16: Embotellamiento.

Helena.

Lo último que podía recordar de los sábados en mi vida era el hecho de dormir hasta muy tarde y despertar cuando reconocía el olor del almuerzo recién salido del horno. Lo bueno es que papá nunca me regañaba, pero mamá... Mamá era un poco más seria.

A mi primer sábado dentro de este mundo lo podría denominar como "diferente" a lo que yo acostumbraba hacer los demás sábados. Había despertado temprano y, después de desayunar junto a Solange, salimos a comprar.

No, no fuimos al Supermercado de nuevo. Habíamos ido a una tienda de ropa a comprar... Calzones.

Qué vergüenza me dio al escuchar a mi compañera diciéndome que iríamos a comprar esa prenda en específico. Era muy vergonzoso, pero tenía sentido. Después de todo, ¿quién llega a prestarle su ropa interior a un desconocido?

De regreso al departamento caminamos por una acera con mucha sombra debido a los enormes edificios que se ubicaban en ella. El cielo lucía un bonito color azulado que me encantó descubrir. Una de las razones por las que subía a verlo a menudo era por el hecho de que los ángeles sobrevolaban los aires a toda hora. De mañana, tarde y noche. Me maravillaba contemplarlo.

Sin embargo, ver a tantos ángeles volar tan tranquilos me hizo entrar en una gran duda.

-Solange -le dirigí la palabra a mi compañera, sin detener mi paso-. ¿Por qué todo es tan tranquilo por aquí? ¿Qué hay de los Demonios?

La pelirroja me contempló y arqueó sus labios muy suavemente. En la sombra, su cabello pasaba a ser un naranja opaco, asemejado a un tono castaño o marrón, mientras que sus ojos verdes deslumbraban más que en la luz.

-Los Demonios fueron exiliados hace unas cuántas décadas a las afueras de la ciudad -respondió-. La mayoría de ellos habitan en Datnesia, una zona de viejos distritos que pertenecieron a la ciudad hace cincuenta años, hasta que un ataque por parte de los Demonios lo destrozó por completo. Básicamente fueron obligados a irse al lugar que ellos mismos arruinaron.

Qué sorprendente. A partir de ese momento entendí el porqué los ángeles podían volar en paz y también podían recorrer las calles de la ciudad sin ser atacados por esa horrible gente.

-Pero tampoco creas que absolutamente todos los demonios habitan allí -justo antes de hablarle, Solange decidió continuar con su explicación-. Algunos otros habitan aquí en la ciudad, saliendo a la luz del día y pasando desapercibidos entre los Ángeles, como lo es...

Y en ese momento suspiró profundo.

-Como lo es Alexander -declaró.

Casualmente terminamos de pasar por todos esos edificios, por lo que su rostro fue iluminado por la luz del sol. Pude contemplar que tenía dos ojeras profundas, algo que no había notado durante el desayuno. Tenía cara de cansancio. ¿Quién que madruga un sábado no lo tendría?

-Entonces eso significa que no nos salvamos de nada porque los Demonios seguirán estando siempre a nuestro alrededor, ¿no? -la alegría de haberme enterado sobre el exilio de los Demonios se fue a la fregada.

-Lamentablemente sí, Helena -contestó Solange-. Alexander te llevó a una de las zonas más peligrosas de Datnesia. Allí pelean de noche, hacen apuestas peligrosas y la droga fluye como el alcohol que dejan caer al suelo. ¿Cómo no pudiste darte cuenta del peligro que estabas pasando ahí dentro? De no ser por mí, ahora estarías dentro de un agujero negro para siempre.

Y eso era muy cierto. Creí que jamás podría agradecerle tanto a Solange por haberme rescatado de las garras de Alexander, y hablando de él... ¿Qué estaría haciendo en este momento? Espero que pronto tenga su merecido.

-Para la próxima tendré más cuidado. Es una promesa -le dije a mi compañera, cosa que era cierto. Me prometí a mi misma tener más precaución en todo y esperaba prometerle lo mismo a ella.

La pelirroja me dedicó otra sonrisa y comenzamos a cruzar la calle. Pude distinguir que quedaba poco tiempo para llegar al departamento. De a poco me iba acostumbrando.

