CAPITULO 9


—¿Qué es lo que pasa contigo? —grita  Adina, mientras su gemela observa con atención a un Elijah inconsciente.

Después de haberlo noqueado y de recibir una reprimenda de ambas chicas por mi "poco tacto y delicadeza" y la falta de "chispa de chica", llevamos a un desmayado Elijah hacia su cuarto en la segunda planta, en la misma ala que el mío. Adina y Adira se han ocupado del "pobrecito chico que se atrevió a coquetear con Ageysha", mientras yo espero a que se despierte para asegurarme de que esté bien.

—Nada. —Me levanto de la silla que ocupo cuando le veo arrugar un poco las cejas. No se despierta.

—¿Nada? —susurra demasiado fuerte, Adira—. Acabas de enviar al más allá de los sueños a este pobre hombre. ¡Por Dios, Ageysha! El sólo estaba siendo lindo. Incluso dijo que tus alas eran lindas.

—Él es un tonto. Probablemente estaba burlándose de mí. —Me encojo de hombros. Ahora que lo pienso, si ese es el caso bien merecido el golpe.

—Por supuesto que no lo estaba haciendo. Él definitivamente estaba coqueteando contigo.

—Que no, Adira. Ahora dime si está bien y si sobrevivirá.

—Lo hará. —Bien, eso es todo—. En serio que ese chico Yahir es un completo imbécil.

¿Yahir? Pero si Yahir es súper sexy y caliente y...

—¿Qué sucede con él?

—Qué no sucede con él. Prácticamente te ha dañado para el mundo masculino. No ves a ningún otro chico que se interese en ti, ni siquiera si se cuelga un letrero que diga: "Amo a Ageysha y me quiero comer sus dulces" —explica Adira

—No entiendo —murmuro un poco consternada.

—Ageysha. —Adina me observa con cuidado. Tratando de no hacerme molestar—. Lo que queremos decir es que tú simplemente vas al... grano con Yahir. No hay coqueteo, sensualidad, ese juego previo antes de... eso. Ocurre y ya. No te permites ser cortejada.

—En serio, ustedes leen muchos libros. —Suspiro y me dejo caer en un suave sillón—. Además yo no necesito romance. Solamente que él sea bueno en lo que hace y Yahir lo es. Nos entendemos y sabemos lo que queremos. Simple y ya.

—Pero, ¿y el amor, Ageysha? ¿Sentir que eres importante y necesaria para alguien, sentirte amada, adorada y respetada?

—No quiero amor, Adira. No por ahora, no cuando estoy condenada a morir. —Sé lo que es perder a alguien que amas. Perdí a mis padres a quienes amé y amo con locura. Cada día sufro y lloro por su pérdida, cada día les extraño y les necesito—. No puedo condenar a una persona a que me ame cuando en cualquier momento le voy a dejar solo y destruido o al revés. Simplemente no puedo.

—Pues yo prefiero sufrir sabiendo que he amado a alguien, que pasar toda una vida preguntándome lo que es —murmura molesta Adina.

—Ustedes no entienden.

—Claro que lo entendemos, Ageysha. Tú no eres la única que ha perdido a alguien que ama aquí. —Los ojos de Adira se humedecen—. A pesar de que éramos muy pequeñas, aun así sentíamos a mamá y le amábamos. Nos duele cada día no tenerla.

—El amor es amor, Ageysha y creo que vale la pena cualquier sacrificio. Muchos hemos amado y hemos sufrido la pérdida, pero eso es lo bonito de amar, traspasa cualquier dimensión y te permite recuperarte.

—No lo veo de esa manera —refuto. Están a punto de decir algo más, pero Briza y Almagor llegan corriendo preocupados por su tío aun inconsciente. Incómoda por la situación y sabiendo que soy yo quien lo dejó en ese estado, prefiero marcharme.

Camino hacia mi habitación cuando encuentro a mi hermano Ariel recostado en mi puerta, esperando por mí. Sonríe, me acerco cautelosa a él midiendo sus sentimientos y emociones. Está nervioso y arrepentido.

