19: Simpatía.
Helena.
-¡Despierta, Helena! ¡Se nos hará tarde!
¿Qué mejor manera de despertar un lunes a las siete de la mañana que cayendo de espaldas del incómodo sofá en donde duermes?
Esperen, acabo de olvidar añadir un pequeño detalle.
¿Qué mejor manera de despertar así, siendo tu primer día de clases en una escuela de muertos?
Corrí al sanitario casi a los tropezones para vestirme. Todavía veía borroso por haberme despertado tan de golpe y por la incandescente luz del sol que accedía desde el ventanal y me dio de lleno en la cara. Solange había sido la responsable de sacarme de mi sueño al gritar como histérica.
Y yo qué estaba soñando tan lindo, con paseos en un parque y una linda chica pelinegra que no pude recordar quién era...
Me puse un suéter azul con corazoncitos negros, un simple jean y mis zapatillas negras de siempre. No me veía del todo mal hablando de la vestimenta, pero del cuello para arriba... Parecía sobreviviente de un apocalipsis zombie. Tenía el cabello lleno de frizz atado en una coleta desprolija, las ojeras tornadas de color violeta y los labios partidos como si fueran de hielo.
¿Podía haber algo peor? Claro que sí.
Fue llegando al living cuando descubrí que mi vestimenta también estaba mal. Encontré a Solange terminando de tomar su café y vestida con el uniforme de nuestra escuela: una camisa blanca de mangas largas con una pequeña corbata negra y una falda azul marino. También cubría sus piernas con unas pantis negras debajo de su falda. Como calzado llevaba unas bonitas zapatillas blancas con detalles plateados.
¿Cuál era el problema entonces?
Claro: ¡ni siquiera había recordado que tenía que vestir con un uniforme! Pero, ¿de dónde rayos lo iba a conseguir? Ser nueva en este mundo y no pensar dos veces antes de inscribirse en la escuela trae sus desventajas.
«Maldita bienvenida de Alexander y sus ganas de distraerme».
Y, para empeorar las cosas, no pude probar ni una sola galleta. Ni bien me vio, Solange me señaló que ya era hora de irnos.
«¿No hay ningún desayuno para mí?».
Por suerte la distancia entre el departamento y la escuela no supera los treinta minutos, aunque de todas formas llegamos tarde. El colegio, tanto por dentro como por fuera, se veía tan tranquilo como el día que llegué. No intercepté a nadie andando por la galería más allá de un conserje. Tampoco se escuchaban voces. Por poco parecía que Solange y yo éramos las únicas alumnas de la institución. Dos alumnas muertas.
-Señor Gutiérrez, ella es Helena. Como sabrá, llegó el jueves pasado a Almhara y quiere continuar con sus estudios en la institución -le explicó Solange al director cuando nos permitió pasar a su oficina. Fue lo primero que hicimos al llegar a la escuela-. Ella le consultó a Alexander algunas cosas y supuse que ya la había inscripto, ¿no es así?
El hombre, sentado desde su escritorio, me vislumbró con atención a la par que oía a mi compañera. Parecía que trataba de recordarme hasta que lo logró, entonces me dedicó una sonrisa. Luego se levantó a tomar una carpeta casi vacía del estante que tenía detrás.
-Helena Seabrooke, alumna para penúltimo año. ¿Es usted, verdad? -me consultó a medida que revisaba una y otra vez una hoja en específico de la carpeta. Parecía ser un fichero con la poca información de mí que le proporcioné antes-. Sí, está inscrita correctamente. La recuerdo bien, señorita. Usted se acercó el día jueves a última hora a dar aviso de su inscripción. Lo único que necesitamos de usted es su documentación oficial, pero viendo que llegó el mismo jueves dudo mucho que haya iniciado los trámites... ¿Está segura de que quiere comenzar de todas formas?
¿Había algo malo en eso? Sí, la bendita documentación oficial. Ni siquiera sabía que los muertos teníamos que tener documentos. Y yo odio madrugar y esperar en una fila por horas por unos benditos trámites.
¿Había algo de bueno? Afortunadamente sí, y era que podía comenzar las clases aún sin esa documentación. ¡Seguro me darían un plazo para entregarla después!
-Estoy muy segura de eso, señor -asentí al cabo de unos pocos segundos-. Quiero comenzar ahora.
El director quedó un poco pasmado. Como que le costó procesar mi respuesta. Hasta se esforzó en volver a sonreír.
