23: Promesas.
No habían pasado más de cinco minutos desde que el Escuadrón Atardecer se había marchado lejos de Datnesia.
El jardín trasero de la recientemente denominada «Iglesia de Mantícora» fue invadido de un único salto por tres demonios. Tres jóvenes escondidos bajo sus capuchas que, incapaces de revelar sus identidades, guardaban un peculiar secreto.
Resultaba que habían visto, desde algún otro techo, toda la escena de cómo Mantícora había sido derrotado.
Uno de ellos, quién aparentaba ser el mayor de los tres, procedió a ir junto al cuerpo de la bestia y, al llegar ante él, se quitó la capucha. La luz de las farolas no tardó en iluminar su característico cabello verde.
—¿Está muerto? —le preguntó uno de los encapuchados de atrás—. Nuestra Majestad nos matará cuando se entere...
—Nuestra Majestad estará feliz cuando se entere de que su querida mascota está bien —le contestó el muchacho de pelo verdoso, poniéndose de rodillas frente al cuerpo—. De todas formas Solange y sus angelitos lo pagarán algún otro día.
—¿Los viste bien? —le preguntó el otro de los demonios que venían con él—. ¿Quién era la chica nueva que estaba con ellos?
—¿No era la niñita a la que quisiste atrapar el jueves, Alexander? —le consultó el otro demonio en un tono burlón—. ¡Ja! ¡Hasta Solange te supera en comerse a tus víctimas primero!
Disgustado ante el comentario, Alexander se levantó en ese mismo instante y con sus ojos que brillaban verdosos en la oscuridad logró una apariencia perturbadora para los otros demonios, lo suficiente para callarlos.
—Solange algún día acabará rendida en mis garras —afirmó, sin despegarles la mirada de encima—. Y sus lindos angelitos serán un banquete para los demonios que quieran hacerse presentes.
—¿La nueva ángel también? —consultó uno de los sujetos.
—Ella no —aclaró Alexander, y entonces comenzó a caminar para alejarse de la bestia dormida—. Nuestra Real Majestad me dejó muy en claro que la linda y torpe Helena iría directo a sus garras. Helena le pertenece, mientras que su querida Solange... Me sigue perteneciendo solo a mí.
Dicho esto el demonio se alejó del cuerpo y pasó delante de los dos sujetos que lo acompañaban. Estaba a punto de guiarlos hacia un lugar especial para todo Demonio de Datnesia, un lugar al que solo los mejores de su especie podían acceder con los mejores lujos y los más maravillosos premios que podían obtener, sin embargo... Sin ninguno saber el porqué, Alexander cayó de cara al suelo.
—¡¿Alex?! —preguntó uno de los sujetos y corrió hacia él, pero para su ingrata sorpresa, el peliverde estaba inconsciente.
—¡¿Alexander?! ¡¿Qué te pasó?! —preguntó el otro e inmediatamente intentó levantar a su compañero.
«¡Alex, despierta de una vez! ¡Vamos a llegar tarde!»
«¡Alex, despierta!»
«¡Alex!»
El demonio abrió sus ojos cuando escuchó la voz de una mujer pronunciar su nombre. Los gritos desesperados de sus amigos se convirtieron en el sensato llamado de una muchacha sin escrúpulos. Él se levantó del suelo a la par que su vista se aclaraba y se dio cuenta de que lo que tenía enfrente no era más que la celda en la que lo habían encerrado.
—¡Alex! —volvió a escuchar a la joven, razón por la cual corrió directo hacia las rejas que lo encarcelaban.
En un principio se sintió asustado pero, al cabo de unos segundos, una furia inmensa arribó en su ser. Buscó con sus ojos a la protagonista de aquella voz, deteniéndose en cada una de las celdas que tenía enfrente. Luego de unos instantes, se llevó un disgusto al ver como dos ojos mitad amarillos y mitad anaranjados surgieron de la oscuridad de una de ellas.
