28: Serpiente.
Solange
Abrí los ojos repentinamente, teniendo como resultado una visión borrosa y escuchando que desde lejos un montón de gente gritaba con espanto.
Tardé unos segundos en poder ver bien. Mi memoria comenzaba a moverse a medida que mi visión mejoraba, por lo que recién entonces recordé lo que había sucedido antes de aquel aparente desmayo: mis alas estaban funcionando terriblemente mal. Pero volviendo a lo más importante, cuando mi vista se aclaró, pude darme cuenta de que me encontraba con la cabeza gacha, teniendo bajo mis pies toda la perspectiva del paisaje urbano desde arriba, pero... Solo había un problema. No me encontraba situada en ninguna superficie y no sentía el peso de mis alas.
La respuesta no demoró en presentarse, por no decir que su poseedor pareció leerme la mente. De repente sentí "algo" que no había sentido antes: me estaban apretando el cuello. Eso no es mortal para un ángel, claro, pero por eso no deja de indicar las malas intenciones de una persona. No obstante, no alcancé a intentar zafarme puesto que ese "algo" me apretó con mayor fuerza, y no eran unas manos. La textura era peculiar, difícil de explicar, aunque tampoco me dieron tiempo para pensar en una explicación. Una risa malévola se escuchó desde atrás.
-Vaya, veo que alguien por fin despertó de su... Siesta de apenas cinco minutos.
Después de la risa intercepté una voz. Masculina, hostil pero sosa.
«¿Quién demonios es?»
Justo después de mi pregunta, el poseedor de lo que me sostenía me hizo retroceder unos cuantos centímetros, los suficientes para dejarme caer de rodillas en la orilla del rascacielos, soltándome con aquel movimiento.
-Pero, ¿acaso podré saber la razón por la que esta angelita metiche me ha perseguido como todos los angelitos metiches que en lugar de ser los héroes del día solo son inútiles con alas de pollo? ¡¿Es que acaso no hacen cosas más útiles que andar siempre detrás de los pobres demonios?!
Por el desagrado que me generó escucharlo, deseé levantarme, girar a él y partirle su mendigo hocico de una buena vez, pero no pude hacerlo. Cuando lo vislumbré, pude reafirmar que las coincidencias aquí son algo de casi todos los días, así como los problemas.
Vestido con la larga chaqueta beige que llevaba todas las veces que lo había visto junto a su clásico e infaltable maletín, unos pantalones negros y unos costosos zapatos de cuero, pude reconocerlo. Aunque puede sonar patético, no conocía mucho su rostro más allá de las únicas fotografías que tenía la Triple A y la vez que lo encontré en el tanque, aunque al haber estado en oscuras era difícil distinguirle algún rasgo característico. Pero ese momento, en ese cálido atardecer salmón, era excelente. Por primera vez lo tuve frente a frente. Y no era un sujeto tan feo para ser demonio.
Su tono de piel era oscuro, con cierto pigmento azulado que permitía que los orbes ámbar de sus ojos fueran el foco de atención al mirarlo. Su cabello castaño oscuro presentaba algunas raíces blancas y tenía una oscura barba corta que ocupaba lugar en sus carillos y barbilla. Era un poco más alto que yo, además que parecía delgado. Y era imposible omitir las gigantescas alas negras que mantenía cerradas en su espalda, así como a su víctima, aquel hombre inconsciente al que parecía haber atado al pie de una enorme antena de comunicación a unos cuantos metros atrás de él. Esto último fue un descubrimiento que pareció elevar sus ganas de reventar en llamas, pero..., Menos mal que tenía mis tácticas para lidiar con situaciones así. Y justamente no eran tácticas de calma.