-Para la próxima vez, tú estarás bajo mi cuidado -aclaró ella. Luego volvió a tomar la palabra cuando terminamos de cruzar por la senda peatonal-. Y respecto a ello... Se me ocurrió una idea. Solo tengo que contar con que descanses y tengas mucha confianza en ti misma. Nada más.

-Bueno, bueno, bueno... Déjame ver si entendí -dije, arrellanada en el sofá pequeño del departamento debido al colapso que me había dado al escuchar la «fantástica» nueva idea de Solange-. ¿Quieres que vayamos esta noche a Datnesia para buscar datos sobre el tal Raymond del que te encargaron investigar? ¿¡Justo cuando acabas de contarme lo peligroso que es ese lugar!?

Oh, sí. Tenía una muy buena razón por la que exaltarme tanto.

El plan de Solange no tenía mucho sentido. Acababa de decirme que en Datnesia estaba mi segunda muerte asegurada, pero tres minutos después me dijo que iría con ella ahí mismo para ayudarle en su misión. Bueno, nuestra misión.

-Amalia irá con nosotras -añadió Solange, sentada en el sofá más largo, como si eso pudiera calmarme-. Ustedes dos se quedarán paseando por ahí mientras yo entro al destino que tengo en mente para buscar pistas. Luego nos vamos de Datnesia y regresamos a casa sanas y salvas. Nada difícil. Y estarás con Amalia, ¡uno de los mejores ángeles de la Asociación!

Eso ya lo sabía, no por nada había llegado a convertirse en la Directora de todo ese movimiento, pero... ¿Y si algo salía mal? ¿Y si Amalia no podía defenderme?

-¿Cómo haremos para ir sin problem...? -mi consulta fue intervenida por la misma pelirroja, quien me silenció a través de un suave chitido.

-Disfraces -respondió-. Llevo cinco años trabajando para la Triple A, querida. Tengo mucha más experiencia de la que crees.

«No es necesario presumirlo, "querida"».

-Tengo toda una colección de pelucas y maquillaje que nos servirán para pasar desapercibidas por las calles de Datnesia -sentí su voz sonar un poco emocionada al expresar estas palabras. Vaya que era curioso-. Y, sobre todas las cosas, tener una identidad falsa de demonio.

En resumen, teníamos que actuar como espías infiltrados en una zona prohibida. Seguía siendo un peligro enorme que me llenaba de miedo, en especial por el simple hecho de saber que ahí dentro habitan los verdaderos Demonios, pero... Luego lo pensé por unos cuantos segundos. No sonaba tan mal. No voy a mentir, de hecho se me estaba haciendo interesante. Eso de actuar como una demonio con un nombre falso fue el punto de enganche que Solange necesitaba para que yo mordiera el cebo y...

-Ya qué -suspiré, asintiendo con la cabeza.

La pelirroja sonrió de par en par, creo que nunca la había visto tan feliz.

-Muy bien, Hel. Ahora necesito que inventes un nombre falso para que uses esta noche -indicó ella-. Trata de ser original. Busca algo que no suene como tu nombre real.

Podré ser muy nueva en estas cosas, pero yo ya tenía un nombre perfecto en mente: Selena Vasconcelos.

Nombre bonito y apellido poco olvidable.

¿Quién se daría cuenta de que Helena se convierte en Selena durante las noches? ¡Solo es una letra de diferencia!

El resto de ese sábado fue similar a lo que acostumbraba hacer el resto de la semana. Almorzamos unas hamburguesas vegetarianas -o, para aclarar las cosas, medallones de espinaca y acelga horneados-, lavé mi plato y me acosté a dormir.

-Necesito que descanses ahora. La noche puede llegar a ser larga -la voz de Solange seguía resonando en mi mente incluso antes de cerrar los ojos.

Por suerte esta vez no soñé con cosas extrañas. Nada de una Helena extraviada en medio de la niebla gritando el nombre de su hermana. Desperté a las seis de la tarde, horario de la merienda, pues abrí los ojos ni bien reconocí el olor a pan tostado salir de la cocina.

