36: Ecos.

Helena

La semana había pasado tan lenta como una tortuga. Había sido demasiado tranquila, sin viajes a Datnesia en busca de demonios malvados ni rescates de último minuto, sin paseos en la feria para seguir comprando más ropa, ni meriendas en el Mank Coffee. Fueron cinco días donde Solange y yo no salimos a ninguna parte más que ir y volver a la escuela. Y sobre esa escuela... Agh, ¡apenas llevaba dos semanas de clases pero ya necesitaba unas vacaciones! ¡Hice demasiadas tareas, demasiados textos, demasiados cálculos, demasiados gráficos de matemática que tuve que hacer una y otra y otra vez...! Hasta que al fin llegó el viernes. ¡El maravilloso y bendito viernes!

Y ese no era cualquier viernes. ¡Era el viernes de una misión hiperespecial para el Escuadrón Atardecer!

Oh, está bien...

En realidad lo era para tres de sus integrantes.

—¡Si vas a echarte un litro de perfume por lo menos abrí las ventanas, campeón! —le gritó Celeste a David luego de ahogarse por el perfume amaderado que invadía parte del departamento de Solange—. ¡¿Además para qué te preparás tanto?! ¡Sabés que a las demonios no les gustan los vírgenes, ¿no?!

Así es. David, Celeste y Solange se estaban alistando para ir a la fiesta de la «Real Majestad» en el departamento, lo cual resultó un poco caótico. Especialmente por la mezcla de perfumes, los gritos de Celeste y los regaños de Solange.

—¡Todos apestarán por andar apretados, así que prefiero destacar por mi buen olor! —argumentó David cuando llegó al comedor desde la habitación de Solange y disparó el spray de su desodorante por centésima vez—. ¡Y para que sepas, a los demonios no les gustan las histéricas!

Sophie y yo concordamos en apretar los dientes al escuchar eso. Ella estaba pintándome las uñas para pasar el rato mientras los chicos se iban. Había traído consigo su colección de esmaltes y decoraciones porque ese era uno de sus hobbies, pero entre tanto ruiderío se le había hecho difícil concentrarse. Tan así que tuvo que pintarme una misma uña por tercera vez, aunque el diseño que escogí —uno con unas estrellas plateadas muy bonitas— le volvió a salir mal cuando Celeste arribó corriendo al comedor para tomar a David de la camisa e intentar quitarle su desodorante.

—¡¿Se pueden calmar ustedes dos?! —les pidió Solange de camino al comedor buscando detener su pelea absurda, algo que consiguió sin esfuerzo cuando llegó.

Es que los dos se quedaron petrificados al verla. Y yo también, ¡porque la verdad se veía increíble! ¡Y Sophie tam-! Bueno, ella no. Como que le dio igual. ¡Pero yo sí que me sorprendí!

Era la segunda vez que la pelirroja se transformaba en otra al llevar puesta su peluca azabache y una vestimenta particular. Llevaba un top negro que dejaba expuesto su ombligo —el cual tenía un piercing con un diamante de fantasía, un detalle que recién pude captar en ese momento—, su pantalón engomado negro con cadenas y sus botas también negras con tacones anchos y altos. Ah, y para complementar su outfit se había puesto el pañuelo que ocultaba la marca de Raymond en su cuello. Adivinen de qué color era.

—La moda de los góticos ya pasó hace como diez años —comentó Celeste ni bien soltó a David del cuello, observando detenidamente a su mejor amiga—. Pero apruebo tu estilo.

—Yo aprobaría el tuyo si tan solo intentaras esconder tu identidad —la regañó la pelirroja mientras la contemplaba con hostilidad. Celeste tampoco se veía mal. Vestía con un top blanco con detalles de encaje en los hombros, una minifalda negra y unas sandalias plateadas de tacón chino. El único inconveniente, según Solange, era que no quería ponerse una peluca y por eso su identidad quedaba expuesta—. Al menos si recuerdas las reglas que tenemos que tener en cuenta, ¿verdad?

La rubia puso los ojos en blanco y bufó, pudiendo mover su flequillo con el aire.

—¿Las reglas de no beber, ni conversar, ni besarse con desconocidos? —Consultó—. Por favor, yo no soy la que se enreda con puros demonios. Además...

Sospeché que hablaba de Solange por la mirada atrevida que le dedicó en ese momento y por el salto que dio cuando una pequeña llama de fuego le apareció en el trasero.