—Hola —me saluda y extiende su mano derecha entregándome algo.

—Hola. —Dejo que mi mano tome su ofrenda y veo que es una chocolatina. Mis ojos se iluminan al verla.

—Una ofrenda de paz. —Ladea su cabeza midiendo mi reacción.

—¿Ofrenda de paz? ¿Por qué?

—Por si aún sigues enfadada conmigo.

—No lo estoy.

—Bien —musita—. Porque yo sí. —Arrugo mi frente confundida—. Conmigo mismo. —Sigo expectante—. Sígueme. Quiero hablar contigo.

Hago lo que pide y camino detrás de él mientras nos conduce a la terraza. Despliega sus alas y le sigo, nos elevamos y emprendemos vuelo hacia las colinas altas que rodean la casa. Por casualidad tal vez, Ariel se dirige exactamente al mismo punto que lo hago yo para pensar, toma asiento en una roca grande mientras que yo me dejo caer – sin gracia– en la hierba. Abro el dulce que llevo en mis manos y devoro mi chocolatina mientras Ariel esboza una dulce sonrisa.

—Lo que dijo el Flayers. —Inicia y me tenso recordando sus palabras aquel día—. Es cierto. —Mis hombros caen, al igual que mi mano con el resto de mi dulce. Siento la humedad en mis ojos mientras el dolor se cuela en mis huesos—. Era verdad, Ageysha. Me siento fatal por ello, por haberlo pensado un día, pero fue hace mucho tiempo.

—Yo... yo no quiero reemplazar a nadie Ariel, no quiero que me odies por... robarte tu lugar en este clan.

—Lo sé, pequeña. Lo sé. —La sonrisa que perdió regresa—. Nadie nunca podría pensar algo así de ti, hermanita. Simplemente fueron inseguridades mías. Yo siempre había creído que mi destino, mi deber para hacer orgulloso a mi padre y cumplir la promesa de cuidar de los míos, a mi madre, era convirtiéndome en el siguiente Summun Ducem. —Mis dedos juegan con una hierba que he cortado—. Me esforcé después de su muerte para ser el mejor. Entrené, luché, mejoré en todo lo que podía, esperando... esperando que mi fuerza y dominio aumentaran. Y de pronto un día entras al gimnasio con la mirada más determinada en tu rostro, como si no quisieras perder más el tiempo, como si necesitaras demostrar que estabas lista para salir y defenderlos. Pensé que no lo lograrías. —Se ríe entre dientes—. Eras mucho más pequeña que el resto de nosotros y sólo tenías diez años. Ni siquiera tomabas correctamente la espada de entrenamiento. —Niega con su cabeza divertido—. Y luego Abel tiene que abrir su boca y burlarse de ti.

»Recuerdo muy poco qué dijo exactamente, pero si tengo muy presente la forma en la que lo miraste. —Sonrío recordando ese día. Fue el día en el cuál logré tomar mi apariencia divina, mi insignia y mi poder—. Como si te diera igual quién era y sus palabras, caminaste hacia él y lo retaste a luchar. Quien cayera primero tendría el cuchillo serafín del otro. No dudaste, a pesar de que te atacó y atacó, respondiste y esquivaste, pero cuando te logró golpear en el estómago y se burló sobre ni siquiera haber logrado defender a tus padres... lo perdiste. La luz irradió de ti como un explosión, tus alas fueron doradas desde ese preciso momento y el dominio que desprendías era casi imposible de soportar. Ahí lo supe, eras tú y tuve miedo. Miedo de defraudar a mi madre y de no honrar mi linaje. Y por ese momento de debilidad sentí temor, angustia por ti.

—Lo siento, Ariel. Yo no pedí esto, yo...