-Me gustó la mermelada de ciruela que trajiste ayer -apenas me senté en el sofá, entrecerrando los ojos por la luz del comedor, escuché la voz de Solange sonar por ahí-. ¿No te importa si continuamos hoy?

Sinceramente era algo que en ese momento no me interesaba. Solo pensé en dos cosas: primero, la sensación de hambre de un muerto realmente era para morirse de nuevo; y segundo, cada vez faltaba menos para la visita a Datnesia.

Merendamos té con tostadas mientras hablábamos de cualquier cosa, como los comentarios de Solange acerca de lo incómodo que era llevar dos horas tratando de acomodar su cabello después de lavarlo. Este seguía húmedo, volviéndose muy esponjoso a medida que sus simpáticos rulitos se formaban de nuevo.

-¿Te puedo pedir un favor? -me preguntó antes de finalizar su té. Yo asentí con la cabeza-. ¿Puedes plancharme el pelo?

Mamá decía que las mujeres que tienen rulos siempre deseaban tener el cabello lacio. Y las que lo tenían lacio, deseaban tener rulos. Por mi parte, no era algo que me afectara mucho. Mi pelo apenas tenía unas ondas, así que podía hacerme rulos fácilmente con alguna crema de peinar o dejarlo lacio con solo unas pasadas de plancha.

Mala suerte que para Solange no era tan sencillo. Imaginense tomar toda una enorme melena de rulitos, desarmarlos con un cepillo y pasar al menos diez veces la plancha por cada mechón. Me costó más de una hora dejarle el cabello lacio y suave como la seda, aunque al menos pude entretenerme con una película que había en la televisión sumando los comentarios de Solange sobre ella. Tenemos en común que los musicales para adolescentes no son lo nuestro. Los bailes, escenas y personajes tan alejados de la realidad nos provocan alergias.

Al terminar, dejé la plancha enfriarse sobre la mesa y contemplé el cabello lacio de mi compañera. Sin dudas le quedaba hermoso. Incluso me contó que siempre le pedía a su mejor amiga que le planchara el pelo cada vez que la visitaba, ya que ella no podía hacerlo sola. Le gustaba lucir muy prolija en casos como este. ¿Saben por qué? Porque, como dijo ella, el cabello lacio es mil veces más fácil de ocultar bajo una peluca que toda una melena esponjosa.

Rato después me guió a su habitación y me enseñó su colección de prendas "especiales" para sus misiones en Datnesia. Me contó que ella planeaba ir a un bar esa noche. Acudía ahí algunas veces, ya que conocía a un demonio que le brindaba información acerca de los demonios que debía investigar, aunque este nunca se había dado cuenta de que ella realmente era un ángel y nunca se le había hecho sospechosa. Además, en ese bar los demonios vestían con colores oscuros y eran algo desajustados de ropa. Dijo que era como un código del mismo lugar, algo con lo que ella estaba acostumbrada a lidiar.

Al llegar la noche, Solange se vistió con un ajustado top negro que le permitía mostrar su ombligo y una considerable parte de sus pechos. Debajo traía un pantalón negro de cuero en cuyos bolsillos colgaban unas cadenas plateadas que le llegaban hasta la rodilla y, en sus pies, unos altísimos zapatos negros de tacón. En su cabeza se colocó una peluca azabache de la misma altura de su cabello original, dejándolo bien oculto. Maquilló su rostro con bastante BB Cream de tono claro, lo suficiente para cubrir sus pecas. En sus ojos agregó un elegante delineado cateye y pintó sus labios con un llamativo gloss rojo "lujuria", eso según la etiqueta del mismo maquillaje. Para finalizar, colocó en sus ojos unas lentillas de color marrón oscuro. Me comentó que odiaba usar esas lentillas, ya que amaba sus ojos verdes y no le gustaba tener que cubrirlos por culpa de unos malditos demonios.

