5. Donde las estrellas mueren
Ruelle ft. Fleurie | Carry You
"La aceptación de la vida no tiene nada que ver con la resignación. No significa huir de la lucha." †Paul Tournier†
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Mantengo la mirada clavada en el horizonte, viendo los últimos vestigios de sol escabullirse para darle paso a mi última noche en este lugar. Desde aquí puedo ver una plaza con árboles y bancas entre los caminos por donde algunas personas aún caminan. Sigo sin registrar del todo en qué lugar del mundo me encuentro, por lo poco que he podido ver desde aquí, no parece ser un lugar muy grande.
Es más como un pueblo oculto entre altas montañas.
Entrecierro los ojos, reparando por primera vez en lo que parece ser una estatua en medio de la plaza. No consigo distinguir lo que es por la escasa luz.
Suspiro, mordisqueando mis uñas mientras mi mente se traslada a una hora atrás.
Las palabras de Alessandro reverberando en los confines de mi cerebro. Una pequeña sonrisa se instala en mi rostro, de alguna manera, saber que soy su esposa se siente bien. Al menos en esta realidad, mi vida está unida a alguien que se preocupa por mí.
Alguien que me da tranquilidad.
«—Me enviaron para hacerle compañía, su majestad.
Mis ojos detallan la pequeña figura frente a mí, la piel clara y su cabello tan rubio como el sol la hacen parecer una muñeca de porcelana. Inclino la cabeza a un lado al detectar el ligero arrastre en sus palabras.
—¿Cuál es tu nombre?
—Fiorella Leroy, majestad.
Una chispa de calidez se encendió en mi pecho.
—Eres francesa.
—Oui, majesté.
—Eres muy bonita —dije en voz alta —, lamento que ahora estés atrapada conmigo.
—No diga eso, para mí es un honor ser su dama de compañía.
—¿Has vivido mucho tiempo aquí?
—No, majestad, me trajeron desde Yvoire hace un mes.»
Parpadeo, saliendo de mi recuerdo, solo para sentirme tonta por la forma en que ignoré el hecho de cómo era capaz de hablar en ruso de una forma casi perfecta. Posiblemente la soledad y la necesidad de tener algo familiar me hizo pasarlo por alto. El sinsabor de la traición amargándome el paladar, no porque me duela que ella fuera una más de sus amantes, sino por la forma en que jugaron conmigo al hacerme creer que podía tener opciones.
Me estremezco cuando la puerta se abre, girando la cabeza en dirección al sonido, temiendo que sea de nuevo el doctor Smith. Me relajo en el instante en que soy capaz de ver ese par de orbes verdes, los mismos que se suavizan al verme.
—¿Qué haces aún despierta? —cuestiona, adentrándose en la habitación y cerrando la puerta detrás de él.
—Iba a tomar un baño —explico, regresando mi atención a la ventana —, solo me distraje viendo...
... el exterior.
Muerdo mi lengua, tragándome las últimas palabras.
Aun cuando me siento bien a su alrededor, no quiero que vea lo vulnerable que sigo siendo. Y exponer cómo me siento ante la idea de salir sin estar segura de lo que debo esperar del exterior. Ellos saben mi nombre, saben quién era antes de este lugar, extrañan a esa persona. Sin embargo, justo ahora, soy una desconocida dentro de mi propio cuerpo mientras mi cerebro juega con mi cordura.
Estoy perdida.
Frente a mí solo hay un camino lleno de neblina y oscuridad.
Cierro los ojos, conteniendo un suspiro al sentir el calor que desprende su cuerpo justo detrás de mí. Aún resulta desconcertante la forma en que todo mi cuerpo parece vibrar ante su presencia, ni siquiera necesita tocarme.
—¿Qué atormenta tu cabeza?
—Nada —exhalo.
—¿Está todo bien?
—Sí... supongo que sí.
—¿Supones?
—Es el paso a seguir —murmuro —, irme de este lugar.
—¿Acaso no deseas irte?
—Es lo único que he pensado desde que comenzaron a sacarme sangre.
Lo miro sobre mi hombro, resultando una posición un poco incomoda al estar tan cerca porque tengo que torcer mi cuello para poder verlo a los ojos.
—Es un lugar escalofriante, ¿no lo crees?
—Bueno, parece que sigues siendo tú —comenta como si nada —. Nunca te gustaron los hospitales.
Resoplo, rodando los ojos.
—Y eso que aún no creían que era alguna especie de amuleto milagroso de sanación. Contrario a lo que esperarían, no hace que me vean con más amabilidad.
—Es porque no lo hacen.
Trago, volviéndome hacia la vista en la plaza. Con los minutos, la luz se ha extinguido por completo.
—Eso fue muy sincero de tu parte.
—¿Quieres que mienta?
—No —niego, encogiéndome entre mis brazos —, prefiero la sinceridad. Ya he tenido suficientes mentiras para toda una vida.
—Si te hace sentir mejor, solo es que están inquietos. Eres algo nuevo e intrigante... Los humanos no reaccionan muy bien a lo desconocido.
«El ser humano es cruel, destructivo y traicionero.»
«Esa es su verdadera naturaleza.»
Trago, las palabras del libro brillando con fuerza dentro de mi cabeza.
Alejo esos pensamientos, dando media vuelta para tomar un baño en condiciones, pero en el último segundo mis pies se enredan entre sí haciéndome trastabillar. Contengo un chillido al sentir mi cuerpo ir directo al suelo.
Excepto que nunca lo toco.
Un par de brazos fuertes y firmes detienen mi estrepitosa y vergonzosa caída. Asiéndose de mi cintura con agarre firme que hace que mi espalda se enderece en el acto.
—Tómalo con calma —ondas de electricidad me recorren al sentir su cálido aliento golpeando en mi nuca. Demasiado cerca —. Han sido muchas emociones por un día.
Contengo el aliento, aturdida por el repentino calor que viaja al sur. Mordiendo mi lengua para contener algún sonido vergonzoso.
—¿Lo tienes controlado?
Asiento, sin estar segura, pero desesperada por sacudirme esta sensación de acaloramiento, incluso cuando una parte de mí protesta ansiando que explore más de ella.
Me suelta cuando parece convencerse que no voy a caerme.
Con un aclaramiento de garganta, hago lo que mejor sé: fingir.
Y ahora, coloco mi mejor mascara de impasibilidad.
—Voy a... ducharme.
—¿Necesitas ayuda con eso?
—¿Perdón? —prácticamente chillo.
—Acabas de tropezarte en un suelo estable —señala —, no quiero imaginar lo que podría ocurrirte en un baño húmedo con agua y jabon.
Bueno, tiene un punto, supongo.
—No... no lo sé —me remuevo, inquieta.
—Si te sientes mejor, puedo llamar a una de las enfermeras.
