29: Marcas.

Una fría noche de abril fue el escenario perfecto para conducir a Helena hacia la muerte.

De repente fue llevada hacia un oscuro y solitario callejón por un encapuchado anónimo y nada inocente.

Sus fuerzas para defenderse fueron nulas ante la fiereza de su atacante. Su única opción fue llorar, tratar de gritar y pedirle a Dios y a la vida misma que no le hicieran daño.

Que no terminara convirtiéndose en un cadáver hecho pedazos en una bolsa. O que no la desvistieran, ni la tocaran, como ya a varias chicas les había pasado en el año.

Sin embargo, nada de eso pasó. O no todo lo que imaginó.

Ni cómo lo imaginó.

El actuar del atacante fue impredecible y veloz. Cuatro apuñaladas en la espalda bastaron para que la joven cayera rendida en el suelo, sintiendo un dolor inmenso y espantoso que jamás había sentido.

Aún estando agonizando, tomó su último aliento para levantar la cabeza y localizar al sujeto a través de su borroso mirar. Y así pudo conseguir lo que creyó que no sería concluido.

Reconoció aquellos peculiares ojos ámbar con pupilas carmesí que parecían extraídas del infierno y una risa malévola que penetró sus oídos antes de que dejara de oír por completo.

Raymond.

Y así como dejó de escuchar, pronto dejó de ver, pero no fue por mucho tiempo. En menos de diez segundos todo su dolor desapareció, el silencio fue destruido por una agradable canción y sobre sus ojos cerrados percibió la brillante luz del sol.

Dio permiso a su visión. Estaba caminando en la calle, llegando a casa, cargando en su espalda la mochila que llevaba a la escuela y escuchando música a través de sus audífonos. Nada parecía importarle. Solo caminaba alegre, recordando lo que había sucedido en el colegio esa mañana.

En menos de un minuto arribó a su hogar. Antes de abrir la puerta, pausó la música y revisó la hora. Eran las doce del mediodía con veintiún minutos. Se sacó los audífonos y entró.

La casa se hallaba como siempre. La mesa del living estaba llena de papeles, el volumen del televisor estaba en mínimo y en el desgastado sofá gris descansaba el gordo Mochi. Helena sonrió con picardía. Tiró la mochila a un costado y enseguida agarró al gato en sus brazos como si fuera un bebé. Lástima que a él no le gustaba, pues su cara de odio lo decía todo.

-Sé que me odias y eso me gusta -le dijo Helena al mirarlo con diversión-. Eres un gatito muy expresivo.

Su madre, Marina, estaba haciendo el almuerzo a las apuradas como de costumbre.

Hele, deja a ese gato de nuevo en el sofá! -le indicó a su hija, sin girarse a verla-. ¡Hasta hace cinco segundos estaba aquí tratando de robarse la carne!

Helena no hizo caso, pero porque sabía que la solución a eso era muy facil. Dejó a Mochi en el suelo y se inclinó a llenarle su plato de alimento, no sin antes ver de reojo lo que mamá estaba cocinando.

-¡Oh, spaghetti! ¡Qué bien! -exclamó mientras le daba de comer a su gato-. Creo que es un buen día para que mi hígado reviente a la noche.

Marina, como casi siempre, no le entendió.

-¿De qué hablas? -le preguntó entre la confusión y la angustia, girándose a verla esta vez.

-Mikaela llevó chocolate caliente a la escuela -contestó Helena mientras regresaba al living-. Y chocolate caliente, más mi comida favorita en el almuerzo, más lo que sea que coma después, ¡es un buen menú para morir!

Marina... También como casi siempre, no encontró nada para decir.

-Qué... Afortunada eres, Hele -dijo antes de retomar la cocina-. En mi escuela mis amigas y yo solo tomábamos... ¡No, Mochi! ¡Sal de aquí!

Helena rio con burla, pero entonces escuchó una risa que coordinaba con la suya.

