Capítulo 1: Una cita
Odio a la gente.
Ya está lo he dicho, no soporto a las personas. Odio a la mujer que me juzga con la mirada, a la cajera que se demora demasiado en cobrar la compra de la mujer, al hombre parado detrás de mi, que me desnuda con los ojos, a su esposa junto a él que respira demasiado fuerte y mastica chicle demasiado alto. Pero principalmente odio a la que hasta hacia unos minutos era mi mejor amiga y ahora eso solo la persona que se interpone entre el amor de mi vida y yo.
—Cambia esa cara Zeph —comenta soltando una risita cuando la veo, dejando que todo el odio que siento se note en mi mirada —Estoy haciendo esto por tu bien.
—Explicame como demonios es eso —gruño.
—No puedes pasarte el día entero en la cama.
—¿Por qué no? Es una relación sana, ella me ama y yo a ella, ¿Que más se puede pedir? —pregunto, caminado hacia la caja, en dónde Selene paga sus compras.
Salimos de la tienda y el sol del mediodia da directo en mi rostro.
Odio el sol.
—¿Que me dices del amor? Si te pasas todo el tiempo de la casa al trabajo y cuando estás en casa te la pasas durmiendo no vas a encontrar a nadie.
—El amor es cosa del diablo. —respondo, poniendome la capucha del abrigo y mis gafas.
—Eres una dramática —comenta, poniendo los ojos en blanco.
—Selene con la mala suerte que tengo, es probable que me enamore de un viudo y su esposa resucite. No gracias mejor me quedo como hasta ahora, ya tenemos demasiados problemas como para añadir a un hombre a la ecuación.
—Que pena, porque te concerte una cita con un tío guapo —suelta ella, caminado un poco mas rápido y dejándome atrás.
—¿Qué hiciste que? —rujo, trotando para alcanzarla.
—Pues resulta que la señora Paris tiene una amiga que tiene un nieto de tu edad y concerte una cita con él a través de su abuela. Es hoy a las ocho
—Es una broma ¿Verdad? —pregunto esperanzada mientras entramos a nuestro edificio. —¿Por qué harías algo así?
Entramos al edificio, subimos las escaleras hasta el segundo piso, entramos en casa y ella aún no responde a mí pregunta.
Si algo no tengo es paciencia, por lo que me paro delante de ella, impidiendo su paso.
—¿Selene?
Ella suspira, Deja la bolsa de la compra en el suelo junto a ella, pone sus manos en mis hombros y me mira directamente.
—Sabes que te quiero. Eres las personas más importante en mi vida, pero cariño, estás insufrible. Y no me refiero a tu mal carácter, ni a tus comentarios sarcásticos, porque así eres, me refiero a que últimamente protestas por absolutamente todo, me estresas.
—¿Y por eso me buscas una cita? ¿No podrías haberme lo dicho y ya está? ¡El tipo podría ser fácilmente un asesino en serie! —exclamo.
Ella solo voltea los ojos y niega.
—No, porque te conozco y lo único que lograría sería que contuvieras todo eso que te molesta dentro de ti con tal de no molestarme y a la larga, te harías daño. Lo que tú necesitas es relajarte y ya que no podemos permitirnos un spa, y también estoy segura de que odiarias cada momento en el que alguien desconocido tuviera sus manos sobre ti sin tu poder controlarlo todo. Pues lo que queda es el sexo.
—¿Se te olvida la parte de que puede ser un asesino serial?
—No claro que no, pero eso también ayudaría a desestresarte. Solo que me sentiría mal por el tipo la verdad. Pero ojos que no ven corazón que no siente.
—Te estás compadeciendo de un hipotético asesino y no de tu mejor amiga. Que lindo.
—Mi mejor amiga es más peligrosa que un asesino cualquiera.
Otra cosa que odio, es cuando no tengo la razón, por lo que solo asiento.
—Bien, ¿Cómo se llama el tipo?
—¿Eso es todo? ¿No vas a protestar? Estaba preparada para que dieras más batalla, esto fue muy fácil.