-No es solo una razón, Raymond. Tengo dos razones por las que vine hasta aquí, así que si gustas, puedes encargar unas donas y unas tacitas de té para conversar sobre ellas -expresé, tratando de sonar lo más hostil posible, extendiendo mis brazos hacia atrás y manteniéndome firme, con mi mirada más retadora-. Aunque creo que no hace falta decir que es ilegal secuestrar gente y... Fabricar y distribuir sustancias a las que podríamos traducir como "drogas".
Cuando molestas a un demonio al recordarle sus delitos, puedes obtener a cambio una de estas dos reacciones: estrés o furia. O una mezcla de ambas.
-¿Pero qué...? ¡Ay, no! -el estallido de Raymond comenzó con un palmazo contra su propio rostro y un tono con el que fingió cansancio-. ¡Venías tan bien con lo del té y las donas hasta que lo arruinaste! ¿Por qué los ángeles son tan irritantes? Ni siquiera te conozco, pero, ¿por qué eres así?
A esas reacciones me refería. Ni yo tenía una respuesta a su pregunta, pero sí poseía un instinto y la gran responsabilidad de proteger a los demás. Aún si fuera su presa o no, nada me iba a detener, así que preferí no responderle. Solo avancé unos pasos hacia él, cerrando mis puños y manteniéndolos a los costados de mi cuerpo, penetrando en sus orbes amarillentas la más desafiante de mis miradas. Su poca sorpresa ante ello era palpable.
-Aish. Al diablo con intentar dialogar con adolescentes tercas -expresó quejumbrosamente.
Y tras liberar sus palabras, pasó a desabrochar uno por uno los botones de su chaqueta, dejándola caer delicadamente a sus pies una vez que la camisa blanca que llevaba debajo quedó a mi perspectiva, detalle que no era nada a comparación de las enormes y afiladas garras negras que aparecieron en el lugar de sus uñas. Detuve mi caminar al verlas. Era probable que habían aparecido mientras se liberaba de su abrigo, aunque no tardé más de dos segundos para darme cuenta de que esas garras no fueron lo único en surgir silenciosamente en su delgada figura.
Contemplé su rostro. En solo un pestañear, sus pupilas cambiaron de forma. Pasaron de ser tan redondas como las de cualquier persona, a tener la peculiar figura de un tajo, idéntico al de un reptil. Y, para ponerle la cereza al pastel y que además hacía coincidencia con lo de "reptil", descubrí que una larga, larguísima cola de escamas negras brillantes había surgido detrás de él. Parecía una serpiente gigantesca y, además, muy venenosa. Sobre la misma cola sobresalían unas cuantas púas tan doradas como su colmillo izquierdo, compartiendo además una terminación exageradamente fina. Raymond era un sujeto realmente curioso, pero también se lo veía realmente peligroso.
Quiénes se habían enfrentado a él terminaron siendo un fracaso, pero entonces pensé que después de los fracasos llegan los éxitos. Y yo podía ser un fracaso más, pero eso sería útil para quienes quieran enfrentarse a él en un futuro.
Podía fallar, y yo lo aceptaba.
Pero entonces un nombre dominó mi consciencia, mis recuerdos y, básicamente, todo mi ser.
Detuve mi caminar quedando a cuatro o cinco metros de Raymond. De repente, y tal como sucedió antes de caer inconsciente, había recordado a Helena y me arrepentí otra vez de haberla dejado sola por ahí, sin entender qué carajos estaba sucediendo.
Helena era mi responsabilidad y la había dejado de lado hasta el momento en el que una especie de mal presentimiento me la recordaba. Y, consigo, recordé el insólito error en mis alas cuando intenté llegar al rascacielos. Luego miré a Raymond a los ojos. Su mirada era maliciosa, como sabiendo que de verdad yo era un pan comido para él. Pero entonces...
"Hablando de Roma,
el burro se asoma."
«O mejor dicho, pensando en Roma...»
Un golpe, dos golpes, tres golpes, todos en medio de Raymond y yo. Ninguno de los dos nos habíamos dado cuenta de que nos encontrábamos alrededor de una puertecilla ubicada bajo nosotros a la que intentaron abrir teniendo éxito recién a la cuarta vez. Y fue entonces cuando la vi.
