12: Aprendiz.

Helena

Minutos después de habernos marchado de la Costa, Solange decidió sentarse a descansar en una de las bancas del Parque de la Libertad.

Puro silencio. Pura incomodidad.

A pesar de haberse calmado con Amalia, notaba que ella continuaba con un humor terrible. Parecía molesta, cansada, quizás hasta podría decir que un poco asustada. Fuera lo que fuera que sintiera, yo sabía muy bien que su carga tenía un nombre y un apellido: Helena Seabrooke.

Cuando apenas nos sentamos en la banca, Solange liberó otro suspiro de cansancio y sacó su teléfono del bolsillo de su sudadera gris. Pareció haber revisado la hora, ya que lo volvió a guardar apenas encendió la pantalla.

Yo no quería hablar por nada del mundo. Tenía miedo de recibir a cambio un grito como el que le había dado a Amalia o de directamente no obtener más que otra mirada molesta por parte de sus intensos ojos verdes. Sin embargo y para mi sorpresa, fue ella la que rompió el silencio.

-Estás preocupada por lo que dije en la Costa, ¿cierto? -me preguntó sin la necesidad de mirarme.

Su vista estaba plasmada sobre el paisaje que teníamos enfrente. El color verde del pasto, las sombras perfectas de los majestuosos árboles y unos cuantos niños correteando por allí.

-No mucho -intenté serle sincera a medias. Estaba muy preocupada, pero no quería hacérselo notar-. ¿Por qué preguntas?

Tras escucharme, la pelirroja trasladó su mirada hacia mí.

-Creo que parte de mi responsabilidad contigo es hacerte saber lo que está pasando -me respondió, dando otro suspiro para volver a retomar la palabra-. Verás, ese tal "caso Raymond" del que oíste en la Costa es algo... Delicado para mí.

«Y yo te molesto, no tienes porqué explicarlo».

Mi propia voz hablaba dentro de mi mente, pero en el exterior solo me expresé a través de un lento pestañear de ojos y una mirada de poca comprensión.

-Raymond es... Un tipo malo -Vaya, Solange, no me lo esperaba. Lo que me acabas de decir ya lo escuché venir por parte de Amalia-. Bueno, es más bien un demonio al que muchos temen por su mala fama. Él hace cosas malas y, como la Ley se excusa diciendo que "no pueden hacer milagros", terminan dejándole su caso a los mejores ángeles de la Asociación.

»Desde su aparición, dos de los mejores ángeles, ambos mucho más fuertes que yo, tuvieron que investigarlo, pero como las cosas no salieron bien para ellos, Amalia y sus compañeros de trabajo decidieron elegirme a mí para atraparlo, ¡como si yo fuera ese bendito milagro que están buscando!

Se me era suficiente tener que lidiar con todos los problemas de memoria que estaba teniendo, todo esto de estar en un nuevo mundo, y entonces llegó el momento de tener que escucharla a ella, a quien se suponía que tenía que cuidarme.

«¿Qué tendría que decir ante todo esto?».

Analicé la situación de su temor: no ser suficiente para lo que le estaban pidiendo.

¿Y qué tenía que ver yo?

Seguramente mi presencia. Molestarla en su casa como una invasora o como la típica alumna insoportable que toda maestra detesta. No parece un gran problema si uno lo analiza desde el punto de vista de un tercero, pero desde su visión posiblemente tenía una ensalada de problemas con los que lidiar. Y yo era uno de ellos.

-Sé que no tienes ni la más mínima idea sobre esto, de hecho hasta siento que estoy hablando sola -rio con pena ni bien terminó de soltar sus palabras-. Pero, a lo que quiero llegar es que Amalia quiere que trabajes conmigo en lo más mínimo que cualquier novato como tú pueda llegar a hacer. ¿Entiendes?

