11. Brooke
Desperté desorientada sin saber quién era ni dónde estaba. Una dolorosa punzada en la frente, del lado izquierdo, amenazaba con sacarme lágrimas a la fuerza de sufrimiento.
A mi alrededor todo era desconocido y oscuro, me costaba fijar la vista y todo se volvía cada vez más borroso. Golpeé mi nuca con fuerza al sentir el dolor de la picadura de algo, que tranquilamente podría haber sido una abeja o una avispa.
La voz de Makenna y su niñera en el living me dejaron recordar dónde estaba. Me levanté con esfuerzo, aferrándome a la pared e intenté no vomitar. Cada segundo que pasaba mi incomodidad se hacía más y más persistente. Odiaba sentirme así, detestaba no tener el control de la situación.
La punzada de dolor en la frente había transmutado a algo similar a una cinta alrededor de toda la cabeza que ejercía una presión invisible. Era tan fuerte que tenía miedo de que me hiciera estallar los sesos.
Como pude me dirigí a la puerta destartalada que me separaba del baño y tapé el espejo como pude, posicionando sobre la superficie refractaria una toalla de manos gris pálida. Los dedos se me habían entumecido por apretarlos tanto al momento de soportar el sufrimiento físico que me aquejaba, y los brazos me temblaban sin piedad alguna.
Tiré sobre mi rostro agua del grifo. Parte dio contra mi cara, otra fue a parar al suelo. Seguí repitiendo ese básico movimiento que tanto esfuerzo me estaba demandando, esperando así poder recuperar un poco mi compostura.
Fue allí cuando las voces volvieron. Mi primer encuentro con ellas fue al despertar en el hospital. Eran internas, pues nadie más parecía oírlas, y rebotaban en las paredes de mi cerebro como dagas que buscaban herirme.
¿Por qué tenías que quedarte con vida?
¿Por qué tienes la bendición de seguir?
¿Por qué nos abandonaste?
Las voces de mis padres y de Alison eran temerarias. Cortantes e hirientes como jamás lo imaginé. Y ahí estaban de nuevo, dando acto de presencia para reprocharme el accidente. Primero eran reclamos, pero estas pronto pasaron a los insultos y a las órdenes.
Ellos no me perdonaban haber sobrevivido. Ellos no me querían con vida.
Giré mareada sobre mi eje para salir del pequeño cuarto del lavabo que me estaba asfixiando y al abrir la puerta pude verlos en el pasillo. Ya no eran solo voces, ahora eran también sus fantasmas quienes me perseguían.
Semi transparentes, con la vestimenta de ese fatídico día y ensangrentados de cabeza a pies, me gritaban y se acercaban para golpearme. Sus manos traspasándome, sin ser capaces de asestar el golpe, dolieron muchísimo más que cualquier otra cosa.
Vomité en el mismo pasillo lo poco que había merendado y corrí hacia la cocina buscando escapar de mi familia. Me sentía el peor ser humano del mundo y no tenía forma de solucionarlo.
Al menos eso fue lo que pensé hasta que llegué a la isla destartalada en la cocina. Un cuchillo de carnicero brillaba con intensidad, posicionado dentro de un taco para cuchillos. Parecía estar llamándome, regalándome en bandeja de plata la solución que tanto necesitaba para dejar de escuchar los reproches que se me seguían escupiendo en la cara.
Tomé el mango y pude ver que la hoja estaba muy bien afilada. Era solo cuestión de encontrar la suficiente resolución para lograrlo. ¿Cómo nos habían indicado en el colegio la vez que una compañera de clases se había suicidado? ¿Horizontal para llamar la atención, vertical para morirse? ¿O tal vez era al revés?
Estaba en medio de ese micro pensamiento cuando noté una mano oscura tratando de arrebatarme mi salvación. Llevé el cuchillo a mi pecho, comprendiendo por fin que llevaba varios minutos llorando, y alcé la mirada para ver a Rose que aterrada intentaba acercarse.
—Llévate a Makenna, por favor, no quiero que me vea así... —le rogué como pude, la voz quebrada por el ahogo del llanto. Me encontraba tan superada que las emociones habían comenzado a borbotar hasta de mis orejas, como un líquido negro y tóxico, capaz de matarte en un instante si entrabas en contacto con él. Ya no había salvación para mí, estaría mejor muerta.
—No puedo hacer eso, Brooke, ella jamás me perdonaría no haber intentado salvar a su prima. Es pequeña, está helada en la puerta viendo todo y llorando. No dejes que ella te vea así, tú tienes el poder.
Maldición, las estaba traumando de por vida. Makenna era demasido pequeña y Rose no tendría siquiera que estar pasando por algo como esto, pero yo estaba demasiado inestable, no podía comprenderlo.
—Necesito que el dolor se vaya, necesito que las voces se callen...
Un chico familiar se manterializó justo entre Rose y yo. De sus ojos marrones caían sendas gotas debido a la desesperación de mis actos. Su voz entrecortada, llamándome, parecía más una plegaria que una orden.
—¡¿Qué demonios estás haciendo?! Deja el cuchillo...
Su forma de expresarse podía parecer brusca, cortante, pero me daba cuenta que era su forma de afrontar el momento de adversidad. El mal trago que yo le estaba haciendo pasar. Fue en medio de ese reproche que lo recordé.
Él era el chico del hospital, Calum, que me había ayudado cuando mi alma se había despegado de su cuerpo. Pensaba que todo había sido producto de mi imaginación, pero su presencia frente a mí me dejaban saber cuán equivocada estaba.
La desesperación por suicidarme pareció cortarse; era como un cable que la sorpresa había desconectado de mi cabeza. Mi agarre sobre el mango del cuchillo cedió en su poder y Rose me lo sacó de las manos con desesperación.
Quería golpearme, quería cerrar los puños con firmeza y darme golpes en la cabeza. Esa era la fuente de todos mis males. En la cabeza estaba el cerebro, que procesaba el accidente; en la cabeza tenía los ojos y oídos que percibían a mis familiares muertos reprochándome. Tal vez, solo tal vez, si me golpeaba lo suficientemente fuerte todo terminaría...
Mas no podía. No tenía fuerzas, mis brazos estaban demasiado débiles y mis rodillas cedieron ante mi propio peso, dejándome tirada sobre el suelo. Las pequeñas manos de Makenna en mis mejillas, que luego procedieron a abrazarme muy cerca de ella me parecieron refrescantes, frías. El contraste que necesitaba para poder respirar.
... tal vez necesitaba recordar cómo respirar.
—Lo siento, lo siento. En verdad lo siento. —Esas eran las únicas palabras que se disparaban en forma de disculpas de mis labios.
—Ya, no te preocupes. —La voz de Rose poco a poco fue regresando a su tonada alegre natural—. Lo importante es que nadie salió herido, ven, vamos a recostarte. Se nota que estás cansada.
La morena acomodó uno de mis brazos sobre sus hombros y me arrastró hasta su cama; estaba lejos de poder lograr semejante hazaña por mí misma.
—Gracias por frenarla. Sabía que la cuidarías —Escuché a Makenna susurrar en la cocina, ya estaba demasiado lejos como para poder oírla con claridad, y no me refería a la distancia física que nos separaba.
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