39


Abro los ojos y mientras aprieto la manta en mis manos miro a mi alrededor. Me siento perdida, no reconozco el lugar donde me encuentro. He sucumbido al sueño así que mi cerebro tarda en reaccionar. Al conseguirlo noto que la celda continúa sumida en el silencio y la penumbra, lo único que se escucha son los pasos de las celadoras mientras cumplen con el rondín nocturno. Me siento en la cama y recargo la espalda en la pared, entonces tomo el libro escondido bajo mi almohada y me sumerjo de nuevo en ese reino mágico donde Kalie descubre su verdadero hogar, el sitio al que pertenece. Los duendes la habían raptado y llevado al mundo de los humanos con el fin de dejar sin heredero a Ciudad Celeste. La reina Tisha, su madre, organiza una fiesta para presentarla a todos los miembros de reino mágico quienes la reciben con asombro, admiración y cobijo. También se entera de que tiene una hermana llamada Sarah y una media hermana llamada Séneca, una hibrido producto de un desliz del rey con un hada al servicio de la familia real. Juntas se convierten en una Triada y de apoco el poder comienza a despertar en Kalie, sus alas brotan y sin advertencia, comienza a ser acechada por un ser maligno que amenaza con despojarla de su reino.
Las horas pasan mientras me mantengo absorta en la lectura.

-¿Has pasado toda la noche con las narices pegadas en esa revista? -Me interroga Lupe.

-No es una revista, es un libro -la corrijo.

-La misma tontería. ¡Qué más da! -responde de mal modo mientras corre la cortina que cubre el rincón donde se encuentra el váter.

El timbre que desbloquea las cerraduras suena y al instante las puertas se abren. Hasta entonces me doy cuenta de que la vida en el exterior ha comenzado. Fijo los ojos en el bulto inerte que se encuentra en la otra litera y me da la espalda. Es extraño que aun permanezca dormida entonces recuerdo que he pasado al menos un par de horas leyendo y no la he escuchado toser. Aparto las mantas y camino hacia ella.

-¿Rosa? -La llamo cerca de su oído.

No obtengo respuesta así que la agito para despertarla. Tampoco lo consigo. La volteo para ponerla boca arriba, lo que ve me obliga a retroceder. Mis manos taponean el grito que dejo escapar mientras las lágrimas escurren por mis mejillas. El cuerpo de Rosa yace con los ojos abiertos cubiertos por un velo negruzco, la piel fría y los labios amoratados. La misma apariencia que meses antes había adquirido el cuerpo sin vida de Roberta.

-Quita esa cara, parece que has visto un cadáver -suelta Lupe al salir del baño.

No puedo responder, una fuerza extraña aprieta mi cuello y me hace difícil el respirar.

-¿Qué carajos? -dice Lupe cuando sus ojos enfocan lo mismo que observan los míos- ¿Está muerta? -me cuestiona.

La parálisis que atormenta mi cuerpo me impide hacer o decir algo. Como si mi cerebro y mi corazón enfrentaran una lucha entre lo real y lo imposible.

-Necesitamos ayuda en la 123 -grita Lupe recargada en el barandal.

Después me hace a un lado con un empujón, se sienta sobre el cuerpo inerte de Rosa y hace la misma maniobra que utilicé para reanimar a Roberta. Aprieta su pecho varias veces para después soplar entre los labios azules de Rosa. Una, dos, tres, cuatro veces, pero nada cambia.

-¡Avisen al médico y pidan una ambulancia! -ordena Sandra Díaz antes de sustituir a Lupe.

Soy testigo de todo como un mueble u objeto más. Observo esos ojos vidriosos cubiertos de arrugas y líneas violáceas y me provocan escalofríos, como si de un momento a otro Rosa hubiera envejecido quince años y perdido varios kilos. Nada quedaba de la imagen ruda e imponente de esa mujer aguerrida y mandona que se había ganado el respeto de las reclusas, incluso de las custodias. La misma que en pocos meses se había convertido en mi amiga.

-Ruega porque salgas este mismo día, dudo que sobrevivas a esta noche. Ya no hay quién te proteja, Isabel -murmura Lupe cerca de mí.

Se aleja de la celda y se pierde entre el grupo de reclusas que se amontonan en la entrada.

