01. Calum

Las mejores historias tienden a comenzar de manera extraordinaria. Ya saben, un auto que explota, un cataclismo que pone a todo el planeta tierra en peligro o algo. Mi historia estaba lejos de ser así, nada muy grande tendía a pasar en mi vida. Podría contarles toda mi existencia, de cómo nací del amor entre dos estudiantes de universidad que se conocieron en el primer año, o de cómo siempre me caractericé por ser confidente de mis amigos. Sin embargo, preferiría enfocarme en el peor día de mi vida. Y eso era lo que pensaba hacer.

Según mis amigos, ya fuese que te sintieras mal o quisieras sacarte algo del pecho, lo mejor era hablar conmigo. Era de común acuerdo que para ellos contarme las cosas les hacía sentir mejor. Incluso cuando yo no decía nada en absoluto.

Eso fue algo que nunca entendí. Literal, la mayoría de las veces me quedaba en silencio, mirándolos mientras ellos escupían todo el veneno que sentían. La gente siempre ha sido así, necesitaba filtrar por algún lado toda la frustración o el enojo que tenían, pero escapaba mi saber por qué decírmelo a mí se les hacía catártico...

Ellos respondían de la misma forma cada vez que les preguntaba: no me siento juzgado.

A eso sí le encontraba una explicación racional. Nunca fui muy religioso que digamos, pero mi tía abuela Sophia —quien todos los domingo iba a misa, no importaba si el mundo se estaba derrumbando a su alrededor— me enseñó algo de joven que nunca olvidé.

Quien esté libre de pecados, que tire la primera piedra.

Por supuesto esa fue una enseñanza que ella siempre prorrogó pero nunca acató, ni siquiera el día de su muerte. La amable vieja se murió criticando a la vecina que le tiraba la basura en la esquina de la casa en vez de hacerlo en el contenedor de basura.

No que la vecina estuviese actuando bien, pero mi tía abuela tampoco era una santa como para andar hablando tan mal de otros. Hasta hacía poco y nada ella tiraba la basura por la ventana pues le divertía ver si atinaba al contenedor. Les sorprenderá saber que tenía bastante buena puntería para la edad que llevaba encima de su cuerpo.

Sophia nunca fallaba en cerrar su crítica con su frase de oro: Pero, quién soy yo para criticar, ¿verdad? Una sonrisa leve, más curvada del lado izquierdo que del derecho dejando saber que ella se creía bastante como para poder juzgar, a pesar de sus palabras.

Siempre sentí que mi tía abuela, por más vieja que fuese, era una ironía humana. No sabía si en mis primeros años de vida me había hecho algo o qué, pero siempre venía a mi memoria en los momentos que mis amigos —e incluso desconocidos— venían a hablarme.

Cuando eso pasaba, me recordaba a mí mismo: Calum, recuerda que no eres como la tía Sophia. Tu estás lleno de errores, así que no juzgues. Cada quien hace lo que puede y cómo puede. Y sino... tarde o temprano terminará pagando las consecuencias.

—Me siento muy mal por Brooke, ¿sabes? —la voz de Rylee me trajo de nuevo a la realidad, estábamos poniéndonos al día con mi mejor amiga que había arrancado una de sus tantas confesiones libres.

—¿Brooke? —indagué volviendo en mis cavilaciones, no había estado prestándole atención a mi interlocutora porque me había perdido en imaginaciones locas en que la besaba como llevaba años queriendo hacerlo. El problema era que me veía solo como un amigo.

—Sí, ya sabes, la chica tímida de mi clase de Francés. Brooke Alden, la que se la pasa leyendo, habla poco y sale corriendo casi cada vez que la notas. Tuvimos que hacer un proyecto juntas antes de terminar el año y la comencé a conocer, es un ángel —Rylee remarcó la última palabra con mucha frustración.

—¿Y qué le pasó?

—Oh, su hermana gemela se puso de novio con el chico que le gustaba. Horrible, simplemente horrible. La hermana no sabe nada, según ella, y no puedo dudarlo porque Brooke es muy reservada, seguro ni le dijo.

—Qué situación de mierda —comenté algo entristecido por la noticia, sin saber que en tan solo unos instantes sentiría la misma tristeza por mí mismo.

—Sí, no sé qué sentiría yo si alguien que quiero se pone de novio con Mike.

—¿Mike? —indagué confundido mientras mis ojos se abrían en su máxima capacidad, ¿de quién demonios hablaba Rylee?