—Tú... —manifestó él, comenzando a sentir un hervor en todo su cuerpo al dejarse llevar por su ira—. ¡Tú me hiciste una promesa!
La voz del muchacho hizo eco por todo el lugar. No había un guardia vigilando y parecía que los únicos en estar ahí eran sólo él y la dueña de aquellos peculiares ojos que lo contemplaban con superioridad.
—No tengo la energía suficiente para trasladarte por mucho tiempo —le respondió la muchacha, todavía escondida entre la oscuridad de su celda—. Pero, si me prestas un poco más de tu poder... Quizás podría llevarte directo con nuestra Majestad.
Alexander suspiró cansado y puso los ojos en blanco mientras se ponía de rodillas en el suelo, agarrando con fuerza las rejas que lo apartaban de su libertad.
—Por cierto, me gusta el deseo que tienes —para su sorpresa, la muchacha volvió a hablarle—. Así que, ¿Solange te pertenece solo a ti? Creo que deberías aprender a compartir un poco...
El demonio volvió a mirar aquellos ojos que, sin moverse ni un centímetro, seguían contemplando su miseria.
—Cuando al fin la tengas rendida entre tus garras... ¿Por qué no me invitas a mí también?
La joven comenzó a reír por lo bajo. Su disfrute sonaba perverso. Alexander se llegó a sentir incómodo.
«Vamos. Será divertido tenerla encadenada como toda la perra que es».
Helena
Llegar a casa después de haber escapado de unas supuestas Gárgolas Demonio y de haberme llevado un enorme susto al ver a Mantícora querer atacarnos, sin dudas fue una muestra de que la «vida» en Almhara es extrema.
Acompañamos a Sophie a su casa. Recién ahí Solange y yo nos enteramos de que se había reunido con David a escondidas al escaparse por la ventana del living. Afortunadamente su tía Regina ni siquiera se había dado cuenta ya que, como se trataba de un día laboral, se había ido a dormir temprano. Por esa misma razón fue que no nos invitó a pasar adentro como la vez anterior, porque de despertar a su tía... Buscar una buena mentira al por qué estábamos metidos ahí, todos despeinados y hasta con la ropa rota quizás hubiera sido difícil. Pero el que de verdad la tuvo difícil fue David. Intentó disculparse con Solange una vez que salimos de la casa de Sophie, pero ella, sin querer mirarle a la cara, le pidió algo:
—Por favor, jamás vuelvas a meterte en estas cosas sin mi permiso —los ojos verdes de la muchacha contemplaban únicamente el camino que teníamos enfrente—. Corriste un gran peligro, y lo peor de todo es que también arriesgaste a Sophie. ¿Tienes idea de lo que hubiera pasado si yo no llegaba a tiempo?
No quise lanzar ni una sola palabra al respecto, pero en mi mente traté de darle una respuesta. Imaginen. No era nada bueno.
—Lo sé, Solange, pero es que... —la voz de David se fue apagando acorde soltaba sus palabras. Estaba nervioso, sabía muy bien el error que había cometido—. Sophie y yo sabemos que estarás más ocupada que de costumbre por la llegada de Helena y por eso pensé que tal vez era hora de que los dos pudiéramos avanzar en nuestra misión sin que tú estés literalmente detrás de nosotros. Lo único que queríamos era demostrarte que éramos capaces de lograrlo para dejar de ser una preocupación más para ti, pero cuando descubrimos que Mantícora había despertado y se me ocurrió entrar a su guarida para calmarlo... Solo un segundo bastó para que nuestra idea se fuera al carajo.
Por segunda vez me sentí como una carga más para Solange, una demasiado grande que traía más consecuencias de las que imaginé, como el hecho de que David y Sophie también se sintieran como una carga. Tal vez en realidad lo éramos. En un momento como ese es cuando se hace visible el gran peso que lleva Solange sobre sus hombros al estar detrás de sus menores todo el tiempo, llegando a poner en riesgo su propia «estadía» en Almhara con tal de mantenernos a salvo. No era mi intención ser esa carga, y estaba segura de que tampoco era la de David y Sophie. Lo que acababa de suceder había sido un accidente, uno que nos convertía en una carga todavía mayor.
