35: Frappé.
Solange
¿Qué otra cosa podía compensar el hacerme madrugar un domingo que no fuera un buen desayuno en mi cafetería favorita? Adoro que Amalia sepa llevarme las mañas sin que yo hiciera un comentario al respecto, aunque a la vez podía presentir que su idea de desayunar ahí en lugar de su casa o mi departamento se debía a una cosita en especial. Una cosita no muy pequeña, seguro, pero que tenía que ser propuesta junto con un buen frappuccino para mí y un café cortado para ella, en un espacio tranquilo donde el color predominante era el ocre y el sonido del ambiente era el resultado de una mezcla entre las conversaciones de los clientes y las canciones de pop más actuales que sonaban en los parlantes.
-Estaba pensando, Solange... -sí, con solo escuchar esas tres palabras ya pude confirmar que no me equivocaba en prever que lo próximo que diría sería una propuesta-. En preguntarte si quieres tomar la investigación de esta supuesta "Majestad", tomando en cuenta que fuiste tú la que concretó el caso de Raymond y que sería un poco injusto de mi parte no tomarte en consideración para la misión que le procede. Claro, sabiendo también que te enteraste junto a mí de todo este embrollo y que estoy segura de que me odiarías si postulo a cualquier otra persona para tomar el caso en lugar de a ti.
No, gente, tampoco se crean esa exageración, ¡porque jamás odiaría a Amalia por algo así! Aunque acepto que me hubiera dolido un poco si hubiese elegido a cualquier otro buen angelito de la Triple A en lugar de la pelirroja madrugadora que siempre anda atrás de ella. Me sentí reconocida, feliz y orgullosa de mí misma por haber ganado por segunda vez consecutiva un caso relevante. Relevante porque quién sabe cuántos demonios hacen y han hecho de las suyas por encargo de su "Majestad".
-Que te detengas a pensar en preguntarme tal cosa me ofende, Amalia -contesté después de darle a mi frappuccino congelado una buena probada. Le faltaba un poco de dulzor, pero sabía exquisito. Perfecto para acompañar la buena noticia-. Porque sabes bien que mi respuesta siempre será un gran «sí». Mi deber es mi deber y no lo he dejado de cumplir ni siquiera cuando tengo otras responsabilidades como una recién llegada a la que cuidar.
Amalia, quien justo estaba tomando de su tacita de café, me miró un poco extrañada, levantando una de sus cejas. Por un momento pensé que había dicho algo malo, pero en realidad ese gesto se debió a que se había olvidado de ponerle azúcar a su infusión.
-Imaginé que te tirarías flores a ti misma -alegó ni bien tragó su buen sorbo de café amargo para después endulzarlo con un sobrecito de azúcar-. Aunque no te emociones demasiado. Primero debo hablar de esta propuesta con los demás directivos, que dicho sea de paso, ni siquiera están enterados de este asunto.
¿Emocionarme? ¿Yo? ¿Cómo cree?
-Lo aprobarán. Esos antepasados me adoran -aseguré para posteriormente cambiar de postura, estirando bien mis piernas y sentándome casi apoltronada en la incómoda silla de madera, pero no me importó demasiado. La incomodidad es psicológica. Solo necesitaba unas gafas de sol para demostrar un poco más lo genial que me sentía, pero... Amalia era una experta en bajarme rápidamente de las nubes.
-Es que tú no eres el problema. Atardecer sí lo es -confesó a la par que regresaba su tacita sobre la mesa ya que la había levantado para seguir tomando su café, pero al parecer primero prefirió golpearme en el ego-. Fischer no estará convencido de asignarle a tu escuadrón una misión de ese nivel, pero sé que eso es justamente lo que necesitan para no ser disueltos en diciembre... Confío en que sabrás orientar a tus menores, Sol.
