33: Mensajes.

Helena

Entre todos los recuerdos en donde solo estaba yo había uno, particularmente uno, que no marcaba algo normal en mi vida.

Era algo excepcional. Lo que pasaba ahí era extraño. Oscuro. Turbio.

No llevaba los audífonos puestos. No pasaba ni un solo auto. Andaba sola en una noche oscura. Sin distracciones. Toda mi atención estaba centrada en esa calle, pero me sentía insegura.

Creo que me faltaban diez o quince minutos para llegar a casa, pero lo importante ahí era que la calle estaba muy oscura y apenas podía ver por dónde iba. Tan así, que de pronto fui tomada por alguien.

Abrí los ojos con espanto y mi cuerpo quedó tenso después de un escalofrío. Lo que recordaba era espantoso.

Después de ser agarrada por esa persona, había ido a parar a un callejón en donde me presionó de cara contra la pared y seguido a ello me tapó la boca con su mano con el fin de que yo no pudiera gritar. Lo único que podía ver era la pared de ladrillo que raspaba mi piel y solo escuchaba como su respiración entrecortada se asomaba a mi oído. Sin embargo, centrarme en esos detalles me llevó a darme cuenta de que no era la primera vez que recordaba ese momento. Ya lo había hecho más antes, precisamente el día anterior, cuando el cómplice de Raymond al que creí inocente me empujó contra la antena de la azotea y, al igual que el sujeto del callejón, hizo presión contra mí e impidió que alzara la voz.

Y pensar en semejante similitud me hizo pensar en otra cosa...

Ese recuerdo podía ser parte de mis últimos minutos de vida, aunque... Había visto algo parecido en un sueño, un sueño que había olvidado por completo hasta ese momento. O mejor dicho, se trataba de una pesadilla, una muy horrible pesadilla en la que fui asesinada en un callejón oscuro por...

—¡Alexander! —Grité de golpe, levantándome de un salto del columpio.

Y, como si asustarme fuera poco, sentí un gran peso en mi espalda cuando apoyé los pies en el suelo, lo que me llevó a perder un poco el equilibrio. Por suerte pude estabilizarme a tiempo para no caer hacia atrás, lo que no solo me dejó pasmada a mí, sino también a Solange. Tanto, que cuando me giré hacia atrás, la encontré en la orilla del columpio, hecha una bolita y mirándome como si hubiera visto a un monstruo. Confundida, miré a mis espaldas. Mis alas estaban ahí.

«¡¿Pero qué...?! Después de todo lo que pasé en estos días, ¡¿aparecen cuando no las necesito?!»

—¿Alexander? —Inquirió la pelirroja después de unos segundos, al parecer cuando se le fue el susto y, a cambio, le surgió un enojo bastante grande—. ¡¿Lo viste?! ¡¿Dónde está?!

No, no, ¡Alexander no estaba en ninguna parte! Era yo la que acababa de recordar ese extraño sueño y tenía que decírselo a pesar de que ella misma me dijo que era «normal» tener sueños tan disparatados en los primeros días como muerta, pero después de ese espantoso recuerdo ya no me parecía un sueño disparatado. Bueno, en realidad nunca me pareció eso. Siempre lo había sentido como una especie de «mensaje» tratando de comunicarme algo que no podía recordar... ¡Y al fin lo había recordado!

—No, no es que haya visto a Alexander. Es una cosa mucho más importante aún —le contesté rápidamente. El susto me hacía hablar rápido aunque yo tratara de calmarme—. ¿Recuerdas la vez que David te dijo en la escuela que yo creía que Alexander me había asesinado por un sueño que tuve?

El enojo de Solange fue desapareciendo a medida que me escuchaba, demostrando a través de su cara cómo iba cayendo en un estado de no entender nada. Al terminar de hablarle, ella entrecerró los ojos como si estuviera queriendo recordar ese momento y, después de unos segundos, respondió.

—Sí, lo recuerdo, pero...

¡No! ¡No había tiempo para «peros»! ¡Ya sabía lo que iba a decir con eso!

—Bien, en ese sueño Alexander me acorralaba en un callejón y me clavaba unos cuchillos, pero ayer, cuando el compañero de Raymond me golpeó contra la antena, ¡recordé exactamente lo mismo que había sucedido en ese sueño, pero como si me hubiera sucedido en la realidad!