No, no entendí eso, pero comenzaba a entenderla a ella. Primero te toman como la salvación de toda una ciudad y luego estás hablándole a una imbécil que acaba de morir hace un día y que, para colmo, te la dejaron como compañera de trabajo.

«Sip, cualquiera sentiría ganas de morirse ahora mismo».

-¿Helena? -escuché la voz de Solange meterse en medio de mis pensamientos, por lo que estuve a punto de responderle hasta que...-. ¡Dios! ¡Sabía que estaba hablando sola!

Sí, Solange se alteró bastante y esta vez hasta se dio una palmada contra su rostro al terminar de gritar. Claro que estaría así, pues me sentó a escuchar todo su monólogo acerca de lo que sucedía y yo no había dado ni el más pequeño indicio de interés. No era que no me interesara el tema, lo que sucedía era que todo se me hacía complicado.

-¡No es eso! -exclamé, tratando de calmar su desesperación-. Te he escuchado en todo momento, pero la verdad no encuentro cómo ayudarte.

Tal como lo deseé, Solange se calmó al escucharme y me dirigió su mirada, siendo que había mirado al cielo mientras gritaba lo que su alma le había obligado a gritar.

-Es... Comprensible que no lo sepas, después de todo nadie llega a este mundo sabiendo qué hacer -en ese momento se levantó de la banca, estiró sus brazos hacia arriba y bajó a mirarme-. A veces me olvido de los problemas de los demás y ni hablar en un momento como este. De verdad lo siento.

Como respuesta asentí con la cabeza y le dediqué una pequeña sonrisa. Ya lo había notado, pero supuse que era normal después de todo el peso que sentía ella.

-Entonces... -buscando dejar de lado su preocupación y mostrarle todo mi interés acerca de lo que me había hablado, decidí preguntarle una cosa-. ¿Qué se requiere para que una novata como yo pueda ayudarte a detener a ese tal Raymond?

La pelirroja me dedicó una sonrisa de lado, viéndose aún más calmada que hacía unos minutos atrás.

-Así que quieres saber de qué se trata, ¿verdad? -preguntó en una tonada un poquitín pícara.

No tardamos más de diez minutos en llegar a un enorme gimnasio de dos pisos que se ubicaba en una esquina a poca distancia del centro de la ciudad. El edificio tenía un estilo tan moderno que lo dejaba, desde mi punto de vista, como un gimnasio para la alta sociedad o también para esos sujetos que se la pasan publicando fotos levantando pesas solo para llamar la atención sin tener en cuenta el doloroso precio de las cuotas.

Miré a mi compañera mientras entrabámos. Por su físico podías darte cuenta de que había entrenado por muchos años, aunque no por nada era la líder de su Escuadrón. Su contextura era delgada, pero los brazos que ocultaba bajo aquella holgada sudadera gris eran medianamente musculosos al igual que sus piernas. Es de esas chicas con la que no puedes meterte en problemas porque terminarías en China.

Dentro del establecimiento, las cosas eran tal como imaginé. Al menos unas diez personas ejercitaban en máquinas electrónicas, levantaban pesas de todo tipo, pedaleaban en bicicletas fijas y... Sí, algunos se la pasaban sacándose fotos.

«¿En serio esto es lo que tenías en mente, Solange?», me pregunté. Era un punto bastante curioso, pero menos mal que la respuesta no tardaría en llegar.

-Ven conmigo, Helena -me ordenó ella segundos después de contemplar el lugar. No quedó otra que hacerle caso.

Se dirigió a paso moderado directamente al pasillo de los sanitarios. En el camino saludó de lejos a la señora de la recepción, pero luego no soltó ni una palabra más. En el extenso pasillo de cerámicos blancos se hallaban tres puertas. Una guiaba al sanitario de mujeres, otra al de hombres, y una última -ubicada al fondo- no tenía una etiqueta que señalara lo que era. Solange escogió esta, abriéndola de par en par como si fuera la puerta de su propia casa.