—Oh, sí, supongo que me olvidé de contarte. —Mi amiga pasó un mechón de su cabello suelto tras su oreja, como hacía cada vez que estaba nerviosa—. Conocí a Mike en mi grupo de fotografía el año pasado y empezamos a salir juntos hace un mes. Estaba esperando a que fuese oficial para decirte, pero luego me dio vergüenza, lo siento.

No sabía si era el calor agobiante del verano o la mala noticia, pero un dolor en el pecho me quitó el aliento sin piedad. Rylee tenía novio. Mi Rylee, la chica de la que llevaba fácil tres años enamorado, ahora estaba saliendo con alguien. Alguien que no era yo.

Tenía muchísimas ganas de llorar. Los ojos me escocían y el pecho no me estaba dejando en paz. Las manos me empezaron a sudar debido a la fuerza con que había apretado los puños y una molestia en mi cuello me dejaba saber que si no me calmaba, terminaría haciendo el ridículo allí mismo.

—Me alegro mucho por ti, Rylee. No me pone contento eso de que no pudieras confiarme esto antes, pero me siento feliz por ti. Oye, lamento tener que irme pero mamá necesita que la ayude con unas cosas antes de mi partido de básquet.

—Calum, ¿estás bien? Te ves algo mareado.

—No es nada —fingí una sonrisa inmensa y me sequé el sudor de la frente, ese verano se sentía agobiante—, solo tengo demasiado calor. Ahora cuando llegue a casa me tomaré un baño para recomponerme.

—Sí, está bien —aceptó Rylee resignada, no creyéndome en lo más mínimo—. Recuerda que pasado mañana nos juntamos a comer en casa, ¡no llegues tarde!

—No lo haré, ¡nos vemos! —sacudí la mano con más energía de la que debía para lucir creíble y acomodando mi mochila sobre el hombro, salí corriendo como el cobarde que era.

Ya llevaba días sintiéndome pésimo y la noticia de Rylee solo había servido como frutilla del postre. Corrí con todas las fuerzas que me permitían las piernas y al llegar a casa, abrí la puerta con lentitud, rogando que mamá ya se hubiese ido al supermercado o algo.

Por supuesto que la vida se cagaba en todo lo que yo le pedía, pues mamá estaba sentada en el living mirando su show favorito, esperándome para ir juntos a hacer los mandados. Pasé mi mano con enojo contra mi nariz para evitar llorar allí y me quedé parado, en el medio de la sala esperando que ella hablase primero.

—¿Pasó algo malo? —las palabras de mamá se dispararon con rapidez al notar que estaba tratando de contener el llanto.

—Rylee ha empezado a salir con alguien, y no soy yo. —Me tiré en el hueco del sillón que ella había dejado para mí y sus brazos rodeándome por completo fueron un atenuante a mi dolor.

—Calum, cariño, escúchame bien —mamá forzó mi cabeza a erguirse para poder hablarme como correspondía—: esto —señaló los cupones de descuento que nos estaban permitiendo llegar a fin de mes—, e incluso esto —esta vez señaló mi pecho, donde estaba mi corazón— es temporal. Todos los males son temporales. Estamos juntos, estamos sanos. Todo lo demás...

—Se puede ir al demonio —terminé resignado la frase con que ella siempre me levantaba el ánimo. Por una extraña razón, hablar con mamá siempre me hacía sentir bien. No importaba cuán malo fuese mi día, su mera presencia hacía que todos el peso sobre mis hombros se aliviara al menos un poco.

Todo lo demás se puede ir al demonio. Sonreí al repetir nuestro mantra en la cabeza para luego enderezarme e invitarla a ir de compras. Aprovecharíamos cada uno de todos esos descuentos que había recolectado durante la semana.

—Novio, ¿viejo? Qué mierda de situación —Derek comentó sin poder creerlo mientras asestaba el balón una vez más en la canasta, de los tres él era el que mejor jugaba y se notaba a la legua.

—Sé que tu la quieres y todo, amigo, pero no me entra en la cabeza que ella no supiera cómo te sentías —Frank tomó el rebote para poder asestar también.

Ellos eran mis amigos de la infancia, mis hermanos. Nos conocíamos tanto que a veces ni siquiera era necesario que hablásemos las cosas. Sabíamos a la perfección todo sobre los otros. Qué decir, cuándo, hasta dónde ir. Teníamos tanto amor como respeto hacia los otros, siempre había sido así.

