07. Brooke
Soledad, frío, dolor.
Esas eran las tres cosas que como pelotas de ping pong rebotaban por las paredes de mi alma. Había quedado sola, todos me habían abandonado.
Papá, mamá... Alison. Sobre todo Alison. Sentir su ausencia era como sentir una parte de mi existencia muerta. Me faltaba algo, me faltaba mi mejor mitad, me faltaba mi hermana gemela.
¿Qué Dios cruel había creado a los gemelos? Y ¿por qué no podía uno morir automáticamente si el otro se iba primero? No quería una vida sin mi hermana, no quería una vida sin mi familia.
Abracé mis piernas, aterrada por la oscuridad imponente que me rodeaba. No solo no había nadie allí que pudiera ayudarme, sino que además me estaba ahogando. ¿Me ahogaba por la oscuridad? ¿O era un agua imposible de ver que se trepaba por mis pulmones sin darme tregua alguna?
De una u otra forma, estaba jodida. Quería morirme, porque mi familia me faltaba, pero algo innato en mí me lo impedía y me rogaba a gritos que me aferrara a cualquier cosa que pudiera mantenerme viva.
Y grité. Grité por todas esas emociones que sentía. La desolación de saber que por azares del destino yo había vivido y ellos no. Grité porque quería morirme para estar con ellos, pero a la vez no. Grité porque en mi futuro solo había oscuridad y no sabía si quería otra cosa.
—BROOKE, YA BASTA —escuché una voz joven, de chico, profunda y desesperada.
¿Quién era? ¿Qué hacía allí?... ¿No estaba sola? ¡¿Quién demonios se creía para decirme que basta?!
Un enojo visceral había ya comenzado a escocerme las entrañas cuando comprendí algo que se me había pasado de lado... varias cosas al decir verdad.
Primero que nada, alguien me conocía por nombre. Segundo, ese mismo alguien también estaba en esa negrura que me rodeaba. No estaba del todo sola, había alguien que me estaba llamando, extendiendo su voz y su mano hacia mí. Alguien había llegado.
¿Habría luz de su lado? ¿Al menos un poco? Cerré mis ojos aterrada por la posibilidad de nunca salir de ese infierno en el que estaba. Sin embargo, una hermosa luz blanca me rodeó por completo, era cálida y la sentía tan conocida que todos mis temores disminuyeron al instante.
¿Quién eres? Quise preguntar, pero no podía formular palabras por fuera de mi mente. Un susurro tan extraño como familiar se dejó escuchar, de igual forma, diciendo: Soy tu ángel de la guarda, tranquila, la ayuda ya está aquí.
Oh, ya veo. Aflojé mi cuerpo, un poco más tranquila; para cuando abrí mis ojos, un chico estaba parado frente a mí, ahogado en preocupación. Parecía querer tocarme pero no podía, pues había algo negro que me rodeaba. Por suerte, no era tan negro como antes, no tanto como para no darme cuenta de lo que había a mi alrededor.
—¿Puedes verme? —indagué asustada. Estaba aterrada, perdida, pero también curiosa de quién era él; por eso no pude evitar fijar mi mirada en ese extraño chico. Parecía alto, bastante más que yo. Algo flacucho, de ojos café y cabellos del mismo color, algo despeinados. Era lindo. Lindo de manera objetiva, de esas realidades que no se podían evitar aceptar, no lindo de que me gustaba.
Parecía tener una mirada muy honesta, eso me trajo a mi eje. A pesar del avance, el remedio fue peor que la enfermedad pues al tranquilizarme un poco pude ver a mi alrededor.
Mi cuerpo estaba más abajo, sobre una camilla. ¿Cómo podía ser eso? ¿Cómo podía ser que estuviese desprendida de él? ¿O era Alison y la verdadera muerta era yo? De una u otra forma, no pude evitarlo. Intenté, pero no pude.
Grité, con desesperación, volviendo a caer en esa espiral depresiva que me ataba con cadenas invisibles el cuerpo y me desgarraba el alma. No había nada más en mi interior que dolor, tristeza y unas ganas increíbles de morirme ya. ¿Por qué seguía ahí? ¿Por qué no podía simplemente seguirlos a ellos?