-¡Estúpida puerta de...! -cuando menos tendría que haber aparecido, Helena se tomó de la cabeza al conseguir abrirla aparentemente a los cabeceos, aunque su dolor pareció desaparecer cuando se giró a verme-. ¡Solange!
Pero saludarme teniendo detrás al demonio de nuestra misión no era lo más conveniente. Menos cuando se lo percibía a punto de estallar, apretando sus labios y mirándola con furia por habernos... Interrumpido.
-Oh, rayos. ¿Interrumpí algo? -fue la inocente pregunta de Helena cuando se percató de que tenía alguien a unos pasos atrás. Qué lástima que no pude verle la cara al momento de elevar su mirada hacia él.
-Bastante. -Contestó el demonio entre dientes.
Lo bueno fue que de verdad lo interrumpió, ya que Raymond no se iba a disponer a empezar la pelea teniendo a una chiquilla de por medio, a lo que me incliné para ayudarla a subir. Una vez que lo conseguí, la tomé del brazo y retrocedí unos pasos haciendo que ella también lo hiciera, tomándola por sorpresa cuando, con las dos mirando al frente, me acerqué a su oído y apoyé ambas manos sobre sus hombros.
-Quédate por ahí atrás y ayuda a ese hombre en la antena. Luego busca alguna forma de sacarlo de aquí -le susurré entre dientes por el nerviosismo, tratando de que ella mirara más allá de Raymond y encontrara al sujeto al que hacía referencia. Todavía lo veía inconsciente.
Consiguiendo que lo viera, ella asintió tímidamente con la cabeza, por lo que la solté no sin antes darle un empujoncito para que lograra avanzar por su cuenta. Liberada de mí, juntó sus manos en señal de miedo y le sonrió forzadamente a Raymond, gesto que logré interceptar al verla pasar a su lado sin poder despegarle la mirada de encima. Parecía querer morir del arrepentimiento por llegar aquí. Él... Bueno, siguió mirándola como serpiente inflamada hasta que se fue a sus espaldas. Entonces volvió a centrar su mirada en mí.
-Le pediste que fuera a desatar a Ricky, ¿cierto? -me preguntó, dejando de lado sus ojos saltones y a cambio mirándome con desinterés.
-Sip. -Contesté, mirándolo de la misma forma.
-Eso va a llevar tiempo -añadió él-. Así que mientras tanto...
Sabía a lo que se refería, pero si algo llamó mi atención fue percibir que no se refería a Helena con ello, sino a mí. Raymond no se iba a quedar de brazos cruzados mientras interveníamos con sus planes, pero por alguna razón no quería ir detrás de mi compañera para deshacerse de ella. Al parecer me veía a mí como su obstáculo. Y eso tenía su punto bueno y su punto malo, pero tenía que moverme.
«Bueno, Solange, esta es tu oportunidad. Encáralo».
Lo miré a los ojos. Seguía desinteresado, como si yo no lo sorprendiera en lo absoluto. Quizás me veía como un ángel temoroso que no se animaba a mover un dedo, pero la verdad era que estaba preparándome para que quitara esa estúpida cara de una buena vez. Solo necesitaba mis alas y mis poderes para ello.
Un par de cositas que siempre me fueron útiles, siempre, siempre... Menos en ese momento.
Mis alas no emergieron por instinto como era de costumbre. Generalmente aparecían cuando estaba a punto de enfrentarme a un Demonio, pero aún teniendo a Raymomd a tres o cuatro metros enfrente, no sucedió nada. Entonces intenté con la segunda manera que conocía, la cual usaba cuando se me antojaba usar mis alas sin tener a un Demonio cerca, y eso consistía en comunicarme con ellas a través de mi mente. Cerré los ojos, apreté los puños y me dije a mí misma que «era momento de salir», pero...