-Co-co-como usted diga, se-señorita Helena -respondió con dificultad, algo así como si por poco no pudiera haber utilizado su voz porque ella no quería salir de él-. Re-recuerde que puede acudir a mi oficina en caso de que se arrepienta de tan... De tan apresurada decisión.
¿Arrepentirme? Créanme que casi nunca me arrepiento de las cosas. Si aún no me había arrepentido de ninguna de mis decisiones apresuradas desde que llegué a ese mundo, menos me iba a arrepentir de algo tan sencillo como ir a la escuela. Soy una adolescente después de todo. ¿Qué más podía hacer en el día? ¿Quedarme en el departamento de Solange para siempre?
Y ya que mencionamos a Solange... Ella se mantuvo seria todo ese tiempo que estuvimos con el director. No supe por qué, pero me resultó un poco incómodo verla así. Menos mal que esa mala cara no le duró mucho más tiempo. Una vez que quedé confirmada en la lista de estudiantes, Solange y yo salimos de la oficina directo a buscar mi salón de clases. Cuando lo encontramos, ella le dio una breve explicación a la profesora que estaba dando sus clases.
-No te preocupes, Solange. Está todo muy bien y más ahora que me traes esta maravillosa noticia. -Respondió la docente, muy sonriente, al encontrarse con nosotras en la puerta del salón. Primero la miró a ella y después me miró a mí-. Adelante, Helena, y bienvenida seas a mi clase.
Le dediqué una sonrisa como agradecimiento y cedí a sus palabras no sin antes despedirme de Solange con la mirada. Ella apenas arqueó sus labios, lo cual me indicó que no se sentía muy bien. Pensé que tal vez le preguntaría sobre eso después. Lo más importante para mí en ese momento fue que estaba a punto de ingresar a mi salón de clase por primera vez.
En mis manos corrió un amigable cosquilleo que indicaba tanto mi emoción como mis nervios. Me sentía impaciente por saber acerca de mis nuevos compañeros. ¿Cuántos serían? ¿Cómo serían? Me pregunté si podía contar con nuevos amigos o, simplemente, tendría que mantenerme alejada de ellos. Para mi asombro -malo, les confieso- encontré a una única compañera en todo el salón. Y detesto admitir que con tan solo verla, pude deducir que no le caería muy bien. Tenía el cabello lacio y suelto por la altura de los hombros, teñido de rubio platinado. Vestía con el uniforme escolar, sumando un bonito chaleco negro. Se encontraba realizando deberes, sin despegar la vista de su cuaderno.
«Parece una modelo o la odiosa chica popular de una novela adolescente».
-¡Celeste, escúchame! -le pidió la profesora después de despedir a Solange en la puerta. Fue tan rápida en hacerlo que hasta llegó a asustarme.
La muchacha levantó su mirada tras aquel retumbante pedido, dejando a un lado sus cosas y quitándose un par de audífonos inalámbricos de sus oídos. Clavó su mirada en mí con cierta sensatez, dejándome contemplar sus ojos marrones oscuros que, en ese momento, parecían ajenos de emoción.
-¡Ella será tu nueva compañera de clases a partir de hoy! -La mujer volvió a subir la voz después de adentrarse en el salón. Levantó una de las bancas para estudiantes y la colocó frente a su escritorio-. Ven aquí y conozcámosla. ¡Era hora de que dejaras de estar tan sola!
La chica, sin decir nada, levantó su banca para también trasladarla frente al escritorio. Luego se llevó su silla y se sentó.
-Siéntate aquí, Helena -me pidió la profesora, señalando la banca vacía que ella había escogido para mí-. Nos vamos a presentar para conocernos. Yo voy a comenzar.
Me sentí un poco más nervosa. Tomé asiento en la banca correspondiente, quedando a centímetros de mi desinteresada y nueva compañera.
-Soy Cecillia Maná, profesora de filosofía y ciencias humanas. Tengo treinta y ocho años de edad. Me fascina el hockey sobre hielo, el café y leer toda clase de libros -se presentó la mujer, sin dejar de lado una cálida sonrisa que hacía juego con su armoniosa voz-. Trabajo en esta institución desde hace siete años. Me gusta mucho enseñar acerca de la reflexión y el estudio de nuestra sociedad actual y aquella en la que habitábamos antes, y por supuesto también la participación de mis estudiantes -continuó, y entonces le dirigió su mirada a mi compañera-. ¿Sigues tú, Celeste?