Casi lo considero, hasta que recuerdo que ya pasan de las seis y Jane ya no es una opción. Solo quedan... las muy amables enfermeras que desean descubrir cuán duro es mi esposo.
Ugh, no debería sentirse tan bien pensar en él de esa manera.
Así que casi estoy abalanzándome sobre su brazo cuando lo veo dispuesto a salir.
—¡No! —trago en seco, balbuceando mis palabras, nerviosa ante su intensa mirada —No es necesario —carraspeo —, puedo... puedo hacerlo sola.
—No quiero que resbales.
Suspiro. Recojo un mechón tras mi oreja, nerviosa.
—¿Qué tal un trato? —propone.
—¿Un trato?
—No quieres que llame a una enfermera, entiendo tu renuencia a que te ayuden —explica con lentitud, casi como si no quisiera asustarme —. Yo no quiero que algo te pase.
—¿Qué tienes en mente?
—Dejaré que te bañes resguardando tu intimidad, pero dejarás que esté contigo en el baño. La mampara cubre lo necesario, yo solo estaré fuera de la ducha hasta que hayas terminado.
Suena razonable, creo.
Lo medito, considerando que me siento mejor a su alrededor que con las enfermeras y que si digo que no, irá por una, no tengo que analizarlo mucho.
—Está bien —suspiro —. Pero solo entraras hasta que yo esté dentro de la ducha, ¿de acuerdo?
—Es un trato —sonríe de lado, dejándome ver el hoyuelo que aparece en su mejilla.
Putain d'enfer...
«Jodido infierno».
Es demasiado sexy cuando sonríe, ahora solo puedo preguntarme cómo se sentirá tocar ese hoyuelo y.... Fantástico, ahora pienso en tocarlo. Lo cual es un gran error teniendo en cuenta que estoy a nada de estar como cuando llegué al mundo a unos pasos de él.
Y ahora me estoy sonrojando.
Esto no puede ser peor.
—Bien —le doy una última mirada antes de avanzar hasta el baño —. Quédate ahí —lo apunto con un dedo.
Él solo sonríe, haciendo que contenga un suspiro al ver ese coqueto hoyuelo.
Aprieto los labios, entrando en al cuarto de baño. Tiene el tamaño justo para que los pacientes sean auxiliados en caso de necesitarlo al bañarse, incluso tiene barras de apoyo en los laterales.
La mampara solo cubre la mitad de la ducha, pero el cristal tiene un empañamiento para ofrecer privacidad a los pacientes. Me acerco al lavamanos, más exactamente al espejo que hay sobre él. Tal como sospechaba, mis mejillas están encendidas.
Lo cual les da una vida que normalmente no está ahí, sin embargo, al reparar en mis rasgos casi ahogo una maldición. Es la primera vez que veo mi reflejo y por un momento, esperé que algo fuera diferente, que ellos vieran el rostro de alguien más, pero eso no ocurre.
Siguen siendo mis mejillas ligeramente hundidas por la falta de peso, cejas más definidas que enmarcan mis ojos pálidos y apagados, siguen siendo mis labios regordetes y boca pequeña, mi nariz de botón respingada. Aún soy yo y no sé cómo me hace sentir eso.
Abro las manillas del agua, manipulándolas hasta que tienen la temperatura adecuada y solo entonces, saco la enorme bata de hospital por la cabeza, dejándola caer al suelo y apresurándome a entrar.
—¡Listo!
Unos segundos después, lo escucho ingresar con pasos tranquilos.
Puedo ver su sombra detrás del cristal, siendo una de las primeras veces que analizo nuestra diferencia de tamaño. Quizá por la vulnerabilidad que da el estar desnuda.
El hombre debe sacarme casi dos cabezas de diferencia.
Lo veo sentarse sobre la tapa del váter, asumiendo su papel de guardia. Algo que inesperadamente, me tiene sonriendo.
Los primeros minutos solo se escucha el agua en el lugar, humedezco mi cabello y tomo el champú con olor a flores silvestres. Todos los productos tienen ese olor, es agradable.
—¿Todo bien? —pregunta después de un rato.
—Eh... sí —respondo, masajeando mi cuero cabelludo —. ¿Tú lo estás?
—¿Por qué no lo estaría?
—Bueno, estás ahí... quieto... esperando a ver si me caigo.
Su ronca risa calienta mi pecho, mis piernas tiemblan al escucharlo.
—Esto no es lo menos raro que hemos hecho, créeme.
—Oh... bueno...
Silencio.
—Quizá deberías dejar que me caiga —digo de la nada.
—¿Qué?
—Sí, ya sabes —tomo la esponja, echándole un poco de jabon líquido y comenzando a frotarme de forma metódica —, un golpe me quitó la memoria, quizás otro la devuelva —bromeo.
—No tiene gracia, Coraline.
—Ah, pero la tiene.
—¿Qué hay de gracioso en que casi mueres?
—Ahora no lo sé, pero alguna ventaja debía haber.
—No me gusta esta conversación.
Un poco más relajada, me acerco a la mampara y solo asomo el rostro, encontrándome con el suyo serio. Sonrío al ver su ceño fruncido.
—Solo bromeo.
—Pues no lo hagas.
—No seas gruñón.
Ruedo los ojos, regresando a mi tarea de enjabonar cada parte de mi cuerpo.
Me pongo acondicionador y casi he terminada cuando vuelve a hablar.
—No es tanto eso —habla un poco menos tenso —, pero pensar en ese escenario... no me gusta. El siquiera imaginar cómo habría sido si no lo hubieras logrado...
Cierro el grifo, estirando la mano para tomar la toalla de la percha y envolverme en ella.
Solo cuando he asegurado que la toalla está bien sujeta, salgo, encontrándolo con la cabeza entre las manos. No sé por qué, puede ser ese sentimiento de protección que siento hacia él, pero me acerco hasta que no hay mucha distancia entre ambos, deteniéndome entre sus piernas.
Levanta la mirada, sorprendiéndome que incluso sentado roza mi pecho, y solo porque está algo encorvado. «En serio es enorme».
En contra de mi voluntad, o casi más como de una forma instintiva que no puedo controlar, mi mano viaja a su mejilla. Sus ojos se cierran al instante, como si mi toque fuera algo que ha estado esperando desde hace mucho tiempo.
—Sigo aquí —digo dulcemente —, no pienses en lo que pudo ser. Incluso si no puedo... sé que ahora parece malo, pero todo terminará en algún momento. Me disculpo si te he lastimado al haberte olvidado.
Contiene el aliento.
—La única forma de herirme es si ya no te tengo, ¿lo hago? —abre los ojos, golpeándome con todos los sentimientos que cruzan por ellos.
Trago, su pregunta me toma con la guardia baja.
Es casi como si fuera un hechizo, ahora estamos dentro de una burbuja. Una donde me olvido de pensar de forma razonable, ni siquiera estoy escuchando a esa voz que algunos llaman consciencia. No pienso en mi pasado o las pesadillas.
