Capítulo 3: El libro de la vida.


El eco de nuestros pasos resonaba en el gimnasio vacío, un santuario de silencio roto solo por el golpeteo rítmico de nuestros puños contra los guantes de entrenamiento. El aire estaba cargado de anticipación mientras Liam y yo nos movíamos alrededor del cuadrilátero, midiendo nuestras habilidades. Sentía el sudor en mi frente, pero la adrenalina me mantenía alerta y ágil, anticipando cada uno de sus movimientos.

Liam no era un oponente fácil; su fuerza y determinación eran innegables. Pero, con cada intercambio de golpes, me daba cuenta de que mi destreza y velocidad me daban una ligera ventaja sobre él. No era que Liam fuera lento, en absoluto. Simplemente, había algo en mí que me empujaba a ser más rápida, más precisa.

—¿Alguna vez has pensado en apartarte de la Orden? —pregunté, rompiendo el silencio entre nosotros mientras esquivaba uno de sus golpes.

Liam vaciló un momento, y pude ver un destello de duda en sus ojos antes de que su expresión se endureciera de nuevo.

—Nadie puede hacerlo, Zeph. Naces y mueres perteneciendo a la Orden de la rosa. Además, ¿A dónde iría? —respondió, lanzando un gancho que apenas logré bloquear—. La Orden es todo lo que tengo.

  ***

De vuelta al presente lo miro.

La noche envuelve la calle en un manto de sombras, intensificando el aire de peligro que rodea cada rincón. Las luces parpadeantes de un farol solitario apenas iluminan el rostro de Liam, revelando el desastre que ha sufrido. Su ojo izquierdo está hinchado y amoratado, apenas puede abrirlo. La sangre seca en su labio inferior forma una costra oscura que contrasta con su piel pálida. Un corte en su mejilla derecha aún rezuma un poco de sangre fresca, dejando un rastro carmesí que desciende lentamente hacia su mandíbula. Su nariz parece ligeramente desviada, como si hubiera recibido un fuerte golpe. Su cabello está desordenado y salpicado de polvo, pegándose en mechones a su frente sudorosa. La camiseta que lleva puesta está rasgada y manchada, revelando moretones que se extienden por su cuello y brazos. Su postura es encorvada, como si el dolor lo obligara a proteger su torso, y sus hombros caídos muestran el peso del cansancio y la derrota. A pesar de todo, en sus ojos todavía brilla una chispa de determinación, una señal de que aún no se ha rendido.

Lo observo con el ceño fruncido, sintiendo una mezcla de ira y preocupación. Acostumbrada a lidiar con el peligro, no hay nada que me intimide fácilmente.

—Liam, ¿qué haces aquí? —pregunto, mi tono un poco cortante, pero teñido de una sutil preocupación.

—No tenía a dónde más ir, eres la única persona en quien confío, Zeph —responde él, su voz rasposa y cargada de desesperación.

Lo tomo de la mano con brusquedad, arrastrándolo fuera de la vista de cualquiera que pudiera pasar por aquí a estas horas. Mantengo mi mirada en movimiento constante, alerta, como un depredador en su territorio.

—¿Cómo me encontraste? —pregunto entre dientes, sin dejar de vigilar mi entorno.

—Puede que seas la mejor en la lucha, Zephyra, pero yo soy el mejor rastreador y lo sabes. Hace tiempo que sé dónde estás —replica Liam, esbozando una sonrisa que se transforma en una mueca de dolor.

Lo miro intensamente, tratando de descifrar sus intenciones.

—¿Cuánto tiempo hace que lo sabes?

—Desde el momento en el que te mudaste al departamento —responde, encogiéndose de hombros con esfuerzo.

—Eso fue dos días después de escapar —digo, mi voz baja pero cargada de incredulidad.

—Lo sé, soy el mejor, ¿recuerdas? —intenta bromear, pero el dolor en su rostro lo traiciona.

—¿Por qué nadie más lo sabe? —insisto, mi tono ahora más grave.

—¿Cómo sabes que no lo dije? —responde Liam, su mirada directa y desafiante.

—Hace dos años que vivo en ese departamento, Liam, y nunca nadie de la orden se ha acercado —lo confronto, sintiendo mis ojos arder con una intensidad peligrosa.

Liam suelta un suspiro derrotado, su mirada fija en la mía.

—No eres la única que tiene secretos, Zephyra.

—¿Son esos secretos la causa de que parezcas que un camión te atropelló? —pregunto, con un toque de sarcasmo en mi voz.

—Digamos que ya no tengo un lugar al que volver —responde, su voz apenas audible.

—¿Qué hiciste, Liam? —insisto, mi curiosidad mezclada con una creciente preocupación.

—Aquí no, nunca sabemos quién está oyendo —advierte, mirando a su alrededor con cautela.

Lo observo durante unos segundos, sopesando mis opciones. Finalmente, asiento y comienzo a guiarlo hacia mi edificio. Al llegar a la entrada, me detengo y lo enfrento, mi expresión endurecida.

