Dieciocho.

Kasper se quedó perplejo después de que confesara lo más reciente. Yo no podía evitar sentirme culpable por todo lo que había sucedido, por la verdad que había escondido Natasha y que justificaba así por qué había decidido aliarse con Rebecca; sin embargo, la confesión de Natasha iba a seguir siendo algo entre ella y yo, ya que no me veía con ganas de explicarle a Kasper mucho más de la historia.

Necesitaba desesperadamente olvidarme por unos instantes de todo lo que había sucedido, pero Kasper me miraba intensamente a la espera de que continuara explicándole cómo iban a cambiar las cosas.

-¿Señor de Willard? –repitió Kasper, estupefacto.

Vi la segunda pregunta que no se atrevió a formularla en voz alta.

-Rebecca estaba colaborando con Natasha –desvelé-. Y me ha dicho cosas muy interesantes.

El rostro de Kasper se puso pálido cuando mencioné a mi hermana. Pese a ello, no tuvo tiempo de decir palabra porque Gillespie apareció en el despacho con aspecto de estar bastante agitado; los ojos del hombrecillo estuvieron a punto de salírsele de las órbitas cuando vio que estaba acompañado.

-Señor Harlow –graznó.

-Gillespie –saludé con precaución-. ¿Has hecho lo que te pedí?

El hombre tragó saliva y asintió con rapidez.

-Me gustaría hablar con usted a solas –añadió intencionadamente.

Mi mirada fue de Kasper a Gillespie y viceversa; no entendía el secretismo que estaba siguiendo Gillespie, pero la agitación que tenía no podía significar nada bueno. Con un amargo sabor en la boca le pedí a Kasper que saliera del despacho y que volviera al hospital, prometiéndole que me reuniría con él en cuanto pudiera.

Mi amigo me miró con un extraño brillo en sus ojos castaños, pero no hizo ningún comentario al respecto; le seguí con la mirada hasta que cerró la puerta, dejándonos a Gillespie y a mí en el despacho a solas.

Invité con un gesto a que Gillespie se sentara, pero el hombrecillo rechazó mi ofrecimiento y se quedó de pie.

-¿A qué ha venido eso? –inquirí.

Gillespie bajó la mirada, avergonzado.

-Ese hombre que le acompañaba, no es la primera vez que está aquí –comentó.

Arqueé ambas cejas.

-Kasper me ha acompañado en muchas ocasiones –respondí-. Tú mismo lo has visto aquí cuando vinimos a conocer a la nueva Señora de Willard.

-No me está entendiendo, señor Harlow –me contradijo-. He hecho lo que me ha pedido y en las grabaciones de seguridad he visto a ese mismo hombre en días alternos. He ido a comprobarlo a los registros y siempre firmaba como «K. Roth».

Sus palabras me golpearon como una maza. Miré con desconfianza al hombrecillo, tratando de evaluar si estaba diciéndome la verdad o no; Gillespie estaba nervioso y su olor a miedo impregnaba toda la habitación.

-¿Dónde están las pruebas? –troné y Gillespie dio un brinco.

El hombrecillo no tardó en ponerse en marcha, acercándose hacia mi escritorio y encendiendo el ordenador; sus dedos golpeaban casi frenéticamente las teclas y la pantalla mostraban los registros de grabaciones de los últimos diez años que Gillespie se había encargado de filtrar. Fruncí el ceño cuando Gillespie me mostró en primer lugar un documento escaneado donde constaban todas las visitas que habían recibido algunos presos, eran de pocos días después de que mi padre decidiera encerrar a Rebecca en Willard.

Su nombre estaba garabateado con premura, pero reconocí perfectamente la caligrafía por la multitud de notas que me había apuntado los números de algunas chicas a las que habíamos conocido alguna noche que hubiéramos salido juntos.

-¿Lo ve? –preguntó Gillespie, señalando con su rechoncho dedo el nombre de «K. Roth» que había junto al número de presa de mi hermana.

Al ver que seguía mudo, Gillespie decidió ponerme una de esas grabaciones de seguridad donde podía ver a un ceñudo Kasper pasando por los controles de seguridad que conducían a las celdas de los sótanos.

Ver allí a mi amigo, a mi propio Beta, fue como si todo perdiera sentido. Recordé las palabras de Natasha advirtiéndome que alguien muy cercano a mí estaba pasándole información a Rebecca, por lo que siempre ella iba adelantada un paso de mí; la decepción y la traición fueron abriéndose paso a través de mis entrañas, ordenándome que fuera a por Kasper y no tuviera piedad de él.

Era obvio que estaba colaborando desde mucho tiempo atrás con Rebecca, pero no entendía cómo era posible que hubieran tardado tantos años en sacarla de Willard; caí en la cuenta de que había enviado a Kasper al hospital, donde debía encontrarse Mina cuidando de Arlene.

Alguien me rozó el brazo y yo sujeté a Gillespie con fuerza del cuello, provocando que el hombrecillo me mirara con el terror desfigurando sus regordetas facciones y haciendo que la sangre fuera congregándosele en la cabeza.

-Se... Señor Harlow –masculló con esfuerzo.

Lo solté de golpe y me sentí asqueado conmigo mismo. Gillespie carraspeó y se frotó el cuello con fruición mientras trataba de recuperar el resuello.

-Te quedarás aquí aguardando mis instrucciones, Gillespie –ordené, buscando desesperadamente una muda con la que sustituir mis destrozadas prendas-. Si Rebecca llama para ponerse en contacto con Natasha, miéntele y trata de entretenerla con cualquier excusa. Quiero que la localicéis y me digáis su posición exacta, ¿me has entendido?