La muchacha apoyó sus puños sobre sus mejillas y volvió a mirarme con seriedad. O más que seriedad, bien podría definirlo como «frialdad».
-Me llamo Valeria Celeste Martínez, tengo dieciséis años en apariencia y dieciocho en mentalidad. Soy aprendiz de ballet y el color celeste es mi favorito. A lo mejor es porque me llamo así -se presentó, igual de sensata y antipática que su apariencia, sin expresar ninguna emoción. Parecía un robot-. Llevo casi tres años viviendo en Almhara.
Las presentaciones habían sido tan sencillas que enseguida me animé a hacerlo, imitando los patrones de las mismas y tratando de enseñar la mejor de mis sonrisas -aunque en un momento así tenía que forzarla-. Pero hagamos primero una pequeña pausa. Las edades que mencionó mi compañera captaron mucho mi atención. ¿A qué se habría referido con ello? ¿Acaso uno crece mentalmente pero físicamente sigue siendo el mismo desde que llegó? ¡¿Eso significará que hay gente de ochenta años en el cuerpo de adolescentes de dieciséis?! ¡Tenía que resolverlo después de clases!
-Me llamo Helena Sabrina Seabrooke, tengo dieciséis años y me gusta leer, escuchar música, crear manualidades, ¡y mi color preferido es el morado! -exclamé-. Llevo cuatro días en Almhara y mi edad mental es... También de dieciséis.
«Helena, debes admitir que ese final ha sido patético».
La reacción de la profesora ante mis palabras varió de la alegría a la sorpresa, pero no a una buena sorpresa. De hecho hasta llegó a preocuparme.
-¿Cuatro días en Almhara? ¿Cómo te encuentras respecto a ello? -me consultó, con su voz entonces trémula-. Debes ser de los pocos estudiantes que ingresó al colegio siendo tan reciente en este mundo. Es curioso como cambia todo en cada persona.
Sí, ingresar al colegio en tan poco tiempo parecía un disparate, pero siendo sincera otra vez, no se me pudo haber ocurrido hacer otra cosa.
-Usted lo ha dicho, es muy curioso como cambia todo en cada uno -contesté, buscando cómo expresar mi postura-. Desde mi llegada me he sentido bastante bien. Mis días han tenido más movimiento que de costumbre, pero eso me agrada. Creo que es parte de cambiar de mundo y de rutina, aunque me gustaría conservar la rutina que tenía antes de llegar aquí. Iba todas las mañanas a la escuela y tenía todas las tardes libres. No me gustaría estar en este mundo sin hacer nada productivo.
La profesora Cecilia esbozó una sonrisa forzada. Casi lo mismo que el director. ¡Hurra, al menos en ese momento pude comprender a qué se debían!
-Cambiar de mundo es mucho más que cambiar de rutina, Helena, pero si te sientes bien así, no soy nadie para bajarte los ánimos -reveló con un toque de dulzura en la voz. Eso fue bueno porque le quitó un poco de incomodidad al asunto-. Entonces vamos a comenzar con la clase, ya que te veo muy preparada para ello. Yo estoy muy emocionada por ti y también por Celeste. Sería estupendo ver como las únicas dos alumnas del curso conviven en paz. ¡No hay nada mejor que ser profesora de dos niñas tranquilas!
Un momentito...
¿Éramos las únicas dos? Maldita sea.
¿Por qué tiene que ser solo una compañera y no dos? ¿O tres?
Esa rubia parecía tener una cara de pocos amigos, sumándole su aspecto antipático y su forma de hablar tan aburrida. No me gusta juzgar a un libro por su portada, pero en este caso sentí que debía hacerlo. Fue como una especie de «malas vibras». No nos imaginé siendo unidas y muy amigas, ¡y miren qué bien le acerté! Tal resultó que diez minutos después, la profesora tuvo que acudir a una reunión de personal y por ende le pidió a Celeste que me hiciera una pequeña introducción a la materia a través de una pequeña actividad, lo cual no resultó tan efectivo que digamos...
No cabían dudas de que Celeste parecía ser una alumna estrella, pues pude apreciar unas cuantas buenas calificaciones en su cuaderno, pero aun así relacionarse era algo que no le gustaba. En lugar de conversarme sobre las clases de filosofía, me entregó una hoja en blanco -ya que había descubierto que lo único que tenía yo era un bolígrafo- y volvió a colocarse sus audífonos.