Solo la forma en que mi corazón golpea mi pecho, conteniendo el aliento cuando siento sus manos tomándome por las caderas. Cierro los ojos, sobrecogida con todas las cosas que mi cuerpo comienza a sentir al mismo tiempo. Como ese calor creciente al sur de mi cuerpo, y la forma en que su piel parece arde donde me toca, incluso con la tela de por medio.
Su perfume robándome los sentidos, llenando mis pulmones en cada respiración.
Mis parpados se sienten pesados cuando los abro, apenas logro mantenerlos abiertos y puedo sentir cómo mis piernas se sienten como gelatina. Su mirada se desvía a mis labios, al instante mi lengua sale para humedecerlos. Parpadeo, aturdida, pero cuando menos me doy cuenta, también estoy viendo los suyos; rosados, jugosos y muy tentadores labios.
Y también, cuando menos me doy cuenta, me estoy inclinando hacia ellos.
Su cálido aliento golpeando mi rostro.
Mis parpados se rinden.
Casi puedo saborearlo cuando lo siento rozar mi boca, quiero decir algo, lo que sea.
Que se acerque.
Que termine esto.
Que se apodere de eso que tanto anhela.
Que yo también lo deseo.
—Bonita... —y tan pronto la palabra escapa de sus labios, mi cuerpo se engarrota.
Solo esas seis letras bastan para que toda la neblina que nublaba mi juicio se evapore, dándole paso a algo más, más oscuro y menos placentero. Destellos de recuerdos, casi como ecos que desean ser escuchados, pero no tienen la fuerza suficiente.
—¿C-cómo me llamaste?
Me mira, confuso.
Sin embargo, antes de que pueda darme una respuesta, una punzada de dolor acribilla mi cabeza. Cierro los ojos con fuerza, aturdida cuando imágenes desorganizadas comienzan a emerger de esa oscuridad que mantiene toda mi vida secuestrada.
Flores.
Un vestido.
Música suave.
El cielo.
Comida.
Risas.
Voces.
Son tantas, tantas que es como saturar una memoria hasta su límite.
«—Prométeme una cosa.
—Lo que sea.
—Promete que me encontrarás.»
Me encojo de dolor, vagamente soy consciente de que él me sostiene cuando mis piernas flaquean. Mis dedos se aferran a lo primero que encuentran cuando todo se detiene finalmente en uno solo. O lo que parece el recuerdo de una conversación por fragmentos.
«— Bonita, por favor... no nos hagas esto.
—¡Ya no quiero estar contigo!»
Mis ojos se vuelven acuosos.
«—¿Ya no me amas?»
Y entonces todo acaba, dejándome temblorosa y desorientada.
Poco a poco, mi entorno se va aclarando, dándome cuenta de que estamos de nuevo en la habitación. Solo que estoy sobre él, aferrándome a sus hombros, hundiendo el rostro en su cuello y él me abraza de nuevo.
Sus manos dibujando suaves círculos en mi espalda.
Tranquilizándome.
—Regresa a mí —pide con dulzura —. Te tengo.
Me alejo un poco, notando que de hecho estamos en el pequeño sofá que hay en el lugar. Sus orbes preocupados no dejan de verme.
—¿Qué acaba de pasar?
—Yo no... no lo sé —sorbo la nariz, debo verme como un desastre con el rostro manchado de lágrimas y el pelo revuelto y húmedo.
Aprieta los labios, un gesto de aprensión cruza sus facciones.
—C-creo... creo que acabo de recordar algo —confieso, aún demasiado aturdida como para darme cuenta de que se lo digo, aunque no sé si realmente me importa —. Creo que acabo de tener mi primer recuerdo.
Mi corazón palpita con dolorosa lentitud.
—¿Nosotros íbamos sepáranos? —es una afirmación, pero al final suena más como una pregunta.
Su cuerpo se tensa debajo de mí.
El bosque espeso de su mirada se oscurece.
—No —responde rotundo.
—Pero...
—Discutimos, la noche en que desapareciste —aclara —, tuvimos una discusión.
Medito sus palabras, tratando de encontrar sentido al recuerdo, solo entonces una pregunta salta de entre el caos de mi mente.
—Desaparecí... —repito —pero, ¿fue así?
—¿De qué hablas?
—Si nosotros discutimos... ¿no me fui por voluntad propia? En mi recuerdo —explico en balbuceos —, te dije que... ya no quería estar contigo.
—Solo fue una discusión.
—Pero entonces por qué diría algo como eso.
—Si tan solo lo supiera.
—Alessandro —susurro —, ¿eso fue lo que pasó? ¿Yo me fui...?
Silencio.
Uno que me aterra al tiempo que me genera más preguntas.
—¿Es por eso por lo que no quieres decirme? ¿Porque yo te dejé?
Niega, levantándose conmigo en brazos y llevándome a la camilla donde me deposita con una delicadeza que no cuadra con la tensión en su cuerpo. Cielos, creo que podría romperse.
—Debes descansar —habla, caminando a la salida.
—Pero...
—Mañana te espera un largo viaje a casa.
—Alessandro, habla conmigo.
—Duerme.
Y entonces se va.
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El sonido del oleaje tiene un efecto relajante en mí, la brisa marina agita mi cabello y la tela de mi vestido ondea con ligereza. Puedo sentir el olor salino acariciar mis fosas nasales.
El sol resplandece en el cielo y no hay ninguna nube que opaque sus rayos, la arena es suave entre los dedos de mis pies. Levanto la falda de mi vestido, solo para ver mis pies cubiertos de arena.
Un caparazón llama entonces mi atención, así que me agacho hasta que está a mi alcance. Cabe perfectamente en la palma de mi mano y está vacío. Admiro el patrón de sus colores brillantes, es hermoso.
De pronto, una sombra me cubre del sol y al levantar la vista, me encuentro con una alta figura con el rostro ensombrecido por el ángulo de la luz. Siento su mirada sobre mí, una mano grande y fuerte se extiende en mi dirección, y sin vacilar, la tomo.
Es cálida y casi cubre por completo mi propia mano. Siento el tirón para ayudarme a incorporarme, es un movimiento fluido que no parece una enorme tarea para él. Debo levantar la mirada porque incluso erguida en toda mi estatura, me saca al menos treinta centímetros.
Un escalofrío me recorre cuando sus manos recaen en mis caderas y me acerca a su cuerpo, al instante el olor a madera recién cortada y agua fresca inunda mi sentido del olfato. Mi corazón da un vuelco en mi pecho y tengo que cerrar los ojos cuando la cercanía ataranta mis otros sentidos.
Su toque sube por mi espalda hasta detenerse en el centro.
La caracola cae a la arena quedando en el olvido y de manera casi inconsciente, extiendo mis manos sobre su pecho cubierto con una camisa que no hace nada para evitar que sienta el calor que desprende su cuerpo.