—¡Además, ¿no deberías pensar en algo más importante como lo que deberíamos hacer si nos descubren?! —Pudo finalizar Celeste después de aterrizar casi sobre los pies de David, quien muy tenso prefirió no hacer nada más que observar con el miedo de también ligarla.

La pelirroja, para su suerte, se detuvo a pensar en ello unos segundos.

—Bien, veamos. Si un demonio nos llega a poner la mano encima... —Decidió ella mientras trasladaba sus ojos hacia David—. Tú, mi cielo, lo vas a poner a dormir. Literalmente.

Y aunque no debíamos haber intervenido, Sophie y yo nos quedamos con la boca bien abierta y coincidimos en ver al muchacho sin poder creer lo que acabábamos de escuchar. A Sophie incluso se le volcó el esmalte que me estaba poniendo.

—David, ¡¿por qué nunca me dijiste que aniquilas demonios?! —Le reclamó la rubiecita a la par que, indignada, se cruzaba de brazos.

Al muchacho se le escapó una risa incómoda y salió de atrás de Celeste, quien también se quedó mirándolo extrañada.

—Es que no los aniquilo. Los duermo, de verdad —respondió mientras levantaba su mano izquierda, la cual señaló posteriormente—. Mi mano los toca y los pone a dormir. Es el único ataque interesante que tienen los Ángeles la Noche y yo soy uno de ellos, ¿o ya lo olvidaste?

Sophie entonces liberó un profundo «Ohhh...» con el que demostró estar recordando lo que le decían, pero yo... Continué embobada.

Perdón, mejor lo corrijo. Continué «em-bom-ba-da».

—¿Ángeles de la Noche? —Cuestioné instantáneamente—. ¡¿Hay diferentes tipos de Ángeles?!

Había empezado a creer en eso la vez que me encontré con muchos ángeles con alas de distintos colores en el gimnasio de la Asociación, pero había llegado a dudar de si cada color tenía un significado especial o si no influía en nada, así que ese momento me pareció el indicado para confirmar mi teoría.

—Eh... Sí, los hay —el primero que me respondió fue David, quien se seguía viendo un poco incómodo.

—¡Y son muchos! —La segunda fue Sophie, sorprendíendome con un grito de emoción y volcando así un segundo esmalte—. ¡Hay ángeles defensores, ángeles sanadores, ángeles guardianes...! ¡De hecho Solange es un ángel guardián!

Inmediatamente miré a Solange al escuchar eso. Ella coincidió en mirarme. Enseguida sus mejillas se tiñieron de rosado y sus pupilas se hicieron muy pequeñitas. Una reacción bastaaante curiosa.

—Ah... Sí, así es —confirmó con su voz entrecortada—. Es de mi naturaleza proteger a-

—¡A todo el mundo! —la interrumpió Sophie con mucha emoción—. ¡Quizás por eso eres nuestra líder! ¡Siempre andas detrás nuestro como si fuéramos unos niñatos de jardín!

Solange se mantuvo enrojecida por esos instantes y, en lugar de seguir quedándose quieta, tomó a Celeste de los hombros y avanzó unos pasos, empujándola suavemente.

—Sí, exacto, y justo ahora inicia otra jornada como niñera para mí —dijo con vergüenza o incomodidad. No pude definir con exactitud qué emoción estaba a su mando en ese momento, pero podían ser ambas—. Es hora de irnos, muchachos.

Tras oír eso David sacó su teléfono del bolsillo delantero de su jean y revisó la hora. Yo miré hacia el reloj de la pared. Quedaban veinte minutos para la medianoche.

—¿No pensaste en lo que deberíamos hacer si esa tal «Majestad» elige a alguno de nosotros tres en su selección? —Le consultó Celeste a su líder mientras seguía siendo empujada por ella hacia la puerta—. Y ya que me estás apurando, por lo menos podrías alcanzar mi cartera.

Entonces Solange reaccionó y la soltó para poder buscar en el sofá una pequeña cartera plateada.

—Relájate con eso, Cele. Es probable que esa Majestad no nos elija ni en mil años —Aclaró al compás que se la entregaba a Celeste—. Según Raymond, esa selección depende de qué tanto «potencial» vea ella en nuestras miradas, ¡pero nosotros somos ángeles! ¡Nuestras miradas solo denotan voluntad y energías para hacer el bien!

Celeste y David observaron a su orgullosa líder con sus más pura expresión: ganas de irse de una vez por todas.

—Es mejor que nos vayamos rápido antes de que se me agoten esas energías —Alegó David tras abrir la puerta.