-Sí, señor –murmuró Gillespie.

Salí del despacho como un vendaval y entré en la primera habitación que me encontré en mi camino; por suerte debía ser un dormitorio de alguno de los miembros que se encargaban de la vigilancia, por lo que pude coger prestados unos pantalones y una camiseta que me quedaban un poco holgadas.

Continué mi camino hacia mi vehículo y, una vez montado en el Lincoln, saqué mi móvil para comprobar si había algo. Tenía varios mensajes de Kasper, quien había terminado por ir hasta Willard para comprobar que todo iba bien.

Los borré sin leerlos, sintiendo la rabia recorriendo cada una de mis venas al haber descubierto su pequeño secreto.

Decidí llamar a Mina para comprobar que estuviera a salvo y hacerme una idea de la situación en la que nos encontrábamos.

Respondió al segundo tono.

-¿Gary? –preguntó con extrañeza-. ¿Va todo bien? Kasper ha salido hace un buen rato hacia allí.

Metí la llave en el contacto y arranqué el motor. Kasper debía haber salido unos cinco minutos antes que yo, por lo que tendría que darme prisa si quería adelantarlo y alcanzar el hospital para poder montar un operativo que consiguiera reducirlo.

-Mina, he estado con Natasha y he descubierto cosas muy interesantes –desvelé con el corazón encogido-. Debes tener cuidado con Kasper.

Escuché los pasos de Mina al otro lado de la línea y una puerta cerrándose.

-¿Kasper? –repitió con desconcierto.

-Trabaja para Rebecca –contesté con un nudo en el estómago-. Lleva haciéndolo desde que entró en Willard.

Mina dejó escapar un agitado respingo.

-¿Estás seguro de ello?

Lo que respondí me sentó como si alguien me hubiera hundido la mano en el pecho.

-Completamente.

Hice una breve pausa, dubitativo.

-Ten mucho cuidado, Mina –le pedí.

-Podría decirte lo mismo –replicó.

No pude evitar sonreír con cierta amargura.

-Estoy de camino –le avisé-. Kasper me lleva un par de minutos de ventaja, así que prepárate por si acaso las cosas se ponen feas.

No esperé a que Mina dijera algo más, colgué el teléfono y pisé el acelerador para tratar de acortar la distancia que me separaba de Kasper; mi cabeza no paraba de repetir todas y cada una de las pruebas que me había mostrado Gillespie, en las que se apreciaba claramente que Kasper era el traidor. ¿Qué habría hecho que mi mejor amigo decidiera ayudar a Rebecca? ¿Qué le habría prometido ella para lograr convencerlo?

Adelanté coches, buscando de manera casi frenética el Prius que utilizaba Kasper para moverse por la ciudad; la noche había caído y los faros de los vehículos que circulaban en dirección contraria me irritaban, ya que me impedían ver con claridad los modelos de los coches que iban en mi misma dirección.

No divisé el coche de Kasper en todo el trayecto que duró hasta el hospital.

Subí hasta la planta donde se encontraba Arlene y me quedé en la sala de espera petrificado; allí no había nadie, lo que despertó en mí una extraña inquietud. Busqué por toda la planta a Mina, pero no había ni rastro de ella.

Incluso me atreví a preguntarles a alguna de las enfermeras que se encontraban allí. Una de ellas hizo memoria y negó con la cabeza, con cierta incomodidad.

-Me temo que se marchó hace un buen rato, señor Harlow –respondió.

-¿Cómo que se marchó? –repetí.

Otra de sus compañeras asintió con la cabeza.

-Con un chico que vino a buscarla –recordó y en el estómago se me instaló un peso que me impedía moverme-. Parecía bastante agitado...

En aquel momento apareció Jia, vestida de manera mucho más informal. Se situó a mi lado con aspecto de concentración y me dirigió una rápida mirada; las enfermeras habían empezado a hablar sobre la repentina marcha de Mina y Jia no tardó mucho en advertir de qué estaba sucediendo.

-Muchas gracias por la ayuda –les agradeció a las mujeres, llevándome hacia los asientos.

Me dio un leve empujón para que me sentara y se cruzó de brazos frente a mí con aspecto de querer echarme una larga charla sobre cuál era su función dentro de la empresa y fuera de ella; yo me apreté la cabeza entre las manos.

Mina se había ido con Kasper. Pero ¿por qué?

-¿Hay algo que quieras decirme, Gary? –inquirió Jia con molestia.

-Kasper es el traidor –desembuché de manera abrupta-. Le advertí a Mina al respecto y, cuando he llegado, ella ya se había ido...

Jia chasqueó la lengua.

-Eso ya lo he oído –respondió-. Lo que no termino de entender es lo que has dicho al principio. ¿Kasper un traidor? Creía que era tu Beta...

-Ha estado trabajando con Rebecca desde que mi padre la encerró en Willard –le conté con desgana-. Tenemos que encontrarlo, Jia.

La mujer se pasó el índice por debajo del labio inferior con actitud pensativa.

-Supongo que tendremos tiempo de ponernos al día –comentó-. Pero ahora lo importante es encontrar a Kasper.

Me convenció de que me quedara en el hospital velando por Arlene mientras ella se encargaba de empezar la búsqueda de Kasper y movilizar a mis hombres, incluyendo a los de Willard.

Así pues me quedé al lado de la cama de Arlene, observando sus constantes vitales y preguntándome si tendría que apuntar su nombre en la lista de inocentes que habían tenido que morir por mi culpa.

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