Capítulo XXV
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Lyrae
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Cerré la puerta detrás de mi, me adentré en la habitación y me quedé parada frente a la pared llena de imágenes mías. Mi rostro sonriente en diversas etapas de mi vida, momentos que habían sido capturados sin mi consentimiento. Sentí una corriente de indignación recorrer mi cuerpo al darme cuenta de que las fotos eran mucho más que simples recuerdos; eran evidencia de que alguien había estado acechándome desde hacía años y yo sabía quién.
Apreté los puños cuando ví el cuadro que había pintado Will en una de las paredes.
—¡Lyrae! ¡Abreme la puerta! —gritó Tyson, intentando abrirla él.
—¡Vete a la mierda Tyson Herthowne! —le respondí
Despegué mi vista del cuadro y entre al baño de la habitación. Estaba lleno de productos personales por lo que deduje que ese era su cuarto. Algo me llamó la atención entre sus productos para bañarse. Sin embargo, oí como la puerta se abría, quizás buscó una llave, no lo sé. Pero me apresuré y me encerré, esa vez en el baño.
Me acerqué a la repisa de la ducha y ahí, escondido entre el champú y su gel de baño había un frasco negro y morado que reconocí como el gel de Uva del que me había hecho adicta.
—¿Que mierda? —dije tomándolo en mi mano, descubriendo que estaba casi vacío, justo como el que había desaparecido de mi baño.
De repente, escuché un fuerte estruendo en la puerta. Levanté la mirada y vi a Tyson abriéndola de un solo golpe, rompiéndola en el proceso. Sus ojos estaban llenos de furia, su mandíbula apretada y su respiración agitada. Su enojo era palpable en el aire; sin embargo no me acobardé ante su furia.
Levanté el brazo y le lancé el frasco que tenía en las manos. Logró esquivarlo, lo que me puso aún más furiosa. Tomé todos los que estaban a mi alcance y lo volví a intentar. De milagro logró salir indemne, sin un golpe.
Se acercó a mí cuando ya no tenía nada más que lanzarle. Pero no contaba con que mi enfado se había salido de control. Golpeé su pecho y rostro. Él sujetó mis brazos con su mano derecha y con la izquierda me levantó. Cerré mis piernas alrededor de sus caderas, moviendo mis brazos para liberarme. Cuando lo conseguí, volví al ataque, golpeando su hombro y su rostro.
—¡Basta ya, te vas a hacer daño! —gritó, con la voz entrecortada por la agitación.
—¡Cómo si te importara, imbécil! —dije, empujándolo con todas mis fuerzas.
Él caminó conmigo hacia atrás, estrellando mi espalda contra un espejo que colgaba de la pared. El sonido del vidrio rompiéndose llenó la habitación, un estruendo agudo y penetrante que se mezcló con el ruido sordo de los fragmentos cayendo al suelo. Un dolor punzante se extendió por mi espalda, como si mil agujas se hubieran clavado en mi piel.
—¡Blyad! —soltó una maldición mientras sus ojos se abrían con preocupación.
Me separó rápidamente y me sentó en la encimera del otro lado de la habitación. La respiración de ambos era pesada, llenando el aire con jadeos entrecortados. Los ladridos del perro en el fondo añadían una capa de caos a la escena, rebotando contra las paredes de la habitación.
—¿Estás bien? ¿Te hiciste daño? —preguntó, su voz ahora más suave, casi desesperada.
Sentía el calor de la sangre mezclándose con el sudor en mi espalda, pero el dolor y la rabia seguían dominando mis sentidos. Miré alrededor, notando por primera vez la desordenada habitación: productos esparcidos por el suelo, algunos rotos otros simplemente abiertos dejando salir su contenido, cristales esparcidos por el suelo, y el eco de nuestras respiraciones y los ladridos de Zeus resonando en el silencio tenso.
—Un poco hipócrita de tu parte ¿No lo crees? Si mal no recuerdo fuiste tu quien intentó estrangularme hace unas semanas atrás —dije.
En el momento en el que se acercó a mí, moví mi pie hacia adelante, propinóndole una patada en su entrepierna. Aproveché cuando se inclino sujetándose su hombría para escapar del baño y volver a la habitación.
—¡Proklyatiye! —gritó tras de mi. (Maldita sea)
—¡Explícame esto Tyson! ¿Por qué tienes esas fotos mías en la pared? ¿Por qué demonios tienes el gel que yo uso en tu baño? ¿Es ese otro fetiche? ¿Colarte en casas ajenas y acosar a las personas? ¡Y joder, no me hables más en ruso! —grité de vuelta.