-¿El miedo te cortó las alas, naranjosa? -liberó Raymond al sonreír con orgullo, demostrando su hostilidad a más no poder. Seguido a ello, comenzó a acercarse.
Paso a paso su mirada se convertía de nuevo en una amenaza. Intenté entonces hacer aparecer mis poderes al apretar los puños con mayor fuerza, esperando que el fuego se encendiera en ambas manos. No obstante, era lógico que si mis alas no aparecían era porque nada de mí funcionaba. Me sentí ridícula por tener una pequeña esperanza.
Una pequeña esperanza que así de rápido como desapareció, retornó cuando retrocedí unos pasos y mis pies chocaron contra algo. Se trataba de un caño que no medía más de un metro de altura, de no mucho peso ni mucho espesor, al que probablemente habían dejado en la azotea tras alguna reparación. Para un ángel en peligro, hasta lo más insignificante puede servir como arma, así que me incliné a levantarlo lo más rápido que pude. Para cuando logré sostenerlo a la altura de mi pecho, apunté en dirección a Raymond con la intención de frenarlo. Algo que, por unos segundos, funcionó.
-Oh, qué adorable te ves -comentó con sarcasmo-. ¿Qué vas a hacer? ¿Convertirte en Karate Kid justo ahora?
Y como era extraño que se quedara quieto, volvió a levantar su cola e impulsarla nuevamente contra mí, un movimiento rápido al que reaccioné con otro movimiento rápido... Y también extraño.
Del caño, apoyé en el suelo el extremo con el que apunté al demonio. Lo miré fijamente y, tras dar unos pocos pasos, salté, dejando que el caño quedara de pie a medida que me elevaba en el aire, lo que me impulsó para ir contra Raymond y darle una patada en medio de la cara.
«Caray, parece que las clases de artes marciales a las que Amalia me obligó a ir al fin sirven de algo».
Una vez de vuelta en el suelo, aproveché que Raymond quedó pasmado por unos segundos para volver a levantar el caño y golpearle con este en la cabeza, acción que lo dejó aún peor. Tras escuchar un quejido venir de él, corrí a sus espaldas -esquivando su cola de otro salto- y me puse a idear otro movimiento rápido. Primero contemplé sus alas. Eran tan enormes que parecían serle una dificultad, pero no parecían pesarle mucho. Entonces solté el caño y corrí a tomar su ala izquierda justo antes de que se diera vuelta para poder tironearlo de ahí, pero...
Sorprendentemente, cuando toqué el ala, toda esta se encendió en llamas solo un segundo. Raymond reaccionó con un sobresalto y un grito desesperado que jamás creí escuchar de él.
«Mis poderes... ¡Están volviendo!»
Sonreí con alegría y orgullo, una acción que coincidió con el comienzo de un simpático cosquilleo en las palmas de mis manos. Entonces corrí para quemar a Raymond de vuelta, lo cual volví a conseguir esta vez por un segundito más.
Y, además, esta vez también intenté encender algo más, lo cuál milagrosamente funcionó, poniéndome mucho más feliz aún. Para cuando Raymond se sobresaltó una segunda vez, los dos quedamos dentro de un enorme círculo de fuego que yo misma encendí con mis poderes. Era grande para que pudiéramos movernos dentro, pero no tan grande como para meter a Helena y al señor de la antena también. Ellos estaban afuera. Raymond y yo, adentro.
«¡Solange está de vuelta, bebés!»
Helena
Nudos, nudos y más nudos. Uno atrás y otro adelante. Era la primera vez que me tocaba rescatar a alguien y una sensación curiosa no me dejaba concentrarme. Las manos no paraban de temblarme, pero sentía en el estómago un cosquilleo que se me hacía simpático. ¡Era como una mezcla de nervios y emoción!
