26
Mateo debía volver a Monterrey al día siguiente, sus compromisos de trabajo en la ciudad habían concluido así que debía atender sus negocios. Ese lunes desayunamos juntos en un restaurante del Aeropuerto, no había tiempo para nada más. Acepté aun cuando no estaba de buen ánimo, la muerte de Roberta me había sumido en un estado de melancolía que quien sabe cuánto duraría y no tenía ánimo de nada, pero Mateo se había portado tan bien conmigo que no pude negarme.
—¿Qué haces aquí a esta hora? —La pelirroja me esperaba en mi habitación cuando entré la noche anterior.
—¿Cómo qué? Quiero escuchar los detalles de tu cita con Mateo Blanchet —respondió mientras se levantaba y se acercaba a mí—. Lamento lo de tu amiga —agregó al tiempo que me abrazaba.
—Esme, no he dormido desde hace 30 horas, ¿podríamos hablar de eso mañana, por favor?
—Solo dime una cosa. ¿Firmaron el DA?
—Por supuesto que no. No teníamos cabeza para eso, lo haremos cuando vuelva a la ciudad.
—¿Se va? —Me cuestionó con los ojos abiertos como platos.
—Su avión sale mañana al mediodía.
El silencio nos atrapó como una burbuja lo hace con el viento. Entonces mi teléfono sonó.
—Hola, Mateo —respondí—, ¿mañana? … —hice una pausa mientras trataba de acomodar mis ideas. El cansancio me estaba haciendo una mala jugada.
—Recuerda que aún queda un pendiente entre los dos y entre más pronto zanjen ese asunto, mejor para ambos. No te conviene que se vaya sin haber firmado el doble acuerdo —musitó Esmeralda mientras se pegaba más a mí en su absurdo intento por escuchar la conversación.
—Está bien, estaré lista a esa hora. Hasta mañana —respondí antes de terminar la llamada.
Esmeralda me miraba fijo con las manos en la cintura.
—¿Y?
—Desea verme para hablar de algo importante.
—Solo una estúpida dejaría escapar una oportunidad como ésta, Isabel, pero no ceo que tú lo seas. Mateo Blanchet es un partidazo y es obvio que ha quedado enganchado contigo. ¡Aprovéchalo! No te das cuenta de que el universo te está regalando la oportunidad de borrar el pasado y comenzar una vida nueva. ¿Estás dispuesta, Isabel? O prefieres mantener tu estatus de víctima. Piénsalo, y elige de una vez.
Esmeralda cerró la puerta detrás. ¿Por qué tenía que elegir palabras tan hirientes para dejarme claro algo? Moví la cabeza de un lado a otro. Antes de arrojarme a la cama para cumplir el deseo que me aprisionaba desde la noche anterior programé la alarme en el teléfono, después junté mis párpados y me quedé dormida al instante.
En punto de las 8:00am, bajo la mirada acusadora de Melita, subí al auto que me esperaba frente a la puerta de la pensión.
—No dejas de sorprenderme, Isabel —dijo Mateo.
—No entiendo —respondí con media sonrisa.
—Creo que en algún momento he debido hacer algo muy bueno para que la vida me recompense de esta manera. Me siento afortunado de ir acompañado de una mujer tan especial.
—¿Estás de broma?
—Jamás he hablado tan en serio, Isabel —respondió con voz grave y la mirada encendida.
Mi piel reaccionó al igual que mis mejillas que a la velocidad de la luz se tiñeron de rojo.
Entramos al Aeropuerto por un acceso que solo utilizaban ciertas personas y en el auto llegamos hasta uno de los hangares donde un avión privado continuaba anclado con la escotilla abierta. Dos hombres con corbata, enfundados en trajes en cuya solapa se incrustaba una insignia en forma de alas compuesta de varias barras y las mangas bordadas con dos líneas color dorado que llevaban lentes oscuros y gorra, esperaban de pie en la puerta del avión. Dos mujeres muy guapas, con el cabello en un moño, piel de porcelana y maquillaje perfecto, sonreían a su lado.
Mis labios se despegaron cuando al descender del auto me encontré con un marco espectacular. A unos metros del avión habían colocado una mesa de cristal coronada con un florero repleto de flores blancas. Dos sillones blancos en las cabeceras y un hombre a lado que sostenía en un brazo una servilleta blanca de tela. Un dúo de cuerdas interpretaba una hermosa melodía.
—Bienvenido, señor Blanchet. Señorita —Nos saludó el hombre con una leve inclinación mientras ambos nos acercamos a la mesa.
Un segundo después se colocó detrás de uno de los sillones y lo movió hacia atrás para que yo pudiera sentarme.
—Esto es hermoso —murmuré sin dejar de admirar el espectáculo que se desarrollaba a mi alrededor.
—Me complace que te agrade, Isabel, porque todo esto ha sido montado por y para ti —respondió Mateo mientras extendía sobre sus piernas una servilleta.