—No, solo me he colado en tu casa, puedes sentirte afortunada.
—¡Me cago en tus muertos Tyson! ¿Crees que esto es gracioso?
—Creeme, mis bolas son conscientes de que nada en esta situación es graciosa. Será culpa tuya si después no podemos tener hijos, si te quejas te voy a recordar eso.
—Estás soñando si crees que me voy a acostar contigo.
Acortó la distancia entre los dos, tomó mi mandíbula con su mano, impidiendo que terminara de hablar y cerca de mi boca susurró:
—Nada de amenazas vacías. ¿Recuerdas?
—Te detesto —dije entre dientes.
—Y ahora mientes, deberías seguir tus propios consejos señora Herthowne.
—¡Eres un bastardo! —grité golpeando su pecho, intentando alejarme de él, algo inútil.
Me acorraló contra la pared con una fuerza que me dejó sin aliento, su agarre firme marcando mi piel. El dolor en mi espalda se intensificó por los cortes que me había hecho con el espejo roto, y una mueca se dibujó en mi rostro. Su boca se abalanzó sobre la mía con una intensidad arrebatadora, sus labios buscando los míos con avidez. Me negué a corresponder su beso, pero él no estaba dispuesto a aceptar mi rechazo. Con habilidad casi violenta, liberó mi mandíbula y, con un gesto brusco, desgarró mi vestido hasta la mitad, dejando al descubierto la delicadeza de mi piel apenas protegida por la fina tela de mi sujetador. Estaba prácticamente desnuda ante él.
Una de sus manos exploró mi cuerpo con una lentitud calculada, deslizándose por mi piel con una delicadeza que contrastaba con la rudeza de su agarre. La otra mano se enredó en mi cabello, sujetándolo con fuerza y obligándome a mantener la cabeza erguida, incapaz de escapar de su dominio. La ira se mezclaba con el deseo, envolviendo la habitación en una tensión casi palpable.
—Bésame —ordenó con voz ronca, su tono una mezcla de dominación y deseo que me erizó la piel.
—Vete a la mierda —respondí, mi respiración se había vuelto errática ante su cercanía.
Su sonrisa era como la de un depredador que acechaba a su presa y, con un gesto rápido, llevó su mano entre mis piernas acunando mi sexo, provocando que el calor de su contacto hiciera que un gemido escapara de mis labios sin permiso. Aprovechando la oportunidad, me besó con intensidad, introduciendo su lengua en mi boca como si quisiera explorar cada rincón de mi ser.
Mis dientes se hundieron en su labio inferior, saboreando la esencia de su sangre en la lengua.
Su prominente erección presionó contra mi vientre, demandando atención, mientras su mano, acarició con destreza ese centro de placer que él conocía tan bien. Cada roce, cada movimiento era como una promesa de éxtasis inminente.
Cuando un dedo se adentró en mi interior, el placer se volvió abrumador, un torbellino de sensaciones que amenazaron con deshacerme por completo en sus brazos. Pero él, era experto en el arte de la seducción, en jugar con los límites del deseo sin romperlos por completo.
Estaba al borde del abismo, sintiendo el orgasmo acercarse como una tormenta imparable, cuando él se apartó. El vacío de su contacto fue como una bofetada fría, dejándome jadeante y anhelando más de lo que me había negado. El juego de seducción y poder entre nosotros estaba lejos de terminar, y ambos éramos conscientes de que el final prometía ser tan turbulento como el principio.
—Admite que me deseas —murmuró contra mis labios.
—Nunca —contesté con el deseo latente en mi voz, pero sin querer dar mi brazo a torcer.
Deslizó su mano otra vez entre mis piernas, introduciendo, en esa ocasión, dos dedos dentro de mí. Tomé su muñeca, inmovilizándolo y cabalgué su mano, tratando de alcanzar mi liberación que cada vez se sentía más y más cerca. Su boca bajó a mi pecho y mordió mis pezones por encima del encaje de mi sujetador, provocando que un escalofrío de placer me recorriera por todo el cuerpo. Estaba ahí, un movimiento más y podría alcanzar mi clímax; no obstante, el hijo de puta volvió a separar su mano de mi cuerpo.
Dió un paso hacia atrás, alejándose por completo de mi agarre. Sonrió con provocación y se dio la vuelta, alejándose hacia la puerta.
