temblorosa abrió la tapa. En su interior, envuelto en harapos empapados y con lágrimas en sus ojos, yacía un bebé pequeño que el hombre levantó con cuidado.

— ¿Cómo es posible? — Murmuró para sí mismo, observando el oscuro mar que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. La noche había sido silenciosa, sin signos de vida cerca. No había barcos ni rastros de otro ser humano en aquellas aguas.

El bebé lloraba sin cesar, pero al sentir el calor y la ternura desconocida, el llanto fue cediendo. Mientras sostenía al niño en sus brazos, el pescador examinó el barril y encontró inscripciones raras que él no sabía leer; apenas eran visibles, destilaban un aura antigua y hechicera de la cual los pescadores siempre se alejaban. No obstante, él estiró sus manos hacia el bebé consumido por el frío.

Al tacto, unos diminutos párpados se fueron elevando, dejando al descubierto unos ojos resplandecientes y amarillos que hicieron que el hombre por el miedo dejase caer nuevamente a la criatura. Cuando abrió su boca, pudo notar la rara forma de su lengua dividida y, al mirar con mayor detenimiento, también notó ciertas extrañezas en su piel. Por un instante se arrepintió de haberse acercado a lo que sea que hubiese sido eso, mas una última mirada al bebé le hizo dejar atrás sus temores.

Con el bebé en sus brazos y el barril a la deriva, el pescador remó de regreso a la orilla. La luna llena iluminaba la escena, pero su luz apenas alcanzaba a disipar la sombra que cubría el misterio. El pequeño barril, ahora vacío, parecía ser el único testigo silente de un enigma que se deslizaba entre las aguas de aquel reino. Poco sabía ese hombre que estaba siendo observado por muchos ojos, incluyendo en de dos mujeres, una que agitaba sus brazos y lucía como la más hermosa sirena, pese a no ser así. Su cola era más extensa y gruesa, embaucaba con su belleza, pero era mucho más aterradora.

— Reina Ryujin...

— No te atrevas a hablar, Sycorax. — La voz de aquella mujer resonó en el mar oscuro mientras controlaba sus lágrimas. A diferencia de lo que su corazón sentía, la mujer le dedicó una mirada oscura y tenebrosa a la bruja. — A partir de ahora tu trabajo será velar por la seguridad de mi hijo en la tierra hasta que él pueda recuperar sus poderes y valerse por sí mismo. Solo entonces, él podrá regresar a nuestro palacio.

— Sí, mi señora.

— Los humanos son crueles, así que no podré evitarle todo el sufrimiento que me gustaría. Lo salvé de su verdadero padre y también de mí, si no me curo, podría matarlo, así que lo mantendré alejado por su bien, castigaré fervientemente a todo el que le haga daño, causándoles sufrimientos inimaginables.

La bruja Sycorax la observaba en silencio, ella había perdido su libertad en el momento que, sin saberlo, le brindó sus servicios a un hombre muy poderoso. Ella buscaba ganar algunas almas y, en cambio, quedó encadenada a la persona que debía eliminar. Es que ella jamás se imaginó que en la tierra, estuviera andando la verdadera reina de los mares. Sí, esa mujer que podía controlarla, era no solo la criatura marina más poderosa, era la diosa de las aguas en todas sus formas.

Para algunos, era Ryūjin, un dragón poderoso y rey de los mares, con un castillo en las aguas más profundas, para otros una diosa y así sucesivamente. Su nombre siempre reflejaba su conexión con el poder del océano y su capacidad para adoptar diferentes formas. Originaria de un reino submarino, ella habitaba en un majestuoso palacio de corales rojos y blancos llamado Ryuugū-jō, donde ejercía su control sobre todo lo relacionado con el mar y las aguas.

