Capítulo 6: Ojos ámbar.

El vacío se extiende bajo mis pies, y la sensación de caer me llena de un vértigo desesperante. El aire silba en mis oídos, y mi estómago se revuelve en un nudo de ansiedad. Todo sucede en un instante; sin embargo, se siente eterno. Ese momento suspendido en el que la caída parece no tener fin. De repente, un tirón brusco me saca del sueño, y me despierto con un jadeo, sobresaltada, el corazón latiéndome en los oídos.

Parpadeo varias veces, intentando enfocar la vista, pero solo logro ver sombras borrosas a mi alrededor. La oscuridad es densa, casi tangible, y mis ojos tardan en adaptarse. Aun entre la niebla del sueño, reconozco el olor a desinfectante barato mezclado con un toque de humedad rancia. Un motel de carretera. Podría identificar este tipo de lugar incluso con los ojos cerrados.

La ropa de cama es áspera contra mi piel, y el colchón cruje bajo mi peso. La penumbra de la habitación es un abrazo familiar; cada esquina oscura y cada sonido amortiguado me resultan conocidos.

El movimiento para incorporarme me hace soltar un quejido involuntario. Un dolor agudo me atraviesa el torso, irradiando desde la herida que se extiende a lo largo de mi abdomen y mis magulladas costillas. La sensación es como un fuego lento y constante, y en ese instante, lo recuerdo todo.

La muerte del maestro. La lucha con los soldados de la orden. El muro. La carrera desesperada. La caída vertiginosa que me robó el aliento. La sensación de no poder respirar y la oscuridad que se cerró sobre mí mientras me desmayaba en los brazos de un hombre cuya cara no alcancé a ver.

  Pero esos ojos. Ahora, con la mente más clara, estoy segura de que he visto esos ojos antes.

Me obligo a sentarme, ignorando el dolor que me atraviesa. Necesito encontrar mi cuchillo, mi única defensa en este momento. Mis dedos tantean la mesita de noche en la oscuridad, buscando el frío familiar del metal, sin encontrar nada.

De repente, una voz profunda y masculina resuena en mi cabeza, reverberando como un eco imposible.

Vuelve a la cama o te lastimarás.

Me congelo, el cuchillo olvidado por un momento. La voz no proviene de la habitación, sino de algún rincón remoto de mi mente. Es autoritaria y calmada, pero su presencia es suficiente para hacerme dudar. ¿Estoy delirando? ¿O es esto alguna nueva trampa de mi subconsciente?

El impulso de protegerme es más fuerte aún. Ignoro la orden y vuelvo a buscar mi cuchillo o algo que me ayude a defenderme.

  Por el rabillo del ojo veo movimiento, mi mano alcanza la lámpara, y la levanto, dispuesta a usarla como arma.

   —Eres terca, me gusta eso de ti, pero debes volver a acostarte o te abrirás la herida —Vuelve a hablar esa voz en mi mente, y está vez sé que no estoy delirando.

  —¡Sal de mi cabeza, maldito oscuro!

   —¿Esa es tu forma de agradecerme por salvarte la vida? —Se burla.

  —Estás vivo aún, ese es mi agradecimiento.

  —Qué maleducada.

  —Me importa una mierda, además no soy yo quien se metió en la mente de otra persona.

   La figura entre las sombras se mueve y de repente, la luz llena la habitación cegándome por varios segundos, para después, revelar la imponente presencia de una persona.

  El hombre frente a mí es alto y musculoso, con un cuerpo esculpido por el sufrimiento y la resistencia. Su torso desnudo está marcado por cicatrices profundas y antiguas, cada una contando una historia que no necesito escuchar para comprender. Su piel brilla ligeramente bajo la luz amarilla, y cada cicatriz parece formar un mapa de dolor y supervivencia.

Lo primero que me atrapa son sus ojos. Nunca he visto nada igual. Son felinos, de un tono ámbar intenso con tonos verdes, que parece cambiar con la luz, como si en su interior se ocultara una fuerza indomable. Me recuerda a la mirada de un depredador, vigilante y segura. El recuerdo de esas pupilas dilatadas, transformándose en un abismo negro, me invade. La intensidad de su mirada es casi hipnótica, y por un momento me siento atrapada en ella, incapaz de apartar la vista.

