22: Mantícora.
Helena
Sophie no despertaba. No importaba cuánto le hablara, tocara e incluso golpeara, seguía tan inconsciente, tan lejana de la realidad, que parecía estar muerta.
«Oh, esperen. Sophie ya está muerta. Me siento un completo fracaso».
Llegó un momento en el que consideré que lo único que me quedaba por hacer era llorar, hasta que percibí el sonido de unos pasos pesados que se acercaban a mí. Me di vuelta preguntándome qué estaba pasando, hasta que pude interceptar a unas pequeñas bestias hechas de piedra con forma de demonios arrimarse hacia nuestro escondite, ¡parecían ser...! ¿¡Estatuas vivientes!?
«¡¿Pero qué rayos es eso y por qué existen en este mundo esas cosas tan raras?! ¡¿Por qué siento que esto es un jodido sueño y nada más?!»
No tenía ni la menor idea de cómo actuar frente a esas cosas extrañas. Traté de recordar algún consejo de Solange para defenderme ante este tipo de casos, pero no encontré nada. ¡Qué buen servicio! Solo me había enseñado a usar mis alas.
«Un momento... Quizás ahí tengo la solución a este problema».
Eso era. Mis alas.
«Vamos, alitas, aparezcan de una vez», pensé, asustada ante la visita de esas mini bestias mientras hacía fuerza para que mis emplumadas alas salieran de mi espalda.
Pero no sucedió nada.
«Perfecto, alitas. Te dije que nos llevaríamos muy bien».
Una de las estatuas aceleró su paso, dejando al resto de sus semejantes atrás, intentando llegar rápidamente al lugar en el que me ubicaba. Intenté que mis alas surgieran una vez más, pero en ese momento presencié como aquella bestia se lanzó hacia mí, directo a atacarme.
Los rocosos pies de la gárgola se despegaron del suelo. Mi cuerpo se hallaba paralizado, sin saber cómo reaccionar al respecto, en cuanto sentí como mi remera se desgarró a la par que un peso extra emergía de mi espalda. La gárgola terminó cayendo al suelo por distracción al ver mi tan repentina transformación, mientras que las demás se frenaron al ver aquellas alas tan blancas como la nieve surgir de un instante a otro.
Sin embargo, sabía que no era el mejor momento para ponerse a mirarlas. Me di vuelta para seguir con mi intento de despertar a Sophie, pero me sorprendí al darme cuenta de que ya no era necesario. La encontré abriendo sus claros ojos lentamente. Sentí que su vista le pesaba al verla pestañear más de una vez, y se refregó el ojo izquierdo como si se estuviese despertando de una larga siesta, pero su lento resurgir fue interrumpido por mí cuando opté por tomarla del brazo, intentando levantarla del suelo con todas mis fuerzas.
Sophie se dio cuenta de la acción y se paró tan rápido como pudo, encontrándose un poco mareada al apoyar el peso de su cuerpo sobre sus piernas. Se sostuvo fuerte de mis hombros para no caerse, pero fue entonces cuando descubrió a las malditas estatuas. Dos de ellas, junto a la que se había caído, se acercaron lentamente a nosotras con la clarísima intención de atacar en algún momento, ya sea a partir de un salto o con un vuelo por parte de sus pesadas alas de piedra. Sin embargo, la idea del vuelo ya la ocupaba yo.
-Tus alas, Sophie, tus alas -le susurré a la niña, apresurada al ver cada paso que daban esos demonios.
Sophie se dio cuenta de que debía actuar lo más pronto posible, por lo que la intensidad del momento causó que sus enormes alas surgieran automáticamente. Una grata sorpresa para mí.
-Soph, vámonos... -le susurré nuevamente, dando un paso al frente a la vez que mis alas se abrían para lanzarse al vuelo.
Aún no me veía capaz de volar, razón por la cual me sujeté con fuerza de Sophie. Sentí como ella reaccionó ante esto y, como también recordó mi poca experiencia en estas cosas, después de mirarme con sus temblorosos ojos comenzó a aletear para alzarse al vuelo. Las estatuas ya estaban listas para el ataque, ¡pero qué pena fue que su embestida resultó ser a paso de tortuga! Si se hubieran apresurado más a la hora de lanzarse encima, quizás nosotras no nos hubiéramos escapado en un ligero vuelo.
Aunque estar en el aire a metros del suelo tenía un "pequeño" punto negativo.
Sophie se mareó al encontrarse en las alturas y a duras penas dejó salir su voz, diciéndome que su vista se había nublado de repente. Su debilidad aumentó con el temor y optó por bajar al techo de la iglesia para recuperarse, cosa que acepté teniendo en cuenta que quedaríamos lejos de aquellas bestias. Por suerte solo había sido un leve mareo resultado del golpe tan brusco que Mantícora le había dado antes de su desmayo.
