21: Rescate.
Solange.
La alarma de mi teléfono sonó una vez más aquel martes a las seis con quince minutos de la mañana. Ya había ignorado las dos alarmas anteriores porque no encontraba ánimos para levantarme de la cama, pero de todas formas tuve que recuperar fuerzas para levantarme, alistarme para el colegio y dirigirme al comedor, siendo Helena lo único interesante que pude llegar a encontrar. Estaba dormida como un muerto. A fin de cuentas supe que lo más factible no siempre sería lo más suave en cuanto a ella.
—¡Vamos, Helena! —le grité para despertarla—. ¡Llegaremos tarde otra vez! —añadí, dando por hecho mi objetivo.
Helena abrió los ojos por el susto y se levantó rápidamente para correr hacia mi habitación y vestirse. Para este día escogió unas calzas negras y una remera beige, además de haberse atado el pelo en una coleta. No se veía mal.
Probablemente se puedan llegar a preguntar si llegamos tarde otra vez, y mi respuesta es un estúpido «sí». Helena tardó un año en vestirse y además me insistió en dejarla comer al menos una miserable galleta para no pasar hambre por el resto de la mañana.
«Pero por favor, Helena, los muertos no necesitamos comida. ¡Espero que sepas que en estos días solo he estado comiendo por ti!».
Lo bueno de llegar tarde en estos casos está en que los profesores no se molestan cuando interrumpo sus clases entrando al salón quince minutos después de haber comenzado. Aquí la mayoría me conoce y por mi compromiso con la Triple A he tenido que presentar todos los datos de la Asociación a los directivos del colegio para que ellos sepan que mis llegadas tardías o retiros anticipados tienen una razón: ayudar a alguien en problemas. Lo mismo le sucede a David y, muy pocas veces, a Celeste.
Cuando llegó el receso David y yo salimos de nuestro salón de clases para ir a buscar a Helena y a Celeste. A veces él prefería quedarse encerrado leyendo sus cómics o ir a visitar a su novia cuando tenía una, pero desde que ella le terminó, básicamente lo tuve que obligar a venir conmigo todos los días para que no se quedara encerrado llorando como todo un depresivo. El problema aquí es que a Celeste no le agrada, ¡por no decir que no le agrada nadie! Aún me cuesta entender cómo es que somos mejores amigas. Por lo menos David ya tenía una nueva acompañante y yo estaba un poco feliz por ello. Helena es una buena chica, de eso no podía dudar aunque Celeste opinara lo contrario.
No, no es que Helena le pareciera una mala persona. Solo no le caía bien. Y cuando alguien no le cae bien, me veo obligada a escuchar cada una de sus quejas y críticas hacia esa persona. En ocasiones llegaba a estresarme. Menos mal que esa mañana fue mucho más tranquila que la anterior. Nada de conflictos, ni discusiones, ni quejas. Acompañé a David y a Helena a comprar unas barritas de cereal que las chicas de tercer año vendían y luego le llevé una a Celeste. Me alegró saber que no tenía ningún lamento sobre su nueva compañera, después de todo, la había ignorado durante toda la mañana, incluso cuando el profesor de matemáticas la llamó para que le prestara su cuaderno.
Fue una mañana tranquila con buenas noticias, buenas calificaciones —por fin conseguí un diez en inglés, después de dos años intentando—, chismes que valían la pena escuchar según mi mejor amiga, y... Algún que otro tropiezo de Helena en sus intentos de hacer aparecer sus alas cuando volvíamos a casa. Por poco terminamos desplomadas en medio de la calle.
«Pero Helena no fue la única responsable de mis tantos movimientos en este martes».
Es más, Helena no me había causado problemas desde el mediodía y sus bobos intentos de volar. Cuando llegamos a casa se acostó a dormir la siesta, me ayudó a preparar la merienda y luego se sentó a realizar unos cuantos deberes de matemáticas que parecía no comprender. Intenté ofrecerle mi ayuda, pero me di cuenta de lo necia que puede ser. Me dijo que quería hacerlo sin la ayuda de nadie.