Olvídense de las gafas. No había imaginado que la misión tenía que ser concretada en grupo, pero eso no era lo que me preocupó, sino el mero recordatorio de que Atardecer se encontraba en una situación... Complicada. Casi nunca hablábamos de ello, pero estábamos al borde de la deriva por pasar ya un año sin cubrir el mínimo de miembros que requiere cada escuadrón para funcionar. Seguíamos de pie solo porque hacía unos siete u ocho meses habíamos dado con una misión espectacular, que fue casi como una película de Scooby-Doo y de la que seguro les contaré algún otro día, pero Amalia ya nos había advertido en febrero que no nos darían mucho más tiempo para reclutar nuevos miembros. El mínimo era ocho y nosotros éramos cinco. Cinco contando a Helena. Por eso fue que la invité a formar parte del escuadrón ni bien la conocimos, además de que así sería más fácil asegurarle un lugar en mi departamento. Pero como fuera, Amalia en algo tenía razón.
-Ey, ¡soy como una hermana mayor para todos ellos! Será pan comido, ya verás -intenté esconder mi preocupación lo más que pude volviendo a exponer un poco más de mi orgullo y dándole a mi frappuccino otro buen sorbo.
-¿Estás segura? -Sin embargo, Amalia no parecía tenerme mucha confianza-. De mi parte tendrás solo una condición, y es que no llevarás a Helena contigo.
Y olvídense también de mi postura relajada, porque estuve cerca de ahogarme con ese bendito sorbo.
-Diablos, Amalia, ¿cómo crees que haría algo tan peligroso como eso? -he ahí la razón de mi pequeño sobresalto. No había pensado ni un poco acerca de qué tan peligroso sería llevar a Helena a una fiesta de demonios-. ¡Será una buena noche de viernes para que Helena se quede en casa viendo películas y comiendo palomitas!
-Con Sophie -aclaró Amalia entre dientes antes de probar la medialuna que le habían servido con el café-. Sophie tampoco está en condiciones para ir a esa fiesta. Es demasiado pequeña y sus tíos nos demandarían si regresa a su casa con un rasguño.
Por lo menos eso era algo bueno y no solo porque Helena no se quedaría sola en el departamento, sino porque también -y gracias al cielo- Amalia no se había enterado del accidente que tuvo Sophie con Mantícora el martes. Esa era otra prueba definitiva de que no estaba lista para misiones así de grandes.
-Bien. Entonces Helena y Sophie tendrán su noche de películas mientras Celeste, David y yo nos embarcamos en la aventura -subrayé casi heroicamente mientras me apoyaba firme contra el espaldar de la silla-. ¿Algo más?
Desafortunadamente Amalia sí tuvo algo más para decir.
-Sí. -Y digo "desafortunadamente" porque pude contemplar como denotó seriedad en su rostro en cuestión de dos segundos, lo cual significaba que se aproximaba lo que menos me gustaba escuchar de ella: un regaño-. Y es que cuando dije "no permitas que Helena salga a la calle por unos días" hablé muy en serio. No creas que no vi tus stories de anoche.
Un segundo...
«¡¿Cómo diablos pudo verlas si la tengo silenciada en todas mis redes sociales?!»
-¡¿Qué?! -pregunté boquiabierta-. Pero, pero... ¡No me apareces en la lista de visualizaciones!
Y para comprobarlo, instantáneamente saqué mi teléfono del bolsillo de mi sudadera gris, entré a mi "PhotoLifeGram" y revisé todos los perfiles que vieron mis stories de cuando Helena y yo estuvimos en la heladería, en la presentación de danzas árabes y por último la pizza que encargamos. Tal como imaginé, no di con la cuenta de Amalia en ninguna parte, pero sí encontré un perfil bastante... Peculiar.
-Un momento... ¿Tú eres "FánaticaDeLasRosas40"? -le consulté ni bien entré a revisar dicha cuenta.
-Es el perfil en donde subo fotos de mi jardín -contestó ella-. Pero eso no te servirá para esquivar el tema de que tienes que tomarte más en serio tu principal responsabilidad.
Ahí estábamos otra vez... El mismo regaño que dos días atrás, solo que en ese momento no le encontré mucho sentido. Quizás por eso puse los ojos en blanco inconscientemente y apoyé mi vaso sobre la mesa sin tener mucho cuidado, haciendo que el frappuccino estuviera al borde de derramarse.