-Sígueme, con cuidado -me repitió mientras se adentraba en el interior de lo que había detrás de esa puerta. Todo allí se veía oscuro como si fuera la boca de un lobo, lo cual llegó a asustarme un poco.

Afortunadamente Solange encendió la linterna de su teléfono al atravesar la puerta, iluminando así el inicio de unas escaleras metálicas que conducían hacia algún lugar bajo tierra. El resto de la habitación no había sido iluminada, pero por el nulo sonido y la falta de ventanas podía asegurar que se trataba de tan solo eso. Una simple habitación con una escalera.

Me indicó que yo bajara primero, siendo que ella se iba a colocar detrás de mí para alumbrar cada escalón con su teléfono. Así fue hasta llegar al final de la bajada. Parecíamos haber bajado un solo piso, pues no tardamos más de un minuto en hacerlo. Entonces, al pisar las baldosas blancas que seguían al finalizar las escaleras, pude prestarle mayor atención al ambiente. Estaba igual de oscuro que la habitación de arriba y contaba únicamente con una simple puerta de metal. Del otro lado se escuchan voces, risas, pelotas rebotando en el suelo y silbatos de a montones. Parecía que se trataba de otro gimnasio. Un extraño gimnasio bajo tierra.

Solange abrió la puerta, dejando que unas luces blancas y varios estallidos de colores se reflejaran frente a nuestros ojos. Lo que había detrás era simplemente... ¡Impresionante!

Decenas de ángeles ocupaban un enorme salón de paredes blancas y suelo de madera. En efecto, era un gimnasio, pero no uno cualquiera. Pues los ángeles no eran simples personas como yo y, por ahora, mis compañeros de equipo. Cada uno de ellos cargaba en su espalda un magnífico par de alas de plumas blancas en su mayoría, mas algunas de ellas parecían caracterizarse por poseer diferentes colores en degradé en cada punta. Algunos sobrevolaban el techo, jugando a lanzarse pelotas en una especie de básquetbol aéreo y tratando de esquivar las lámparas que se llevaban muy por delante. Otros preferían quedarse en el suelo practicando diferentes cosas, ¡aunque todas eran igual de increíbles que volar!

Aquellos que parecían no haber llevado mucho tiempo conviviendo con sus alas intentaban alzarse en vuelo a través de ligeros aleteos que lanzaban lejos todo lo que había en su alrededor, saliendo exitosos al rozar con sus dedos el techo o simplemente cayendo de cara al suelo en un completo fracaso.

Un par de ángeles de plumas en degradé azul practicaban lo que parecía ser un poder especial. De sus manos surgían disparos de agua que mantenían en el aire de acuerdo a los movimientos de sus manos, haciéndolos fluir armoniosos por los aires hasta dejarlos caer en jarras de cerámica, sin derramar ni una sola gota al suelo.

Un grupo de tres, de alas con una delicada terminación anaranjada, tenía el deber de quedarse mirando con mucha atención, sin pestañear una vez, tres velas todavía sin encender, una para cada ángel. Me pregunté porqué se les estaba prohibido cerrar los ojos, según quién parecía ser su entrenadora, hasta que el fuego se encendió mágicamente en la mecha de cada vela, bailando sobre la cera mientras los muchachos celebraban entre risas.

Y habían muchos más, como unos ocho alados de colores morados que intentaban surgir pequeños remolinos de viento sobre las palmas de sus manos, o una ángel anciana de plumas rosadas que le enseñaba a los más jóvenes a como fabricar sus propias "armas", lo que eran bolitas de goma que al impactar contra el suelo se transformaban en un ataque de humo de colores que, para no molestar a los demás, contrajo a partir de una pequeña aspiradora.

Todo era impresionante, y eso que todavía faltaban millones de cosas más por descubrir.

Esa magia, esos colores, esas hermosas alas. Con razón mi compañera me había traído hasta aquí, ¡tal vez me enseñaría algo de eso!