—Mon amour... —susurro.
—Estoy aquí —responde una voz varonil.
Una que va muy bien con su figura.
—Te estuve esperando —admito lo que ni yo sabía.
—Lo sé —el roce de sus labios sobre mi frente me hace estremecer contra él —. La espera ha terminado, bonita...
Despierto, justo como cuando me dormí sobre el pequeño sofá en una de las esquinas.
Los ojos me escocen con la luz que golpea directamente en ellos.
Las imágenes de mi reciente sueños filtrándose a través de mi conciencia. Cayendo poco a poco en cuenta que, en realidad es la primera vez que duermo sin que haya sangre y gritos de por medio.
Me remuevo en el incomodo sofá, la espalda me protesta por haber dormido en esa posición y, aun con eso, me siento extrañamente descansada. Mejor que nunca.
La sensación de deslizamiento sobre mi pecho atraer mi atención, exhalando una lenta respiración al darme cuenta que es un abrigo.
Uno que no tenía cuando me quedé dormida, pero al reconocer el olor que desprenden, sé al instante de quién es.
Alessandro regresó durante la noche.
Antes de darme cuenta, tengo la tela entre mis dedos y la llevo hasta mi nariz. Inhalando profundamente su perfume. Cierro los ojos, masticando las mariposa que florecen en mi estómago.
«—Bonita...»
Presiono mis labios en una fina línea, preguntándome por qué si esta realidad existía, tuve que mantener mi cerebro en una donde terminé con alguien como Nikolai Romanov.
Así que, mientras no encuentro respuestas, me obligo a recordarme que puedo tener el rostro de Coraline Mills, puedo ser esa persona que ellos recuerdan, pero definitivamente no soy ella.
Mi dolor, mi tortura, mi pena.
Todo eso fue real.
Una hora después, es como si el tiempo no hubiera pasado y me encuentro tratando de sobrellevar el dolor que palpita en mis sienes mientras Grace revolotea a mi alrededor, demasiado entusiasta sobre mi salida.
Finalmente.
Me muestra fotos en su móvil, contándome las historias detrás de ellas. Me obligo a empujar la comida por mi garganta, fingiendo que no saber dónde está Alessandro y que en unas horas estaré en el exterior no están tirando de mi cordura.
No lo entiendo, es como si no saber sobre él creara una ansiedad en pecho. Un sentimiento de inquietud que no me permite dejar de ver la puerta con disimulo cada tanto.
—¿Quieres que lo llame? —pregunta Henry cuando Grace se distrae sacando las compras que hizo.
—¿A quién? —revuelvo la pasta en el cuenco desechable.
—Alessandro.
Me sobresalto, mirándolo de soslayo.
—¿Por qué lo querría aquí?
—No has dejado de ver la puerta desde que llegamos, tampoco pude evitar notar que no éramos quienes esperabas cuando entramos.
—Debe tener asuntos importantes y esas cosas —me encojo de hombros —. No me interesa, ni siquiera lo recuerdo.
—Aún con amnesia, sigues siendo mi hija —dice con un tono paciente —. Te conozco mejor que nadie, ¿cómo crees que descubría cuando remplazabas los extravagantes y horrendos floreros de tu madre?
Una sonrisa me atrapa, sintiéndome culpable por no disfrutar de la compañía de ambos.
—No importa, no obligaré a las personas a estar donde no desean.
—Oh, princesa, en realidad me sorprende que aún no te haya atado a su cadera.
—¿Cómo?
—Nada, cosa de viejos —se burla, regresando su atención a Grace.
Acaba de sacar unos pantalones que extiende frente a ella.
Su sonrisa cae al ver mi expresión de horror.
—¿Qué ocurre?
—¿Compraste eso para mí?
—Claro, necesitas ropa para irnos. ¿Acaso pretendes salir en una bata de hospital?
Si bien, la ropa no era algo en lo que hubiera pensado mucho, ahora mismo no puedo evitar pensar en lo inapropiado de sus vestimentas que me he acostumbrado a ver. Medito mis palabras, tratando de buscar unas que no hieran sus sentimientos al tiempo que lucho contra la bola de nauseas que me genera pensar en ponerme algo tan...
—Es... No sé si pueda usarlo.
—Oh... ¿no te ha gustado?
—Es que... No puedo usar eso.
Comparte una mirada perdida con Henry que sigue a mi lado. Dejo lo más controlada posible el cuenco de pasta a un costado, apretando mis manos sobre mis piernas.
—Y eso es porque... —deja la frase al aire, esperando una explicación.
—No es apropiado —opto por lo que mi cerebro grita.
—Apropiado —repite la voz de Henry.
—Mi niña, es solo ropa, a nadie le importa.
—Me importa a mí.
—Solo quiero asegurarme que no es por los motivos equivocados.
—Es demasiado ajustado.
Comienza a doblar el pantalón de forma meticulosa, como si se preparara para tratar con una niña.
—Cariño, es ropa. Solo eso, nadie te verá mal por usarla.
Parpadeo, mirando de ella a la prenda que sostiene. De pronto parece que sujeta una araña horrible y venenosa y no un simple pantalón. Trago saliva, luchando por mantener la calma.
—Es cómodo, además ayudará con la temperatura. Afuera se está congelando.
Puedo sentirlo.
Goteo.
Goteo.
Mis manos comienzan a sudar. El repiqueteo de mi pierna es involuntario.
—Simplemente no.
—A este paso no saldremos de aquí
—Pues no pienso salir usando esa ropa, la gente me mirará.
—¿Por usar ropa?
—Parce que ce n'est pas approprié! —estallo.
«¡Porque es inapropiada!»
Grace se queda boquiabierta, hace amago de objetar, pero no la dejo.
—Ils pensent que je suis un monstre qui se régénère, je n'ai pas besoin d'être traitée de pute aussi —su silencio me permite desahogarme —. La réponse est donc toujours non, je ne vais pas porter des vêtements moulants pour que le monde pense que je suis une provocatrice.
« Piensan que soy un bicho raro que se regenera a sí mismo, no necesito que me llamen puta también. Así que la respuesta sigue siendo no, no voy a llevar ropa ajustada para que el mundo piense que soy una provocadora».
No sé cómo interpretar su expresión, tampoco me atrevo a ver a Henry. Por un segundo saboreo el sentimiento de victoria al haber logrado decir lo que pensaba realmente. Al menos, hasta que él habla y palidezco ante mi error.
—¿Acabas de hablar en francés?
Siendo que la sangre me abandona, lo miro sin saber qué decirle.
—Yo...
—Tampoco lo entendí —añade ella —, pero sonó mucho como a francés.
El silencio se asienta entre los tres, no sé cómo debería reaccionar. Al parecer, Coraline no sabía francés y acabo de vomitarles en mi idioma materno.
—Llamaré a Alessandro —avisa Henry antes de que pueda decir nada, saliendo.