Se manifestaba como un dragón de gran boca capaz de asumir forma humana. Controlaba las mareas con la ayuda de gemas mágicas, Kanju y Manju, que tenían el poder de apaciguar o embravecer el mar según su voluntad. Las tortugas marinas, peces y medusas eran sus fieles servidores, pero no los únicos. Otra de sus identidades era la de Yemayá, una madre cariñosa y protectora que cuidaba de los navegantes y marinos, ofreciendo su guía y protección a aquellos que la invocaban con sinceridad.

Nereida, la Encantadora de las Aguas, ese también era otro de sus nombres, seductora y encantadora para cualquiera que la observara. A veces, se le aparecía a los mortales con una forma más humana para influir en eventos marítimos y relaciones humanas. Tenía muchos otros nombres, pero el último y más recientemente adquirido, sería el de Anfítrite, la diosa desilusionada e intransigente, quien llevaba consigo la historia de un amor traicionado. Enamorada de un humano, tuvo un hijo con él, pero la traición de su esposo la obligó a abandonar a su hijo y alejarse de la vida terrenal.

— Mis ojos siempre estarán en él cuando el agua me lo permita, pero tengo mis limitaciones en la tierra, por eso te necesito ahí. Una vez que mi hijo encuentre su camino a casa y se convierta en rey, te dejaré en libertad. — Odiaba estar presa, ser la guardiana de alguien, pero asintió, dándole una pequeña reverencia. — No intervengas en los eventos naturales de su vida, ya sean buenos o malos, cuida su corazón, lo demás, puedes dejármelo a mí. Él encontrará su camino a ti y tú le darás las respuestas que él necesite saber a su tiempo.

— Sí, mi señora.

— Una cosa más... — Agregó comenzando hundirse en el agua. — Evita que vaya a Mircia y se encuentre con las personas de ese reino, no quiero que se encuentre con su verdadero padre, no sé qué podría ocurrirle. Por desgracia no puedo matar a ese idiota después de haberlo protegido utilizando mi alma cuando creía que realmente nos amábamos.

— Como usted ordene, mi diosa.

La mujer de ojos brillantes se perdió en las profundidades del mar mientras la bruja se trasladaba hacia la orilla siguiendo al pescador.

La pequeña choza del pescador se alzaba modesta en la costa, abrazada por la brisa marina y resguardada por la sombra de altos cocoteros. A pesar de su sencillez, emanaba una calidez que solo un hogar sencillo, pero lleno de amor, podía ofrecer. Un tejado de paja, paredes de madera desgastada por el tiempo y una pequeña ventana por donde se filtraban las luces parpadeantes de las estrellas conformaban el refugio de este humilde hombre y ahora, del pequeño que había rescatado del mar.

Jungkook, el bebé hermoso que encontró en el barril, creció bajo el cuidado amoroso de Gyuk. La choza parecía pequeña para dos, el pescador temía que no fuese suficiente para un niño tan especial, pero esperaba que al menos pudiera ofrecerle la felicidad que merecía.

Las noches en ese humilde rincón eran tranquilas, iluminadas por la luz tenue de una lámpara de aceite. Ambos compartían una cama pequeña, una experiencia nueva y tierna para los dos. La paz reinaba en la estancia mientras el sonido lejano de las olas se mezclaba con la respiración tranquila del niño.

A medida que los días pasaban, el pescador, con sus ásperas manos, le enseñaba a Jungkook las habilidades más básicas de la vida, como pescar, reparar las redes y entender los misterios del mar. Pero, sorprendentemente, el niño absorbía conocimientos con una rapidez que dejaba boquiabierto al pescador. Jungkook mostraba una destreza y agudeza fuera de lo común, una diferencia notoria con otros niños de su edad.

Otra de las cosas que Jungkook fue aprendiendo desde muy pequeño fue a defenderse, a pelear, a luchar con fuerza por lo que quería. No importaba si era en el mercado cuando iba con su padre a vender la pesca del día, si era en el mar cuando lo acompañaba o cuando andaba solo ayudándolo a hacer los deberes. Siempre estaba dispuesto a aprender y luchar por lo que creía o quería.