-¿Dónde está David? -me preguntó una vez que se calmó un poco.
-Él y Solange están luchando contra Mantícora, pero no te preocupes. De seguro están ganando -le respondí al compás que me arrodillaba a su lado, apoyando mis manos sobre sus hombros-. ¿Te encuentras bien?
-Un poco mejor, solo fue un pequeño mareo -respondió-. ¿Qué fue lo que me pasó antes de que llegaras?
-Bueno, pues... -comencé a decir yo.
Sí, solo eso alcancé a responder.
Me impacté en un único segundo al ver como una de las gárgolas llegaba al techo con un vuelo que le costaba llevar a cabo debido a sus pesadas alas. Creí que sería el momento de volver a escapar como toda la novata cobarde que era, en cuanto Sophie pareció tomar otra decisión.
Solange.
Habían pasado unos cuatro minutos desde que comencé a luchar contra Mantícora y, aunque sentía ganas de caer rendida, seguía peleando contra la bestia. Ya estaba cerca de liberar mis manos, las cuales todavía seguía aplastando contra mi espalda, pero el peso del demonio lo volvió realmente complicado. Lo bueno entre tanto rasguño era que estaba cerca de terminar con todo esto.
-¿¡Estás bien, David!? -le pregunté a mi compañero en el tono más alto que pude soltar.
Él estaba tirado en el suelo sin moverse en lo absoluto, según lo que alcancé a ver muy de reojo. Dos de las Gárgolas lo estaban vigilando y temía de ser golpeado una vez más. Desde allí lograba escuchar sus gemidos de dolor después de recibir cada golpe.
-¡Sí, no te preocupes! -me respondió segundos después, con su voz temblorosa ante el temor-. ¡Pero quizás deberías preocuparte por las chicas! ¡El resto de las Gárgolas fueron a dónde ellas! -añadió, para luego volver a escuchar cómo recibía otro golpe por parte de una Gárgola.
Apresuré mi plan ni bien recibí la noticia y logré liberar mi brazo derecho, con el cual sostenía mi arma. Mantícora ya no sabía qué hacerme. Había clavado sus garras en mis brazos e intentó morderme, consiguiéndolo tan solo una vez de mil intentos. Yo sabía que desaparecer a su víctima era su único objetivo.
-Eres muy lento, gatito -le susurré a la bestia al compás que apuntaba el arma a su pecho con la mayor agilidad posible, evitando que se diera cuenta-. Ya me estoy aburriendo.
Con mi última palabra apoyé mi dedo en el gatillo y, esta vez sin ninguna visita que me distrajera, disparé.
La bestia gimió de dolor al sentir la bala entrar en su pecho. Se levantó unos segundos a causa del mismo sufrimiento, sin darse cuenta de que su presa podía aprovechar ese momento para escaparse. Y así fue. Rodé por el suelo y logré escapar del demonio antes de que cayera rendido.
Con gran puntería le disparé a las gárgolas que golpearon a mi amigo, destrozando sus demoníacos rostros por completo. Corrí a levantar a David, quien se encontraba un poco mejor al descansar de tantos golpes recibidos. Se levantó con mi ayuda y, con un poco de mareo, dio unos leves pasos hacia la salida de la Iglesia. No obstante, allí se nos apareció otra sorpresa. Mantícora se había levantado del suelo después del disparo y, con una velocidad increíble, se lanzó sobre nosotros. Aunque por supuesto nosotros no somos ni jamás seremos unas presas tontas, por lo que nos movimos a un costado en ese mismísimo instante, dejando caer a la bestia a unos centímetros de ambos.
-¡Vamos, por la salida de atrás! -le comuniqué a David en un susurro agitado.
Asintiendo con su cabeza, el ángel me siguió hacia el antiguo y destrozado altar de la Iglesia. A la derecha de este se encontraba una despedazada puerta de madera que guiaba hacia un pasillo oscuro. Una vez que los dos llegamos al pasadizo, corrimos hacia otra puerta ubicada en línea recta al final del camino, la cual alcanzamos a reconocer por tener una ventanilla abierta. Esta era la otra salida de la Iglesia, cuya puerta de metal aún no había sido destrozada por la salvaje bestia. La abrí de una patada, teniendo a nuestras vistas el patio trasero del lugar. Pude sentir como un poco de esperanza fue llenando mi cuerpo.
Sin embargo, un fuerte ruido echó esa misma esperanza a perder. Consistía de un rugido proveniente de Mantícora, quien aún no se rendía y no pensaba en hacerlo. El terrible demonio se dirigió, con una velocidad indescriptible, hacia el pasillo por el que habíamos pasado hacía segundos atrás, buscando acabarnos de una vez por todas, aunque por supuesto que no lo iba a aguantar luchando sobre mí otra vez. David y yo no dudamos en salir al patio y encontrar alguna manera de escapar. Podíamos saltar los murales del fondo y llegar al otro lado, pero nuestra rápida idea no pudo concretarse a tiempo.