—No tienes que decirme nada, Ageysha. Déjame terminar. —Asiento y él sonríe—. Corrí hacia este lugar, desplegué mis alas y volé alto, tratando de no sentir esa fuerza en ti, de no tener miedo. Entonces, llegué aquí y aún estaban los restos de dulce que habíamos compartido la noche anterior cuando no podías dormir y te traje hasta aquí. Y fue ahí cuando lo comprendí, Ageysha. Que no necesitaba ser el más fuerte o dominante para hacer orgullosos a mis padres, solo necesitaba ser el hermano mayor de ustedes y amarlos. Seguir ayudando a Armon a luchar cuando venía a mí por consejos; seguir acompañando a Atur en sus clases de vuelo porque solo se sentía seguro si estaba a su lado; ayudar a Atzel en sus tareas, ya que confiaba en mi juicio para decirle que estaba bien o mal; leerles un cuento a las gemelas para que lograran irse a dormir; finalmente, ayudarte a olvidar esas horribles pesadillas que te atormentaban cada noche.

—Siempre has sido la roca de todos, nuestro soporte y nuestro apoyo.

—Así es hermanita y soy feliz con ello.

—Pero yo no creo que pueda ser una buena Summum Ducem. —Me levanto y me señalo a mí misma—. ¡Mírame! No soy la indicada, Ariel. Soy demasiado salvaje e imprudente para poder liderarnos.

—Eres más que eso Ageysha y ellos lo saben. Solo están celosos de ti, esos... ¿Cómo los llamas?

—Pomposos o traseros gordos.

—Pomposos. Sí, les queda. —Se ríe entre dientes—. Y traseros gordos también. —Rio con él—. Ellos están demasiado llenos de sí mismos, Ageysha. Son incapaces de ver más allá de sus gordas narices.

—Ojalá y todos pensarán igual.

—Lo hacen, créeme. Todos sabemos la clase de persona que eres. Leal, valiente, firme, fiel, amable, cariñosa, justa, servicial, solidaria... ¿Debo seguir?

—No, tonto. Ya entendí. —Sonrío y termino de comer mi dulce.

—Si te causé dolor, lo siento, Ageysha.

—Jamás me lastimarías, eso lo sé.

Le doy una parte de mi dulce y regresamos a casa, en el camino nos permitimos hacer unas cuantas maromas mientras vemos a las legiones de destructores y demás vigilantes, ir y venir de la ciudad.

—¿Por qué no te agradamos? —Me sobresalto cuando escucho la pequeña voz de Briza.

—Oh, hola. —Me bajo del barandal en el cual me encontraba apoyada observando el horizonte—. ¿Por qué dices algo así?

Encoje sus pequeños hombros.

—Siempre nos ignoras o corres lejos. No juegas con nosotros y tampoco quieres entrenarnos para ser cendis.

—Ascendit —corrijo.

—Eso mismo —sonríe.

—No soy buena con los niños. —Reconozco ante la pequeña niña.

—¿En serio? —pregunta incrédula—. ¡Pero si nos salvaste! Teníamos mucho miedo y tú nos salvaste de ese pulpo feo. —Sonrío ante la comparación del Flayers—. Fuiste muy valiente y eres muy fuerte. Le dije a mi tío que quiero ser como tú, y también así de bonita. Mi tío dice que eres hermosa y si él lo dice es cierto. Además, tus alas son enormes. —Extiende cada letra para hacer énfasis en "enormes"—. Y son de oro. ¿Cuántas alas de oro hay? ¿Puedo tener alas de oro como tú? —Mi cabeza da vueltas con todo lo que la pequeña está diciendo. No se detiene para respirar, solo deja y deja salir más palabras—. Y vuelas muy rápido. ¡Oh! Y esa espada es increíble y brillas y...

—Calma —le digo cuando la veo agitarse por aire—. Toma un respiro, pequeña.

—Es que eres increíble. Yo siempre había soñado con ángeles y he conocido a los más hermosos. Adoro tus alas, son divinas. Mi hermano también dice que eres muy valiente y fuerte. —Se acerca y baja la voz como si estuviera contando un secreto—. Él no lo va a admitir nunca, pero también dice que eres muy bonita.

—¡Mentirosa, yo no he dicho eso! —Almagor entra a mi habitación directo hacia su hermana para empujarla.

—Oye, tranquilo. No tienes por qué empujar a tu hermana. —Tomo a Briza del codo y la abrazo cuando veo sus ojos aguados.

