Prólogo
Con cada paso que doy, el corazón me late más rápido, la emoción y la ansiedad se mezclan en mi pecho. Mis pies se mueven rápidamente, casi sin tocar el suelo; la alegría me impulsa hacia adelante. No importa el tiempo que haya pasado, lo importante es que estaré con ella, finalmente juntos. Hemos superado el obstáculo que nos separaba, y ahora nada ni nadie podrá detenernos.
Casi puedo sentir su presencia, su calor, su sonrisa. Quiero que sepa lo importante que es para mí, lo mucho que la amo. No puedo esperar a ver su rostro al encontrarnos, a sentir sus brazos alrededor de mi cuerpo.
Alejo las palabras de Margaret que intentan enturbiar este momento. Sin embargo, no lo permitiré. Nuestro amor es tan profundo que sé que seremos felices juntos.
Doblo la esquina cerca de nuestro lugar, aquel parque donde nos vimos por primera vez y donde, a escondidas de su familia, nos hemos seguido encontrando en las noches. No obstante, la sonrisa de mi rostro se borra apenas la veo.
Su vestido de un azul cristalino, tan claro como sus ojos, se ve empañado por manchas rojas que contrastan con el tono pálido de su piel. Con una mano aferrada a su abdomen, trata desesperadamente de detener el flujo de sangre que empapa su ropa.
No lo dudo ni un instante y me lanzo hacia ella desesperado y lleno de miedo. No hay alegría en mi corazón al verla, solo el pánico de perderla. Cada paso que doy me acerca más a su figura, y cuando finalmente la alcanzo, su cuerpo se desploma en mis brazos, a punto de caer al suelo.
—Amor mío —susurra con dificultad, provocando un ataque de tos que trae consigo más sangre, esta vez brotando de sus dulces labios.
—No, no, hay que llevarte con un médico —digo desesperado, las lágrimas corren por mi rostro incontrolables, sabiendo lo que mi cerebro aún no quiere procesar y mi corazón se niega a aceptar.
—Ya es tarde.
—No, por favor, no me dejes —grito entre sollozos.
—Te amo —murmura antes de que sus ojos normalmente llenos de vida se cierren para no abrirse otra vez.
Las lágrimas resbalan por mi rostro, mezclándose con el sudor, mientras le suplico que no me abandone, que no me deje solo en este mundo frío y desolado.
El corazón me late con fuerza, sintiendo el peso de la angustia y la desesperación. No puedo imaginar mi vida sin ella, sin su risa contagiosa y su presencia reconfortante. Me aferro a su cuerpo como si mi vida dependiera de ello, los temblores recorren mi cuerpo al pensar en que todo podría desaparecer en un instante.
El dolor me consume, convirtiéndose en una sombra amenazante que se cierne sobre nosotros. Mis manos tiemblan mientras acaricio su rostro pálido, rogando silenciosamente a cualquier fuerza divina que todo sea una pesadilla. La desolación me embarga por completo, sintiendo como si el mundo entero colapsara a mi alrededor.
No puedo perderla, me niego, no puedo permitirme imaginar un futuro sin ella a mi lado. Nunca pude demostrarle cuánto la amo y lo vacío que será mi existencia sin ella.
Las palabras de Margaret aparecen otra vez en mi cabeza. Siento cómo el peso de cada letra se apodera de mi pecho, presionando con fuerza y sofocando cualquier rastro de esperanza. "No existe un final feliz", susurra su voz en mi interior, mientras las lágrimas brotan de mis ojos. "El amor es solo para personas pobres que no tienen otra aspiración que soñar". Como un eco de desesperación que se alza en el silencio de la noche, las palabras de aquella mujer se convierten en una maldición que oscurece mi futuro con su sombría presencia.
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