17: Vigilantes.
Nota:
Mención especial a Bambirille, quien me echó una manito con la corrección de este capítulo. Mil gracias, genia de la vida.✨
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Helena.
El teléfono de Solange marcó las veinte horas en punto cuando estuvimos a punto de cruzar hacia el Parque de la Libertad. La noche se acababa de asentar en el cielo y, desde ese momento, un manto azul con algunas nubes de tonos más claros coloreó a la ciudad y convirtió al cálido clima primaveral en uno más fresco.
Por suerte había salido un poco más abrigada de lo habitual. Traía puesto el mismo jean con el que llegué a este mundo, al igual que mis zapatillas negras y, arriba, una campera blanca que Solange me había regalado. ¿La razón por la que ella no la usaba? Tenía orejas de conejo en la capucha.
Me alegraba mucho salir del departamento. Era domingo y yo detesto los domingos. Me resultaba aburrido pasar el último día de la semana encerrada en casa haciendo maratón de series si de suerte encontraba alguna de mi interés. En vida, las cosas siempre fueron así, y parece que en muerte también lo será. Lo único bueno de un domingo es poder dormir hasta tarde sin problemas. Mamá y papá nunca me regañaron por ello, y parecía que Solange tampoco lo haría.
Desde lejos oímos el sonido del reloj del Parque cuando marcó las ocho horas en punto, aunque seguro se preguntarán qué estábamos haciendo las dos yendo a ese lugar justo después del anochecer.
Resultó que Amalia no estuvo disponible para acompañarnos otra vez a Datnesia puesto que era su único día de descanso, por lo que a Solange se le ocurrió una idea que me comentó mientras desayunamos esa mañana. Como David y Sophie todavía no habían comenzado con su misión y, según ella me contó, era la primera vez que les tocaba trabajar sin su compañía, decidió hablar con ambos y tomar la decisión de ir los cuatro al distrito demonio para realizar nuestras misiones. Aunque claro, la misma Solange me confesó que su idea era por el terror de que a Sophie y a David les ocurriera algo. Se notaba mucho la responsabilidad de líder con la que cargaba a cuestas.
«Y también, por supuesto, me tocó estar metida en el medio».
Una vez que llegamos al Parque nos encontramos con David y Sophie, quienes nos estaban esperando en una mesa a unos pocos pasos del gran reloj. Reí un poco al darme cuenta de que habíamos intervenido con su momento de juegos: estaban jugando a los naipes españoles y, según vi, se entretenían bastante.
-¿Jugando a los naipes bajo la luz de la luna? -Les preguntó Solange al ver que ninguno de los dos se había dado cuenta de nuestra llegada.
-El abuelo Tito me enseñó a jugar anoche -contestó David, alzando su mirada hacia nosotras mientras tomaba los naipes que tenía sobre la mesa y los adjuntaba entre sí-. Le estaba enseñando a jugar a Sophie mientras ustedes venían.
Me volteé a ver a Sophie. Ella también me miró. Estaba sentada frente al muchacho, tensa y con sus mejillas ligeramente ruborizadas.
-Llegaron temprano -comentó ella, al parecer sin tener otra cosa más para decir. Luego volvió a mirar la mesa. Para ese entonces, David ya había guardado todos los naipes en su cajita.
--Es obvio que no los íbamos a dejar solos por mucho tiempo -expliqué, arqueando mis labios muy lentamente-. Aunque haga mucho frío hoy y seguro preferirían quedarse calentitos en sus casas.
Estaba cerca de comenzar a tiritar, pero sorprendentemente no podía decir lo mismo de mis compañeros. Sophie llevaba puesto un suéter de color rosa pálido que a simple vista parecía muy suave y un sencillo jean azul con unas zapatillas blancas. David, mientras tanto, llevaba una camisa blanca y unos jeans negros. No pude evitar sentir más frío al verlo tan desabrigado. No sabía cuántos grados hacían, pero no pensé que una simple camisa fuera suficiente para cubrirse.
-Si llegara lluvia o cayera nieve, de todas formas tendremos que ir a Datnesia esta noche -comentó el muchacho mientras se levantaba de la mesa y guardaba la cajita de naipes en el bolsillo delantero de su pantalón-. ¿Tienen alguna novedad sobre su caso, chicas?