—Cariño...
—No quise hablarte así —me adelanto, avergonzada —, no sé qué me pasó, me disculpo por mi arrebato. Sé lo que piensas —musito —, o al menos lo intuyo, y no voy a usar esa ropa. Sé que es el rostro de Coraline el que ves, pero no es ella quien tiene el control ahora mismo.
—No digas eso, mi niña, suenas como si...
Agradezco internamente que mis palabras sean suficiente para apartar su idea sobre una distracción sobre mi metida de pata.
—... no fuera yo, lo sé —la miro sobre mi hombro —. Yo también me siento así.
Ella solo me mira.
No logro sostenerle la mirada, por lo que termino alejándome hasta la ventana. Buscando con desesperación una salida a esto, necesitando apagar por un segundo el sonido de mi cerebro yendo a toda prisa.
Reparo en esa estatua que anoche no pude distinguir con claridad, es el cuerpo de una mujer tallada en bronce está justo en el centro de la plaza. Apenas vestida con una tela que pasa por vestido y cubre solo lo necesario, exponiendo su cuerpo de una forma que resulta todo lo contrario a erótico. Su largo cabello cae sobre su espalda, adornado con una sencilla corona de flores.
Mantiene su mirada clavada en el cielo con el sentimiento de anhelo y suplica grabado en ellos. Un grillete en su muñeca cae hasta perderse en los vestigios de tela.
Exuda belleza y fragilidad por la forma en que está expuesta, lo que te incita a verla por horas mientras te empapas en los sentimientos que reflejan su rostro. Nunca pensé que algo pudiera plasmar tan bien la belleza y la tristeza en un mismo elemento, pero ella es todo eso y más. La aflicción que me genera el simplemente verla, quizás es por la manera en que mira el cielo y cómo parece pedir por algo.
Suplicando por algo.
Y ese sentimiento me es tan familiar que duele.
Me abrazo a mí misma con una mano sobre mi pecho.
—No sé lo que está pasando ahora mismo por tu cabeza, mi niña —la siento vacilar detrás de mí, mas no me toca y eso lo agradezco —, pero debes saber que mamá siempre estará aquí para ti. Eres mi hija, te amo más que a nada en el mundo y nunca haría algo para lastimarte.
Me quedo sin aliento, de pronto solo quiero estar sola para hacerme un ovillo y llorar en algún rincón. Entonces la puerta se abre y creo que puedo respirar al saber quién es, incluso sin voltear al ver.
—¿Grace, podrías dejarnos a solas un momento?
Pide con suavidad, aunque estoy segura que no era una petición.
Ella suspira, saliendo en silencio ante mi silencio.
Puedo sentirlo acercarse, el calor que emana de su cuerpo y calienta mi espalda. Su perfume de inmediato actuando como un tranquilizador. Por un instante, me encuentro preguntándome cómo se sentirían sus brazos a mí alrededor y debo contener el impulso de dar un paso hacia atrás para empaparme de su calor.
—¿No es demasiado...? —inclino la cabeza sin encontrar una palabra adecuada —¿... para estar en un hospital?
—Es la speranza dei caduti —pronuncia en un perfecto italiano que raspa dentro de mí al escucharlo —, es símbolo de esperanza para quienes luchan cada día.
—¿Cómo podría ser esperanza? Ella parece tan frágil, tan rota.
—Es por la leyenda que viene con ella —explica.
Me vuelvo para verlo a los ojos, chocando con ese bosque que me llama para perderme en las profundidades de él y desentrañar todos esos fantasmas que guarda. Enarca una de sus cejas, como si me incitara a preguntar.
—¿No vas a decirme?
—Solo es una estúpida leyenda —le resta valor.
—Si las personas la han vuelto un símbolo de esperanza, no parece que solo sea una estúpida leyenda.
Tuerce el gesto, como si no estuviera de acuerdo, pero puedo ver en sus ojos que le agrada mi respuesta.
—Es una leyenda sobre dos amantes que rompieron las reglas —inclina el rostro, mirando la estatua con el rostro sereno —. Él era un ángel con uno de los rangos más altos, marchaba al frente de las filas de El Rey de los Dioses, era el mejor de sus tropas. Un día fue encomendado a una tarea muy importante; resguardar el más grande y preciado tesoro del rey.
—¿Qué era?
—El paraíso —responde escueto —, pocos, por decir nadie sabía lo que había dentro. Era prohibido entrar en él, esa era la regla. Solo debía protegerlo, vigilar que nadie infringiera esa norma.
Me mira de soslayo, como si se asegurara de que lo sigo.
—Déjame adivinar: él entró.
Niega despacio.
—No, no al principio al menos. Cumplió con la orden por algún tiempo, pero un día, escuchó una voz salir de ese lugar, la más dulce y melodiosa que alguna vez escuchó —continua —. Resistió el deseo de saber lo que era, la ignoraba, sin embargo conforme pasaban los días eso se volvía más difícil. Era como si esa voz lo llamara, como si susurrara su nombre y suplicara que la encontrara, así que se dijo que solo sería un vistazo...
—Pero fue más que eso —adivino.
Sonríe resaltando su hoyuelo, esta vez no me corrige.
—Lo que encontró en ese lugar fue la mayor tentación que alguna vez haya visto.
—Era ella...
—Así es. No solo era una tentación, era el ser más perfecto e irreal que jamás había visto. Era preciosa, gentil y todas esas cualidades que el mundo ha perdido.
—Pero si solo la miró, ¿cómo es que esto termina mal?
—El problema, bonita —me estremezco cuando vuelve a llamarme de esa manera. Se acerca peligrosamente a mi frente, rozando mi mentón con los nudillos —, es que no solo miró. Creyó ingenuamente que eso sería suficiente, pero entre más tiempo pasaba observándola, se dio cuenta que mirarla no sería suficiente. No, cuando notó eso que todos parecían ignorar, no pudo contenerse más.
—¿El qué? —pregunto bajito.
—Lo sola que estaba. Lo sola que ella se sentía —corrige —. Y eso solo lo hizo ser consciente de su propia soledad. Así que decidió que si ya había roto las reglas, un pecado menos no lo salvaría, pero uno más... Uno más podría hacerlo. Salvarlo de esa soledad que él también sentía. Entonces terminó de condenarse bajando, cuando la vio dormir hasta que el alba tocó el cielo y veló su sueño tan cerca como su autocontrol lo permitió y también cuando comprendió que no se arrepentía de nada. E ilusamente, creyó que podría conformarse con eso.
—Solo que no lo fue.
—No, no lo fue —ni siquiera puedo luchar con la manera en que termino prendada de la forma en que sus ojos me miran —. Él quiso más, mucho más de lo que podía tener. Solo quería quedarse a su lado, cuidarla, mantenerla. Deseaba eliminar la distancia, sentirla, saber cómo sería que ella lo viera a los ojos. Realmente lo deseaba. Y cuando finalmente pasó, cuando finalmente lo supo... aceptó que él caería una y otra vez por ella, porque cuando sus miradas se encontraron y sus pieles se tocaron, entendió que su mayor error era también, su mejor decisión.
