31: Propuestas.

Un insoportable olor a humedad recorría el gélido y oscuro ambiente. El silencio era clave, pues como en casi todas las noches, todos y cada uno de los demonios en sus celdas convivían con sus propios pensamientos hasta quedarse dormidos. Sin embargo, esa noche sería diferente. La llegada de un nuevo demonio siempre era interesante.

Muchos de los presentes lo conocían, otros no. Los que no, simplemente siguieron en lo suyo. Los que sí, se dividieron en dos criterios: los que lo llamaban idiota y sabían que hacía lo que hacía por mero interés, y los que creían que era un genio. Lo triste era que de todos ellos, solo un par estaba a su favor. El resto celebró al contemplar una escena tan maravillosa sin conocer la verdad que había detrás, habiendo incluso alguno que otro que le gritó cosas. Que creyéndose tanto, ahí había acabado. Que aún con todos sus privilegios, era igual a los demás.

-Así que... ¿Un batido de fresas fue lo último que comiste antes de llegar aquí? -para su quizás poca fortuna, su compañero de celda era cierto demonio joven de cabellos cada vez más desteñidos que, con casi nada de energía, acababa de despertar de su cuarta o quinta "siesta" del día-. Qué envidia, aquí solo nos dan papilla rancia dos veces a la semana.

Raymond solo levantó el pulgar con pocas ganas porque el dato se le hacía irrelevante. No le caía bien la gente joven y Alexander no era la excepción. Lo único que había hablado con él fue para responderle a la clásica pregunta de cómo terminó ahí, por lo que solo respondió, sin entrar en detalles, que se trataba de un trabajo especial. Pero como Alexander extrañaba conversar con otros y esa respuesta se le hizo tan aburrida, optó por preguntarle qué había comido por última vez. Aún así, el viejo demonio no quería conversar. Solo esperaba, sentado a un lado de la puerta de su celda, a que cierta persona apareciera

-Dos malditas horas... -musitó con rabia y mirando hacia las vacías y oscuras celdas de enfrente-. Estoy aquí desde hace dos malditas horas y todavía no has regresado.

Su paciencia se estaba agotando. Quería saber si pagarían su promesa, si había hecho bien su trabajo y si todo estaba en orden. Pero si algo identificaba a quién tanto esperaba, era que le gustaba hacer sufrir a las personas. Aún si se trataba de demonios.

-¿Qué decías, Raymond? -justo cuando él prefirió mirar hacia otro lado, la voz atrevida de una joven lo tomó de sorpresa.

Enseguida volvió a mirar hacia enfrente, encontrando en una de esas celdas a dos ojos deslumbrantes que lo contemplaban con sutileza. Varios de los demonios trataron de mirar hacia esa dirección a excepción de Alexander, quién acostado en la cama se limitó a maldecir en voz baja. Esa voz lo tenía harto.

-¡Ah, nada, mi queridísima Diana bonita! -respondió Raymond después de pasar saliva, forzando una gran sonrisa para así disimular su susto-. ¡Solo me preguntaba si todo estaba en orden! Ya sabe, me preocupa mucho que algún guardia entre por la puerta y... No la vea en donde debería estar.

La propietaria de los peculiares ojos comenzó a reír por lo bajo y avanzó hacia la luz del pasillo, enseñando así su figura. Era una joven que no pasaba los veintiún años de edad, pero por su apariencia parecía de más. Su tez era tostada y el color de su cabello ondulado estaba dividido en dos: la mayor parte era castaño y abajo era dorado. Vestía con un pantalón azul de jean, una musculosa de color carmín y una chaqueta negra de cuero cuyas mangas tenían el detalle de una línea roja, aunque pronto tendría que cambiarse esa ropa por un pantalón desgastado y una sudadera desteñida para pasar desapercibida cuando el guardia de la madrugada entrara a su turno.

-No hace falta preocuparse tanto y menos teniendo en cuenta que el demonio que me prestó su energía acaba de desmayarse, ¡justo cuando estábamos hablando con nuestra Majestad acerca de lo que hiciste! -exclamó ella con cierta molestia a la vez que trasladaba su mirar hacia la celda que tenía en diagonal. Desde ahí pudo interceptar al hombre al que había utilizado durante esa noche, inconsciente delante de su puerta. Luego miró a Raymond otra vez, dejando de lado el desperfecto-. Me contaron que hiciste un buen trabajo, Ray, justo como lo planeé. No solo llamaste la atención de todo el mundo con tu compañero, sino que también atrajiste a dos ángeles contigo y... ¡Ah, qué detallazo! ¡Justo fueron las dos angelitas que quería!