Una ráfaga sobrenatural se alzó en el dormitorio en el que me habían sedado la primera vez ya y viendo todo desde arriba, abordada por el pánico, pude apreciar cómo todo se había descontrolado.
La ráfaga venía de la cosa negra esa que me tenía aprisionada y era tan fuerte que amenazaba con hacer caer mi cuerpo de la camilla en cualquier momento. ¿Qué podía hacer? ¡No lo estaba controlando en lo más mínimo!
—BROOKE, TE ESTÁS HACIENDO DAÑO —gritó el chico que me acompañaba, como si yo no pudiera verlo por mí misma.
—¡¿ES QUE TE CREES QUE NO LO SÉ?! ¡NO PUEDO CONTROLARLO!
El chico pestañeó varias veces al escuchar mi respuesta, luego, contra todo pronóstico, sonrió divertido y se lanzó hacia mí.
Fue tanta la sorpresa que no pude hacer más que cerrar los ojos con fuerza. Sus brazos, rodeándome firmes me hicieron sentir un poco más tranquila. No sabía quién era o qué hacía allí, mucho menos cómo me veía si mi cuerpo estaba en la camilla, pero le agradecía de corazón que estuviese allí para mí.
—Bien hecho, ¡bien hecho! —se separó de mi feliz al ver que no solo la ráfaga había desaparecido sino que además ya no estaba aprisionada por esa extraña cápsula negra.
—¿Qué pasó? —indagué y él, eufórico, me explicó que no sabía. Solo había visto la barrera oscura flaquear cuando yo le había contestado enojada y se había arriesgado a ver qué pasaba si me sorprendía.
—La barrera parecía responder a tus emociones. Por eso probé mi suerte. Es hora de que descanses, todo va a estar bien.
—¿Calum? ¿Está bajo control? —La cabeza de una doctora se asomó por el umbral y el chico asintió sonriendo para que supiera que ya todo estaba más calmo—. Hola, Brooke. Me llamo Naomi, soy una de tus doctoras, si me das permiso voy a subir tu cuerpo de nuevo a la camilla.
Fue allí cuando comprendí que la ráfaga había logrado lanzar mi cuerpo al suelo. Me sentí abochornada por no haberlo controlado. Las lágrimas comenzaron a surcar mis mejillas sin piedad, pero era un llanto tranquilo, silencioso, ese lleno de resignación que solo te pide sacarte la tristeza de encima de alguna forma, porque sabes que no hay otra solución más que resignarse a lo que sucedió.
—Tu cuerpo está sedado para que puedas descansar, es por eso que te debes haber separado sin querer. No tienes de qué preocuparte, ¿sí? Puedes volver en cualquier momento pero deberás ser consciente de que te verás obligada a descansar. Han pasado demasiadas cosas y lo mejor será que duermas un poco. No estás sola, ¿sí? Yo no pienso separarme ni por un segundo. —El tal Calum parecía tranquilo, como una fuente de fuerza que me brindaba su energía en ese momento crítico.
La sombra que me rodeaba se disipó por completo y si bien nos costó a ambos, pronto su mano estaba aferrada a la mía con seguridad. Fue cuando nuestros dedos se entrelazaron que un brote de luz intensa apareció para casi dejarnos ciegos. Antes de ingresar a mi prisión temporal pregunté si en verdad se quedaría a mi lado y al notar que sus intenciones eran sinceras, ingresé para poder recobrar al menos un poco de energía.
—Te veo en un rato, descansa, Brooke.
—¿Cómo te llamas? —indagué insegura de que en verdad se llamara Calum o todo fuera solo mi imaginación.
—Soy Calum, Calum Argent.
La sorpresa que se dibujó en mi rostro fue evidente para todos. ¡Es que no podía ser! Calum Argent era el amigo de Rylee, ese que estaba a punto de descubrir que ella se había puesto de novia. No podía estar allí...
Asentí, pensando que debía ser otro Calum Argent y que esa era una coincidencia muy extraña. Ingresé de nuevo a donde pertenecía y perdí la conciencia una vez más.
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