A la pelirroja se le bajó el orgullo por oír eso, pero al menos le hizo caso a su compañero y retomó su camino hacia la puerta, esta vez sin nervios y sin empujar a nadie.

—Hel, Soph, ya saben qué hacer —nos dijo antes de pasar hacia el exterior del departamento—. Lo que ustedes quieran siempre y cuando limpien después. No son unas niñatas de jardín después de todo.

—Y por eso eres la mejor —la alagó Sophie.

Solange le dedicó una sonrisa y sus ojos, después de un momento incómodo para ella, volvieron a transmitir su clásica calidez. Entonces comenzó a cerrar la puerta, pero yo no quise quedarme con la boca cerrada sin siquiera despedirme de ella.

—Suerte en la misión, Solange —le deseé desde la distancia, por lo que ella detuvo su accionar y me observó—. Espero que descubran a esa «vieja bichurra» con las manos en la masa y que le enseñen a no meterse con los ángeles, ¡porque en realidad somos más bravos de lo que creen!

La pelirroja liberó una risita pícara.

—¿Ah, sí? Yo no creo que seas tan brava —comentó ya cerrando la puerta—. Por eso te quedas aquí. Pórtate bien, Hel.

«Y después dice que no somos niñatas de jardín...», pensé mientras contemplaba la puerta siendo. cerrada, apretando los dientes en una sonrisa bien fingida por la incomodidad de esa despedida. ¿Ya les había dicho que odio que me traten como una niña? Estoy segura de que sí. Pero Solange parecía no comprenderlo...

—Eso fue extraño —comentó Sophie—. Lo de Solange, digo. Su reacción cuando dije que ella es un Ángel Guardián. Creo que nunca la había visto más incómoda, ¡y eso que es muy orgullosa!

Era un buen punto. Yo ya lo había pensado. Verla a Solange tan nerviosa de un instante a otro fue algo bastante curioso. Lástima que solo era ella la única en saber lo que sentía...

—Tal vez escuchar sobre sus poderes y la hace sentir incómoda —pensé en voz alta al compás que le estiraba mi mano a Sophie para que me siguiera pintando—. Aunque no le veo nada de malo a ser un Ángel Guardián. Se oye asombroso, de hecho. Estar ahí para proteger a los demás, como si estuviera escrito en tu ser, me parece algo tan... Noble.

«Noble» era una palabra exageradamente fantástica. Y este mundo es exageradamente fantástico, así que creo que la puedo usar sin problemas para definir a Solange desde la primera imagen que tuve de ella. De cuando me rescató de Alexander en esas horribles calles de Datnesia, con sus alas encendidas en fuego y sus rizos anaranjados danzando con la brisa. No tenía porqué sentir vergüenza de ser alguien tan «noble».

—Hm, pienso lo mismo, pero no tiene sentido. Digo, después de todo, la única en comprender lo que siente al respecto es la misma Solange. Nosotras no —admitió Sophie, y digo «admitió» porque tenía razón. Cada uno tiene sus sentimientos y seguro que las dos sonábamos como unas metiches. Era mejor enfocarnos en cualquier otra cosa—. Como sea, ¿qué te parece si pedimos las hamburguesas ahora? ¡No he comido en toda la tarde solo por esas hamburguesas!

Durante la espera preparé frente al televisor la mesita móvil de Richard —la cual todavía no habíamos devuelto con Solange después de una semana— y Sophie, después de cuatro intentos, pudo terminar de pintarme las uñas. ¡Ojalá pudieran imaginarlas, todas azules y con estrellas blancas y plateadas! Luego de eso las dos nos sentamos en el sofá grande y encendimos la televisión para buscar algo para ver. Sophie eligió una película de terror, típico en una noche de amigas. Se trataba de una familia recién llegada a un bosque donde se decía que un demonio salía todas las noches a devorar a los niños de las cercanías, y no diré más porque eso lo saqué de la sinopsis. Sophie me pidió no darle en «reproducir» hasta que regresara de lavarse bien las manos en el baño, porque resulta que entre tanto esmalte volcado se había pegado los dedos.

De pronto el timbre resonó por todo el departamento. Sophie me gritó desde el baño que seguro habían llegado las hamburguesas. Me levanté del sofá y me dirigí hacia la puerta planeando tener el menor contacto posible con el dinero, el repartidor y las cajas con tal de no echar a perder mis uñas recién hechas. De hecho, hasta giré con muchísimo cuidado el picaporte. Y cuando abrí la puerta... No había nadie.