No entendí cómo no se me trabó la lengua después de haber hablado tan rápido, y menos cuando todo mi cuerpo empezó a temblar como si fuera un perro. Mis alas continuaban abiertas, tenía los pies cruzados y Solange, aún mirándome pasmada desde el columpio, parecía o estar a punto de levantarse e irse a otro lugar o levantarse, tomarme de los hombros y sacudirme para hacerme entrar en razón. Elijan cuál de las dos opciones es su favorita.

—David y yo te dijimos que- —empezó a decir después de pestañear unas cuantas veces, pero no se lo volví a permitir.

Esa vez no fue porque no quería escucharla, sino porque acababa de recordar algo más. Era como si los recuerdos fueran balones y todos esos balones me golpeaban en medio de la cara, ¡no podía creerlo! Se sentía sumamente extraño y más aún cuando ese nuevo recuerdo tenía que ver con lo que acababa de decir, solo que esa vez Raymond estaba involucrado al cien por ciento.

El recuerdo era idéntico a ese sueño con Alexander e idéntico a ese recuerdo en el callejón, con la diferencia de que mi atrapante ya no era el secretario peliverde ni un completo desconocido, sino Raymond.

El mismísimo Raymond, mirándome con sus horribles ojos fluorescentes y riendo con pura maldad.

—Raymond —solté su nombre inconscientemente—. También tengo un recuerdo en donde Raymond me asesinaba en un callejón... Son tres recuerdos iguales pero con tres personas diferentes.

No entendía ni un poco lo que pasaba por mi mente. Era tanto, tanto en que pensar... Que me había quedado sin habla. Quieta como una piedra. Con la mirada perdida en la nada, porque ni siquiera sabía hacia donde estaba mirando. En mi mente se proyectaron los tres recuerdos, uno atrás del otro. A medida que más pensaba en ello, en esas similitudes, en su posible significado, el espanto iba siendo cambiado por confusión. Una profunda confusión.

—Helena, escúchame. No es fácil recordar nuestra muerte —la voz de Solange, suave pero a la vez sensata, me trajo de regreso a la realidad. Ella acababa de levantarse del columpio, sin dejar de verse desorientada. Era como si quisiera actuar de una forma, pero su mente no se lo permitía—. En cada persona el tiempo para recordarlo es distinto, pero nunca podrás hacerlo en tan pocos días.

»Hay quienes tardan un año, otros que tardan cinco, e incluso hay muchos otros que hasta el día de hoy no lo recuerdan. Puede que con el paso del tiempo vayas dando con pequeños recuerdos, pero nada de tu último minuto de vida hasta que llegue el momento en el que lo recuerdes absolutamente todo.

Escuchaba con claridad, pero me negaba a aceptar que mis recuerdos no fueran lo que yo creía que eran. Tenía que ser eso, otra cosa no tendría sentido... Al menos para mí.

—Ni yo misma recuerdo mi propia muerte —Solange continuó hablando, lo cual me dejó sorprendida. No solo porque pensé que ya no volvería a hablar, sino también por lo que dijo—. Bueno, mi «momento final» en realidad. Mi memoria ha tratado de dar con ello durante todos estos años, pero no he obtenido nada claro aún.

Verla cambiar de ánimos otra vez me indicó que lo mejor era cerrar la boca y calmarme un poco. Con lo último que dijo ya no se veía desconcentrada, ni trataba de verse seria, ni enojada. Seguido de un suspiro profundo, su rostro señaló tristeza. Fue parecido a cuando mencionó a su padre.

—Lamento mucho eso, Solange —fue lo único que se me ocurrió decirle. Quizás era lo que le diría cualquier otro, quizás no. Me costaba ser original hasta en momentos así.

En ese momento, su teléfono comenzó a vibrar continuamente. Ella se giró hacia atrás a verlo, ya que lo había dejado sobre el columpio. Al parecer estaba recibiendo una llamada así que se sentó a revisar la pantalla, mas no respondió. Casi al instante sentí un roce en mi espalda. Traté de averiguar qué había sido el causante de ello y me di cuenta de que mis alas habían desaparecido. Así nada más. Aparecen haciendo un escándalo y se van silenciosamente.

—Hasta que no recuerdes bien tu último día, siempre vas a tener sueños o recuerdos muy distorsionados por tu propia mente que no son reales —Solange se dirigió a mí nuevamente. Para cuando me volteé a verla, mis ojos se clavaron en lo suyos, o viceversa. Sus ojos tristes se clavaron en los míos—. Por favor, deja de someterte a esos recuerdos y déjalos pasar. Solo te lastimas si les dedicas tu atención.