—No me hagas arrepentirme.
—Vale, pero ¿Qué hago con las galletas dulces, la leche condensada y la Nutella que compré para chantajearte si te negabas?
Miro la bolsa de la compra tratando de recordar el momento en el que echó todo eso sin que yo me diera cuenta. Sin embargo, por más que fuerzo mi memoria no puedo recordar. Quizás estaba tan distraída manteniendome enojada y odiando a todo el mundo que no ví cuando tomó mis chucherías favoritas.
—Dame —digo arrebatándole la bolsa de las manos —, voy a necesitar algo dulce si tengo que padar por semejante sacrificio.
—Eres una dramática —dice Selene, rodando los ojos mientras se dirige a mi armario—. Tenemos cuatro horas para hacer que luzcas tan sexy que el tipo con el que te vas a encontrar quiera desnudarte apenas te vea, pero sin que parezca que te vestiste para tener sexo. Más bien, que parezcas una joven... virginal.
—¿Es acaso eso posible? —pregunté, masticando una galleta con chispas de chocolate y tratando de no atragantarme con la ironía de la situación.
—Déjamelo a mí —respondió Selene con una sonrisa radiante, revolviendo entre la ropa como si buscara un tesoro oculto—. Va a parecer tan cierto eso de que eres virgen...
—¿Qué? —pregunto, atorandome con la galleta.
—Pues es lo que cree la señora Paris y si te ayuda a tener sexo pues no iba a desmentirla. Detallitos de nada
—¡Virgen no tengo ni el pelo, Selene! —protesté, ofendida, mientras la galleta se desmoronaba en mi mano. Selene rió, una carcajada tan contagiosa que casi me hizo sonreír.
Remarca el casi. No recuerdo la última vez que reí, porque claro, no lo he hecho nunca en mi vida.
—Tu déjamelo a mi, no puedo hacer milagros, como devolverte tu himen —dijo, sacando un vestido del armario y levantándolo con una expresión de triunfo—. Pero un poco de magia, eso sí te puedo dar.
La miré, entrecerrando los ojos, pero su entusiasmo era tan desbordante que resultaba imposible no dejar que me arrastrara en su torbellino de energía. Al final, supongo que una noche de diversión no podía hacerme daño... o al menos, eso esperaba.
(***)
La noche estaba siendo una mierda.
Mi cita desde el minuto uno en el que apareció parecía drogado con alguna bebida energética, no paraba de mover el pie de arriba hacia abajo. Estaba empezando a molestarme.
El tipo no estaba tan mal. De cabello negro, piel pálida, ojos marrones, labios algo finos para mí gusto, pero un muerto de hambre no puede elegir su comida, más bien se come la que le va a salvar la vida y Patrick, Parker o como contras le puso su señora madre, se suponia que era la comida que me salvaria de la extinción.
No obstante, estaba a cinco segundos de irme, buscar algun sex shop que estuviera abierto a estas horas y provocarme un orgasmo yo solita con la ayuda de algún juguetito.
—¿Quieres ir a una fiesta? —pregunta Peter después de mirar su reloj por sexta vez en lo que va de hora.
Lo pienso por unos segundos, debatiendome entre si escoger el sex-shop o el consolador humano frente a mi. Pero llego a la conclusión de que si Posey no capta las señales entonces en la fiesta habrá algún otro hombre que pueda utilizar para el bien mayor, o sea que me dé un orgasmo.
—Vale, no veo por qué no.
El sonríe y su pierna deja de moverse por varios segundos, hasta que se levanta, me toma de la mano y camina, casi que arrastrandome, hacia la puerta.
Muchas ganas tenía él de salir del bar al parecer.
La fiesta es un desastre. Estoy aquí, de pie, con una copa en la mano, intentando no parecer un cactus en medio de un jardín de rosas. No hay muchas mujeres, lo cual debería ser un alivio, pero los pocos hombres que hay me miran como si fuera el último trozo de pizza en una fiesta de universitarios hambrientos. Ignoro las sonrisas disfrazadas de cortesía y me concentro en mi bebida, recordando el brillante consejo de Selene:
—No sonrías tanto, o parecerás una psicópata recién escapada de un hospital psiquiátrico —Genial, porque justo eso necesito ahora, parecer menos inestable de lo que ya me siento.