No sabía por qué, pero desde nuestro primer encuentro me sentí cómoda en compañía de Mateo, era como estar con una persona que conocía de siempre, alguien con quién podía hablar de cualquier cosa porque merecía mi confianza absoluta. La diferencia de edades no era un obstáculo, sino todo lo contrario. Todo aquello me sabía a novedad y sin proponérmelo me dejaba envolver, no por codicia o malicia, más bien como si se tratara de un mundo paralelo al cual me había habituado sin sospechar que existía algo más de lo que hasta ese momento había conocido o descubierto.
—¿Qué esperas de mí, Isabel? ¿Qué es lo que necesitas, cómo puedo apoyarte? —Me interrogó después de mostrarme, por unos minutos, su lado divertido. Ese que logró sacarme lágrimas, pero no de tristeza, sino de alegría. Parpadee varias veces, la embestida había llegado de manera imprevista. La saliva se espesó en mi boca—. Para entendernos bien quiero que seas honesta conmigo, la comunicación es esencial, no hay nada mejor en la vida o en los negocios para que las cuentas estén siempre claras. ¿Cierto? Yo sé lo que quiero de ti, pero antes de externarlo quiero saber lo que tu deseas.
—Necesito apoyo económico para ingresar en la Universidad, los costos de matrícula escapan de mi presupuesto y han sucedido cosas que no vale la pena mencionar así que por el momento no tengo la solvencia que me permita cubrir mis gastos más esenciales —respondí tras carraspear.
Había tenido el tiempo suficiente para pensar en eso, pero no lo había hecho, así que hablé tan rápido que tuve que inhalar profundo al terminar. Sentí que me habían quitado un peso de encima a pesar de que la vergüenza me tomó de rehén. Era como confesarme delante de un amigo entrañable, ese que sabes que no te juzgara y aun así te ves obligada a bajar la mirada.
—Yo puedo hacer por ti eso y mucho más, Isabel —exclamó.
—¿A cambio de qué, Mateo? —Lo enfrenté sin medir las consecuencias, pero él me había pedido honestidad.
—Tu compañía, nada más.
Dijo mirándome fijo, sin parpadear. Hurgué en sus ojos en busca de un atisbo de mentira, una persona puede mentir descaradamente con las palabras, pero nunca engañarán con sus ojos a nadie. Ese es el poder que te da la observación.
No hallé una mancha en su mirada.
—Lee esto, por favor —comentó Mateo mientras me entregaba un folder—. No deseo ofenderte, pero debes comprender que mi nombre es conocido y debo evitar a toda costa los malentendidos. Lo que hay en el interior de este folder es mero trámite. Te llamaré en unos ´días, necesito que me digas si estás de acuerdo o si prefieres agregar o eliminar algunos puntos. Yo estoy en la mejor disposición —dijo.
Entonces se acercó tanto que nuestras respiraciones se acompasaron, tomo mi rostro entre sus manos y cuando los restos de su aliento impregnado de vino blanco se colaron por mi nariz, junté los párpados para recibir el impacto de sus labios. La humedad fresca de su boca se mezcló con la mía mientras una lucha feroz se llevaba a cabo en el interior de estas. Una oleada de calor subió desde mis pies hasta alojarse en mi vientre. Solo en una ocasión me habían besado, pero el beso casto de Santiago, que había despertado en mí nuevas sensaciones que me mantuvieron flotando por horas, contrastaba con la intensidad con la que Mateo atacaba mis labios.
—No quiero irme, no quiero dejarte —murmuró mientras apretaba con suavidad mi cabeza contra su cuello.
Su olor me aporreó y abrió un hueco que exigía inhalar con urgencia. Entonces besó mi cabeza y suspiró antes de separarme para mirarme.
—Piensa en mí, que yo haré lo mismo —exclamó antes de encaminarse hacia el avión.
Con la cabeza recargada en la ventanilla del mismo auto que nos había llevado a ambos al Aeropuerto, hice el recorrido de vuelta a la pensión. Con la mente en blanco sujetaba el folder que Mateo me había dado, lo leería más tarde, en ese momento deseaba sacudirme las sensaciones vividas en compañía de un hombre que comenzaba a acaparar mi atención.
—Hola —dije al encontrar a don Tomás montado en un banquillo, con la atención fija en un zapato que terminaba de remendar.
—Chiquilla, que gusto verte. Hace días que no sé nada de ti y ya empezaba a preocuparme —respondió mientras se quietaba los lentes.
—También me alegra verlo don Tomás. Estoy bien así que por favor no se preocupe, solo he estado atendiendo algunos asuntos, pero espero que las cosas se normalicen pronto —me excusé.
—Te entiendo, chiquilla. Yola me ha contado lo que sucedió en el asilo, una pena, definitivamente, pero inevitable. La muerte es lo único seguro que tenemos, así que no nos queda más que aprovechar el tiempo que tenemos. Hay que vivir, hay que experimentar, hay que arriesgarse, para que cuando nuestra hora llegue, no nos hayamos quedado con ganas de nada.
No esperaba recibir ese consejo de don Tomás, pero en secreto lo agradecí porque despojaba a mi conciencia de cierto peso que más tarde me permitiría tomar las riendas de mi vida de una buena vez.
