31

Santiago guarda los documentos en su portafolio mientras musita algo al licenciado Albarrán. Su respiración se ha acelerado, parece nervioso. Casi desesperado.

—¿Tenemos que hablar? —le digo tras tomarlo por el brazo para evitar que escape.

¡Necesito que me diga la verdad!

—No es un buen momento, Isabel, tengo algo importante que hacer —responde entre diente tras zafarse con rudeza de mi agarre. 

Una oleada gélida me recorre al darme cuenta de la indiferencia con la que me ha tratado. Muerdo mi labio inferior para espantar el grito de cólera que se ha formado en mi garganta mientras observo que Santiago se acerca a Camilo, hablan unos segundos y de pronto la facha de Camilo se transforma y adquiere la apariencia de un alma en pena.
Sale corriendo después de eso y Santiago junto con él.

—¿Estás bien, cariño?

Giro al reconocer esa voz. Las lágrimas fluyen cuando mis ojos descubren la presencia de la señora Yola. Ella y Esmerada aprovecharon que la banca de enfrente se ha quedado vacía y la han ocupado. Ahora están sentadas justo detrás de mí.

—He estado mejor —confieso apenada.

Me siento avergonzada de llevar puesto este uniforme y que personas importantes en mi vida me vean vestida así, con las manos atadas y siendo vigilada de cerca por tres guardias de Santa Martha, una cárcel para mujeres que han cometido toda clase de delitos, incluso, asesinato. Tantas veces me negué a recibirlas cuando alguien distinto a mi abogado se animaba a visitarme. No me sentía lista para que me vieran así y ahora están aquí.

—No pierdas la fe, cariño. Mi hijo ha trabajado muy duro para conseguir liberarte, confía en él.

Las lágrimas empapan mi rostro. por supuesto que confío en Santiago, ¿cómo no hacerlo? Pero este asunto está tan enredado que no es fe lo que necesito, sino justicia.

—Pronto saldrás de este infierno, querida.

Sonrío mientras tomo el pañuelo que Esmeralda me ofrece.

—Melita te envía saludos y mi madre también. Me ha encargado que te diga que está a punto de terminar la colcha que te ha prometido.

—Gracias por estar aquí. Lamento no haber tenido el valor para recibirlas en la prisión —digo con la cabeza baja.

—No estamos aquí para juzgarte, querida, hemos venido para hacerte saber que estamos contigo. Te conocemos lo suficiente como para saber que eres incapaz de matar siquiera a una mosca —comenta Esme.

Sonrío porque recién noto que no ha perdido ese estilo refinado de siempre. Va enfundada en un vestido blanco en corte V que lleva el cuello doblado en tono negro. Zapatillas altas y bolso de mano. Solo le ha faltado la pipa y el guante. Da la impresión de que en cuanto salga de aquí irá directo a un restaurante elegante para reunirse con alguien especial.

—Es cierto que… don Tomás…—no logro terminar la oración.

La señora Yola y Esmeralda bajan la mirada.  No tienen que decir más. 

—¿Cómo pudo ser?

—Su nieta fue a la pensión, él estaba feliz de verla de nuevo. Al fin el cielo había escuchado sus ruegos —dice la señora Yola—. Estábamos cenando, así que todos fuimos testigos de esa fatal escena. Sofía tenía el aspecto de un espectro, pálida y ojerosa, con la mirada apagada y la piel reseca.<Necesito dinero, tengo un problema. Dijiste que mi madre me abrió un fideicomiso al que solo tendría acceso cuando cumpliera la mayoría de edad. Por eso estoy aquí>, gruñó como gata en celo. Don Tomás no pudo contener las lágrimas de emoción y se puso de pie, se acerco a su nieta para estrecharla en sus brazos, pero la chica lo rechazó. <No he venido a verte, viejo, solo dame mi dinero y no volverás a verme>, escupió. Los papeles están en mi habitación, respondió don Tomás al tiempo que iniciaba su andar.> Cinco minutos después la chica salió con prisa y se subió a un auto donde un chico la esperaba. Corrí en busca de Tomás, lo encontré tirado en el piso, tenía una mano sobre su pecho. Había sufrido un infarto, permaneció en el hospital cinco semanas, se reusaba a rendirse, pero su cuerpo cansado no soportó más. Por eso fui a visitarte el domingo pasado, quise contarte lo que había pasado, pero de nuevo te negaste a recibirme así que le pedí a Santiago que te contara, pero él se negó rotundamente. Dijo que ese tipo de noticias no se daban a una persona en tus condiciones, que te lo haría saber cuándo el Juez dictaminara que quedabas en libertad.