-Helena, bienvenida seas al salón de entrenamiento de la Asociación de Ángeles de Almhara -Solange me dirigió la palabra antes que yo siguiera distraída en la maravillosa vista que tenía enfrente. Debo admitir que su repentina voz me sobresaltó un poco-. Aquí es en dónde los Ángeles nos dedicamos a desarrollar nuestros poderes, los cuales nos sirven para nuestras misiones y lo que hacemos habitualmente. Es completamente gratuito y puedes recibir el consejo de quién tú quieras en lo que necesites. Todos los líderes estamos para eso.

Asentí, dedicándole una sonrisa, en cuanto me di cuenta de que ella había dicho una palabra muy peculiar que yo ya había escuchado antes: Poderes.

¡Pero claro! Ella misma la había dicho el día anterior cuando intenté atravesar la pared de un banco, tratando de imitarla. Había mencionado que no podía hacerlo porque mis poderes no estaban desarrollados aún, además de que aquel era un poder muy exclusivo de ella, aunque... Justo en ese momento alcancé a ver al menos a cuatro ángeles intentando atravesar una enorme placa de madera, siendo coordinados por quienes parecían ser sus entrenadores.

«Así que ahí está tu poder "exclusivo", querida».

-Para empezar con algo básico para ti, necesito que salgan tus alas -me comunicó la pelirroja repentinamente-. Sin alas tus poderes no existirán, así que lo primero será aprender a convivir con ellas.

La escuché con suma atención. Sus palabras señalaban que yo también tenía alas y que muy probablemente tendría poderes. No pude evitar sonreír para mí, ¡sonaba tan emocionante!

-¿Cómo las puedo dejar salir? -consulté con curiosidad, imaginándome cómo me vería con aquellas alas tan preciosas a cuestas. La imagen era increíble, ¡ojalá pudieran imaginarlo ustedes también!

-Bueno, no es algo que sea fácil al principio -me contestó la pelirroja, volviendo a soltar una risita al terminar de hablar. Su rostro ya no tenía ni un rastro del enojo con Amalia-. Pero te acostumbras en menos de lo que cae un rayo. Ya verás.

Solange me guió hacia el fondo del salón, uno de los pocos espacios que estaban vacíos.

-Vamos a empezar con el equilibrio. Ya que las alas son más pesadas de lo que parecen, puede ser un poco complicado trabajar con ellas al principio -anunció mientras aprovechaba de dejar su teléfono sobre una mesa de plástico en la cual se encontraba un bidón de agua para beber.

-Está bien -asentí-. Tú solo dime qué hacer.

Dicho esto, Solange me miró de reojo y arqueó sus labios levemente en lo que parecía ser una traviesa sonrisa.

-Quédate quieta -me indicó-. Es lo único que tienes que hacer.

Obedecí a su pedido quedándome en mi lugar con la vista elevada, puesto que algunas risas y voces lejanas habían llamado mi curiosidad. Mis ojos observaron el techo casi transparente que tenía el salón, así como a los ángeles que volaban, jugando con diversión. Aquel refrescante aire lleno de vida me inspiraba pura alegría. Jamás me había sentido tan motivada.

No obstante, mi felicidad se desplomó por completo al llevarme un enorme susto. Sentí, de un instante al otro, un ruido muy fuerte sonar cerca de mí.

Sentí como si me hubieran lanzado algún objeto pesado con la intención de golpearme, fracasando en hacerme daño físicamente. El susto se los regalo, fue una sensación horrible.

Y ese mísero susto me congeló.

En un único segundo sentí algo en la altura de mi espalda. Fue dolor, como el que cualquiera siente al hacerse una herida, seguido de una pesadez que me empujó hacia atrás. Caí de espaldas, grité con el temor de golpearme en la cabeza, pero extrañamente no sucedió.

Quedé a mitad del camino, por así decir.