—Antes de entrar a la guarida de Mantícora, ¿qué tan seguro estabas de que tú y Sophie podían haber lidiado con ello? —Solange volvió a dirigirle a David la palabra, lo cual me sacó rápidamente de mis pensamientos. Para cuando me giré a verla no solo la encontré mirando al frente, como si quisiera evadir con su mirada a David, sino que también, gracias al brillo de la luz de la calle, pude interceptar como sus ojos se habían puesto llorosos—. Yo soy su líder, David, y cuidar de ustedes es mi mayor responsabilidad como líder de Atardecer.
En ese momento llegamos a la esquina en la que finalizaba el vecindario de Sophie. Nadie andaba por ahí más que nosotros tres. La calle era iluminada por unas cuantas farolas amarillas y justo enfrente se encontraba un pequeño parque en el que solo pude interceptar a un perro. Fue ahí en dónde la pelirroja suspiró profundo y nos dedicó su mirada. Estaba llorando.
—Si a ustedes les llega a suceder algo, no sé cómo lo pagaría —confesó.
El muchacho tomó una bocanada de aire. Inclinó su cabeza hacia el suelo, temblando por los nervios. Noté que tenía ganas de llorar otra vez.
—No encuentro forma de compensar todo lo que haces por nosotros —expresó en un triste suspiro y, dicho esto, comenzó a cruzar la calle, dejándonos varadas en esa esquina—. Sé que mis disculpas ya no sirven de nada.
Todavía apenada, Solange desvió en silencio hacia la izquierda, dirigiéndose en dirección al centro de la ciudad. La seguí sin hacer ningún comentario, tratando de encontrar algo que me hiciera sentir un poco mejor. Llegamos al departamento. Ella pasó directo a su habitación no sin antes recordarme que podía cenar lo que había quedado del almuerzo. Luego todo el ambiente quedó en silencio y fue así hasta la mañana siguiente.
Mi tercer día en la escuela fue mucho más tranquilo que el primero. Las clases de literatura siempre fueron mis preferidas y en esta ocasión teníamos que escoger un libro que llamara nuestra atención para elaborar un ensayo, ya que algún momento nos tocaría criticar las obras de los chicos de tercer año, quienes tenían la tarea de escribir novelas cortas para el próximo mes.
Celeste había escogido un clásico de la literatura, «Romeo y Julieta», diciéndole a la profesora Martha que tenía en mente lo que iba a escribir. Comentó que le parecía un final ridículo y que le encantaría darle una reversión con una mirada más «actualizada», pero decidí no prestarle atención. Seguía sin caerme bien a pesar de que poco a poco empezábamos a intercambiar algunas palabras. Por lo menos habíamos pasado del «¿me muestras las tareas anteriores de esta asignatura?» al típico «¿me prestas un lápiz?». Afortunadamente ya no quedaban rastros de la discusión que escuché el lunes ni tampoco más miradas «fulminantes» de su parte.
Volviendo a lo importante, pasé al menos diez minutos en la biblioteca tratando de decidir cuál de todos los libros que me habían interesado elegiría para hacer el ensayo. Tenía cuatro opciones: una comedia, una novela de romance, una historia fantástica y por último un libro bastante curioso que se titulaba «Las Reglas de Este Mundo», el cual supuse que se trataba de otra historia fantástica hasta que le eché un vistazo y me di cuenta de que no era ni más ni menos que una especie de enciclopedia que explicaba muchísimas cosas acerca de Almhara. Y sí, ese libro fue el que elegí para leer durante mis ratos libres porque vaya, ¡vaya que a simple vista pude encontrar unas cuantas cosas muy interesantes por ahí!
Ah, sí, y al final olvidé elegir uno de los libros restantes para hacer el ensayo...