Tal resultó que justo mientras corríamos hacia nuestra momentánea salvación, sentí un peso bastante considerable caer sobre mí, haciéndome caer de cara contra la tierra húmeda. Abrí los ojos ni bien sentí los pasos de Mantícora acercarse e intenté levantarme, pero todavía seguía teniendo ese peso encima mío. Comencé a sospechar que se trataba de una persona y lo comprobé al oír su voz de preocupación. Era lo único que me faltaba.
-¡Cuánto lo siento, Solange! -Helena se levantó de mi espalda y comenzó a pedir disculpas por el golpe.
Comencé a levantarme del suelo con su ayuda y, una vez que quedé de pie enfrente suyo, vi como David había terminado igual que yo, con la cara llena de lodo al ser aplastado por Sophie, quién se sentía tan culpable como Helena.
-¡¿Qué se supone que hicieron?! ¡Tenemos que irnos! -grité, intentando sonar lo más autoritaria que pude, y tomé del brazo a Helena para escapar. Este tipo de comportamientos en casos de emergencia me carcomían la paciencia.
Bastante razón tenía en hacerlo. En un abrir y cerrar de ojos pude descubrir a Mantícora destrozando la puerta de la Iglesia. Al vernos desde allí, le rugió al aire.
Qué exquisito banquete se esperaba por un lado, y cuánta diversión se imaginó por el otro.
Y qué casualidad tan maravillosa destrozó, literalmente, sus animalescos planes.
No había sido yo la primera en reaccionar salvajemente ante el demonio, ni el resto de mis compañeros. Las responsables de acabar con su presencia fueron las más fieles amigas de la bestia, las Gárgolas, por una pura coincidencia. Más pura que cualquier ángel.
Pasó que las piedras habían saltado desde el techo para atrapar a sus cuatro víctimas cayendo sobre ellas, pero finalmente ninguno de nosotros fue su accidental objetivo. La velocidad de la caída por su peso, la concentración de Mantícora al fijarse únicamente en los ángeles que tenía enfrente y una falla en el cálculo causaron que las Gárgolas cayeran sobre la bestia, aplastándola ferozmente.
Tampoco habían caído dos gárgolas que le podrían haber hecho una simple cosquilla. Eran ocho de ellas, de las cuales seis se habían convertido en pedazos tras el intenso impacto contra el suelo. Solo dos terminaron sanas y salvas, o al menos eso pareció ser de lejos. Estaban enteras, sin un solo peñasco de roca fuera, pero sin vida. Se habían quedado inmóviles, enseñando terror en sus miradas. Mantícora, debajo de ellas, quedó inconsciente.
Cuando me giré a ver a mis compañeros, encontré a Sophie temblando con su cabeza apoyada sobre el pecho de David, quién en ese instante se atrevió a abrir los ojos. Los había mantenido cerrados con fuerza para no observar lo que pasaría si la bestia nos alcanzaba. Helena, a unos pasos de mí, había quedado impactada.
-¿Está muerto? -se animó a preguntar al mismo tiempo que se tomaba las manos, tratando de terminar con el temblor por el que pasaban, pero se le era imposible.
-Solo el fuego real o el conjuro de un demonio puede acabar con su existencia -respondí yo, volviendo a ver a la bestia-. Solo está inconsciente. Tenemos que irnos antes de que despierte.
Ninguno de mis menores respondió. La única en darme indicio de aceptar fue Helena, quien asintió con su cabeza.
-Lo... -hasta que, segundos después, David se animó a hablar. Era justamente al que menos quería escuchar-. Lo siento. Todo esto sucedió por mi culpa.
Le clavé ferozmente mi mirada al terminar de escucharlo. Parecía querer llorar de nuevo, pero no teníamos tiempo para consolar al mete patas del grupo. Lo único que recibió a cambio fue la ayuda de Sophie para caminar e ingresar a la Iglesia delante de mí y de Helena. Antes de eso, todos pasamos a un lado del cuerpo de Mantícora y las Gárgolas perturbadas.
«Lo lamento, pequeñas cosas de piedra, pero Almhara no es el mejor lugar para ustedes».
Atravesamos el interior del establecimiento abandonado, oscuro y ahora solitario. Salimos por la entrada del frente, listos para irnos de aquel maligno territorio.
Al menos teníamos un punto bueno entre todos los golpes, sustos y el posible castigo para Sophie por parte de su tía. Ningún demonio pasaba por los alrededores de una Iglesia abandonada que a simple vista no captaba su horrenda atención.
Es decir, ¿tú, como Demonio, qué más le puedes hacer a un lugar así sabiendo que alguien de tu misma especie duerme allí dentro?
Los Demonios no son tontos cuando les conviene.
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