La irá me sofoca al saber quién ha sido la culpable de la muerte de mi viejo amigo Tomás. Sofía y yo tenemos una cuenta pendiente.

—Madre, no está permitido interactuar con los prisioneros —exclama un Santiago enfurruñado que mira con recelo a Esme.  

—Necesito un favor —digo en voz baja a la pelirroja, cerca de su oído, antes de que ella y la señora Yola se acomoden en su antiguo asiento.

Limpio de nuevo las lágrimas que escurren en mis mejillas sin apartar la vista de Santiago, ambos hacemos contacto visual unos segundos. El resto de los presentes comienza a entrar en la sala y un rato después el Juez toma su lugar.

—Señoría, pido permiso para atender esta llamada. Es de vital importancia —dice Santiago mientras sujeta el teléfono en su mano.

El juez Arriaga asiente con un gesto de hartazgo y Santiago abandona la sala con rapidez.  Elena Pereira  lo sigue con una mirada cargada de audacia.

—Tomen asiento y guarden silencio mientras esperamos el regreso del licenciado Aguilar —ordena el Juez

Bastaron un par de minutos para que Santiago atraviese la puerta de roble de nuevo. Su semblante no tiene buen aspecto.

—¿Todo en orden, licenciado Aguilar?

—Señor Juez, me han informado que el testigo no se presentará —suelta Santiago.

El Juez lo escruta con detenimiento, es obvio que el semblante abatido de Santiago ha llamado su atención.

—¿Desea que reprograme la Audiencia, licenciado?

—No será necesario, su señoría —responde Santiago en un tono que no da oportunidad de más.

Elena Pereira no aparta la vista de Santiago, es obvio que está igual de confundida que todos en esta sala.  ¿Qué ha sucedido?  

—Entiendo —dice el hombre con el ceño fruncido—. Por lo tanto, después de las pruebas recabadas y la declaración de los testigos presentados hago de su conocimiento que este juicio ha llegado a la etapa final. En unos días los citaré de nuevo para dictar la sentencia correspondiente. Se levanta la sesión —exclama tras azotar el mazo sobre la base de madera.

—¿Qué significa eso? —cuestiono a Santiago una vez el Juez ha abandonado la sala de audiencias.

—Significa que la próxima ocasión que visitemos esta sala al fin sabremos si existe la justicia —responde con desazón.

Sandra Díaz se acerca y ata mis manos.

—Es hora de irnos, Isabel —dice mientras tira de mi brazo.

—¿Santiago?

Lo llamo en un susurro, pero no obtengo respuesta. Con las manos húmedas y el corazón desbocado desvío mi atención hacia las dos mujeres que, acongojadas, me observan a la distancia. La esperanza suelta mi mano al ser consciente de que tal vez yo no estemos juntas de nuevo…

Las horas se evaporaban cuando me encontraba con Mateo, nos fuimos a dormir de madrugada, pero yo habría podido continuar charlando con ese hombre que podía apasionarse con una simple conversación.

Cuando me mostró la habitación que habían preparado para mí casi me voy de espaldas. De paredes blancas y grises, alfombrada en el mismo tono, con un sofá esquinado y una cama matrimonial en el centro adornada con una cabecera enorme forrada en tela y varios cojines y almohadones. Dos burós en cada costado, enfrente un taburete redondo y al lado un espejo que iba de una pared a otra y hacía las veces de puerta de un closet gigantesco repleto de ropa que no me atreví a esculcar. Del techo colgaba una lámpara formada por varios cilindros de cristal que tenían el tamaño de una mesa de centro. Un espacio que representaba el sueño de muchas mujeres.
Al día siguiente Ana entró en con un carrito donde iba montada una charola con un plato con fruta, pan tostado y una taza de café.