-Solo fue anoche y no fue nada de otro mundo -gruñí ya con mi humor descendiendo estrepitosamente al suelo-. Ni siquiera vimos la sombra de un demonio, ¡no había peligro en ninguna parte!
-El peligro está en todas partes y sabes que ellos detectan la debilidad -me refutó Amalia inmediatamente-. Helena hoy está entera por pura suerte, lo que significa que tienes que evitar que suceda lo que ya sucedió una vez, al menos por un tiempo... Puede que su herida ya no duela, pero sigue siendo una muestra de lo vulnerable que es.
Queriendo acabar con esa conversación de una vez por todas, esquivé su mirada al observar hacia un costado e hice una única y última pregunta al respecto.
-¿Al menos podrá ir al colegio esta semana? -era lo único que me faltaba. Confinar a Helena al extremo.
-Tienes poderes para algo, Sol. Si alguien se les aparece camino a la escuela, ya sabrás que hacer -respondió ella.
Automáticamente apreté los labios, enseñando así mi disconformidad. Estaba cansada de siempre escuchar sus regaños, de que siempre corrigiera las cosas que yo hacía aún cuando no terminaban en desastres... A pesar de tener un poco de razón. Estaba tomándome las cosas demasiado a la ligera y tenía que empezar a "desacelerar" si quería que Helena estuviera bien en este mundo. Eso significaba evitar meternos en problemas, aunque yo pienso que las personas no buscan problemas, sino que los problemas buscan a las personas.
Y en este mundo los problemas suelen ser demonios. Malditos y repugnantes demonios.
Helena
-¡Corre, Helena, corre! -me alentó Richard desde el descanso de las escaleras mientras me veía bajar a las apuradas con una pesada bolsa de basura en una mano y una caja vacía de pizza en la otra-. ¡Anda, gánale a ese camión!
Una de las consecuencias de haberme quedado dormida la noche anterior fue el no haber bajado a tirar la basura en el contenedor de afuera. Esa era la última de mis tareas dominicales, ¡pero esta vez vine a recordar el cesto rebalsado de mugre al escuchar el camión recolector ni bien terminaba de vestirme!
«Oh, cierto, olvidé comentarles. En este mundo no hay autos ni motocicletas, pero sí camiones de basura. Supongo que tiene sentido porque no creo que dos o tres ángeles puedan llevarse un montón de basura volando».
Estuve a punto de caer de cara cuando pisé mal el borde del último escalón, pero eso no me resultó un obstáculo y salí corriendo hacia afuera como si estuviera participando en una maratón. Miré hacia la derecha, pudiendo interceptar al camión yéndose hacia la próxima manzana. ¡Esa era mi meta! Cerré de un golpe la puerta del edificio y continué corriendo a fin de alcanzar el transporte, tratando de ir lo más rápido que pude hasta que...
Ay, hasta que me llevé por delante a uno de los muchachos recolectores que justo se me cruzó doblando en la esquina...
-¡Respeta el horario la próxima vez, tarada! -Me reclamó tras sujetarse del camión una vez que éste retomó su camino hacia la manzana siguiente.
Menos mal que no andaba mucha gente por ahí. Nadie podía verme con las mejillas coloradas, ni con los ojos tan saltones como los de un sapo, ni temblando como un flan. No había pasado una vergüenza tan grande desde que llegué a este mundo, ¡y eso que ya había pasado por muchas cosas vergonzosas!
-¡Prometo que no volverá a ocurrir! -grité desde la esquina antes de que el camión se fuera lejos-. ¡Y perdón por el golpe, otra vez!
Desde la distancia pude ver al muchacho sacándome el dedo del medio. ¡Era lo que me faltaba! ¡Un enemigo! Inmediatamente me di la vuelta para regresar al departamento con tal de que ya no me viera, pero no pude dar un solo paso al frente cuando estuve a punto de llevarme por delante a una chica que estaba atrás de mí.
-¡Ay, perdón! -se me escapó ni bien me topé con su figura, dando de manera inconsciente un saltito hacia atrás. Seguro que en ese instante me puse más colorada aún.
