Capítulo XXVII
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Lyrae
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Una vez dije que todo había comenzado aquel día en el que mi currículum fue enviado a la empresa donde trabajaba mi ex. Y bueno, claramente mentí, como también lo hice en muchas otras cosas, que si no lo notaron antes es que son más distraídos que yo.
Todo inició hace diez años atrás. Cuando yo era una simple adolecente a punto de cumplir la mayoría de edad. Aquella fue la segunda vez que mis padres me llevaban a la mansión de mi abuela, quien me había despreciado siempre y no por ser hija de mis padres, sino por ser su única descendencia y ser mujer. Según ella una mujer no podría perpetuar el apellido Lovelace, eso solo lo podría hacer un hombre. Algo que claramente es cierto, pero no deja de ser muy machista, lo sé.
Mis padres, aquellos que se habían casado por amor, solo sentían amor entre ellos. Nunca recibí un beso de las buenas noches de mi madre, ni un abrazo de mi padre. Lo único que veía en sus ojos cuando me miraban era desprecio y decepción. Cómo si yo hubiera tenido la culpa de no tener nada colgando entre mis piernas, si saben a lo que me refiero.
En esa ocasión, habíamos acudido a la casa tras la llamada de la abuela. Mi madre estaba nerviosa, comiéndose las uñas y mi padre no dejaba de mover sus pies, temía que en cualquier momento pisara demasiado fuerte el acelerador y termináramos por tener un accidente. Casi que lo hubiera preferido si hubiera sabido lo que pasaría aquella noche.
Llegamos a la mansión tras unos interminables veinte minutos en coche. Mi abuela nos esperaba en la entrada y junto a ella un hombre que no conocía, pero sabía que era de la familia, el inconfundible color violeta de sus ojos lo delataba. El mismo que tenían mi padre, mi difunto abuelo y yo.
—Un poco tarde ¿No creen? —dijo la abuela, su voz me daba escalofríos.
—El tráfico madre —Se disculpó mi padre.
—Siempre es algo con ustedes dos. —protesto —Entren de una buena vez, tenemos que hablar.
—Lyrae —llamó mi madre —Has algo productivo de una vez y vete a recorrer el lugar. Pero desaparécete de mi vista.
—Sí, claro, como siempre. Ser la nieta indeseada e invisible debe ser mi único papel en esta familia —murmuré mientras me alejaba.
—No te escucho, Lyrae ¿qué dijiste? —preguntó mi madre con tono despectivo.
—Nada, solo que estoy acostumbrada a hacer lo que se espera de mí: desaparecer —respondí con sarcasmo.
No lo pensé dos veces. Le di la espalda y me adentré en el terreno que rodeaba la casa que parecía tener más años que la abuela, y eso era ya mucho, teniendo en cuenta que según había oído a mi padre, el había nacido cuando ella estaba ya en los cuarenta.
Dos horas después aún seguía sin ver a mis padres, a pesar de que sabía que ellos estaban en la casa, los evitaba constántemente. Me adentré a la casa por la puerta de la cocina para que no me vieran y me colé en el desván, en donde encontré algunos libros que estuve leyendo, hasta que me aburrí. Encontré una grieta que daba al despacho de la vieja bruja y tratando de no hacer ningún ruido, me acerqué lo más que pude para captar algo de lo que estaban hablando.
—¡Tres Filip! ¡Tres embarazos perdidos! Ya no hay tiempo —gritó la abuela, con una mirada fría y calculadora que helaba la sangre—. Es inútil esperar más, tu mujer ya no puede tener hijos. Necesitaba otro varón en la familia y tú ni eso fuiste capaz de hacer.
—Madre —habló papá, con una mezcla de resignación y enojo en su voz—. No voy a traicionar a mi mujer. Haz lo que quieras, pero no me pidas que me busque una amante para que sigas perpetuando tu apellido, porque no lo haré.
—¡Es que no lo entiendes! Somos los únicos Lovelace que quedan en el mundo. En nosotros recae que en esta tierra perdure nuestro linaje.
—¿No es suficiente con el hijo varón de mi hermano? ¿Para qué quieres más?
