Veintiocho.

La oscuridad que me rodeaba me hacía sentir... en paz. Lo más tranquilo y cómodo conmigo mismo que me había encontrado en mucho tiempo, tanto era así que no tenía ganas ninguna de escaparme de aquel sitio.

Si la muerte significaba eso, no me arrepentía lo más mínimo de haberla palmado.

En ocasiones, en mitad de aquella oscuridad, me llegaban susurros... susurros ininteligibles que yo trataba de descifrar en vano. Las voces que a veces llegaban hasta allí me resultaban dolorosamente familiares, pero nunca se quedaban conmigo mucho tiempo.

Allí atrapado pude pensar mucho...

Pude pensar en mi familia, en cómo se había roto cuando mi madre descubrió que yo también era un licántropo como mi padre, rechazándome y negándome como si fuera hijo suyo.

Pude pensar en cómo mi madre había empezado a sembrar las dudas en Rebecca, ayudando a que se transformara en la mujer que había sido. Recordé mi despedida, el hecho de que nos encontraríamos en el infierno, pero no había sido así; no había ni rastro de mi hermana por aquel lugar.

Pude pensar en Arlene, en que jamás sabría si había conseguido salir adelante y recuperarse de las heridas. Era culpable de que se encontrara en aquella situación y yo jamás hubiera deseado que nada de esto hubiera pasado; habíamos compartido una simple noche. Nada más.

Luego pensé en el bebé. El doctor que se encargaba de Arlene no había querido darnos muchas esperanzas al respecto, pero había alegado que estaban haciendo «todo lo que estaba en sus manos para mantener a la madre y al bebé»; me convencí de que saldría adelante. No en vano tenía sangre Harlow corriendo por sus venas.

Y éramos difíciles de eliminar.

Nunca me había planteado en serio la idea de ser padre, y eso sin contar las veces que había fantaseado desde que Mina me mandó aquella estúpida invitación para que me convirtiera en el padrino de uno de sus hijos. La idea nunca se me había presentado, como tampoco la había valorado.

Pero cuando Arlene me anunció su embarazo... no pude evitar sentir miedo. Ella no sabía en qué lío se había metido, como yo tampoco tuve tiempo para poder explicarle mi situación; tampoco sabía que el bebé, en caso de ser niño, podría transformarse en lobo cuando alcanzara su madurez.

En caso de ser niña... supuse que Arlene se hubiera sentido aliviada al conocer que no habría transformación, pero que heredaría alguna de mis habilidades.

También sabía que mi familia se encargaría del bebé en mi nombre. Jamás le faltaría de nada y tendría las respuestas sobre su naturaleza... Incluso sobre mí, si se preguntaba alguna vez quién fue su padre.

Tal y como solía sucederme en ocasiones, a través de la oscuridad me llegó la voz de una mujer... mezclada con la de un hombre que hizo que mi estómago diera un giro.

Ambas voces sonaban desesperadas y hundidas emocionalmente en el mismo nivel de dolor.

-El doctor Brent ha sido claro al respecto: tenemos que esperar –estaba diciendo la mujer.

-Lo sé, pero me tienes preocupado... Llevas días sin comer bien, por no hablar de lo mal que estás descansando –replicó la voz masculina, sonó exigente y a la par angustiado-. Ve a casa, por favor.

-No voy a apartarme de su lado –se negó la mujer-. Salvó su vida y yo quiero estar aquí cuando despierte. Necesito estar aquí para cuando abra los ojos, quiero poder darle las gracias personalmente por...

Dejé escapar un quejido.

Las voces que me rodeaban se quedaron repentinamente en silencio. La oscuridad fue aclarándose poco a poco, como si la burbuja en la que había estado encerrado aquel tiempo indefinido hubiera estallado de repente. Mis oídos empezaron a registrar más sonidos a parte de las voces que se habían callado.

Sonidos que me resultaban familiares.

Pitidos.