-Deberías invitarla a tomar chocolate caliente algún día -le sugirió su hermano, quien se encontraba sentado a mitad de las escaleras trabajando en su computadora-. Sería un buen detalle.

Helena pensó que no era una mala idea y, como tenía que ir a su habitación, comenzó a subir las escaleras. Pero si algo hacía Addley últimamente, era hablarle en voz baja cada vez que ella mencionaba a Mikaela.

-¿Y? ¿Sucedió algo además del chocolate? -le preguntó el joven en casi un susurro cuando estuvo a punto de pasar a su lado, acción que la obligó a detenerse-. ¿Algo como...?

Helena suspiró profundo y se sentó a su lado. Quería evitar esa conversación. No porque su hermano la cansara con ello, sino porque le costaba entenderse a sí misma. Quería animarse a dar un gran paso, pero a la vez la inundaba el miedo por todo lo que podría suceder si lo hacía. No todo sería bueno. Y tampoco sería sencillo afrontarlo.

-Aún no, Addley -contestó en voz baja, exponiendo en ella su cambio de humor-. Todavía no me...

-Te entiendo -dijo él, antes que su hermana terminara la frase. Seguido a ello cerró la pantalla de su computadora y miró a su hermana con comprensión-. Sé que es algo complicado, pero también sé que podrás hacerlo. Así que arriba ese ánimo, Hele.

Dicho eso, apoyó su mano sobre el hombro izquierdo de su hermana y liberó una risita, elevándole sus ánimos.

-Gracias, Addley -dijo ella, dedicándole una sonrisa.

Y tras su agradecimiento, Helena recordó avisarle a su madre lo que haría a la tarde antes que se olvidara.

-¡A la tarde iré a lo de Mikaela a terminar el proyecto de artes! -exclamó desde la distancia. Su madre, que aún cocinaba, le gritó que estaba bien. Entonces procedió a levantarse para subir a su habitación, en cuanto Addley la detuvo una segunda vez.

-Helado -dijo él, quien también se levantó, pero para bajar las escaleras-. Llévale helado. A todo el mundo le gusta el helado. Pero que no sea de limón. No todo el mundo pone cara bonita cuando toma helado de limón.

Helena volvió a sonreír como agradecimiento y se dirigió a su habitación, donde se sacó la sudadera negra que traía puesta y puso a cargar su teléfono. El reloj marcaba las doce con veintiún minutos. Todavía. Lo que le llamó la atención cuando se dio cuenta de que era exactamente la misma hora de cuando llegó a casa. Pestañeó un par de veces, pero luego pensó que podía ser su teléfono. Entonces lo dejó cargando y bajó por las escaleras para ir al comedor y preparar la mesa.

No obstante, cuando se dirigió a la cocina para buscar el mantel, su madre ya no se encontraba ahí, y el gordo Mochi sorpresivamente no estaba sobre la cocina tratando de robarse la carne, así que regresó a buscarlo al comedor, por si de verdad se había robado algo y tenía que regañarlo. Pero para aumentar su sorpresa, Mochi no estaba por ahí y Addley, a quien había visto bajar al comedor la última vez que le habló, tampoco.

-¿Mamá? -llamó primero-. ¿Addley? ¿Están ahí?

Al no haber respuesta supuso, con algo de desconfianza, que tal vez habían ido al patio. Entonces abrió la puerta que daba a la cocina, pensando que al hacerlo su madre le pediría que preparara la mesa, pero lo que recibió del otro lado fue un espantoso color negro.

Negro, como si se tratara de un mural que por arte de magia habían hecho. Pero pronto se dio cuenta de que no era solo lo que tenía enfrente, sino que el suelo también se había teñido de negro al igual que el cielo. Parecía la puerta a un espacio vacío, extraño y perturbador, del que Helena, con su respiración comenzando a acelerarse, prefirió alejarse.