-Demasiado poco, nada interesante -contestó Solange-. Espero que hoy consigamos otros datos más allá de lo que ya tiene la Triple A.
Lamentablemente toda nuestra preparación de la noche anterior, incluyendo los kilos de maquillaje y los tacones que me causaron un molesto dolor en los pies, había sido en vano. La información que tenía el tal Wilson resultó ser exactamente la misma que tenía la Asociación. Con razón Solange había salido tan decepcionada de esa habitación. Pero por suerte nuestra segunda visita a Datnesia sería un tanto más diferente que la anterior. En este caso ninguno llevaba una identidad falsa, ni mucho menos maquillaje ni una peluca para fingir ser otra persona. La idea de Solange era dividirnos en dos, según nuestras misiones, cuando llegáramos a Datnesia. Es decir, David y Sophie por un lado, y Solange y yo por el otro.
Una vez que, después de media hora de un casi eterno recorrido, llegamos al distrito demonio, Solange tomó el deber de guiarnos a sus tres menores. Cubriendo su cabeza con la capucha de su sudadera gris, fue la primera en atravesar la primera calle de Datnesia. Al no haber rastro de ningún demonio por ahí, nos señaló que podíamos pasar. Caminamos los tres con mucho cuidado por esa calle, mirando hacia todas las direcciones en caso de encontrarnos con algún demonio. Para mi sorpresa, no había ni uno solo, y eso que en la noche anterior esa misma calle estaba inundada con olor a alcohol y gritos de peleas.
Solange caminaba delante de nosotros, cuidando de que no se nos atravesara ningún obstáculo, hasta que en un momento se metió a un callejón que se ubicaba en la segunda cuadra de la calle y nos hizo señas para que fuéramos con ella. Aceleramos nuestros pasos al oír las carcajadas de una mujer a lo lejos. Casi me costó un infarto.
El callejón escogido por Solange estaba medianamente limpio, a excepción del sector del fondo en el que se acumulaba basura de todas clases. La líder se detuvo justo enfrente del comienzo de toda esa montaña de suciedad y, de un segundo a otro, contemplé como de su espalda surgieron sus dos enormes alas. Eran mucho más grandes que las mías. Además del tamaño pude vislumbrar, gracias a la poca luz que accedía desde la calle, que el degradé de sus plumas era de un impactante color anaranjado que finalizaba en un fuerte tono rojizo en la punta de cada pluma.
-Ayuden a subir a Helena -le pidió a los chicos en voz baja.
Dicho esto separó los pies del suelo y se alzó en vuelo hacia el techo del edificio que rodeaba toda la mugre del callejón. Una vez que se detuvo allí arriba, se quedó mirando por un par de segundos todo el lugar y luego nos señaló que ya podíamos subir.
No pude apartar la vista de su vuelo hacia el techo, lo que me distrajo de otra cosa. Cuando me di vuelta para observar a mis compañeros, vi que ambos ya tenían sus alas fuera de sus cuerpos. Parecían ser muy silenciosos en ello. Las alas de David seguían siendo más grandes que las mías, pero no tanto como las de Solange. En ellas pude notar un suave degradé azul en cada una de sus plumas. Las de Sophie, en cambio, eran exactamente igual que las mías en color y tamaño.
«¿Acaso debería sacarlas también?», me pregunté.
Sin embargo, me tomó de sorpresa un susurro de Sophie pidiéndome que me sujetara fuerte de ambos. No pasaron más de dos segundos para que ella me tomara del brazo izquierdo; y David, mi brazo derecho. No tenía idea de cómo me ayudarían a subir hacia allá arriba, y de hecho comencé a tener miedo al darme cuenta de todo lo que llevaría estar ahí, hasta que los dos alzaron vuelo al mismo tiempo, conmigo en el medio. Me sostuve lo más fuerte que pude de ambos, cerrando mis ojos con terror y sintiendo mi estómago resolverse al encontrarme en el aire. Llegué a gritar del miedo. En cuestión de segundos, mis pies volvieron a sentir una superficie firme bajo ellos, a lo que avancé unos pasos con mis ojos todavía cerrados por el temor hasta que choqué contra alguien.