Probé a intentar abrir los ojos y tuve que cerrarlos de golpe debido a la gran luminosidad. Escuché los agitados pasos de dos personas moviéndose y noté tras mis párpados la sombra de alguien; contuve la respiración mientras abría por segunda vez los ojos.

Nathaniel Harlow me miraba fijamente, con sus ojos llenos de un sentimiento que llevaba muchos años sin ver aparecer por su mirada: pavor.

-¿Gary? –preguntó mi padre con un titubeo.

Nathaniel Harlow jamás titubeaba.

-Papá –mi voz salió ronca.

Llevaba sin usar esa maldita palabra desde que mi relación con él se volvió tan tirante debido a mis continuas meteduras de pata. El hecho de que se encontrara en aquel sitio, mirándome con ese brillo en el fondo de sus ojos me hizo saber que nuestra relación estaba empezando a sanar; que las cosas quizá volverían a ser como en el pasado, cuando yo era un niño.

Una mujer que conocía bastante bien se colocó al lado de mi padre. Tenía todo el maquillaje corrido y el pelo, normalmente recogido en un pulcro moño, alborotado; sus ojos verde azulados me contemplaban con una expresión de auténtico alivio; eso me hizo sentir incómodo.

Elena y yo jamás habíamos mantenido una estable relación madrastra-hijastro. Desde que se casó con mi padre yo había intentado fastidiarla de mil formas distintas; aunque no lo hubiera dicho de forma abierta, sospechaba que jamás había aceptado que Thomas quedara a mi cargo mientras mi padre y ella decidían viajar por todo el mundo.

-Elena...

Sus ojos se le llenaron de lágrimas y, ante sorpresa de todos, se inclinó para darme un abrazo. Miré a mi padre con un gesto de desconcierto, pero él esbozó una sonrisa cargada de ternura... ¿Qué demonios estaba pasando? La última vez que estuve en una situación así, Elena no había tenido esa reacción.

-¿Y Thomas? –caí de golpe en mi hermano.

La angustia nubló mi mirada. Rebecca también le había disparado aunque había tratado de evitarlo por todos los medios que estaban a mi alcance.

-Le salvaste la vida –sollozó Elena, apartándose y dejándome ver su maquillaje más corrido aún-. La bala solamente le rozó y las cosas no fueron a mayores. Gary, te estoy tan agradecida... No sabes lo mucho que lamento haber tenido mis reservas respecto a tu relación con Thomas. Espero que algún día puedas perdonarme.

Asentí con rigidez.

-Pudimos intervenir a tiempo, Gary –me comunicó mi padre-. El Consejo logró advertir al resto de manadas de Nueva York para que ayudaran a controlar la situación. El Alfa de Bronx no tuvo más remedio que rendirse y va a ser juzgado; ahora mismo están buscando un sustituto nuevo.

Se hizo el silencio en la habitación.

-Pensábamos que no lo lograrías –susurró mi padre-. Os sacaron de allí a Thomas, a Rebecca y a ti... No puedes imaginarte lo mucho que me destrozó verte de ese modo por segunda vez; por unos segundos creí que sería definitivo, que te había perdido...

-¿Qué hay de Rebecca? –pregunté abruptamente.

Elena salió de la nada con un vaso de agua. Mi padre y ella compartieron una mirada mientras su esposa me ayudaba a tragar el líquido transparente, aliviando el escozor de mi garganta, pero sin conseguir hacer desaparecer el nudo que había aparecido en mi estómago tras la mención de mi hermana.

Mi padre negó con la cabeza.

-No pudimos hacer nada por ella.

***

Tras anunciar que había despertado, las visitas fueron sucediéndose en la habitación en la que me encontraba encerrado. Aguanté con una sonrisa en la cara el paso de Alice; de Caleb y Lena; de Jia, incluso de Percy, el menor de los Seling.

Sin embargo, había pedido que alguien estuviera conmigo cuando llegó el turno de los Whitman.

Mi hermano se quedó obedientemente en la habitación, junto a Avril como apoyo en caso de que las cosas empezaban a ponerse incómodas. Me recoloqué sobre la cama cuando los vi aparecer de la mano.