A pesar de las carencias, el amor y la dedicación de Han Gyuk hacia Jungkook crearon un vínculo inquebrantable entre ellos. La choza se llenaba con risas y el murmullo de conversaciones mientras compartían comidas humildes pero sabrosas, producto de las pescas diarias. Sin embargo, lo que más sorprendía al pescador era el amor innato de niño por el mar. Siempre decía sentir una conexión profunda con las olas, como si el océano mismo lo llamara. Gyuk, a pesar de sus propios lazos con el mar, admiraba la pasión que emanaba del niño y lo alentaba en sus exploraciones.

— ¿Qué es esto, padre? — Jungkook preguntó un día cualquiera como el niño curioso que era, mientras sostenía en sus manos un trozo de metal con la palabra "Jeon" grabada en él.

— Ah, eso... — Sonrió agitando su negro cabello. — Un fragmento del barril en el cual te encontré. No sé qué dice, pero simplemente lo traje conmigo.

Esa tarde, los dos fueron a una de las cantinas, descubriendo la palabra que allí había escrito y con la que el señor bautizó a su hijo. Jeon Jungkook...

Toda felicidad se agotaba y la dicha a ellos solamente les duró unos años.

La brisa salada que solía mecer las paredes de la pequeña choza un día comenzó a transportar un aire de inminente desgracia. El pescador, se encontraba de pie frente a su hogar, observando cómo los militares de la marina se abalanzaban con crueldad sobre su pequeño refugio. La amenaza de los uniformados había sido constante, exigiendo pagos que el pescador no podía cubrir con sus magras pescas.

La choza, que albergó risas y sueños, estaba destinada a ser devorada por las llamas, engullida por la voracidad de aquellos que buscaban el poder y la tierra a cualquier costo. El crepitar del fuego resonaba en la noche, un eco de destrucción que marcaba el fin de la paz que una vez habitó entre esas paredes de madera desgastada.

Han Gyuk, indefenso ante la violencia de aquellos que debían velar por la seguridad, intentó detenerlos, pero su resistencia fue recompensada con una brutalidad desmedida. Gritos de agonía se perdían entre el crujir de las llamas y el estruendo de la destrucción. El pescador, arrodillado en el suelo, vio cómo su hogar, sus recuerdos y sus sueños ardían en un cruel espectáculo de injusticia.

Los militares de la marina, indiferentes ante el sufrimiento que habían desencadenado, no mostraron piedad. El líder de aquel grupo sádico se le acercó, su rostro impasible, y con un gesto frío le arrebató la vida al pescador frente a un niño que por un instante se paralizó. Su padre había escuchado rumores de que los uniformados se acercaban, por ello, para protegerlo, le dio una moneda de plata para que fuese a buscar algunas cosas al mercado. Para el menor que como un juego brincaba sobre las carretas y corría por el lugar, regresar antes de lo esperado no fue una sorpresa. Sorpresa fue ver a los oficiales de la marina arrebatarle la vida a su única familia, ver quemar lo único que conocía como un hogar. Con

La oscuridad se cernió sobre la costa, acompañada por la trágica sinfonía de la destrucción. La negra melena era batida por el aire caliente que provenía de su casa, sus manos se ceñían con fuerza en sus propios puños antes de correr a gran velocidad para socorrer a su padre. Gritó al cielo al ver que no había forma de regresarlo a la vida y en su pecho, todo lo que quedaba era un sentimiento engorroso y molesto que se desató en forma de rabia por todo su cuerpo antes de arremeter en contra de los oficiales. Sin embargo, no tenía todavía las habilidades necesarias para enfrentarse a tantos de ellos. Se llevaron a Jungkook a la fuerza, separándolo del único lazo que le quedaba en este mundo. Su destino quedó sellado, arrancado de la libertad que el mar le había prometido. El pescador había caído, y el cruel episodio dejó marcada la costa con la sombra de la injusticia, mientras las llamas consumían los restos de lo que alguna vez fue un rincón de amor y esperanza. Maldita fuera la Mariana Real Bumersa y todos sus integrantes.