Yo lo observaba mientras él trabajaba. Así descubrí la razón por la cual el silencio y la tranquilidad reinaba en el interior de la cocina: la señora Yola y Melita aun no regresaban del mercado, supe también que Esmeralda, Kenia y Camilo aun no volvían de la universidad. Lo extraño fue encontrarlo solo y que doña Yola lo hubiera permitido, sin embargo, la situación me regaló unas horas de tranquilidad. No fue difícil descifrar que Santiago se encontraría en el Bufete de abogados, así que solo estábamos él y yo, acompañándonos y charlando como solíamos hacerlo en el pasado. Me alegró descubrir que después de aquel mal entendido que tuvimos, las cosas entre ese anciano y yo comenzaban a ir bien. Don Tomás era importante, no solo se había ganado mi cariño incondicional, sino que era lo más parecido a un abuelo que había conocido.
—No me agrada nada el semblante que te cargas, chiquilla —dijo.
—Tiene razón, creo que no me caería mal una siesta.
Me puse de pie y tras besar la frente del anciano me dirigí a mi habitación.
Dejé el folder sobre el buró, me despojé de las zapatillas y me tiré sobre la cama. Abrí los ojos gracias a los gritos que la señora Yola lanzaba, no fue difícil adivinar hacia quién iban dirigidos. Miré el teléfono para verificar la hora, pasaban de las 2:00pm, seguro la riña se debía a algún desacuerdo por el menú del día. Me senté y alcé los hombros mientras mis ojos se detenían sobre un folder manila. Sabía lo que contenía en su interior, pero aun así me resistía a hojearlo. La tentación o puede que el sentido del deber me hicieron abrirlo. <Doble Acuerdo>, leí en voz baja. En una serie de incisos se detallaba tanto mis derechos como mis obligaciones, así como los beneficios a los que me haría acreedora si los puntos se cumplían al pie de la letra. Dentro de mis obligaciones recuerdo aquellas que más impacto me causaron. Por ejemplo: no podía ventilar el tipo de relación que me uniría a Mateo, y si las circunstancias me obligaban tenía que usar solo su nombre de pila, nunca su apellido. La relación en un principio sería a corto plazo, es decir tres meses; si las cosas se daban bien y ambos estábamos dispuestos existía todo tipo de libertad para alargarlo. Debía estar disponible cada vez que Mateo requiriera mi compañía, eso incluía disponibilidad para viajar y hacía hincapié en que debía tener mis documentos en orden por si era necesario salir del país, ya fuera por gusto o por cuestiones de negocios. Además, mientras la relación continuara yo no podía mantener una relación de índole amoroso con ninguna otra persona. Se me requería con exclusividad. Si incumplía alguna de las peticiones antes mencionadas, el acuerdo se anularía de inmediato. Dentro de mis derechos leí lo siguiente: Mi seguridad era una prioridad, así que se abriría una póliza de seguro amplia que me garantizaría el servicio médico bajo cualquier circunstancia en los mejores hospitales del país y una escolta personal que estaría conmigo las 24hrs del día. Se abriría una cuenta a mi nombre donde se me depositaría una mensualidad y tendría acceso a una tarjeta sin límite crediticio que podía usar sin restricciones. No revelaré la cantidad, solo diré que mi respiración cesó unos segundos al verla anotada y remarcada en negritas. Además, una vez firmado el acuerdo, tendría a mi disposición un departamento con todos los servicios y comodidades, donde me comprometía a alojarme una vez dicho acuerdo fuese firmado. Como un recurso indispensable se me facilitaría un auto del año, una laptop y un teléfono celular de uso personal. Y lo más importante Mi integridad física, mental y emocional, jamás serían puestas en riesgo. En la última hoja dos líneas sombreadas y debajo de estas el nombre completo de Mateo y el mío.
—¡Dios, mío! —grité al tiempo que taponeaba mi boca con ambas manos. Los términos señalados en un principio me parecieron una barbarie y me sentí como una mercancía, pero al analizarlo entendí qué, como sus siglas lo señalaban DA, se trataba de un convenio. No se haría nada que alguna de las partes no estuviera de acuerdo. Las cartas estaban sobre la mesa y no dejaban cabos sueltos como para incurrir en malas interpretaciones o reclamos.
Pensé en Esme y en Kenia y en cómo podía hablar de Mateo sin romper las reglas establecidas. Pensé en María, no deseaba dejar de laborar en el asilo, necesitaba escuchar sus consejos y regaños, pero, sobre todo, pensé en Santiago. Si firmaba el Doble Acuerdo tenía que renunciar a todo lo que él representaba para mí y ser consciente de eso desgarró mi corazón. Hasta ese momento no existía entre Santiago y yo algo más que una relación cordial, fui consciente de todo lo que él provocaba en mí, recordaba ese único beso y deseaba más. No estaba segura de sí él sentía lo mismo, pero cría que sí porque lo notaba en la forma en que me miraba, en esas noches juntos mientras me cuidaba, en todas esas veces en que salió a buscarme cuando la preocupación lo atormentaba.
No puedo hacerlo, balbucee con voz entrecortada.
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