Mientras tanto, yo opté por colocarme una camisa bordó con lunares negros de terciopelo y un pantalón corto de color negro, el cuál me había parecido bonito. En mis pies traía unas botitas negras con un taco mediano, nada que no supiera manejar. También, a comparación de mi compañera, decidí maquillarme menos. Apenas un poco de BB Cream, rímel en las pestañas y mis labios pintados de color vino para que combinaran con la camisa. Oh, y en el pelo, una larga peluca rubia que le sobraba a Solange y que me quedaba perfecta por suerte. Apenas pude reconocernos después de mirarnos en el espejo.

Una vez listas para la primera parte de la misión, salimos del departamento y bajamos las escaleras, encontrándonos con Amalia en la recepción. Estaba conversando con Richard. Ella también se había preparado para la misión, poniéndose una peluca castaña llena de ondas, un buen maquillaje en su rostro, otras lentillas marrones y un largo vestido negro al que había cubierto con un saco de encaje. Tampoco podía olvidar mencionar los tacones negros que llevaba, similares a los de Solange.

-Helena, casi no te reconozco -rio ella al apenas verme, aunque sabía que no era así. Tan difícil no era reconocer a la torpe Helena. Tan torpe que casi se torció el tobillo al terminar de bajar todas esas benditas escaleras-. ¿O debería llamarte...?

-Selena -respondí al instante, arqueando mis labios en una sonrisa-. Selena Vasconcelos.

La mujer me devolvió el gesto y tomó camino hacia la salida del edificio no sin antes despedirnos de Richard, quien había confesado querer ir con nosotras de no ser por cubrir sus horas extra de trabajo. Parecía que también era miembro de la Asociación.

Caminamos por una hora, pasando por largas e iluminadas calles en nuestro camino. Nos topamos con varios negocios que todavía estaban abiertos, restaurantes llenos de personas que disfrutaban de sus deliciosas cenas y unos cuantos artistas callejeros que le demostraban al público lo mejor de sus talentos. Al aproximarse la hora de recorrido, comencé a cansarme y me pregunté cómo harían Solange y Amalia para caminar con semejantes tacones sin haberse torcido. Supuse que la experiencia lo era todo, aunque a veces me costaba encontrarle la lógica a sus acciones.

Cada minuto que pasaba en Almhara era el descubrimiento de una nueva incoherencia.

Pronto llegamos a una división bastante notable entre la ciudad y un sector de enormes edificios que aparentaban estar abandonados, sumergidos en una completa oscuridad. Accedimos al lugar a través de un portón de alambre oxidado, sin olvidar detallar que esa división se marcaba a través de una extensa hilera de alambrados viejos que guiaban la entrada a Datnesia.

Ahí dentro, las cosas eran peores de lo que esperé.

En la primera cuadra que caminamos, la calle se iluminaba gracias a un farol con poca intensidad puesto en el medio de un boulevard repleto de hierbas secas. Esa era la única iluminación que todavía funcionaba. Llegué a reconocer, a lo lejos, gritos que parecían estar alentando peleas. También algunas botellas de vidrio rompiéndose y hasta algunos quejidos.

La segunda cuadra se tornó más oscura y, consigo, más peligrosa. Por suerte me había puesto en medio de Solange y Amalia para evitar problemas. Los demonios de los alrededores, tantos hombres como mujeres, se dedicaron a gritarnos cosas horribles. Incluso uno de ellos intentó pasarse de la raya y acercarse a nosotras. No supe el motivó por el que se marchó al instante, rendido ante su deseo.

Finalmente, después de dos o tres cuadras más, llegamos a la entrada de un enorme bar de dos pisos. Las paredes de afuera eran blancas y las puertas para entrar eran de madera. Eran como esas clásicas puertas que tienen los bares que salen en las películas de vaqueros o cosas así.

-Selena, Agatha, cuando yo pase a la habitación de Wilson, ustedes se quedarán en la barra -nos pidió Solange en voz baja, justo antes de entrar al edificio.

La música sonaba muy fuerte desde afuera y por suerte no había nadie deambulando por allí, a excepción de un par de tipos que fumaban muy alejados de nosotras.

Por dentro, el bar lucía muchísimo más cuidado que afuera. Las paredes estaban pintadas de negro, contando con varias lámparas amarillas de papel que colgaban de larguísimos listones rojos. A cada tantos metros, uno de los listones se unía al techo del salón, quedando atado a un enorme candelabro de diamantes ubicado justo en el centro. Sin dudas era un lugar muy elegante. O al menos solo en apariencia...

