Capítulo XXVI
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Tyson
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El dolor en mi espalda era intenso; sin embargo, la mirada en los ojos violetas de mi esposa fue la que hizo que se apretara mi estúpido corazón.
—Eres Victor, ¿cierto? —preguntó y pude percibir la vulnerabilidad de su tono, pero a mí no me engañaba.
—Hace muchas vidas que no me llaman por ese nombre.
—Comienza a hablar, Herthowne. ¿O debería decir Collins?
—Mejor dime esposo, es más atractivo. Y si quieres que hable, quítame esa mierda que me clavaste. Está empezando a molestar —dije llevando mi mano hacia atrás, pero deteniéndola a la mitad del camino. Dolía como una perra.
—No seas niñita. Empieza a hablar —dijo, colándose en mi armario, tomando una de mis camisas, tapando mi vista de su delicioso cuerpo. Uno que me moría por saborear.
Me sentía atrapado entre el dolor y la necesidad de hacerle entender. Intenté mantener la calma, pero el dolor era cada vez más insoportable.
—No es tan sencillo, Lyrae. Necesito que me quites esto primero. Te lo voy a contar todo, pero quítame esto.
Ella negó con la cabeza, sus ojos duros y decididos.
—No, Tyson. No hasta que me digas todo lo que necesito saber.
—Eres demasiado terca, Lyrae —le espeté, mi paciencia empezando a agotarse.
—Siempre he sido así, y aún así te casaste conmigo —respondió ella con una sonrisa sarcástica.
Me dejé caer sentado en la cama, haciendo una mueca de dolor. La situación era desesperante, pero no tenía otra opción. Sabía que tenía que ceder si quería que esto avanzara.
—Está bien, está bien —dije, tratando de acomodarme en la cama para encontrar una posición menos dolorosa.
Lyrae se cruzó de brazos, claramente satisfecha de haber ganado esta pequeña batalla. Sus ojos nunca se apartaron de mí, observando cada uno de mis movimientos.
—Empieza a hablar, no tengo todo el día.
—Serias muy útil es los interrogatorios que tengo de vez en cuando ¿Sabes?
—No me interesa ser parte de la mafia. Ahora mismo solo quiero saber quién eres y por qué mi familia siempre menciona que te tenía miedo.
Tomé una respiración profunda, intentando calmarme a pesar del dolor que me nublaba la mente. Sabía que estaba en terreno peligroso, pero al menos había conseguido su atención. Solo tenía que mantenerla y, tal vez, ganar un poco de su comprensión en el proceso.
—Está bien, pero necesito que escuches con atención. Hay mucho que no sabes, y cada detalle es importante...
Y así, los recuerdos de aquella vida tan lejana vinieron a mi mente. Habían detalles que me faltaban, pero eran insignificantes. Comencé a hablar mientras en mi mente se reproducían los eventos uno tras otro. Me ví transportado a ese momento en el que mi vida tal y como la conocía dio un cambio demasiado radical.
Me vi a mí mismo, de pie, frente a un acantilado. El viento azotaba mi rostro, frío y despiadado, reflejo de mi propio corazón en aquel instante. Arabella, el amor de mi vida, estaba siendo enterrada a escasos kilómetros de allí, y a mí no me habían permitido asistir. La desesperación y la impotencia se mezclaban con una furia contenida que apenas podía controlar.
De repente, sentí una mano suave sobre mi hombro. Era Sofía. Sus ojos brillaban con una mezcla de tristeza y determinación.
— Víctor, sé que esto es insoportable para ti —dijo con voz dulce—. Pero no estás solo. Estoy aquí contigo, siempre.
Sus palabras, en ese momento, fueron un bálsamo para mi alma herida. A partir de ese día, Sofía se convirtió en mi pilar, mi roca en un mar tempestuoso. Con el tiempo, nuestra cercanía, la gratitud que sentía hacia ella, y el miedo a la soledad, hicieron que termináramos casándonos.
Su desesperación por tener un hijo y como cada vez que tocaba su cuerpo, en mi mente era el de Arabella. No era justo para Sofía, pero tampoco podía evitarlo, nadie nunca iba a ocupar aquel lugar en mi corazón que perteneció y siempre pertenecería a aquella chica tímida de fácil sonrisa.
Recordé el día en que nació nuestro hijo. Sus ojos violetas y su mirada dulce me llenaron de una felicidad que no había vuelto a sentir desde la muerte de Arabella. Pero el destino, cruel como siempre, nos arrancó esa alegría pocos días después. La muerte de nuestro hijo fue un golpe devastador. Estába destrozado, caí en un vacío negro del que no podía salir. Vagué por la casa, un fantasma de mi antiguo yo.