—¿Eh? —Se me soltó cuando contemplé un vacío frente a mis ojos. De inmediato pensé que se trataba de un repartidor bastante apurado, de esos que se van de la puerta si no los atiendes en menos de diez segundos, así que salí hacia el pasillo y contemplé hacia mi derecha. No había nadie por ahí. Ni siquiera se oían muchos sonidos desde los departamentos vecinos.

«Está bien, no creo estar loca. Ese timbre no fue mi imaginación. ¡Sophie también lo escuchó!», pensé mientras continuaba observando hacia ese lado. Entonces decidí girarme hacia mi izquierda, en caso de que el repartidor haya bajado por las escaleras y yo pudiera correr a detenerlo. Pero justo, justo cuando quedé en medio de darme la vuelta... Alguien me llevó por delante. 

—¡Oh, discúlpame, linda! —exclamó inmediatamente la persona que me chocó, pudiendo alejarse de mí lo suficiente para que pudiera observarla. No tardé demasiado en reconocer quien era, porque a esa voz la había escuchado antes. Se trataba de la chica de rizos mitad dorados y mitad chocolate con la que también me choqué la otra vez, hacía una semana atrás. Ahí andaba, con su agradable sonrisa dibujada en sus labios pintados con labial matte vino, un delineado eye-cat no muy sutil y su cabello mucho más esponjado que el otro día. Su ropa, curiosamente, era la misma—. No te ví cuando apareciste, aunque tú... Bueno, tú también deberías tener un poco más de cuidado, dulce Helena. 

Admito que esas disculpas se me hicieron en un principio encantadoras, pero en el instante en  que escuché sus últimas palabras —ese «dulce Helena» liberado en un tono provocador, queriendo fijar mi atención en todo su ser, cosa que sucedió— ese sentimiento de «emoción» y «alegría» por haberme topado con alguien que ya conocía se transformó en una grandísima extrañeza. Más grande que todas las demás que he sentido en esas semanas, seguro. Si algo recuerdo bien es cuando le digo a una persona mi nombre y cuando no, porque cuando lo hago siento mucho orgullo por ser quien soy. Estaba segura de que yo nunca le había dicho el mío a esa chica, ya que ella tampoco me reveló el suyo. Ese fue un buen momento para comenzar a sospechar.

—Oh, sí, bueno... ¿Qué te digo? —fue lo único que se me cruzó por la mente responder. Obviamente forcé una sonrisa para tratar de disimular mi incomodidad, y obviamente el resultado no salió para nada disimulado porque no soy buena para esas cosas—. Había salido a buscar a un repartidor. Se supone que acabo de escuchar el timbre y pensé que era él, pero no hay nadie. Solo estás tú, rondando por aquí. Casualmente.

Mí más rápida idea fue entrar al departamento cuanto antes, incluso antes que la chica pudiera darme una respuesta, pero quedé congelada cuando ella se acercó unos pocos pasos adelante y, con su sonrisa y su mirada ámbar tan atrevidas como su último tono, contestó.

—Estoy rondando por aquí por algo en especial. Una misión, para ser exactas —sus palabras volvieron a resaltar con algo de «seducción» y, acto seguido, apoyó su mano derecha sobre el picaporte externo de la puerta del departamento, logrando cerrarla suavemente. Tan así que podría haberme movilizado para sacarla de ahí y entrar a casa, pero no pude. Por alguna razón había quedado paralizada. Casi como si yo fuera una vela derritiéndose sobre su propia cera, quedando con los pies pegados en el suelo. En la garganta se me hizo una especie de bola y tragué con inseguridad—. He venido por ti, dulce Helena. He venido a enseñarte tu verdad.

Sin pensarlo y sin entender después por qué lo hice, pasé de mirar su mano sobre el picaporte a contemplar sus ojos. Y no los contemplé uno o dos segundos. Lo terminé haciendo profundamente, perdiéndome en sus orbes ámbar que, en esos pocos segundos, se tiñieron de anaranjado casi en su totalidad. El resto seguía siendo amarillento, dividido sutilmente como si ambos colores se difuminaran. No pude creerlo. Había perdido el tiempo contemplando esos ojos, esos ojos que de un instante a otro se transformaron en una especie de bolas de fuego. En una mirada atrapante y a la vez filosa. Entonces la muchacha volvió a hablar:

—Yo sé lo que tú quieres. Has pensado en eso durante algunos momentos, pero tratas de evadirlo porque sabes que no te toman en serio. Porque todos creen que es absurdo. Porque eres una criatura dulcemente manipulable —manifestó esta vez con un toque de hostilidad. Aún así, no me ofendí. Mi atención estaba repartida la mayor parte en sus ojos y el resto en su voz. Lo demás no importaba. Seguía paralizada, pegada en el suelo, sin moverme ni un centímetro—. Tú quieres saber la razón por la que moriste. La razón por la que llegaste aquí, y eso es algo tan obvio... Y me resulta tan injusto que te pidan que no pienses en eso. Qué pena, ¡qué lástima! Pero no te preocupes. Yo sé esa verdad. Solo sígueme si la quieres averiguar.

