13. Calum

Me fascinaría poder decir que las cosas desde esa noche en más fueron mucho mejor, pero estaría mintiendo. ¿Es que se creían que esto era una novela o algo? Con Brooke teníamos muchas peleas, al menos dos por día. El ser tan parecidos en algunas cosas, usualmente los defectos, y tan distintos en otras no era una muy buena combinación. Sin embargo, al final del día y por más enojados que estuviésemos el uno con el otro, por necesidad terminábamos durmiendo en la misma habitación. Ella le tenía terror a la oscuridad y yo a estar solo.

—¿Mañana comienzas la escuela, odiosa? —cuestioné antes de que cayera dormida, pues era como una roca y una vez que se dormía era imposible despertarla.

—Sé que eres fantasma y te da igual, pero acá la que sigue viva necesita dormir. Sí, mañana comienzo la escuela. Ahora déjame descansar de una maldita vez.

—Pero qué mal hablada —me quejé tirándole a modo de juego uno de los mechones de su cabello, lo cual la puso de peor humor.

—Déjame en paz de una vez. —Dio la vuelta dándome la espalda y aburrido me tiré en el piso boca arriba.

Matar las horas de la noche era la peor tarea que tenía como fantasma pues había poco para hacer. Los minutos que pasaban, inservibles por el pasillo eran como un paréntesis de tiempo desperdiciado que jamás volvería.

Me paré y comencé a dar vueltas por el recinto, acomodé cosas y guardé en cajones la ropa que Brooke había dejado tirada. Andar por la vida tocando cosas físicas ya no se me hacía para nada difícil; lejos estaba ese Casper amateur, como todos me habían llamado.

En un momento en particular, frené en seco mi andar errante y quedé parado frente a un espacio de pared donde podía ver una vieja sábana ocultando algo. No sabía cuánto tiempo llevaba allí, pero con lo despistado que era seguro había estado con nosotros desde siempre y yo ni cuenta. ¿Era algo de Brooke? La curiosidad que pronto creció en mí amenazaba con no dejarme en paz y tentado casi corro el retazo de tela para poder ver qué había detrás.

Para mi desgracia, la voz de Brooke que vivía en el fondo de mi conciencia me frenó. Llevábamos semanas intentando convivir y una lección que aún me acostaba aprender comenzó a retumbar en mis oídos impidiéndome llevar a cabo mi cometido. Merezco mi privacidad, Calum, pregunta antes de hacer las cosas.

—Brooke... despierta, Brooke, vamos, por favor. Sé que no estás dormida del todo, vamos.

—¡La traición! ¿Por qué disfrutas tanto de esta tortura? —Mi interlocutora se enderezó molesta y me clavó una mirada muy agresiva—. ¿Qué demonios quieres ahora?

—¿Qué es eso en la pared? Iba a fijarme y ya pero recordé que querías que preguntara primero. No puedes enfadarte conmigo por hacer lo que querías.

—Es la una de la madrugada —se quejó como si a mí el horario me modificara en algo la existencia.

—Nunca especificaste horario.

—Pensé que tendrías sentido común. —Su entrecejo se frunció como cada vez que se dirigía a mí y supuse que tenía un talento innato para hastiarla—. Es un espejo y más te vale no sacarle la tela de arriba. ¿Fui clara?

—Ahora que lo dices, noté que siempre que debes peinarte o lavarte la cara nunca te miras al espejo, ¿por qué rayas nuevos niveles de rareza?

—No es que sea rara —se quejó aunque la expresión en mi rostro le hizo saber que no tenía muchos argumentos para hacerme la contra—. Ya, es que... cada vez que me miro al espejo no me veo a mí.

—¿No? —Nuestra conversación se estaba poniendo más y más insólita—. ¿Se puede saber a quién ves en ese caso?

—A Alison.

Aquellas simples y en apariencia inofensivas palabras se clavaron en lo más profundo de mis entrañas como si se tratasen de una navaja de doble filo. Lo había olvidado por completo, Brooke había tenido en su momento una hermana gemela. ¿Qué se sentiría haber perdido a alguien que era prácticamente una extensión de ti? Una vez leí que cuando ellos pierden al otro, una parte se les escapa, como si un trozo de tu alma cayera en las profundidades del océano para no volver; hasta pueden fallecer por la tristeza.