«De acuerdo, niña bonita, dile eso al profesor cuando vea que todos tus trabajos están mal resueltos».
Ash, pero volviendo al tema otra vez...
«Helena no fue la única responsable de mis tantos movimientos en este martes».
Era una noche bastante tranquila, relajante y entretenida. Fue así hasta que me levanté del sofá después de pasar un buen rato leyendo uno de mis libros preferidos y pensé en preparar algo para comer en cuanto escuché el tono de mi teléfono: una llamada entrante.
Por alguna razón corrí a atender con un mal presentimiento. Fue como un instinto. Sentí una sensación peor al ver una foto de David en la pantalla. Él nunca llamaba a esas horas a menos que estuviera lejos de su casa. Y eso último no me señaló nada bueno.
—Solange, perdóname —Fue lo primero que escuché al contestar la llamada—. Por favor, perdóname, pero tienes que venir rápido.
La voz de David se oía jadeante, como si algo realmente grave estuviera sucediendo. Además reconocí como poco a poco su respiración se iba quebrando, acudiendo al llanto. No alcancé a preguntar qué era lo que sucedía. Él volvió a hablar.
—Perdóname, Solange. Sophie y yo vinimos a Datnesia, solos. Mantícora despertó, y... —Marcó una pausa cuando un rugido fuerte, como si fuese el de un león, me aturdió el oído—. Atacó a Sophie.
Sentí como el alma se me vino a la boca. Colgué la llamada de inmediato y corrí a mi cuarto lo más rápido que pude, sin siquiera voltearme a ver a Helena e ignorando un inocente «¿Estás bien?» que lanzó al instante. Abrí el cajón de mi mesa auxiliar y de ahí dentro saqué mi arma. Era una pistola de metal. Y si se preguntan por qué tengo un arma en casa, solo déjenme decirles que en realidad le pertenece a la Asociación y debo utilizarla solamente frente a ciertos demonios como Mantícora. Luego descolgué de mi perchero un pequeño bolso negro en el que guardé el arma. Antes de regresar al comedor recordé también descolgar una chaqueta verde para abrigarme.
—¡Tenemos que irnos, Helena! —le indiqué a mi compañera cuando regresé. Ella se levantó rápidamente de su silla y dejó de lado sus deberes.
—¿Qué sucede? —me consultó con cierta inocencia, ¡pero no tenía tiempo para eso! Tomé una chaqueta negra que ella misma había dejado sobre el sofá y se la lancé.
—David y Sophie fueron atacados por Mantícora, el demonio de su misión —le respondí. Me puse la chaqueta verde y me colgué el bolso luego de guardar ahí adentro mi teléfono—. No sé por qué carajos se fueron a meter ahí solos, ¡ya les dije que no debíamos ir seguido a Datnesia!
Helena imitó mi acción y en cuestión de segundos estuvo lista para salir afuera. Tenía una cara de susto tremenda, pero estaba segura de que la mía estaba peor. David y Sophie eran mis menores, ¡jamás les tenía que suceder algo! ¡Por eso acordé con ambos de acompañarlos siempre en su misión!
«¿¡Pero por qué serás tan estúpido, David!? Si esa bestia llega a su límite, ¡tendrás problemas con todos los demonios de ahí!».
Él ni siquiera me había comentado en el colegio su plan de ir a Datnesia por la noche. Nunca, en ningún momento. Lo último que habíamos hablado al respecto era que de nuevo iríamos los cuatro el miércoles. ¡El miércoles, no el maldito martes!
«Odio cuando quieren hacer las cosas a mis espaldas. ¡Y así les va! ¿Qué mierda harían sin mí?».
Bajamos las escaleras lo más rápido que pudimos!a pesar de llevarnos por delante a un cansadísimo Richard que intentaba subir con un montón de cajas vacías. No me importó en lo absoluto, incluso le grité a Helena que no se detuviera a ayudarlo. No teníamos tiempo.