Su caricia sobre mi sien es como un susurro sobre mi piel.
—Su tiempo se agotó cuando un ángel descubrió su falta. Y para su mala suerte, no cualquiera, si no ese que siempre deseó todo lo que él tenía. No dudó en contárselo al rey, decirle la forma en que el favorito del rey había hecho mucho más que solo ver el paraíso. Lo había tocado. Lo había corrompido.
Me mira, midiendo mi reacción.
—¿Qué pasó después?
—Fueron castigados, ambos fueron expulsados de sus hogares. Ella del paraíso y él del cielo, condenados a vagar en la tierra, muriendo y renaciendo solo para encontrarse en cada una de sus vidas y verse morir en los brazos del otro.
Mi corazón trastabilla al percibir la forma casi sutil en la que se acerca.
—¿Nunca se arrepintieron?
Sacude la cabeza en negación.
—Juraron encontrarse, sin importar lo que pasara.
—¿Ella tampoco?
—Aunque cada vida fue más cruel que la anterior, ella nunca dejó de amarlo hasta su último aliento.
—¿Y él? ¿También la amaba?
—Con cada fibra de su ser. Y por ese amor, nunca desistieron en su lucha.
Exhalo despacio, asimilando la historia. No sé por qué siento la necesidad de llorar, debo contenerme para no hacerlo. Es como si últimamente mis emociones estuvieran disparadas por todos lados.
No puedo dejar de verlo. No cuando acuna mi rostro en su palma, recogiendo una lágrima solitaria que se escapa de mi ojo. Es como si su voz tuviera un hechizo sobre mí, que me mantienen presa de todo él.
—Ella es la representación de perseverancia —vuelve a hablar, mirando la estatua en la plaza —. Una donde a pesar de que sus elecciones derivaron de otros, eligió el camino pedregoso e incierto, si con eso podía mantener la esperanza de un destino con el ser que su corazón había elegido.
Trago, sintiendo el nudo en mi garganta cuando hablo.
—Es preciosa —murmuro viéndola.
—Lo es —concede.
Sin embargo, no es a ella a quien mira cuando le devuelvo mi atención.
Siento mi rostro comenzar a arder.
Apenas respiro cuando siento su otra mano sobre mi cintura, quemando incluso a través de las capas de ropa que nos separan. Cuando me hala delicadamente hasta que nuestros pechos se rozan.
Mi vientre dando un vuelco con su perfume aturdiendo mis sentidos.
Ese calor que sentí anoche, haciendo su reaparición.
Contengo el aliento al verlo inclinarse, creo por un segundo que finalmente va a besarme. La expectación burbujeando en mi piel. Sin embargo, eso nunca pasa.
Sus labios en cambio, chocan en mi frente. Manteniendo sus labios sobre mi piel, tanto tiempo como nuestra burbuja sobrevive. Tanto tiempo que creo que por segundos al menos, dejo este plano y me trasporto a uno donde solo existimos nosotros dos.
Él y yo.
Y es que hay algo en los besos en la frente que los hace tan diferentes de los besos reales, es quizá la carga emocional que estos ofrecen. La intimidad y ternura que le dan a las personas. Esa forma en la que un gesto puede decir mucho más que cientos de palabras.
Me siento segura y tranquila.
Con él. Solo él, a pesar de todo. Debería asustarme la forma en que todo mi ser grita que me quede a sus lado, que puede ser mi refugio incluso si no hay ni un poco de él en mi memoria. No tengo consciencia o instintos de autopreservación. No existen si se trata de él.
Así que, incluso cuando hace unos momentos mi cuerpo vibraba por averiguar el sabor de su boca, ahora solo puedo quedarme justo en mi lugar, sintiéndolo. Tomando lo que me ofrece sin que deba pedirlo.
Porque se siente bien recibir sin tener que suplicar por caricias vacías.
Sus dedos masajeando la piel de mi nuca el tiempo que dura el beso, pero incluso cuando se ha terminado, no se aleja. Encorvándose hasta apoyar su frente con la mía. Puedo saborear su aliento mentolado golpeando mi rostro ardiente.
No tengo idea de cuánto pasamos de ese modo, solo sé que cuando se aparta aún siento como si flotara por todo el lugar. Manteniendo esa emoción mientras se aparta y se acerca a examinar la ropa que hasta hace unos minutos, provocó todo el descontrol.
Trago en seco, mirando con otros ojos a la estatua.
—Entonces, en algún lugar del mundo —digo con más tranquilidad de la que alguna vez he sentido —dos almas están perdidas mientras se buscan sin saberlo.
—Algo me dice que ya se han encontrado —deja caer como si nada.
Me giro a verlo, pero tiene su atención en su móvil mientras mueve sus delgados dedos sobre la pantalla. Su anillo resplandeciendo cuando mis ojos chocan con él.
No me doy cuenta que estoy sonriendo hasta que guarda el aparato en el bolsillo de su pantalón. De inmediato la quito, disimulado viendo una mancha en el suelo.
Quiero llenar el silencio con algo, pero antes de que pueda decir algo tocan la puerta y él se adelanta. Abriendo lo suficiente para que su figura cubra todo, impidiendo que vea a la otra persona. Cuando cierra, trae en sus manos varias bolsas grandes de papel que deja sobre la camilla.
—Henry me dijo que había un problema con la ropa.
Me tenso de inmediato.
—Si vas a tratar de convencerme, puedes irte yendo.
Enarca una ceja ante mi tono, mas no me retracto.
—En realidad, hice que trajeran algunos conjuntos que creo considerarás más adecuados.
Tentada por la curiosidad, me acerco para ver como extrae de las bolsas cinco vestidos diferentes. Todos largos y sueltos en los lugares correctos. Son manga larga, tres de ellos tienen estampados florales y los otros dos mantienen un color cálidos.
Saca un abrigo negro muy parecido al suyo, pero con un corte femenino y dos pares de zapatos, ambos son botines planos, solo que el primer par es negro y el segundo color canela.
—¿Qué hay en esa bolsa? —señalo la que no ha tocado.
—Míralo tú misma.
La tomo cuando me la ofrece, sonrojándome furiosamente cuando comprendo lo que es.
—G-gracias.
—¿Te han gustado?
—Sí.
—Entonces vístete para que podamos largarnos de aquí.
Por su tono, le gusta el lugar tanto como a mí. Aún estoy viendo los vestidos cuando se acerca, alzándome el rostro con dos dedos debajo de mi barbilla y depositando otro beso en mi frente.
—Te esperaré afuera.
Solo cuando me he quedado sola, dejo ir la respiración que estaba conteniendo.
