Dos.

Noté cómo me empezaban a sudar las manos cuando me apeé del coche. Mi hermano no había despegado la mirada de mí desde que el GPS había indicado que habíamos llegado; tenía que reconocer que la casa que se habían comprado tenía su encanto y no era tan ostentosa como muchas otras de la zona. Como la mía propia que aún conservaba allí y que no había visitado desde hacía años.

La entrada estaba llena de lo más variopinto grupo de vehículos. Me sentí fuera de lugar y quise huir de allí; transformarme en lobo y esconderme en cualquier sitio.

La fachada de piedra de la casa atrajo mi atención y solamente pude pensar: «Esto tiene que haber sido cosa de Mina». Mi estupidez no conocía límites.

A mi lado, Thomas soltó un largo silbido.

-Veo que han llegado lejos –observó con fascinación.

Y tanto que habían conseguido llegar lejos. Me había puesto un poco obsesivo en los días anteriores al bautizo y había tratado de recopilar toda la información que había encontrado por Internet sobre la feliz pareja; el resultado no había sido tan fructuoso como yo hubiera querido, pero me había servido para poder comprobar con mis propios ojos lo bien que les iba.

En ninguna de las imágenes que había visto parecían echarme de menos. O recordarme, al menos.

Me encogí de hombros.

-Es demasiado sencilla –comenté y ambos echamos a andar hacia la entrada.

Jia me había asegurado que los regalos habían sido diligentemente entregados a la familia, pero me sentí ofuscado conmigo mismo cuando vi a algunos invitados seguir la misma dirección que nosotros con sus respectivos regalos entre los brazos; Thomas se aclaró la garganta para llamar mi atención y me hizo un movimiento con la cabeza: la puerta estaba completamente abierta para que los invitados pudieran pasar sin problemas.

La entrada de la casa era muy... muy típico de Mina: distintos tipo de madera cubrían los suelos y paredes; un enorme espejo colgaba de una de ellas y, en el centro de la estancia, una mesa donde había una pirámide de regalos. Cerca de ella pululaba una chica con el cabello rubio recogido a un lado con aspecto de estar deseando asesinar a alguien; el corazón me dio un vuelco cuando la reconocí vagamente... o cuando creí reconocerla.

Ella debió darse cuenta de que la observábamos, ya que a mi hermano estaba a punto de caérsele la baba literalmente; se giró hacia nosotros y nos evaluó con la mirada. Sus ojos verdes nos recorrieron con lentitud, sabedora de lo que estaba haciendo deliberadamente para tratar de ponernos nerviosos. Por un segundo había creído fervientemente que era Mina, pero me había equivocado por completo.

Quizá estuviera perdiendo facultades.

Thomas alzó una mano y se la tendió a la chica. Por el rabillo del ojo vi que mi hermano ponía su mejor sonrisa; ésa que siempre usaba cuando encontraba una chica a la que, básicamente, quería llevársela a la cama.

-Thomas Harlow –se presentó y después me señaló con el pulgar-. Él es el padrino.

La chica parecía estar a punto de echarse a reír. Y lo cierto es que no me extrañaba en absoluto; mi hermano no se andaba con presentaciones largas y decoradas, siempre le gustaba ir al grano. Y de qué forma lo había hecho.

Los ojos verdes de la chica se clavaron de nuevo en mi persona. Por la forma en la que me miró supe que tenía que ser cazadora... y con muy mala hostia, posiblemente.

-Oh, el padrino –repitió con un tono burlón-. Desde que había comenzado el día había creído firmemente que no ibas a aparecer por aquí. Tengo que reconocer que estoy impresionada –añadió.

Esbocé una sonrisa irónica.

-Es el efecto que suelo tener en las mujeres –repliqué.

La chica se echó a reír de buena gana.

-Vaya, el tiempo no ha hecho mella en tu sentido del humor –comentó, con una sonrisa.

-Ni con mi atractivo –apostillé.

No entendía por qué, de repente, me había puesto a coquetear con aquella chica. Su sonrisa era dolorosamente parecida a la de Mina y, aunque parecían ser dos polos opuestos, parecían compartir ese halo que iluminaba cualquier habitación en la que estuvieran.

La chica hizo un aspaviento con la mano.

-Si mi hermana se resistió, creo que yo también podré hacerlo –dijo claramente en broma.

Sin embargo, el comentario había llamado mi atención y, en el fondo, me había herido; reconocí entonces a aquella chica y la asocié con una niña de unos doce años que había conocido en el hospital, después de haberme puesto en contacto con la familia de Mina para informarles de que había tenido un accidente de coche. Aquella niña de doce años, la hermana de Mina, se había convertido en la mujer que tenía frente a mí en esos precisos momentos.