Ella comenzó a caminar sin despegar su mirada de mí y, viceversa, yo tampoco conseguí despegarme de sus ojos. Solo pude comenzar a moverme cuando ella me tomó de la mano derecha con cuidado y, a la vez, atrevimiento. Cuando avancé un solo paso, todas las luces se apagaron. Los pocos sonidos del ambiente se silenciaron. Lo único capaz de brillar en la oscuridad fueron sus ojos y lo único en sonar fue su voz.

No pregunten qué pensé en ese momento, ni tampoco pregunten si directamente pensé, porque la respuesta es que no. No pude hacerlo. No sé cómo, lo juro. Es tan difícil de explicar. Solo puedo decir que pronto ella comenzó a llevarme hacia algún lugar. Yo avanzaba, no sé cómo. Luego reconocí que estaba subiendo las escaleras, no sé cómo. Y acto seguido empecé a escuchar unos ecos familiares, no sé cómo.

Así que... Eso es lo que haces en tu escuela. Solo maquetas y proyectos de arte —oí la voz decepcionada de mi papá por ahí, mientras avanzaba en medio de la oscuridad—. No es que esté mal, para nada, pero... ¿No crees que sería mejor que en unos años te dediques a otra cosa? Mira, en el banco estamos buscando todo el tiempo a gente joven y ganan muy bien. Mejor que un artista, seguro.

—¡Abraham, por favor! —luego reconocí la voz de mamá, regalándolo en un grito que llegó a artudirme un poco. Trate de recordar en qué momento escuché esa conversación y la primera imagen que se me vino a la cabeza fue un almuerzo. Un almuerzo en casa, comiendo spaghetti con jugo de manzana—. Ella eligió la orientación de artes y eso está bien. Es lo que le gusta. Además, si ganaran tan bien en el banco, ¿por qué siempre andan buscando empleados nuevos? Cada vez que voy a dejar algo, me atiende alguien completamente distinto.

—Es porque son unos inútiles. Yo ya le dije que me contraten a mí, tengo experiencia en esas cosas —intervino mi hermana Rebecca, seria como de costumbre—. Pero no, seguimos insistiendo con Helena cuando a ella no le gustan los números y la contabilidad. No es por ser cruel, pero-

—Eh, no es que no me gusten la contabilidad y los números, es que me resultan un poco... Difíciles —le contesté yo, un poco tímida—. Pero que esté ahora en una secundaria con orientación a las artes no significa que me vaya a dedicar a eso en futuro, ¿o sí? Digo, aún tengo dos años para decidir. No estoy muy segura de lo que quiera hacer en el futuro ahora.

—¡Claro! ¡Esa es otra cosa! —volvió a artudirme la voz de mamá mientras yo, a oscuras y tratando de encontrar la procedencia de esos ecos, continúe avanzando por las escaleras—. Addley fue a la orientación de ciencias en la secundaria y míralo ahora, estudiando abogacía. No seas histérico, Abraham. No le temas a tus hijos.

—Ando agradecido con el de arriba por la vacante en la Facultad de Derecho. De verdad, porque odio las ciencias —comentó Addley, que también detestaba quedarse callado, sin emitir alguna opinión—. Pero ya, papá, mamá tiene razón. Dejen que Helena elija cuando sea el momento. Por ahora ella disfruta de ir a su escuela, la pasa bien con sus amigos. En especial con Mikaela.

Y recordé que en ese momento, cuando Addley dijo ese nombre, tragué mal un trago de jugo y me ahogué, convirtiendo una típica discusión familiar iniciada por papá en un momento incómodo y en el que todos me miraron como si estuviera loca, excepto Addley, quien sintió algo de culpa. Incluso mi tos tratando de recomponer el aire resonó en ese ambiente oscuro donde me hallaba subiendo las escaleras. No sé cuánto había subido, pero seguía haciéndolo de la mano de esa desconocida. Luego escuché otro eco.