Raymond, sintiéndose aliviado por escuchar su éxito, pasó a sonreír con orgullo.

-Admito que fue un poco difícil, especialmente por la naranjosa. Nunca mencionaste que era karateca -alegó mientras se levantaba del suelo-. Ni tampoco dijiste que abajo habrían ángeles chiflados que me quemarían por atrás o que la castaña boba saltaría de ahí arriba llevándose mi maleta, pero a fin de cuentas el resultado fue lo que esperábamos.

Alexander, quien se encontraba jugando con las hilachas de su camisa sucia, pasó a escuchar con atención. No era raro que hiciera eso cuando escuchaba algo acerca de Solange, pero esa vez sintió temor. Por alguna razón no fue por él mismo, sino por ella.

-¿Solange? Ah, sí, siempre repite sus trucos -mencionó la demonio-. Pero lo bueno es que pronto quedará sin ninguno. Solo tengo que apuntar a su mayor debilidad y cuando eso pase... Habrá premio extra.

Dicho eso, la castaña rio por lo bajo con malicia una segunda vez, lo que entonces captó la curiosidad de Raymond. Si bien había cumplido con el trabajo que ella le había encomendado, no tenía idea del porqué buscaba específicamente a esa pelirroja terca. Al menos él no le encontraba nada de especial, considerando que habían ángeles mucho más poderosos en la ciudad, pero los chismes le agradaban bastante.

-¿Puedo preguntar por qué está tan interesada en ella? -consultó enseguida, sin disimular mucho su curiosidad-. Claro, si no es algo muy... Personal.

La mayoría de los demonios nuevamente se dividieron en dos grupos: los que querían escucharla y los que estaban hartos de hacerlo, incluyendo a Alexander entre estos últimos, quienes habían comenzado a arrepentirse de haberse dejado llevar por las palabras de la joven.

Diana siempre hacía lo mismo con todos los demonios que llegaban ahí y que no la conocían: promesas a cambio de poderes y energía. Ella tenía un peculiar poder que le permitía transportarse a donde ella quisiera por un tiempo limitado, el cual dependía de su energía. Pero como estando encerrada no le duraba mucho, buscaba aprovechar la energía de los demás a cambio de cumplirles algo que quisieran. Y con Alexander tenían a cierta pelirroja en común. Él porque tenía una orden y desde que se la encomendaron surgió en su mente un enfermizo deseo. Ella porque tenía ese mismo deseo desde que la conoció.

Sin embargo, después de que Diana utilizara su energía dos veces, una para trasladarlo a él y otra para trasladarse ella misma, Alexander comenzó a verla con otros ojos. Él pensaba que era porque con menos energía estaba débil, y que un pobre diablo al estar débil toma más conciencia sobre ciertas cosas, como cuando se está cerca de la muerte. Ella era la que estaba mal en esa historia.

-Lo diré porque seguro que aquí todos lo hemos hecho alguna vez -respondió Diana después de unos instantes, sin querer generar más preámbulo-: Venganza.

Raymond se sorprendió al oír tal cosa, pero luego volvió a mirarla con orgullo, entonces dirigido hacia ella, porque la palabra "venganza" era de sus favoritas. Los demás que querían escuchar, quisieron saber más. Alexander, quien ya la había escuchado antes, hizo lo único que podía hacer en esa jaula: tirar de sus hilachas, buscando ignorar la voz de su conciencia que desde que terminó en esa prisión había recobrado con mayor fuerza.

"Venganza por haberme enviado a este mugroso lugar".

Helena

La luz del sol se enfocó directamente hacia mi cara esa mañana. Eso me impidió abrir los ojos sin que resultara cegada, así que en menos de diez segundos me levanté de la cama y, si bien casi me di un porrazo contra la pared por no ver nada, logré correr las cortinas para bloquear el pase directo de la luz, lo cual hizo que mi brazo izquierdo doliera un poco. Cuando recuperé un poco la visión, me giré hacia atrás para contemplar el ambiente. La cama de Solange estaba hecha un desastre: las sábanas y el cubrecamas rozaban el suelo, sumando además la alfombra a la que desacomodé cuando me trasladé hacia la ventana. Incluso desde mi punto de vista parecía que ahí había dormido un oso, cuando en realidad solo se trataba de mí.

