Capítulo 2: Extraño desconocido
Son las diez de la noche y las calles están desoladas. Camino rápido, con el sonido de mis propios pasos resonando en el silencio. De repente, un ruido detrás de mí me hace detenerme en seco. Me vuelvo rápidamente, pero no hay nadie allí. El corazón me late con fuerza; siento una corriente de aire frío recorrer mi espalda.
Intento convencerme de que solo es mi imaginación, que el eco de mis pasos rebota en los muros vacíos de la ciudad dormida. Pero la sensación persiste, esa certeza inquietante de que alguien me sigue. Sigo caminando, ahora más alerta, con los sentidos agudizados. El sonido sordo de mis zapatos sobre el pavimento se mezcla con otro, casi imperceptible, como si alguien pisara al unísono, intentando no ser descubierto.
Acelero el ritmo, mis ojos recorren las sombras que se alargan en la penumbra. La anticipación se convierte en un nudo en mi estómago. Doblo una esquina, y me escondo tras un contenedor de basura. Pasan los minutos y no se oye nada, por lo que una de dos, o quien sea que estuviera detrás de mí está esperando a que salga, o todo fue producto de mi imaginación.
Sea como sea no me va a encontrar con la guardia baja.
Me recojo el cabello en una cola de caballo en lo alto de la cabeza, me quito los tacones de diez centímetros maldiciendo el momento en el que me dejé convencer por Selene de que saliera está noche, y los tomo, cada uno en una mano, asegurándome de poder usar el tacón de aguja como arma si el momento así lo requiere.
Me levanto, y camino con sigilo saliendo del callejón.
Sin nadie a la vista sigo mi camino hacia mi departamento. Doblo por otra esquina y ahí está mi edificio, un refugio que parece tan lejano. Miro por encima de mi hombro mientras busco a tientas las llaves en el bolso. El sonido metálico del llavero es ensordecedor en la quietud de la noche.
La calle sigue vacía, pero no puedo quitarme de encima la sensación de que hay unos ojos clavados en mí, ocultos en algún rincón oscuro. Finalmente, encuentro la llave correcta y la introduzco en la cerradura.
La puerta se abre con un chirrido y me lanzo al interior del edificio. Cierro de golpe y me apoyo contra la puerta solo cinco segundos en los que siento que mi respiración se va normalizando.
Cuando me encuentro más calmada, me acerco a la ventana de vidrio que se encuentra junto a la puerta, buscando alguna presencia humana, pero no hay nada.
Y sé que si lo hubiera, no se dejaría descubrir con facilidad. Al final están intentando cazar a la mejor cazadora de la orden.
—¿Cómo te fue en la cita? —pregunta una voz detrás de mi, sobresaltándome.
Al voltearme encuentro a Selene, usando shorts cortos de su pijama de soles, con una camiseta de tirantes, sosteniendo en sus brazos una rata como si fuera la cosa más delicada que existe.
—¡¿Qué demonios haces aquí?! —grito entre dientes, alejando a mi tormento personal de la ventana, pues la señorita ya estaba intentando asomarse.
—¿Qué pasa? —pregunta confundida mientras la empujo escaleras arriba hacia nuestro departamento.
—No estoy segura, pero creo que alguien me estaba siguiendo.
—¿Crees que nos encontraron? —pregunta y el miedo en su voz me hace detenerme.
Respiro profundamente, intentando serenarme y midiendo bien mis palabras respondo:
—No lo sé, pero pase lo que pasé no voy a permitir que te vuelvan a llevar. Aunque tenga que morir peleando, no permitiré que la orden vuelva a usarte. Pero no puedes salir de noche Sel, y menos sola. Sabes que ellos usan la oscuridad de la noche a su favor. ¿Entiendes? Dime qué entiendes Selene —pido, quizás un poco brusco, pero no puedo evitarlo, el miedo a perderla es demasiado fuerte.