Apreté los labios con fuerza.

-¿Eres la hermana de Mina? –preguntó estúpidamente mi hermano, que parecía molesto por no ser el centro de atención.

La chica, cuyo nombre no conseguía recordar, pasó su mirada de mí a mi hermano. Enarcó una de sus cejas y supe que estaba creyendo que mi hermano era idiota; sin embargo, en sus ojos verdes brilló un destello de interés.

Genial, sencillamente genial.

-Avril Seling –se presentó oficialmente-. Y, sí, Einstein, soy la hermana. Espero que no se te hayan quemado muchas neuronas con semejante deducción.

De inmediato me gustó. Sobre todo por aquel manejo de la lengua que tenía y porque, supe, que íbamos a llevarnos bien... al menos en aquel bautizo.

Mi hermano carraspeó levemente antes de poner otra de sus sonrisas. Parecía estar obcecado por impresionarla... o porque le prestara toda su atención.

-Mi hermana está arriba –me comunicó Avril, sin despegar los ojos de mi hermano-. Segunda puerta a la derecha. Espero que no necesites un mapa...

Me despedí de ambos con un gesto de mano y me encaminé hacia las escaleras que conducían al segundo piso; las manos me temblaban cuando me aferré a la barandilla de madera que tenía a mi lado y empecé a hacer inspiraciones. En cierto modo, Avril había hecho eso para darme la oportunidad de reencontrarme con Mina solo, sin la necesidad de tener a mi hermano pegado a mí para ello.

Ascendí los escalones lentamente, notando el latido de mi propio corazón en mi garganta ante la expectativa de ver cara a cara a Mina después de diez interminables años imaginando cómo sería ese reencuentro. Era como un niño pequeño, temblando y creando discursos en mi cabeza de cómo podía empezar la conversación sin el «¿Por qué de repente tienes tanto interés en introducirme de nuevo en una vida?».

Por el pasillo se coló la voz de una mujer hablándole a alguien con una ternura y un cariño que casi provocaron que diera media vuelta y volviera por donde había venido; me obligué a seguir adelante hasta alcanzar la puerta de la que salía aquella voz.

Me quedé paralizado al ver en el interior de aquella habitación, claramente infantil, a una mujer de espaldas a mí acunando a un bultito lloroso; en la cuna que quedaba a su lado podía distinguir otro bebé que se mantenía en silencio, quizá dormido.

La cabeza comenzó a darme vueltas cuando fui consciente de lo mucho que habíamos cambiado los dos: Mina había conseguido formar su propia familia, tenía dos hijos y parecía estar cumpliendo sus propios sueños; yo, por el contrario, me arrastraba por la vida, intentando aparentar que no pasaba nada, que había conseguido seguir adelante. Fingía que era la persona que había sido, que era un auténtico triunfador con metas en mi vida, pero la realidad era muy distinta.

Verla allí, con su bebé entre las brazos y hablándole suavemente para tranquilizarlo, hizo que todo lo que había conseguido desde que había recibido su invitación se esfumó de golpe.

Mina se giró lentamente hacia mí mientras balanceaba aquel bultito que no paraba de llorar y sus ojos se iluminaron cuando me reconocieron; a pesar de haber pasado diez años yo me mantenía como entonces pero Mina sí había madurado. Su rostro se había convertido en el de una mujer adulta, aunque sus ojos grises se mantenían igual que la última vez que los había visto.

-Has venido –suspiró y supe que, a pesar de la confirmación por parte de Jia, ella guardaba la posibilidad de que no viniera-. Estás aquí.

«Sí, estoy aquí. Por ti», quise decirle. Sin embargo, no me atreví a decirlo en voz alta; ella había hecho sus elecciones y se había convertido en una mujer casada; se había convertido en madre.

¿Y yo en qué me había convertido?

Ordené a mis pies que se movieran, pero siguieron anclados al suelo. Mina llevaba un sobrio vestido de color champán que le llegaba por encima de la rodilla y estaba deslumbrante; el cabello rubio oscuro lo llevaba suelto, cayéndole por los hombros.

Estaba dolorosamente preciosa.

Miré al bebé para evitar mantenerle la mirada a su madre.

-No me quedaba más remedio, ¿verdad? –respondí con más amargura de la que había pretendido en un principio.