Mi cita, cuyo nombre todavía no estoy segura de recordar correctamente, ha desaparecido. Tal vez se lo tragó la tierra, o peor, se encontró con alguien más interesante, lo cual, dada mi actitud, no me sorprendería. Intento no pensar demasiado en eso mientras doy un sorbo a mi bebida, saboreando el amargo toque del alcohol que no hace nada por mejorar mi humor.
Siento una mirada sobre mi y un escalofrío recorre mi espina dorsal. Busco la causa y no encuentro a nadie mirándome ya, lo cual es extraño puesto que la sensación no me abandona.
Decido buscar a mi cita. Puede que esté en el baño, o tal vez en algún rincón oscuro haciéndose el interesante. Camino entre la multitud, esquivando miradas y sonrisas, hasta que finalmente lo veo. Está de pie, hablando con alguien, pero cuando me ve, se acerca.
—Espera en esa habitación —dice, señalando una puerta al final del pasillo.
Asiento, más por inercia que por convicción, y me dirijo hacia allí. La habitación está vacía y, para mi desconcierto, la luz se apaga apenas entro. Genial, una oscuridad total, porque claro, lo que más deseo en la vida es desarrollar habilidades de murciélago.
Escucho pasos y me preparo para soltar un comentario sarcástico sobre la falta de iluminación, cuando alguien entra. La silueta en la penumbra me resulta familiar, y asumo que es mi cita.
—Oye, creo que esto no es lo mío —empiezo a decir, convencida de que realmente no quiero continuar con esta farsa—. Tal vez deberíamos...
No termino la frase porque de repente siento unos labios sobre los míos. Es un beso que me toma por sorpresa, lleno de una urgencia que me deja sin aliento. El contacto es intenso, casi eléctrico, y mi mente, que generalmente está ocupada odiando a la humanidad, se apaga por completo.
El sabor de él es una mezcla de menta y algo más, algo que no puedo identificar pero que me resulta extrañamente adictivo. El aroma de su piel me envuelve, un perfume sutil que me recuerda a la lluvia recién caída. Mis manos, que tienen vida propia, suben por su pecho hasta enredarse en su cabello, y el calor de su cuerpo contra el mío es una sorpresa bienvenida en medio de la oscuridad.
Solo hay tres cosa que se de este hombre: es alto, mucho más alto que yo, está en forma y por último, sabe besar.
El beso es todo lo que había olvidado que podía ser: una mezcla de suavidad y exigencia, de preguntas y respuestas sin palabras. Mis sentidos están en alerta máxima, registrando cada pequeño detalle: el roce de su barba incipiente, el latido de su corazón que parece sincronizarse con el mío, la manera en que sus dedos rozan mi cintura, trazando un mapa invisible que me hace estremecer.
El shock desaparece por completo y le devuelvo el beso, con una intensidad que me sorprende tanto a mí como, supongo, a él. Mi lengua se encuentra con la suya en un baile lento, exploratorio, que rápidamente se convierte en algo más urgente. Es como si cada movimiento tuviera un propósito, una promesa implícita de descubrir lo que hay más allá de este instante.
Siento cómo su mano se desliza por mi espalda, siguiendo el contorno de mi columna, deteniéndose un momento antes de continuar su viaje hacia mi cadera. El contacto es tan ligero que casi parece un susurro, pero enciende un fuego que recorre mi piel. Mi cuerpo responde acercándose más al suyo, buscando ese calor que es tan tentadoramente seductor.
Nuestros dientes se rozan brevemente, una chispa de electricidad que hace que mi corazón dé un vuelco. La sensación es tan intensa que casi me hace perder el equilibrio, pero sus brazos están ahí, fuertes, sosteniéndome en la oscuridad como una promesa silenciosa de que no caeré.