—Pero ella dice mentiras —grita indignado.

—Entonces... ¿No crees que soy bonita? —pregunto y luego le susurro a la niña que todo está bien.

—Las niñas son... guacala. Los niños son mejores —afirma, cruzándose de brazos como un hombre mayor.

—Ah, ok. Pues yo sí creo que eres un chico muy apuesto. —Sonrío cuando lo veo sonrojarse.

—¿De verdad?

—Sí.

—Bueno, tu tampoco estás mal, eh. —Me es imposible no reír cuando se encoje de hombros y se torna más rojo que antes.

—Briza, Almagor. ¿Dónde carajos están? —Elijah me detiene a continuar hablando con el niño.

—Están aquí —respondo. Revuelvo el cabello de Almagor y le sonrío cálidamente a Briza, quien ya no se encuentra a punto de llorar.

El tío "cool" entra y me saluda un poco seco mientras observa con cuidado a sus sobrinos.

—¿Todo bien? —pregunta con cautela y me molesto por ello.

—¿Por qué no habría de estarlo? —Mi tono suena a la defensiva. Levanta su mirada hacia mí arrugando sus cejas.

—No lo sé. Al ogro que llevas dentro tal vez le guste comer niños.

—¿Qué has dicho? —gruño y los niños ríen.

—Ves. Incluso hablas como uno.

—¿Quieres otro K.O. como el de esta mañana? —Empuño mi mano derecha en señal de amenaza.

—Nah. Ya he descansado demasiado. —Se agacha al alcance de los niños—. Pero que quede claro que te dejé ganar.

—¿Cómo? Tú... yo... —balbuceo.

—¿Ella los está molestando chicos?

—¡Que atrevido! ¿Cómo siquiera preguntas algo así?

—Bueno soy testigo de primera del geniecito que tienes.

—No tengo la culpa de que tú seas tan irritantemente molesto. —Camino hacia mi cómoda y saco algo para cambiarme a dormir.

—Como sea. Niños vamos, debemos ir a dormir. —Ambos niños gimen.

—¿Tan temprano?

—No quiero.

—No he preguntado si quieren o si les parece. Vamos, dejemos a Calamardo descansar —dice mientras arrastra a los niños fuera de mi habitación. No me pierdo su sonrisa.

—Idiota —grito indignada—. Tú te pareces a Patricio... ¡Genius!

Al día siguiente, sintiéndome un poco mal por hacer creer a los niños que no los soporto, cuando bajo para desayunar y los encuentro en plena guerra de comida, los invito al entrenamiento de su tío hoy, con la condición de comer su desayuno en paz y no atormentar más a Zivia –quien se escondía detrás de una olla inmensa. Me duché y cambiándome a unos pantalones de ejercicio y top deportivo, voy hacia la sala de entrenamiento preparando todo lo necesario para el día de hoy.

—Bien. —Me digo a mi misma—. Por ahora tendremos con esto.

—Oh, ella habla sola. —Ruedo los ojos cuando Elijah ingresa al gimnasio. Evito babear ante su presencia en pantalones deportivos que cuelgan de sus caderas y una camisa sin mangas negra que se aferra a su cuerpo.

—Por fin se dignó el caballero a asistir. Pensé que ya estabas rodando en estiércol.

—Tenía algo más importante que hacer —responde con chulería.

—¿Algo como qué?

—Dormir —responde encogiéndose de hombros.

—¿Dormir? ¿Estás jodiéndome?

—¡Dios no lo quiera! Prefiero joder a mi mano. —Arruga la boca como si la sola idea de joderme fuera...

—Estúpido. —Se ríe de mí. Me las va a pagar—. Hoy vamos a empezar con defensa. Te enseñaré algunos puntos débiles del enemigo y como defenderte de sus principales ataques.

—Lo que sea —dice.

Respiro profundo porque sé que quiere sacarme de mis casillas.

—Bien. —Le señalo la colchoneta dónde debe ubicarse. Camina como si su culo fuera demasiado grande y tuviera que arrastrarlo—. ¡Es para hoy!