—Si le haces daño, no te alcanzará el mundo para esconderte de mí. Te cazaré, te torturaré, suplicarás que te mate cuando acabe contigo, pero yo solo esperaré a que tus heridas sanen para volver a torturarte. Piensa bien lo que vas a hacer, Liam —le advierto, mi voz un susurro mortal.

—Tranquila, no voy a hacerle nada a nadie. Ni siquiera estoy en condiciones de respirar con facilidad, mucho menos para herir a alguien inocente. Tengo muchas más cosas de las que preocuparme —responde, su voz cargada de sinceridad y un atisbo de resignación.

—Bien —Asiento y lo insto a entrar al edificio.

  Nuestros pasos resuenan en el vestíbulo vacío mientras nos acercamos al elevador. El ensordecedor silencio en la cabina de metal solo hace que mi paciencia esté al borde.

  Bueno, para ser justa mi paciencia siempre está al borde, no necesito estar buscando escusas.

   Al llegar a la puerta de mi departamento recé a la divinidad de la luz, que Selene estuviera durmiendo. Sin embargo, lo primero que vimos al abrir fue el trasero de mi mejor amiga. Su trasero cubierto por unos cortos pantaloncillos de algo parecido a la seda.

   Paso la mano por mi rostro, apartando los mechones de cabello rubio más corto que se escapan de mi coleta alta y vuelvo a mirar a Selene. No parece haberse percatado de nuestra presencia. Está demasiado concentrada en sacar lo que sea que este debajo del sofá. Tiene la mitad superior de su cuerpo escondida debajo del mueble, mientras que la otra parte, su trasero por supuesto, nos da la bienvenida al apartamento.

  Miro a Liam y parece embobado con mi mejor amiga.

  Lo que me faltaba.

Intento llamar la atención de Selene con un carraspeo, pero sigue enfocada en su búsqueda debajo del sofá. Me apuesto lo que quiera a que busca a la rata, digo a Jack, su diminuto Chihuahua.

  —Selene, ¿qué demonios estás haciendo? —pregunto finalmente, tratando de mantener la voz firme a pesar de la diversión que me provoca la situación.

Como respuesta, Selene se incorpora de golpe, dándose en la cabeza contra el borde del sofá y soltando un sonoro.

  —¡Ay! —Miro a Liam y él parece tener la misma expresión de horror que yo, aunque por razones totalmente distintas. Probablemente, está más preocupado por el bienestar de Selene que por el golpe en sí.

Jack sale corriendo de debajo del sofá, moviendo la cola con entusiasmo. Selene, por otro lado, se frota la cabeza, con los ojos un poco llorosos, mientras se vuelve hacia nosotros. Al ver a Liam, su cara se pone roja como un tomate, y de inmediato baja la mirada, claramente confundida por la situación.

—Hola —murmura Selene, todavía aturdida y probablemente preguntándose por qué traje a un extraño a nuestro departamento a estas horas.

  Miro a Selene, que sigue frotándose la cabeza, y luego a Liam, que parece estar a punto de colapsar de nervios. Decido que necesito intervenir antes de que la situación se vuelva más incómoda, si es que eso es posible.

—Liam, ella es Selene —digo, señalando a mi amiga, que sigue ruborizada y con una expresión de desconcierto. —Selene, este es Liam. La razón por la que lo traje aquí a estas horas es… bueno, eso es una larga historia.

Liam asiente, tratando de recuperar la compostura, y decide intentar hablar, aunque claramente no está en su mejor momento.

  —Tus ojos… son como… estrellas en el cielo… de los… erm, perdidos —tartamudea, y luego se detiene, claramente consciente de que ha dicho algo mal.

Selene frunce el ceño, obviamente tratando de descifrar lo que acaba de escuchar.

   —Gracias… creo —responde, aunque su tono sugiere más confusión que gratitud.

  Yo me recuesto a la puerta después de cerrarla, disfrutando de este momento incómodo entre ellos.

Liam intenta corregirse, pero solo logra empeorar las cosas.

   —Quiero decir, tus cielos son como… en los ojos de las estrellas… —dice, y luego se queda en silencio, completamente derrotado. —Eres muy linda.

No puedo evitarlo; mi lado sarcástico toma el control.

   —Vaya, Liam, eso fue todo un espectáculo —comento, mi tono goteando ironía. Él me mira y su mirada no hay nerviosismo, sino más bien algo parecido a la molestia. —Si ya terminaron de protagonizar la escena más cursi y surrealista del año, tal vez podamos volver a la realidad antes de que el pobre Jack decida que mis zapatillas son un nuevo objetivo.

Ambos se miran, claramente avergonzados, y yo no puedo evitar sonreír internamente. A veces, ser la villana del cuento tiene sus ventajas, especialmente cuando se trata de lidiar con situaciones tan ridículas como esta.

   —¿Qué te pasó? —pregunta Selene por fin sentándose en el sofá con las piernas cruzadas tipo indio o alguna posición de yoga, yo qué sé.