Esa noche, fue la primera vez que Jungkook cayó en las profundidades del mar, cambiando de forma en su totalidad. En ese momento no lo notó, puesto que llegó a una orilla a salvo en un lugar en el que no habitaba ninguna civilización humana. No supo cómo llegó ahí, pero se sintió reconfortado, tuvo la oportunidad de llorar abiertamente como cualquier niño de su edad o persona haría tras un evento tan doloroso. Se sentía perdido y sin saber qué hacer, pero ahí, justo en la cúspide de su dolor, cuando sentía que no podía más, sintió su cuerpo escocer por primera vez. Su piel ardió para después enfriarse y comenzar a cuartearse, imposibilitándole el pensar en algo más que no fuese lo que sea que le estuviera ocurriendo a su cuerpo.

Mirando a su alrededor pudo divisar el claro en donde caía una gran cascada. No tuvo tiempo o deseos de admirar el paisaje, puesto que corrió hacia el agua a toda velocidad y justo ahí, vio sus piernas pegarse y alargarse hasta crear una fina cola que lentamente se iba ensanchando hasta llegar a su cintura. Era como una larga cola de serpiente con escamas oscuras en diferentes tonalidades. En su mayoría, resaltaba el verde y el negro, pero había también algunas doradas o transparentes. Sin embargo, en la punta, le parecía rara, no era típica en ninguna de las serpientes que conocía, pero otra vez, no había nadie que tuviese su problema.

Se hallaba desorientado, desprovisto de la guía paterna, sin un destino claro que lo reclamase, perdido en la incertidumbre de su devenir. ¿Habría de seguir los pasos de su padre como pescador, abrazar el tumulto de los mares junto a algún corsario, o emprender la búsqueda de un propósito que aún no divisaba claramente?

— Estás predestinado destinado para cosas mayores... — resonó una voz, ajena a sus oídos, emergiendo misteriosamente en el aire. Al principio, su origen se ocultaba en la neblina grisácea, pero esta adquirió forma, revelando a una mujer que se materializaba como un espectro poco etéreo.

— ¿Quién eres? — inquirió, titubeante.

— Sycorax es mi nombre, y mi presencia velará siempre por tu bienestar — respondió ella, mientras la bruma jugueteaba a su alrededor. — Se podría decir que soy tu guardiana.

— ¿Me conoces?

— Por supuesto, te conozco bien — afirmó con seguridad. Desconfiado, aprovechando la corriente que le otorgaba mayor celeridad, Jungkook procuró alejarse, mas la dama, sirviéndose del viento, lo alcanzó con gracia. — Detente, te encuentras debilitado. Tu cuerpo está ileso, pero tu corazón, en este momento, se halla en desasosiego. Si pierdes la capacidad de velar por tu propio bien, perderás el control de tu ser.

— ¿Qué quieres decir?

— En situaciones de peligro extremo, donde tu vida penda de un hilo, o cuando el dolor te desgarre el alma y la separe de tu cuerpo, perderás el dominio sobre tu ser. Tus poderes son robustos, mas su fortaleza radica en tu estado físico y mental.

— ¿Cómo estás tan segura?

— Todavía debes pasar por muchas cosas de las cuales no te puedo salvar. Me verás e intervendré cuando sea tu alma la que esté herido, no tu cuerpo físico, justo como hoy. Deberás crecer y hacerte de gran fortaleza, pero eso es algo que deberás hacer solo. Te llevará a los mejores lugares y, un día, si logras permanecer con vida, te permitirá gobernar el mar y la tierra por igual. Abre tus ojos y la mente, libera muy poco de tu corazón, de preferencia, ábrelo gradualmente y nunca por completo.

Jungkook procesó las palabras de esa mujer, de alguna forma, sabía que era la verdad. No se sentía amenazado por ella, pero tampoco comprendía todo aquello que le fue dicho.

— Si sabes tanto de mí, ¿puedes decirme qué es esta condición de mi piel?