Traté de ignorar la punzada de mi pecho, logrando que mi rostro se contrajera en una mueca que arrancó una risita a Avril, que no se perdía detalle de mí. La primera en dar un paso hacia la cama fue Mina, que esbozó una tímida sonrisa mientras Chase prefería quedarse cerca de la puerta, como si no quisiera molestar más de lo necesario.

-Hola –saludó Mina.

Moví la cabeza lo suficiente para que entendiera que mi saludo se iba a limitar a esa simple sacudida.

Observé cómo tragaba saliva y miraba por encima de su hombro, seguramente buscando el apoyo de su marido. Thomas y Avril se mantenían en un discreto segundo plano, fingiendo estar contemplando las vistas de la habitación.

-Chase y yo hemos venido para... para agradecerte todo lo que hiciste en aquel gimnasio –dijo a media voz-. Lamento mucho lo de Rebecca.

Supe que lo estaba diciendo por simple cortesía. Mina tenía razones de sobra para odiar a mi hermana, y sabía que estaba suspirando de alivio en su fuero interno; con Rebecca fuera de su vida para siempre podría pasar página de manera definitiva.

En cierto modo, todos podíamos hacerlo.

Pero también suponía que mi acuerdo con Mina llegaba a su fin. Habíamos acordado trabajar juntos para poder terminar con la amenaza de Rebecca... y lo habíamos conseguido.

Recordaba los planes de Mina: marcharse de Nueva York para regresar a Blackstone con su familia.

Desaparecer de una maldita vez de mi vida.

Cuando Mina y yo nos miramos tuve la sensación de que ella sabía en lo que estaba pensando. En sus labios había aparecido una sonrisa triste y sus ojos brillaban, anunciando que no tardaría mucho en echarse a llorar.

Era hora del adiós definitivo.

Todo mi cuerpo se quedó agarrotado en el momento que Mina se inclinó hacia mí para darme un abrazo, teniendo cuidado de no golpearme en los vendajes que rodeaban donde la herida de bala aún estaba cicatrizando; su aliento cosquilleó en mi oreja y yo tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano para mantenerme inmóvil.

El corazón amenazaba con salírseme del pecho.

Chase nos observaba a ambos desde su posición con una expresión severa, consciente de lo importante que era ese momento para su esposa... y nada conforme con permitir que su compañera se acercara de ese modo a otro lobo.

-Gracias por todo, Gary –susurró Mina-. Y gracias por salvarme aquella vez, hace diez años.

La herida de la pérdida de Mina se me cerró un poquito al escuchar sus palabras.

Chase y Mina no se quedaron más de lo necesario, sabiendo lo difícil que resultaría para mí esa situación. Thomas me observó con atención mientras Avril se encargaba cerrar la puerta de la habitación, después de que los Whitman se hubieran marchado; me encogí de hombros, respondiendo a la pregunta silenciosa que me estaba enviando mi hermano con la mirada.

Compuse una sonrisa cuando Avril se acomodó junto a Thomas. Mi hermano le pasó un brazo por la cintura para pegarla más a él de manera inconsciente; aún tenía algunas preguntas pendientes con ambos.

-¿Debo suponer que esto va en serio? –pregunté.

Avril enarcó una de sus cejas.

-¿Debo suponer que lo has aceptado de una vez por todas? –replicó con mordacidad.

Sonreí con malicia.

-Aún tengo mis reservas, Seling –dije-. Pero si sois felices el uno al lado del otro... Adelante.

Avril soltó una risita.

-Supongo que Gary está practicando para cuando le llegue el momento de tener esta conversación con alguien más dentro de unos años, ¿no? –preguntó.

-Tampoco tientes tanto tu suerte –advertí en tono de broma.

Thomas y ella compartieron una mirada cómplice antes de que mi hermano se girara hacia mí con una sonrisa.

Entonces supe que había hecho lo correcto y que había llegado el momento de permitir que Thomas cometiera sus propios errores... y aprendiera de ellos.

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