Fue durante una de esas noches interminables cuando oí una conversación que cambiaría mi vida para siempre. Me escondí en las sombras, incapaz de creer lo que escuchaba.
—Margaret, no sé cómo agradecerte —dijo un hombre joven, cuya voz me resultaba vagamente familiar—. Si no hubiera sido por tu advertencia, no habría podido matar a Arabella y casarme con su hermana pequeña. Si no fuera por ti, el dinero de los Hanstings habría ido a parar a Víctor Collins.
La sangre se me heló en las venas. Margaret, la madre de Sofía, había planeado todo. Arabella había sido asesinada para que yo me casara con Sofía y, finalmente, el dinero de los Hanstings quedara en sus manos. Sabía que aquella mujer era vil, la manera en la que trataba a sus empleados, personas a las que ella consideraba que no estaban a su nivel. Lo sabía y aún así entré en esa familia, caí en su engaño, me sentía tan mal tras perder a mi alma gemela que me volví ciego.
Entré en la habitación sin pensarlo, lleno de una rabia ciega. Destruí todo a mi paso, muebles, cuadros, todo lo que encontraba. Mi mundo se había derrumbado de nuevo, esta vez, por la traición más vil que podía imaginar.
Volví al presente, respirando con dificultad. Lyrae me miraba y pude ver preocupación en sus ojos.
—Tyson, ¿estás bien? —preguntó suavemente, extendiendo una mano hacia mí.
Sentí un calor húmedo en mi nariz. Toqué mi rostro y vi sangre en mis dedos.
—¿Te preocupas por mi ahora, esposa? ¿Por algo tan insignificante como que me sangre la nariz, cuando tengo clavado en la espalda un abre cartas que tú misma me lanzaste?
—¿Que ironía no crees? —dijo ella sin dejarse amedrentar.
—¿Quién era ese hombre con el que estaba hablando Margaret? —preguntó.
—Primero, sácame esta mierda del hombro —dije, empezando a sentir la zona entumecida.
—¿Cómo puedo estar segura de que vas a terminar la historia y no me vas a contar alguna mentira? —inquirió, con un dejo de desconfianza en sus palabras.
—Te tocará confiar en mi palabra esposa. ¿Que pasará con nuestro matrimonio si no confías en mí? Las relaciones se basan en eso, la confianza.
—Vete a la mierda, Tyson.
—Oh amor, y ¿Dejarte sola? ¿Que clase de marido sería? No cariño usted se viene conmigo —dije subiendo y bajando las cejas.
—Indícame dónde está el botiquín de primeros auxilios y deja de decir estupideces. Tal pareciera que en vez de la espalda te clavé eso en el cerebro.
Sonreí sin poderlo evitar. Me levanté de la cama y camine hacia el baño. Lyrae siguiéndome de cerca.
—Ahi está el botiquín —Señalé un lugar debajo del lavamanos, en dónde lo encontró. Sabía lo que iba a encontrar cuando lo abriera, pero me daba igual.
Me senté sobre la tapa del váter para poder estar a una altura cómoda para ella y Lyrae procedió a sacar el objeto de mi cuerpo, sin preocuparse por el dolor que pudiera sentir. Si, al parecer mi deliciosa esposa seguía enojada.
—¿Me vas a responder mis preguntas ahora?
—Haces demasiadas ¿Sabías? —me burlé, ganándome que apretara demasiado el algodón con alcohol sobre la herida. La sentí arder.
—Que no se te olvide quien tiene el poder ahora maridito.
—Me gustas mandona.
—Y yo pensando que te habías enamorado de mi dulzura. ¿Quién era el hombre con Margaret?
—Jeffrey Lewis —contesté apretando los puños.
—O sea que mató a Arabella para casarse con la hermana —dijo ella, a lo que yo asentí —¿Qué pasó con ellos?
—Victor los mató.
—O sea tu.
—Yo no soy Victor, Lyrae —aclaré. —¿Eres acaso Arabella?
—No, y si te casaste conmigo pensando que podrías tener tu felices para siempre con ella, lamento explotarte esa perfecta burbuja de amor.
La agarré de la mano con la que limpiaba la herida y sin importarme el dolor, la arrastre hasta que quedo frente a mi. La sente en mi regazo, levántando su cabeza hacia arriba para que me mirara a los ojos y entendiara la verdad en lo que estaba a punto de decirle.
—Yo no soy Arabella —repitió.
—No necesito que seas ella.
—¿Entonces que necesitas? —musitó, bajando la mirada hacia mis labios para luego subir nuevamente a mis ojos.