«Hasta durmiendo eres un desastre, Helena».

Aunque admito que me sentí un poco mejor cuando me dirigí al comedor y me encontré a Solange durmiendo en el suelo, hecha una bolita y cubierta hasta la cabeza con una manta. Como la doctora me había recomendado dormir en una posición cómoda por mi brazo, Solange había tomado la decisión de que por esa noche yo durmiera en su cama y ella en el sofá, ¡pero al parecer no pudo soportar mucho tiempo durmiendo ahí!

Y entonces... Entonces se me ocurrió una idea: preparar el desayuno. Así que pasé por su lado con los pies "de puntitas" para no pisarla -a pesar de que le terminé pisando el pelo- y así poder llegar hacia el modular y recoger las dos tazas rojas que usábamos todas las mañanas. Luego tuve que volver a pasar sigilosamente por ahí para ir a la cocina, logrando que Solange no moviera ni un músculo, ¡estaba tan dormida que parecía hechizada!

En menos de un suspiro la mesa estaba lista. Preparé café, tosté algo de pan y serví el frasco de mermelada de ciruela y un pote de queso para untar. Solo faltaba que mi compañera despertara para comenzar a comer, pero como se notaba que no iba a hacerlo por su cuenta, pues...

-¡A despertar, que llegaremos tarde al colegio! -exclamé, tratando de imitar sus gritos desesperados de todas las mañanas.

¿Su propio método funcionó? Bueno, viniendo de alguien al que aparentemente le gusta ir a clases, creo que es un poco obvio... Y también divertido.

-¡Miércoles! -gritó la pelirroja, despertando de un sobresalto que la llevó a tirar lejos la manta y a sentarse de inmediato en el suelo-. ¡¿Cómo pude quedarme dor...?!

Era muy probable que haya creído que me encontraría vestida con el uniforme escolar, peinada y con la mochila a cuestas, lista para irme. Por el contrario, y dejándola pasmada por unos segundos, lo que encontró al mirar hacia arriba fue una Helena descalza, en piyama, con el cabello hecho un descontrol y aguantándose la risa.

-Un momento... ¡Hoy es sábado! -exclamó después de recalcular un poco, forjando una sonrisa de alivio que duró tan solo tres segundos, pues de pronto pareció darse cuenta de algo-. Espera, ¿soy yo o huele a café?

No liberé ni una palabra al respecto, pero sí una risa. Me incliné rápidamente a darle la mano para ayudarla a levantarse, aunque pude darme cuenta a tiempo de que le había tendido mi brazo sensible y hacer fuerza con ese brazo no sería bueno, así que le estiré mi otra mano. Solange contempló la mesa una vez que quedó de pie, quedándose un poco... Sorprendida.

-¿Tú preparaste el desayuno sin...? ¿Sin quemar nada? -inquirió como si no creyera lo que estaba viendo, por más que se tratara de algo muy fácil.

Yo asentí con la cabeza y me fui a sentar en mi silla. Ella me siguió.

-Es lo mínimo que puedo hacer para ayudarte -confesé mientras untaba mermelada en una tostada-. Además de que me siento un poco mal por haber dormido en tu cama mientras tú pasaste la noche en el suelo.

Solange estuvo a punto de comer una tostada con queso, pero la tuvo que dejar a un lado para responderme.

-La doctora dijo que tenías que dormir cómoda, Hel, aunque... -mencionó, pausando sus palabras para enderezar la espalda y tocarse su zona lumbar-. No voy a mentir en que ese sofá me hizo doler como si estuviera...

Un fuerte "crack" que resonó en su espalda la obligó a callarse, dejando que el ambiente fuera invadido por un incómodo silencio. Su cara demostraba que quería aguantar el dolor: tenía los ojos bien abiertos, las pupilas bien pequeñas y la boca arqueada exageradamente hacia abajo. Yo simplemente preferí comer mi pan.

-Voy a encender la televisión -indicó la pelirroja en voz baja, como si estuviera avergonzada, sorprendida o asustada, o una mezcla de todo eso.

Como todo sábado al mediodía, era un poco difícil encontrar algo interesante para ver. Solo habían programas repetidos de la semana, películas que has visto hasta el cansancio, maratones de series que no conocíamos... Y haciendo zapping, Solange pasó justo por el canal local. Y justo en ese canal, en poco más de un segundo, pude reconocer a una persona. Una persona que guardaba en mi memoria desde que era pequeña.