La confianza que emana es casi palpable, un aura que me resulta curiosamente atractiva a pesar de mi instinto de mantener la distancia. No es solo su apariencia lo que me intriga, sino la manera en que lleva sus cicatrices, con una especie de orgullo silencioso. Como si cada una fuera un trofeo de guerra, una prueba de su fortaleza.

Intento sacudir la sensación de vulnerabilidad que me invade, recordando que no debo dejarme influir por apariencias o emociones. Me levanto, desafiando el dolor que atraviesa mi cuerpo, y lo miro con fiereza.

—¿Quién eres? —pregunto, mi voz firme a pesar del caos en mi mente.

Él no responde con sus labios; en cambio, su voz resuena nuevamente en mi cabeza.

  —Vuelve a la cama.

Una oleada de irritación me recorre. No estoy acostumbrada a que ignoren mis preguntas, y menos aún que invadan mi mente de esa manera. Me cruzo de brazos, desafiándolo con mi postura.

—¿Es que no puedes hablar como una persona normal? ¿Por qué tienes que meterte en mi cabeza?

No soy una persona normal, manipulo mentes, como has llegado a apreciar. Y tampoco puedo hablar —responde, su voz aun resonando en mi mente, tranquila y sin disculpas.

Su respuesta me toma por sorpresa, y por un instante no sé qué decir. Finalmente, opto por mi habitual franqueza, aunque algo en mí se siente ligeramente culpable.

—Bueno, no me voy a disculpar por eso. Podrías haber empezado por ahí en vez de meterte directamente en mi mente. Y existe el papel y el lápiz, ¿o tampoco sabes escribir?

Veo cómo las comisuras de sus labios se elevan, formando lo que parece ser una sonrisa, aunque no estoy completamente segura. Hay algo casi travieso en la forma en que me mira ahora, como si disfrutara de nuestra pequeña confrontación.

La atmósfera entre nosotros es intensa, una corriente subterránea que se hace casi imposible de ignorar. Pero no puedo evitar sentir que hay más detrás de esos ojos felinos, algo que no logro descifrar.

Por ahora, me mantengo alerta, mi mente trabajando a toda velocidad para entender quién es este hombre y por qué su presencia me afecta de esta manera tan profunda y desconcertante. Tengo un sentimiento de familiaridad con él, algo que no me logro explicar, puesto que es la primera vez que lo veo.

  La habitación permanece en silencio mientras trato de procesar todas estas sensaciones desconocidas. Mis ojos se fijan en los suyos una vez más, y noto algo que antes había pasado por alto. Cada vez que su voz resonó en mi mente, sus pupilas se dilataron, transformándose en abismos oscuros que devoraron el color ámbar que normalmente las rodea. Es un detalle pequeño, pero crucial. Las piezas comienzan a encajar en mi mente.

—¿Cada vez que usas tú... don, tus ojos se ponen así? —pregunto, señalando sus pupilas, que en ese momento vuelven a su estado normal.

Él no responde con palabras, pero su silencio es suficiente confirmación para mí. Algo en su expresión me dice que no está acostumbrado a que lo analicen de esta manera, pero no parece molesto, solo curioso.

—Fuiste tú, ¿verdad? —lo acuso, cruzando los brazos con desafío—. Fuiste tú quien causó que me desmayara.

Sus ojos se encuentran con los míos, y su voz vuelve a llenar mi mente, calmada y segura.

   —Y no voy a pedir disculpas por eso. Estabas herida y sangrando. Quizás creas que eres invencible, pero si no llega a ser por mí, te habrías dado cuenta de que no lo eres.

Su tono me irrita, una mezcla de burla y certeza que me hace apretar los dientes.

—No necesito que juegues al héroe conmigo. Siempre he podido cuidarme sola.

¿Cómo te fue con eso la última vez? —replica, su sonrisa apenas perceptible.

La frustración me consume. Me acerco más, cada palabra cargada de desafío.