Mas, cuando se giró hacia la cocina, preguntándose si estaría soñando, descubrió que el interior de su casa también se había tornado de negro.

Negro arriba, negro abajo. Un extraño y perturbador vacío.

-¿Mamá? ¿Addley? -volvió a llamar, con su corazón comenzado a golpear salvajemente contra su pecho-. ¿Mochi? ¡¿Dónde están?!

En sus manos inició un horrible temblor que nunca antes había sentido. Lo único que podía escuchar eran sus potentes latidos, dominantes de toda su mente.

Eso tenía que ser una pesadilla. Una ridícula pesadilla.

Tenía que despertar, un pellizco en el brazo tenía que ser suficiente, pero para su desgracia no lo fue. De verdad estaba sucediendo. De verdad todo había desaparecido. Todo, todo hasta la puerta que había abierto. Solo era ella en un horrible, extraño y perturbador color negro.

Solo era ella en una horrible, extraña y perturbadora pesadilla.

Helena

Un simple techo blanco fue lo primero que observé al darle permiso a mi visión. Estaba despertando, pero no recordaba haberme ido a dormir, ni haber cenado, ni terminar el maldito trabajo de matemáticas que tenía pendiente. Además, estaba cubierta por unas sábanas celestes y acostada sobre una cama, por lo que definitivamente no estaba en el departamento de Solange. Algo había sucedido.

Intenté recordar lo último que había hecho antes de dormir, lo que milagrosamente funcionó a la primera, milagrosamente porque eso no sucede muchas veces, aunque... Hubiera preferido no recordarlo tan rápido.

Raymond había clavado sus horribles colmillos sobre mi clavícula mientras los dos caíamos en picada del enorme edificio en donde todo había sucedido. No recordaba precisamente "todo", pero sí que yo buscaba escapar de él y que terminé siendo dominada por una especie de ardor que recorrió todo mi cuerpo hasta que cerré los ojos. Era algo que me quemaba por dentro y que no podía soportar, pero... Ya no sentía nada. Solo desperté ahí, en esa cama, sin dolor, sin molestias. Como si nada hubiera sucedido.

Me toqué cautelosamente la zona de la mordida, descubriendo además que todo mi brazo derecho estaba vendado. No obstante, no sentí nada más que la textura de una venda debajo de mi camiseta.

«Tal vez», pensé, «Tal vez quitarme la conciencia fue el único efecto de esa mordida».

Pero como lo estaba dudando, traté de recordar ese "todo" que aún no recordaba. Antes de lanzarme, le había robado a Raymond su maleta, pero tenía que haber un "por qué" hice algo tan tonto. Antes de eso, él me había estado hablando de algo, creo que de lo que acababa de hacer. Pero, ¿qué había hecho? Retrocedí un poco más. Estaba angustiada por algo y quería llorar. Tenía miedo, miedo de que él me hiciera daño. Un daño que había visto antes... Hasta que recordé que no había estado sola.

Solange

Sentí una tensión en todo mi cuerpo cuando recordé la última vez que la vi. Ahí estaba ella, siendo "ahorcada" por ese  demonio hasta perder la conciencia y caer a sus pies. Y si a mí me había sucedido lo mismo... Significaba que habían pasado quizás hasta horas desde ese momento.

«¿Dónde estará Solange ahora?», fue lo primero que me pregunté. «Ella... ¡¿Ella estará bien?!»

Lancé lejos las sábanas y me senté rápidamente en la cama con la intención de irme en cuanto antes, pero primero opté por mirar al frente para inspeccionar un poco el lugar. Las paredes eran blancas, había un armario gris a la derecha y un televisor de veinticuatro pulgadas en la pared, el cual tenía el volumen muy bajo y al parecer estaba sintonizando un absurdo programa de citas. Definitivamente se trataba de la habitación de un hospital, pero no quería estar ahí. Tenía que levantarme, salir afuera y preguntarle a quién fuera sobre el paradero de Solange. Solo necesitaba saber que ella estaba bien. Solo necesitaba verla, escucharla, comprobar que no había sucedido nada grave y poder sacarme de encima esa angustia... Y lo hice, sin siquiera bajarme de esa cama.