—Permíteme. —Me fulmina con la mirada—. ¿También vas a decirme cómo debo caminar? —Noto que cojea un poco también. Recuerdo entonces la lucha de ayer y empiezo a reírme.

—Estás dolorido por la paliza que te di ayer. —Sigo doblándome de la risa cuando el músculo en su mandíbula se tensa. Es en ese momento cuando los niños ingresan corriendo junto a las gemelas.

Almagor usa un traje deportivo de niño color azul oscuro, mientras que Briza tiene otro de color rosa. Ruedo mis ojos. Ambos niños saltan emocionados. Les señalo las colchonetas en las cuales deben ubicarse y les informo a ellos lo que vamos a realizar. Cada una de mis hermanas ayudará a los niños.

Les pedí a ellas que les enseñaran el libro de demonios y caídos a los chicos, así aprenden a identificarlos.

—Lo primero que ellos harán si te enfrentas, es ir por tu torso y sacar el aire de tus pulmones, así eres vulnerable —explico y golpeo sin aviso a Elijah en el pecho, quien se dobla inmediatamente buscando aire. Apuñalo con una espada de juguete su espalda un poco más fuerte de lo que debe hacerse.

—¡Joder! —grita.

—¿Ven? —Le sonrío a los pequeños—. Muerto por una puñalada en la espalda. —Sonrío y las gemelas tratan de no reírse por la expresión de Elijah.

—Eso no era necesario —gruñe.

Me encojo de hombros.

—Ellos no te van a decir "¡Oye tú, voy a golpearte el pecho y luego te apuñalaré la espalda!"

—Ja. Ja. Muy graciosa.

—Lo que sea hombre. —Repito sus palabras y sonrío aún más cuando me fulmina con su mirada—. Entonces, otro de sus ataques comunes es ir por las extremidades. —Golpeo nuevamente a Elijah sin avisarle, haciendo que caiga de bruces.

Gruñe y se levanta mientras yo finjo inocencia. Debo reconocer que estoy aplicando más fuerza de la necesaria, pero el hombre siempre me saca de quicio, así que, me voy a desquitar. Les muestro algunos otros de sus ataques comunes y luego procedo a enseñarles de qué manera defenderse. Al tercer intento, Elijah logra golpearme y derrumbarme, me da la mano y sonríe con suficiencia, así que lo halo hacia mí su cuerpo y pateo su pecho con mi pie mandándolo a volar.

—Jamás —digo mientras me levanto—, se jacten frente a su enemigo. Les puede salir caro. ¿Tú qué piensas, Elijah? —Algo me golpea desde atrás enviándome de boca al suelo.

—Tienes toda la razón. —El muy imbécil acaba de patearme el trasero. Rompe a reír junto a los demás cuando me levanto y froto donde me golpeó.

Touché.

Tres horas después les he enseñado lucha física contra un demonio y los niños se han memorizado casi todas las armas al igual que Elijah. Pensé que los pequeños se aburrirían pronto, pero me he equivocado. Se encuentran bastante emocionados con todo lo que les enseño.

—¡Dámelo! —El grito de Briza nos desconcentra a Elijah y a mí de nuestra lucha.

—No. Tú lo dejaste en el suelo, ahora es mío. —Almagor esconde detrás de su cuerpo un cuchillo serafín de entrenamiento.

—Te he dicho que me lo des. Es mío y se me cayó sin querer.

—No. —Sin previo aviso, Briza se abalanza sobre su hermano y aplica algunos de los ataques que les he enseñado, neutralizando a Almagor y arrebatándole el cuchillo.

—¡Vaya! —murmuro impresionada. Probablemente tengo la boca abierta y los ojos como canicas.

—¡Jesús! —Elijah se pasa una mano por su rostro y luego me mira molesto—. Ahora estaré preocupado por un hueso roto y no por un arañazo.

—¿Estás culpándome de esto? Qué pena con su majestad, el hombre responsable, pero no es mi culpa que Briza use lo que le enseñé para partirle la madre a su hermano.

—Estúpido —llora la niña cuando Almagor la aprisiona en una llave sobre la colchoneta—. Suéltame imbécil.