-¡Vuelve al canal seis! -le pedí a mi compañera al instante, por lo que ella volvió a retroceder los canales.

-¿El canal local? -me preguntó como si no entendiera el porqué querría ver un canal no muy interesante.

Cuando regresó ahí, quedé boquiabierta al reconocer a la mujer a la que estaban entrevistando. Parecía estar en un parque, ya que detrás de ella se contemplaba un gran espacio verde, pero muy al fondo se podía interceptar lo que parecía ser un escenario. Ese detalle junto a sus palabras del momento, las cuales eran un agradecimiento a la comunidad, me hicieron dar con su identidad.

-¡Ella fue mi profesora de canto! -confesé con alegría, dando con algunos recuerdos en los que estuvo involucrada-. Fue la fundadora de la Academia de Música "Lírica" a la que asistí cuando tenía siete años, hasta que falleció en un accidente y la academia cerró... ¡Pero ahora está aquí! ¡Y su academia sigue de pie!

Solange parecía desconcertada. No sabía si era por mi emoción o seguía mal por su dolor de espalda, y no lo supe con exactitud hasta que habló:

-¿Tú cantas? -me consultó. Estaba tan pasmada por ello que no me quitaba los ojos de encima.

-Solo lo hacía cuando era pequeña -contesté, sintiéndome un poquito avergonzada-. En realidad cantaba del asco, pero aún así la profesora Jazmín fue muy atenta y amable conmigo, ¡y hasta me regalaba caramelos de chocolate al terminar cada clase!

¡Era tan lindo cuando mi mente me permitía recordar! Estaba muy feliz por ver que mi profesora seguía haciendo lo que ama aquí en este mundo, ¡y no solo era eso!

-Esperamos a toda la comunidad mañana en el Parque de la Libertad a partir de las veintiún horas -aclamó la profesora al ir cerrando la entrevista-. ¡Estamos muy felices de estar otro año con ustedes!

Domingo a la noche. Un evento de baile y canto en el parque. Y, otra vez, ¡domingo a la noche! ¡Me gustaba salir los domingos a la noche!

-¡¿Podemos ir, Sol?! -le pregunté a mi compañera sin lograr contener la emoción. Sin embargo, su cara no era muy buena.

-No lo sé, Hel -respondió dudosa-. Quizás haya que pagar entradas y no...

No obstante, la profesora Jazmín fue muy oportuna.

-¡Ah, y repito que la entrada será libre y gratuita! -aclaró antes de terminar-. ¡Y además estaremos recibiendo donaciones de ropa de todas las edades para aquellos que gusten colaborar con los ángeles que más lo necesitan!

La cara de póker de Solange al verme señalar al televisor con una sonrisa enorme fue bárbara. Hasta el gráfico del noticiero repetía las palabras de la profesora en letras mayúsculas, pero nada convencía a Solange.

-Tengo miedo de que alguien te haga daño si salimos, Helena -confesó finalmente-. Tengo la responsabilidad de cuidarte y no voy a... A...

Por alguna razón, Solange pareció trabarse. Las palabras no le salían. Solo me miraba con cierta inseguridad, como si se sintiera sumergida en medio de sus temores. Sí, tenía una buena razón para temer tanto, y de hecho yo no lo había pensado antes de proponer mi idea, pero...

-Primero que nada, ¿cómo te encuentras del brazo? -consultó cuando pareció querer enfocarse en algo diferente a lo que iba a decir en un inicio-. ¿Y de la clavícula? ¿Te sigue doliendo como ayer?

Mi reacción fue observarme el brazo. Como tenía una remera de mangas cortas, la enorme marca morada que ocupaba lugar desde mi codo hasta mi hombro era lo que más captaba la atención. Bueno, ya no se veía tan morada, porque había perdido un poquito el color. No dolía mucho a menos que hiciera fuerza, lo cual era lógico y dependía de que no fuera tan tonta al usar ese brazo para cosas pesadas. En cuanto a la clavícula, la mordida de Raymond molestaba dependiendo qué tanto me moviera y qué tanto rozara con la ropa, pero no era nada de qué preocuparse. La que sí seguía teniendo su marca bien oscura era Solange. Su cuello hacía contraste con el resto de su piel, que era muy pero muy clara, de hecho.