—Quiero que seas tú misma: rebelde cuando te conviene, terca y torpe, pero con buena puntería. No necesito que seas una copia de una mujer que murió hace años porque para mí, ella es solo alguien del pasado que apenas recuerdo. El tiempo de Arabella y Victor fue el suyo, hoy es el nuestro. Somos diferentes, pero nuestras almas son las mismas. Y así como Victor amó a Arabella hace 300 años, y aunque me moleste de solo pensarlo, mis sentimientos por ti son los mismos que los que el tuvo por ella. Estás atrapada conmigo cariño. Solo mantándome podrás deshacerte de mi.
—Y sin embargo, todos los Lovelace te temían —dijo, ignorando deliberadamente mis palabras aunque sabía que le habían llegado. Ella al contrario de mi que ya lo había aceptado, seguía odiando tener sentimientos por mi. Eso se resolvería pronto —.Respóndeme una cosa. ¿Si ibas a matarme por qué te casaste conmigo?
—Al principio, mi plan era simple: matarte y acabar con esta maldita maldición. Pero aquí estás, viva. Créeme, Lyrae, si hubiera querido matarte, ya estarías seis pies bajo tierra. Pero por alguna razón que me revienta admitir, solo pensar en hacerte daño me jode por dentro. —respondí luego de soltar un suspiro.
—Pero si pudiste matar a mi familia, a mis padres.
—Lo hice —respondí en cogiéndome de hombros .
—Joder y ni siquiera te arrepientes o mientes para justificarte o esconderlo —La acusación pesaba en el aire cargado de tensión.
—¿Por qué habría de hacerlo? Ellos estaban en mi camino y los eliminé de él. Es algo sencillo. No necesito justificar mis acciones ante nadie y ¿Mentir? ¿Para qué? ¿Para complacer a alguien más? Lo siento, pero no gano nada con ello. No voy a ocultar quien soy para agradarte Lyrae —dije con un tono aburrido. —Si querías un principe azul lo hubieras buscado, no te hubieras quedado atrapada con el villano de la historia.
—No recuerdo que me hayas dado opción alguna.
—Todos siempre tienen otra opción.
—¿Me vas a dejar ir? ¿Firmarás los papeles del divorcio?
—No, pero es bonito que lo preguntes —me burlé.
Volteó el rostro, incapaz de verme a los ojos. Se bajó y se mantuvo lo más lejos posible de mí.
—¿Te estás oyendo? —me cuestionó con incredulidad.
Me acerqué a ella, tomé su mandíbula con fuerza y la obligué a mirarme. Intentó alejarse de mi contacto y solo lo logró cuando me empujó. La solté de mala gana, pero no dejé que su mirada se alejara de nuevo.
—¿Y ahora qué? ¿Quieres que me acueste contigo sabiendo lo que hiciste? —Sus palabras salían cargadas de rabia.
—¿Que dijimos de mentir, Moya krool'chonok (mi pequeña conejita)? Ambos sabemos que lo harás, me deseas, ya quedó confirmado hace unos minutos —me acerqué de nuevo, invadiendo su espacio personal, con una sonrisa arrogante en los labios.
—Puede que mi cuerpo lo haga, pero…
—¿Puedes dejar ya el papel de víctima de una vez? Empieza a aburrirme —interrumpí cortante, resonando en la habitación.
—¡Mataste a mi familia, me obligaste a casarme contigo, eres un monstruo! —gritó con amargura, con el corazón lleno de rencor.
—Ni que hubieras sentido tanto amor fraternal por ellos —dije con voz suave, casi burlona.
—Seguían siendo mi familia ¿Es que acaso no sabes que es eso?
—Teniendo en cuenta que mi madre me vendió a los diez años a la mafia rusa por un poco de droga, no Krolik, no se lo que es una familia. Lo descubriré cuando formemos la nuestra
—Estás enfermo —dijo mirándome, podía sentir un poco de compasión en su voz, pero ella no daría su brazo a torcer. La conocía demasiado bien.
—¿Sabes que? Ya me cansé de este papel de víctima. Fue bastante bonito al inicio, pero ya aburre. Puedes dejar de fingir Moya voshititelnaya krolichka, ya sé quien eres en realidad.
Ella me miró con sorpresa. Una lágrima corriendo por su rostro que fue atrapada por su mano mientras una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro.
—Te gusta arruinar la diversión esposo mío —dijo, la burla en su voz no pasó desapercibida.
La ironía de la manipulación es que a veces, el manipulador se convierte en la víctima de su propia artimaña. Yo creía tener el control, pero nunca supe que era ella quien movía los hilos desde las sombras.
Me arrojó hacia su telaraña y no me dí cuenta que había caído hasta que ya no quería salir de ella.
Cuando eres niño siempre te dicen que no confíes en nadie, sin embargo fallaste, confiaste en ella y le fue muy fácil mentirte desde el principio.
A mí nadie me dió ese consejo ¿Cuál es tu justificación?
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