-¡Quítense, abran paso! -gritan detrás Ofelia y Bertha mientras se infiltran en la celda.

No tengo que decir nada, les basta con ver la escena en el interior de la celda 123. Sandra Díaz continúa encima de Rosa, apretando su pecho antes de soplarle vida. Bertha cae de rodillas con las palmas arriba y un gesto de dolor mientras Ofelia contempla a su amiga pálida como una hoja de papel,  los puños blanquecinos y la quijada tensa.

El resto ocurre tan rápido que cuesta creer que sea real. El médico entra en la celda y toma la mano de Rosa para confirmar si tiene pulso. Mueve la cabeza en señal de negación cuando Sandra Díaz lo mira en espera de una respuesta. Hasta entonces la mujer se da por vencida y con la frente perlada de sudor se incorpora y acomoda su uniforme.

-Esta mujer lleva muerta al menos dos horas -afirma el médico al tiempo que cubre el cuerpo de Rosa con la sábana.

-¡Todas afuera, vuelvan a sus labores! -ordena Sandra Díaz-. Tú espera aquí, Isabel -agrega con la respiración agitada.

Permanezco en el mismo sitio con la vista fija en el bulto que está en la cama que Rosa solía ocupar, ni siquiera permitía que alguien ocupara la cama de arriba, toda la litera era para ella. Nunca me animé a preguntarle como había logrado que la administración de la prisión respetara el espacio del que se había apropiado, me limité a aceptarlo. De vez en vez desvío la mirada hacia Sandra Díaz y el médico, ambos continúan aquí y mientras la mujer custodia el cuerpo el hombre toma muestras y fotografías y enseguida anota algo en un folder lleno de hojas membretada.

-Algo no está bien -dice el médico.

Mi corazón choca con mi pecho al escucharlo y el piso bajo mis pies se mueve con brusquedad. Levanto las manos y las restriego sobre mi cara mientras dejo escapar un bufido. Esto no puede estar pasando.

-¿Qué quieres decir, Ernesto? -Lo cuestiona Sandra Díaz con gesto descompuesto.

-El salpullido, las llagas alrededor de los labios y exceso de saliva no corresponden a un paro cardiorrespiratorio-agrega el hombre-. ¿Alguna vez se quejó de dolores de cabeza, sudoraciones excesivas o vómitos?

Sandra Díaz y el médico me observan, entonces comprendo que la pregunta va dirigida a mí.

-Rosa y tú pasaban mucho tiempo juntas, Isabel, supongo que sabes más sobre ella que cualquiera en esta prisión, por eso te he pedido que esperes -dice Sandra Díaz-. Cualquier detalle puede hacer la diferencia -agrega con voz firme.

Mi boca se ha convertido en un desierto, no hay forma de hidratar mi garganta para permitir el paso de las palabras.

-Antes de acostarnos... comentó que le dolía la cabeza, pero hace semanas que la aquejaba la tos -respondo en lo que suena como un murmullo del viento.

Hasta entonces pongo en duda la teoría, que yo misma había formulado, que aseguraba que los excesos de tos estaban relacionados con el abuso de cigarrillos por parte de Rosa.

-Desde que llegué a Santa Martha Rosa vivía con un cigarrillo en los labios. No acababa de apagar uno cuando ya estaba encendiendo el siguiente. Eso puede justificar los excesos de tos -comenta la jefe de custodias.

-Pero no lo otro -agrega el médico el tiempo que toma en sus manos varios recipientes hechos de vidrio que él mismo se ha encargado de etiquetar.

Un rato después, cuando el médico se dispone a salir dos paramédicos entran cargando una camilla, solo necesitaron un par de minutos para montar el cuerpo en el vehículo de emergencia y abandonar la celda 123. Cuando la litera queda vacía noto que el colchón conservaba la marca del cuerpo que sostuvo por tantos años.

-¿Qué harán con el cuerpo? -Cuestiono a la jefe de custodias.

-Desconozco si Rosa tenía familiares, espero que sí porque no sería justo que fuera a parar a una fosa común -responde.

-Así sin más, ¿sin siquiera velarla?

-Isabel, esto es una prisión -dice de mala gana-. Debes alistarte, no tarda en llegar tu abogado con la orden de liberación, así que procura no meterte en líos -agrega antes de dejarme sola en medio de esa corriente helada que ha envuelto la celda.