Brooke no solo había perdido en esa fatídica noche a sus padres sino también a una parte de ella. ¿Cuán idiota podía ser para no ver el sufrimiento por el que pasaba cada día al despertar y comprender que era la única que había quedado con vida? No ser capaz de verte al espejo porque sabes que quien te responde no serás tú mismo sino el fantasma de un recuerdo doloroso, debía ser un verdadero martirio.

—Me siento como un idiota por no haberme dado cuenta antes, Brooke —me disculpé casi en lágrimas.

—No quiero que te disculpes. Es obvio que no lo hiciste con maldad. Incluso si eres un molesto insufrible se nota que no haces las cosas de gusto —ella descartó el dolor de la situación fingiendo una vez más ser fuerte.

—No quita que te acabo de hacer pasar un mal rato por culpa de mi curiosidad.

—Supongo que era un tema que íbamos a tocar en algún momento u otro. ¿Quieres que te cuente cómo era Alison?

—¿Eso no te haría sentir peor?

—No hay forma de que me sienta peor, así que dudo que algo negativo salga de esto. Alison era la típica chica que terminaba siendo el centro de atención sin quererlo. Feliz, alegre, popular y espontánea. Todos la admiraban y querían ser sus amigos. En mis diecisiete años creo que no he conocido a nadie que diga algo malo de mi hermana. Era muy buena tocando el piano y cada vez que una melodía emanaba de sus manos te quedabas como hipnotizado por cada tonada. Era mágico.

—Recuerdo hablar de Rylee sobre ti, tú no eras tan popular en el colegio.

—No. Mientras a mi hermana le fascinaba estar rodeada de gente, a mí me cansaba. Prefería tener dos o tres amigos y ya.

—¿Te has contactado con tus viejos amigos?

—Me han mandado mensajes —se encogió de hombros mientras apoyaba la espalda sobre la pared y se ponía más cómoda—. Pero no quiero contestarles, me hacen recordar lo que fue y ya no puede ser, sobre todo Rylee. Sé que estoy siendo injusta con ellos pero no estoy lista. No me malinterpretes, les he dejado saber que nada me falta y que estoy viviendo con mi tía y Makenna. Solo me negué a decirles más que eso.

—Tal vez te sirva tener a tus amigos o a alguien cerca. ¿Sabes? Tener a un fantasma como tu único aliado no es sano. También necesitas un terapeuta.

—Me conformaré por ahora, tía Erin no puede pagar las sesiones de terapia aún. Rose Jones intenta ser amigable cada vez que viene a cuidar a Makenna pero se nota que la he espantado. Creo que fui demasiado para sus emociones.

—Eres demasiado para las emociones de cualquiera, Brooke Alden —suspiré resignado mientras ella se reía por mi honestidad—. Pero la terapia es algo que no puede negociarse, necesitamos la ayuda de un especialista. Alguien que sepa qué demonios está haciendo.

De un momento a otro, la risa de mi acompañante se tornó en llanto incontrolable y me estremecí. ¿Cómo podía pasar de una manera tan impredecible de un estado a otro? Ella me miraba fijo, intentando refrenar esa tristeza que parecía carcomer su interior pero se sabía incapaz de lograrlo. Algo incómodo, acaricié con suavidad su cabello y me encargué de acompañarla en su sufrimiento.

—No te preocupes —la consolé—, yo sigo aquí y no estás sola. Voy a buscar la forma de conseguirte un especialista, solo ten fe en mí. Siento que si crees en mí, soy capaz de mover montañas.

—¿Cómo vas a lograrlo? Estás muerto, Calum —Brooke se quejó de nuestra mala suerte de manera bastante tierna.

—Hay gente que puede verme, como tú y Makenna y Naomi... ¡Naomi! —grité sorprendido soltando el cabello de Brooke con algo más de fuerza de lo que esperaba.

—¿Quién es Naomi? —indagó mi compañera de desgracias confundida por el leve tirón que presintió no había sido adrede.

