Capítulo XXIII

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   Lyrae
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Lo primero que pensé aquella mañana fue que se me había olvidado cerrar las cortinas. Lo segundo fue que no volvería a tocar una gota de alcohol en mi vida. Mi cabeza se sentía como si fuera a estallar y mi estómago estaba en huelga. Me acomodé mejor en la cama, tratando de evitar que los rayos del sol me dieran de lleno en los ojos. Sentí un delicioso aroma en las sábanas que me hizo querer acurrucarme aún más en ellas. Fue en ese momento en el que me di cuenta.

Mi cama no era tan cómoda, mis sábanas no eran tan suaves y era imposible que olieran a colonia de hombre. Lo tercero que pensé aquella mañana fue que no estaba en mi casa, no había dormido sola y tenía que revisar que no me hubieran robado los órganos, además de que al salir de donde fuera que estuviera me haría una prueba de ETS. Eso sí salía, si no me mataban antes. Una agitada respiración en mi cabello me dijo que no estaba sola en la habitación.

Abrí lentamente los ojos y lo primero que vi fue negro. Pelaje negro, ojos claros y unos colmillos que daban miedo. ¿Me había tirado a un perro? No me iba la zoofilia, el perro tenía un dueño sexy seguro, bueno, no tenía que ser sexy, pero rezaba porque tuviera dueño, no me importaba si era hombre o mujer.

Decidí preocuparme primero por salir viva de esa situación, por lo que traté de alejarme lo más que pude de la bestia que estaba acostada a mi lado en la cama. El perro solo se quedó mirando, atento a cada uno de mis movimientos.

  —Veo que ya has despertado —dijo una voz suave y profunda que parecía resonar en la habitación, provocando que saltara y casi cayera al suelo por la sorpresa.

Mis ojos se abrieron de par en par y rápidamente dirigí mi mirada hacia ese lugar por un momento, tratando de no perder de vista al animal. Tyson estaba sentado con una postura relajada y confiada en una silla. Vestido de negro de pies a cabeza, emanaba una atmósfera de misterio y peligro. Sus tatuajes, que se asomaban por debajo de las mangas remangadas de su camisa, le conferían un aire aún más amenazante. La habitación parecía más pequeña de repente, como si la presencia de Tyson la hubiera alterado de alguna manera.

—Desearía no haberlo hecho. ¿Qué hago aquí? —indagué. —Ya no eran suficientes las amenazas que tuviste que recurrir al secuestro? O ¿Es simplemente otro fetiche tuyo?

—Veo que ya conoces a Zeus, mi mascota —dijo, ignorando mis preguntas descaradamente.

—¿Qué le das de comer? ¿Almas? ¿Sacrificios humanos? Ese no es un perro. Estoy segura de que si le echas agua bendita, volvería al lugar donde de seguro pertenece. Y sí, si no lo he dejado claro, me refiero al infierno.

—Si te comportas, no tendrás problemas con mi perro; sin embargo, si haces lo que no deberías, no puedo asegurar que salgas con vida de esta habitación.

—Gracias, con eso me siento más segura. —No sé si notó el sarcasmo en mi voz, tampoco me interesaba. Estaba más pendiente del perro que se había levantado y caminaba sobre la cama hacia mí.

—Zeus —llamó Tyson, pero el animal lo ignoró y siguió con su avance.

   «Ni su propio perro lo respeta», pensé.

Cerré los ojos, preparándome para mi inminente final, esperé y seguí esperando, pero en lugar de alguna mordida, recibí un lametazo juguetón en mi mejilla. Al abrir los ojos, me encontré con la temible bestia, recostada panza arriba, patas extendidas en una posición tan cómica, que parecía estar practicando yoga. Con su cabeza cerca de mis piernas y la lengua colgando de un lado, parecía más un adorable peluche con mal aliento que un violento perro de la muerte.

—¿Conque me va a matar, no? —le dije a Tyson, quien se pellizcaba la nariz, signo de frustración. —Si es que eres un niño bonito, ¿a qué sí, pequeño? —Sí, hablé en el idioma tonto con el que le hablamos a los animales y los niños, no juzguen, que sé que muchas también lo hacen.