De pronto dolor invade no solo mi cuerpo, sino también mi alma y la agitación me hace prisionera. Tengo que sentarme para evitar caer, llevo una mano a mi garganta para masajearla en espera de que la acción ayude mejorar el paso del aire.

Es duro darse cuenta de lo corta que puede resultar la vida, de como de un momento a otro las cosas pueden cambiar y lo que damos por hecho no siempre resulta real o duradero. Anoche charlaba con Rosa, mi amiga, una mujer que a pesar de su edad y malos hábitos gozaba de buena salud y tras unas horas, no existe más. No volveré a verla, no escucharé su voz ni seré blanco de sus regaños porque simplemente ha desaparecido.

Las palabras de Lupe se repetían en mi cabeza y al paso de los minutos la angustia comenzaba a ganar terreno. Sabía de lo que esa mujer era capaz y que hacía meses buscaba el momento para castigar mi supuesto atrevimiento. A pesar de que Rosa lo negaba, siempre he creído que nadie se había animado a molestarme porque sabían que Rosa me había convertido en su ahijada, pero ahora ella ha muerto y para esta hora la noticia se habrá esparcido como el humo de su tabaco. Me he vuelto un blanco fácil, me he convertido en un cordero en medio de una manada de lobos y, aunque solo con dos personas tuve diferencias claras es cuestión de tiempo para que cualquiera atraviese la puerta con quien sabe que intenciones.

Decido tomar en cuenta el consejo de Sandra Díaz, me acurruco en un rincón sobre la cama y hago lo único que pude ayudarme en este momento. Tomo el libro que protejo bajo la almohada y quito el pedazo de papel que he utilizado como separador.

<Tiempo de la verdad>; leo en voz alta el título del capítulo. Sebastián, el príncipe de las Hadas, había desaparecido, todo indicaba que había sido raptado por seres oscuros del palacio de Kron. La reina Sabana, su madre, había pedido ayuda a Tisha, reina de las libélulas, y ésta planeaba un ataque al Bosque Negro para liberar al príncipe, pero Kalie rogaba a su madre que desistiera de esa idea mientras trataba de convencerla de que le permitiera reunirse con el rey Kron. <Madre, puedo lograr que lo libere, confía en mí, dijo Kalie. ¿Has perdido la razón?, fue la respuesta de la reina>. Todo intento de Kalie fue en vano, su madre le negó el permiso para abandonar Ciudad Celeste, pero la princesa no estaba segura de sí acataría la orden. Se vio mirando esa fina línea que la separaba de lo que tenía que hacer y lo que debía hacer. La decisión la mantenía flotando en un limbo de confusión. No pasó mucho tiempo para que obtuviera la respuesta que necesitaba: La paz en el reino dependía de aquella reunión y para Kalie la vida de millones de criaturas mágicas era más importante que su propia seguridad. No tenía idea de lo que le esperaba en El Bosque Negro, un sitio que albergaba todo tipo de criaturas oscuras, poderosas y malintencionadas, pero estaba dispuesta a correr el riesgo.

Así exactamente me siento yo ahora, dentro de un limbo de confusión, saturada de excitación por hacer lo que quiero hacer, pero atada de manos para hacer lo que debo. Incluso puede que resulte ser lo correcto. Estoy a unas horas de conseguir mi libertad y si me dejo llevar por el deseo de venganza quedaré atrapada en este Bosque Negro, rodeada de cientos de seres oscuros y perversos, pero a diferencia de Kalie, mi único objetivo es sobrevivir. Sin embargo, pensar en que Rosa pudo ser asesinada me llena de indignación y la frustración me embarga y me obliga a cuestionarme si todo lo que ella hizo por mí vale tanto como mi libertad. Se que de no haber sido por Rosa quizá no habría sobrevivido siquiera una semana y me cuesta irme sin ajustar cuentas. No tengo que a ver una lista de presuntos responsables porque la mayoría de las reclusas respetaban y estimaban a Rosa, así que solo tengo que prestar atención a un par de nombres.

Con tanto lío en mi cabeza me cuesta continuar concentrada en la lectura y con el libro en las manos enfoco el pedazo de manta donde una hermosa libélula azul me mira desde arriba. <Tengo que hacerlo >, digo.

-¿Hacer qué, Rarita? -Quiere saber Lupe.

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