—Era una doctora en el hospital donde estábamos. Ella pudo verme porque era descendiente de una familia médium. Si voy al hospital de aquí y comienzo a deambular, ¡estoy seguro que voy a conseguir alguien más que sea sensible al plano espiritual!

—¿Esa es tu epifanía? ¿Que si vas al hospital de manera errática en algún momento alguien te va a ver?

—Bájale a la ironía, mi ciela, porque no sabes lo fuerte que es la fé —le respondí energizado, ni ella ni sus dudas me iba a refrenar; estaba practicando por primera vez lo que Chamuel me había explicado de Mackenna: lo estaba decretando—. En mi cabeza, ya te lo conseguí, así que cierra los ojos y a dormir, no sé por qué sigues despierta.

Un almohadón me atravesó con fuerza y me costó todo mi ser no reírme a carcajadas de cuán ofendida estaba Brooke en esos momentos.

—Gracias por no pedirme que deje de llorar —comentó ahogándose en sus propias palabras mientras seguía llorando—. Estoy cansada que me digan que todo estará bien y que debería dejar de llorar.

Eso me pegó fuerte, no solo porque por más de que nos inclinamos al chiste ella seguía llorando, sino también porque ahora lo hacía sin cubrirse el rostro; como si no sintiese necesidad de fingir que estaba bien cuando estábamos los dos solos.

—Conmigo puedes llorar todo lo que quieras. ¿Quieres llorarte un océano? ¡Fantástico, sé nadar! Pero debes dejar salir todo ese veneno que tienes dentro antes de que te lastimes a ti misma. ¿Si? —Logré hacerla asentir y eso me tranquilizó al menos un poco.

Pero muy poco, porque había una incomodidad muy en el fondo de mi razón que me estaba avisando a gritos que algo no estaba bien.

Le pedí a Brooke con señas que se recostara y la arropé pues esa noche de verano estaba fresca. Intenté hacerlo natural, para que ella no viera mi preocupación escalando. Sabía a la perfección que Naomi no me había enseñado a mover cosas para esto, pero el tacto —por más leve que fuese— podría ser determinante para ayudar a Brooke. Me recosté a su lado y le prometí que no me iría a ningún lado. Mi acompañante terminó cayendo bajo los brazos de Morfeo a fuerza de lágrimas, lo cual me destrozó con crueldad. Verla en ese estado me hacía sentir un inútil, pues había tan poco que podía hacer por ella.

Para la mañana siguiente la tormenta había cedido y mi compañera de penas mostraba su gran habilidad para pretender que todo estaba bien. Amaneció temprano y sin trabas que le impidieran separarse de su lecho. Por un momento creí que hasta había salido disparada pero eso habría sido imposible.

Desayunó sonriéndole con amabilidad a Erin y Makenna y les contaba que estaba entusiasmada por poder volver a la escuela y a sus estudios. Aquel sería su último año y debía pensar con seriedad qué estudiaría luego de terminar esa etapa.

Podía ver, no sin tentarme de por medio, cómo Makenna no se tragaba en lo más mínimo la escenita de su prima y cómo su madre intentaba con todas sus fuerzas creerlo. Erin, quien tenía ojos marrones y grandes ojeras bajo los ojos, escuchaba en silencio mientras asentía a todo lo que su sobrina le contaba.

La pobre mujer se notaba mejor a cuando la había conocido en el hospital, pero faltaba aún mucho para decir que la veía bien. Estaba demasiado delgada, la piel mostraba marcas de edad que no deberían haber estado ahí y el pelo reseco denotaba la mala nutrición de la mesera. ¡Qué situación de mierda era la mía! En vida no había sabido cuidarme a mí mismo y ahora tenía a tres personas a cargo.

—Brooke, mi escuela queda a dos cuadras de la tuya. ¿Podrías llevarme? —pidió la niña mientras le hacía ojitos a su prima mayor. Esos ojos entre verdes y miel eran un arma de doble filo muy peligrosa.

—Claro, estamos con tiempo. Termina tu desayuno que en cinco minutos salimos.

—¡Genial!