Pasándome la bata del hospital por la cabeza, saco un conjunto de bragas y sostén de algodón a juego. No puedo creer que las personas se vistan con tan pocas telas de ropa, apenas cubre nada.
Tomo unas medias y me enfundo en ellas antes de tomar un vestido color vino con pequeñas flores estampadas, tiene el cuello alto y puede que el diseño sea más entallado, pero mi falta de peso hace que me quedo suelto de casi todos lados.
Con los zapatos puestos, comienzo a meter el resto de la ropa de forma desordenada en la pequeña maleta. Incluso la ropa que Grace trajo, una punzada de culpa me golpea. Ella solo tuvo un lindo gesto y yo simplemente lo rechacé sin más.
Extiendo la mano para tomar el abrigo, pero en el último segundo mi atención recae en el que cuelga en uno de los descansabrazos del sofá. Ni siquiera lo pienso cuando meto el mío en la maleta y me enfundo en el de él. Arrastro la pequeña maleta hasta la puerta, tomando al vuelo el libro de tapa oscura.
Con una última exhalación, salgo al pasillo sintiendo que el lugar de pronto se vuelve más pequeño. Aprieto mis dedos sobre la tapa del libro, sintiendo cómo los latidos de mi corazón se normalizan al ver al hombre parado justo al lado de la puerta.
Recorre mi cuerpo analizando mi vestimenta, sé que reconoce su abrigo cuando veo el brillo de aprobación bailando en sus orbes.
—¿Estás lista?
Dos palabras, una pregunta que me he repetido las últimas horas. Mismas durante las que no pude darle una respuesta, sin embargo, algo en su mirada y el eco de su voz en mi sueño permite que el ruido en mi cabeza se detenga. La visión de su anillo cuando me extiende la mano para que la tome, hace que de pronto todo esté bien.
Parpadeo, tratando de ocultar lo mucho que me afectan sus pequeñas acciones.
La tomo con un deje de vacilación, saboreando la electricidad que aparece cada vez que nuestras pieles se encuentran.
—Lo estoy —y al menos eso no es una mentira.
Nuestros dedos se entrelazan a la perfección, como dos piezas de rompecabezas que han sido cortadas con exactitud. Como si pertenecieran unidas.
Toma la maleta con su otra mano, guiando el camino por el largo pasillo lleno de otras habitaciones y con un fuerte olor a antiséptico que me irrita la nariz. Debo mantener mi mente enfocada en el camino al percibir la forma tan turbia en que mi entorno comienza a abrumarme, las maquinas, llantos y unas pocas risas. Las voces que a pesar de hablar en un tono moderado, siguen siendo muchas al mismo tiempo, unas menos animadas que otros. Rostros apagados y resignados.
Llegamos a una sala de espera con una pequeña recepción, rápidamente identifico a Grace y Henry que charlan con un hombre. No puedo verle el rostro, pero parece alto, casi tanto como Alessandro, con una constitución atlética y delgada.
Se gira al ver la mirada de ellos en nosotros, golpeándome con su físico.
Es más joven de lo que creí. No parece mayor de treinta, incluso podría jurar que menos con ese rostro limpio de vello o alguna imperfección. Su cabello castaño cae sobre sus hombros, dándole un aspecto salvaje junto con esos rasgos felinos y afilados. Sus ojos color almendra sonríen en reconocimiento.
—Ah, ¿qué ven mis ojos? —exclama, reparándome de pies a cabeza —Nuestra superviviente estrella.
Me remuevo, inquita, sin saber cómo debería reaccionar ante el extraño que parece más que feliz de verme. Y entonces parece finalmente recordarlo, chasqueando la lengua y golpeando su frente con su despiste.
—Oh, es verdad, lo siento —masculla, extendiendo su mano —. Derek Leighton a sus servicios.
Incluso hace una pequeña reverencia sin perder esa chispa alegre.
Estrecho su mano esperando esa descarga de electricidad, pero esta nunca aparece, incluso cuando besa el dorso con galantería. Frunzo el ceño, acariciando con disimulo la mano de Alessandro, y ahí está... la chispa.
Sacudo la cabeza, regresando mi atención al hombre frente a nosotros.
—¿Quién eres? —quiero golpearme tan pronto las palabras salen.
Por fortuna, parece comprender el origen de mi pregunta sin ningún problema.
—Soy el mejor amigo del demonio que sujeta tu mano —Alessandro no muestra ningún signo de reconocimiento, o nada, cuando lo veo de soslayo —. También tuyo, así que siempre puedes acudir a mí si necesitas diversión.
—Ella necesita reposo —bufa el rubio a mi lado.
—Pero si ella luce perfecta.
—En realidad el neurólogo recomendó tomarlo con calma —menciona Grace, cortando la repentina tensión.
Asiente, comprensivo.
—¿Estás lista, princesa? —cuestiona Henry.
Esta vez es mucho más fácil asentir, supongo que lo estoy.
—Sí, sobre eso —Derek se rasca la barbilla con pereza —, debemos quedarnos aquí al menos hasta mañana.
—¿Por qué? —me sorprendo preguntando.
—Una tormenta se avecina, estará aquí en cuestión de horas y es imposible que tomemos el vuelo. No a menos que deseemos probar nuestra mortalidad.
—¿Qué hay de las carreteras? —cuestiona Alessandro.
—Uhmm... poco probable, la ubicación de este lugar es un problema. La nieve y la lluvia en carretera no son una gran idea, las curvas son bastante peligrosas, es justo lo que les decía a ellos.
—El hotel es una opción —sugiere Henry.
La idea no parece agradarle a Alessandro, puedo ver en su rostro cómo controla su reacción.
«A alguien tampoco le gusta este lugar.»
—Eso es lo que creí —retoma el castaño —. Así que ya he reservado habitaciones, no es cinco estrellas, pero es mejor que nada.
Cuando todos parecen de acuerdo, termino de firmar mi salida y salgo de la mano de Alessandro. Puedo sentir las miradas del personal sobre mí, supongo que ver a quien solo unas semanas atrás parecía a dos pasos de la muerte salir por su propio pie, no se ve todos los días.
Mis ojos conectan por unos segundos con los del doctor Smith, los suficientes para sentir mis terminaciones nerviosas contraerse con temor al ver lo que hay en ellos. La malicia de quien ha vivido mucho tiempo en la sombra y ahora tiene el tesoro al final del arcoíris al alcance de su mano.
La promesa de algo tan retorcido y cruel que me hace refugiarme en el hombre que me guía, chocando con él y atrayendo su atención. Aunque no puedo verlo, solo tengo ojos para el hombre que me salvó la vida y ahora parece deseoso de extinguirla también.
Trago en seco, apretando el paso hasta que puedo respirar el gélido viento del exterior.
Cinco camionetas negras y con vidrios oscurecidos nos esperan, cuento al menos quince hombres en trajes negros y con un aparato en la oreja que parecen mirar todo con ojos de halcón. Derek se sube a una de ellas junto con los Mills, mientras que nosotros tomamos la segunda.