-Deberías evitar gritar para la próxima. -Reconocí la voz de Solange, por lo que abrí los ojos. Estaba justo enfrente de mí-. Cualquier demonio a lo lejos pensaría que alguno de su especie consiguió a su presa, pero aquellos que estén cerca podrían llegar a verte y reconocer que somos Ángeles.
Tenía razón. Lo que menos quise era meterlos a todos en un embrollo. Asentí con la cabeza y seguí a la líder una vez que ella comenzó a caminar por el techo. Pensé que la peor parte había pasado hasta que la vi saltar a la siguiente azotea, impulsándose con la ayuda de sus enormes alas.
«No de nuevo, por favor».
Con apoyo de Sophie y David, fui pasando de techo a techo por al menos unas doce o trece veces, cerrando mis ojos en cada salto y tragando aire para evitar gritar de nuevo. La sensación seguía siendo horrible. Solo pensaba en regresar pronto al departamento.
Finalmente aterrizamos sobre el techo de una iglesia abandonada. Pude darme cuenta de ello gracias a unas gárgolas en forma de ángeles que posaban sobre los extremos de cada esquina y una cruz negra situada en el centro. Sin embargo, el estado de esas pequeñas estatuas era muy triste: cada una estaba llena de dibujos obscenos y malas palabras escritas por demonios, además de tener punzadas profundas en las partes de sus ojos y bocas. Era terrible ver lo que le hacían a una simple gárgola, pero seguro que sería peor ver lo que le harían a un ángel de verdad. Aún así, sabía de antemano que nosotros solo habíamos llegado a ese lugar para cumplir con la misión encomendada a Sophie y David: vigilar a Mantícora, un demonio que habitaba dentro de esa iglesia. Por un momento creí que debíamos entrar para contemplar al sujeto, hasta que vi a David acercarse a un gran agujero que había en el techo.
-¿Está durmiendo? -intentó averiguar Solange en voz baja, sin arrimarse al muchacho.
-Como siempre -afirmó él de rodillas a un lado del agujero, observando hacia abajo-. Gracias al cielo no puede hacer otra cosa.
Una vez que recibió la respuesta, Solange volteó a ver a lo lejos. Tenía enfrente una larga cadena de edificios. Yo me pregunté a dónde iríamos a buscar pistas sobre nuestra investigación, pero justo en ese momento Sophie le susurró una pregunta:
-¿Qué vas a hacer?
Solange se giró a verla. La chica estaba de rodillas a un lado de David, sin mirar hacia abajo.
-Iré por más pistas de Raymond -explicó en voz baja-. Ya vuelvo.
Una pregunta surgió de inmediato: ¿qué había de mí?
-Espera, ¿qué pasará con Helena? ¿No irá contigo? -inquirió David en un susurro, anticipándose a mi pregunta.
Solange abrió bien sus ojos al escucharlo. Me miró a mí, quién, inmóvil a unos pasos del agujero, me preguntaba lo qué tendría que hacer. Era confuso verla tomar el paso sin haberme mencionado.
-Estuve pensándolo bien y creo que es mejor que se quedara aquí con ustedes. Puede ser peligroso que baje conmigo esta noche, además de que puede adquirir un poco de práctica estando con ustedes dos -replicó al muchacho a la par que pasaba a mirarlo-. Así que, si no les molesta...
-Está bien, no te preocupes -murmuró David-. Se quedará aquí.
Tragué un poco de saliva y volví a recibir los ojos de Solange sobre mí. Se sintió un poco feo el hecho de tener que quedarme lejos de mi compañera de misión, pero luego recordé todo lo que había pasado antes y reconocí que tenía razón en dejarme a cargo de David y Sophie. Raymond era un tipo muy peligroso y Solange no quería que me pasara nada. Solo me dejaría acompañarla cuando Amalia estuviera presente.
Una vez que la noté segura de su decisión, se acercó al extremo derecho de la azotea y bajó de un solo salto. Llegué a asustarme por si le sucedía algo al lanzarse desde tan alto, pero luego recordé que tenía sus alas. Seguido a ello fui a sentarme con Sophie y David. Ellos me dejaron mirar a través del agujero, teniendo abajo a un enorme demonio durmiendo en medio de la oscuridad de un salón destrozado. No pude ver mucho de cómo era el hombre, pero a simple vista podía deducir que tenía pelaje. Mucho, mucho pelaje.
Solange.