-¿Helena? -escuché su voz en ese preciso momento, lo que llegó a congelar mis pensamientos.

Se había oído clara, cercana, como si estuviera en esa misma habitación... Y así era. Solo tuve que girar hacia la izquierda para descubrir que se estaba levantando de una silla al lado de la puerta. Su cabello estaba despeinado como si le hubiera pasado por arriba un huracán y sus ojos verdes me vislumbraron con asombro.

-Solange... -liberé casi en automático, sintiendo un enorme alivio brotando en mi pecho-. ¡Oh, Solange! ¡Estás...!

No obstante, y en un único segundo, la pelirroja interrumpió mis palabras al envolverme entre sus brazos. Me apretó con fuerzas contra su pecho y comenzó a acariciar mi cabeza como si no nos hubiéramos visto en años. Yo quedé sorprendida, no podía creer lo que estaba sucediendo... Pero luego entendí. Estábamos a salvo y no había nada mejor que eso. Entonces respondí al envolverla también con mis brazos, cerrando los ojos y sintiendo su calidez.

-Estás bien, Helena -susurró-. Gracias a Dios que estás bien...

Fue después de esas palabras cuando volvió a darme una sorpresa. Con suma cautela deshizo el abrazo e inmediatamente colocó sus cálidas manos sobre mis mejillas. Con ambos pulgares comenzó a acariciar mi rostro y, después de ello, sentí como se me acercó de nuevo, así que abrí los ojos y me llevé esa segunda sorpresa. Las dos estábamos a tan solo unos centímetros de distancia. Tanto, que si estuviéramos en la Tierra de los Vivos, podría sentir la calidez de su respiración en ese momento. Y en solo un segundo esa distancia terminó. Nuestras narices se tocaron suave y lentamente, al igual que nuestras frentes. Y así nos quedamos.

-Estaba muy preocupada por ti -volvió a susurrar, sin separarse de mí y sin abrir sus ojos-. Creí que no saldrías bien de esta por mi culpa.

Aún sorprendida, centré mi visión en sus ojos cerrados. Había logrado ver cómo una lágrima caía de uno de ellos, paseando paulatinamente por su pálido rostro hasta detenerse en su mejilla, justo en donde más lucían sus pequitas.

-No te pongas así, Sol -reí con suavidad al contemplar el recorrido de una segunda lágrima. Verla así no solo me parecía nuevo y sorprendente, sino que también me causó ternura-. Estamos bien, las dos, y eso es lo que importa. ¿No es así?

Sin embargo, mis palabras fueron motivo para que Solange se separara lentamente de mí, lo que en cierto modo me dolió. Amaba los abrazos y no me gustaba cuando llegaban a su fin, mas las emociones de la pelirroja eran más que válidas para hacerlo. Pronto abrió sus ojos sollozos, causando que más lágrimas recorrieran sus mejillas.

-Pero fue por mi culpa -mencionó al levantarse-. Yo te dejé sola así por así, ¡sin pensarlo! ¡Sin esperar un minuto antes de irme para ver con mis propios ojos que Raymond estaba detrás de todo!

La joven rompió en llanto. Eran un montón de lágrimas las que caían por su rostro, hasta que llegaban a su mentón y de ahí pasaban a las baldosas grises del suelo. Su mirada expresaba la culpa que sentía consigo misma.

-Sé que no te pasó nada grave, pero... Si hubiera pasado, ¿cómo crees que estarías ahora? -preguntó, mirándome a los ojos. Yo simplemente no podía imaginar lo que hubiera sucedido en ese caso-. Jamás me lo perdonaría. Jamás me perdonaría perder a alguien por mi culpa.