—Quizás el que tenga complejo de héroe eres tú. Estoy herida, sí, pero eso no significa absolutamente nada. He estado al borde de la muerte y aun así he podido defenderme. No me conoces, eso está claro, por lo tanto, no creas que porque me viste un poco débil quería decir que estaba derrotada.

No necesito conocerte para saber que eres testaruda, estoy seguro de que eso era lo único que te mantenía con vida antes de que yo apareciera —responde, su voz en mi mente suave pero inquebrantable.

  —Sea lo que sea, no necesitaba que alguien intentara hacerse el príncipe azul salvando a la damisela. Soy muy capaz de salvarme a mí misma y de paso darle una buena patada en el culo al príncipe, así que no juegues conmigo, porque no me gustan los juegos.

Estamos tan cerca ahora que puedo sentir el calor que emana de su piel, el aroma familiar que me rodea. Es entonces cuando un recuerdo me asalta, un destello de aquella noche, aquella cita que terminó siendo un fracaso cuando intentaron sacrificarme. Me recuerda aquel beso en la oscuridad, aquel hombre que logro derrumbar mis defensas por un par de minutos. El mismo olor, el mismo aire de misterio y peligro.

  Me detengo, confusa, retrocediendo un paso para mirarlo a los ojos, y lo que veo en ellos es hambre, un deseo que nunca antes había visto.

La sensación que recorre mi cuerpo es extraña y nueva, como un cosquilleo en mi estómago, lo que significa que tengo hambre.

  Sus ojos nunca se apartan de los míos, y la fuerza de su mirada hace que yo tampoco pueda apartar la vista. La intensidad de la conexión es abrumadora, debería sentirme incómoda, nunca he soportado que alguien me mire tan fijamente y, sin embargo; me siento extraña de alguna manera, pero incómoda no.

—Fue agradable la estadía —digo, intentando recuperar mi compostura—. Pero las vacaciones se acabaron. Debo volver.

  ¿Parece que quiero huir? Lo más probable ¿Me importa? La verdad es que no.

  Lo único que me interesa es poner distancia entre este hombre y yo. Tengo demasiadas cosas sobre los hombros como para intentar descifrar todo lo que a él se refiere.

Su mirada sigue siendo intensa, pero no intenta detenerme. Hay una comprensión tácita en sus ojos, como si supiera que volveremos a encontrarnos. Sin embargo, no puedo permitirme pensar en eso ahora. Necesito recuperar el control, regresar a mi mundo, donde las cosas son menos complicadas, aunque algo en mí sabe que ya nada será igual.

Recojo mi mochila del suelo junto a la cama, sintiendo el peso familiar de mis pertenencias. Cada movimiento me recuerda las heridas que aún laten bajo mi piel, pero ignoro el dolor. Mi determinación es más fuerte. Camino hacia la puerta, mis pasos firmes y decididos, pero él se interpone en mi camino, bloqueando la salida.

¿Qué parte de que estás herida no has entendido? —me pregunta con un tono que baila entre lo divertido y lo preocupado, una mezcla extraña, como todo lo referente a él.

Lo miro fijamente, intentando transmitir toda mi resolución a través de mis ojos. No estoy dispuesta a dejar que alguien, especialmente él, decida por mí. Intento pasar, pero su brazo es como una muralla, impidiendo mi avance.

La frustración burbujea en mi interior y, antes de que se dé cuenta, mi entrenamiento se apodera de mí. Con un movimiento rápido, aprovecho su propio peso para derribarlo, dejándolo tendido en el suelo, mientras yo quedo a horcajadas sobre él, mi cuchillo rozando suavemente su cuello.

  Mis heridas se recienten una vez más, pero las ignoro.

La atmósfera entre nosotros cambia, como si el aire se espesara aún más, tirando de ambos hacia una cercanía inesperada. La posición en la que estamos es tan íntima como desafiante. Puedo sentir su respiración, calmada e inalterable, y para mi sorpresa, en lugar de asustarse, él sonríe. Esa sonrisa ilumina sus ojos y revela una confianza que me desconcierta.