—Aaron fue asesinado —dijo una voz grave y amenazante, asociada al hombre que estaba con la abuela cuando llegamos y que, por ende, debería ser mi tío—. Él nos está exterminando poco a poco. Quién sabe quién es el siguiente.
—Ya tomé una decisión, Filip. Fabricio el primo tercero de tu abuelo se encargará esta noche.
—Hazlo, me da igual, mientras nada afecte mi matrimonio —respondió papá.
—Bien, si todo está acordado, busquen a Lyrae, tiene que estar decente para esta noche —concluyó la abuela, con una sonrisa siniestra que hizo que un escalofrío recorriera mi espalda al escuchar mi nombre de sus labios.
¿Que iba a pasar? Y lo más importante ¿Por qué yo tenía que estar presente?
Me alejé de la grieta, bajé hasta la cocina, salí y volví a entrar, justo cuando mi madre aparecía.
—Qué bueno que estás aquí. Ya casi es hora de cenar, sube a bañarte, esta noche nos quedaremos aquí. —informó, agarrándome del brazo con fuerza y empujándome en la dirección en la que quería que fuera.
—¿Por qué nos quedamos aquí? —pregunté, tratando de sacarle algo a mi madre.
—No es algo que te interese, vístete. Trata de arreglarte un poco, recoge tu pelo o algo, no sé, es imposible que te veas bien, pero al menos inténtalo. —dijo con desprecio en su voz.
—¿Qué sorpresa, mamá? Otra vez demostrando tu cariño a tu manera única, ¿no es así? El desprecio por tu única hija ya está pasando de moda.
—No es desprecio, es realismo. Tú simplemente no cumples con mis expectativas y no tengo tiempo para lidiar con eso. Ahora vete a bañar.
—Oh, perdón por arruinar tu vida perfecta, mamá. No sé cómo pude cometer el error de nacer como yo. Sé que es una gran decepción para ti no tener una hija como las de tus amigas. Prometo no tratar de vivir a la altura de tus expectativas imposibles.
—No estoy interesada en tu sarcasmo Lyrae, sube a bañarte y deja de comportarte como una niña pequeña. Solo verte me molesta —murmuró antes de alejarse.
Sabía que mi apariencia no era la ideal. Con la edad que tenía, aún llevaba braquetts y mi cabello lucía dañado por los intentos de mi madre de teñirlo. Mis cejas también eran víctimas de sus experimentos, quedando cada una con una forma diferente. Además de las marcas en mi piel por el acné. Me sentía horrible y no sabía cuánto más podría soportar el maltrato de mis padres.
Me quedaban tres años para cumplir la mayoría de edad, y desde hacía tiempo había estado ahorrando dinero realizando tareas para mis compañeros y algunos trabajos después de la escuela. Todo con el objetivo de poder escapar de mis padres en el futuro.
(***)
Justo como mi madre me pidió me bañé y arreglé mi cabello lo mejor que pude. Sin embargo, cuando llegue al comedor ya habían terminado de comer.
—Tu comida está en la cocina niña —dijo la abuela.
Asentí y me dirigí en esa dirección. Sabía que era mejor mantener mi boca cerrada y no protestar. Desde muy pequeña había aprendido la lección.
Después de terminar de comer, subí a la habitación que me habían asignado en la casa de mi abuela. Cuando intenté cerrar la puerta, una mano me detuvo y me empujó hacia atrás. Un hombre al que no había visto antes, pero de ojos violetas, entró y cerró la puerta detrás de él, su mirada llena de intenciones oscuras.
—No estás tan mal como decían —susurró mientras se desabrochaba el pantalón, revelando su ropa interior ajustada.
Se acercó a mí con paso amenazante, arrastrándome hacia la cama, y me vi obligada a luchar por liberarme, pero era una tarea casi imposible. En un acto desesperado, logré golpear su entrepierna y escapar de su agarre. Corrí hacia la habitación de mis padres y al abrir la puerta, intenté entrar para huir del hombre que sabía que vendría tras de mí, sin embargo, mis padres me cerraron el paso.
—Sé una mujer y cumple con tu deber. No vamos a arruinar nuestro matrimonio por tu culpa —dijo mi padre antes de cerrarme la puerta frente a mis narices.