-Hice esa misma actividad a principios de año -señaló mientras tomaba un bolígrafo fucsia y comenzaba a escribir en su cuaderno algo que leía de un libro que tenía a su lado-. Hacela vos. Yo seguiré con lo que estaba haciendo. No quiero atrasarme.
No supe que responderle. Recibí su hoja y, confundida, la coloqué sobre mi mesa. Tomé mi bolígrafo azul y comencé a escribir las consignas de la actividad que la profesora había escrito en la pizarra antes de irse. Confieso que me sentí desanimada por la actitud de mi compañera y más todavía por el hecho de que sería lo mismo todos los días hasta que terminara la escuela. La emoción que tuve al inicio se desplomó por los suelos.
La profesora regresó unos segundos antes de que el timbre del receso resonara por todo el establecimiento. Se llevó una sorpresa no muy grata al verme terminar sin la ayuda de Celeste la actividad que había designado para las dos, pero no le dijo nada al respecto. Tan solo recibió mi hoja, me agradeció y se marchó apresurada con su pesado maletín a cuestas. Luego salí hacia la puerta del salón para tomar un poco de aire, y fue allí cuando recibí una sorpresa agradable y hasta podría decir ¡motivadora!
-Con qué te animaste a tu primer día de clases, ¿eh? -Me giré en automático cuando escuché detrás de mí una voz que no tardé en reconocer: ¡era David!-. ¿Ves? Te dije que el director te recibiría con los brazos abiertos.
Él y Solange se estaban dirigiendo hacia mí. Ella estaba muy distraída con su teléfono, tan así que por poco se llevó la puerta de mi salón por delante. Yo no pude evitar sonreír. ¡Al menos no la pasaría sola durante los recesos!
-No sabía que también asistías a esta escuela, David -comenté. Él rio sutilmente.
-No es como que hayan muchas secundarias en esta ciudad. Somos muy pocos estudiantes, ¿sabes? -respondió-. Además me siento más cómodo aquí. A comparación de la otra escuela, nadie marca diferencias por el dinero que traes en el bolsillo o por tu manera de ser.
Ese fue un dato muy interesante. No entiendo cómo pasaron de haber cinco escuelas secundarias en el mundo de los vivos a solo dos en el mundo de los muertos.
-¿Qué tal tu primera clase de filosofía? ¿Aburrida? ¿Ya te sientes intelectual y quieres un vaso de café expreso y un libro de cincuenta dólares con reflexiones de cómo apreciar tu «no vida»? -me consultó Solange mientras apartaba su teléfono de su vista, observándome con algo de simpatía. Mejor que la de temprano sí era-. ¿Qué hay de tu nueva compañera? ¿Te cayó bien?
Tuve la intención de responder a todas esas preguntas, pero Celeste salió cabizbaja de nuestro salón justo en ese momento y se percató de nuestra presencia cuando estuvo a punto de llevarse por delante a David. Lo esquivó en el aire, lo miró sorprendida y dio un paso hacia atrás. No dijo nada, aunque a él se le escapó una risa incómoda. Entonces ella le dirigió su mirada a Solange.
-Oh. Hola, Sol -saludó a la pelirroja mientras se acercaba a ella, cambiando su sorpresa por la misma seriedad que expresó desde que llegué a la clase-. Qué raro que no te vi esta mañana. ¿Llegaste tarde?
Al encontrarse una frente a la otra, Solange le dedicó una sonrisa, contrastando con la sensatez de la rubia. Rubia teñida, por cierto.
-Tuvimos una pequeña tardanza con Helena, nada grave -respondió.
Celeste hizo notar su desagrado apretando los labios tras escuchar mi nombre venir de la pelirroja. Su mirada pasó a expresar molestia.
-Sol... -le dijo, observando con intensidad sus ojos verdes-. ¿Podemos hablar un rato? ¿A solas?
Solange abrió sus ojos con asombro al escuchar la consulta, a la cual aceptó instantáneamente. Desde mi perspectiva, ella se veía preocupada.
-Está bien -le contestó en casi un susurro. Celeste, entonces, comenzó a marchar hacia otro salón de clases-. Espérenme aquí, chicos. Volveré pronto -nos pidió a David y a mí antes de ir tras ella.