— Es quien eres... — Los ojos de Jungkook se ensancharon en confusión, logrando que la mujer rodara sus ojos. — No es una condición de tu piel, es tu verdadera especie.

— ¿Qué?

— En los oscuros recovecos de la magia, donde los velos de los reinos, los tiempos y mundos se entretejen, las criaturas místicas danzan en las sombras, — la sagaz bruja buscaba cómo revela al hombre su verdadero linaje. — ¿Has escuchado hablar sobre la magnífica Nagadracis, fruto de la conjunción entre la naga, la serpiente y el dragón? Una criatura que despliega sus secretos ante los ojos de aquel que ignora su esencia.

— Hablas mucho, explicas poco. — Se veía el fastidio en el rostro del niño que, como era de esperarse, su comportamiento correspondía mejor a su edad en el profundo reino de los mares que a la de los humanos en la tierra

— Escucha, con atención, — pronunció Sycorax con voz envuelta en misterio, — tú, que te consideras un simple mortal, eres portador de la linfa de la Nagadracis. Tu linaje se remonta a eras inmemoriales, donde los sortilegios y las criaturas fantásticas tejían las tramas de nuestro mundo.

La entidad híbrida, conocida en los anales de la hechicería como Nagadracis, encarnaba la fusión de tres estirpes legendarias. Gracias a su madre, Jungkook era el heredero de muchas cosas que él desconocía.

— Tu nombre resuena como un eco ancestral, evocando la astucia de las naga, la sinuosidad letal de las serpientes y la imponente ferocidad de los dragones. Eres el vástago de esta amalgama mágica, — prosiguió la mujer.

La piel escamosa, que fulge con un resplandor arcano, es la herencia de la Nagadracis, la cual se desliza entre los dominios místicos como una sombra de magnificencia sin igual. Esta maravilla híbrida se convirtió en la personificación de la elegancia y la ferocidad.

Jungkook acariciaba su cola. Su escamosa superficie resplandecía con la mezcla de sus tonos ébano, dorado y jade, donde la luminiscencia del dragón marino se mezclaba armoniosamente con la textura ondulante de la serpiente. La piel cubierta de escamas, era suave al tacto pero impenetrables como la voluntad de un hechicero antiguo. Desprendían destellos de luz lunar cuando se deslizaba por la penumbra de los mares sagrados y, si quisiera y llegara a necesitar, también en los bosques.

Esa cola, de la cual no se tenía certera información acerca de su poder, era majestuosa en su longitud y se enrollaba con gracia alrededor de sí misma, creando un arabesco de patrones que destellan con runas ancestrales. En su extremo, una punta afilada como una lanza, forjada en el fuego de la forja de un dragón, se erige como una promesa de protección y poder. Cuando la cola se agita en el aire, sus escamas pueden llegar a resplandecer como las estrellas en el oscuro cielo nocturno o en la bóveda celestial, dejando tras de sí un rastro de fulgor.

Aunque posee la astucia de una serpiente y la furia de un dragón, aunque su cuerpo se dividía y lucía como una naga, su cola podía tener una fuerza propia. Era más que una simple amalgama de sus partes componentes. Es un testimonio de la unión de varios linajes legendarios, una combinación que encarna la fusión de la gracia mística y la fuerza indomable.

— Tus ojos, llevan la luminosidad de antiguas eras, custodios de secretos ancestrales y tesoros olvidados. Tus colmillos y el veneno que de estos emana, son tan letales, que pueden llevar a la muerte en segundos. Puedes moverte como las sombras de la noche y todo esto, te otorga una majestuosidad temible y fascinante, — añadió la bruja, revelando la verdad oculta.

+++

Ese monstruo del cual Jungkook perdió el control, se adueñó de él aquella noche en que abandonó el palacio de los marqueses Kim. Sin embargo, esa personalidad del pirata que se apoderaba de su persona cuando este estaba inseguro, dolido, con miedo o en peligro. Se erguía como un bastión defensivo, una respuesta mecánica. No obstante, no fue fácilmente sometido por dicha entidad.