No me convenció mucho lo que decía, pero en esa última palabra tenía razón. Me estaba haciendo daño por pensar en eso. Lo único que me quedó por hacer fue asentir con la cabeza.

—Y también.... —Una vez más, me sorprendió que retomara sus palabras, aunque también me llamó la atención verla sonreír con cierta... «Malicia»—. Te asustas tanto, que terminas espantando a las únicas personas que estaban en el parque además de nosotras.

Pero... ¿Qué estaba escuchando? Lo primero que hice como reacción fue darle un vistazo a todo el parque para comprobarlo, y en efecto, ¡solo estábamos las dos!

—¿De verdad hice eso? —Pregunté con asombro aún mirando hacia todas partes. No solo era sorprendente, ¡también se me hizo divertido!

—¡Sí! ¡La pobre pareja que estaba sentada por ahí prefirió irse cuando te vieron saltar con las alas abiertas! —Rio la pelirroja aún desde su asiento.

Ambas nos largamos una carcajada. Con ella se me fue la angustia y la tristeza de Solange también desapareció. Por suerte todo había durado poco tiempo, aunque nuestras risas también lo fueron. Un hombre y una mujer gritando «¡ayuda!» y «¡el globo!» nos obligaron a cerrar la boca para tratar de averiguar lo que estaba sucediendo.

Menos mal que no era ninguna tragedia como imaginé en un primer instante, aunque casi volví a saltar del susto cuando algo rozó con mi cabeza y pareció quedarse ahí. Cuando me saqué eso de encima, descubrí que se trataba de un bonito globo rojo metalizado con forma de corazón, pero de tan descuidada que era, lo dejé en el aire sin pensar que la no tan suave brisa que recorría el ambiente lo elevaría de nuevo.... Y sin pensar, tampoco, en que esos gritos de ayuda eran dirigidos hacia mí porque a esas personas se les había volado su globo.

—¡Ah, por favor! —Escuché al hombre gritar quejumbrosamente. Para cuando seguí con la vista la dirección de la voz, encontré a la pareja corriendo detrás del globo.

—Creo que no es bueno para ninguna pareja el tenerte cerca —bromeó Solange, carcajeando entonces por mi incidente—. Es mejor que nos vayamos antes de que te maldigan.

Me mordí un poco brusca los labios para no reír y, cuando Solange dejó el columpio, abandonamos el parque. El Parque de los Cálidos Corazones, según el letrero que alcancé a ver en ese momento. Aunque también le di un último vistazo a los árboles de las cartas antes de marchar por uno de los caminos empedrados.

«Agenda para algún otro día: venir aquí y dejar muchas cartas».

El Parque de la Libertad estaba lleno de gente. La mayoría estaba rodeando el escenario en donde la profesora Monteverde presentaría las  coreografías de sus alumnos, pero también alrededor de todo el lugar había una extensa hilera de artesanos exponiendo sus más bonitas creaciones y, lo que me generó una fuerte sensación de hambre, ¡un carrito de sándwiches en medio de todos! Pero no, no había ido ahí a comer, ¡tenía que dejar la ropa que llevaba en la mochila!

—Buenas noches, chicas —nos saludó la profesora Monteverde cuando nos acercamos a donde recibían las donaciones—. Qué gusto verlas, ¿vienen a dejar algo?

No podía creerlo. Habían pasado muchos años desde la última vez que la vi y seguía intacta. Joven, dulce, alegre... ¡Estaba ahí! Tenerla frente a frente me llenó de emoción. ¡La sensación era increíble!

—¡Profesora Jazmín! ¡Qué gran gusto verla otra vez! —exclamé antes de sacarme la mochila.

La mujer pasó de sonreír naturalmente, a quedar un poco desconcentrada. Pestañeó un par de veces y, mirándome fijamente, frunció el ceño.

—¿Te conozco de alguna parte? —preguntó.

Yo asentí con la cabeza.

—Helena Seabrooke. El pequeño pimpollo del coro al que le gustaban los caramelos de chocolate —manifesté con diversión, intentando que diera conmigo.

En su rostro siguió enseñando confusión, aunque con el paso de los segundos pareció darse cuenta de que me conocía, y después de unos segundos más finalmente volvió a forjar su enorme sonrisa.

—¡Helena! ¡Mírate qué grande estás! —aclamó.