Dos hombres de aspecto intimidante se suben en la parte de enfrente.
Me mareo un poco escuchando la forma casi robótica en la que hablan por el intercomunicador, desplegando alguna especie de protocolo de seguridad.
Solo nos toma un poco menos de diez minutos llegar al hotel.
Veo todo bastante impresionada, la forma en que las personas parecen ir y venir con la tranquilidad de un caracol me distrae. Solo parecen acelerar su ritmo cuando pequeñas gotas comienzan a caer, solo una ligera llovizna que anuncia la tormenta con grandes nubes grises y oscuras.
Finalmente nos detenemos frente a lo que bien podría ser un pequeño castillo y no un hotel. O quizás es que alguna vez lo fue. Su interior es fiel al exterior, preservando una imagen antiguada y elegante. Incluso hay una alfombra roja con bordes dorados en la escalera.
Es como si el lugar se hubiera detenido en el tiempo, de no ser por el mostrador y las personas con ropas modernas, perfectamente podría ser el set de alguna película de época.
—Impresionante —murmuro, absorta en los detalles.
—Es viejo —gruñe Alessandro, escéptico.
Mira el lugar como si de pronto un nido de ratas fuera a saltar sobre él.
—Yo lo llamaría anticuado.
—Semántica.
Casi quiero reír, parece un niño enfurruñado porque lo han traído un lugar al que no quería ir en primer lugar.
Derek regresa con las llaves.
—Bueno, aquí están —le entrega la suya a los Mills y otra a Alessandro, quedándose con una tercera.
Solo cuando no me da nada, la realidad de lo que pasa me golpea. No hay otra llave.
Parece notar mi reacción, aunque no es él quien habla.
—Podemos buscar otra habitación si no te sientes cómoda compartiéndola —sugiere Alessandro.
Me siento mal por no poder medir mi reacción. La idea de dormir con él no es tan mala, mas no tengo oportunidad de expresarlo porque Derek me interrumpe.
—De hecho... —se rasca la nuca, por primera vez no hay diversión en su semblante —no hay más. La tormenta atrapó a todos aquí, todo está lleno.
—En ese caso...
—Está bien —me escucho diciendo, antes de que sigan hablando por mí —. Es solo una noche —le resto importancia.
Ignoro la forma en que me mira, centrando mi atención en Derek que ha vuelto a su actitud relajada. Aunque puedo sentir sus ojos quemando mis mejillas.
—Está resuelto entonces —junta sus palmas, cerrando el tema —. Ahora, si me disculpan, necesito dormir mi siesta de belleza.
Es toda su despedida antes de perderse en el segundo piso con un paso despreocupado.
—Nosotros también nos retiramos —avisa Henry —. Tu madre debe descansar.
—¿Qué dices? Estoy perfecta.
—Claro, amor —la mira divertido.
—No me hables con ese tono, estoy muy bien, en serio.
—Yo no he dicho nada.
—¡Tu cara lo dice todo!
Suspira, exasperado.
—Solo digo que hay que descansar, nos espera un largo viaje hasta que la tormenta pase.
—Bien —acepta, regresando su atención a mí, ablandando su expresión —. Aún podemos cenar todos juntos, ¿te parece?
—Claro que sí.
Unas cortas despedidas y se pierden también en el segundo piso. Entonces solo somos nosotros. Un pesado silencio envolviéndonos.
—Si lo deseas, puedo quedarme con Derek.
Sus palabras provocan una oleada de ¿decepción? ¿Por qué decepción?
—No es necesario —respondo con timidez —, a no ser que te sientas incomodo, yo estoy bien compartiéndola si es contigo.
Un brillo extraño resplandece en su mirada.
—Yo también estoy bien en compartir.
—Bien, deberíamos... Uhmm... subir para que descanses. No has dormido bien en mucho tiempo.
No me doy cuenta de lo que he dicho hasta que pregunta:
—¿Cómo sabes eso?
—¿Qué?
—Que no he dormido.
Me siento enrojecer hasta la raíz. Muerdo mi lengua para no decir una tontería, como que, de hecho, he estado más pendiente de las conversaciones de las enfermeras de lo que me admito a mí misma, así que sí, sé que ha sido la única persona que no se ha movido del hospital desde el día que llegó.
—Eh... una... —balbuceo, sintiendo como si pudiera ver a través de mí —. ¡Oh, mira que hermoso llavero!
Le arrebato la llave de las manos, fingiendo admirar el rectángulo bañado en dorado con un estampado anticuado y el numero grabado en medio.
—¡Subamos!
Me escabullo con poca gracia, compungiendo el rostro cuando no puede verme.
La vergüenza disminuye un poco mientras buscamos la habitación en lo que parece ser un laberinto de puertas y pasillos. Para cuando la encontramos, ya me he perdido y estoy segura de que hemos cruzado todo el hotel. Una placa del mismo estilo señala el número 943 a un lado de la puerta.
Me encargo de abrirla, buscando el interruptor a tientas y mirando con grandes ojos todo el interior. Bueno, si esto no es cinco estrellas para Derek, no puedo imaginar lo que lo sería.
Una enorme cama de madera oscura con dosel postrada en uno de los costados, un enorme armario del mismo estilo anticuado e incrustaciones doradas. Sin embargo, es mucho más grande que eso, incluso hay una pequeña sala con chimenea y en un rincón un minibar.
Todo armonizando perfectamente, sin dejar de lado el concepto antiguo del hotel.
—Vaya es...
—Horrible —escupe Alessandro.
Deja las maletas en medio de la habitación, mirando los rincones como si una rata fuera a saltarle de la nada.
—A mí me gusta.
—Evidentemente el golpe ha alterado tu sentido del gusto.
—¡Oye!
—Lo siento —suspira, mirando el techo como si buscara paciencia, pero solo frunce más el ceño como si tampoco le gustara lo que ve.
—¿Por qué no te gusta?
—Odio lo viejo, no entiendo como la gente se aferra a este estilo.
—Es peculiar.
—Es una falta de gusto —espeta —. Es como si se esforzaran por mantenerse en el pasado. Como si hubiera algo bueno en él.
Rueda los ojos, dándose media vuelta y entrando al que supongo es el baño, mientras refunfuña algo sobre tomar una ducha. De pronto estoy sola en la habitación, con un pequeño dolor en mi pecho producto de sus duras palabras. Aunque él apenas lo nota, demasiado enfrascado en su rechazo a este lugar.
Sin darse cuenta del golpe que han sido sus palabras. Porque de pronto pienso en toda mi vida, la forma en que crecí en una burbuja de fantasía y la manera en que se rompió sin piedad bajo el puño de un hombre despiadado.
Entonces, puede que tenga razón.
No existe nada bueno en el pasado.
En la vida que perdí.
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