Capítulo 4: Mansión Lovelace.
Después de pasar toda la noche intentando abrir el candado del libro, a las diez de la mañana nos habíamos dado por vencidos. Bueno, yo lo había hecho, puesto que Selene se había dormido una hora después de empezar y Liam había seguido su ejemplo.
Yo, por el contrario, no podía pegar ojo. Mi mente estaba llena de ideas e incertidumbre. El temor a perder todo lo que había logrado construir me impulso a intentar encontrar una solución, una manera de evitar lo inevitable.
Lo había intentado todo.
Había usado ganzúas, algo que nos enseñaron en la orden y que yo había aprendido muy bien, pero el candado no cedió. Intenté golpearlo con un martillo, los golpes me habían servido para desahogarme, no obstante, el candado siguió intacto. Intente cortarlo con unas pinzas, hacer palanca con un destornillador, tratar de cortarlo con un serrucho pequeño, cada intento solo hacía crecer mi frustración.
A las diez de la mañana había dejado de intentar abrirlo por la fuerza, estaba claro que la magia protegía el candado por lo que estaba segura de que solo la magia sería capaz de abrirlo.
Necesitaba respuestas que solo la orden podría darme y no cualquiera. Un soldado razo, un buscador y espía no tendrían el conocimiento que necesitaba, solo alguien con poder dentro de la organización, alguien que supiera sobre las reliquias antiguas sería capaz de darme las respuestas que necesitaba.
Lo que solo podría significar una cosa. Tendría que infiltrarme en uno de sus templos. Y tendría que hacerlo hoy mismo. No podía esperar mucho, porque en el momento en el que mandaran a alguien tras Liam, nos descubrirían.
Dejando el libro en mi habitación, tomo ropa limpia y entro al baño. Me desnudo y entro en el plato de la ducha. Abro y el agua sale fría; sin embargo, es bienvenida, es lo único que logra despertarme lo suficiente para pensar en lo que me espera.
Termino de bañarme, envuelvo mi cuerpo en una toalla y me paro frente al lavabo dispuesta a cepillar mis dientes. Unos ojos café me devuelven la mirada, bolsas oscuras de bajo, testigos del estrés y la falta de descanso.
Descansaré el día en que no haya nadie que me persiga, cuando pueda dormir sin pensar en que si cierro los ojos quizás no vuelva a abrirlos nunca más.
La orden de la rosa no perdona a los traidores, nadie sale de ahí por la puerta grande, la única manera de salir es con los pies por delante. Sabemos demasiado. Para el resto de la humanidad la orden de la rosa no existe, nunca ha sido mencionada y por lo que respecta a ellos siempre debería seguir así. Por eso quienes traicionen a la orden terminan en una fosa común en el cementerio de la mansión que usan como pantalla.
Dándole una última mirada a mi reflejo, me termino de lavar los dientes, me visto con unos jeans, unas botas altas y un suéter enorme de color negro.
Salgo del baño, busco mi mochila y hecho lo que vaya a necesitar en mi misión.
Cuando salgo al salón me fijo en la incómoda posición en la que Liam duerme y de solo imaginar el dolor que tendrá luego en el cuello una sonrisa se dibuja en mi rostro.
La decisión de dejar a Selene con Liam, fue difícil de tomar, no obstante, no me queda más remedio, la alternativa es dejarla desprotegida o que vaya conmigo y eso no puede pasar. No sé si pueda confiar cien por ciento en Liam, aun así es lo intento.
Me acerco y con el pie le doy en la pierna que está fuera del sofá, rozando el suelo.
—Liam —llamo cuando no despierta.
Sus ojos grises se abren con pesadez, vuelven a cerrarse y luego abre solo uno.
—Voy a salir, dejo a Selene a tu cargo, protégela con tu vida Liam, o desearás no haber nacido.
Él deja escapar un murmullo de afirmación y vuelve a dormir.
Sin mirar atrás salgo del departamento, esperando poder regresar con respuestas o simplemente regresar.
Cuando escapé de la orden con Selene, lo hice solamente con la ropa que llevaba puesta, sin embargo; necesitábamos un medio de transporte y la Ducati nueva que utilizaba para las misiones de la organización fue la mejor opción.
Con el rugido familiar de la motocicleta resonando en mis oídos, me alejo del pueblo mientras el reloj del tablero marca las diez de la mañana. El paisaje rural se va desvaneciendo, dando paso a interminables autopistas que me conducen hacia la capital de la ciudad. Conduzco durante horas, el viento fresco de la carretera azotando mi rostro mientras la Ducati devora kilómetros.