Para mi suerte el hombre comenzaba a moverse, lo que significaba que pronto saldría de su estado de inconsciencia y podría llegar a ayudarme en sacarlo de ahí. ¡La verdad no tenía la menor idea de cómo hacerlo! Lo único que pensé desde que comencé a desatarlo fue en no regresar a donde Raymomd y Solange para no meter la pata. Ya idearía por dónde bajar y cómo, pero no iba a ponerme frente a ese demonio otra vez.
Esa era la parte que me tenía nerviosa: Raymond. Solange se veía muy preparada para darle su merecido, pero aún así no podía dejar de temer porque le hicieran daño. Y el miedo era tal, que no me animaba siquiera a verlos. No, tenía que concentrarme en liberar a ese hombre. Lo único que sabía de la pelea era que Solange estaba utilizando su fuego, ya que en la antena que tenía frente a mí se reflejaba su fulgor.
«¡Vamos, Solange! ¡Quémale donde más le duele!».
Y cuando al fin estuve a punto de desatar el nudo de sus muñecas, el hombre se movió con mayor rapidez y bostezó como si se estuviera levantando de una siesta, lo cual me tomó de sorpresa -pero tan de sorpresa-, ¡que me levanté sin pensarlo y le golpeé con la cabeza en su barbilla!
-¡Ay, pero qué...! -se quejó instantáneamente, acción que yo también imité, maldiciendo por dentro mi torpeza-. ¡¿Qué carajos está...?!
Justo alcancé a verlo en el instante en el que se silenció, cambiando lo que probablemente fue una cara muy enojada por una expresión de asombro y terror. No sabía lo que estaba sucediendo hasta que localicé en sus ojos marrones el reflejo del fuego de mi compañera. Sí, cualquiera se impresionaría.
-¡Ay, por Dios! ¿¡Qué es eso!? -preguntó de inmediato, boquiabierta y tembloroso, sin entender nada de lo que estaba sucediendo.
Y vaya que lo entendía. ¡Me giré un segundo a ver a Solange y la encontré dándole a Raymond en la cabeza con un caño encendido en llamas! ¡¿Quién se imaginaría despertar en un momento así?!
-Usted fue secuestrado, señor -sin atreverme a mirar más volví a mirar al hombre, respondiendo a su pregunta y mirándole a los ojos para tratar de transmitirle calma a pesar de que la frase que dije no fuera precisamente lo más tranquilizador del mundo-. Así que mi compañera y yo vinimos a salvarlo. Me llamo Helena, por cierto.
Por un momento pensé que el hombre trasladaría su mirada de susto e incomprensión hacia mí, pero lo que hizo en realidad fue entrecerrar sus ojos aún en dirección a donde Solange y Raymond, como si quisiera mirar con mayor precisión algo en específico entre las enormes llamaradas.
-¿Secuestrado? ¿Cómo qué secues...? -cuestionó sin lograr entender nada aún, hasta que su mirada volvió a demostrar sorpresa-. Ay, no. ¡Ese tipo sí que no!
Se había llevado un buen susto al reconocer a Raymond, tanto, ¡que quería escaparse aún cuando me faltaba un poco para desatarlo! Entonces me incliné lo más que pude para terminar con mi trabajo y sacarlo de ahí cuánto antes, no sin antes sacarle un poco de conversación. Quería saber qué había sucedido entre él y el demonio.
-¿Lo conoce? -pregunté al mismo tiempo que lograba desatar con éxito el último nudo, ¡vaya que sí me quedaba poco!
Una vez que la cuerda cayó sobre sus pies, el hombre movilizó sus manos y las levantó frente a sus ojos para mirarlas. Las marcas de las cuerdas en sus muñecas de veían feas.
-¿Eh? -y al parecer se había distraído mucho mirándolas, lo suficiente para olvidarse de mi pregunta por unos segundos-. Ah, ¡sí! Por supuesto que lo conozco. Raymond, es un mal tipo. Jamás pensé que me haría esto.