Mantícora es realmente una bestia. Sus rugidos se pueden escuchar por toda Datnesia y alarmar a cualquiera. Sus golpes, rasguños y tarascones jamás podrían terminar con un ser de este mundo, pero si algún otro demonio se enteraba de todo, las cosas realmente se pondrían peligrosas.
Me detuve a cerrar los ojos una vez que llegamos a la recepción y, mientras mis alas surgían en mi espalda, moví mis manos en forma de un gran círculo para fabricar un portal de fuego que nos llevaría directo a Datnesia. Amalia me había enseñado que los portales eran solo para emergencias debido a la cantidad de fuerza que consumían, y vaya que estaba en lo cierto. Sentí mis alas prenderse en llamas mientras lo creaba, además de un intenso dolor que me atormentó desde la cabeza hasta los pies. Apreté los ojos con más fuerza cuando la luz del portal comenzó a encenderse. Era tan intensa que jamás podría lograrlo con los ojos abiertos. Hasta llegué a sentir una pesadez en medio de toda esta acción. Pero también me acordé de Helena cuando la escuché gritar.
«¡Por Dios, tápate los ojos!».
Por suerte logré finalizar el portal justo en ese momento. Abrí los ojos y me volteé a ver a mi compañera instantáneamente. Me llevé una grata sorpresa al verla con Richard detrás, tomándola entre sus brazos y tapándole los ojos con una de sus manos. No sé cómo llegó a aparecerse por ahí después de rodar por las escaleras hacía un minuto atrás, pero me hizo un favor enorme. Era un buen amigo.
—Buena suerte, chicas —nos deseó a la par que liberaba a Helena. Ella quedó más perpleja que yo, pero no había tiempo de explicarle.
—Muchas gracias, Rich —le agradecí al recepcionista y luego postré mi mirada en Helena—. Ven conmigo, Hel. No temas. Te prometo que haré mi mejor esfuerzo para que todos estén bien —dicho esto me estiré para tomarla de la mano y así dirigirnos hacia el portal.
No me di vuelta para verle la cara ni tampoco la escuché decir algo al respecto. Teniendo enfrente el portal abierto hacia Datnesia, lo crucé, llevándola a ella detrás de mí. En un abrir y cerrar de ojos nos encontramos ahí, a unos pasos del alambrado que dividía los distritos de Datnesia con los de nuestra ciudad. Giré a ver a Helena y solté su mano con mucho cuidado. Pestañeó un par de veces, mirándome igual de confundida que antes.
—¿Acaso estamos en...? —Intentó preguntar, pero yo la interrumpí.
—Luego te lo explico —le susurré al darme cuenta de lo que necesitaba saber y volví a girar para estudiar nuestro alrededor—. Ahora ponte la capucha de tu chaqueta y sígueme. Por favor, no tengas miedo. Sé que esto es nuevo para ti, pero tendrás que acostumbrarte.
Después de asentir con la cabeza, Helena obedeció a mis palabras y comenzamos a correr por las oscuras y vacías calles de Datnesia. Eran las ocho de la noche, demasiado temprano para que esos demonios idiotas salieran a hacer sus cosas. Al menos tuvimos un punto a favor durante nuestro camino a la iglesia de Mantícora, pero una vez que llegamos allí, mi piel se erizó al ver lo que tenía enfrente.
La puerta de la iglesia, de roble con cerradura y detalles de plata, estaba despedazada. Los escalones de la entrada se encontraban destrozados, como si hubiesen tomado un pico para romperlos. Segundos después de contemplar, oímos un fuertísimo rugido que provino de allí dentro y que llegó a asustarnos más de lo que ya estábamos. Era producto del demonio, de una verdadera bestia. Me decidí por dar un paso al frente, pero entonces escuché un chitido, como si estuviera dirigido a nosotras. Observé hacia todos lados. Helena también, hasta que oímos un susurro.
"Chicas, por aquí."
Se trataba de David. Se estaba escondiendo en una especie de refugio que había improvisado frente a la Iglesia, cubierto por una gran lámina de lata oxidada y sostenida por unos tarros de combustible vacíos. A su lado se encontraba Sophie, inconsciente.