Lo que menos quise fue que otra persona me tratara mal esa misma mañana, aunque afortunadamente me equivoqué con esa chica. En lugar de mirarme feo y gritarme como imaginé, esbozó una sonrisa tímida en sus labios pintados de café. Era apenas más alta que yo, muy joven y de dos destellantes ojos de color miel que destacaban en su piel morena junto a una lluvia de rizos teñidos de oro.
-N-no te preocupes. Fui yo la que se puso en un mal lugar -contestó al compás que arqueaba sus cejas hacia abajo-. Quería preguntarte si tú vives en este edificio.
Dicho eso señaló hacia el edificio que teníamos detrás, lo que se me hizo un poquitín extraño. Era la primera vez que me preguntaban eso.
-Así es -le respondí-. ¿Por qué lo preguntas?
La joven, casi de inmediato, volvió a dirigirme la mirada y expresó alivio en un suspiro.
-Ay, menos mal. Verás, una amiga me invitó a desayunar en su nuevo departamento y es la primera vez que vengo aquí -explicó-. Quería preguntar en qué piso se ubica el departamento cuarenta y cuatro, pero no encontré a nadie en la recepción hasta que te ví saliendo hacia afuera. Ibas tan apresurada que preferí esperar a que se calmaran un poco las aguas para pedirte ayuda.
Gracias a esa última oración pude imaginarme a mí misma desde su perspectiva corriendo como una desquiciada con una bolsa de basura. Admito que me dio micha gracia, así que intenté contener una risa.
-El chico de recepción está limpiando las escaleras en el segundo piso, así que es probable que no lo hayas visto por esa razón -aclamé yo-. Ven, te ayudaré a localizar el departamento de tu amiga. O eso espero, porque nunca he subido más allá del departamento donde vivo ahora.
La expresión tímida de la chica se convirtió en una muy alegre con solo escucharme decir eso.
-Te lo agradezco mucho, linda -dijo en un tono dulce-. Vamos.
Una vez dentro del edificio nos dirigimos directamente a subir las escaleras. Richard no se veía por ahí, lo que significaba que continuaba limpiando más arriba.
-No imaginé que este edificio fuera demasiado alto -comentó la joven ni bien llegamos al primer descanso, el cual se ubicaba entre el primer y el segundo piso. Luego miró hacia arriba, sorprendiéndose al darse cuenta de todo lo que le faltaba por subir-. Diablos, son demasiadas escaleras. Qué mala suerte que no tengan un ascensor...
No sé por qué sentí vergüenza ajena al oír eso.
-Oh, en realidad sí hay uno por ahí, pero está descompuesto -solté casi en una queja-. Solo nos queda subir por las escaleras y, ¿sabes algo? ¡Detesto las escaleras! ¡Conllevan mucho tiempo y esfuerzo!
Un poco más y seguro me hubiera exaltado el doble, agarrándome de los pelos e insultando a las escaleras, pero estaba conciente de que estaba junto a una desconocida y la pobre chica no tenía por qué ver eso, aunque ella no pareció extrañarse o molestarse con mis quejas. Por el contrario, solo rio.
-No te imaginas lo que estoy pensando de mi amiga ahora que calculo en qué piso vive... -Suspiró ella-. Aunque ahora que lo pienso, para bajar de ahí arriba preferiría arrojarme desde una ventana antes que pisar estas escaleras horrendas otra vez.
Honestamente le hubiese respondido «Ey, ¡igual yo!» de no ser porque me detuve a pensar en su respuesta y me di cuenta de que eso sonaba demasiado extraño. Arrojarse desde la cima de un edificio sonaba como un suicidio, aún tratándose de este mundo, pero... Tal resultó que no había pensado lo suficiente como para darme cuenta de algo demasiado lógico.
-¡Ah! ¡Claro que usaría mis alas para no darme de lleno en la acera! -añadió ella unos segundos después, que fue cuando volvió a dirigirme la mirada, lo que me llevó a creer que en mi rostro había expresado involuntariamente mi extrañeza-. ¿Pies para qué los quiero, si tengo alas para volar?