Cerré los ojos antes de sentir algún impacto y grité el nombre de Solange como mi única reacción ante la caída, aunque pronto me di cuenta de que nunca había tocado el suelo. Abrí mis ojos. Temblaba del miedo, más al sentir ese "algo" que me había causado dolor en la espalda, con la diferencia de estar sosteniendo todo mi cuerpo en ese preciso momento. Me pregunté qué sería eso, o sí era lo que imaginé, hasta que Solange se me acercó y con una divertida sonrisa me estiró su brazo para levantarme.

Lo hizo, tomándome de la muñeca y elevándome hasta quedar enfrente de ella, aunque ese trayecto me costó otro dolor en la espalda. Una vez que quedé de pie, volví a sentir esa pesadez atrás, a lo que perdí el equilibrio y, en lugar de volver a caerme de espaldas, empujé mis fuerzas hacia adelante sin pensarlo ni una vez. Caí en los brazos de Solange como resultado, lo que hizo abrir mis ojos como destellos al sentirme cerca de su cuerpo, oyendo una risita de su parte como reacción. También admito que peso mucho. Al aventarme, ella retrocedió unos pasos como si también estuviera por caerse de espaldas, cosa que gracias al cielo no sucedió.

-El equilibrio es difícil de controlar en los primeros minutos. Agárrate lo más fuerte que puedas de mí -me pidió entre una dulce risa mientras me ayudaba a acomodarme firme sobre el suelo, a lo que obedecí tomándola de su brazo con todo lo que pude para evitar caerme.

Suspiré con alivio cuando no pasó nada y me giré a ver hacia atrás. Me llevé una muy grata sorpresa al ver que un par de enormes alas blancas habían salido en mi espalda. Creo que nunca había dibujado una sonrisa tan enorme y boba como la de ese momento. ¡Eran bellísimas!

-En un ángel novato, las alas salen cuando se pasa por un gran susto o una amenaza -me comentó Solange después de contemplar, al igual que yo, tan maravilloso complemento-. Es un acto no intencional que puede causar mucha confusión, pero..., Ya sabes. Es como cuando un bebé aprende a caminar.

Entonces... ¿Ella me había asustado intencionalmente? ¿Pero con qué?

Busqué con la vista algún objeto de mucho peso en el suelo o simplemente algo que pudiera haber causado un sonido tan fuerte, pero no encontré nada. Creo que jamás lo sabré. Sin embargo, durante mi búsqueda visual, me percaté de algo extraño. Retomé las palabras más recientes de mi líder y noté que algo andaba mal.

-Ya que lo mencionaste, ¿por qué mis alas no salieron ayer cuando Alexander intentó secuestrarme? -consulté.

De haber surgido en aquel momento tal vez no habría diferencia con mi actual destino, pero vaya que se me hizo interesante, y al parecer no fui la única en preguntarse tal cosa. Solange me dedicó una mirada confusa una vez que me escuchó. Ni ella parecía tener una respuesta exacta a eso.

-Será porque yo aparecí antes de tiempo. -Supuso.

Por algún motivo se dispuso a soltarme con mucho cuidado seguido a sus palabras, con la precaución de no hacerme caer otra vez. Yo también tenía miedo de volver a irme hacia atrás o hacia adelante y pasar más vergüenza de la que ya había pasado antes, pero sin lugar a dudas me tomó por sorpresa el no sentir la pesadez de mis alas. La sensación de tenerlas seguía ahí, solo que mi equilibrio por fin se mantuvo estable.