Seguido a ello se levantó de su silla y me agarró en un abrazo inesperado. Inesperado porque pensé que tenía que estrechar su mano solamente. Pero ese abrazo a la vez fue tan cálido, que me trasladó a cuando tenía siete años y me despedía de ella al finalizar sus clases. Siempre abrazaba a todos sus alumnos, ¡y fue adorable saber que aún continuaba con esa costumbre!

—Espera un momento —pero entonces deshizo el abrazo, mirándome de nuevo con confusión—. ¿Qué estás haciendo aquí? Tan joven que eres... No puedo creerlo.

Me costó entender que se refería a mi presencia en ese mundo. La verdad no sabía que responderle. Una, porque decirle que me habían asesinado era algo muy difícil y hasta desagradable de decir. Dos, porque no quería más "golpecitos" de nuevo.

—Eh, mi amiga y yo vinimos a traer algunas donaciones —contesté, haciéndome la que no había entendido nada. Apoyé la mochila en la mesa y saqué de ahí la ropa que había elegido para dar—. La vimos ayer en las noticias y quisimos venir a echar una mano. Me alegra ver que sigue ayudando a la comunidad aún en este mundo.

Dentro de una bolsa que también traía en la mochila coloqué las prendas y, una vez hecho, se lo entregué. La profesora, dejando de lado su pregunta, recibió lo que le di y luego lo que Solange le dio.

—Se los agradezco muchísimo, chicas —dijo, sonriendo nuevamente—. Estamos recibiendo muchas donaciones. ¡Es la colecta más grande que hemos hecho en todos estos años!

Dibujé en mi rostro una sonrisa. Era lindo escuchar eso, así como lo era la sensación que generaba el ayudar a alguien más.

—Es muy bueno saber eso, profesora Jazmín —comenté—. Es un gusto haberla visto después de tanto tiempo.

Ya era momento de salirnos de ahí. Obvio que nos quedaríamos en el Parque para ver un poco del evento, pero detrás nuestro había mucha gente haciendo fila para entregar sus donaciones y realmente estaba retrasando todo.

—No tienes idea de cómo me siento yo, Helena —respondió la profesora después de dejar nuestras donaciones junto a un montón de cajas y otras bolsas que habían atrás de la mesa—. Sabes que eres bienvenida a participar de mis clases cuando gustes.

—¡Le prometo que iré algún día! —exclamé antes de darme la vuelta para marchar—. ¡Adiós, profesora!

Me salí de la fila una vez que Jazmín me saludó sacudiendo su mano, una acción que imité mirándola muy feliz. ¡Algún día me iba a apuntar a una de sus clases! No sé si de canto, porque canto terrible, pero habían otras opciones como baile, acrobacias en telas, instrumentos musicales... ¡Ah! Estaba tan distraída que no vi realmente por donde iba, por lo que terminé chocando con Solange. Menos mal que fue con ella y no con cualquier otra persona, ¡de entre todas las que habían!

—Me sorprende que te haya reconocido tan rápido —comentó Sol después de haberme golpeado contra su pecho—. Mi abuela materna ni siquiera sabía quién era yo cuando la fui a visitar hace un año.

No supe si reír o quedarme en silencio por si volvía a ponerse mal. No obstante, ella pareció presentirlo cuando liberó una risa muy suave. Entonces traté de imitarla, pero justo en ese instante se oyó un estruendo que provenía del escenario. Las luces se bajaron, la gente se comenzó a preguntar qué sucedía y, de pronto, un pesado humo rosado comenzó a espacirse por el ambiente. Por suerte a nosotras, como estábamos un poco más apartadas del montón de gente, no nos alcanzó. Una música árabe empezó a resonar por los parlantes. Todos miramos al escenario. Tres bailarinas aparecieron entre la humareda, extendiendo unas preciosas alas de telas plateadas que llevaban atadas a unos brazaletes que tenían en ambos brazos.

La primera presentación del espectáculo era de danzas árabes, ¡y fue increíble verla! ¿Pero saben algo más increíble aún? ¡Solange y yo nos quedamos a ver todas las presentaciones!

Faltaba media hora para la medianoche. El clima se había puesto más fresco, pero eso no nos importaba. Solange y yo estábamos en el balcón del departamento, afirmadas contra el barandal, esperando a que el "delivery aéreo" nos trajera la pizza que habíamos encargado. Ambas teníamos una lata en la mano. Yo bebía refresco. Ella, cerveza.

—Fue un día genial —manifesté con gusto después de estirar los brazos y bostezar—. Deberíamos salir todos los fines de semana. Es un merecido descanso de la semana tan extrema que tuvimos.