—¡Zeus, vamos! —ordenó Tyson con una voz fuerte, logrando que el animal se alejara de mis caricias para seguir las órdenes de su dueño, quien se dirigió a mí cuando este ya estuvo a su lado. —Tienes cinco minutos para explicarme por qué saliste de noche cuando claramente te dije que no lo hicieras. ¿Querías que te mataran? No sabía que eras suicida, Lyrae; si lo hubiera sabido, no me ensucio las manos evitando que te maten.

—¿No los habías matado a todos? —pregunté con inocencia—. A ver, corazón mío, a ver si te enteras, si Dios le dijo a Eva que no comiera del fruto prohibido y ella lo ignoró por completo, y era Dios, ¿en serio creías que te iba a hacer caso a ti? ¿Un simple mortal con fetiches raros?

—Bien, entonces no te quejes cuando arregle las cosas por mi propia mano.

—¿Qué quieres decir?

—Tienes cinco minutos —dijo, ignorándome una vez más.

—¿Cinco minutos para qué? —pregunté, pero como las veces anteriores, fue como si no hubiera hablado con él. Se levantó de la silla y con Zeus salió de la habitación.

Me levanté de la cama con cuidado de no enredarme con las sábanas y caer, porque hablemos claro, era muy probable que me pasara, y caminé hacia la puerta justo en el momento en el que Tyson miraba a Zeus con una mirada dura.

—Se suponía que debías actuar de manera intimidante, no para que te rascara la panza. Ahora tendrás que encontrar a alguien que te dé croquetas porque yo no lo haré —dijo con todo el aire de dignidad que podía reunir, cruzando los brazos con determinación. Sin embargo, lo más hilarante de la escena fue la expresión en el rostro del perro.

El animal lo miraba fijamente, como si percibiera que su amo no tenía la fuerza suficiente para cumplir su advertencia.

  —Tyson —lo llamé interrumpiendo el concurso de miradas —. ¿Que hago aquí?

  El se volteó mirándome con una ceja enarcada.

  —Estás aquí porque no te sabes cuidar sola. Y porqué yo lo quiero, tan simple como eso.

  —Estas loco, ¿Porque tú lo quieres? ¿Tu te estás oyendo? Primero me chantajeas, luego me amenazas, me drogas y ahora me secuestras ¿Que será lo siguiente obligarme a casar contigo?

  El sonrió, el hijo de puta sonrió como si le hubiera dicho algo la mar de gracioso.

—Déjame dejar las cosas claras, Krolik —dijo acercándose a mí, envolvió mi coleta en su puño y tiró de ella, obligándome a levantar la cabeza. Estaba tan cerca que nuestros pechos se tocaban, nuestras respiraciones se mezclaban y sus labios solo necesitaban un leve movimiento para unirse a los míos—Tu me perteneces, es hora de que lo aceptes y vivas con ello.

  —Definitivamente se te ha ido la chaveta. Yo no le pertenezco a nadie más que a mí misma.

  Con autoridad, me obligó a retroceder lentamente, acorralándome contra la fría puerta. Sus dedos ásperos liberaron mi cabello, mientras su mano aferraba mi muslo y lo acariciaba, siguiendo una senda desafiante hasta alcanzar las cintas de encaje de mis bragas, que arrancó con crudeza e impaciencia.

—Dime Lyrae —susurró contra mi boca— ¿Es esto lo que quieres? ¿Estás segura de que no me perteneces?

Lo miré a los ojos, violeta contra un marrón casi negro con el deseo brillando en sus pupilas. En una batalla de voluntades.

  Abrió la puerta a mis espaldas y me hizo retroceder aún más. Sus ojos se posaron en mis labios. Su lengua salió a humedecerlos, tocando los míos en el proceso. Mi respiración se cortó, ansiosa por su próximo movimiento.

   —¿Tienes cinco minutos —dijo, para luego alejarse y caminar hacia la puerta.