Su última frase llamó mi atención. Al parecer se conocían desde antes, pero, ¿por qué no iba a desconfiar de alguien al que justamente define como un "mal tipo"? Alguien no era muy listo.
-¿Puedo preguntar de dónde lo conoce? -consulté con la intención de no quedar muy metiche, pero con la curiosidad aflorando rápidamente en mi mente.
Seguido a ello me incliné a recoger la cuerda del suelo. No tenía idea de por qué lo hacía, y aún no sabía cómo iba a escapar de ahí, pero tal vez me serviría de algo. Quizá podía atar un extremo en la antena y aprovechar la poca distancia con el borde de la azotea para que bajarámos por ahí hasta llegar a la oficina en donde entré por accidente, o a cualquier otra en donde nos vieran y nos brindaran ayuda.
«Ese es un plan genial, Helena. ¡Tu instinto de Ángel está funcionando!»
No obstante... La tranquilidad y el éxito no son cosas que pueda llegar a ganarme. No cuando hacía bien una cosa, pero me descuidaba de otra: sospechar de ese hombre.
Apenas intenté levantarme a llevar a cabo mi plan, recibí un fuerte empujón contra la antena, golpeando bruscamente mi frente contra el metal y sintiendo al instante un horrible retumbar en la cabeza. Liberé un grito automático, pero casi en un segundo el sujeto apoyó su cuerpo contra el mío para impedir que me moviera y con una de sus manos me tapó la boca, apretando mis mejillas con brutalidad.
Y fue con eso, con ese movimiento brusco y esa intensa sensación azotando mi cabeza, cuando recordé haber pasado por lo mismo una vez.
Estaba de noche. Yo no paraba de llorar y por eso apenas podía vislumbrar lo que tenía enfrente, pero al parecer se trataba de una pared. Me tenían de espaldas contra una pared y me tapaban la boca exactamente como en ese momento. Sin embargo, no pude recordar más de eso, ni cuándo fue que sucedió.
Pero sí comencé a sospechar de algo...
Mas mis pensamientos sobre ese recuerdo fueron dejados de lado cuando sentí que el hombre, ese asqueroso hombre, dejó de taparme la boca solo para presionarme aún más contra la antena e instantáneamente pasar la cuerda entre mi cintura para atarme a ella exactamente como Raymond lo había hecho con él. ¡Él no era ninguna víctima! ¡Todo había sido una trampa!
«¡Y tú, Helena, fuiste tan estúpida de...!»
No, no podía echarme la culpa, ¡¿cómo iba a imaginar que sucedería algo así?!
-Me dijiste que te llamabas Helena, ¿no? -y para incrementar mi susto, el sujeto comenzó a subir sus manos por mi cuerpo una vez que terminó de atarme, hablándome maliciosamente, haciéndome pensar en lo peor que podía pasar-. Serás una buena ángel, Helena, cuando estés a punto de convertirte en...
Cerré los ojos, dejando caer las primeras lágrimas, y apreté los dientes con todas las fuerzas, intentando no escuchar lo que estaba a punto de decir, queriendo escapar de esa horrible realidad aunque me fuera imposible lograrlo, hasta que... Sentí un intenso calor a mis espaldas, que luego se elevó insoportable hasta mi cabeza y... Desapareció.
Abrí los ojos. Ya no sentía que nadie me presionaba, ni tampoco sentía la cuerda en mis manos ni en mi cintura. Estaba libre. Y cuando me percaté de eso, un fuerte olor a quemado comenzó a penetrar mis fosas nasales. Entonces me atreví a darme vuelta, con la cabeza gacha, para averiguar qué había sucedido.
El sujeto estaba en el suelo, con la mayor parte de su cuerpo quemado, tratando de levantarse a pesar de que el dolor lo estuviera matando. Las cenizas de sus prendas y de la cuerda se movían entre mis pies. Solange había hecho algo, estaba segura de que había sido ella.