Logré caminar más de cuatro cuadras en Datnesia sin encontrarme con algún demonio que buscara hacerme daño. Es cierto que tipos malos hay en todas partes, pero ninguno había intentado atacarme. ¡Toda una proeza en esta ciudad!
«Debe ser por mi pelo alisado y la capucha oscura», pensé mientras me ajustaba la sudadera para mantenerme oculta, con un perfil bajo.
De pronto unas risas infantiles y a la vez burlonas me devolvieron a la realidad. Con cuidado traté de encontrar la procedencia de aquellas voces, necesitaba saber qué estaba sucediendo. Los demonios más jóvenes, con frecuencia, eran quienes más daño físico causaban y no iba a ser testigo de un abuso sin intentar hacer algo por detenerlo.
Sin embargo, se trataba de un trío de preadolescentes, quienes se divertían lanzándole piedras a un altísimo tanque de agua, una estructura que se levantaba al menos cuarenta metros en el aire, mientras parecían conversar a las risas. No parecía algo relevante ni que hiciera daño a un tercero, que era lo que más me preocupaba. Decidí alejarme, pero fue apenas di media vuelta cuando vislumbré una sombra caminando hacia el lugar donde los niños jugaban.
Era un hombre adulto que se acercaba para regañarlos. Por la distancia no pude entender bien lo que decían, pero por su lenguaje corporal era fácil deducir que el hombre les había pedido a los muchachos que se retiraran. Los tres le obedecieron, reflejando en sus rostros el enojo de ser echados cuando al parecer no hacían nada malo y se acercaron a donde yo me encontraba oculta. Me abalancé hacia las sombras del enorme edificio que tenía detrás y traté de mimetizarme con la oscuridad. Ninguno de los chicos reparó en mí, siguiendo de largo su camino.
Al asegurarme de que ya estaban lejos, me precipité al campo de tierra en cuyo frente se hallaba el tanque de agua. Mientras me ocultaba de los chicos, pude percatarme de que aquel sujeto misterioso, el que los había despedido de ahí, subía hacia la cima de la estructura mediante unas escaleras que estaban instaladas a un costado de la misma.
Cuidando mis movimientos para no ser oída, al cabo de unos varios segundos me dirigí hacia el costado de la estructura e imité la acción del hombre. En cada paso revisaba mi alrededor, vigilando que ningún demonio estuviera cerca. Para mi suerte, no parecía haber nadie, lo que me permitió seguir subiendo hasta llegar a la puerta del tanque. Ahí se había encerrado el sujeto. Una abertura me indicaba que no había sido cerrada en su totalidad y que yo podía tener acceso a lo que fuera que estuviera del otro lado. Pestañeé dudosa. No estaba segura del porqué había decidido seguir a ese hombre, pero no quería retroceder estando tan cerca.
Me precipité a la puerta y siendo cautelosa me adentré en la habitación, deseando saber qué sucedía. Un fuerte presentimiento afloraba en mi pecho. No era nuevo para mí, me daba de vez en cuando, señalándome que algo no estaba bien.
Al pasar fui recibida por una extraña pero impresionante vista. Aquello era un cuarto redondo y amplio en cuyo centro, como un recipiente enorme, se encontraba toda el agua que almacenaba el tanque. Alrededor de este círculo había un pasillo largo y angosto, tan angosto que solo una persona podía andar por ahí. El sujeto se encontraba a la orilla del agua. Lo observé fijamente. Vestía una larga chaqueta beige, unos elegantes pantalones negros y unos finos zapatos de marca que hacían juego. El vello de mi cuerpo se erizó al percatarme de su identidad.
Raymond. Ya sabía que algo en él no inspiraba confianza.
A la vez, mantenía asido entre sus dedos un maletín oscuro, el cual apoyó en el suelo y se inclinó para abrirlo. Traté de fijar mis ojos sobre el contenido, tratando de descubrir lo que escondía ahí dentro. Raymond no me dejó con la curiosidad, puesto que sacó unos cuantos tubos de ensayo del maletín, tapados con un corcho cada uno. En su interior se podía apreciar un espeso líquido amarillento.
Apenas era capaz de verlo con claridad, dado que nuestra distancia era demasiada. Mientras yo intentaba ocultarme en las sombras, Raymond alumbraba su trabajo con una pequeña lámpara a su lado. Sin embargo, gracias a la luz de la misma, pude contemplar cómo ese maldito vertía en el agua almacenada el líquido que traía preparado.