Había muchas mesas redondas de vidrio y, de solo ver lo que sucedía, pude deducir que en cada mesa ocurría una historia distinta.

En algunas habían adolescentes, en otras adultos e inclusive ancianos en un par. Algunos bebían apenas un suave trago, pero otros las botellas enteras sin asco. Algunos fumaban tabaco, otros llegaban a consumir distintas sustancias. El dulce aroma se sentía a lo largo y ancho del salón, causándome un peculiar ardor en mis fosas nasales y un instantáneo lagrimear en mis ojos. Jamás había estado en un lugar así.

-¡Agatha, preciosura! -escuché la voz de un hombre adulto mencionar el nombre falso de Amalia-. ¡Ven aquí!

Las tres giramos a ver al sujeto. Era un hombre viejo, canoso y de barba blanca, sentado en una de las mesas y teniendo en su mano un pesado vaso de cerveza.

-¡Lo siento, guapetón, pero hoy vine con compañía! -gritó Agatha, tirándole un beso desde la distancia para después regresar su mirada al frente. Teníamos que ir a la barra de bebidas.

Cuando llegamos a esta, Agatha y yo nos sentamos en dos banquetas altas mientras que Solange quedó de pie detrás de nosotras.

-Tatiana, Agatha, tanto tiempo sin verlas -el cantinero las saludó al instante-. ¿Qué quieren hoy? ¿Y a quién han traído? ¿Es una nueva amiga?

El sujeto me miró con recelo a través de sus ojos marrones, su ceño fruncido y su bigote torcido.

-Se llama Selena, la conocimos hace unos días rondando por aquí -le respondió Tatiana, la identidad falsa de Solange-. Solo vine para hablar con Wilson.

El hombre pareció estudiarla desde su cabeza hasta su profundo escote, como si sospechara de ella. Al cabo de unos segundos, insertó su decidida mirada en los falsos ojos marrones de la hablante y ,con su voz grave, le dirigió la palabra:

-Está en la puerta de la derecha.

Sin responder nada, Tatiana tomó camino a un oscuro pasillo ubicado al costado derecho de la barra.

-Dame dos whisky -le pidió Agatha al cantinero, por lo que este asintió con la cabeza y se volteó a tomar un botellón pesado que contenía la bebida, seguido de dos vasitos muy pequeños a los que se dispuso a servir.

-Agatha... -le susurré, intentando que el cantinero, quien me daba mala espina, no escuchara nada-. Yo no bebo.

-Lo sé, pequeña, pero el otro no es para ti -me respondió ella, igual en voz baja-. A veces tengo que dejar pasar el cansancio de la semana con más de un trago.

Solange

«Adelante», escuché la voz de Wilson después de golpear la puerta de su habitación.

Apenas entré, vi de frente un escritorio negro con una fina copa de vino tinto servida. Detrás de este se hallaban un par de muebles y ficheros repletos de papeles. Lo más llamativo que podía encontrar era un tapete bordó en el suelo y diferentes fotos de rostros misteriosos colocados en las paredes rojas de la habitación.

-Buenas noches, Tatiana -me saludó Wilson, un hombre de unos cuarenta y tantos años de edad, mientras fumaba un cigarrillo en una de las esquinas de la habitación-. ¿Qué andas buscando? ¿Algo para trasnochar?

El sujeto tenía una apariencia bastante elegante. Su cabello era negro y con muy pocas canas, su barba estaba recién recortada, sus ojos eran marrones y vestía un traje negro junto a una corbata bordó.

-Vengo por algo en especial. Algo que yo sé que tienes -le respondí, mientras me cruzaba de brazos-. Información sobre Raymond.

Al apenas escuchar ese nombre, el rostro del hombre se llenó de dudas y de preocupación. No le había caído bien mi pedido.

-Tatiana, belleza, se nota que te gusta ir directo al grano, pero..., ¿en serio hablas de Raymond? -suspiró-. ¿Por qué buscarías información sobre él?