—¿También vas negar que esas palabras no son tuyas?

—Jódete —gruño y camino hacia la salida. Que se quede él arreglando la pelea de sus sobrinos. Yo he terminado.

—¿Ageysha, no vas a ayudar?

—No, Adina. Que se joda.

—Vaya, ese chico sí que sabe invocar a tu bestia interior —murmura Adira.

—Se dice "a tu perra interior".

—Lo sé, Ageysha, pero no voy a decir esa palabra.

—¿Cuál palabra?

—Perra.

—Acabas de decirla. —Sonrío. Jadea y me golpea cuando se da cuenta que ha caído en mi trampa.

—¡Si serás! —grita, mientras Adina y yo nos reímos.

Regreso de la cocina después de prepararme un batido de chocolate y unos muffins de vainilla. No exagero cuando digo que el batido está en el vaso más grande que tenemos. Al medio día, Azael al verme molesta por no tener algo de dulce, fue a la ciudad y me trajo los ingredientes necesarios para darme un pequeño gusto.

—¡Jesús glorificado! Esto está buenísimo —reflexiono para mi misma. De pronto las risas estridentes de los dos pequeños me llegan. Miro hacia la izquierda, luego hacia la derecha pero no les veo. Suspiro aliviada y continúo mi camino

—¿Ese es de chocolate?

—¡HIJO DE LA LUZ! —grito cuando escucho la voz de Almagor. A su lado Briza me estudia con atención—. ¿De dónde han salido? Me han pegado el susto del siglo.

—No seas exagerada, Ajeychas. —Briza descarta lo que digo con un gesto de su mano. ¿Qué?—. Estábamos justo ahí. —Señala hacia la derecha donde hace unos segundos estuve mirando.

—No es cierto —murmuro. Hace unos momentos ellos no estaban, estoy más que segura.

—¿Entonces? —pide Almagor.

—¿Entonces qué?

—¿Es o no es de chocolate?

—Eh... ¿sí? —Tiene doble porción de chocolate, dos de azúcar y un poco de leche cremosa.

—Ese es nuestro favorito —murmuran ambos. Sus ojos se iluminan y me observan como un cachorro.

—Es bueno saberlo —digo y me vuelvo para seguir caminando.

—Y hace como diez mil años que no probamos el chocolate —exclama con pesar Briza. Maldigo en silencio porque sé exactamente lo que están haciendo.

—Sí, el chocolate nos hace tan feliz. Pero no nos dejan comerlo.

—Por algo será. —Sigue caminando Ageysha.

—Aunque podríamos compensarlo volando. —¡Hijos de...!

—Sí, es cierto hermanito. —¿Oh, ahora sí es hermanito?

—¿Me están chantajeando? ¿Cómo es que tienen un alma tan pura y saben chantajear a alguien?

—No es chantaje —asegura Briza— Se llama truleque.

—Será trueque —corrijo.

—Eso mismo – continua—. Tú nos das el chocolate y nosotros no te volvemos a pedir que nos lleves a volar.

—Hmm... —Coloco una mano en mi cadera como si estuviera meditándolo—. Tentador, pero no.

—¿Segura?

—Sí, Almagor.

—Bien. —Ambos se encojen de hombros, se miran y sonríen a la vez...escalofriante—. ¡Ajeichasssssss llevanos a volar! —gritan a todo pulmón—. Por favor... por favor. Queremos volar... queremos volar... queremos volar.

En ese momento Adif pasa por el lugar y me mira levantando una de sus cejas. Intento calmarlos pidiéndoles que se callen, pero gritan más fuerte. Varias gárgolas vienen a mirar por qué tanto alboroto, así como también, algunos pomposos que continúan en la casa.

—¡Ya basta! —grito. Se callan y sonrío porque lo hacen, pero la satisfacción no me dura mucho ya que...

—¡Por favorrrr!... ¡Ajeichas!... ¡Llevanosssss!

—¡Cállense!

—Sólo si nos das el chocolate —murmura Briza bajito, para quesólo yo le escuche.