Espié a Mina mientras ella cruzaba la distancia que nos separaba para poder observarme mejor. En mi fuero interno había esperado otro tipo de recibimiento, uno muy distinto; en el fondo había esperado lágrimas y la confesión de que me había echado mucho de menos. La realidad, por supuesto, era muy distinta: Mina parecía radiante por haber conseguido que hubiera arrastrado mi culo hasta allí, confirmándole lo fácil que era para ella tenerme bajo su control con un simple chasquido de dedos.

-Y tú aún no me has perdonado –contraatacó Mina con suavidad-. Cuando supe que ibas a venir creí... creí que habías logrado pasar página. Pensé que podríamos ser amigos –concluyó en voz baja.

La miré con una mezcla de dolor y enfado. ¿De verdad había creído que, en todos estos años, podría haber logrado pasar página? Había estado allí cuando Chase había desaparecido; había sacrificado mucho con tal de intentar alcanzarla... y me había llevado un buen golpe emocional cuando Chase había vuelto a entrar en la ecuación. Me molestó profundamente lo poco que parecía valorarme, lo rápido que había logrado olvidar todo lo que habíamos vivido juntos.

Lo que había creído que sentía por mí.

-Quieres que seamos amigos –repetí, notando la acidez que producían aquellas palabras cuando las pronunciaba-. Amigos. Tú y yo.

Mina apretó los labios con fuerza y el bebé se removió entre sus brazos, llamando su atención.

-Quizá debería haberme pensado mejor pedirte esto –murmuró por lo bajo, pero no lo suficiente para que pudiera escucharla.

Quise gritarle que tenía razón, que debía haberse ahorrado todo aquello y que ambos estábamos bien conforme estábamos; no había ido a su boda cuando había recibido la invitación y me había comportado como un estúpido aceptando acudir a ese bautizo.

Centré la atención de nuevo en el bebé y quise fulminarlo con la mirada. Esas dos pequeñas criaturas, ¡dos, ni más ni menos!, eran parte de todo aquello que Mina había escogido y que no era yo. Estaba seguro que, cuando los viera de más cerca, vería en ellos a Chase.

Y, ciertamente, estaba comenzando a odiarlo con todas mis fuerzas.

-¿Te arrepientes? –le pregunté, refiriéndome al hecho de haberme conocido y de todo lo que nos había sucedido.

Mina parpadeó, sin comprenderme.

-Me refiero a si te arrepientes de todo lo relacionado a nosotros –especifiqué, controlando mi tono de voz.

Sabía que me rompería si escuchaba que sí, que no pasaba ni un solo día lamentado haberse cruzado en mi camino. Era posible que así fuera y yo no estaba seguro de cómo iba a reaccionar cuando lo escuchara salir de sus labios.

-No, Gary –cuando pronunció mi nombre creí que iba a desmayarme allí mismo-. No me arrepiento de nada –escrutó mi rostro buscando algo en concreto-. ¿Y tú?

Había momentos en los que maldecía la noche en la que había decidido ir con parte de mi manada a Marquee y por haberme acercado a la barra donde ella esperaba a que le atendieran; había otras ocasiones en las que deseaba borrar la parte en la que cogía la llamada de mi hermana y aceptaba ayudarla. Y, en la mayoría de todas aquellas ocasiones en las que estaba de bajón, me arrepentía profundamente de haber recogido a Chase como parte de mi manada.

Sin embargo, la mayoría del tiempo que estaba lúcido y con un día más o menos bueno, pensaba en lo mal que me encontraría de no haberme topado con Mina. Ella había sido la que me había cambiado y, en el fondo, le debía mucho.

Desvié el rostro para que no viera la verdad escrita en mi mirada.

-Hay ocasiones en las que me gustaría borrarlo todo. Olvidar todo lo que había sucedido –me sinceré sin poderlo evitar, rehuyendo sus ojos-. Pero no quiero, Mina. No quiero perderlo todo.

Observé a Mina mordisquearse el interior de la mejilla con indecisión. Quizá mi arrebato de sinceridad la había dejado un poco sorprendida; quizá había cambiado de opinión respecto a mí.

-Sigo queriendo que seas el padrino de Emma –dijo, como si me hubiera leído la mente-. Aunque le he prometido a Chase que Carin lo sería de Sean...

Me sorprendió enormemente la idea de que hubiera tenido mellizos. Y encima la parejita... Sin embargo, la mirada que me dirigió Mina hizo que me olvidara por completo de hacer algún tipo de chiste al respecto.

Había algo en sus ojos grises que me advertían de que algo iba mal. Algo que Mina no me había contado aún.

-¿Por qué yo? –pregunté, evaluándola.