Ignorando su sorpresa, me senté en una de las sillas tapizadas con cuero negro que se ubicaban frente al escritorio. Me crucé de piernas y coloqué mis manos cruzadas sobre mis rodillas.

-Me enteré de que Raymond anda en busca de Demonios que lo ayuden en su trabajo -declaré con seriedad, viendo al sujeto que seguía sentado en una esquina-. Pero hay un problema: jamás especificó de qué se trataba, entonces vine por información sobre él. Quiero saber a qué se dedica y que le gusta, así podré saber si me podrá aceptar en su búsqueda -expliqué-. Ando muy escasa de dinero pero con muchas deudas a mis espaldas. Cualquier trabajo me vendría bien.

El demonio escuchó mis palabras a medida que me observaba a lo lejos. Luego decidió levantarse de la silla y acercarse hacia el escritorio.

-Confío en ti, Tatiana, pues has venido un par de veces aquí y no te ves de chantajear -dijo.

El hombre dio unos pasos hacia una de los ficheros detrás del escritorio y se dedicó a revisar ahí, encontrando rápidamente unos papeles que estaban separados de los demás: los datos de Raymond. Los revisó y, con calma, los colocó sobre el escritorio, permitiendo que yo los viera.

Sin embargo, el plan que tenía en mente no salió como me esperaba. La información que había en esas dos hojas era muy escasa. Sólo se sabía el nombre real de Raymond, su edad y una foto en blanco y negro. De casos de delincuencia no había nada, y eso que era reconocido por ser alguien que atacaba solo por placer. De empleo tampoco se explicaba nada, y eso que los Ángeles sospechaban de diversos trabajos al verlo rondando tan seguido por la ciudad. De relaciones o familiares tampoco se escribía nada. Parecía un lobo solitario.

Los Ángeles de la Triple A estábamos muy atentos de Raymond y sus movimientos. Se trataba de alguien que había aparecido hacía unos pocos meses, pero que desde entonces acostumbraba atacar a la gente como si nada, intentando secuestrarla. De todas sus víctimas, solo la primera había desaparecido. El resto quedó a salvo gracias a otros ángeles salvadores que lograron actuar en el momento del secuestro, incluyendo ahí los dos ángeles que en distintas ocasiones habían sido asignados por la Triple A para atraparlo, resultando atacados. Ahora era yo la encargada de intentarlo. Estaba consciente de que podía fallar, pero dejarlo tras las rejas era mi objetivo más importante en cuanto a la Asociación. Lograrlo me traería muchos beneficios.

-Parece que eso es todo -suspiré con decepción mientras dejaba los papeles de vuelta en el escritorio-. ¿No tienes nada más?

-Nada más -respondió Wilson-. Es todo lo que he conseguido acerca de Raymond. Es un tipo algo... Reservado. Habla con muy poca gente, y ya sabes cómo soy yo. Me van mejor las personas sociales.

Sin nada más que añadir, me levanté de la silla y con una pequeña sonrisa me despedí de Wilson. Estaba segura de que si tenía más información, su forma de pagarle sería despidiéndolo con un largo beso en la boca. Me daba asco hacerlo, pero tenía que soportarlo. Lo hacía solo para acelerar mis misiones y defender la justicia de mi ciudad. No cualquiera lo haría. Es un precio bastante alto, pero lo vale si después ves a un delicuente tras las rejas.

Si Amalia lo supiera, le hubiera triturado la cara a Wilson hace rato. Menos mal que nunca se lo dije.

-Buena suerte, Tatiana -me despidió Wilson a la par que me abría la puerta de su habitación-. Espero que tengas suerte a la hora de reunirte con Raymond.

Le devolví otra sonrisa falsa y salí, adentrándome dentro del oscuro pasillo otra vez y, después, regresé al salón principal del bar. En la cantina seguían estando Agatha y Selena. Me sorprendí un poco al ver tres vasos vacíos de whisky frente a ellas.

-¿Tomaste? -le pregunté a Selena. Ella lo negó con la cabeza. Su mirada me señaló que se aburría mucho y la comprendí.