Después de darle un buen trago a su bebida, Solange respondió.

—No te olvides que también debemos ir al salón de entrenamiento. De todos estos días solo has ido una vez y, viendo que las cosas no van a ser fáciles contigo, vas a tener mucho que entrenar.

Al escuchar lo que dijo de mí casi, casi me ahogué con mi refresco.

—¿A qué te refieres con que las cosas no serán fáciles conmigo? —consulté, ya sintiendo la angustia como toda la histérica que soy.

Solange lanzó una risita burlesca.

—Es lo que dijimos ayer —contestó, contemplando el paisaje de la ciudad—. Tomas decisiones muy aceleradas como yo, y como corregirlo toma mucho tiempo, lo único que podemos hacer mientras tanto es entrenarte mucho.

Un alivio muy grande me golpeó en el pecho al saber que no se trataba de nada malo. Tenía mucha razón, ¡además de que al entrenar más, podría desarrollar mis poderes!

Y... Claro. También aprendería a volar y así no volvería a caer en oficinas otra vez.

—Está bien, Sol —acepté—. Pero podríamos tener una muy buena agenda de sábado. Entrenamos por la tarde y salimos por la noche, ¿qué dices?

Mi compañera me miró de reojo, manteniendo una sonrisa de lado.

—Digo que es una buena idea —respondió—. Aunque la vez que entrenaste, dormiste cuatro horas seguidas cuando llegamos a casa. Veremos qué tanto mejoras en eso también.

Justo en coordinación con su última palabra, sentimos que alguien estaba llamando a la puerta del departamento.

—¿Eh? ¿Acaso trajeron la pizza a la puerta? —se preguntó Solange en voz alta antes de dirigirse a atender.

En efecto, mi estimada.

—Vaya, estaba esperándola en el balcón como de costumbre —indicó Solange con una leve sorpresa cuando el repartidor le entregó nuestro pedido.

—Oh, ya no hacemos más reparticiones vía aérea, señorita —le contestó él—. Recibimos una demanda por entregar pizzas desarmadas.

Luego de despedirlo, la pelirroja regresó al balcón y apoyó la caja de la pizza sobre la mesita móvil que le habíamos pedido a Richard una semana atrás. La cena se veía deliciosa, ¡el queso mozarella era excesivo y estaba llena de aceitunas!

—Iré a ponerme el piyama —le comuniqué a mi compañera antes de irme.

Además de bonita, era prestada. Eso era lo más importante, pero obviamente no iba a decirlo.

—¡Vuelve antes que me la devore toda! —bromeó Solange tras elegir su rebanada de pizza.

Yo asentí en una risita y me dirigí hacia su habitación. Del cajón de ropa "para prestar" saqué un camisón rosado, el cual tenía la tierna estampa de un osito. A Solange no le gustaba usar camisones, así que por eso me lo había dado. Curioso que alguien tenga mucha ropa que no le gusta usar.

Y... Curioso también es ser tan torpe como yo. Resulta que después de cambiarme, tropecé con la alfombra que estaba muy amontonada entre sí —creo que por mí misma cuando me vestí antes de salir a pasear— y terminé cayendo en la cama, con la cabeza yendo a dar contra una almohada.

Ah, ¡pero esa almohada tenía un perfume tan delicioso! Era un perfume a uva que ya había sentido mucho más antes. Recordar de dónde me llevó solo dos segundos. Yo usaba un perfume idéntico a ese cuando era niña. ¡Mi abuela paterna siempre me lo regalaba en los cumpleaños porque sabía que me encantaba! ¡Y en las navidades también! Eran recuerdos tan preciosos los que se me venían a la mente, que sin darme cuenta terminé abrazándome a esa almohada, ya completamente acostada en la cama.

Era tan increíble el recordar cosas tan simples pero lindas por un solo detalle... Que terminé quedándome dormida. O fue así hasta un rato después, en donde escuché a Solange llamándome desde el comedor. Si bien mi conciencia reaccionaba, el resto de mi mente y cuerpo no se querían mover de ahí. Así que me quedé acostada, volviéndome a quedar dormida hasta que sentí como una manta me cubrió sutilmente hasta los hombros. Abrí muy apenas los ojos cuando escuché un suave susurro.

"Buenas noches, Helena."

Era Solange. Al cabo de unos segundos se marchó de la habitación, apagando la luz.

«Buenas noches, Helena, que eres una genio. Te salvaste de pasar la noche en ese feo sofá sin siquiera saberlo».

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