«¿Qué mierda es eso?», me pregunté mientras presenciaba cómo sacaba más y más tubos del maletín para repetir la acción hasta llegar a doce, cuidando meticulosamente de no dejarse ni una sola gota en ellos. Pacientemente esperaba hasta dejarlos limpios. Una vez que terminó con el último envase, cerró la maleta y contempló el agua, satisfecho con lo que había hecho.
Oculta en la oscuridad, ni corta ni perezosa había aprovechado de mi posición para filmar con mi celular toda la escena que se desarrollaba frente a mis ojos. Parecía no levantar ni una sospecha hasta que, por intentar acercarme un poco más, di un paso en falso. Esperando encontrar el equilibrio me sujeté a unas cadenas que tenía colgadas a mi lado, las cuales respondieron con un desagradable sonido al chocar entre sí.
Sentí una fuerte sensación de dolor contra mi pecho al ver a Raymond sobresaltarse y me precipité contra la salida, esperando ser más rápida que él para que no alcanzara a descubrirme. En un rápido movimiento me dejé caer, sin pensar dos veces en la distancia que me separaba del suelo.
Recién reaccioné cuando ya me encontraba en el aire, sintiendo como el viento me daba sobre el rostro conforme el suelo se volvía cada vez más próximo. Mi alma deseaba dejar mi cuerpo de la adrenalina que me envolvía. Pronto de mi espalda emergieron mis alas y, con torpeza, volé un poco, evitando mi inminente estrellar contra el suelo. Me alejé hacia la parte trasera del tanque y aterricé, dejándome caer de rodillas por un temblor en mis piernas que no pude controlar. Y cuando creí que no podía suceder nada peor, escuché el fuerte sonido que hizo la puerta del tanque al cerrarse.
Me apresuré a levantarme, preparada para defenderme. Tal vez Raymond me había descubierto.
«No puedes detenerte ahora, Solange. Encáralo y termina con esto. Has dado lo mejor de ti».
A veces mi voz interior llena de pensamientos motivacionales terminaba hundiéndome dentro de un confuso colapso en lugar de ayudarme. No obstante, decidí obedecerla. Armándome de valor, corrí hacia el frente del tanque, esperando encontrar ahí a Raymond. Pero, para mi sorpresa, no estaba.
Subí mi vista hacia la compuerta ya cerrada. Suspiré con alivio al percatarme de que el demonio en realidad nunca había salido hacia afuera, sino que se encerró a propósito al darse cuenta de que estaba siendo observado. Solo esperé qué, como era típico de los demonios a los que solía vigilar, Raymond atribuyera aquellos sonidos a su conciencia, recriminando su falta de cuidado y gran torpeza al ejecutar sus planes malvados sin percatarse antes de que todas las puertas estuvieran cerradas.
Suspiré una vez más después de analizar todo lo que había sucedido allí arriba. Ese salto que dí, mi alma en un estado de extremo puro, todo eso sucedió en un lapso tan corto de tiempo... Ni yo pude creerlo. Pensé en no seguir arriesgando mi "muerte" al menos por esa noche, a lo que decidí regresar con mis compañeros, dejando a solas el tanque de agua y a Raymond continuando con su plan ahí dentro. Lo bueno de todo eso era que tenía todas las pistas necesarias dentro de mi teléfono.
No tenía ni la menor idea de que plan maligno tenía Raymond en funcionamiento, pero ese líquido amarillento que vació, mezclándolo en el agua del tanque... No me señaló nada bueno ni para los mismos Demonios.
Al llegar a la iglesia de Mantícora, pensé que mis amigos estarían vigilando con mucho sigilo y astucia a la bestia, o que quizás alguno de ellos había entrado a la iglesia para observarlo de cerca, o que incluso estarían en plena acción enfrentándose a él en caso de haberse despertado... ¡Pero no! David, Sophie y Helena estaban sentados en el techo de la vieja iglesia jugando con naipes a los susurros.
-¿Qué están haciendo? -les pregunté al tocar con mis pies el techo, después de haber subido hasta allí con un solo salto.
-¡Estamos jugando a las cartas! -me susurró Helena con una gran y boba sonrisa-. ¿Quieres jugar?