Dicho eso, pasó la manga de su chaqueta gris por su nariz y luego por sus mejillas, intentando secarse un poco. Fue gracias a ese movimiento que pude descubrir una enorme marca morada que cubría la mayor parte de su cuello. Era lo que Raymond le había dejado. Una marca y una toma de conciencia... Pero yo no podía aceptar lo que escuchaba venir de ella.

-No, Solange -me atreví a contestarle, tratando de liberar la voz más firme y segura que podía hacer-. No es tu culpa. Tú solo hiciste algo que no cualquiera haría: ayudar a alguien en peligro. Y aún si fue una trampa o no, tu intención fue realmente noble, y no debes sentirte mal por haberlo hecho. El problema aquí es que yo no debería ser una carga para ti... Tendría que haberlo pensado dos veces antes de ir a buscarte.

Solange abrió bien sus ojos, enseñando aún más lo húmedos y rojizos que estaban.

-Tú no eres una carga -respondió con apenas un hilo de voz-. Tú eres mi responsabilidad más importante ahora. Que hoy salieras herida es mi culpa por no pensarlo antes de dejarte sola. Lo peor es que todo el tiempo tuve señales que me intentaron indicar lo que no tenía que hacer... Y no las escuché.

Inmediatamente después de hablar, la pelirroja liberó un profundo suspiro para intentar calmarse y, de un momento al otro, se colocó de cuclillas al lado de la cama para quedar a mi altura.

-Te aprecio, Hel, y no quiero que salgas herida otra vez por culpa de mis estúpidas y aceleradas decisiones -declaró, recuperando su voz palabra a palabra-. Esperaré a que estés un poco más lista para la próxima misión. Te enseñaré todo lo que tienes que saber para cualquier ocasión y me adaptaré a tus tiempos. Voy a centrarme en ti, tal como debí hacer cuando llegaste.

A pesar de todo lo que decía, no podía dejar de mirarla. Me costaba verla así, marcada por las lágrimas y por la culpa. Tal vez tenía razón. Apenas había tenido tiempo para que me entrenara, aunque no coincidí en que lo de Raymond fuera su culpa. Ella solo quería hacer el bien y él le interpuso una trampa.

-Aunque... Fuiste muy valiente al ir a buscarme aún sabiendo que Raymond estaba ahí arriba -expresó Solange en una risita a la vez que, con sutileza, apoyaba su mano sobre la mía-. Después de todo fue tu primera vez, y al parecer son esas decisiones apresuradas lo que tenemos en común. ¿No crees?

Si bien la había estado escuchando, trasladé mi visión hacia nuestras manos apenas sentí su tacto. Por alguna razón se me hacía especial. No era molesto ni mucho menos incómodo. Era cálido y me transmitía armonía, que era lo que mejor podía recibir en un momento como ese.

-No podría estar más de acuerdo -le respondí cuando volví a verla a los ojos, los que pasaron de enseñar dolor a radiar alegría, como casi siempre hacían-. Aunque... Creo que deberíamos corregirlo. No queremos desmayarnos en el aire ni estrellarnos contra grandes edificios otra vez, ¿o sí?

Tanto ella como yo reímos, pero el sonido de la puerta abrirse nos generó un susto. Un susto tal, que nos silenciamos enseguida y separamos nuestras manos, coordinando en averiguar con nuestros ojos quien acababa de entrar a la habitación.

-Yo también estaría muy cariñosa al ver que mi compañera está a salvo y que el veneno de esa mordida no la dejó sin un brazo -alegó Amalia con cierta sensatez mientras cerraba la puerta a sus espaldas, mirando particularmente a la pelirroja-. Estás de buena suerte, Solange.

Ambas nos sobresaltamos. Ella no tardó ni cinco segundos en ponerse roja como un tomate y abrir la boca para negar las cosas, pero yo había quedado perpleja por lo que Amalia había dicho de mí. ¿Acaso la mordida de un demonio te podía quitar una extremidad aunque estuvieras muerto? No tenía mucho sentido, pero sí adquirió un poco de lógica cuando recordé el ardor que recorrió todo mi cuerpo cuando fui mordida por Raymond, ¡ese ardor era su veneno!