Ella tragó saliva.

-Porque eres mi amigo –respondió con un hilo de voz que me afectó como si se hubiera echado a llorar. Lo cual parecía estar a punto de suceder de aquí a breves-. Porque te importo, aunque sea un poco.

Sin embargo, Mina era incapaz de comprender lo mucho que seguía importándome. Mi propia hermana me había disparado en un almacén cuando había acompañado a Mina para sacarla de allí; incluso había hecho un esfuerzo sobrehumano para ir hasta Blackstone por petición de Chase. ¿Cómo podía afirmar que me «importaba un poco»? Aquella chica que se había convertido en una mujer en esos diez años me importaba más que mi propia vida.

Aunque al final no me hubiera elegido a mí.

-Eso no es del todo cierto –adiviné y la cara de Mina palideció-. No me estás contando toda la verdad. Presiento que hay algo más detrás de todo esto.

Mina retrocedió para acercarse a la otra cuna. Depositó al bebé junto a su hermano y se abrazó a sí misma como si en la habitación hiciera un frío invernal; no pude evitarlo y me quedé a unos centímetros de ella, incapaz de seguir aguantando aquella máscara que me había puesto.

Los ojos de Mina estaban húmedos.

-Han pasado diez años desde que acabó mi pesadilla –comenzó y se le rompió la voz-. Diez años desde que Rebecca ya no está en nuestras vidas, pero es como si estuviera aún aquí... vigilándonos. Sé que es una completa estupidez, que tu padre se encargó de que se le aplicara el castigo correspondiente... pero tengo miedo –sus ojos grises se clavaron en los míos con un terror que hizo que alzara los brazos para intentar abrazarla-. Rebecca estaba obsesionada con Chase. Tengo miedo por mis bebés –desvió la mirada hacia la cuna donde dormitaban los dos bebés-. Tengo miedo de que pueda hacerles algo.

-Rebecca no puede hacerte nada –respondí y bajé mis brazos a los costados-. Ella está encarcelada y tú estás a salvo. Tu familia lo está –me obligué a añadir.

Mina se apretó las sienes con fuerza.

-Chase no me cree en absoluto –me confió en un tono dolido-. Me ha dicho lo mismo que tú... -un sonido estrangulado se quedó atrapado en su garganta-. Tienes que protegerlos, Gary. Por favor –me suplicó-. Tú eres uno de los más poderosos Alfas de Manhattan, de Nueva York; eres el único que puede protegerlos de cualquier cosa. No te lo pediría si no estuviera segura –añadió con un sollozo.

Me apoyé en la cuna y la contemplé mientras ella intentaba serenarse. Mina había sufrido mucho a manos de mi hermana, podía entender el miedo irracional que sentía en aquellos momentos ante la posibilidad de que pudiera sucederle algo a sus hijos; me estaba pidiendo un favor que, según Mina había creído, podría darles una protección extra además de la de sus padres. ¿Por qué Mina tendría miedo de Rebecca si mi hermana llevaba encerrada en uno de los lugares que la población de licántropos de Nueva York habían restaurado en secreto para convertirlo en una prisión para los nuestros?

Con un solo movimiento Mina atrapó mi muñeca y me miró fijamente, con los ojos llenos de lágrimas. Me recordó dolorosamente a la chiquilla que había sido después del accidente que Chase y ella habían tenido; parecía vulnerable y frágil, a punto de quebrarse frente a mí.

-Prométeme que protegerás a mis hijos, Gary –me pidió Mina con desesperación-. Tienes que prometerme que harás lo que esté en tu mano para protegerlos y de cuidar de ellos.

-Hablas como si estuvieras a punto de morir –dije y el cuerpo de Mina empezó a temblar. Me asusté y la aferré por los codos, ayudando a que se mantuviera en pie-. ¡Mina! Mina, por favor: no va a pasar nada. Tu familia está a salvo, Rebecca está lejos de vosotros y jamás podría haceros algo.

Mina sorbió por la nariz sonoramente.

-Desde que nacieron tengo pesadillas –confesó-. Cada noche tengo la misma pesadilla donde Rebecca viene para robármelo todo. No puedo perder a Chase otra vez, Gary... No puedo.

Ignoré la punzada de dolor que me atravesó cuando noté los fuertes sentimientos que seguían compartiendo Mina y Chase y me centré únicamente en aliviar el sufrimiento de Mina. Un sufrimiento infundado: Rebecca, por las últimas informaciones que había recibido, seguía encerrada en el Asilo Willard; el lugar que habíamos transformado en una prisión para licántropos que se saltaban las reglas y merecían un castigo.