Las miré minuciosamente antes de desaparecer de mi vista. Celeste estaba seria y de mal humor, mientras que la pelirroja parecía haber quedado angustiada ante su actitud. Siendo honesta, hasta llegué a sentir miedo por ella. No tuve una buena vibra.
-No son asuntos nuestros, así que no deberíamos preocuparnos -soltó David de un instante a otro, como si hubiese leído mis pensamientos-. Ven, las chicas de tercer año están vendiendo pastelitos para recaudar fondos. ¿Quieres uno?
Supuse que tenía razón en cuanto a Celeste y Solange.
-Te lo agradecería mucho, David -le respondí, haciéndole caso y refiriéndome a su pregunta. Fue una buena pregunta, demasiado buena-. ¡No tienes idea del hambre que tengo!
En menos de un minuto nos encontramos en la galería principal del colegio, lugar en dónde se encontraban tres chicas vendiendo cupcakes de todos colores sobre una mesa decorada con manteles y dibujitos simpáticos. Se veía todo tan alegre que era imposible no comprarles algo. A cambio de unos billetes de poco valor obtuvimos dos pastelitos de limón con crema chantilly, ¡eran una delicia y hasta me quedé con ganas de comer uno más!
-No puede ser, estaba muriendo de hambre y la clase de filosofía se me hizo eterna esperando el receso -comenté mientras íbamos de regreso a la puerta de mi salón-. No entiendo por qué estando muertos podemos sentir tanto hambre como si estuviéramos vivos, ¿no lo crees innecesario?
David asintió con la cabeza después de darle un buen mordisco a su pastelito.
-Innecesario como el calor y el frío. O como las ganas de dormir. Pero bueno, ya sabes lo que dicen: pregúntale a la Muerte -msnifestó al cabo de unos segundos-. Mientras tanto, pídele a Solange que te deje tomar un poco de café antes de venir a clases. En serio, de ser por ella seguro no podrías desayunar nunca.
Yo largué una risa. La verdad era que no pude desayunar esa mañana porque me quedé dormida. Dormida y en un sueño muy extraño y bonito que me hubiera encantado recordar en ese instante de no ser porque escuchamos de repente algo que nos asustó: la fuerte e inquietante voz de Celeste. Nos arrimamos con mucho cuidado hacia la entrada del salón en el que ella se había metido. Allí descubrimos que, aparentemente, las cosas con Solange le estaban yendo mal.
-¡¿Cómo mierda pudiste aceptar eso, Solange?! -El tono de voz de la chica resonó hasta en las afueras del salón-. ¡¿Acaso te olvidaste de nuestros planes?!
-¡¿Y qué querías que hiciera?! ¡¿Que la dejara con Alexander a la deriva?! -La contestación de la pelirroja también nos aturdió-. ¡Helena es mi nueva responsabilidad y lo único que debería importarme ahora!
Estaban hablando de mí. O mejor dicho, estaban discutiendo por mí. Por mi culpa. Con razón a Celeste yo no le había caído bien en lo absoluto.
-¿Querés decir que lo que habíamos planeado ya no te importa? -Después de unos segundos de silencio, Celeste volvió a hablar, esta vez disminuyendo su tono de voz y, además, sus ánimos-. ¿Ya no te importa la oportunidad de ir a la universidad juntas? ¿La oportunidad de estudiar lo que querías? ¿Eso ya no...? ¿Ya no te importa?
El problema al parecer era más importante de lo que creí, y era algo en lo que no había pensado. Solange estaba cursando el último año de la secundaria, lo que significaba que el próximo año comenzaría la universidad y yo... ¡Yo lo estaba interrumpiendo!
-Esto es mucho más importante de lo que crees, Cele. Es mi deber y tengo que cumplirlo hasta donde sea posible -respondió la pelirroja, también expresándose un poco más despacio-. De verdad lo lamento. Quizás después pueda pensar en otra alternativa, aún nos queda mucho tiempo, pero por ahora... No puedo irme y dejarla sola.
-Un año. Te queda un año -aclamó Celeste, molesta-. Capaz que en un año ya haya llegado alguien a buscarla. Claro que alguien de confianza y no otro demonio drogadicto y sexoso.
-¡Celeste! -la regañó Solange al instante.
Desde ahí pude interceptar la risa de la otra joven. La verdad no me había dado gracia su comentario, y a David mucho menos.