Al rato me topé con Celeste y Solange conversando en la salida de la escuela. La rubia teñida llevaba entre sus brazos el libro que había elegido y parecía estar hablando de ello. Solange, por su parte, me dedicó una sonrisa desde la distancia ni bien me interceptó a lo lejos. A ella se la veía mucho mejor a comparación de la noche anterior.
Oh, y sobre David... Bueno, no lo ví en los recesos, así que al parecer no había asistido a clases. Tenía sentido porque había quedado un poco cojo tras los golpes de las gárgolas y también porque tenía la mala suerte de que Solange fuera su compañera de clases además de su líder. Incomodidad seguro le sobraba.
No pasó mucho tiempo hasta que llegamos al departamento. Por el momento nos distribuíamos las tareas del mediodía en dos: Solange se encargaba de preparar el almuerzo —que ese día consistía en una sopa casera de vegetales— y yo de preparar la mesa y dejar el comedor impecable para la hora de comer. Sin embargo, esa vez fue diferente de mi parte, ya que no pude sacarle de encima los ojos al libro desde que llegamos. Lo que había dentro era tan... ¡Asombroso!
—Almhara es realmente increíble a pesar de ser tan... Tan como es. ¡Y es que de verdad no me creo que se haya originado por una rabieta de la mismísima Muerte! —comenté mientras cerraba el libro, dejando un listón bordó en la página donde había quedado. Y sí, puede que en algún momento les cuente un poco más acerca del curioso origen de este mundo, ¡pero será mucho más adelante porque apenas leí hasta la página seis!—. Aunque me está empezando a preocupar que me esté acostumbrando tan rápido a vivir aquí. No es mi mundo, pero es idéntico a mi mundo, pero mi familia no está aquí, ¡pero no entiendo por qué hay momentos en que eso pareciera que no me importara! ¡Ah! ¡Son demasiados «peros» y eso lo hace aún más confuso!
Ustedes se sienten confundidos al leer esto, ¿verdad? Bueno, así también me sentía yo al vivir todo esto. Es hasta complicado de explicar. Cuando me ponía a pensar acerca de lo que significaba estar en este mundo, empezaba a sentirme fuera de mí misma, ¡la cabeza me empezaba a dar vueltas y hasta me costaba reconocer con precisión lo que estaba pensando! ¡Era sentirse tan pero tan... Extraña!
—En realidad para algunas personas es mejor acostumbrarse rápido. Bueno, al menos para mí sí —menos mal que tenía a Solange cerca para que me sacara de esos pensamientos. Para cuando reaccioné a sus palabras, me acerqué a la cocina y la encontré terminando de cortar todos los vegetales para la sopa. Si algo me sorprendía, era la neutralidad con la que hablaba esas cosas—. Cuando llegué aquí tuve mucho miedo y hasta me costó creer que de verdad me quedaría para siempre, pero al poco tiempo me di cuenta de que hay que agradecer la existencia de Almhara. Es como una segunda oportunidad para concretar lo que dejamos inconcluso en nuestras vidas, como si tuviéramos la libertad de tomar las riendas de nuestro destino estando incluso en un mundo diferente al que nacimos.
Y si de pensamientos confusos hablamos, Solange también es una experta en originarlos. Lo que acababa de decir me podría haber llevado a pensar profundamente acerca de lo qué es Almhara realmente, del por qué existe, de por qué arribamos aquí en lugar de reencarnar en otra persona o de llegar al cielo con nuestro buen amigo Jesús, pero como estaba consciente de que la sopa estaría lista en cualquier momento preferí preparar la mesa, aunque eso no significaba que terminaría ahí la conversación, sino que la «llevaría» a una dirección distinta a la que había pensado en un principio: Solange me acababa de contar algo sobre ella misma, ¡y para mí siempre es interesante conocer a los demás!
—¿Cuánto tiempo te llevó acostumbrarte a Almhara? —formulé mi pregunta antes de colocar el mantel sobre la mesa.
Solange tardó unos segundos en responder, puesto que se había puesto a darle a la sopa sus «toques finales».