-Tienes que tranquilizarte –le pedí, notando la garganta seca-. Tengo información de primera mano sobre mi hermana y te puedo asegurar que es imposible que pueda hacer algo. Créeme, por favor –al ver que Mina no parecía reaccionar, añadí:-. Me haré cargo de los dos, Mina. Protegeré a tus hijos. Incluso me convertiré en el padrino de Emma –concluí mirando a la bebé.

Sin duda alguna, y a simple vista, aquellos dos bebés eran idénticos a Mina. Tenían algo de Chase, pero mayoritariamente predominaba Mina.

Los observé con atención y ellos parecieron notarlo, ya que abrieron sus ojillos y los clavaron en mí. Como si pudieran reconocerme.

No había conocido nunca un bebé que fuera unión de una cazadora y un licántropo. Pero estaba seguro que ambos serían tan especiales como su madre.

Mina siguió la dirección de mi mirada.

-Son mis hijos –declaró con fiereza-. Jamás permitiría que les sucediera algo.

Le prometí que me haría cargo de la situación y que vigilaría más de cerca a mi hermana. Eso pareció tranquilizar a Mina, que se inclinó sobre la cuna y acarició las frentes de los dos bebés.

Escuché un carraspeó a nuestra espalda y su olor me llegó nada más poner un pie dentro de la habitación. Había valorado a Chase y seguía creyendo firmemente que tenía el potencial necesario para llegar lejos dentro de cualquier manada, pero eso no quitaba el hecho de que me hubiera robado a la chica de la que me había enamorado perdidamente; había desaparecido después del accidente, se lo había pasado bastante bien con mi hermana y, cuando decidió aparecer de nuevo en la vida de Mina, consiguió recuperarla con una facilidad pasmosa.

Me aparté de Mina y me giré para ver cómo avanzaba hacia mí. Contra todo pronóstico, Chase había envejecido: había dejado de transformarse y, con ello, el paso del tiempo había hecho mella en él. Se había quitado los piercings de las orejas y su cabello había sufrido un corte radical que le daba un aire de hombre maduro que, estaba seguro, le hacía irresistible ante el público femenino.

Observé la mano que me tendía.

-Gracias por venir –fue lo primero que dijo y parecía sincero.

Cogí aire y dudé unos segundos antes de estrechársela.

-Soy yo quien debería daros las gracias por esta oportunidad –repliqué y me sentí como un vendedor ante su cliente más difícil.

No dijimos nada más. Mina y Chase cargaron con los dos bebés y todos bajamos hacia el jardín; en el camino vi a mi hermano demasiado pegado a Avril, que no parecía en absoluto incómoda, y me topé con el hermano de Chase. Carin me estrechó la mano con una sonrisa condescendiente y me formuló las típicas preguntas de rigor; respondí como bien pude y agradecí en silencio que el hombre que iba a oficiar la ceremonia decidió hacer acto de presencia.

Durante la ceremonia no pude evitar mirar a Mina, que mantuvo sus ojos clavados en los míos en una súplica silenciosa. Repetí las palabras exactas que pronunció el hombre y sostuve entre mis brazos a Emma mientras Carin hacía lo mismo con Sean; la bebé se me quedó mirando fijamente y yo no pude evitar hacerle un par de carantoñas que le arrancaron una breve sonrisa.

Devolví a Emma a los brazos de su padre cuando todo aquello terminó y vi que mi hermano, acompañado por Avril, se acercaban hacia donde nos encontrábamos. En ese preciso momento mi móvil empezó a vibrar en mi bolsillo; me disculpé para poder apartarme un poco de ellos y contesté de un solo movimiento.

-Gary Harlow.

El suelo pareció desaparecer bajo mis pies cuando escuché lo que tenía que decirme la persona que había decidido ponerse en contacto conmigo:

-La prisionera 8521 se ha fugado –pensé que había escuchado mal, así que pedí que me lo repitiera de nuevo de manera calmada-. Rebecca Danvers ha huido de Willard. Hemos encontrado los cadáveres de los licántropos con los que se ha topado en su fuga.

»Ha recibido ayuda del exterior.

Cuando miré en dirección a Mina ella levantó la mirada en ese mismo instante, conectando nuestras miradas.

Ni siquiera hizo falta que se lo comunicara personalmente con palabras: lo había leído en mis ojos. Había leído el miedo y la sorpresa de saber que mi propia hermana había decidido escoger ese mismo día para huir de Willard.

Como si supiera perfectamente dónde iba a estar, lo que iba a ocurrir.

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