Cuando levanté la cabeza para mirarla, la encontré entre el fuego, apuntando con su mano hacia mi dirección, pero... Con Raymond tomándola del cuello, manteniéndola en alto.
Tenía sus ojos entrecerrados y la boca un poco abierta. Su mirada transmitía que apenas podía soportar el dolor que el demonio le estaba generando. No estaba solo ahorcándola, estaba haciéndole algo más. Algo que pude confirmar cuándo el fuego se apagó, mostrándome la imagen entera. El cuello de Solange se estaba tornando de morado al mismo tiempo que cerraba completamente los ojos, dejando ir su conciencia.
Raymond la estaba matando.
Y, una vez que quedó inconsciente, la soltó, dejándola caer en la superficie como si se tratara de un objeto, de algo sin importancia. Mi mirar se trasladó hacia ella. No sabía que hacer. Definitivamente ahora ya no tenía ningún plan. No podía escapar y dejarla sola, pero tampoco podía quedarme y terminar como ella. No se me vino nada a la mente, hasta que de pronto sentí una vibración en el bolsillo trasero de mi pantalón. Luego, otra más. Recordé que ahí había puesto el teléfono de Solange y, sorprendida por enterarme que seguía intacto a pesar de todo, lo saqué de mi prenda y encendí la pantalla. Dos mensajes nuevos habían llegado, eran de Amalia.
"Dime que están bien."
"Helena, dime que Solange está bien."
Los releí una vez más, sintiendo en el pecho una sensación espantosa. Era una mezcla de tristeza, de dolor, de impotencia. Ni siquiera sabía qué responderle, o si me animaría a hacerlo.
-Veo que mi compañero fue un estúpido al no revisarte los bolsillos -la repentina voz de Raymond me perturbó, sacándome de mis pensamientos. Se encontraba mirando al tal Ricky con desprecio, sin importarle que también había caído inconsciente. Yo acababa de enterarme-. Lo tenía merecido. No tengo paciencia con los nuevos.
Escucharlo me generó más rabia aún. Era un ser despreciable y egoísta, no solo un demonio de alas enormes y cola de serpiente, lo cual vislumbré recién en ese entonces. Daba miedo, pero no quise dejarme consumir por él.
-¿Qué le hiciste a mi compañera? -le cuestioné tras tragar con rabia, y mirándolo con rabia también.
-Oh, nada de lo que debas preocuparte. Solo le dejé una marca y una toma de conciencia -respondió enseguida, sin detener sus lentos pasos-. Podría haber sido más duro, pero..., Es lo que hago con los que se interponen en mis objetivos. Nada grave.
Apreté los labios y volví a ver a Solange. Apenas podía ver la marca morada de su cuello debido a su posición, supuse que Raymond se refería a ello. Deseé que despertara pronto, o que Amalia o alguien más llegara a donde nosotras antes de que el demonio me hiciera lo mismo, pero fue entonces cuando localicé algo detrás de mi compañera. Muy detrás, y muy a su izquierda: la maleta de Raymond.
En las fotos que Solange sacó en el tanque, esa maleta estaba cargada con las botellitas del líquido que mezcló ahí. Y también la traía ayer, cuando lo vimos saliendo de esa extraña casa. Esa maleta podía tener algo importante en ese momento.
«Sería una pena que alguien se la robara».
Miré a Raymond rápidamente para que no sospechara de nada. Aún no estaba muy cerca de mí, cosa que agradecí.
-¿Cuáles son tus objetivos, Raymond? -le pregunté-. Si es que puedo saberlos antes de que... Te deshagas de mí también.
El demonio rio por lo bajo, dando unos pasos más.
-Supongo que tú y tu compañera ya tienen una pista sobre uno de ellos -contestó, deteniendo su movimiento y poniendo sus manos en los bolsillos de su pantalón-. Sobre el otro... No van a saberlo hasta que estén en las garras de...