-¡No estoy cariñosa! -exclamó Solange finalmente. Parecía que lo había dicho con vergüenza, o con enojo, o una mezcla de ambas. Lo que fuera, a mí me dio gracia-. ¡Solo estaba demostrando mi alivio de manera afectiva!

Amalia y yo coincidimos en quedar desconcertadas ante esa respuesta, pero luego ella sonrió tratando de no liberar una carcajada y me dirigió su mirada.

-Me alegra mucho saber que te encuentras mejor, Helena. Realmente temíamos que te sucediera algo -expresó con su dulzura de siempre, aunque luego volvió a mirar a Solange, esta vez de reojo-. E incluso había alguien que estuvo al borde de un infarto "almínico" creyendo que te habían matado por culpa de sus ideas locas.

Solange dejó de lado su "enojo" para sonreír forzadamente, como si por dentro quisiera que Amalia se callase con tal de no sentirse mal otra vez, pero yo decidí encargarme de eso. Después de todo, la que se había lanzado de ese edificio había sido yo, aunque... Lo había hecho por una razón. Una razón que me costaba recordar con precisión. Solo sabía que yo me lancé con una maleta en brazos y que luego Raymond me atacó.

Y entonces recordé esa razón.

-¡La maleta! -exclamé inmediatamente, llamando la atención de Amalia y mi compañera-. ¡Cuando me tiré de ahí arriba, lo hice para que abajo pudiera entregarle la maleta de Raymond a alguien! ¡No sé a quién carajo se la iba a dar, pero...!

La que estuvo a punto de un "infarto almínico" en ese instante fui yo. ¿Cómo pude haber hecho semejante estupidez? ¡Ni siquiera sabía si iba a aterrizar en tierra con esas inútiles alas! Tenía que escapar de Raymond, sí, pero... ¿No se me podía ocurrir algo mejor?

-Helena, cálmate, por favor -me interrumpió Amalia, viéndose angustiada por mi reacción-. No te preocupes por eso. La maleta está en mi oficina ahora, y a pesar de que lo poco que tiene adentro no nos sea útil, tenemos a Raymond tras las rejas.

¡No, no se me podía ocurrir nada...!

Nada... ¿Qué?

-¿Cómo que...? -traté de preguntar, pero ni siquiera podía formular bien una pregunta-. ¿Cómo que tienen la maleta? ¿Eso significa que...? ¿Que si llegué a salvo ahí abajo?

Amalia y Solange se miraron entre sí. Luego volvieron a mirarme.

-Estaba lleno de policías ahí abajo, Helena, y yo acababa de llegar en ese momento -respondió la mujer-. Digamos que... Le di a Raymond su merecido antes de que escapara volando. Lo suficiente para que cayera inconsciente contigo y pudieran llevárselo a prisión. Al mismo tiempo que te revisaban a ti, otros policías y yo subimos a la azotea. Ahí encontramos a Solange y a otro hombre heridos, del que luego Sol me contó que trató de hacerte daño. Definitivamente todo es muy confuso y no tenemos nada claro aún, pero te prometo que pronto lo entenderemos.

-Es decir, cuando Raymond abra la boca para explicarlo -añadió la pelirroja-. Y no me importa si no quiere decir ni "mú", ¡con que le quememos su trasero otra vez, confesará hasta la última vez que se tomó una ducha!

Aún me costaba entender lo que escuchaba, y la última frase de la pelirroja resaltó con tanta emoción, que solo me dejó más desconcentrada. No podía creer que lo había logrado. A pesar de las decisiones apresuradas y estúpidas, a pesar de poner en riesgo esta segunda oportunidad, ¡había conseguido darle al objetivo de la misión!