Ella asiente y una solitaria lágrima se desliza por su mejilla.
—Lo entiendo —murmura.
—Bien. Ahora¿Cuéntame qué haces con una rata? —indago, intentando cambiar de tema, mientras limpio la lágrima de su mejilla con mis dedos.
—No es una rata, es un perro. Se llama Jack.
—¿Jack?
—Sí, como el del Titanic —responde encogiéndose de hombros mientras se sienta en el sofá y pone a la cosa en sus piernas.
—Bueno, pues Jack parece una rata —digo mientras me quito el vestido, quedándome en ropa interior, me dirijo hacia mi habitación y por el camino tiro la prenda junto a la ropa sucia.
—No digas eso que hieres sus sentimientos. El pobre lo ha pasado muy mal en su vida ¿Sabes?
—¿De dónde sacaste al perro Selene? —pregunto nuevamente, sabiendo que está intentando distraerme, lo que no depara nada bueno.
—Bueno, digamos que… él estaba en una casa y yo lo convencí de que viniera a vivir una vida mejor conmigo —dice Selene con una sonrisa traviesa, mientras acaricia al pequeño perro que, desde mi punto de vista, parece más una rata que un canino.
—Selene, eso suena sospechosamente como secuestro —respondo, cruzando los brazos y clavándole una mirada escéptica.
—¡No es secuestro si él quería venir! Además, estaba atado en un patio y parecía lastimado. No pude evitarlo, ¿vale? —insiste con una voz tan dulce que podría engañar a cualquiera, menos a mí.
—¿Usaste tus poderes otra vez? —pregunto, asumiendo que la respuesta es obvia mientras ruedo los ojos.
—Bueno, digamos que ahora mis futuros nietos tendrán un perro con quién jugar —responde con despreocupación, como si el mundo fuese un sitio sencillo y lleno de soluciones fáciles, mientras Jack, o lo que sea, mordisquea un cojín que claramente no sobrevivirá la noche.
—¿Futuros nietos? ¿Qué nietos, si ni siquiera tienes novio, o acaso ya tienes y no me has dicho? —le lanzo con un tono sarcástico, disfrutando del ligero rubor que aparece en sus mejillas.
—Eso no importa. Ya lo tendré. Pero por lo menos mis futuros bebés ya tienen a la mejor tía del mundo —dice con una confianza tan inquebrantable que a veces me resulta envidiable.
Me río, negando con la cabeza mientras me dejo caer en el sofá, que cruje bajo mi peso con un sonido quejumbroso.
—¿Y qué nombre le vas a poner, eh? ¿Rattus norvegicus? —pregunto, alzando una ceja mientras clavo la mirada en el pequeño perro.
Selene frunce el ceño, claramente confundida.
—¿Qué es eso? Además, ya te dije que tiene nombre.
—Es el nombre científico para rata, Selene. —Me burlo mientras ella me mira con fingida indignación, su expresión un cuadro de ofensa exagerada.
—¡Qué graciosa! No importa, Jack es adorable y punto. Además, ya verás que será el mejor perro guardián.
—Claro, Jack —dije recordando el nombre que mi mejor amiga ya le había puesto al Chihuahua —, el mejor perro guardián inmortal, de dimensiones microscópicas.
—No es inmortal, solo envejece más lento que la mayoría.
—Selene la última vez que usaste tus poderes la rosa duró más de un año y estaba en un jarrón con agua solamente. Ese perro puede estar vivo por casi treinta años.
—Puede que más, sus heridas eran graves —comenta como si nada.
—¿Tú te encuentras bien? —indago preocupada, sabiendo como le afecta cada vez que usa su don.
Selene decide cambiar de tema rápidamente, evitando responder mi pregunta, lo que solo puede significar que no está tan bien como aparenta. Pero sabiendo que no puedo presionarla dejo el tema para otro momento.
—Bueno, hablando de cosas emocionantes, ¿cómo te fue en tu cita?