—El señor me ha pedido que le diga que en una hora la espera en el recibidor. Dice que use ropa cómoda porque pasaran el día afuera. Encontrará todo lo necesario ahí —exclamó tras señalar el sitio que se escondía detrás de la enorme pared hecha de espejo.

Fue imposible ocultar la sorpresa que me embargó. Había tanta ropa que escoger un atuendo parecía una tarea titánica.

—¿Sabe a dónde iremos? —la cuestioné para conseguir una pista que me ahorrara tiempo y trabajo.

Ana sonrió compasiva.

—No me lo ha dicho, pero el señor suele frecuentar el Club los fines de semana.

—¿El Club? —repetí para animarla a decir más.

—Un lugar donde se puede hacer todo tipo de actividades deportivas. Si no me equivoco y el señor la lleva ahí, le aseguro que usted lo disfrutará.

Entonces fue mi turno de sonreír. La idea no parecía descabellada, incluso me sentí animada. Piqué un poco de fruta y di un sorbo al café mientras recorría el closet. <Esme se habría vuelto loca en este lugar>, reconocí en voz alta. Entonces supe quién me ayudaría a salir del apuro. Tomé mi teléfono y le escribí un mensaje a Esmeralda. La respuesta llegó casi de inmediato.

La mañana estaba más fresca de lo habitual y nubes grises bloqueaban el paso del sol, así qué siguiendo el consejo de mi amiga, opté por unos vaqueros oscuros, un suéter holgado que llegaba a mis caderas que resalté con una mascada con estampados en tono negro, y tenis blancos. Recogí mi cabello en una coleta alta y remarqué mis facciones de la forma en que Luigi me había enseñado. Nada tan cargado, pero que sea suficiente para lucir arreglada.

—Buenos días, bella —Me saludó Mateo cuando lo alcancé en el recibidor—. ¿Lista para irnos?

El alivio me envolvió cuando lo vi enfundado en un pantalón casual color beige, camisa tipo polo, calzado de gamuza y un suéter vino sobre la espalda.

—Lista —respondí con la excitación de una niña de ocho años—. ¿Puedo preguntar que llevas en esa maleta?

—Ropa —dijo con tranquilidad.

—¿Ropa?

—Sí, ropa deportiva que puedo ocupar en el lugar al que vamos —agregó.

—¿Necesito llevar algo más?

—No, así estás perfecta, todo lo que puedas necesitar podemos adquirirlo ahí mismo.

No dije más y cuando Mateo extendió su brazo me colgué de éste antes de abandonar aquel palacio en miniatura.

Después de almorzar Mateo se aferró a mostrarme el club, lo recorrimos de punta a punta a bordo de un carrito de golf. Parecía un centro deportivo porque pude observar la zona de albercas, canchas de soccer, basquetbol y tenis. Un campo de golf, una zona para escalar y un campo de tierra suelta que varios gokart recorrían a gran velocidad. Cafetería, un restaurante y una extensa área verde con palapas alrededor donde las personas charlaban mientras disfrutaban de un helado o una bebida refrescante.

—¿Qué prefieres hacer? —Me cuestionó Mateo.

—No lo sé, no suelo practicar deportes —respondí con el rostro rojo como tomate.

—Eso no es problema, nunca es tarde para empezar. Solo elige una opción y yo me encargo del resto.

Miré a mi alrededor con aprehensión hasta que mis ojos se detuvieron en el campo de golf, supongo que mi subconsciente me oriento pues creía que era lo más sencillo de hacer. ¡Qué equivocada estaba!

Mateo sonrió complacido, me tomó de la mano y justos caminamos hacia una pequeña plaza comercial. Después de haber adquirido lo necesario, volvimos a montarnos en el carrito para llegar al sitio elegido. Por supuesto mi atuendo cambió por completo, incluso había comprado una visera mientras Mateo entraba a los vestidores para ajustarse a la situación.