—Uh, creo que unos seis meses. No fue demasiado —dijo una vez que tapó la olla y se aseguró de que el fuego estuviera en mínimo—. Me pasó casi lo mismo que a ti porque tampoco tengo familiares directos aquí, así que Amalia me recogió en su hogar durante los primeros años. Por eso mismo no tardé mucho en buscar un empleo. Me contrataron a tiempo completo en la confitería en donde trabajo hasta el día de hoy y eso fue también una gran ayuda para distraerme. Luego entré a la Triple A, retomé la escuela, conocí a mi gente... En fin, mientras más cosas hagas, más rápido te adaptas y, al fin y al cabo, te das cuenta de que Almhara es un buen lugar. A veces lo es incluso más que la Tierra de los Vivos.
De todo lo que escuché, me interesaron dos cosas: primero, tenía que anotar en la puerta del refrigerador que mientras más ocupada esté, mejor estaré. Segundo... ¿Por qué ella pensaba que este mundo es mejor que el mundo donde en vivíamos?
«¿Acaso tengo que pasar más tiempo aquí para comprobarlo?»
—Pues, respecto a lo último... Yo no encuentro muchas diferencias entre los dos mundos —decidí continuar con la conversación mientras me dirigía a buscar las servilletas—. Me decepciona un poco saber que ni aquí vamos a encontrar un paraíso por los Demonios, pero diría que todo lo que he ido aprendiendo acerca de los Ángeles compensa esa decepción. Por lo menos las personas de bien tenemos la oportunidad de hacer justicia por mano propia con la facilidad de nuestras alas y todos esos poderes geniales que ví por ahí, ¡como prender fuego cualquier cosa o manipular plantas para ahorcar Demonios! ¡Eso tiene a favor este mundo!
Solange se cruzó de brazos contra la mesa de la cocina, me dirigió su mirada y arqueó sus labios en una sonrisa a la que interpreté... Traviesa.
—Ya que mencionaste los poderes de los Ángeles, ¿quieres saber precisamente cómo es que funcionan? —me preguntó con un tono de voz que coordinó con esa sonrisa.
—¿No me habías dicho que cada ángel adquiere sus poderes conforme entrena? —respondí un poco confundida.
Hasta ese momento estaba segura de una triste coincidencia con la Tierra de los Vivos: si ponerte bueno quieres, hacer ejercicio es lo que debes... Claro, hasta ese preciso momento. Hagan énfasis en el «estaba segura» de ahí arriba.
—Buena respuesta, pero no me refiero a eso —aclaró Solange antes de dirigirse al comedor—. Los poderes de los Ángeles además tienen una estrecha conexión con los Siete Pecados Capitales.
Oh, sí. Y antes de que piensen que las cosas se distorsionaron un poco...
—Independientemente de la religión que tengas, si llegas a cometer muchas veces esos pecados, ya sea el mismo o diferentes, tu poder disminuirá —la pelirroja siguió hablando a medida que se afirmaba de espaldas, esta vez, sobre la mesa del comedor—. Digamos que son como una regla «general» impuesta por Muerte para poder orientar nuestra naturaleza acerca de lo que no deberíamos hacer jamás.
Sí. Si pecas en este mundo, el castigo es peor que el que podrías recibir en la Tierra de los Vivos.
—¿Hablas de que si pecas, dejas de ser un ángel? —consulté pasmada.
Solange asintió con la cabeza.
—Los poderes de un ángel van disminuyendo a medida que va cometiendo sus pecados hasta llegar al punto máximo de pérdida —explicó ella mientras se cruzaba de brazos—. Recién al llegar a ese punto, el ángel pierde sus alas y todo su poder, convirtiéndose en la semejanza de un humano ordinario. Y como dato extra, lo opuesto sucede con los Demonios.
Lo último me tomó aún más por sorpresa.
—Si un demonio comete muchos pecados, su poder aumenta hasta convertirse en un ser sumamente peligroso —continuó—. Aun así, hay una forma de que también pierdan su poder, y esa forma está en hacer buenas acciones para convertirse en buenas personas, llámemosle “redimirse”.