Cuando Amalia hundía sus penas, era cansador tener que oír sus quejas de la semana. Era bastante estresante tener que dirigir una agrupación de ciento y pico de ángeles defensores.

-Hay que irnos -ordené.

Los ojos de Hele... Digo, de «Selena», se abrieron con sorpresa y se giró a tocarle el hombro a Agatha. Ella estaba distraída mirando a la nada misma, por lo que tardó en reaccionar y levantó su mirada para verme.

Dejando un billete dentro de uno de los vasos, Agatha bajó de su banqueta y comenzó a caminar con nosotras hacia la salida. Miré a mi alrededor para comprobar alguna mirada sospechosa. No había ninguna, pero sí me topé con algo que captó mucho mi atención.

-¿Así que Alexander está en la cárcel? ¡Es un estúpido! -escuché a un joven demonio reírse en una de las mesas junto a otros hombres de su edad y una joven sentada sobre sus piernas-. ¡¿Cómo no pudo defenderse de esa ángel?! ¡Es mucho más fuerte que ella!

-¡Es obvio que el inútil le tiene miedo a su propia ex! -se rio otro-. ¡La tipa que estuvo con él anoche logró escapar antes de que ella la quemara también y dijo que nunca había visto a un demonio tan cagado del miedo! ¡Deberían imaginarlo!

Todos comenzaron a reír. Yo también lo hice, aunque fue lo más bajo que pude hacerlo.

«Ya eliminé a uno, y ahora me faltas tú, Raymond».

-¿Qué tal la investigación? -me consultó Selena una vez que salimos del bar. Afuera había más gente que cuando llegamos. Nada de otro mundo.

-Un fracaso -le contesté. Así, sin más. No tuve ganas de dar detalles-. Mañana volveré a intentarlo. ¿Estarás disponible, Agatha?

La mujer me miró cansada y luego bostezó profundamente, sin siquiera devolverme una respuesta.

«Apenas tres tragos y ya te pusiste mal, estómago de seda».

Comenzamos a regresar por el mismo camino por el que habíamos llegado, rodeándonos de peligros y rogando que no nos sucediera nada. Más demonios ocupaban las calles conforme caía la madrugada. Tuvimos que aguantar más silbidos y más señales de acoso que, gracias al cielo, no pasaron a convertirse en golpes, secuestros o cosas mucho peores.

Más gritos de borrachera, más risas descontroladas, más olor a drogas que ahogaban los aires. Más armas ocultas en las prendas de algún que otro delincuente misterioso, más sexo en callejones oscuros.

Así fue hasta que llegamos al límite que separaba Datnesia con la ciudad dónde los ángeles habitamos.

Las dos primeras cuadras eran casi oscuras, descampadas, de tierra, teniendo un único camino entre tanto montón de hierba y piedra que servía para andar de ida y vuelta. Aunque, incluso así, se sentía mejor que estar dentro del horroroso territorio de los demonios.

Sentí como Helena se fue tranquilizando al reconocer que llegábamos a una zona segura, mientras que Amalia recuperaba su aliento, llevando sus tacones colgando entre sus dedos siendo que ya no los soportaba y era la mejor opción que tenía en caso de verse obligada a salir corriendo. Lo mismo debió haber hecho Helena. Se notaba mucho que la pobre andaría con dolor de pies toda la noche.

Yo también debía relajarme un poco, tirar todo a la basura y disfrutar de la noche como inclusive Amalia había hecho a su manera. Pero no sería tan fácil meterme en boberías cuando me encontraba pensando y analizando cosas de real importancia.

Había pasado la medianoche, por lo que nos encontrábamos en la madrugada de un domingo. Recordé los horarios de mis demás compañeros del escuadrón, algo para evitar molestar a Amalia en su único día de descanso. David y Sophie generalmente se encargan de cumplir sus misiones los fines de semana a menos que tuvieran una emergencia. Creí que no sería una mala idea ponerlos de niñeros en lugar de cargar con Helena yo sola. Quizás hasta podíamos sacar provecho los cuatro y cumplir con dos misiones al mismo tiempo.

Porque no pienso pasar un día más sin averiguar un miserable detalle sobre ese maldito demonio.

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