—Antes de empezar la práctica debes saber las reglas básicas del golf —dijo Mateo con gesto serio, entonces supe que, sin importar el asunto, el hombre que estaba a mi lado se tomaba las cosas en serio. Nada resultaba trivial para él—. Todos los campos de golf tienen un recorrido de 18 hoyos, así que el ganador de una partida es aquel que logra meter esta pelota en los 18 hoyos en el menor número de golpes —dijo mientras me mostraba una bola blanca de no más de 5 centímetros de diámetro, hecha de algún tipo de plástico—. Por eso se establece un sistema de puntos que se van anotando en una hoja para sumarlos al final. Puede considerarse penalización cuando golpeas la bola fuera de los límites, así como si pierdes una bola o si golpeas la de tu compañero. Estas penalizaciones consisten en sumar golpes que al final te perjudicaran en puntos. Hay palos que te permiten lanzar la bola más lejos mientras otros te permiten mayor precisión, pero solo puede llevar contigo 14 palos. Cada jugador usa su propia bola que deberá marcar para evitar que se confunda con la de su contrincante. También debes procurar no arrancar un pedazo de cesped cuando golpees la bola pues el campo debe mantenerse en las mejores condiciones. Los golpes al aire o fallidos también cuentan como buenos y no pueden repetirse. En cada ronda de golpes, golpea primero el jugador que haya quedado más lejos del hoyo. Estás son las reglas básicas, pero existen muchas más por eso debes saber que no es bien visto que un jugador arroje el palo a causa de una rabieta o que busque una bola por más de 5 minutos. ¿Tienes alguna duda?

Miré a Mateo como un cachorrito que intenta comprender lo que su dueño quiere enseñarle, pero no dije nada que evidenciara mi poco entendimiento.

—Bien, ahora toma este palo. Al sujetarlo debes mantener la espalda recta, las piernas ligeramente flexionadas, los pies separados a la altura de tus hombros y la bola entre ellos. A esto se le llama stance de golf. La correcta colocación de nuestro cuerpo va a permitir que logremos el equilibrio adecuado para ejecutar el swing con el mayor control y fuerza —Mateo hablaba detrás de mí mientras colocaba sus manos sobre las mías para mostrarme como agarrar el palo. Su aroma se impregnó en mis fosas nasales—. Ahora fija un objetivo entre la bola y el hoyo. ¿Lo tienes? Bien, coloca la cara del palo detrás de la bola y apunta hacia el hoyo.

Como en un trance tome impulso y golpee la bola con todas mis fuerzas. Esta se elevó por los aires mientras se alejaba a la distancia. Lancé un grito de emoción al tiempo que de un brinco me colgaba al cuello de Mateo. Es tan alto y fuerte que me tomó por la cintura y comenzó a girar.

—Eres toda una caja de sorpresas, señorita —exclamó entre risas, con los ojos brillantes y la respiración jadeante.

—Y tú eres un excelente instructor —respondí mientras le guiñaba un ojo.

Al igual que la noche anterior las horas volaron sin sentirlas. Salimos del lugar exhaustos, pero con la emoción al tope. Nunca habría imaginado que un hombre de la edad de Mateo fuese tan divertido.

—Haremos una parada en el pent-house, tomaremos una ducha y nos cambiaremos de ropa. Esta noche festejamos algo especial —dijo mientras programaba su teléfono con el auto. Entonces, el interior del auto quedó extasiado de una bella melodía a piano que hizo que experimentara toda clase de sensaciones.

—Claro de Luna—exclamó.

Lo primero que vi cuando entré de nuevo en la habitación fue un elegante vestido de noche extendido sobre la cama. Largo, en color plata. Con tirantes y un escote recatado con bordado de pedrería, que se ceñía hasta debajo del busto y caía en cascada hasta mis tobillos. Al lado un regalo que me apresuré a abrir.  Despojé la tapa del coqueto recipiente entintado en color rosa pálido para olisquearlo. Un aroma fresco me golpeo al instante.