Y sí, sé que seguro les interesa saber lo que él iba a decir, pero a mí no. Lo único que me interesó en ese momento fue escapar de él e intentar llevarme su amada maleta conmigo, la cual volví a mirar fijamente para, en un mero segundo, echar a correr lo más rápido que pude para tomarla.
Raymond liberó enseguida un angustiado "detente", demostrando que no se esperaba algo así. Y créanme, ¡yo tampoco lo esperé de mí! Me incliné solo un segundo a tomar la maleta entre mis brazos y continúe mi corrida hacia la orilla del edificio que me quedaba más cerca, sin escuchar lo que me gritaba.
Una vez que llegué ahí, miré hacia abajo. Aún estaba lleno de gente mirando hacia arriba, sin nadie animandóse a subir, pero ya no era necesario. Llegaría con ellos, ocultaría la maleta y les avisaría de Solange. Entonces, ya con ese pequeño plan en mente, giré a ver a Raymond. Se estaba acercando a mí, corriendo y mirándome desatado de furia, aunque destaco aquí que no es tan veloz como creí. Tal vez cargar con una cola tan pesada no es muy sencillo. Y esa era un gran ventaja.
Miré hacia abajo una vez más, cerré los ojos y, con mucho miedo pero también esperanza, me lancé a la nada con la maleta en mis brazos, como si la estuviera abrazando.
No pesaba mucho, pero no importaba. Cuando todo estuviera mejor, se la daría a Amalia. La caída de Solange no iba a ser en vano y todos los golpes que me di en mi intento de volar, tampoco. Y, hablando de eso, era momento de que mis alas emergieran de un vez.
Y... Lo hicieron, ¡sí! Pero...
Pero...
Pero...
-¡Qué angelita más inteligente! -no, no pensé que Raymond saltara detrás de mí, ni mucho menos que me alcanzara tan rápido. Supongo que esa fue una ventaja de su tanto peso-. Espera, ¡no, no es cierto! ¡Eres bruta como un burro!
Y, dicha esa ofensa en un tono completamente alocado, como si se le estuviera hirviendo la garganta y quisiera llorar de la rabia, me tomó de los hombros y... Tampoco sé cómo, pero me dio media vuelta en medio del aire para que quedara cara a cara con él. Su cara se veía amenazante, mucho más que antes, destruyendo mi esperanza y aumentando mis miedos. Sus pupilas rubí estaban completamente dilatadas como si estuvieran a punto de reventar y, en una risa muy de villano, abrió su boca dejando a mi vista un par de gigantescos colmillos. Incluso uno de ellos parecía de oro.
Abracé con mayor fuerza la maleta, la cual gracias al cielo estaba bien asegurada y no se abrió en todo el movimiento. No obstante, Raymond no buscaba su maleta.
Me buscaba a mí.
Solo un segundo, un miserable segundo en el que el mundo pareció ponerse en cámara lenta, me tomó de los hombros con una brutalidad extrema, llegando a herirme con lo que parecían ser garras, y de un único y preciso movimiento se acercó aún más a mí, abriendo su boca de par en par, para posteriormente clavar en mi clavícula derecha sus horrendos colmillos.
Un insoportable ardor surgió al instante. Ardor como si me estuviera quemando un ácido, un ardor que me hizo gritar. Y que, cuando profundizó más en mi piel, se expandió a mi pecho, y luego a mis brazos, y luego a mis piernas.
Solté la maleta y cerré los ojos. No supe que sucedió con ella, pero ya no importaba. El ardor no tardó en llegar a mi cabeza, justo al mismo tiempo que sentí al demonio separándose de mí.
Y fue ese instante cuando ya no pude ver nada, porque no pude volver a abrir de nuevos mis ojos. Y también cuando caí en un profundo silencio, porque dejé de escuchar los gritos asustados del montón de gente que tenía abajo.
Y, como si ya hubiera sentido lo mismo más antes, sentí exactamente como si estuviera dejando de vivir.
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