-Perdón, pero es que se ve muy boluda, ¿en serio la soportás? -le cuestionó Celeste a la pelirroja-. Todavía no me creo que haya seguido a Alexander como si nada, como si fuera un perrito. ¡Un poco más con él y ya sería un ángel frito!
Escucharla me hizo arder de la rabia.
«Cómo... ¡¿Cómo puede llamarme ángel frito?!».
¡Sí! ¡Seré tonta e ingenua, pero nunca iba a ser un ángel frito!
Hasta Solange se había estresado por mí el día que me rescató. Todo por haber sido tan crédula para caer en los juegos de Alexander. Pero era que... ¿Cómo pude haber sido tan tonta? ¡Era demasiado estúpido seguir a un desconocido! ¡Un desconocido que perfectamente podía haberme acorralado y asesinado en un...!
En un... En un callejón.
Abrí bien grandes los ojos al proyectarse en mi mente un recuerdo espantoso y a la vez muy vívido que había olvidado por completo hasta ese momento.
Un sueño perturbador en donde mi cuerpo cayó inerte en un oscuro callejón vacío, siendo la desagradable voz de Alexander lo último que oí antes de mi despertar.
¿Acaso...? ¿Acaso eso tenía que ver con lo que me había pasado?
«Dios, Helena. ¿Nunca te has preguntado quién te mató? ¿O por qué estás aquí ahora mismo?».
De hecho, sentía que en algún momento había recordado algo de eso, pero lo había olvidado después.
«Y sí... ¿Y si Alexander fue realmente mi asesino?».
Tenía que hablarlo con urgencia.
-No entiendo como Celeste puede ser un ángel sabiendo como es -La voz de un David molesto me hizo caer de nuevo en la realidad-. Es que... Sus bromas tontas, su manera de ser... ¡Está bien que una persona te caiga mal, pero eso no significa que tu mejor amiga tenga que pensar igual que tú!
«No, David. No necesito escuchar tu monólogo tratando de derivar todo el estrés que te carga esa tonta. Yo necesito respuestas a mi pregunta».
-David... -no me importó quedar como una loca. Tomé a mi compañero del brazo sin siquiera mirarlo y lo empujé con todas mis fuerzas hacia otra parte del pasillo, alejándonos de la entrada del salón-. Acabo de recordar algo horrible. ¡Algo que tiene que ver con la razón de mi muerte!
Todavía se oía la voz de Celeste resonando por los alrededores, pero ni él ni yo le prestamos atención. Solo vi a David más perplejo que nunca.
-Soñé que Alexander me asesinaba a apuñaladas una noche en la que yo me dirigía hacia mi casa, y sé que puede soñar demasiado estúpido, pero... -Continué hablándole, pasando a mirar perdidamente su corbata negra, la cual tomé con cuidado entre mis manos, teniendo mi mente sumergida en aquel espantoso recuerdo-. En el hospital me dijeron que yo había muerto a causa de un homicidio, y lo último que todavía recuerdo de mi vida es el momento en el que desayuné en la escuela junto a mi mejor amiga Mikaela... ¿Y si el sueño me trató de mostrar algo que no puedo recordar?
El muchacho seguía mirándome extrañado.
-Helena, eso es... Imposible -me respondió con lentitud, como si todavía estuviera tratando de analizar todo lo que le dije-. Los muertos no podemos revivir y regresar al mundo de los vivos, ninguno puede ir y matar a un ser vivo, ¡y Alexander lleva años aquí muerto!
Aquel fue el pase directo para analizar sus palabras.
No se puede revivir, no se puede regresar, entonces... ¿Por qué habré soñado eso?
-Mira, los muertos solemos tener sueños muy extraños cuando llegamos a este mundo, ¿de acuerdo? -La voz y los gestos de David parecieron tener intenciones de calmar mis miedos-. Recuerdo que en mi segundo día aquí soñé que Samuel Jackson invadió mi habitación para hablarme sobre el proyecto «Avengers». Es el sueño más drogado que he tenido.
Pasé a mirar a David y a su mirada confusa, ahora entrando él en un mundo de preguntas del por qué soñó eso. Y en ese momento, como todo no pudo haber salido mejor, el timbre que indicaba el fin del receso sonó por todo el establecimiento.