Después de ducharme tomé la secadora, más tarde alacié mi cabello. Lo llevaría suelto, sujeto de un lado con un discreto prendedor. Gracias a Luigi había aprendido que el maquillaje de noche debía ser marcado. Así que usé la paleta de sombras para darle un aire dramático a mis ojos. Engrosé el delineado, remarqué mis cejas y delineé mis labios de un tono coral. Cerré la puerta del closet después de enfundarme el hermoso vestido para mirarme. Sonreí mientras una mezcla de asombro y complacencia me abordaban.

Mateo me miraba fijo mientras descendía por las escaleras, no supe descifrar la expresión en sus ojos. un suspiró escapó de mi garganta cuando llegué con él. El porte varonil de Mateo hacía que el frac que lo cubría incrementara su elegancia.

Tomó mi mano, la llevó hasta sus labios y la selló con un beso.

—Hermosa —murmuró.

—Cualquier mujer se vería hermosa si llevara puesto un vestido como este —respondí con las mejillas encendidas.

—No lo creo —zanjó con media sonrisa que me obligó a tragar saliva.

Entramos al ascensor aun aturdidos por la energía que nos rodeaba. Creí que así debía sentirse Cenicienta cuando el apuesto príncipe la había invitado a bailar, pero evité recordar que el hechizo no duraría mucho.

Entramos al lobby de un lujoso hotel al mismo tiempo que varias parejas llegaban.

—Mateo, que gusto verte —dijo un hombre entrado en años para después estrechar con fuerza la mano de mi acompañante.

—Feliz cumpleaños, Lorenzo. Gracias por la invitación —respondió Mateo.

—No todos los días se cumplen 75 años, amigo.

—Y no cualquiera los vive tan plenamente como tú —agregó Mateo.

Los dos hombres se echaron a reír.

—¿Puedo saber el nombre de esta hermosa dama?

—Ella es Isabel.

—Mucho gusto —dije mientras extendía mi mano para estrechar la suya, pero el hombre prefirió llevarla hasta sus labios y, tras una reverencia, la besó.

—Un diamante en bruto —exclamó con voz grave el anciano.

Mateo ladeo la cabeza y lo miró fijo con gesto serio.

—Señor Garza, todo está listo —dijo un hombre más joven que se había acercado a nosotros.

—Perfecto, invita a todos a entrar al salón —ordenó el anciano.

Lo que vi y viví en ese lugar no sé como describirlo. El mobiliario, las personas, la orquesta que amenizaba, las conversaciones, incluso la comida, parecían tener el signo de pesos tatuado en oro puro. Era tal el derroche que el obsequio más austero que el señor Garza recibió fue una semana de estancia en Aspen.

—¿A quién se le habrá ocurrido semejante disparate? Lorenzo apenas pude caminar, ¡como esperan que se calce un par de esquíes para después arrojarse por la pendiente nevada de una montaña! —Se quejó Mateo. Fue evidente que aquel obsequio le había resultado una broma de mal gusto.

—¿Puedo saber que le regalaste tú? —lo interrogué para distraer su mente.

—Le he cedido el 10% de mis acciones en la compañía.

Mi boca se abrió tanto que dolía. ¿En qué mundo me había metido?

—¡Vaya!

—Lo sé, es demasiado, pero parte de nuestras costumbres es ayudarnos y Lorenzo en estos momentos está pasando por una situación complicada. Necesita conseguir activos.

—Pues si tiene recursos para celebrar un cumpleaños de este modo, dudo que esté necesitado de nada.

—Esta reunión la ha pagado la compañía, Isabel. Lorenzo era un buen amigo de mi padre y ha dedicado años de su vida para hacer de esta empresa lo que es. Así que se lo ha ganado.

—Eres muy generoso. Demasiado.

—Tal vez.

Bailamos, charlamos, reímos y disfrutamos de una buena copa de vino. De vez en cuando se acercaba a nosotros algún amigo, cliente o socio del hombre que no se apartó de mi lado ni un solo minuto…

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