Makenna era una niña muy curiosa y divertida. Tenía un alma sabia y comprendía muy bien cosas que otros niños de su edad jamás podrían, pero a la vez era inocente y simple. Para ella, tener a Brooke a su lado era como haber ganado la hermana mayor que jamás hubiera conseguido de otra forma. Parecía no ser capaz de apreciar la oscuridad e injusticia que arrastraron a Brooke hasta esa casa, pero se encargaría de compartirle su luz para sanarla. Esa pequeña crecería para ser un gran ser humano, ya a esas alturas lo era.

—Erin, sé que no puedes oírme, —le dije a la tía de Brooke mientras la veía lavar los platos de esa mañana—, pero eres fuerte, eres valiente y no importa qué te tire la vida encima, tú todo lo puedes. Y si en algún momento no lo soportas, Brooke, Makenna y yo estamos aquí para tí: que puedas con el peso del mundo sobre los hombros no quiere decir que siempre debas soportarlo. Comparte el peso, estamos aquí para ayudarte. Si tú te caes, todo alrededor se va a caer, nadie quiere eso.

—¡Oh, gracias! —Erin pareció enfocarme directo, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas, un segundo después comprendí que le hablaba a Brooke, quien había vuelto ya a ayudarla a juntar la mesa.

—¿Estás bien, tía? —preguntó la adolescente mientras la abrazaba de manera torpe y mecánica, su tía soltó un leve llanto y luego comenzó a respirar profundo para ahogar esa necesidad de llorar que le había ganado.

—Estoy tan bien como tú, cariño —susurró para luego abrazarla con fuerza—. Lamento que tu tía sea débil, solo dame un poco más de tiempo.

—¡¿Débil?! —gritó Brooke sorprendiéndonos a todos, no esperábamos ese exabrupto ni verla tan ofendida—, tía... fuiste mamá soltera, trabajaste como una perra para poner pan sobre la mesa mientras mi papá te quitó el hogar en el que naciste y te podría haber ayudado. Además, perdiste a lo que quedaba de tu familia sin poder enmendar las cosas y ahora tienes que hacerte cargo de mí. Seamos honestas, no soy poca cosa con todos mis traumas. Soy consciente de eso. ¡¿Y tienes la cara de decirme que eres débil por largarte a llorar por medio segundo UNA vez?! ¡¿Estás loca, mujer?! —le gritó para luego abrazarla.

Y abrazarla con fuerzas. Como quien encuentra en el otro el eje que necesita para no salir en un naufragio errante que amenaza con matarla. Como quien se aferra a su última esperanza.

—Tienes razón, —Erin procedió a llorar esta vez a moco tendido—, en esta familia no hay débiles, Brooke Alden. Hay mujeres lastimadas, que con cicatrices a flor de piel aún siguen andando. No sé cómo ayudarte, no sé bien qué hacer, pero soy tu tía y estoy aquí para lo que necesites.

—Con solo existir me estás ayudando, tía Erin, solo tienes que seguir haciéndolo —le pidió Brooke y ambas quedaron en silencio cuando sintieron unos brazos abordarlas desde las rodillas, era Makenna que se les había unido al abrazo familiar.

—Hasta que al fin dejaron de jugar a hacerse las perfectas, ya me estaban cansando. Las fuertes lloran, las fuertes se cansan, las fuertes se pierden y necesitan ayuda. Pero sobre todo, las sabias, saben pedirla. —El comentario de la niña nos dejó en jaque a todos, Chamuel estaba muy en lo cierto al decir que la sabiduría de sus otras vidas se filtraban por la niña de manera constante. Parecía hacerlo cuando más lo necesitábamos.

Estaba tan perdido en el momento, que un detalle muy importante casi se me pasa de largo. Fue muy fugaz, casi lo que dura un parpadeo, pero sabía a la perfección que no lo había imaginado. Algo oscuro, negro y bastante aterrador se había colado por la nuca de Brooke, escabuyéndose debajo de su pelo.

Lo busqué mientras ella quedaba congelada intentando no demostrar sorpresa, pues aún estaba acompañada, mas no pude encontrarlo de nuevo. ¿Qué mierda había sido esa cosa y por qué había desaparecido?

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