Su otra mano se aventura a explorar mi cuello, sus dedos dibujando un sendero que hace que mi piel se erice. Cada caricia es un descubrimiento, una declaración de intenciones que hace que mi piel cobre vida bajo su toque. Me dejo llevar, permitiendo que el momento me arrastre en su ola de deseo.
El beso se profundiza, se transforma. Ya no es solo una pregunta, es una afirmación, una necesidad de sentir, de conocer, de saborear cada rincón de nuestras bocas. Mi cuerpo responde con ansias, mis dedos deslizándose desde su cabello hasta su rostro, sintiendo la textura de su piel, el rastro de su barba incipiente que añade un toque de realidad a este momento casi onírico.
Mientras nuestras bocas se siguen encontrando, su mano se desliza por mi costado, sus dedos rozando el borde de mi ropa como si fueran una invitación silenciosa a despojarnos de todo lo que nos separa. La tela entre nosotros empieza a parecer una barrera innecesaria, un obstáculo a la urgencia de sentir el roce de piel contra piel.
De repente me encuentro caminando hacia atrás. Mi espalda choca contra la pared. Sus labios se separan de los míos, pero solo para repartir besos por mi cuello y mi clavícula. Su mano encuentra mi muslo y, en una caricia suave y sensual, se va arrastrando hacia arriba, cerca de mi ropa interior. Sus dedos rozan el borde inferior de mis bragas, casi tocando ese lugar que anhela su toque, enviando un escalofrío de placer por mi cuerpo.
La tensión en el aire es casi tangible, como una cuerda tensada al máximo, lista para romperse en cualquier momento. Entonces, en un gesto que me toma completamente por sorpresa, él muerde ligeramente mi clavícula. Es un mordisco apenas perceptible, lo suficiente para enviar una descarga eléctrica por mi columna vertebral. Mis ojos se abren de golpe, pero antes de que pueda decir o hacer algo, él se aleja de mi, distingo la sonrisa sonrisa enigmática en la oscuridad, mientras sale de la habitación sin una palabra.
Me quedo ahí, contra la pared, tratando de recomponerme. Mi mente es un torbellino de pensamientos confusos. No puedo quedarme aquí parada como una estatua, así que finalmente, con las piernas aún temblorosas, salgo a buscarlo.
Apenas pongo un pie fuera de la habitación tropiezo con Pablo y me doy cuenta de un pequeño detalle: él no es el hombre que me había besado. Él me sonríe, una sonrisa que ahora me parece un poco inquietante.
—Perdona, necesito un momento. Voy al baño —digo con un tono que intenta ser casual, aunque sé que mi voz suena un poco más aguda de lo normal.
Me escabullo hacia el baño sin esperar su respuesta, mi refugio temporal para intentar darle sentido a lo que acaba de pasar.
Dentro, me miro en el espejo mientras me echo agua fría en la cara.
—¿Quién era ese tipo? ¿Y Por qué, a pesar de todo, una parte de mí desea que regrese? —me pregunto en voz baja. Todo esto es tan surrealista.
Justo cuando empiezo a sentir la necesidad de usar el baño, escucho que dos mujeres entran, charlando animadamente.
—¿Escuchaste lo de Patterson? Consiguió a una joven virginal para el sacrificio de esta noche —dice una de ellas con una risa que me hiela la sangre.
Me quedo inmóvil por varios minutos, el corazón martilleando en mis oídos. No puedo creer lo que estoy oyendo. Dos cosas se hacen claras de inmediato: primero, mi cita se llama Patterson, y segundo, me he metido en algún tipo de fiesta de una secta loca... y aparentemente, soy el entretenimiento estelar de la noche.
Genial, pienso mientras me seco las manos luego que las dos mujeres salgan. Lo único que me faltaba era ser la oferta especial en el menú de una secta.
Hola hola preciosuras. Espero que este primer capítulo les haya gustado y si es así que dejen su estrellita.
Este capítulo está dedicado a mí hermana de otra madre, 8gabycolina muchas felicidades licenciada.
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