El tiempo pasa casi sin darme cuenta y la monotonía del asfalto se convierte en una especie de trance. Finalmente, veo cómo los inmensos rascacielos de la capital empiezan a aparecer en el horizonte, un mar de gigantes de acero y hormigón que me recuerdan que estoy cada vez más cerca de mi destino.
Reduzco la velocidad al entrar en la ciudad. El tráfico es denso, como siempre, pero me muevo con agilidad entre los coches, siguiendo las avenidas principales hasta llegar al corazón de la urbe. La mansión que busco, aquella que esconde a la orden y sus secretos.
Después de maniobrar a través del denso tráfico, finalmente aparco la Ducati en un callejón discreto, ocultándola de las miradas curiosas. Desde allí, camino hacia la mansión, una estructura majestuosa que se alza con aire de autoridad en una de las calles más antiguas de la ciudad.
La mansión Lovelace es verdaderamente imponente. Sus muros de piedra antigua están cubiertos de enredaderas que trepan con elegancia, salpicadas aquí y allá por flores violetas que añaden un toque de color al austero exterior. La verja que rodea la propiedad es inmensa, con barrotes de hierro forjado que se entrelazan para formar intrincados diseños. Y luego el escudo familiar, dos serpientes unidas por un lazo en el que está grabado el nombre de la familia, ambas protegiendo el corazón con la gran L en el centro. Un símbolo que parece casi burlarse de los secretos que guarda.
Me detengo un momento para observar, dejando que la ironía me arranque una sonrisa. La familia Lovelace, con toda su nobleza y prestigio, ni siquiera imagina que bajo su hogar se oculta la biblioteca más grande y antigua de la Orden de la Rosa. Un repositorio de conocimiento y poder que, de revelarse, podría cambiarlo todo.
Pero aún es de día, y sé que debo esperar a que la oscuridad me cubra antes de intentar infiltrarme. Encuentro un pequeño parque cercano, un lugar desde donde puedo observar la mansión sin ser vista. Me acomodo en un banco a la sombra de un árbol, dejando que las horas pasen mientras el sol desciende lentamente en el horizonte.
A medida que la luz se desvanece y las sombras se alargan, la mansión se envuelve en un manto de misterio aún más profundo. Las luces se encienden en algunas de sus ventanas, y el ajetreo de la ciudad comienza a disminuir. Espero, pacientemente, sabiendo que la oscuridad será mi aliada en esta noche en la que finalmente podré buscar las respuestas que tanto necesito.
La noche se cierne con su manto oscuro y silencioso sobre la mansión Lovelace, y el aire está cargado de un susurro apenas perceptible, como si el mismo universo contuviera la respiración en anticipación. Me acerco al muro cubierto de enredaderas, mi corazón no late con temor, sino con la familiar excitación del desafío. Miro a mi alrededor una última vez, asegurándome de que no hay ojos que me observen, y comienzo a escalar con movimientos fluidos y precisos.
Mi corazón late con fuerza, pero mi determinación es aún más fuerte. He llegado demasiado lejos para dar marcha atrás ahora. Con cada paso, me acerco más a las respuestas que tanto he buscado.
Cada enredadera, cada grieta en el muro, me ofrece un asidero firme, y pronto me encuentro en la cima, observando el jardín que se extiende abajo. El césped está salpicado de sombras profundas, y las luces de la mansión parpadean como faros lejanos. El jardín es hermoso. Una fuente iluminada. Un ángel guerrero, con dos serpientes enroscadas en su cuerpo, se encuentra en el centro, el agua fluye sin descanso de la boca de los reptiles.
Desciendo con agilidad, mis pies tocando el suelo con apenas un susurro.
Avanzo con cautela, el aroma de las flores violetas llena el aire mientras la estatua del ángel se alza ante mí, sus alas parecen extenderse protectoras bajo la pálida luz de la luna. Hay un aire casi sobrenatural en su mirada pétrea, como si supiera el secreto que guardo.
Rodeo la fuente escondiéndose entre las sombras del jardín y me adentro en el bosque que se extiende más allá. La oscuridad aquí es aún más intensa, y cada crujido de hojas bajo mis pies resuena en mis oídos como un trueno. Pero continúo, mis sentidos agudizados, guiada por el conocimiento preciso del camino.
Han pasado un tiempo bastante largo desde la última vez que pisé este lugar, y cada paso que doy está cargado de una cuidadosa vigilancia. Paso la tumba y el ángel que custodia las Almas de aquellas mujeres. Sus alas rotas y su rostro, erosionado por el tiempo, se asemeja a una máscara de horror que observa con ojos vacíos y una familiaridad inquietante, pero sé que no puedo dejarme intimidar. Cada sombra podría esconder una amenaza nueva.