—¡Vuelve aquí y termina lo que empezaste, imbécil! —grité con frustración.
—No, hasta que admitas que me deseas no vas a tener un orgasmo.
—Nunca, primero muerta. Yo misma puedo terminar con esto —dije llevando mis manos hacia mi sexo.
—Lyrae, Lyrae —pronunció negando con la cabeza —Puedes intentarlo, pero ambos sabemos que solo estaras satisfecha una vez que me tengas enterrado hasta la base. Tu terquedad está vez no te va a llevar a ningún lado esposa —dijo sin detenerse en su camino.
No sé si fueron sus palabras, por mis dos orgasmos frustrados o si simplemente fue por la rabia que envolvía mi cuerpo, quizás tal vez fue todo eso combinado lo que me hizo acercarme a la mesa donde estaban esparcidas más fotos mías, las que ignoré y tomé un abrecartas. No lo pensé dos veces y lo lancé, dando de lleno en mi objetivo. El abrecartas le perforó en la parte superior de la espalda, justo debajo del hombro derecho.
—¿Qué demonios? —exclamó, volviéndose hacia mí.
—¿Creíste que mentía cuando hablé de mi puntería? He dicho muchas mentiras en mi vida querido esposo, sin embargo, esa no fue una de ellas —me burlé, terminando de quitar los restos del vestido que aún quedaba en mi cuerpo— Las cosas van a ser diferentes ahora, si quieres que te saque eso del cuerpo y te cure la herida vas a terminar lo que iniciaste. O fácilmente puedes ir al hospital y que te hagan preguntas, me gustaría ver cómo le explicas a los médicos y enfermeras que tu esposa te apuñaló por negarle un orgasmo.
—Estás loca —dijo sonriendo.
—Lo más probable —respondí cruzándome de brazos y claro, ¿su mirada a dónde se dirigió? Pues a mis pechos, como todo hombre heterosexual que se respete —Si quiero ganar en tu juego tengo que rebajarme a tu nivel. ¿No lo crees? Solo que está vez voy a modificar un poco las reglas. Tu decides si las vas a seguir o vas a salir por esa puerta. Sin embargo, deberías ser consciente que una vez te vayas tu, yo lo haré detrás y no volverás a verme en tu vida.
No tuve que esperar mucho tiempo por su reacción. Se acercó a mí con determinación, tomó mi cuello con su mano izquierda y me empujó con fuerza contra la pared. Iba a protestar cuando sentí como algo caía sobre nosotros.
El impacto hizo que la sábana que había detrás de mi y tapaba algo, cayera sobre mi hombro. Me volví para ver qué había sido lo que estaba tapando.
En ese instante, mi respiración quedó atorada en mi pecho y toda la lujuria abandonó mi sistema. Parpadeé varias veces, esperando que mis ojos me jugaran una mala pasada, que aquello que estaba frente a mí se desvaneciera como un espejismo. Pero no lo hizo. Mis manos comenzaron a temblar incontrolablemente, y un sudor frío se deslizó por mi espalda. Sentí como si el suelo bajo mis pies se desmoronara, dejándome suspendida en un abismo de incredulidad. Mi corazón latía desbocado, golpeando con fuerza en mis costillas, y mis oídos se llenaron de un zumbido ensordecedor que parecía ahogar cualquier otro sonido.
La habitación se volvió borrosa alrededor de los bordes, como si el mundo entero se estuviera desintegrando. Intenté tragar saliva, pero mi garganta estaba seca, y un nudo se formó en mi estómago.
Aparté a Tyson, quien gruñó de dolor, pero en ese momento no me importaba. Lo que tenía frente a mis ojos me heló la sangre.
Había un cuadro colgado en la pared. La imágen de una mujer, con una ropa antigua, digna del siglo XVIII, su cabello castaño estaba recogido con cintas verdes que combinaban con su vestido.
Y su rostro, era el mismo que miraba todos los días ante el espejo. Sus ojos; sin embargo, eran de un intenso color verde, en contraste con los míos violetas. Supe la respuesta antes de pensarla demasiado. Y las letras inscritas en el marco corroboraron mis sospechas.
Arabella Hastings, 7 de marzo de 1724.
Una imagen se materializó en mi mente en ese momento. Un joven de cabello negro, parado frente a mí, sosteniendo un libro. Una sonrisa amable en sus labios y un brillo cálido en sus ojos oscuros. Ojos que en ese instante me miraban con una mirada helada.
—¿Victor?
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