Giré mi cabeza para intentar verlas con más detalle. Me llegaban hasta la altura de las rodillas y tenían una textura tan majestuosa que las hacía ver extremadamente suaves y, de hecho, ¡lo eran! Eran increíbles, preciosas, ¡lo más suavecito que he podido tocar en toda mi existencia! Pero tenía que aprender a usarlas para que me sirvieran de algo y para ello Solange no tuvo mejor idea que ponerme a practicar el equilibrio a través de un extenso camino de obstáculos inventado por ella misma. Al ser una entrenadora, podía utilizar todo lo que quisiera del gimnasio, hasta la cosita más inútil e irreverente porque, aunque no lo crean, a todo le encontraba un uso. Al cabo de dos o tres minutos ahí me tuvo, a punto de cruzar su "bendito" camino de obstáculos como si fuera una niñita de escuela primaria en clases de educación física. Y sí, digo bendito entre comillas porque realmente detesto la actividad física. Soy de las que prefiere pasar las tardes durmiendo la siesta y tomando helado.

Solange había colocado a cinco pasos de iniciar el camino algunos conos de goma -de esos que los polis usan para el tránsito- enfrentados en diagonal para que yo corriera en forma de zic-zac detrás de ellos. Pasos más adelante colocó unos cuantos aros de hula-hula en el suelo para que saltara dentro de ellos y, al llegar al último, pudiera agarrar dos jarras de plástico llenas de agua a las que debía llevar hacia una mesa pequeña que estaba contra la pared. Una vez libres mis manos, tenía que llegar a donde la pelirroja y, de alguna manera, apagar una vela que sostenía. Ni siquiera supe de dónde rayos sacó una vela, pero bueno, ahí estaba, mirándome fijamente desde la distancia y esperando a que yo me animara a dar el primer paso.

Miré a mi alrededor antes de comenzar. Todos los demás ángeles parecían estar muy metidos en sus asuntos, por lo que supuse que no tenía mucho de qué preocuparme. Suspiré profundamente, me preparé para comenzar el bendito camino de obstáculos, y... Tropecé con los cordones desatados de mis zapatillas antes de empezar a correr.

El primer intento fue un rotundo fracaso, probablemente uno de los mayores fracasos que he tenido. Mis alas eran demasiado grandes y pesadas, lo cual me entorpecía a más no poder. Terminaron esparciendo lejos todos los conos, me hicieron caer de espaldas al saltar por los aros, terminé volcando las jarras de agua debido a unos cuantos tropiezos y, al llegar a la meta, el intento fallido de aleteo hizo cualquier cosa menos apagar la vela. Incluso llegué a despeinar el cabello colorado de mi compañera y hacer que a otra entrenadora que andaba por ahí se le volaran unos papeles. Nunca había pasado más vergüenza, ¡quise irme de ahí en cuánto antes y deshacerme de esas torpes y pesadas alas! Pero no...

Solange me pidió que volviera a intentarlo mientras encendía otra vela. Así nada más, sin regaños ni comentarios. Milagrosamente neutra. Regresé a la línea de partida deseando que me tragase la tierra, pues había podido ver cómo algunos de los ángeles de alrededor se habían quedado a mirarme después de todo el escándalo que hice.

«Gracias, alitas, creo que tú y yo nos vamos a llevar muy bien».

El segundo intento salió incluso peor que el primero. Ni hablar del tercero, ni del cuarto, ni del quinto, pero en el sexto... Ahí sucedió otra cosa.

Al acercarme a los conos, recordé frenar antes de tiempo para evitar que el aire que generaba el movimiento de mis alas los lanzara lejos. Al séptimo intento mantuve más el equilibrio cuando quedaba de pie después de cada salto y festejé como una pequeña de jardín de infantes al terminar el camino de aros sin caerme. Al octavo intento no derramé ni una sola gota de agua. Y recién en el décimo, mi aleteo fue lo suficientemente suave como para apagar la vela y no terminar volando cualquier otra cosa.

Suspiré cansada una vez que vi apagarse la pequeña llama de fuego. Estaba satisfecha. Fueron diez infernales intentos que requirieron mucha fuerza tanto física como mental. Más que nada, mental. Todas las reacciones estaban en mi mente y mis alas jugaban mucho con eso.