¿La razón?

La respuesta yacían en la complejidad de la experiencia. El dolor que desgarró su ser aquella fatídica noche despojó una porción de su alma, pero en ese entonces, Jungkook mantenía aún su integridad espiritual. No sería sino hasta una ocasión posterior, cuando ofrendó voluntariamente una parte considerable de su alma para forjar un zafiro protector, que se volvió vulnerable. Su existencia quedó entrelazada con la de su amado, una conexión tan profunda que, al ser traicionado, se halló desprovisto de cualquier defensa, quedando expuesto, perdiendo el control total de su ser y más.

Muchos de estos detalles se escapaban de la memoria consciente de Jungkook, quien revivía su existencia debido a una equivocación: anclarse a Taehyung. Al regresar al tiempo primigenio, todo se reinició para él, sin retener esos eventos cruciales. No obstante, esa otra parte de él, arraigada en las profundidades marinas y saturada de magia, conservaba cada recuerdo. Aun así, tanto su aspecto humano como su naturaleza mística seguían enfrentando peligros mientras Taehyung respirara, pues la amenaza acechaba tanto en el reino terrenal como en el mágico.

Por ende, Jungkook se veía imposibilitado de revelar su secreto a Taehyung, motivo por el cual asume el control de su propio ser de manera sutil, evitando cualquier indicio que pueda alertar al almirante de la dualidad existente en su interior. Él no recordaba todo lo ocurrido, pero una cosa actual y segura era que no podía confiar en el Almirante.

— ¿Soy tuyo, pero te fornicas con tu matelot e intentas matarme? — Esa fue la respuesta que Taehyung le dio a ese "eres mío" que Jungkook llegó a escuchar. Fue como si su mente y la del monstruo en su interior se volviera una.

En el interior de la oscura cueva, Jungkook soltó un suspiro profundo, como si dejara escapar un peso que cargaba sobre sus hombros. Aunque la presencia de Taehyung seguía siendo perturbadora, la criatura en su interior había cedido por el momento.

— Si realmente quisiera matarte, no estarías aquí ahora mismo. — Jungkook habló con una calma inusual, mientras observaba las sombras danzar en las paredes de la cueva. — Pero, por alguna razón, estoy decidido a darte una oportunidad.

Taehyung, aun sintiéndose vulnerable, decidió no desafiar al pirata en ese momento. Se limitó a observar con cautela, esperando comprender mejor la extraña dinámica que se desarrollaba entre ellos. Porque Jungkook no podía engañarlo tan fácilmente, dudaba que un chapuzón hubiese borrado esos últimos días de molestias y discusiones.

— ¿Una oportunidad? — Preguntó Taehyung, su ceño frunciéndose con escepticismo.

— Sí. — Jungkook se puso de pie y caminó hacia el fondo de la cueva, donde había un pequeño rincón iluminado por la luz que se filtraba desde la entrada.

Taehyung, intrigado, se incorporó y siguió al capitán. En el rincón iluminado, encontraron un par de trozos de madera que servían como improvisados asientos. Jungkook se sentó en uno de ellos y, con un gesto, indicó a Taehyung que hiciera lo mismo. En el rincón muchas piedras pequeñas yacían también en el suelo. El pelinegro las fue recogiendo con determinación hasta colocarlas entre ellos.

— Juguemos a esto. — Jungkook mostró las piedras en su mano, ofreciendo una mirada desafiante.

— ¿Canicas improvisadas? — inquirió Taehyung, arqueando una ceja.

La desconfianza se estaba moviendo por cada parte de su cuerpo. Mirando a los alrededores, decidió que no había mucho más que hacer, además, el pirata seguramente estaba haciendo tiempo a que llegaran los de la tripulación para regresar al barco. Lo más sensato debería ser luchar con él y correr, buscar la forma de escapar de ahí, pero por algún motivo, terminó sentándose sobre la madera.