—Mierda, ¿por qué vinieron solos? —le pregunté a David, resaltando mi preocupación apenas llegué a donde ellos. Saqué mi teléfono del bolso que traía puesto e iluminé con la linterna a Sophie.
Si bien un demonio no puede desaparecer a un ángel a través de golpes, podía quitarle la conciencia por un tiempo. Depende de cada demonio por cuánto.
—Hel, quédate cuidando a Sophie. —Le pedí a mi compañera a la vez que confié mi teléfono en sus manos. Una vez que lo recibió en silencio, pasé a mirar a David. Sus ojos estaban húmedos, como si quisiera volver a llorar—. David, tú vendrás conmigo a detener lo que provocaste, y espero que durante ese tiempo pienses en una muy buena explicación para darme —ordené.
Él solo asintió temorosamente con su cabeza y giré a mirar a Sophie y a Helena por última vez. La mirada de Hel parecía decirme que no me preocupara, que todo saldría bien, o al menos así lo interpreté yo.
Suspiré profundamente ante los nervios y salí del escondite, echando a correr hacia la entrada de la iglesia lo más rápido posible. De esa forma Mantícora no me vería desde adentro y eso era un punto a nuestro favor. Al llegar a la entrada, me apoyé de espaldas contra la pared a tan solo unos pasos de la puerta. Esperé unos segundos a que David llegara a dónde yo y, una vez que imitó todos mis pasos, saqué mi pistola del bolso y la mantuve con las manos a la altura de mi pecho, apuntando al frente. Luego comencé a dar unos cortos pasos hacia la puerta, tratando de no hacer ningún ruido para que la bestia no sospechara de nuestra presencia. Detrás de mí se encontraba David, quien si bien no poseía un arma, como mínimo podía defenderse con sus poderes.
Desde donde estábamos, logramos percibir un leve rugido de la bestia, lo cual me causó más pavura a medida que me acercaba al agujero. Cuando consideré que quedamos a la distancia perfecta, me detuve.
Di un respiro lleno de nervios. Tenía una idea preparada a medias y solo sabía que consistía en dormir a la bestia. Me volteé a ver a mi compañero, quién se encontraba peor que yo. Noté el terror que sentía al contemplar sus llorosos ojos café, pero a la vez sentí que no teníamos que esperar más tiempo. Suspiré una vez más, tomando la decisión. Eché a correr hacia la entrada de la iglesia y accedí rápidamente a su interior.
Una vez que entré, corrí a esconderme a un costado del acceso. Segundos después llegó David, ocultándose a mi lado. La bestia estaba de espaldas, gruñéndole a la pared. Así de desconcentrado quedaba después de despertar.
Comencé a vislumbrar minuciosamente el interior de la iglesia. La oscuridad formaba gran parte de ella, puesto que el único foco de luz que podía llegar a iluminar algunas zonas no era más que el esplendor de la calle que accedía desde sus rotas ventanas. Sus paredes, de ladrillos azules, se mantenían estables a excepción de numerosos rasguños que se podían apreciar en cada rincón. En algún tiempo el piso fue conformado por delicadas baldosas blancas que tras el abandono del lugar pasaron a ser pedazos de cerámicos amarillentos y llenos de polvo. Los bancos de madera estaban destrozados, pasando a ser una enorme colección de astillas. Una estatua de un aparente Santo también fue llevada a ser parte de otra colección, ahora de pedazos inservibles de marfil.
Yendo a lo más importante, observé a la bestia. En ese momento se encontraba de espaldas, arrodillada y cubriéndose el rostro con una de sus enormes manos. Tenía la contextura de un ser humano promedio, pero un pelaje color ocre lo cubría en su totalidad. Un pelaje que en algún momento fue suave y brillante, no obstante, ahora estaba repleto de costras y heridas secas. Poseía una larga cola de escorpión que parecía pesar bastante y sus pies contaban con unas enormes garras que perturbaban la vista de cualquiera. Su cabello era largo y rubio, toda una melena sucia y desprolija. Sus manos eran como sus pies, pero con unas garras de mayor extensión y peligrosamente afiladas. No hablaba. Solo podía producir gruñidos para comunicarse.