Aun aturdida me giré y me encontré con mi propio reflejo en el cristal de la ventana. Mi rostro se ladeó y una de mis cejas se arqueó al darme cuenta de que llevaba un sencillo vestido blanco hasta los tobillos que no era con el que había salido la noche anterior.

—¡¿Tyson, por qué llevo puesto un vestido de novia?! —grité horrorizada mientras tocaba la tela del traje.

—Porque nos vamos a casar. Cinco minutos, Lyrae, y ya perdiste dos —respondió como si nada a través de la puerta ya cerrada.

Enojada salí de la habitación, descubriendo que él se dirigía hacia otro cuarto. Sin dudarlo, entré tras él, observándolo mientras se servía un vaso de un líquido dorado que, por el aroma a caramelo y roble que flotaba en el aire, supe al instante que se trataba de un exquisito whisky.

—¿Quién me puso este vestido? —pregunté a su espalda.

Él se volteó y una media sonrisa se dibujó en su rostro mientras miraba mi cuerpo, tomándose su tiempo antes de contestar.

—Yo lo hice. Ya te dije que nadie toca lo que es mío.

—¡Que no soy tuya, joder! —grité, la furia palpable en mis palabras.

—En unos minutos serás tú la que te tendrás que convencer de lo contrario —replicó él con una calma que me resultaba más aterradora que su enojo.

—¿Estás loco? —mi voz temblaba, mezcla de rabia —. Vale, esa es una pregunta estúpida, por supuesto que lo estás si piensas que me voy a casar contigo. Joder, que no te lo dije hace unos minutos para que tomaras la idea y la hicieras realidad.

—No necesito estar loco para saber lo que pasará —Su tono era frío, casi mecánico—. En unos minutos el cura llegará, tú dócilmente dirás el sí cuando te lo pregunten y firmarás los papeles. Hoy nos casamos, Lyrae, depende de ti que sea a las buenas o esposada a una cama con un arma en tu sien, tú decides… —su amenaza quedó suspendida en el aire, cargada de peligro.

—Ni siquiera me conoces, apenas nos hemos visto en tres o cuatro ocasiones, y hemos peleado mas que otra cosa, por favor, solo déjame ir —supliqué, buscando desesperadamente una salida.

—Ni lo sueñes Lyrae, ya no tengo más tiempo que perder, es ahora o nunca, no hay más opciones —Su voz era firme, decidida.

—¡La frase ni siquiera es así! —exclamé torpemente.

—¿Crees que me importa cómo sea una puta frase? —contestó antes de llevarse el trago a los labios.

—No me voy a casar contigo, Tyson. —Mis palabras sonaban como un ultimátum, una última resistencia.

—Bien, a las malas será —susurró con determinación antes de acercarse, luego de dejar en vaso sobre la mesa. Con un gesto brusco y dominante, estrelló su boca contra la mía. La sensación de sus labios contra los míos era violenta, cargada de una intensidad que me hizo estremecer.

Su beso fue inesperado, pero al mismo tiempo logró su cometido. Hizo que me rindiera, que le correspondiera, que casi me derritiera. Mientras sus manos me acariciaban desde los hombros hasta las muñecas, saboreé el rastro de whisky en su boca, mezclado con el calor de su aliento. Me hizo caminar hacia atrás hasta llegar a un asiento, donde me hizo sentar sin interrumpir nuestro beso. Subió mis manos y las colocó sobre mi cabeza. En ese instante, sentí el frío metal y supe que era demasiado tarde para deshacer lo que estaba por suceder.

Se alejó de mí y contempló su trabajo con admiración. Yo me encontraba agitada, con el pecho subiendo y bajando de forma acelerada, mientras mis manos permanecían esposadas al sofá. Casualmente, este tenía una barra de acero que él utilizó para impedir que pudiera liberarme. Intenté soltarme de las esposas, pero solo logré que se clavaran en mi piel, causándome dolor.

—¡Hijo de puta! —grité furiosa, sintiendo la ira fluir a través de mí.

—No alabes a mi madre, por favor. Ni a puta llegaba —respondió, con un atisbo de desdén en su voz.