El desconocido, con ojos llenos de lujuria y crueldad, se abalanzó sobre mí con la fuerza de un depredador, su aliento caliente y pestilente golpeando mi rostro. El terror se apoderó de cada fibra de mi ser, haciendo que mi cuerpo temblara incontrolablemente del miedo de lo que estaba a punto de ocurrir.
Con un movimiento brusco, sentí cómo mi cabello era tirado con violencia, arrastrándome hacia la oscura habitación donde se desencadenaría mi pesadilla. El sonido sordo de mi cuerpo al chocar contra el suelo resonó en mis oídos, acompañado por el eco de sus amenazas y sus risas sádicas que retumbaron en mi mente aturdida.
Los golpes continuaron, cada uno más brutal que el anterior, desgarrando mi ropa con sus manos ásperas y sudorosas, dejándome expuesta y vulnerable ante su perversidad. El dolor físico se mezclaba con el dolor emocional de la traición de aquellos que deberían haberme protegido, sumiéndome en una oscuridad abismal de la que parecía imposible escapar.
—Te voy a enseñar a respetar a un hombre —susurró con voz ronca y desquiciada mientras se despojaba de sus ropas, revelando su grotesca desnudez.
El repudio y la impotencia se entrelazaban en un nudo en mi garganta, ahogando cualquier grito de auxilio que intentara escapar de mi boca.
Cerré los ojos con fuerza, temiendo lo peor, preparándome para soportar el tormento que parecía inevitable. Sin embargo, el silencio que siguió a sus palabras me llenó de una desconcertante calma, hasta que finalmente reuní el valor para abrirlos y enfrentar la realidad.
Un charco de sangre se extendía a mis pies, una macabra pintura que contrastaba con la palidez de mi piel y el terror grabado en mis ojos. Intenté moverme, escapar de aquel infierno, pero mis músculos se negaban a responder, paralizados por el terror y la desesperación.
Fue entonces que una mano cálida y reconfortante tomó la mía, guiándome con delicadeza hasta la única fuente de seguridad que me quedaba en medio de aquel caos: la cama donde, entre sus sábanas blancas, encontré un refugio momentáneo.
Me acomodé en la cama, cubriéndome con la colcha mientras observaba detenidamente al joven que me había prestado ayuda. Sus ojos oscuros se deslizaron por mi cuerpo desnudo, y me sentí incómoda, así que me cubrí un poco más. Desvié la mirada hacia el hombre tirado en el suelo con una herida de bala en la frente. Un escalofrío recorrió mi espalda al ver al desconocido con una pistola en la mano tatuada.
—Gracias —murmuré, intentando romper el silencio al verlo dirigirse hacia el balcón abierto.
Se detuvo y se giró hacia mí con una expresión fría en su rostro
—No me agradezcas —murmuró con voz firme y penetrante. —Algún día vendré por ti y te mataré, igual que hice con él. No soy tu príncipe azul Krolik, yo soy tu verdugo —sentenció antes de darse la vuelta.
En la oscuridad de la habitación, solo iluminada por la luz de la luna, pude vislumbrar una media luna tatuada detrás de su oreja, que contrastaba con su apariencia ruda; antes de que saltara al vacío.
Me quedé paralizada, observándolo alejarse, en la oscuridad.
Esa noche, en medio de la angustia y la confusión, tomé dos decisiones firmes. La primera: dejaría atrás a mis padres y huiría lejos de ellos, y lo hice, me vestí con la ropa que me había quitado antes de bañarme y escapé por el balcón que anteriormente había utilizado el desconocido. Mi primera parada fue mi casa, recogí el dinero que tenía guardado y antes de que mis padres regresaran, desaparecí de sus vidas.
La segunda y más importante, me juré que encontraria al hombre que había matado a mi tío y me había salvado de sus garras, no sabía el por qué quería matarme a mí, y a mi familia, pero yo lograría acercarme tanto a él, que sintiera dolor físico de tan solo pensar en hacerme daño.
Y lo hice, tejí una red de mentiras a su alrededor, lo manipulé sin que el lo sospechara, ¿El problema? Que yo también caí en mi propio juego. Mientras que él se enamoraba de mis mentiras yo caí más profundo por sus verdades.
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