-Mira, Hel. Te explicaré algunas cosas para que te tranquilices, ¿si? -Como si fuera poco, él se colocó detrás de mí y apoyó sus manos sobre mis hombros, comenzando a empujarme con cuidado y haciendo que yo avanzara mis pasos-. Alexander es solo el típico «badboy" que se encarga de engañar a chicas demasiado perdidas, seduciéndolas y poniéndolas en un trono repleto de regalos hasta que las cambia por otras. En otras palabras, no llega ni de puntitas al nivel de ir asesinando como desquiciado a la gente en medio de la calle solo por placer. Sí, estará loco, pero si eres lista no tienes por qué temerle.
Que molesta me estaba comenzando a sentir. Mi compañero me estaba tratando como una idiota o como una niñita que cree en los monstruos y por ello debe explicarle que no existen, ¡pero qué ridículo! ¡Era obvio que mi sueño era algo más que solo eso!
-¿De qué hablan? -Para empeorar las cosas, Solange se apareció, cruzada de brazos, frente a nosotros. Parecía habernos escuchado.
Ambos nos sorprendimos. Incluso David me soltó bruscamente cuando la vio.
-Menos mal que llegaste, Solange. Verás, lo que pasó es... -suspiró David, porque parece que le gusta quedar como todo un dramático-. Helena soñó que Alexander la asesinaba y ahora cree que de verdad la asesinó.
«¡Oh! ¡Gracias por delatarme, chico de los sueños drogados!».
-Espera, eso es imposible -Solange reaccionó exactamente igual que David cuando se enteró de mi sueño-. Ningún muerto puede regresar a la Tierra de los Vivos.
«Sí, ¡Sí! ¡Ya lo sé, Solange! ¡Gracias!».
-De acuerdo, ya entendí -Fingí aceptar mi derrota solo para hacerlos callar a los dos. Me estaba sintiendo muy incómoda, odiaba que me trataran así-. No es necesario que lo...
Desgraciadamente alguien más llegó para interrumpirme.
-Creo que deberían dejar que se tome su tiempo antes de que explote -comentó Celeste al acercarse a nosotros-. A los recién llegados les cuesta procesar mucha información...
Qué bien. Miss Simpatía llegó con un comentario que nadie pidió.
-Yo preferiría no hablar más sobre esto -manifestó Solange en un profundo suspiro. Algunas cosas no andaban bien y pude sentirlo-. Digamos que es normal creer en cosas imposibles al poco tiempo de morir. La mente se revuela, solo es eso.
La incomodidad que causó en todos la presencia de Celeste llevó a que David pusiera los ojos en blanco.
-Siempre tan linda, Celeste -Su voz sonó muy irónica en ese entonces. Dicho esto, cambió su mirada y observó a Solange-. Tenemos que irnos, Sol. El profesor llegará pronto.
En eso al menos tenía razón. Era momento de regresar a nuestras insoportables horas de clase. ¡A soportar la horrenda sensación de hambre durante tres horas más y también a mi nueva y antipática compañera!
¡Mi primer día de clases no pudo haber sido mejor!
El timbre que indicaba la hora de irse sonó a las doce del mediodía. Me encontré en las afueras del colegio con David y Solange. Celeste llegó con nosotros un minuto después, mirando su teléfono y poniéndose sus audífonos. Al parecer los tres tenían la costumbre de tomar juntos el mismo camino de regreso a casa, pero ese día fue una excepción.
-¿No vienes, Cele? -le preguntó Solange a mi compañera de clases cuando esta, sin siquiera dirigirle la mirada, pasó de largo para cruzar la calle. No obstante, se detuvo cuando escuchó su nombre.
-Tengo que hacer unas compras antes de que cierre el mercado. Lo siento -contestó ella tras darse la vuelta y mirar hacia nosotros-. Nos vemos mañana, Sol.
Dicho eso volvió a mirar hacia el frente y, aprovechando que nadie pasaba por la calle, cruzó hacia el otro lado. Sorpresivamente esa vez no se la veía molesta ni enojada, sino decaída. Era como si se les hubieran disminuido los ánimos. La verdad no le había prestado atención en la última hora de clases ya que ambas nos sentamos con mucha distancia de por medio, así que no sabía si se acababa de poner así o si venía con ese cambio desde un rato antes.
-Bueno, creo que hoy solo nos queda ir a casa tú y yo, Hel -comentó Solange con decepción después de un suspiro-. O quizás no... -añadió, como si se le hubiera ocurrido una idea ese instante.
Dicho eso, apoyó su mochila en el suelo y se inclinó para sacar de ahí una billetera.