— Algo así. A ver si tienes la destreza para ganarme. El juego se llama el "Corsario Astuto". Un juego de azar, estrategia y un toque de astucia pirata. Pero con una pequeña variante: el perdedor debe compartir un secreto personal.

La propuesta de Jungkook intrigó a Taehyung. Aunque su instinto le decía que no debería confiar plenamente en el pirata, la perspectiva de compartir secretos parecía tentadora. Además, cualquier distracción de la tensión entre ambos sería bienvenida.

— Está bien, capitán. Juguemos tu juego. Pero ten en cuenta que no soy fácil de vencer, aunque bueno, eso ya lo deberías saber. — Su mirada fue agresiva y, por un instante, pudo ver el mentón de Jungkook tensarse, para luego reír burlesco.

— ¿Crees ganar sin hacer trampa?

— ¿Piensas que yo soy tú?

Durante los siguientes minutos, los dos se sumergieron en el juego. Jungkook lanzó una de las piedras, apuntando a otra más pequeña colocada a cierta distancia. La piedra dio varios rebotes antes de detenerse.

— Tu turno, almirante.

La atmósfera se llenó de un tipo diferente de tensión mientras los dos piratas se sumergían en el juego improvisado. Cada lanzamiento era una pequeña competencia, un intento de superar al otro. Jungkook, aunque aún molesto, encontró cierto alivio momentáneo al concentrarse en el simple acto de lanzar piedras.

— Tienes algo de habilidad después de todo, almirante. Pero no pienses que esto cambia nada entre nosotros. — Jungkook lanzó otra piedra con un gesto brusco.

— No me hago ilusiones, capitán. — Taehyung sonrió, lanzando su piedra con precisión, pero esto hizo que todas las de Jungkook se movieran y pasaran de la línea trazada, una estrategia que le funcionó. El Almirante creyó estar ganando, por lo que sabía que se confiaría al final y golpearía su piedra con mucha fuerza. Esto hizo que su golpe ganador, fuese el perdedor, algo que Kim notó muy tarde. — Lo planeaste todo.

— ¡Corsario astuto! — anunció Jungkook, revelando una mano ganadora. — Y ahora, almirante, es tu turno de compartir un secreto.

Taehyung sonrió, reconociendo la derrota sin tanta gracia. La atmósfera en la cueva cambió momentáneamente, mientras Taehyung pensaba en qué revelar. La confianza era frágil, pero por alguna razón, se sentía dispuesto a participar en ese juego peculiar.

— Un secreto, ¿eh? — Calló por varios segundos. — Bueno, aquí va... — Agregó observando a Jungkook fijamente a los ojos. — Hubo un momento en mi vida en el que deseé abandonar todo, las responsabilidades, la lealtad, incluso mi título de almirante. Quería huir y vivir en algún rincón olvidado del mundo, lejos de la guerra y la traición. De la caza y la piratería, pensé que junto a alguien que consideré mi amigo, iba a tener una vida feliz.

Jungkook escuchó atentamente, procesando las palabras de Taehyung. Algo en esa confesión parecía resonar en el capitán pirata, pero decidió guardar sus propios pensamientos por el momento. No le iba a reclamar que todo se fue a la mierda por su culpa, no, ya le había entregado demasiadas municiones que fueron utilizadas en su contra en el pasado, ahora era su turno de recolectar y usar.

— Interesante secreto, almirante. Parece que ambos guardamos nuestros anhelos más profundos bajo la fachada de guerreros implacables. — Jungkook apretó la mandíbula, sin querer revelar más de lo necesario. Sin embargo, el juego de canicas continuó, ofreciendo un breve respiro en la constante tensión entre dos hombres destinados a enfrentarse en los mares turbulentos. Aunque las palabras afiladas y el rencor seguían presentes, por un momento, se permitieron compartir algo más allá de la hostilidad que los definía.