Lo bueno aquí es que tanto los Ángeles como los Demonios tenemos un punto en contra, aunque... ¿Algún demonio sería capaz de hacer algo bueno? Algo me dice que no.
—¿Hay alguna forma de que un ángel pueda recuperar el poder que perdió? —indagué con curiosidad. Es que, vamos. Supongamos que cometo un pecado por accidente...
—Claro. Solo tiene que realizar muchas buenas acciones —fue la respuesta de la pelirroja—. Además, si quieres aumentar tu poder sin haber cometido un pecado aún, puedes ayudar bastante seguido a personas que lo necesiten, lo cual se complementa con el entrenamiento. Te das cuenta de que tu poder aumenta cuando tus alas se van tornando de un color en especial o cuando adquieres distintas habilidades como las que vimos en el Salón de la Triple A.
Un simpático cosquilleo surgió en las palmas de mis manos. Había visto algunos ángeles con unas alas de colores muy bonitas en ese salón, incluyendo las de Solange, cuyo degradé anaranjado combinaba con su color de pelo.
—Si entrenar me servirá para obtener mis poderes , ¡entonces me gustaría entrenar más seguido! —sugerí emocionada, observando plenamente a mi compañera—. ¡Quizás hasta podríamos ir hoy a practicar! ¿Qué te parece?
Sin embargo, la respuesta a mi propuesta no fue lo que esperaba:
—Lo siento, pero es que no podré acompañarte. Desde hoy hasta el viernes tengo que trabajar en la confitería por la tarde. Será el fin de semana si no sucede otra cosa. Te lo prometo, Hel.
Mi emoción bajó al suelo como una piedra y sentí una leve decepción al oír que tenía que esperar tanto. Entonces solo deseé una cosa: que la promesa de Solange se haga realidad y que por nada del mundo se nos fuera a joder el fin de semana.
«¡Vamos, que estas alitas no van a evolucionar solas!»
Solange.
Ocho de la noche.
Subí las escaleras hacia mi departamento, manteniendo una sonrisa en mi rostro después de haber saludado a Richard en la entrada, aunque no solo era por eso. Como empleada de la confitería Cielo Azul debía atender a cada uno de los clientes con una gran sonrisa, y por pasar sonriendo cuatro horas seguidas los músculos de mi cara se quedaron quietos como si yo fuera una estatua a la que esculpieron con una sonrisa forzada.
Como si fuera poco, había pasado todo el camino con unas ganas enormes de merendar algo delicioso. Quizás un café me vendría bien, si es que tenía café. O un chocolate caliente, si es que tenía chocolate. Lo más decepcionante sería encontrarme solamente con un té.
Sin embargo, fue otra cosa la que me deshizo la sonrisa “esculpida” en lugar de un té.
Antes de colocar la llave en la cerradura de la puerta escuché unas risas que provenían de mi casa. Una era de Helena, pero la otra provenía de un chico.
«Mierda. ¿Ahora a quién hiciste entrar, Helena? ¿Acaso no te puedo dejar a cargo del departamento mientras trabajo? ¿A quién tienes ahí? ¿A tu nuevo novio, el tipo que pasa de departamento a departamento pidiendo un poco de azúcar?».
Inserté la llave dentro de la cerradura rápidamente. Sería raro, pero quizás hasta podría llegar a tratarse de un demonio.
«¡¿Qué puedo esperar de una niñita que se dejó llevar por el mismísimo Alexander?!»
Abrí la puerta a una velocidad exagerada, atenta a lo que podría llegar a encontrar ahí dentro. Lo primero que vi al entrar fue el pequeño living. Allí estaba Helena, sentada en el sofá grande con un joystick en sus manos y una cara de no comprender lo que me estaba pasando. A su lado se encontraba David, con la misma expresión en su rostro y otro joystick sobre sus piernas. Sentí un alivio tremendo al reconocer de quién se trataba. Suspiré, dejé las llaves sobre la mesa y cerré la puerta.