¡Pero menuda frase era esa y qué tonta por no haberme dado cuenta antes! De hecho era lo mismo que pensaba yo cada vez que tenía que caminar por más de media hora para llegar a algún lugar. ¡¿Para qué ir por tierra si fácilmente podía ir volando?!
Oh, bueno... "Fácilmente" si tan solo mis alitas y yo nos lleváramos bien.
-Creo que es una gran idea -comenté mientras comenzábamos a subir hacia el tercer piso-. La voy a implementar cuando aprenda a usar mis alas, ¡así me ahorraría llegar tarde a tirar la basura otra vez!
Entonces me di cuenta de otra cosa: suelo hablar de más y eso no es bueno. Más bien es vergonzoso. Acababa de decir que no sabía hacer algo tan básico como lo es comer o caminar. Al menos en este mundo.
-Oh, ¿todavía no sabes volar? -preguntó enseguida mi acompañante, y menos mal que no me dirigió la mirada por estar concentrada en las escaleras. De lo contrario me hubiera visto roja como un tomate-. Bueno, algún día no volverás a pisar estas malditas escaleras nunca más.
«No sabes cuánto lo espero», coincidí con ella en un pensamiento y expresé mi acuerdo con otra risa. Para entonces las dos estábamos llegando al cuarto piso, aquel donde se encontraba el departamento de Solange y en donde nos topamos con Richard limpiando los pisos.
-¿Y? ¿Si le ganaste al camión? -me preguntó él enseguida, dándose un descanso al afirmar su trapeador contra la pared.
-Bueno... No es algo de lo que quiera hablar ahora. -Le respondí mientras me encogía de hombros, decidida a cambiar de tema con tal de no detallar mi patético accidente de hacía cinco minutos atrás-. Necesitamos tu ayuda para encontrar el departamento cuarenta y cuatro. ¿Podrías guiarnos?
Él accedió con sus buenas energías de siempre. Nunca lo había escuchado decir que "No". Es el conserje que todo edificio debería tener por muchas razones.
-No me pagan solo por limpiar las escaleras, Helena -bromeó mientras se dirigía a nosotras para así comenzar a subir hacia el quinto piso-. Bueno, en realidad no me pagan por limpiar las escaleras, pero sí para ayudar a los demás, así que vamos. Tenemos que subir hasta el penúltimo piso.
Las dos coincidimos en tener la misma reacción al escuchar eso, solo que yo preferí ocultarlo y maldecir para mis adentros mientras que mi compañera prefirió demostrarlo con una cara de disgusto y posteriormente un segundo suspiro de cansancio. Nos quedaban como cinco o seis pisos por subir.
-Sí, creo que ya sabes lo que estoy pensando de mi amiga -supuso al dirigirme su mirada, que para entonces volvió a expresar simpatía-. No hará falta que también subas, después de todo ya tengo quien me guíe. Te agradezco tu compañía de todas formas, chica que también detesta las escaleras.
Ambas soltamos una risa.
-¡Bendita seas por tu compasión! -Manifesté divertida antes de que ella comenzara a seguir a Richard, quien ya había avanzado bastante-. ¡Adiós!
A cambio recibí de ella una última sonrisa.
-Nos vemos luego, linda -dijo antes de retomar su camino y desaparecer de mi vista.
Ella me pareció una chica muy simpática y bonita, de esas que te agradan ni bien la ves y que quieres tener como amiga aunque no puedes porque no le sabes ni el nombre. Y yo, de descuidada, no le había preguntado el suyo, aunque ella tampoco me preguntó el mío. Como fuera, no tenía sentido pensar en ello. En cambio solo me quedó preparar el desayuno que tantas ganas tenía de hacer y que tuve que posponer por culpa de la basura rebalsada de la cocina: mis clásicos pancakes súper extremadamente suavecitos con miel de los lunes.
¿Y por qué digo que son clásicos? Bueno, todos los lunes hacía el esfuerzo de levantarme un poco más temprano para prepararle el desayuno a mi familia y como esa mañana no había ido a clases, decidí recibir a Solange con mis riquísimos pancakes para su deleite. ¡Seguro le iban a gustar!
Seguro, seguro... A menos que por mis torpezas sucediera otro accidente y se le quitara el hambre.