—Tyson, suéltame —demandé, intentando mantener la calma a pesar de la tensión en el ambiente.

—Solo cuando te calmes y sepas que te vas a comportar y decir que sí, cuando tengas que hacerlo —respondió él, con firmeza.

—Por favor, no hagas esto —supliqué, sabiendo que era inútil.

—Krolik, seremos felices, no te preocupes. Te follaré esta noche si te portas bien… Bueno, siendo honestos, si te portas mal también lo haré, para qué mentir. —Sus palabras repletas de prepotencia me alteraron aún más.

—No voy a tener sexo contigo, quítatelo de la cabeza —respondí con determinación, rechazando su propuesta con firmeza.

—No mientas, Lyrae. Sé que si ahora mismo deslizo mi mano por tus bragas, estoy seguro de que las encontraré húmedas. Esto te excita, Krolik, negarlo es inútil —su tono desafiante me hizo sentir impotente, porque a pesar de todo, lo que decía era cierto.

¿Qué demonios le estaba pasando a mi cuerpo?

El sonido de la puerta repentina atrajo su atención, desviándola de sus provocaciones.

—Justo a tiempo, es hora de que empiece el espectáculo —murmuró con una sonrisa maliciosa, preparándose para lo que vendría a continuación.

Tres hombres irrumpieron en la estancia. Reconocí a uno de ellos como Zac, el otro era desconocido, y entre los dos mantenían al tercero bajo amenaza de pistola, su rostro cubierto por una funda negra que, al ser bruscamente retirada, dejaba al descubierto a un hombre de mirada serena, vestido con hábito religioso. ¡Dios mío, estos hombres secuestraron a un cura! Si Dios se hizo de la vista gorda con todas esas muertes que ocurrieron en aquel restaurante, definitivamente esa vez se jodieron de verdad.

   —Hola, bonita —Saludó Zac, como si yo no estuviera esposada sobre un sofá, ni tuviera cautivo a un hombre de Dios.

—¿Qué está sucediendo? ¿Por qué me han traído hasta aquí? —preguntó el cura con voz temblorosa, lleno de temor.

—Disculpe las molestias, Padre. Necesito que nos case —dijo Tyson con calma, como si la situación no fuera extraordinariamente inusual y no tuviera a dos personas en contra de su voluntad en su casa.

—¿Disculpe? No parece que la señorita esté de acuerdo con eso. Por favor, suéltela —exigió, mientras observaba cómo el hombre de cabello oscuro rodaba los ojos con desdén.

Tyson se sacó un arma de la parte de atrás de sus pantalones y, sin titubear, disparó al otro hombre que sostenía al cura, este cayo al suelo, la sangre saliendo del agujero en su frente, habia acabado con su vida al instante.

―Parece que no me he explicado bien, padre. Es muy sencillo: o nos casamos o usted será el próximo. —dijo, su voz adquiriendo una octava más baja, cargada de amenazas y peligro y si, mis hormonas desquiciadas lo encontraron atractivo —, y si revela lo sucedido aquí… —Sonrió, esa sonrisa ladeada que me encantaba. Hizo una pausa dramática empujando su arma hacia el cura —Diremos que encontró a su Creador más pronto de lo esperado. Considérelo como un secreto de confesión: si habla con alguien, seré yo quien lo castigue, y ni su dios podrá salvarlo. ¿Está claro o necesito más sangre para enfatizar mi punto?

Media hora después yo decía el sí, cuando mi boca solo quería soltar un rotundo no, y me convertía en la señora de Herthowne, mientras nuestro testigo se encargaba de retirar el cuerpo ensangrentado. Tyson liberó momentáneamente una de mis manos de las esposas para que pudiera firmar el acta de matrimonio, para luego volver a sujetarme, mientras yo forcejeaba. Tomó mi mandíbula con brusquedad y me besó con fiereza antes de decir contra mi boca:

—Ya no hay vuelta atrás, Lyrae. Eres mía ahora y para siempre, hasta que la muerte nos separe.

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