-Duele lo mismo que si me hubiera caído de una bicicleta pero sin facturarme el brazo -respondí antes de largar una risa-. De hecho, ¡yo me fracturé el brazo cuando era niña! Así que no, no hay de qué preocuparse -añadí con seguridad.

Solange apretó los labios e intentó forjar una sonrisa, pero aún así la veía incómoda. Luego desvió su mirada hacia el contenido de su taza, como si estuviera pensando muy bien las cosas. No tuve un buen presentimiento ante lo que iba a decir, pero...

-Ah, qué diablos... -liberó en un suspiro de rendición. Parecía que la pelea era entre ella misma contra sus pensamientos terminó en su propia victoria-. Está bien. Iremos mañana.

Mi alegría regresó en menos de un pestañear, ¡estaba muy emocionada por disfrutar de un lindo momento fuera de casa! Así que de un solo sorbo tomé el poco que me quedaba de café, me levanté de la mesa y corrí hacia el baño, a pesar de que casi me volví a tropezar en el camino.

-¡Me voy a bañar! -Anuncié al cerrar accidentalmente la puerta de un portazo, y desde ahí pude escuchar a Solange gritar.

"¡Pero yo me quería bañar primero, Hel!"


Eran las siete con treinta y dos minutos de la tarde del domingo. Mi compañera y yo bajábamos las escaleras del edificio para irnos, algo que maldecí muy internamente. ¡Después de haber subido como diez pisos anteayer para ayudar a Solange, ya no quería volver a pisar más escaleras!

Oh, y en cuánto a eso... En este mundo todo parece ser así de raro. Un día te enfrentas a un demonio y crees que vas a morir de manera definitiva, y dos días después sales a disfrutar de la tarde como si nada hubiera pasado. En realidad no era tan así y Solange tenía razón en temer por mi bien, pero si algo muy importante había aprendido en vida es que no hay que dejarse consumir por el miedo. No recuerdo bien de dónde lo había aprendido, pero algo es algo. Nuestra única amenaza era Raymond y ya estaba lejos de nosotras.

Miré al cielo apenas salimos afuera. Estaba atardeciendo y el color que predominaba era un bonito celeste claro. Tan solo había alguna que otra nube merodeando además de los infaltables ángeles que volaban por ahí. Era la primera vez que me preguntaba cómo es que podían volar tan alto, de dónde habían aprendido y cuándo podría volar yo así. Quizá me faltaba mucho tiempo.

-¿Por qué vamos tan temprano? -le pregunté a Solange al darme cuenta de que faltaba una hora y media para que comenzara el evento en el parque-. El evento es a las nueve, Sol.

Por un instante creí que ella se había confundido y pensó que teníamos que ir a las ocho, pero descarté esa idea cuando la vi metiendo pacíficamente sus manos en los bolsillos delanteros de su pantalón.

-Es más cómodo salir de casa cuando está claro el día -respondió mientras pasaba a mirar el cielo, así como acababa de hacer yo-. Sé que de todas formas volveremos de noche, pero aún así me siento un poco más segura saliendo ahora.

Al hacer ese movimiento, los hombros de la blusa negra que llevaba puesta se bajaron un poco. Había elegido una combinación de ropa muy bonita. El pantalón rojo con rayas negras y blancas a los costados hacía juego con su simple pero bonita blusa que justo debajo del escote tenía un pequeño agujero en forma de gota, sumando un pañuelo corto y negro que llevaba atado en el cuello para disimular su marca. Y con su melena atada en una coleta y unas zapatillas blancas con plataforma, realmente parecía más alta de lo que ya era, haciéndome sentir... Bastante bajita.

Yo había elegido unos lindos shorts de jean con detalles de lentejuelas rosadas en los bolsillos junto a una remera de mangas cortas y color limón que tenía la estampa de un caballo rosita y unas sandalias negras bajas. Oh, y el cabello suelto como de costumbre, salvo que lo había acomodado un poco con una bandana negra.

-Podemos pasear cerca del evento antes de que comience -propuso Solange una vez que regresó su mirada al frente-. Podríamos picar algo mientras tanto así no se nos hace tan largo.

Yo sonreí y acepté ansiosa. ¡Estaba muy feliz de pasar la tarde fuera de casa!

Aunque... La felicidad no dura mucho cuando llegan ciertos recuerdos.

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