—¿Qué sucede, David? —le pregunté al instante. Oh, sí. Que no se crea que ya me había olvidado de la cagada que se había mandado anoche. Además, era extraño que estuviera en mi casa teniendo en cuenta que no había ido al colegio esa mañana.
El muchacho dejó a un lado el joystick de mi vieja consola de videojuegos y me miró asustado, como si toda su alegría hubiera desaparecido con mi presencia.
—Encontré una forma de compensar parte del error que cometí anoche —anunció, pasando saliva—. Sé que no tiene nada que ver con Mantícora, pero tú siempre estás cuidando de nosotros sin obtener nada a cambio. Así que te ayudaré en tu nueva misión, esta vez sin causar ningún problema. Creo que de esa forma me sentiría mejor.
Lo pensé por unos segundos. No me gustaba hacer sentir mal a mis amigos después de una discusión, pero no podía evitarlo. Era mi deber protegerlos.
—No lo sé —respondí mientras me sentaba en el sofá que quedaba disponible—. Raymond es un tipo malo, ya te lo he dicho, y no pienso dejar que...
—¡No me meteré con él! —exclamó David, interrumpiendo mis palabras y llegando a asustar a Helena, haciéndole caer su joystick al suelo por la sorpresa—. Estuve recordando lo último que nos mostraste de tu misión, y fue esa noche en la casa de Sophie, esas fotos del extraño líquido que virtió en el tanque de Datnesia. Pensé que, como el agua del tanque es trasladada por todo ese territorio, podría hallar una respuesta de qué es esa sustancia misteriosa si llevamos una muestra de agua al... No sé, laboratorio.
Fruncí mi entrecejo, tratando de analizar todo lo que había dicho. Tenía mucha razón. Tiempo era lo que menos tuve y tendría durante estos días y para ir a Datnesia tenía que esperar al fin de semana. Consideré que podía ser una buena opción, más cuando acepté que no sería tan peligroso.
—Mientras no te metas en problemas ni despiertes a demonios enjaulados, supongo que podré dejarte ir —acepté, suspirando profundo—. Dime qué tienes en mente.
David sonrió con emoción. Helena, en cambio, nos miró confundida y se levantó del sofá para apagar la consola. Aunque como no sabía cómo apagarla, intentó sacarle el cartucho de juegos que tenía. Y como tampoco sabía como sacarle el cartucho, se le terminó cayendo al suelo.
«Sigue así y vas a tener que ir a trabajar para pagarme mi Sega, bonita».
—Sé que a las primeras cuadras de Datnesia hay una canilla que se ubica en lo que antes fue un parque de riego. No sería raro si alguien me ve sacando agua de allí. Será pan comido —reveló David, por lo que toda mi atención regresó a él.
Tal como lo pensaba. Un plan ligero y rápido, además de que no tenía que meterse a las profundidades del territorio demonio para hacerlo. ¡Gracias por su ayuda, parques y espacios verdes abandonados!
—Te daré una botella para que llenes y me lleves mañana a la escuela —le indiqué a mi compañero una vez que me levanté, yendo a la cocina—. Si es que claro, no querrás venir a la tarde de vuelta y quedarte a jugar videojuegos con Helena mientras esperan a que llegue de trabajar.
Tomé una botella de jugo vacía que tenía sobre la nevera y regresé al comedor, mirando con una sonrisa traviesa a mi compañero.
—Creo que debería tener compañía todos los días —sonrió David, dirigiéndole su mirada a Helena, quien gracias a Dios dejó de tocar la consola. Luego se giró hacia mí para recibir la botella y me miró a los ojos—. No me voy a meter en ningún problema esta vez, Sol. Te lo prometo.
Y realmente deseé que esa promesa fuera una realidad porque su idea era genial. Tenía que adelantarme en la investigación antes de que Raymond intentara hacer de las suyas una vez más.
Y averiguar lo qué era ese extraño líquido sería un gran paso de mi parte.
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