—¡Pero que diablillos! —Continúan sus gritos, así que presionada y arrinconada les entrego el vaso—. Tomen. —Almagor señala el muffin—. ¿Qué? Ni loca, ya les di el batido. —Abren sus bocas para volver a gritar—. ¡Está bien! Ya, largo de aquí. —Les entrego todo mi botín y se marchan corriendo y riendo—. Son el demonio. —Cabizbaja regreso a la cocina después de ser chantajeada por dos chinches de cinco años.

—¿Qué estás haciendo?

—¡POR SAN PEDRO APOSTOL! —Por segunda vez hoy, lo cual no es usual, soy tomada por sorpresa mientras intento disfrutar de mis dulces.

Después de ser vilmente chantajeada por los mocosos, me preparé un nuevo batido y tomé el resto de mis muffins, luego vine a la enfermería para poder estar sola y en paz porque sé que aquí esos niños no entrarán jamás. Al parecer no funcionó.

—Estoy enviándole una carta al presidente. —Fulmino con la mirada a Elijah mientras le contesto.

—¿De verdad? No parece —El muy idiota tiene el descaro de fingir confusión.

—Es una carta mental. —Muerdo mi último muffin y cierro los ojos imitando a un pensador.

—Espero entonces que tengas buena ortografía —bromea, pero lo ignoro—. ¿Eso es chocolate?

Me tenso inmediatamente y cubro con mi cuerpo el batido que me hice.

—No, es sangre de unicornio.

—¿No están extintos? Vaya, yo creí que ya no existían.

—Tengo algunos en el sótano guardados, ya que, me gusta beber su sangre. —Sorbo haciendo demasiado ruido –intencional– de mi batido—. ¿Qué quieres?

—Bueno, venía por unas cuantas bolsas de gel, pero ya que mencionas la sangre de unicornio, que se ve y huele como chocolate, me gustaría probarla.

—Jamás —gruño—. No comparto. Se agota.

—Oh vamos, solo un sorbito.

—Nanai.

—¿Na qué?

—Que no hombre, que no.

—¿De verdad no vas a darme alguito?

—No.

—Oh. —Deja caer su cabeza—. Y yo que me dije a mi mismo "Mi mismo, se bueno con Ageysha mañana y dile que no puedes entrenar para que así ella pueda salir al mundo y jugar a los caballeros del zodiaco"

Dejo caer mi boca, literal. Estoy realmente impactada por el descaro de este tipejo. Ahora ya entiendo de dónde lo aprendieron sus sobrinos.

—No puedo creer que estés chantajeándome.

—No te estoy chantajeando —murmura indignado y llevándose una mano al pecho.

—¿Ah, no?... serán guayabas las peras.

—Simplemente quería tener un detalle lindo contigo, pero ya que tú no tienes uno conmigo... —Se encoje de hombros dejando su frase en el aire.

—Lindo.

—¿Lindo? Sexy —Sonríe seductoramente.

—Ja. Payaso.

—¿Entonces?

—¿Qué?

—¿Qué de qué?

—¿Qué de que de qué?

—Pues, ¿qué de que de qué de aquello?

—¿Ah?

—¿Eres tonta o te haces?

—Mira qué. —Extiendo mi puño amenazadoramente.

—Ok, bien. ¿Vas a darme una probadita?

—¡Que probadita ni que nada!

—Bien. ¿Sabías que mañana irán a Rock Fire todos tus hermanos? Creo que van a una expedición o algo así.

—Grrr. Van a hacer un reconocimiento no una expedición.

—Eso. Y he visto esos increíbles cuchillos que usan. Es probable que se encuentren varios demonios para matar, puesto que esa zona ha sido seriamente atacada por ellos y...

—Ya cállate, hombre —gruño y le ofrezco mi vaso con la mitad del batido. Sonríe, después de varios sorbos –enormes– me lo regresa y arrebata mi muffin—. Ah, no. Tú dijiste solo el chocolate no el muffin.

—Creí que era sangre de unicornio —dice dolido—. Me has engañado. —Y así se devora lo último de mi pastelito.

—Idiota —bramo y termino lo último de mi batido.


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