—Qué cancha de mierda —me quejé sabiéndome frustrado por todo lo demás que me venía pasando; si bien la cancha era un problema, no uno tan grande como para que me pusiese en ese estado. Y mis amigos lo sabían.

A los chicos les fascinaba jugar al básquet, yo lo odiaba. Sin embargo, era la actividad que había ganado dos contra uno ese verano y yo era un buen perdedor, algunas veces. Con la economía como estaba en casa ese último tiempo, y la firma de papá que seguía perdiendo clientes sin conseguir nuevos, no me quedaba otra que tomar el autobús hacia allí.

Lo malo era que si bien el predio estaba fantástico, la vecindad era bastante peligrosa al caer el sol. De haber andado en transporte público como venía haciéndolo no habría habido problema, el tema era que había perdido mi carnet de estudiante y no podía pagar el viaje a precio completo.

Mis amigos lo sabían, por eso siempre se ofrecían a llevarme de regreso en sus autos; pero odiaba que tuvieran que hacer eso. Odiaba toda la crisis económica que estábamos viviendo con mi familia y que yo no pudiera hacer prácticamente nada para solucionarlo.

Tanto Derek como Frank tenían novias cuyas casas quedaban del lado opuesto, y para arrimarme tendrían que salir de su camino. No me gustaba ser una molestia, nunca me había gustado. Por eso siempre los rechazaba.

Ellos sabían mejor que nadie que insistir era para problemas.

Durante el partido, como todas las veces, fui motivo de chistes y burlas porque cada quince o veinte minutos tenía que salir para recuperar mi compostura. Ninguno de nosotros lo vio como algo raro porque yo era del tipo de persona que solo hacía deportes durante el verano. Lejos estaba de ser como mis otros amigos que durante todo el año andaban ejercitando.

El pecho me quemaba, la respiración era entrecortada y —por primera vez en mi vida— la vista se me nubló un poco. Por supuesto que minimicé todo, echándole la culpa al hecho de que no había merendado bien por toda la situación con Rylee. A las once de la noche terminamos y nos despedimos para quedar al siguiente día.

—Podría arrimarte, ¿sabes? —Frank pasó su brazo sudado por mis hombros y sentir su hedor me revolvió el estómago—, tu casa no queda tan lejos de la de Berenice y sería retrasarme por tan solo quince minutos. Sabes que eso no es nada para mí.

—Gracias, pero prefiero caminar; después del día de mierda que he tenido un poco de aire fresco no me vendrá mal. —Golpeé sus costillas enfatizando así el rechazo y él retrocedió comprendiendo el panorama.

—Piénsalo así, Calum, lo bueno de un día de mierda es que hay pocas cosas que puedan hacerlo peor —Derek me sonrió lanzándome un beso imaginario y mordiendo las ganas de golpearlo les di la espalda para luego levantar el brazo izquierdo en señal de despedida.

Inicié mi vuelta tan rápido como pude pues odiaba caminar solo por las noches y entre más pronto llegase, mejor. Pensé, incluso, que si caminaba un poco más deprisa llegaría a pasar el semáforo en verde que estaba por cambiar de indicación. Había autos esperando del otro lado y la música alta y el motor haciendo ruido me habían dejado bien en claro que ellos no me iban a esperar.

Estaba a punto de acelerar el paso cuando un ruido a mi izquierda me sorprendió. Venía de un callejón sin salida, oscuro, del cual no podía ver nada debido a la falta de luz que lo consumía. ¿Hay alguien allí? Pregunté nervioso. Al no recibir respuesta, volví mi atención a lo importante: llegar a casa.

Por supuesto y como venía contando ya, NADA venía saliendo como lo quería y esa ocasión no fue una excepción. Dos tipos con miradas aterradoras y un cuchillo en mano se me acercaron por detrás, de sorpresa.

El cuchillo en la espalda, el brazo de uno de los tipos en el cuello agarrándome y el mareo luego del partido fueron una mala combinación. Les pedí que parasen, que no me estaba sintiendo bien pero pensaron que era un intento desesperado por escapar. Me desplomé en cuestión de segundos en el suelo y ellos salieron corriendo. Ni siquiera pude pedirles ayuda.

En cuestión de segundos los ruidos a mi alrededor mermaron. La incomodidad del asfalto en el que había caído desapareció, y la farola que desde arriba parecía burlarse con su brillo se apagó al instante. Después de eso, no supe qué sucedió.


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