Rodé mis ojos ante el cansancio que estos tres me originaron. Parecía que de no ser por mí, solo serían tres niños perdidos que no tienen ni la más mínima idea de que hacer por sus vidas. Tres niños inútiles.
-Claro que no. ¿Acaso no tendrían que estar haciendo su trabajo? -cuestioné en voz baja, agregando un gesto de seriedad.
Se me ocurrió retarlos y ponerlos a hacer cosas útiles para su misión, pero recordé las pistas que tenía en mi teléfono y pensé que allí sería el mejor momento para ponerme a revisarlas por primera vez. Me emocionaba mucho tener un avance en mi investigación, por lo que llegaba a ser impaciente al momento de analizar cada detalle de cada paso que realizaba.
-Mejor no. Quiero mostrarles algo. Conseguí una pista muy importante sobre el caso de Raymond -anuncié emocionada, asegurándome de mantener un volumen bajo de voz-. Casualmente me lo vine a encontrar en el tanque de agua. ¡Me siento el ángel más afortunado de esta ciudad!
Antes de seguir hablando les señalé con mi dedo índice aquella estructura que mencioné, ya que se veía a lo lejos.
-¿En serio? ¿Qué hacía ahí? -preguntó David, dejando sus naipes de lado-. ¿Qué se puede hacer en un simple tanque como ese? ¿Emborracharse con agua sucia?
-Ps, no. Solo miren, les mostraré todo ahora -susurré mientras me acercaba a ellos y sacaba el teléfono de mi bolsillo.
Sin embargo, en el instante que iba a poner a reproducir el vídeo que había filmado como evidencia, se escuchó un fuerte ruido que nos asustó, además de una intensa vibración que se sintió por toda la estructura sobre la que estábamos. Como única reacción que tuvimos en tan poco tiempo, nos volteamos a ver lo qué había sucedido, dándonos cuenta de que, a tan sólo unos centímetros del grupo, había un gran pedazo de cemento pesado y roto, como si eso hubiera caído allí en ese momento.
-¿Qué fue eso? -preguntó Helena al ver el pedazo de piedra, desconcentrada y asustada. Todos estábamos igual que ella.
Sin responderle, los demás comenzamos a buscar con la vista para ver si podíamos encontrar al responsable de habernos lanzado eso, pues pareció ser intencionalmente, aunque no logramos detectar nada. David se levantó y se acercó a ver por el agujero del techo. Para nuestra suerte, Mantícora seguía durmiendo.
-No tengo la menor idea de lo que haya sido, pero sonó muy peligroso... -musité, más que preocupada, mientras seguía observando a mi alrededor-. Hay que irnos.
-Yo creo que sí... -concordó Sophie, quien había quedado pálida del susto-. Espero que no se trate de algún demonio que nos descubrió. Estaríamos más muertos de lo que ya estamos.
Bajo la aceptación de todos, decidimos marcharnos lo más rápido posible del lugar. Era muy peligroso el hecho que alguno resultara herido. Es más, si algo les llegaba a suceder... No me lo podría perdonar.
¿Pero qué rayos podría haber sido? No se veía ningún demonio por allí; ni en el techo, ni en el suelo.
Tal como llegamos, los cuatro nos fuimos de Datnesia, saltando de techo en techo sigilosamente para que nadie nos viera.
«Qué suerte que Helena aprendió a callarse la boca... Aunque no quiero girar a verla. Presiento sus ganas de llorar por el miedo de estar en el aire, un clásico de los novatos».
Sin embargo, era muy extraño el hecho de que muy pocos demonios se dedicaran a vagar en las calles a esas horas.
«¿O acaso todavía es muy temprano? Nunca entenderé a esta tonta especie».
-¿Vamos a volver mañana? -preguntó David, el último en atravesar el alambrado que guiaba la salida de Datnesia y la bienvenida a nuestra ciudad.
-Mañana es lunes, hay colegio y dudo que sus familias los dejen salir de noche en un día tan... Horrible -le respondí, y vaya que era cierto. El lunes era el día que más detestaba-. Creo que deberíamos regresar los cuatro el martes por la noche. No tendríamos que venir todos los días, sería muy sospechoso si nos ven seguido por aquí.
Y ser sospechoso en los aires de Datnesia no se paga de buena manera.
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