-¿Qué estás haciendo, Hel? -y ese accidente ocurrió cuando escuché su voz a mis espaldas considerando que hasta hacía diez segundos atrás no había llegado al departamento. Esa fue una razón más que suficiente para llevarme un gran susto y lanzar por el aire el pancake que estaba a punto de dar vuelta en la sartén, ¡teniendo la mala suerte de que fuera a dar en su cabeza y no en cualquier otro lado!
«¡Agh! ¡Como odio que entre a la casa usando su poder para traspasar la puerta en lugar de abrirla como cualquier otra persona en el mundo!».
-Ehhh... ¡Feliz lunes de pancakes! -exclamé cantarinamente, disimulando mi vergüenza en una gran sonrisa mientras le sacaba de encima el bendito pancake, sintiendo mis mejillas hervir ya por tercera vez en esa mañana-. Es una costumbre que tenía en mi casa y pensé que tal vez llegarías con hambre. ¿Quieres uno?
Y como una tonta le ofrecí el mismo pancake que la golpeó. Su cara lo indicaba todo: no entendía nada de lo que estaba pasando, ni siquiera lo que le estaba diciendo.
-Es... Adorable, creo -expresó junto una risita incómoda después de quedarse pensando unos segundos-. Pero paso, gracias. Es que... -y cuando pareció volcarse de nuevo en la realidad, su sonrisa forzada se transformó en una completamente natural y, además, traviesa-. ¡Es que me acabo de dar uno de los mejores desayunos de mi muerte junto a Amalia!
Me dolió que alguien, por primera vez, rechazara mis pancakes, ¡pero no pude enojarme con ella al verla tan contenta! ¡Seguro que venía de comer algo muy delicioso como para considerarlo uno de sus mejores desayunos!
-Oye, ¡eso es genial! ¿Qué desayunaron? -le pregunté mientras volvía a poner el pancake medio crudo en la sartén. Con ese ya tendría seis. Solo me faltaba bañarlos con miel y mi desayuno estaría listo.
-Un frapuccino delicioso, la mitad de una medialuna dulce y... ¡Una nueva misión súper especial para el escuadrón Atardecer! -celebró la pelirroja con una sonrisa más grande que la luna-. ¡Raymond lo ha declarado todo! Su ataque del viernes fue un encargo de una demonio que se hace llamar «la Gran Majestad de los Demonios» y, ¡adivina! ¡Atardecer se encargará de descubrir a esa vieja bichurra en medio de una fiesta!
Cielos, ¡cielos! ¡La noticia era excelente! ¡Atardecer tenía una nueva misión y...!
¡Y...!
Y...
¿Y... Eso qué significaba exactamente?
-Me alegra mucho escuchar eso, Sol, pero... -y es aquí en donde Helena hace una inocente y tal vez lógica pregunta-. ¿Por qué lo consideras cómo uno de tus mejores desayunos?
Solange rebajó su felicidad un poquito, solo un poquito para explicarme.
-Es que, mi querida Helena, se trata de una misión de un elevado nivel. Las misiones así de importantes le traen a su escuadrón un buen reconocimiento frente a toda la Asociación, lo que se traduce en el traslado de miembros de otros escuadrones hacia el nuestro, acceso a nuevas armas y entrenamientos, viajes de capacitación a otras ciudades y una gran patada en el trasero para los demonios -argumentó con firmeza, casi como una profesional de no ser por eso que dijo al último-. Y si algo necesita Atardecer en este mundo, son más miembros y beneficios.
Bien, ahí pude entender a qué se debía tanta alegría, y es que la verdad era algo excelente, ¡más para ella, que tantas garras le ponía a su trabajo! ¡Cualquier beneficio que obtuviera la haría muy feliz!
-¡Suena más genial ahora que lo explicas! -exclamé-. Y bien, ¿cuándo cumpliremos con esa misión? ¿Tenemos que rastrear a otro demonio chiflado y con poderes de un animal venenoso? ¡¿Tengo que entrenar mis alas para por fin poder volar en caso de que te ataquen otra vez?!