Con el juego de canicas concluido, Jungkook se incorporó, mostrando una expresión que volvía a ser fría e imperturbable. Un silencio incómodo llenó la cueva mientras ambos hombres se evaluaban mutuamente. Jungkook, consciente de la necesidad de mantener su secreto oculto, decidió utilizar su veneno de manera sutil.

— Así como ya yo no confío en ti... — Musitó mientras jugaba con una de las piedras. — No deberías confiar en mí, Taehyung. — Jungkook dejó una pequeña roca afilada sobre una superficie cercana, mostrando una sonrisa astuta. — Pero no tengo intenciones de matarte ahora mismo. Solo quiero que te quedes tranquilo por un rato. — Taehyung, observando con cautela, frunció el ceño ante esas palabras.

— ¿Qué estás planeando?

Jungkook, en lugar de responder, dio un paso adelante y, con una destreza innata, rozó ligeramente el brazo de Taehyung con una de las escamas afiladas que decoraban su piel de serpiente. A vista del almirante, el pirata acababa de acariciarlo suavemente.

— No esperaba que fueras tan considerado. — La ironía tintó las palabras de Taehyung mientras retrocedía instintivamente.

Jungkook ignoró el comentario y, sin decir más, observó cómo su veneno empezaba a surtir efecto. No contenía la cantidad o pureza suficiente para matarlo, solo adormecerlo y así poder regresar al barco. En cuestión de minutos, Taehyung comenzó a sentirse somnoliento, aunque aún no era consciente de lo que estaba sucediendo.
— Esto no durará mucho, pero será suficiente. — Jungkook observó cómo Taehyung luchaba contra el adormecimiento. — Te recomendaría que descansaras un poco.

Mientras el veneno lo envolvía, el capitán pirata se desvaneció en la oscuridad, enfocado en regresar a su barco antes de que la breve tregua entre ellos se desvaneciera por completo. Taehyung, por otro lado, se quedó inconsciente, sin sospechar que su sueño había sido inducido por el veneno de una Nagadracis.

Cuando volvió a abrir sus ojos lentamente, la luz parpadeante de una antorcha en la pared le indicaba que no estaba en la cueva. El sonido familiar de las olas golpeando contra el casco de un barco llenó sus oídos, creando una sensación de desorientación. Se incorporó, sintiendo una ligera jaqueca que le hizo sostener su cabeza y apretar fuertemente los ojos.

— ¿Dónde...?

La confusión se apoderó de él cuando se dio cuenta de que estaba de nuevo en el barco, encerrado en uno de los calabozos. No recordaba cómo había llegado allí, todo lo que sabía era que había estado en una cueva con Jungkook, y ahora estaba de vuelta en su prisión habitual.

Intentó recordar los detalles, pero todo era un borrón. Una mezcla de sueños y realidad se entrelazaba en su mente. Recordaba las palabras de Jungkook, la sensación de somnolencia, pero no podía discernir si eran fragmentos de la realidad o simples quimeras.

— ¿Cómo...? — murmuró para sí mismo, tocando suavemente su brazo, como si pudiera encontrar alguna respuesta allí.

Se puso de pie, tambaleándose ligeramente mientras intentaba recobrar la compostura. La puerta del calabozo se abrió con un chirrido, y un marinero entró, sorprendido al verlo consciente.

— Almirante Kim Taehyung, ¿se encuentra bien?

Taehyung asintió, aunque sus pensamientos eran un enigma. No sabía si agradecer o maldecir por su situación actual. ¿Qué había sucedido en esa cueva? ¿Cómo había regresado al barco sin recordar nada claramente?

Mientras el marinero le explicaba los detalles de su regreso al barco, Taehyung miró a su alrededor, con la certeza de que algo extraño había ocurrido. Una única seguridad se aferraba a su mente, sabía menos de Jungkook pirata de lo que creía.

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Por aquí también... ¡Feliz año nuevo! En este capítulo he explicado muchas cosas, así que espero que ya hayan podido agregar varias piezas al rompecabezas de esta historia. ¿Les ha gustado? ¿Dudas? ¡Nos vemos en el próximo capítulo!

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