El comentario me recuerda el motivo de mi enojo y me cruzo de brazos, mirándola con una ceja levantada, mi expresión endureciéndose como el hielo.
—Por tu culpa casi me sacrifican como a una virgen.
Selene estalla en carcajadas, inclinándose hacia adelante y sosteniéndose el estómago, su risa resonando por la sala como campanas desbocadas.
—¡Eso es terrible! Pero al menos ahora tienes una historia épica para contar.
—¿No estás ni un poco preocupada por lo que pudo haberme pasado?
—Nop —dice, haciendo énfasis en la p —, estamos hablando de ti Zeph, te he visto en acción demasiadas veces para saber que una pequeña secta no podría contigo ni aunque lo intentara.
La miro con fingida severidad, mi mirada afilada como un cuchillo antes de darme por vencida y permitir que una leve sonrisa cruce mi rostro. Me levanto y me dirijo a mi habitación, donde la penumbra me recibe como una vieja amiga.
—Te dejo con tu “rata”. Yo me voy a dormir. Buenas noches, Selene.
—Buenas noches, mejor tía del mundo —responde, su voz llena de ese entusiasmo inquebrantable que logra que me quede pensando en lo afortunada que soy de tenerla a mi lado, a pesar de todo.
Cierro la puerta, escuchando sus risas apagarse mientras me dejo caer en la cama, disfrutando del silencio y de la oscuridad que me envuelven, como un manto cómodo y familiar.
(***)
Mis brazos se aferran a la barra de metal, mientras el ritmo de la música vibra a través de mis venas. El club está lleno, una amalgama de murmullos y risas ahogadas bajo el golpeteo constante del bajo. Las luces parpadean, pintando sombras irregulares sobre las caras expectantes de los hombres que se encuentran a mi alrededor. Sus ojos me recorren con una mezcla de admiración y deseo, pero yo me mantengo ajena, concentrada en el arte de mi danza.
No necesito desnudarme. Mi habilidad está en el movimiento, en la forma en que mis músculos se contraen y estiran con cada giro y cada vuelta. Siento el metal frío de la barra bajo mis manos, una extensión de mi cuerpo que guía mis pasos y mis giros. La música se intensifica, y yo me dejo llevar, moviendo mis caderas con una cadencia hipnótica.
De repente, un escalofrío recorre mi espalda. Es una sensación que no proviene del aire acondicionado del club, sino de una mirada que atraviesa la penumbra y se clava en mí como una flecha. Mis ojos, casi involuntariamente, buscan su origen. Lo encuentro en un rincón del club, entre las sombras, donde un hombre me observa con una intensidad que me hace temblar. Sus ojos, cargados de un deseo parecen reconocerme, la familiaridad que siento con su mirada me descoloca un poco.
Mi piel arde bajo su escrutinio, como si sus ojos fueran capaces de tocarme a pesar de la distancia. El mundo a mi alrededor se desvanece, y todo lo que importa es él, sentado allí, con su vista fija y su presencia envolvente. Mi cuerpo se mueve para él.
Mis movimientos se vuelven más fluidos, más sensuales. Mis manos recorren la barra de metal, subiendo y bajando con una caricia que es tanto para él como para mí. Muevo mis caderas con un ritmo que desafía el tiempo, mis piernas se enredan con la barra, creando figuras que son un tributo a la belleza de la forma humana.
La tensión entre nosotros crece, un hilo invisible que nos une en este juego de miradas y movimientos. Siento su deseo mezclarse con el mío, un fuego que amenaza con consumirnos a ambos. Mis ojos no se apartan de los suyos, y en ese intercambio silencioso, hay demasiadas promesas no dichas.
Justo cuando la música llega a su clímax, y la conexión entre nosotros alcanza su punto más alto, las luces del escenario se apagan de golpe. La oscuridad me envuelve, un telón que cae sobre nuestro pequeño universo. Mi actuación ha terminado, pero el eco de su mirada permanece, grabado en mi piel como una marca indeleble.