-¿Quieres que vayamos a comer una hamburguesa? -me preguntó una vez que terminó de contar el dinero que traía guardado-. Las hamburguesas siempre me elevan los ánimos y más aún cuando se trata de un horrible lunes.
Acepté con un poco de sorpresa, aunque también me sentía preocupada por la actitud de Celeste. No porque ella estuviera aparentemente triste, sino porque a Solange se le habían bajado los ánimos por su culpa, algo de lo que no supe si preguntarle o no. Enseguida iniciamos marcha hacia el centro de la ciudad no sin antes despedimos de David en la salida de la escuela, siendo que él debía irse por otro lado.
El día se acababa de nublar y consigo el clima se puso más fresco. Parecía que en cualquier momento iba a llover y, si bien yo adoro la lluvia, para mí una lluvia iba a arruinar el día mucho más de lo que ya se había arruinado.
-¿Cómo te fue en el resto de tus clases, Hel? -me preguntó Solange unos pocos segundos después de haber comenzado a caminar.
-Más aburrido de lo que imaginé -contesté enseguida, sintiéndome un poco mejor porque no caminaríamos en silencio-. Después de filosofía tuvimos lingüística, pero nunca imaginé que me iba a aburrir tanto en una clase de esa asignatura. Vimos ejemplos de ensayos literarios para hacer uno la semana que viene, pero por alguna razón todo se me hizo muy... Pesado.
Solange, para mi sorpresa, liberó una risita.
-Quizás se te haya hecho pesado porque no tenías con quién pasar el rato -comentó-. Celeste es... Díficil de tratar. Es mi mejor amiga y hasta a veces creo que soy su única amiga en este mundo. Tan así que hasta habíamos planeado mudarnos el próximo año a otra ciudad para que yo comenzara la universidad y ella finalizara el secundario en una escuela con mejor título, algo que... Bueno, se nos complicó un poco.
Escuché con atención cada una de sus palabras, particularmente a las últimas, confirmando así que mi llegada había interrumpido sus planes.
-Es... Es por mí, ¿cierto? -Me atreví a preguntar, aunque la voz me salió bajita. A pesar de sentirme muy culpable y de saber que me sentiría peor, quise escuchar su respuesta.
Mi pregunta aparentemente la sorprendió. Se quedó quieta en medio de la acerca. Yo tardé dos o tres segundos en darme cuenta.
-No es tu culpa haber llegado a este mundo, Hel. No te sientas así -dijo en una tono suave. Incluso llegó a sentirse un poco triste-. Cuidarte es parte de mi responsabilidad y de mi deber como... -en eso marcó una pausa de unos segundos, los cuales usó para seguir avanzando-. Bueno, como líder del escuadrón al que perteneces. Es lo que acepté al ascender a ese puesto y una de las razones por las que he ganado mis poderes. La universidad, pues... Aún falta más de un año, Hel. Celeste se anticipa demasiado a las cosas, pero yo preferiría esperar.
Dicho eso sus ojos verdes me transmitieron calidez. Lo suficiente como para hacerme sentir un poquito mejor. Tenía razón, no era mi culpa haber llegado en un momento tan importante porque yo no había decidido morir. Pero mejor no hablemos de eso ahora, ni en mucho tiempo.
-Está bien, Solange -asentí ya pudiendo esbozar una sonrisa, algo que no había podido hacer desde el receso cuando escuché su discusión-. Espero que dentro de un año tú y Celeste puedan cumplir sus planes. ¡Es que mudarte con tu mejor amiga suena increíble! ¡Hasta a mí me gustaría hacerlo! Cuéntame, ¿qué quieres estudiar?
Recuperando también sus ánimos, Solange rio.
-Si te soy honesta, estoy entre dos carreras completamente diferentes: psicología y administración -respondió-. Creo que estaré más decidida conforme pase el tiempo, y la verdad es que quiero que pase mucho tiempo. Aún no se lo he dicho a Celeste, pero he estado pensando en quedarme aquí a trabajar otro año para juntar más ahorros, por lo tanto...
Y esa vez las dos tuvimos la fantástica suerte de detenernos inconscientemente justo en medio de una calle. Andábamos tan metidas en lo nuestro que no nos habíamos dado cuenta de por dónde andábamos, ni mucho menos de que justo el semáforo de los ciclistas se había puesto en verde.
¡Preparate para recibir otro insulto de un ciclista furioso, Helena!
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