No imaginé que a Solange se le borraría su sonrisa al oír mis preguntas, sino todo lo contrario, pensé que me explicaría su plan rebalsada de la emoción y que me diría que por fin me enseñaría a usar mis alas, pero no. Además de verse ligeramente preocupada en un dos por tres, se giró en dirección al living y agarró su teléfono, al cual había dejado sobre la mesa.
-Respecto a eso, Hel... -su forma de hablar tampoco me la esperé. Pasó de celebrar su victoria a los gritos, a expresarse en voz baja e incluso con algo de inseguridad. Luego de encender la pantalla de su teléfono, me dirigió su mirada-. Amalia me ordenó no dejarte ser parte de la misión. Sumergirse en un río de demonios eufóricos es demasiado peligroso para cualquier ángel y para tí ni lo mencionemos. No puedo permitir que te lastimen... Otra vez.
Sus ojos se trasladaron hacia mi brazo izquierdo, el cual se hallaba descubierto por vestir con una remera de mangas cortas, dejando a la vista la marca de Raymond. Con cada amanecer perdía intensidad tanto de color como de dolor. En ese momento se veía ya de una tonalidad lavanda suave y molestaba solo si me apretaba o chocaba el brazo, aunque confieso que en medio de la madrugada me desperté del dolor ya que me había acostado en una posición tal que lo estaba aplastando. Me costó una hora volver a conciliar el sueño. Aún así comprendí el punto de mis dos líderes, pues encima que no solía ir demasiado a fiestas, era probable que de una fiesta demoníaca saliera manca o tuerta.
-Pero, mirándole el lado bueno, ¡esa noche te quedarás aquí con Sophie! -añadió la pelirroja, volviendo a manifestar emoción en sus palabras-. A esa fiesta solo iremos David, Celeste y yo. Amalia considera que tenemos la experiencia suficiente para defendernos en caso de que las cosas se pongan feas, ¡pero es seguro que ni siquiera nos hará falta usar nuestras alas! Será pan comido, ya verás.
Tanto ella como yo reímos por ello. La verdad es que, sabiendo que no la pasaría sola esa noche, ya no me importó demasiado la misión. Supuse que ese era el punto.
-De acuerdo, Sol. -Acepté, conservando una sonrisa de satisfacción.
Dicho eso me giré a tomar la fuente donde tenía los pancakes para llevarla a la mesa y servirla junto a mi café que seguramente ya se había enfriado, pero Solange me sorprendió cuando retomó la palabra dos segundos después.
-Además de todo eso... Gracias, Hel -agregó en un tono más suave, a lo que me di la vuelta para verla. Sus ojos, que de por sí transmitían calidez cuando se encontraba tranquila, en ese instante parecieron radicar aún más de esa sensación-. De no ser porque te lanzaste de ese edificio con Raymond, ahora no estaría encerrado y no hubiera confesado la verdad. Sé que fue una decisión terrible de tu parte, pero... Muy a veces esa falta de razonamiento trae grandes resultados.
Tal vez esa última frase no era un buen ejemplo a seguir, pero escucharla me hizo sentir mejor de lo que ya me estaba sintiendo e incluso me llevó a reaccionar de cuánta repercusión tuvo mi accionar del viernes. Ni siquiera recordaba qué había pasado por mi cabeza antes de lanzarme al vacío con la maleta de Raymond, pero nunca imaginé que el resultado fuera tan bueno. Tan así que no sabía que responderle a Solange en ese momento, por lo que solo asentí con la cabeza y le sonreí, llegando inclusive a sentirme un poquitín avergonzada.
-Y... De estar viendo esos pancakes, me dieron ganas de probarlos -cambiando el tema rotundamente, la pelirroja pasó a mirar la fuente que tenía en mis manos. Entre tanta intervención todavía no había servido el desayuno-. A ver, pásame uno.
«¡Ja! ¡Sabía que nadie puede resistirse a mi especialidad ni aunque venga de comer lo mejor del mundo!», pensé con orgullo mientras me dirigía al comedor, aunque tuve que detenerme cuando empecé a sentir un olor a quemado.
El último pancake se me había quedado en la sartén y ya estaba tan negro como el carbón.
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