Bajo del escenario y me acerco a mi jefe, quien me recorre el cuerpo con su lujuriosa mirada, nada comparada con la que me dedicaba aquel desconocido.
—¿Quién es él? —pregunto, señalando hacia la mesa escondida entre las sombras.
—No lo sé —responde este, encogiéndose de hombros.
—Es mío —advierto, dedicándole una mirada que pondría de rodillas a cualquier hombre, y él no es la excepción, el nerviosismo de su cuerpo lo delata —Dejáselo claro a cualquiera que intente acercársele.
—Eres una stripper Zephyra, ¿Crees que te va a dirigir la palabra fuera de este lugar? —dice en un intento por hacerse el machito.
—Eso no es algo que a ti te debería interesar. Solo preocúpate por qué ninguna mujer se le acerque o vas a perder tus preciosas manos —añado tajante, dándome la vuelta en dirección a los camerinos.
Después de quitarme el disfraz con el que bailé, me pongo mis vaqueros y mi sudadera con capucha, como estoy ansiosa por salir de ese lugar dejo el maquillaje, segura de que en casa podré quitarlo con más calma, sin miradas de odio de mis compañeras.
Salgo y busco con la mirada a mi extraño desconocido, pero la mesa se encuentra vacía.
Camino hacia donde está mi jefe, contando las ganancias de la noche.
—¿Dónde está? —inquiero.
—Se fue apenas desapareciste —contesta, entregándome mi paga.
Tomo el dinero de sus asquerosas manos y sin mediar palabra salgo del local.
A dos cuadras de distancia siento que alguien me sigue otra vez. Sin embargo, en esta ocasión estoy más preparada.
Me detengo un momento, fingiendo atar los cordones de mis zapatos, y escucho con atención. El eco de los pasos detrás de mí se detiene al mismo tiempo, confirmando mis sospechas. Me reincorporo lentamente y continúo caminando, pero ahora, mi mente está en alerta máxima. El aire nocturno es denso, casi palpable, y la oscuridad de la calle parece susurrar historias de sombras y secretos.
Doblo por un callejón, un atajo que he tomado en otras ocasiones, pero esta vez la familiaridad del camino no me reconforta. En cambio, cada sombra parece alargarse y deformarse, como si estuvieran vivas, como si me estuvieran observando. Mis sentidos se agudizan; siento la humedad del ambiente, el latido acelerado de mi corazón, y el crujir de algo no muy lejos de mí.
Sigo avanzando, manteniendo el paso constante, y dejo que mis manos rocen el interior de mi chaqueta, asegurándome de que mi cuchillo esté en su lugar. No tengo miedo, no realmente. Lo que siento es algo más frío, más calculado. Es anticipación.
El callejón se estrecha, y el resplandor de la única farola parpadea, dejando breves momentos de oscuridad total. Es en uno de esos parpadeos que lo escucho de nuevo: los pasos, ahora más rápidos, más cerca. Respiro hondo, controlando mi pulso, mientras mi mente se prepara para lo inevitable.
Casi puedo sentir su presencia detrás de mí, una sombra en la periferia de mi visión. Espero, cada músculo de mi cuerpo tenso, como un resorte listo para desenrollarse. Y entonces, ahí está: un toque en mi hombro, suave pero ineludible. Me giro en un instante, mi puño ya en el aire, listo para descargar mi fuerza sobre mi perseguidor.
Pero cuando mis ojos se encuentran con los suyos, el tiempo parece congelarse. Mi mente, preparada para un enfrentamiento, queda atrapada en un instante de desconcierto. La figura ante mí no es lo que esperaba, es alguien que no debería estar aquí, alguien que no puede estar aquí. Me quedo inmóvil, el puño suspendido en el aire, mientras mi mente trata de comprender lo incomprensible.
—Nos volvemos a ver Zephyra.
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