  Liam suspira, lo que me hace mirarlo, camina hacia el sillón opuesto a mi amiga y se deja caer, haciendo una mueca de dolor al sentarse.

   —Clara, ponte cómodo —digo, si ambos notaron la ironía en mi voz, decidieron claramente ignorarla.

  Liam saca de detrás de su espalda un libro que parece viejo. Las páginas se ven amarillentas y desgastadas, el lomo seguro vio días mejores y un pequeño candado es lo único que decora la portada que está completamente en blanco.

  —¿Dónde escondías eso? —pregunto.

   —Lo metí entre la cinturilla de mis pantalones y la camiseta. Traía puesta una chaqueta que lo ocultaba mejor, pero desapareció en la pelea.

   —¿Con quién peleaste? —indaga Selene, llevando su mano a su colgante de jade en forma de hoja.

  —Otro miembro de la orden —responde en un murmullo bajo.

  —¿Por qué? Y ¿Qué es ese libro?

  —Es el libro de la vida. Escucha, no sé lo que trama Carver, pero ha estado desesperado buscando el medallón de obsidiana. Ha estado usando este libro para intentar encontrarlo. Por eso lo robé, pero sé que eso no hará que termine su búsqueda. —dice, sus ojos grises fijos en los míos. La gravedad de sus palabras es innegable y el peso de la responsabilidad comienza a asentarse sobre nosotros.

   —¿Qué es el medallón de obsidiana? —pregunta Selene, acariciando al perro sobre sus piernas.

  —Cuando las divinidades de la luz y la de la oscuridad obsequiaron los dones a los seres humanos, también depositaron partes de su poder en algunas reliquias. La esfera de la absorción, que permite absorber por un corto tiempo el don de cualquier persona. El cáliz de la verdad, que como dice su nombre te obliga a decir la verdad, la lágrima de la luna, un cristal casi transparente que refleja la luna y que rompe cualquier maldición hecha, la llave de los portales y por último el medallón de obsidiana, cada objeto posee una parte de una de las dos divinidades, sin embargo, ese es el más peligroso.

  —Se dice que se creó en el momento en el que la oscuridad estaba descontrolada y que sus poderes son demasiado peligrosos para la humanidad, por lo que se trató de encerrar junto a los guardianes; sin embargo, alguien lo robó y nunca se supo nada del medallón. —añade Liam.

  —Y ahora Carver lo busca, lo que no puede ser nada bueno. ¿Creen que lo quiera usar en contra de las personas con dones? —pregunta Selene, su voz temblando ligeramente ante la posibilidad de que el líder de la orden pueda hacerse con un objeto tan peligroso.

  —No lo sé, pero después de todo lo que ha hecho en estos últimos años cazándolos a todos no me sorprendería que trate de eliminarlos de una vez. —respondo sintiendo como la presión en mi pecho se intensifica.

  El silencio que acompaña mi declaración se siente pesado.

Mi mente corre, tratando de sopesar las opciones, de encontrar un camino en medio del caos. La certeza de que debemos actuar se fortalece con cada segundo que pasa, pero también la incertidumbre sobre si seremos capaces de detener lo que parece inevitable

   —¿Crees que el libro nos ayude a encontrarlo? —indago.

   —No lo sé. Me encontraron tomando el libro y no fui capaz de abrirlo —responde Liam, al mismo tiempo que Selene pregunta.

  —¿Vamos a buscar el medallón?

  —Si somos capaces de encontrarlo primero y destruirlo, entonces Carver no podrá hacerse con él. Tendrá que conseguir alguna otra manera de eliminar a los portadores y sé que lo hará, pero mientras lo haga, tendremos tiempo para encontrar alguna manera de destruir la orden.

  —No creo que la orden sea el problema —añade Liam, mirando hacia la ventana. La vista al mundo exterior parece un recordatorio cruel de lo que está en juego—. No los estoy justificando, por supuesto que no, sé que lo que hacen está mal, Pero también sé que solo lo hacen por miedo. Si la profecía se cumple y la oscuridad queda libre, sería el fin de la humanidad.

  —Y por una profecía que no se sabe si es cierta o no ¿Sabes a cuántos portadores han matado? Yo una vez también confié en el papel de la orden Liam, sabía que lo que hacían lo hacían por un bien mayor, para mantener el equilibrio entre la luz y la oscuridad; sin embargo, su miedo se está volviendo demasiado peligroso y no solo para los portadores, sino también para el equilibrio que se esfuerzan tanto por mantener. Si Carver encuentra el medallón, ¿Crees que solo se detendrá con los portadores? No lo hará, el poder corrompe y la oscuridad puede ser capaz de destruirlo todo.

    El silencio que sigue es como un peso físico, una presión que nos obliga a enfrentarnos a la realidad de nuestra situación. Estamos al borde de algo monumental, algo que podría cambiarlo todo para siempre.

  Mi vista se dirige una vez más hacia el libro. Podría ser nuestra salvación o contrario a todo podría ser nuestra destrucción.

  La pregunta es, ¿Estamos dispuestos a sacrificarlo todo?

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