—Voy a volver —le digo, mi voz firme y decidida—. Y tú no vas a impedirlo.

Está bien —responde, su voz resonando en mi mente con una calma que me irrita y fascina a partes iguales—. Pero solo si voy contigo.

Una risa sarcástica escapa de mis labios.

—No estás en posición de poner condiciones. —respondo, presionando un poco más el cuchillo a su cuello.

En un parpadeo, con una destreza que me toma por sorpresa, él me hace voltear, el cuchillo desaparece de mi mano para perderse en algún lugar de la habitación, y soy yo quien termina en el suelo, con él sobre mí, su cuerpo fuerte y cálido entre mis piernas abiertas. Sus manos sujetando las mías sobre mi cabeza, hace que la cercanía sea abrumadora, y mi cuerpo reacciona con una mezcla de resistencia y algo más, un calor sofocante que recorre mi piel.

  Y ahora tengo fiebre, simplemente genial.

El aire entre nosotros vibra con una carga que parece tener vida propia. Sus ojos, esos ojos felinos, me miran con tanta o más intensidad que antes, dejándome sin aliento. Puedo sentir cada músculo de su cuerpo, controlado y listo para cualquier cosa.

Estamos ambos atrapados en este momento, dos fuerzas igualmente dominantes chocando y fusionándose. Mi mente grita que debo mantener el control, pero hay una parte de mí que se siente atraída por el peligro y la promesa que representa este hombre.

La atmósfera es casi palpable, una cuerda que se estira entre nosotros, y aunque sé que debería apartarlo, mi cuerpo solo quiere sentirlo aún más cerca.

  Una bola de fuego se instala en mi bajo vientre, mi boca se seca mientras veo la suya hambrienta por más. Paso la lengua por mis labios, mojándolos y la acción hace que su vista se concentre en esa parte de mi rostro.

  Mi pulso se descontrola cuando siento como a cada segundo su rostro se acerca más hacia el mío y sé que este momento lo cambiará todo.






¡Hola, mis adorables pitufines!

Aquí estamos, en la última actualización del año, viendo cómo el 2024 se escapa entre nuestras manos, cerrando otro capítulo en este curioso libro que es la vida. Antes de que se apague la última estrella de este año, quiero tomarme un momento para agradecerles desde lo más profundo de mi corazón. Este año ha sido una montaña rusa de emociones, giros inesperados y momentos que quedarán grabados en nuestra memoria compartida.

Gracias por cada página que han recorrido conmigo, por cada comentario que han dejado y por cada mensaje que me ha hecho sonreír. Ustedes son el alma de estas historias, el viento que llena las velas de este barco literario y lo lleva a puertos lejanos. Sin su pasión y amor por la lectura, nada de esto tendría sentido.

Para el próximo año, les deseo que encuentren a ese villano que estaría dispuesto a quemar el mundo solo para ponerlo a sus pies, o al héroe que llegue a salvarles justo a tiempo... y que les den como cajón que no cierra...
Esperen. Eso no debería decirlo ¿Verdad? Bueno, si les estoy deseando cosas buenas no podía faltar el ejercicio horizontal, para que después no digan que yo no los quiero.

Pero sobre todo, les deseo que sean los protagonistas de sus propias historias. Que se rescaten a sí mismos, enfrenten dragones y, de paso, encuentren las llaves que siempre se pierden en el momento más inoportuno.

Espero que el final de este año les regale alegría, amor y momentos mágicos junto a quienes más aman. Que el año venidero les traiga nuevas aventuras, desafíos que les hagan vibrar y sueños que no puedan esperar a ser vividos.

Les deseo un cierre de año lleno de luz y un comienzo rebosante de esperanza. Recuerden que un punto al final de una frase no es más que una pausa; nuestra historia sigue, y lo mejor está por venir. Que el 2024 sea un punto y seguido donde cada página nueva se llene de oportunidades, retos y momentos para atesorar.

¡Nos vemos en el próximo capítulo, mis pitufines! Y recuerden, si la vida les da limones, ¡hagan limonada o escriban una historia épica sobre cítricos! 🍋

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