Mantícora había sido parte de las tantas torturas de los Demonios y lamentablemente ya no había marcha atrás para deshacerse de todos los traumas por los que había sufrido. Es este uno de los tantos motivos por los que nosotros, como Ángeles, debemos cuidar nuestro pellejo de las garras malignas. Los Demonios han adorado torturar almas desde el comienzo de la historia y todo el universo podría confirmar que jamás dejarían de hacerlo.
Pensé en avanzar unos pasos para disparar. Sin embargo, el demonio se volteó de inmediato, ostentando unos refulgentes ojos verdes que resaltaron en la oscuridad. Comenzó a dar unos lentos pasos hacia nuestra dirección, dejando iluminar su rostro por la luz del exterior a medida que avanzaba. Contemplé su boca partida que enseñaba dos enormes colmillos junto a una peligrosa dentadura asesina. Empezó a gruñir amenazante mientras se acercaba a nosotros, quienes nos habíamos quedado intactos a un costado de la entrada, siendo sus próximas presas.
«Pero... Yo jamás me convertiría en la presa de ningún demonio, y mientras siga bajo mi cuidado, podía prometer que David tampoco».
Instantáneamente le apunté con el arma a la bestia, a quien le quedaban unos diez pasos de distancia para llegar a dónde nosotros. Apoyé mi dedo índice sobre el gatillo para dispararle y terminar de una vez por todas con aquel caos. No obstante, mi ligera idea no salió como esperaba.
Cuando sentí que era el momento ideal para disparar, un estruendo impresionante retumbó en todo el lugar. Vi como la bestia giró su vista hacia la entrada, a lo que seguí su mirada al igual que David. Todos vimos una enorme piedra en el suelo, la cual parecía haber sido lanzada ahí con mucha intención. Aun así, hallamos bastante rápido al responsable. Se trataba de una gárgola.
Sí, una gárgola. Una estatua enana que tenía vida como cualquier otra alma. Se movía como si fuese una persona normal, entrando a la iglesia con unos lentos y comedidos pasos. Era de color gris, tenía rulos en su cabello de piedra y dos cuernos pequeños además de un par de alas asemejadas a las de un murciélago. Era una Gárgola Demonio.
Me pregunté inmediatamente qué rayos hacía eso ahí, pero no conseguí una respuesta. Inclusive Mantícora se había detenido al ver a dicha estatua acceder a su escondite. Sin embargo, no se trataba de una sola gárgola. Con el pasar de los segundos comenzaron a aparecer más de ellas en la entrada del lugar, todas con distintos tipos de cuerno y con o sin alas.
«Bien... ¿Qué clase de ataque sorpresa es esto? ¿Qué sigue? ¿Pitufos?».
No podía lanzar ni una sola palabra al respecto. Las Gárgolas Demonio son parte de una de las leyendas más antiguas de Almhara, la cual cuenta que ellas estaban destinadas a dormir inmóviles durante toda la eternidad tras el conjuro de un ángel guardián que buscaba la paz. Jamás me imaginé que esas cosas fueran de verdad. David, al igual que yo, se quedó congelado.
Sin embargo, tan repentina y extraña visita causó una enorme distracción en nosotros dos. Una distracción que parecía formar parte de un plan entre Mantícora y las Gárgolas. Pues, en cuestión de segundos, la bestia se lanzó encima de mí, mientras que las gárgolas imitaron su acción tirándose sobre David.
Mantícora era realmente un león salvaje y peligroso. A pesar de su contextura, su peso era mucho mayor que el mío, entorpeciendo el poder levantarme o incluso defenderme. Me había aplastado los brazos con mi propia espalda y tratar de sacarlos de ahí mientras esquivaba sus tarascones fue un trabajo de gran dificultad. Mientras, pude ver de reojo como David también era aplastado por cinco de aquellas gárgolas, mientras que el resto solo alentaba con euforia la escena.
Una escena de pelea, odio y la búsqueda de la desaparición de dos almas.
¿Acaso nos íbamos a convertir en presas?
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