—¡Maldita seas, Helena! ¿Por qué tardaste tanto? —logré dar con la voz de Mikaela en «esa» nada. Se oía casi histérica, como al borde de explotar por los nervios.

—Perdón, señora, pero por lo que sé, los modales hacen a la «caballera» —escuché después mi propia voz, fingiendo una tonada formal y caballerosa—. Ups, quiero decir, «a la dama».

No me digas que... —siguió Mikaela.

Sí, tardé quince minutos haciendo fila en Cream Love Cream —continuó mí voz con emoción—. Estaba rebalsado de gente, pero no me gustaría juntarme contigo sin merendar algo rico.

De pronto sentí como dejé de subir por las escaleras. Pasé a caminar ligeramente sobre una superficie plana y, al cabo de unos pocos segundos, la desconocida se detuvo. Yo casi la choco. De inmediato sentí el sonido de una puerta siendo abierta, lo que me hizo intentar regresar a esa realidad particular en la que estaba y a la vez «no estaba», pero fue nuevamente la voz de Mikaela la que me regresó a ese maldito estado de perdición.

—¿¡Estás segura de que no quieres que te acompañe a casa!? ¡Está muy oscuro! —esta vez fue un grito de su parte. Uno que se oyó desde lejos, como si ambas estuviéramos conversando desde la distancia. Gracias a eso pude dar rápidamente con una probable imagen de ese recuerdo. Ahí andábamos las dos, a las afueras de su jardín. Yo saliendo hacia la calle y ella desde su puerta. Era una noche con una suave brisa que me rozaba las mejillas.

—¿¡No tenías que trabajar de niñera ahora mismo!? —un eco de mi propia voz me aturdió.

Y, asimismo, volví a avanzar unos pasos dentro de ese ambiente oscuro que no podía reconocer. Solo sabía que no habían escaleras y que esa chica de labios color vino seguía guiándome. ¿Hacia dónde? No lo supe.

Solo estaba en una completa oscuridad hasta que de repente reconocí la luz de una ventana. Una luz tenue y blanca que provenía desde el exterior.

—¡Pues, sí, pero eso puede esperar! —otro eco de Mikaela apareció de la nada ya por última vez—. ¡Ya qué, adiós, Helena!

En eso dejé de moverme. La desconocida también lo hizo, pero no me soltó. Solo se giró a verme, y sus ojos de fuego fueron lo único que pude interceptar en ese ambiente negro junto a la luz de la ventana.

—Ya tienes algo de la verdad. Solo falta el toque final —me indicó con su atrapante voz—. Ya no habrán ecos porque después de lo que escuchaste ya no oíste hablar a nadie más. Deberás ir a mirar lo que te falta averiguar.

Una vez más, no pregunten. No pensé en nada. Directamente no pensé. Caí más que nunca en el efecto de su mirada y las dos avanzamos hacia esa ventana. Pude darme cuenta porque la luz cada vez se sentía más cerca. Luego descubrí que esa luz provenía de la calle, de las farolas y los edificios que teníamos enfrente. La ventana se encontraba abierta. Lo percibí por un suave viento nocturno de verano dándome en la cara.

—¿Estás lista para lo que verás? —me preguntó la desconocida. Yo asentí con la cabeza, aunque no lograba comprender a lo que se refería. Fue recién en ese instante cuando ella me soltó la mano y, casi de inmediato, la sentí colocarse a mis espaldas y me tomó de los hombros—. Vamos, dulce Helena. Irás directo a la verdad.

Desde atrás me hizo avanzar lentamente unos pocos pasos. La ventana abierta estaba ahí cerca, ya podía percibirlo. Y entonces la imagen del exterior se transformó en un pantallazo de un oscuro callejón en la oscuridad. Un lugar macabro que me puso la piel de gallina enseguida.

Y, cuando la imagen del callejón comenzó a moverse como si yo fuera la que se estuviera moviendo dentro de ella, la desconocida aceleró sus pasos y me dio un brusco empujón con el que perdí el equilibrio. Y en ese instante dejé de sentir mis pies. El viento se hizo más fuerte. La imagen desapareció y en cambio surgió mi visión real. Quedé más paralizada que nunca. Estaba cayendo hacia la calle.

Con eso mi mente salió de esa extraña perdición y regresó a la realidad.

Esa maldita de ojos de fuego me había empujado hacia el vacío.

¡Yo estaba cayendo hacia el vacío!

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