El viento gime a través de las grietas y mueve las ramas de los árboles, susurrando secretos olvidados que erizan mi piel.
Finalmente, después de lo que parecen horas, llego a la entrada de la cueva. Las enredaderas cuelgan pesadas sobre la abertura, y me detengo un instante para observar si hay alguna señal de cámaras ocultas o de dispositivos de seguridad. Nada parece haber cambiado, pero no me confío. Aparto las plantas con cuidado, revelando la oscura grieta en la roca. Me adentro en el interior fresco y húmedo, donde la penumbra es casi total, mientras mis sentidos permanecen alerta.
Mis dedos recorren las paredes, buscando la puerta secreta camuflada entre las rocas. Me detengo un momento, inspeccionando la piedra que activa el mecanismo. Han pasado dos años, y me pregunto si habrán cambiado la disposición, pero el clic suave me asegura que sigue igual. La puerta se abre con un gemido sordo, y entro al pasadizo, sintiendo el aire cargado de antigüedad.
A medida que avanzo, busco cualquier cambio: guardias, cámaras ocultas en las sombras. Pero las antorchas en las paredes proyectan sombras que se mueven como siempre, sin revelar nada sospechoso. Me desplazo con sigilo, mis pasos apenas un susurro en el vasto silencio.
De repente, oigo voces y pasos que se aproximan, el eco reverbera en las paredes estrechas. Mi corazón se acelera, no por miedo, sino por la expectativa del enfrentamiento. Estoy lista para luchar o morir, pero también consciente de que podría haber nuevos peligros.
Encuentro un nicho en la pared, lo bastante grande para ocultarme. Me deslizo dentro, el frío de la piedra se adhiere a mi espalda mientras contengo la respiración. Las voces se acercan, y siento esos ojos invisibles sobre mí, como si estuvieran evaluando cada uno de mis movimientos.
Dos figuras emergen de la penumbra, sus sombras alargándose grotescamente por la luz parpadeante. Conversan en susurros, cada palabra una amenaza velada. A solo unos pasos de mí, uno de ellos se detiene, su mirada escudriñando el pasillo. El aire se vuelve espeso, y cada segundo se alarga en una agonía interminable.
Contengo el aliento, mi cuerpo inmóvil, cada músculo preparado. La figura mueve su rostro, y la sensación de ser observada se convierte en un peso casi físico. Después de varios segundos que desafían toda lógica temporal, continúan su camino. Sus pasos se alejan, y el eco de sus voces se desvanece lentamente.
Dejo escapar un suspiro silencioso y salgo de mi escondite. La adrenalina sigue fluyendo, pero mi determinación es más fuerte. Avanzo por el corredor, sabiendo que el verdadero desafío apenas comienza.
Camino por pasillos poco iluminados, usando las sombras como aliadas, manteniéndome alerta a cada sonido.
En el momento en el que llego a la puerta de la antigua biblioteca sé que es hora de enfrentarme al verdadero dilema.
En el momento en el que llego a la puerta de la antigua biblioteca, sé que es hora de enfrentarme al verdadero dilema. Intento abrirla sin hacer ningún sonido y, por algún milagro, lo logro. Miro mi reloj y sé que solo tengo veinte minutos antes de que el erudito mayor haga sus rondas. Al menos, eso espero; si algo ha cambiado en estos dos años, estoy muerta y aún no lo sé.
Me adentro en la habitación, y el olor a libros antiguos, humedad e incienso casi me hace estornudar, pero me aguanto. Busco entre los estantes sin saber qué estoy buscando exactamente. Quizás algún libro más antiguo o un pergamino.
El tiempo avanza inexorablemente, y con cada segundo que pasa, mi ansiedad crece. El entrenamiento como soldado me ha enseñado a manejar la presión, pero esta misión es diferente a cualquier otra. La biblioteca antigua es un laberinto de sombras y secretos, y cada rincón podría esconder la clave que necesito.
Mis dedos recorren lomos de cuero desgastados y pergaminos crujientes, pero nada parece ser lo que busco. La desesperación comienza a instalarse en mi pecho, y miro el reloj nuevamente: solo quedan diez minutos. La idea de salir de aquí con las manos vacías es insoportable.
Finalmente, casi por accidente, mi mirada se posa sobre un pequeño pergamino, metido entre dos enormes volúmenes. Lo saco con cuidado y, al desenrollarlo, mi corazón da un vuelco. Habla del Libro de la Vida. Meto el pergamino en mi mochila con rapidez, y justo en ese momento siento el sonido de pasos que se acercan en mi dirección, congelándome.
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