-Solange, quiero que sepas que no volveré a quemarle el trasero a ningún demonio otra vez. Lo de hoy fue una excepción por tratarse de una emergencia -recalcó Amalia, volviendo a mirarla y a expresarse con sensatez-. Además, deberías dejar de creer que los Demonios no son criaturas higiénicas.

Al escucharle, Solange manifestó travesura al liberar una risita y yo no pude evitar reír al imaginar a Raymond chillando como loco al prendérsele fuego el trasero. Pero tal como había sucedido anteriormente cuando las dos coincidimos en reír, el sonido de la puerta abriéndose nos obligó a callarnos y a contemplar quién estaba entrando a la habitación. En este caso se trataba de una mujer joven y delicada que traía consigo una pequeña valija blanca y que se identificaban por llevar puesto un delantal lavanda. Para cuando terminó de cerrar la puerta, centró su mirada directamente en mí. Primero se vio sorprendida, pero después me dedicó una sonrisa. Era muy delgada, bajita, y llevaba en una coleta su cabello teñido de color ciruela.

-Buenas tardes, Helena -me saludó-. Es una alegría enorme verte despierta. Yo soy la doctora Marie, y he venido a revisar tu herida. Por lo tanto... -añadió a la par que pasaba a mirar a mis acompañantes-. Señora Amalia, pueden retirarse un momento si no les molesta. Podrán regresar cuando termine.

Las dos asintieron con delicadeza, siendo Amalia la primera en marchar hacia la puerta. Solange, como seguía inclinada a mi lado, tardó un poco más en irse, dejándole el lugar a la doctora. Sin dudas parecía una joven muy simpática y amable, ¡y estaba muy agradecida por ello! Aunque...

Su trabajo se me hizo curioso. Pues, lo primero que hizo después de dejarme recostada y de levantarme la camiseta, fue apretar con toda su mano el lugar de la mordida, aún sin sacar la venda, haciendo que de inmediato sintiera un dolor sumamente intenso. La molestia había sido tan inesperada, que sin querer apreté los dientes y liberé un quejido. Al ver mi reacción, la doctora levantó su mano, lo que alivió un poco la sensación. Sin embargo, lo peculiar de su método se encontraba en la palma y en las yemas de sus dedos con las que me tocó: una especie de "luz" de color turquesa radiaba en ellas, lo que me pareció haber visto alguna vez en otra parte, hasta que recordé que en mi primer entrenamiento habían algunos ángeles de alas turquesas que hacían masajes. Yo misma los había denominado "ángeles sanadores" y, viendo que la doctora al parecer tenía esos poderes, podía tener razón en llamarlos así.

La joven prosiguió con su trabajo luego de unos segundos. Con mucha cautela me sacó la venda que cubría mi herida y, posteriormente, hizo lo mismo con la que cubría mi brazo, dejándome a la vista una imagen peculiar y, a la vez, impactante. Tan impactante que abrí los ojos con espanto y quedé al borde de pegar un grito.

Toda esa zona estaba teñida de un desagradable púrpura rojizo y, debajo del hueso de mi clavícula derecha, pude distinguir dos pequeños agujeros profundos a los que supuse se trataba de los colmillos de Raymond. Eso no se veía nada, pero nada bien.

-Está mejorando -indicó la doctora antes de volver a apoyar cuidadosamente mi brazo sobre el colchón-. Pude sacar todo el veneno antes de que pasara a otras partes de tu cuerpo y desaparecieras. O antes de que tu brazo desapareciera. Estuvo a punto de suceder, ¿sabes?

Oh, claro, ¡claro que lo sabía y no quería recordarlo! ¡No era precisamente un dato bonito! ¡Estuve a punto de quedar manca por culpa de mis estupideces!

Solo asentí con la cabeza mientras fingí una sonrisa, por lo que la doctora continuó con su proceso de "sanación", lo que tampoco fue...

Precisamente bonito.

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