Estuve a punto de regresar a la línea de partida en cuanto comencé a escuchar unos aplausos. Al girar vi a un montón de ángeles, de todas las edades, aplaudiendome. Volví a suspirar, avergonzada. En cada intento más ángeles se habían detenido a verme y, a fin de cuentas, terminé atrayendo sin querer a casi todos los que entrenaban en el salón.

-¡Alto, Helena! -oí la voz de Solange gritarme, así que giré a verla-. Tú... Tú te mereces un descanso.

Solo escuchar esa última oración hizo que se me dibujara automáticamente una gran sonrisa. Corrí a dónde ella, recibiendo un "choque los cinco" como felicitación. Sus ojos verdes brillaban con emoción y no puedo mentir en que su sonrisa era bonita. Una sonrisa que inspiraba tanta felicidad, que te la terminaba contagiando.

Luego me dirigí a tomar agua para calmar mi sed, lo que también era curioso. No entendía porqué los muertos teníamos sensación de sed, pero eso no importa mucho. Allí mismo intercambié algunas palabras con un ángel de alas con degradé celeste, quien quería beber después de mí.

-La práctica hace al maestro y con Solange llegarás muy lejos -dijo cuando llegó a dónde yo.

El muchacho era calvo, gordito y bastante simpático. Podría decir que tenía cara de ser un buen masajista, pues durante mis prácticas lo había visto sanar a otros ángeles. Le devolví la sonrisa y dejé espacio para que se sirviera agua.

-Hoy es mi primer día de entrenamiento, así que me falta mucho camino por delante -expresé mientras lo veía beber.

Segundos después dejó el vaso en su lugar y me respondió.

-No es por darle corona, pero Solange es una de las mejores ángeles de la Triple A -dicho esto, el joven se giró a verla. Ella estaba terminando de guardar los elementos de ejercicio que había elegido-. Irás por buen camino si la escuchas.

Despidiéndose instantes después con otra sonrisa, se fue del salón junto a otros ángeles de alas celestes. Entonces decidí ir con Solange y echarle una mano, aunque ya casi había terminado.

-¿Sigue algo más? -le pregunté al encontrarla colgando todos los aros hula-hula en sus hombros.

-Ya hemos terminado por hoy. No me gustaría darte tanto trabajo en tu segundo día aquí. Deberías estar descansando -me respondió antes de regresar al almacén y guardar lo que le faltaba-. Sólo quédate por ahí.

Tal vez tenía razón. Era mi segundo día en Almhara y ya había sido, sin dudas, de lo más movido que recuerdo. ¿Pero qué tenía de malo? Por suerte hasta el momento no había descubierto nada que lo hiciera negativo.

Después de despedirnos de los ángeles del lugar, subimos las escaleras caracol hasta llegar nuevamente a la habitación misteriosa del gimnasio normal. Parecía ser parte de una película de espías. Oculto, extraño y misterioso. Dentro del gimnasio nadie nos dirigió la mirada, pareciendo muy metidos en sus asuntos. Supuse que sería algo bueno.

El departamento quedaba a veinte minutos del gimnasio, siempre y cuando tomábamos un atajo que Solange me enseñó enseguida. Nos adentramos dentro de la calle Roseland, conocida por conectar con la calle del Parque Central de la ciudad.

«Roseland, bonito nombre».

Quizás lo habían llamado así por las rosas, hablando de flores, o tal vez por el color.

Sin embargo, al salir de esa calle, sentí otra extraña sensación. Ni siquiera sabía bien cómo definirla, pero fue como una punzada en mi cerebro.

Me volteé a ver la calle por última vez antes de seguir detrás de Solange. Quizás había sido algún recuerdo bobo tratando de salir de mi mente, nada importante. Suspiré convencida de que era eso y continué mi camino junto con mi compañera.

Ella parecía mucho más "viva" que muchas personas que había visto por ahí. Tenía una sonrisa no era algo común y eso la hacía diferente al resto. Diferente en el buen sentido.

"Con Solange llegarás muy lejos."

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